B. Juan Pablo II Homilías 1123


FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR



Capilla Sixtina, domingo 10 de enero de 1999



1. «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias» (Mt 3,17).

En la fiesta del Bautismo del Señor, que estamos celebrando, resuenan estas palabras solemnes. Nos invitan a revivir el momento en que Jesús, bautizado por Juan, sale de las aguas del río Jordán y Dios Padre lo presenta como su Hijo unigénito, el Cordero que toma sobre sí el pecado del mundo. Se oye una voz del cielo, mientras el Espíritu Santo, en forma de paloma, se posa sobre Jesús, que comienza públicamente su misión salvífica; misión que se caracteriza por el estilo del siervo humilde y manso, dispuesto a compartir y entregarse totalmente: «No gritará, no clamará. (...) No quebrará la caña cascada, no apagará el pabilo vacilante. Promoverá fielmente el derecho» (Is 42,2-3).

La liturgia nos hace revivir la sugestiva escena evangélica: entre la multitud penitente que avanza hacia Juan el Bautista para recibir el bautismo está también Jesús. La promesa está a punto de cumplirse y se abre una nueva era para toda la humanidad. Este hombre, que aparentemente no es diferente de todos los demás, en realidad es Dios, que viene a nosotros para dar a cuantos lo reciban el poder de «convertirse en hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios» (Jn 1,12-13).

2. «Éste es mi Hijo amado; escuchadle» (Aleluya).

Hoy, este anuncio y esta invitación, llenos de esperanza para la humanidad, resuenan particularmente para los niños que, dentro de poco, mediante el sacramento del bautismo, se convertirán en nuevas criaturas. Al participar en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, se enriquecerán con el don de la fe y se incorporarán al pueblo de la nueva y definitiva alianza, que es la Iglesia. El Padre los hará en Cristo hijos adoptivos suyos, revelándoles un singular proyecto de vida: escuchar como discípulos a su Hijo, para ser llamados y ser realmente sus hijos.

Sobre cada uno de ellos bajará el Espíritu Santo y, como sucedió con nosotros el día de nuestro bautismo, también ellos gozarán de la vida que el Padre da a los creyentes por medio de Jesús, el Redentor del hombre. Esta riqueza tan grande de dones les exigirá, como a todo bautizado, una única tarea, que el apóstol Pablo no se cansa de indicar a los primeros cristianos con las palabras: «Caminad según el Espíritu» (Ga 5,16), es decir, vivid y obrad constantemente en el amor a Dios.

1124 Expreso mis mejores deseos de que el bautismo, que hoy reciben estos niños, los convierta a lo largo de toda su vida en valientes testigos del Evangelio. Esto será posible gracias a su empeño constante. Pero también será necesaria vuestra labor educativa, queridos padres, que hoy dais gracias a Dios por los dones extraordinarios que concede a estos hijos vuestros, del mismo modo que será necesario el apoyo de sus padrinos y sus madrinas.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, aceptad la invitación que la Iglesia os hace: sed sus «educadores en la fe», para que se desarrolle en ellos el germen de la vida nueva y llegue a su plena madurez. Ayudadles con vuestras palabras y, sobre todo, con vuestro ejemplo.

Que aprendan pronto de vosotros a amar a Cristo, a invocarlo sin cesar, y a imitarlo con constante adhesión a su llamada. En su nombre habéis recibido, con el símbolo del cirio, la llama de la fe: cuidad de que esté continuamente alimentada, para que cada uno de ellos, conociendo y amando a Jesús, obre siempre según la sabiduría evangélica. De este modo, llegarán a ser verdaderos discípulos del Señor y apóstoles alegres de su Evangelio.

Encomiendo a la Virgen María a cada uno de estos niños y a sus respectivas familias. Que la Virgen ayude a todos a recorrer con fidelidad el camino inaugurado con el sacramento del bautismo.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN LIBORIO



Domingo 17 de enero de 1999



1. «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

El testimonio de Juan el Bautista sigue resonando aún hoy, a casi dos mil años de distancia de los acontecimientos que narra el Evangelio: el Precursor señala a Jesús de Nazaret como el Mesías esperado, y nos invita a todos a renovar y profundizar nuestra fe en él.

Jesús es nuestro Redentor. Su misión salvífica, proclamada solemnemente en el momento de su bautismo en el Jordán, culmina en el misterio pascual, cuando él, el verdadero Cordero inmolado por nosotros, en la cruz libera y redime al hombre, a todos los hombres, del mal y de la muerte.

En la liturgia eucarística se nos propone de nuevo el gran anuncio del Bautista. Antes de la comunión, el celebrante presenta a la adoración de los fieles la hostia consagrada, diciendo: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor». Dentro de poco, también nosotros, participando en el banquete eucarístico, recibiremos al verdadero Cordero pascual, sacrificado por la salvación de la humanidad entera.

2. «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

Queridos feligreses de San Liborio, me dirijo a vosotros con las palabras del Bautista que acaban de resonar en nuestra asamblea. Son palabras que expresan muy bien el significado de mis visitas pastorales y de los viajes apostólicos que me llevan a encontrarme con nuestros hermanos y hermanas en la fe en Roma y en otras partes del mundo. Como el Bautista, siento el deber de señalar a todos al Cordero de Dios, Jesús, el único Salvador del mundo ayer, hoy y siempre. En el misterio de su Encarnación, se hizo Emmanuel, «Dios con nosotros», acercándose a nosotros y dando significado al tiempo y a nuestras vicisitudes diarias. Él es nuestro punto de referencia constante, la luz que ilumina nuestros pasos y la fuente de nuestra esperanza.

1125 Amadísimos hermanos y hermanas, os saludo a todos con afecto, y en particular al cardenal vicario y al obispo auxiliar del sector. Saludo a vuestro celoso párroco, don Paolo Cardona, del instituto secular de los «Apostolici sodales», a los sacerdotes que colaboran con él, a las Hermanas Franciscanas del Señor y a todos los que, de diferentes maneras, brindan su generosa cooperación en la comunidad parroquial.

Saludo de modo especial a monseñor Bruno Theodor Kresing, vicario general de la archidiócesis de Paderborn (Alemania), que hoy está presente aquí para subrayar los vínculos de comunión espiritual que unen vuestra parroquia con la archidiócesis alemana, que visité en 1996. Desde entonces, la comunidad eclesial de Paderborn ha participado con generosidad en la realización de este nuevo complejo parroquial. Deseo expresar aquí mi más profunda gratitud, e invoco sobre ambas comunidades la constante protección de su patrono común, san Liborio.

Los vínculos de comunión y solidaridad que unen entre sí a diversas comunidades cristianas constituyen experiencias espirituales y pastorales de gran valor e invitan a desarrollar cada vez más la apertura, la comprensión recíproca y la acogida. Nuestro pensamiento va naturalmente al próximo jubileo, durante el cual Roma acogerá a numerosos peregrinos procedentes de todos los continentes. Estoy seguro de que las parroquias, los institutos religiosos y las familias romanas abrirán generosamente las puertas de su casa, con calor y sencillez evangélica. Será ocasión para un provechoso intercambio de dones espirituales, así como una magnífica experiencia eclesial, que ayudará a que todos se sientan miembros de la única Iglesia extendida por todos los lugares de la tierra.

3. Fieles de la parroquia de San Liborio, vuestra comunidad ha recibido mucho y, por eso, ahora estáis llamados a ser también vosotros generosos con los demás. Vivís en un barrio donde la iglesia parroquial constituye el único centro significativo de encuentro. Al disponer de instalaciones nuevas y apropiadas, os sentís estimulados a abriros aún más a las necesidades del territorio.

En este ámbito, me alegra inaugurar la «Ventanilla de fraternidad» que, con la ayuda de la Cáritas diocesana, comienza a funcionar precisamente hoy, uniendo y poniendo al servicio de los más necesitados valiosas fuerzas profesionales presentes en la comunidad. Continuad proyectando y realizando otras iniciativas de caridad, anunciando con valentía el Evangelio. Todos, incluso los que no viven en condiciones materiales precarias, tienen necesidad de alguien que, como el Bautista, les señale a Cristo, camino, verdad y vida.

Dedicaos con todas vuestras energías a la misión ciudadana, que este año, prosiguiendo y consolidando el compromiso en favor de las familias, se dirige a los ambientes de trabajo y actividad. Después de haber construido un templo de ladrillos, ahora debéis lograr que, gracias a vuestra convencida labor, sea cada vez más atrayente la Iglesia formada por piedras vivas, es decir, por vosotros, los bautizados. Abiertos al diálogo, estad dispuestos a aprovechar todas las ocasiones para crecer en la fraternidad con los cristianos y los no cristianos, con los creyentes de otras confesiones y con los no creyentes.

4. Para realizar la ardua acción misionera que el Señor os pide, debéis ser conscientes de la vocación personal a la santidad de cada bautizado. El apóstol Pablo, al comienzo de la carta a los Corintios, recuerda que, santificados en Cristo Jesús, «estamos llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro» (
1Co 1,2). Estamos llamados a vivir el Evangelio con plena fidelidad. Sólo así compartiremos verdaderamente con las demás comunidades esparcidas por el mundo la misma fe en Cristo, los mismos sacramentos y la vocación universal al amor.

San Pablo saluda a los cristianos de Corinto con estas palabras: «La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo estén con vosotros» (1Co 1,3). «La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre», os repito hoy a vosotros, hermanos y hermanas de esta parroquia, y a vosotros de la comunidad eclesial de Paderborn, unidos por la devoción común a san Liborio. Que el Padre celestial os proteja, os asista con su gracia y os conceda días de paz.

Sobre cada uno invoco la protección de María, la Virgen de la escucha y del camino. Caminad unidos, en el itinerario espiritual y eclesial, hacia el tercer milenio cristiano. Caminad llenos de confianza y de celo misionero, siguiendo a san Liborio y a vuestros santos protectores. Aceptando la invitación de san Juan, caminad con valentía y fidelidad detrás de Cristo. Él es «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo», «la luz de las naciones que lleva la salvación hasta los confines de la tierra». Amén.



VIAJE PASTORAL A MÉXICO


Misa conclusiva del Sínodo para América

Basílica de Guadalupe, 23 de enero de 1999



1126 Amados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. "Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su hijo, nacido de mujer..." (
Ga 4,4). ¿Qué es la plenitud de los tiempos? Desde la perspectiva de la historia humana, la plenitud de los tiempos es una fecha concreta. Es la noche en que el Hijo de Dios vino al mundo en Belén, según lo anunciado por los profetas, como hemos escuchado en la primera lectura: "el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7,14). Estas palabras pronunciadas muchos siglos antes, se cumplieron en la noche en que vino al mundo el Hijo concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María.

El nacimiento de Cristo fue precedido por el anuncio del ángel Gabriel. Después, María fue a la casa de su prima Isabel para ponerse a su servicio. Nos lo ha recordado el Evangelio de Lucas, poniendo ante nuestros ojos el insólito y profético saludo de Isabel y la espléndida respuesta de María: "Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador" (1, 46-47). Estos son los acontecimientos a los que se refiere la liturgia de hoy.

2. La lectura de la Carta a los Gálatas, por su parte, nos revela la dimensión divina de esta plenitud de los tiempos. Las palabras del apóstol Pablo resumen toda la teología del nacimiento de Jesús, con la que se esclarece al mismo tiempo el sentido de dicha plenitud. Se trata de algo extraordinario: Dios ha entrado en la historia del hombre. Dios, que es en sí mismo el misterio insondable de la vida; Dios, que es Padre y se refleja a sí mismo desde la eternidad en el Hijo, consustancial a Él y por el que fueron hechas todas las cosas (cf. Jn Jn 1,1 Jn Jn 1,3); Dios, que es unidad del Padre y del Hijo en el flujo de amor eterno que es el Espíritu Santo.

A pesar de la pobreza de nuestras palabras para expresar el misterio inenarrable de la Trinidad, la verdad es que el hombre, desde su condición temporal, ha sido llamado a participar de esta vida divina. El Hijo de Dios nació de la Virgen María para otorgarnos la filiación divina. El Padre ha infundido en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, gracias al cual podemos decir “Abbá, Padre” (cf. Ga 4,4). He aquí, pues, la plenitud de los tiempos, que colma toda aspiración de la historia y de la humanidad: la revelación del misterio de Dios, entregado al ser humano mediante el don de la adopción divina.

3. La plenitud de los tiempos a la que se refiere el Apóstol está relacionada con la historia humana. En cierto modo, al hacerse hombre, Dios ha entrado en nuestro tiempo y ha transformado nuestra historia en historia de salvación. Una historia que abarca todas las vicisitudes del mundo y de la humanidad, desde la creación hasta su final, pero que se desarrolla a través de momentos y fechas importantes. Una de ellas es el ya cercano año 2000 desde el nacimiento de Jesús, el año del Gran Jubileo, al que la Iglesia se ha preparado también con la celebración de los Sínodos extraordinarios dedicados a cada Continente, como es el caso del celebrado a finales de 1997 en el Vaticano.

4. Hoy en esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de América, damos gracias a Dios por la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos -auténtico cenáculo de comunión eclesial y de afecto colegial entre los Pastores del Norte, del Centro y del Sur del Continente- vivida con el Obispo de Roma como experiencia fraterna de encuentro con el Señor resucitado, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América.

Ahora, un año después de la celebración de aquella Asamblea sinodal, y en coincidencia también con el centenario del Concilio Plenario de la América Latina que tuvo lugar en Roma, he venido aquí para poner a los pies de la Virgen mestiza del Tepeyac, Estrella del Nuevo Mundo, la Exhortación apostólica Ecclesia in America, que recoge las aportaciones y sugerencias pastorales de dicho Sínodo, confiando a la Madre y Reina de este Continente el futuro de su evangelización.

5. Deseo expresar mi gratitud a quienes, con su trabajo y oración, han hecho posible que aquella Asamblea sinodal reflejara la vitalidad de la fe católica en América. Así mismo, agradezco a esta Arquidiócesis Primada de México y a su Arzobispo, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, su cordial acogida y generosa disponibilidad. Saludo con afecto al nutrido grupo de Cardenales y Obispos que han venido de todas las partes del Continente y a los numerosísimos sacerdotes y seminaristas aquí presentes, que llenan de gozo y esperanza el corazón del Papa. Mi saludo va más allá de los muros de esta Basílica para abrazar a cuantos, desde el exterior, siguen la celebración, así como a todos los hombres y mujeres de las diversas culturas, etnias y naciones que integran la rica y pluriforme realidad americana.

(lengua portuguesa)

1127 6. «Bem-aventurada és tu que creste, pois se hão de cumprir as coisas que da parte do Senhor te foram ditas» (Lc 1,45). Estas palavras que Isabel dirige a Maria, portadora de Cristo em seu seio, podem-se aplicar também à Igreja neste Continente. Bem-aventurada és tu, Igreja na América, que, acolhendo a Boa Nova do Evangelho, geraste à fé numerosos povos! Bem-aventurada por crer, bem-aventurada por esperar, bem-aventurada por amar, porque a promessa do Senhor se cumprirá! Os heróicos esforços missionários e a admirável gesta evangelizadora destes cinco séculos não foram em vão. Hoje podemos dizer que, graças a isso, a Igreja na América é a Igreja da Esperança. Basta ver o vigor de sua numerosa juventude, o valor excepcional que se dá à família, o florecimento das vocações sacerdotais e de consagrados e, sobretudo, a profunda religiosidade dos seus povos. Não esqueçamos que no próximo milênio, já iminente, a América será o continente com o maior número de católicos.

(en lengua francesa)

7. Toutefois, comme les Pères synodaux l’ont souligné, si l’Église en Amérique connaît bien des motifs de se réjouir, elle est aussi confrontée à de graves difficultés et à d’importants défis. Devons-nous pour autant nous décourager? En aucune manière: “Jésus Christ est le Seigneur!” (Ph 2,11). Il a vaincu le monde et il a envoyé son Esprit Saint pour faire toutes choses nouvelles. Serait-il trop ambitieux d’espérer que, après cette Assemblée synodale - le premier Synode américain de l’histoire - se développe sur ce continent majoritairement chrétien une manière plus évangélique de vivre et de partager? Il existe bien des domaines dans lesquels les communautés chrétiennes du Nord, du Centre et du Sud de l’Amérique peuvent manifester leurs liens fraternels, exercer une solidarité réelle et collaborer à des projets pastoraux communs, chacune apportant les richesses spirituelles et matérielles dont elle dispose.

(en lengua inglesa)

8. The Apostle Paul teaches us that in the fullness of time God sent his Son, born of a woman, to redeem us from sin and to make us his sons and daughters. Accordingly, we are no longer servants but children and heirs of God (cf. Gal Ga 4,4-7). Therefore, the Church must proclaim the Gospel of life and speak out with prophetic force against the culture of death. May the Continent of Hope also be the Continent of Life! This is our cry: life with dignity for all! For all who have been conceived in their mother’s womb, for street children, for indigenous peoples and Afro-Americans, for immigrants and refugees, for the young deprived of opportunity, for the old, for those who suffer any kind of poverty or marginalization.

Dear brothers and sisters, the time has come to banish once and for all from the Continent every attack against life. No more violence, terrorism and drug-trafficking! No more torture or other forms of abuse! There must be an end to the unnecessary recourse to the death penalty! No more exploitation of the weak, racial discrimination or ghettoes of poverty! Never again! These are intolerable evils which cry out to heaven and call Christians to a different way of living, to a social commitment more in keeping with their faith. We must rouse the consciences of men and women with the Gospel, in order to highlight their sublime vocation as children of God. This will inspire them to build a better America. As a matter of urgency, we must stir up a new springtime of holiness on the Continent so that action and contemplation will go hand in hand.

(en lengua española)

9. Quiero confiar y ofrecer el futuro del Continente a María Santísima, Madre de Cristo y de la Iglesia. Por eso, tengo la alegría de anunciar ahora que he declarado que el día 12 de diciembre en toda América se celebre a la Virgen María de Guadalupe con el rango litúrgico de fiesta.

¡Oh Madre! tu conoces los caminos que siguieron los primeros evangelizadores del Nuevo Mundo, desde la isla Guanahani y La Española hasta las selvas del Amazonas y las cumbres andinas, llegando hasta la tierra del Fuego en el Sur y los grandes lagos y montañas del Norte. Acompaña a la Iglesia que desarrolla su labor en las naciones americanas, para que sea siempre evangelizadora y renueve su espíritu misionero. Alienta a todos aquellos que dedican su vida a la causa de Jesús y a la extensión de su Reino.

¡Oh dulce Señora del Tepeyac, Madre de Guadalupe! Te presentamos esta multitud incontable de fieles que rezan a Dios en América. Tú que has entrado dentro de su corazón, visita y conforta los hogares, las parroquias y las diócesis de todo el Continente. Haz que las familias cristianas eduquen ejemplarmente a sus hijos en la fe de la Iglesia y en el amor del Evangelio, para que sean semillero de vocaciones apostólicas. Vuelve hoy tu mirada sobre los jóvenes y anímalos a caminar con Jesucristo.

¡Oh Señora y Madre de América! Confirma la fe de nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en todos los campos de la vida social, profesional, cultural y política actúen de acuerdo con la verdad y la ley nueva que Jesús ha traído a la humanidad. Mira propicia la angustia de cuantos padecen hambre, soledad, marginación o ignorancia. Haznos reconocer en ellos a tus hijos predilectos y danos el ímpetu de la caridad para ayudarlos en sus necesidades.

1128 ¡Virgen Santa de Guadalupe, Reina de la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos del Continente. Haz que todos, gobernantes y ciudadanos, aprendan a vivir en la auténtica libertad, actuando según las exigencias de la justicia y el respeto de los derechos humanos, para que así se consolide definitivamente la paz.

¡Para ti, Señora de Guadalupe, Madre de Jesús y Madre nuestra, todo el cariño, honor, gloria y alabanza continua de tus hijos e hijas americanos!



VIAJE PASTORAL A MÉXICO


24 de enero de 1999

Autódromo "Hermanos Rogríguez"

:Queridos hermanos y hermanas,

1. "Estén perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar" (1Co 1,10)

En esta mañana las palabras del apóstol San Pablo nos animan a vivir intensamente este encuentro de fe, como es la celebración eucarística, en "el santo domingo, honrado por la Resurrección del Señor, primicia de todos los demás días" (Dies Domini, 19). Me siento lleno de inmensa alegría al estar aquí presidiendo la Santa Misa.

En el plan de Dios el domingo es el día en que la comunidad cristiana se congrega en torno a la mesa de la Palabra de Dios y la mesa de la Eucaristía. En este importante encuentro estamos llamados por el Señor a renovar y profundizar el don de la fe. ¡Sí, hermanos, el domingo es el día de la fe y de la esperanza; el día de la alegría y de la respuesta gozosa a Cristo Salvador, el día de la santidad! En esta asamblea fraterna vivimos y celebramos la presencia del Maestro, que ha prometido: "Yo estaré con Ustedes hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20).

2. Quiero agradecer ahora las amables palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, presentando la realidad de esta querida comunidad eclesial. Saludo también con afecto al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo Emérito de México, así como a los demás Cardenales y Obispos mexicanos y a los que han venido de otras partes del Continente americano y de Roma. El Papa les anima en el ejercicio de su ministerio y les exhorta a no ahorrar energías en predicar con valor el Evangelio de Cristo.

Saludo también con gran estima a los sacerdotes y a los consagrados y consagradas, alentándolos a santificarse con su irrenunciable entrega a Dios mediante su servicio a la Iglesia y a la nueva evangelización, siguiendo siempre las directrices de sus Pastores. Esto será una gran fuerza para anunciar mejor a Cristo a los demás, especialmente a los más alejados. Tengo asimismo muy presentes a tantas religiosas de clausura, que oran por la Iglesia, por el Papa, por los Obispos y sacerdotes, por los misioneros y por todos los fieles.

Saludo igualmente de manera muy afectuosa a los numerosos indígenas de diversas regiones de México, presentes en esta celebración. El Papa se siente muy cercano a todos Ustedes, admirando los valores de sus culturas, y animándolos a superar con esperanza las difíciles situaciones que atraviesan. Les invito a esforzarse por alcanzar su propio desarrollo y trabajar por su propia promoción. ¡Construyan con responsabilidad su futuro y el de sus hijos! Por eso, pido a todos los fieles de esta Nación que se comprometan a ayudar y promover a los más necesitados de entre Ustedes. Es necesario que todos y cada uno de los hijos de esta Patria tengan lo necesario para llevar una vida digna. Todos los miembros de la sociedad mexicana son iguales en dignidad, pues son hijos de Dios y, por tanto, merecen todo respeto y tienen derecho a realizarse plenamente en la justicia y en la paz.

1129 La palabra del Papa quiere llegar también a los enfermos que no han podido estar aquí con nosotros. Me siento muy cerca de ellos para comunicarles el consuelo y la paz de Cristo. Les pido que, mientras buscan recuperar la salud, ofrezcan su enfermedad por la Iglesia, sabiendo el valor salvífico y la fuerza evangelizadora que tiene el sufrimiento humano asociado al del Señor Jesús.

Agradezco de modo particular a las Autoridades civiles su presencia en esta celebración. El Papa los anima a seguir trabajando diligentemente por el bien de todos, con hondo sentido de la justicia, según las responsabilidades que les han sido encomendadas.

3. En la primera lectura, al referirse a la expectativa mesiánica de Israel, dice el Profeta: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz" (
Is 9,1). Esta luz es Cristo, traída aquí hace casi quinientos años por los doce primeros evangelizadores franciscanos procedentes de España. Hoy somos testigos de una fe arraigada y de los abundantes frutos que dieron el sacrificio y la abnegación de tantos misioneros.

Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, "Cristo es la luz de los pueblos" (Lumen gentium LG 1). Que esta luz ilumine la sociedad mexicana, sus familias, escuelas y universidades, sus campos y ciudades. Que los valores del Evangelio inspiren a los gobernantes para servir a sus conciudadanos, teniendo muy presentes a los más necesitados.

La fe en Cristo es parte integrante de la nación mexicana, estando como grabada de manera indeleble en su historia. ¡No dejen apagar esta luz de la fe! México sigue necesitándola para poder construir una sociedad más justa y fraterna, solidaria con los que nada tienen y que esperan un futuro mejor.

El mundo actual olvida en ocasiones los valores trascendentes de la persona humana: su dignidad y libertad, su derecho inviolable a la vida y el don inestimable de la familia, dentro de un clima de solidaridad en la convivencia social. Las relaciones entre los hombres no siempre se fundan sobre los principios de la caridad y ayuda mutua. Por el contrario, son otros los criterios dominantes, poniendo en peligro el desarrollo armónico y el progreso integral de las personas y los pueblos. Por eso los cristianos han de ser como el "alma" de este mundo: que lo llene de espíritu, le infunda vida y coopere en la construcción de una sociedad nueva, regida por el amor y la verdad.

Ustedes, queridos hijos e hijas, aún en los momentos más difíciles de su historia, han sabido reconocer siempre al Maestro “que tiene palabras de vida eterna” (cf. Jn Jn 6,68). ¡Hagan que la palabra de Cristo llegue a los que aún la ignoran! ¡Tengan la valentía de testimoniar el Evangelio en las calles y plazas, en los valles y montañas de esta Nación! Promuevan la nueva evangelización, siguiendo las orientaciones de la Iglesia.

4. En el salmo responsorial hemos cantado: “El Señor es mi luz y mi salvación” (Ps 26,1). ¿A quién podemos temer si Él está con nosotros? Sean, pues, valientes. Busquen al Señor y en Él encontrarán la paz. Los cristianos están llamados a ser "luz del mundo”(Mt 5,14), iluminando con el testimonio de sus obras a la sociedad entera.

Cuando se emprende firmemente el camino de la fe, se dejan de lado las seducciones que desgarran a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, y no se presta atención a quienes, dando la espalda a la verdad, predican la división y el odio (cf. 2P 2,1-2). Hijos e hijas de México y de América entera, no busquen en ideologías falaces y aparentemente novedosas la verdad de la vida: “Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre” (Incarnationis mysterium, 1).

5. En este Autódromo, convertido hoy como en un gran templo, resuenan con fuerza las palabras con que Jesús comenzó su predicación: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos” (Mt 4,17). Desde sus orígenes, la Iglesia transmite fielmente este mensaje de conversión, para que todos podamos llevar una vida más pura, según el espíritu del Evangelio. El llamado a la conversión se hace más acuciante en estos momentos de preparación al Gran Jubileo, en el que conmemoraremos el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios hace dos mil años.

Al comenzar este año litúrgico, con la Bula "Incarnationis mysterium", indicaba cómo "el tiempo jubilar nos introduce en el recio lenguaje que la pedagogía divina de la salvación usa para impulsar al hombre a la conversión y la penitencia, principio y camino de su rehabilitación" (n. 2). Por eso, el Papa los exhorta a convertir su corazón a Cristo. Es necesario que la Iglesia entera comience el nuevo milenio ayudando a sus hijos a purificarse del pecado y del mal; que extienda sus horizontes de santidad y fidelidad para participar en la gracia de Cristo, que nos ha llamado a ser hijos de la luz y a tener parte en la gloria eterna (cf. Col Col 1,13).

1130 6. “Síganme y los haré pescadores de hombres” (Mt 4,19).

Estas palabras de Jesús, que hemos escuchado, se repiten a lo largo de la historia y en todos los rincones de la tierra. Como el Maestro, hago la misma invitación a todos, especialmente a los jóvenes, a seguir a Cristo. Queridos jóvenes, Jesús llamó un día a Simón Pedro y a Andrés. Eran pescadores y abandonaron sus redes para seguirle. Ciertamente Cristo llama a algunos de Ustedes a seguirlo y entregarse totalmente a la causa del Evangelio. ¡No tengan miedo de recibir esta invitación del Señor! ¡No permitan que las redes les impidan seguir el camino de Jesús! Sean generosos, no dejen de responder al Maestro que llama. Síganle para ser, como los Apóstoles, pescadores de hombres.

Igualmente, animo a los padres y madres de familia a ser los primeros en alimentar la semilla de la vocación en sus hijos, dándoles ejemplo del amor de Cristo en sus hogares, con esfuerzo y sacrificio, con entrega y responsabilidad. Queridos padres: formen a sus hijos según los principios del Evangelio para que puedan ser los evangelizadores del tercer milenio. La Iglesia necesita más evangelizadores. América entera, de la que Ustes forman parte, y especialmente esta querida Nación, tienen una gran responsabilidad de cara al futuro.

Durante mucho tiempo México ha recibido la abnegada y generosa acción evangelizadora de tantos testigos de Cristo. Pensemos sólo en algunas de esas figuras eximias, como Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga. Otros han evangelizado con su testimonio hasta la muerte, como los Beatos niños mártires de Tlaxcala, Cristóbal, Antonio y Juan, o el Beato Miguel Pro y tantos otros sacerdotes, religiosos y laicos mártires. Otros, en fin, han sido confesores como el Obispo Beato Rafael Guizar.

7. Al concluir, quiero dirigir mi pensamiento hacia el Tepeyac, a Nuestra Señora de Guadalupe, Estrella de la primera y de la nueva Evangelización de América. A ella encomiendo la Iglesia que peregrina en México y en el Continente americano, y le pido ardientemente que acompañe a sus hijos a entrar con fe y esperanza en el tercer milenio.

Bajo su cuidado maternal pongo a los jóvenes de esta Patria, así como la vida e inocencia de los niños, especialmente los que corren el peligro de no nacer. Confío a su amorosa protección la causa de la vida: ¡que ningún mexicano se atreva a vulnerar el don precioso y sagrado de la vida en el vientre materno!

A su intercesión encomiendo a los pobres con sus necesidades y anhelos. Ante Ella, con su rostro mestizo, deposito los anhelos y esperanzas de los pueblos indígenas con su propia cultura que esperan alcanzar sus legítimas aspiraciones y el desarrollo al que tienen derecho. Le encomiendo igualmente a los afroamericanos. En sus manos pongo también a los trabajadores, empresarios y a todos los que con su actividad colaboran en el progreso de la sociedad actual.

¡Virgen Santísima! que, como el Beato Juan Diego, podamos llevar en el camino de nuestra vida impresa tu imagen y anunciar la Buena Nueva de Cristo a todos los hombres.



B. Juan Pablo II Homilías 1123