B. Juan Pablo II Homilías 1130


VIAJE PASTORAL A SAN LUIS



«Trans World Dome»

Miércoles 27 de enero de 1999



«En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1Jn 4,9).

1131 Queridos hermanos y hermanas:

1. En la Encarnación, Dios se revela plenamente a sí mismo en el Hijo que vino al mundo (cf. Tertio millennio adveniente,
TMA 9). Nuestra fe no es simplemente el resultado de nuestra búsqueda de Dios. En Jesucristo, Dios viene personalmente a hablarnos y a mostrarnos el camino para llegar a él.

La Encarnación también revela la verdad sobre el hombre. En Jesucristo, el Padre pronunció la palabra definitiva sobre nuestro verdadero destino y sobre el significado de la historia humana (cf. ib., 5). «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4,10). El Apóstol habla del amor que impulsó al Hijo a hacerse hombre y habitar entre nosotros. Por medio de Jesucristo sabemos cuánto nos ama el Padre. En Jesucristo, por el don del Espíritu Santo, cada uno de nosotros puede participar en el amor que es la vida de la santísima Trinidad.

San Juan prosigue: «Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios» (1Jn 4,15). Por la fe en el Hijo de Dios hecho hombre permanecemos en el corazón de Dios: «Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1Jn 4,16). Estas palabras nos revelan el misterio del Sagrado Corazón de Jesús: el amor y la compasión de Jesús son la puerta por la que el amor eterno del Padre se derrama en el mundo. Al celebrar esta misa del Sagrado Corazón, abramos de par en par nuestro corazón a la misericordia salvífica de Dios.

2. En la lectura evangélica que acabamos de escuchar, san Lucas usa la figura del buen Pastor para hablar de este amor divino. El buen Pastor es una imagen que solía usar Jesús en los evangelios. Al responder a los fariseos que criticaban el hecho de que invitaba a los pecadores a comer con él, el Señor les hace esta pregunta: «¿Quién de vosotros que tenga cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el campo, y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido"» (Lc 15,4-6).

Esta parábola muestra la alegría de Cristo y de nuestro Padre celestial por todo pecador que se arrepiente. El amor de Dios es un amor que nos busca. Es un amor que salva. Éste es el amor que encontramos en el Corazón de Jesús.

3. Cuando conocemos el amor que siente el Corazón de Cristo, sabemos que todas las personas, todas las familias y todos los pueblos de la tierra pueden depositar su confianza en ese Corazón. Hemos escuchado a Moisés que decía: «Tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios. (...) Se ha prendado el Señor de vosotros y os ha elegido, (...) por el amor que os tiene» (Dt 7,6-8). Desde los tiempos del Antiguo Testamento, el núcleo de la historia de la salvación consiste en el amor inagotable y la predilección de Dios, y en nuestra respuesta humana a ese amor. Nuestra fe es la respuesta al amor y a la predilección de Dios.

Han pasado trescientos años desde aquel 8 de diciembre de 1698, cuando por primera vez se ofreció el santo sacrificio de la misa en lo que hoy es la ciudad de San Luis. Era la fiesta de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen, y los padres Montigny, Davion y San Cosme erigieron un altar de piedra a orillas del río Misisipí y celebraron la misa. Estos tres siglos han sido la historia del amor de Dios derramado en esta parte de Estados Unidos, y la historia de una respuesta generosa a ese amor.

En esta archidiócesis el mandamiento del amor ha suscitado una serie interminable de actividades por las que hoy damos gracias a nuestro Padre celestial. San Luis ha sido la puerta de acceso al occidente, pero también la puerta del gran testimonio cristiano y del servicio evangélico. Fiel al mandato de Cristo de evangelizar, el primer pastor de esta Iglesia particular, monseñor Joseph Rosati, originario de la ciudad de Sora, muy cerca de Roma, promovió desde el principio una notable actividad misionera. De hecho, hoy podemos contar 46 diócesis diversas en el territorio encomendado al cuidado pastoral de monseñor Rosati.

Saludo con gran afecto a vuestro actual pastor, el querido arzobispo monseñor Rigali, mi valioso colaborador en Roma. En el amor del Señor saludo a toda la Iglesia que está en esta región.

En este territorio, numerosas congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, han trabajado por la causa del Evangelio con dedicación ejemplar, generación tras generación. Aquí pueden hallarse las raíces norteamericanas de los esfuerzos evangelizadores de la Legión de María y de otras asociaciones de apostolado seglar. La actividad de la Sociedad para la propagación de la fe, facilitada por el apoyo generoso de los fieles de esta archidiócesis, es una participación real en la respuesta de la Iglesia al mandato de Cristo de evangelizar. Desde San Luis, el cardenal Ritter envió los primeros sacerdotes fidei donum a América Latina, en 1956, convirtiendo en realidad concreta el intercambio de dones que siempre debería formar parte de la comunión entre las Iglesias. Esta solidaridad en el seno de la Iglesia ha sido el tema central de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos que se celebró el año pasado, y es la idea central de la exhortación apostólica Ecclesia in America, la Iglesia en América, que acabo de firmar y promulgar en el santuario de nuestra Señora de Guadalupe, en la ciudad de México.

1132 4. Aquí, por la gracia de Dios, los diferentes tipos de actividades caritativas han desempeñado un papel fundamental en la vida católica. La Sociedad de San Vicente de Paúl ha ocupado un lugar privilegiado en la archidiócesis ya desde el comienzo. Las asociaciones católicas de beneficencia han llevado a cabo durante muchos años una labor excepcional en nombre de Jesucristo. Los importantes servicios católicos de asistencia sanitaria han manifestado el rostro humano de Cristo, amoroso y compasivo.

Las escuelas católicas han demostrado su valor inestimable para generaciones de niños, enseñándoles a conocer, amar y servir a Dios, y preparándolos para desempeñar responsablemente su papel en la comunidad. Los padres, los maestros, los pastores, los administradores y parroquias enteras han realizado grandes sacrificios para mantener el carácter esencial de la educación católica como un auténtico ministerio de la Iglesia y un servicio evangélico a la juventud. Los objetivos del Plan pastoral estratégico de la archidiócesis: evangelización, conversión, asistencia, educación católica y servicio a los necesitados, tienen aquí una larga tradición.

Hoy, los católicos estadounidenses afrontan el gran desafío de conocer y conservar esta inmensa herencia de santidad y servicio. Esa herencia os debe infundir inspiración y fuerza para la nueva evangelización, tan necesaria en el umbral del tercer milenio cristiano. En la santidad y el servicio de la santa de la ciudad de San Luis, Philippine Duchesne, y de innumerables sacerdotes, religiosos y laicos, desde los albores de la Iglesia en este territorio la vida católica ha manifestado toda su riqueza y su gran esplendor. Hoy se os pide lo mismo.

5. En la nueva evangelización que se está llevando a cabo se debe poner especial énfasis en la familia y en la renovación del matrimonio cristiano.En su misión fundamental de comunicarse amor, de ser con Dios co-creadores de la vida humana y de transmitir el amor de Dios a sus hijos, los padres deben saber que cuentan con el apoyo total de la Iglesia y la sociedad. La nueva evangelización debe suscitar una mayor estima de la familia como célula primera y más vital de la sociedad, como primera escuela de virtudes sociales y de solidaridad (cf. Familiaris consortio
FC 42). La nación va como va la familia.

La nueva evangelización también debe mostrar la verdad según la cual «el evangelio del amor de Dios al hombre, el evangelio de la dignidad de la persona y el evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio» (Evangelium vitae EV 2). Como creyentes, no podemos menos de ver que el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido son un terrible rechazo del don de la vida y del amor de Dios. Y como creyentes, no podemos menos de sentir el deber de dar a los enfermos y a los necesitados el calor de nuestro cariño y el apoyo que les ayudará siempre a abrazar la vida.

La nueva evangelización exige seguidores de Cristo que estén incondicionalmente a favor de la vida: que proclamen, celebren y sirvan al evangelio de la vida en toda situación. Un signo de esperanza es el reconocimiento cada vez mayor de que nunca hay que negar la dignidad de la vida humana, ni siquiera a alguien que haya hecho un gran mal. La sociedad moderna posee los medios para protegerse, sin negar definitivamente a los criminales la posibilidad de enmendarse (cf. Evangelium vitae EV 27). Renuevo el llamamiento que hice recientemente, en Navidad, para que se decida abolir la pena de muerte, que es cruel e innecesaria.

Al acercarse el nuevo milenio, hay otro desafío para la comunidad de San Luis, al este y al oeste del Misisipí, y no sólo para San Luis, sino también para todo el país: poner fin a toda forma de racismo, una plaga que vuestros obispos han definidocomo uno de los males más persistentes y destructores de la nación.

6. Queridos hermanos y hermanas, el evangelio del amor de Dios, que estamos celebrando hoy, encuentra su máxima expresión en la Eucaristía. En la misa y en la adoración eucarística se nos manifiesta el amor misericordioso de Dios, que pasa a través del Corazón de Jesucristo. En nombre de Jesús, el buen Pastor, deseo hacer un llamamiento a los católicos de todos los Estados Unidos y dondequiera lleguen mi voz o mis palabras, especialmente a los que por cualquier razón están alejados de la práctica de su fe. En vísperas del gran jubileo del segundo milenio de la Encarnación, Cristo os está buscando e invitando a volver a la comunidad de fe. ¿No es éste el momento de experimentar la alegría de volver a la casa del Padre? En algunos casos, podrán existir aún obstáculos para la participación eucarística; en otros, podrá haber recuerdos que superar; en todo caso, existe siempre la certeza del amor y de la misericordia de Dios.

El gran jubileo del año 2000 comenzará con la apertura de la Puerta santa en la basílica de San Pedro, en Roma: es un gran símbolo de la Iglesia, abierta a todos los que sienten la necesidad del amor y de la misericordia del Corazón de Cristo. Jesús dice en el evangelio: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto» (Jn 10,9).

Podemos considerar nuestra vida cristiana como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, que pasa por la puerta que es Jesucristo. La llave de esta puerta es el arrepentimiento y la conversión. La fuerza para cruzar el umbral de esta puerta proviene de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor. Para muchos católicos, una parte importante de este itinerario consiste en redescubrir la alegría de pertenecer a la Iglesia, de amar a la Iglesia, ya que el Señor nos la ha dado como Madre y Maestra.

La Iglesia, al vivir en el Espíritu Santo, espera el milenio como un tiempo de gran renovación espiritual. El Espíritu suscitará verdaderamente una nueva primavera de fe si los corazones de los cristianos rebosan de nuevas actitudes de humildad, generosidad y apertura a su gracia purificadora. En las parroquias y las comunidades de este país florecerán la santidad y el servicio cristiano si «conocéis el amor que Dios os tiene, y creéis en él» (cf. 1Jn 4,16).

1133 ¡María, Madre de la misericordia, enseña al pueblo de San Luis y de Estados Unidos a decir sí a tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo!

¡Madre de la Iglesia, a lo largo del camino del gran jubileo del tercer milenio, sé la Estrella que guía con seguridad nuestros pasos hacia el Señor!

¡Virgen de Nazaret, hace dos mil años trajiste al mundo la Palabra encarnada: guía a los hombres y mujeres del nuevo milenio hacia aquel que es la verdadera luz del mundo! Amén.



VIAJE PASTORAL A SAN LUIS



DURANTE EL REZO DE VÍSPERAS


Miércoles 27 de enero de 1999



«Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben» (Ps 67,4).

Queridos hermanos y hermanas:

1. Estamos aquí reunidos, en esta espléndida catedral basílica, para alabar a Dios y hacer que nuestras oraciones suban hasta él como el incienso. Al alabar a Dios, recordamos y reconocemos el dominio de Dios sobre la creación y sobre nuestra vida. La oración de esta tarde nos recuerda que nuestra auténtica lengua materna es la alabanza a Dios, la lengua del cielo, nuestra verdadera casa.

Estamos reunidos en la que ya es la víspera de un nuevo milenio, una coyuntura decisiva para el mundo desde todos los puntos de vista. Cuando observamos el siglo que estamos a punto de concluir, vemos que el orgullo humano y la fuerza del pecado han hecho que muchas personas tuvieran dificultad para hablar su lengua materna. Para poder alabar a Dios, debemos aprender de nuevo la lengua de la humildad y de la confianza, la lengua de la integridad moral y del compromiso sincero en favor de todo lo que es verdaderamente bueno a los ojos del Señor.

2. Acabamos de escuchar una conmovedora lectura en la que el profeta Isaías habla de un pueblo que vuelve del exilio, agobiado y abatido. También nosotros experimentamos a veces el árido desierto: nuestras manos son débiles, nuestras rodillas vacilan y nuestro corazón está asustado. ¡Cuán a menudo la alabanza a Dios muere en nuestros labios y en su lugar brota un lamento! El mensaje del profeta es una exhortación a la confianza, una exhortación a la valentía, una exhortación a la esperanza en la salvación que viene del Señor. ¡Cuán urgente es hoy para todos nosotros esta exhortación: «¡Ánimo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene (...) a salvaros»! (Is 35,3-4).

3. Nuestro amable anfitrión, el arzobispo monseñor Rigali, ha invitado al rezo de las Vísperas a representantes de numerosos y diversos grupos religiosos y de sectores de la sociedad civil. Saludo al vicepresidente de Estados Unidos, y a las demás autoridades civiles y a los líderes de las comunidades aquí presentes. Saludo a mis hermanos y hermanas en la fe católica: a los miembros del laicado, que desean vivir su dignidad bautismal cada vez con mayor intensidad, esforzándose para que el Evangelio influya en las realidades de la vida diaria de la sociedad.

1134 Con afecto saludo a mis hermanos en el sacerdocio, que representan a todos los numerosos, celosos y generosos sacerdotes de San Luis y de las demás diócesis. Deseo que gocéis diariamente durante vuestro encuentro, en la oración y en la Eucaristía, con Jesucristo vivo, cuyo sacerdocio compartís. Saludo con alegría a los diáconos de la Iglesia, y os aliento en vuestro ministerio litúrgico, pastoral y caritativo. Expreso mi agradecimiento en especial a vuestras esposas y a vuestras familias, por el apoyo que os brindan en este ministerio.

Los numerosos religiosos que están aquí esta tarde representan a los miles de hombres y mujeres que han trabajado en la archidiócesis desde el comienzo. Seguís a Cristo, imitando su entrega total al Padre y a la causa de su reino. Os expreso a cada uno mi estima y mi gratitud.

Con gusto quiero dedicar unas palabras de aliento a los seminaristas.Seréis los sacerdotes del nuevo milenio, trabajando con Cristo en la nueva evangelización; ayudando a la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, a afrontar las exigencias del nuevo siglo. Pido todos los días al Señor que os transforme en «pastores según su corazón» (
Jr 3,15).

4. Me complace en particular que distinguidos miembros de otras Iglesias y comunidades eclesiales se hayan unido a la comunidad católica de San Luis en esta celebración de Vísperas. Con esperanza y confianza sigamos trabajando juntos para que se cumpla el deseo del Señor: «Que todos sean uno, (...) para que el mundo crea» (Jn 17,21). Expreso, asimismo, mi amistad y mi estima a los miembros de las demás tradiciones religiosas. En particular, quiero recordar la relación que mantengo desde hace mucho tiempo con los creyentes de fe judía, y mis encuentros en muchas partes del mundo con mis hermanos y hermanas musulmanes. Hoy, la divina Providencia nos ha congregado y permitido orar: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben». Ojalá que esta oración exprese nuestro compromiso común en favor de una comprensión y colaboración cada vez mayores.

5. También deseo manifestar mi aprecio a la comunidad civil de toda el área metropolitana, a todas las personas de la ciudad de San Luis que trabajan por su bienestar humano, cultural y social. Vuestra determinación para afrontar los numerosos desafíos urbanos que tiene planteados la comunidad ayudará a suscitar un renovado «Espíritu de San Luis», a fin de servir a la causa de la ciudad, que es la causa de su pueblo y de sus necesidades. Es preciso prestar atención especial a la formación de los jóvenes, para que participen de forma positiva en la comunidad. A este respecto, comparto la esperanza de la archidiócesis de que el Colegio Cardenal Ritter, de enseñanza preparatoria, sostenido por el esfuerzo común de todos los sectores, pueda seguir ofreciendo a un gran número de jóvenes la oportunidad de gozar de una educación cualificada y aspirar a una genuina realización humana.

En nombre de la Iglesia, doy las gracias a todos, incluida la comunidad económica, por su continuo apoyo a los numerosos y valiosos servicios caritativos, sociales y educativos promovidos por la Iglesia.

6. «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben» (Ps 67,4).

Al final de este siglo, caracterizado a la vez por un progreso sin precedentes y por un trágico costo de sufrimientos humanos, los cambios radicales en la política mundial llevan a Estados Unidos a asumir la gran responsabilidad de ser para el mundo un ejemplo de sociedad auténticamente libre, democrática, justa y humana. El cántico tomado del libro del Apocalipsis, que acabamos de proclamar, ofrece una lección a toda nación poderosa. En realidad, alude al canto de liberación, que Moisés elevó después de haber guiado al pueblo a través del mar Rojo, salvándolo de la ira del faraón. Toda la historia de la salvación ha de leerse desde la perspectiva de este Éxodo: Dios se revela a sí mismo en sus acciones para defender a los humildes de la tierra y liberar a los oprimidos.

De la misma manera, en su cántico del Magníficat, María, la Madre del Redentor, nos da la clave para comprender la intervención de Dios en la historia humana cuando dice: el Señor «dispersó a los soberbios de corazón (...) y enalteció a los humildes» (Lc 1,51-52). La historia de la salvación nos enseña que el poder es responsabilidad; es servicio, no privilegio. Su ejercicio se justifica moralmente cuando se ordena al bien de todos, cuando es sensible a las necesidades de los pobres y los indefensos.

Hay una segunda lección aquí: Dios nos ha dado una ley moral para guiarnos y evitar que volvamos a caer en la esclavitud del pecado y de la mentira. No estamos solos con nuestra responsabilidad por el gran don de la libertad. Los diez mandamientos son la Carta de la verdadera libertad, tanto para las personas como para la sociedad entera.

Estados Unidos proclamó su independencia, ante todo, basándose en verdades morales evidentes. Estados Unidos seguirá siendo un faro de libertad para el mundo siempre que se mantenga fiel a esas verdades morales que son el núcleo mismo de su experiencia histórica. Por eso, Estados Unidos: si quieres la paz, trabaja por la justicia. Si quieres la justicia, defiende la vida. Si quieres la vida, abraza la verdad, la verdad revelada por Dios.

1135 De este modo, la alabanza a Dios, la lengua del cielo, estará siempre en los labios de este pueblo: «El Señor es Dios, el todopoderoso. (...) Venid, postrémonos ante él y adorémoslo». Amén.



FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR



III Jornada de la vida consagrada

Martes 2 de febrero de 1999



1. «Luz para alumbrar a las naciones» (Lc 2,32).

El pasaje evangélico que acabamos de escuchar, tomado del relato de san Lucas, nos recuerda el acontecimiento que tuvo lugar en Jerusalén el día cuadragésimo después del nacimiento de Jesús: su presentación en el templo. Se trata de uno de los casos en que el tiempo litúrgico refleja el histórico, pues hoy se cumplen cuarenta días desde el 25 de diciembre, solemnidad de la Navidad del Señor.

Este hecho tiene su significado. Indica que la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo constituye una especie de bisagra, que separa y a la vez une la etapa inicial de su vida en la tierra, su nacimiento, de la que será su coronación: su muerte y resurrección. Hoy concluimos definitivamente el tiempo navideño y nos acercamos al tiempo de Cuaresma, que comenzará dentro de quince días con el miércoles de Ceniza.

Las palabras proféticas que pronunció el anciano Simeón ponen de relieve la misión del Niño que los padres llevan al templo: «Éste niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones» (Lc 2,34-35). Simeón dice a María: «A ti una espada te atravesará el alma» (Lc 2,35). Acaban de apagarse los cantos de Belén y ya se perfila la cruz del Gólgota, y esto acontece en el templo, el lugar donde se ofrecen los sacrificios. El evento que hoy conmemoramos constituye, por consiguiente, casi un puente entre los dos tiempos fuertes del año de la Iglesia.

2 La segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, ofrece un comentario interesante a este acontecimiento. El autor hace una observación que nos invita a reflexionar: comentando el sacerdocio de Cristo, destaca que el Hijo de Dios «se ocupa (...) de la descendencia de Abraham» (He 2,16). Abraham es el padre de los creyentes. Por tanto, todos los creyentes, de algún modo, están incluidos en esa «descendencia de Abraham» por la que el Niño, que está en los brazos de María, es presentado en el templo. El acontecimiento que se realiza ante los ojos de esos pocos testigos privilegiados constituye un primer anuncio del sacrificio de la cruz.

El texto bíblico afirma que el Hijo de Dios, solidario con los hombres, comparte su condición de debilidad y fragilidad hasta el extremo, es decir, hasta la muerte, con la finalidad de llevar a cabo una liberación radical de la humanidad, derrotando de una vez para siempre al adversario, al diablo, que precisamente en la muerte tiene su punto de fuerza sobre los seres humanos y sobre toda criatura (cf. Hb He 2,14-15).

Con esta admirable síntesis, el autor inspirado expresa toda la verdad sobre la redención del mundo. Pone de relieve la importancia del sacrificio sacerdotal de Cristo, el cual «tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y sumo sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo» (He 2,17).

Precisamente porque pone de manifiesto el vínculo profundo que une el misterio de la Encarnación con el de la Redención, la carta a los Hebreos constituye un comentario adecuado al evento litúrgico que hoy celebramos. Pone de relieve la misión redentora de Cristo, en la que participa todo el pueblo de la nueva alianza.

1136 En esta misión participáis de modo particular vosotros, amadísimas personas consagradas, que llenáis la basílica vaticana y a quienes saludo con gran afecto. Esta fiesta de la Presentación es, de manera especial, vuestra fiesta, pues celebramos la III Jornada de la vida consagrada.

3. Doy las gracias al señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, que preside esta eucaristía. En su persona saludo y expreso mi gratitud a los que, en Roma y en el mundo, trabajan al servicio de la vida consagrada.

En este momento mi pensamiento va, con especial afecto, a todos los consagrados en todas las partes de la tierra: se trata de hombres y mujeres que han elegido seguir de modo radical a Cristo en la pobreza, en la virginidad y en la obediencia. Pienso en los hospitales, en las escuelas, en los oratorios, donde trabajan en actitud de completa entrega al servicio de sus hermanos por el reino de Dios; pienso en los miles de monasterios, donde se vive la comunión con Dios en un intenso ritmo de oración y trabajo; y pienso en los laicos consagrados, testigos discretos en el mundo, y en los muchos que trabajan en la vanguardia con los más pobres y los marginados.

¡Cómo no recordar aquí a los religiosos y religiosas que, también recientemente, han derramado su sangre mientras realizaban un servicio apostólico a menudo difícil y fatigoso! Fieles a su misión espiritual y caritativa, han unido el sacrificio de su vida al de Cristo por la salvación de la humanidad. A toda persona consagrada, pero especialmente a ellos, está dedicada hoy la oración de la Iglesia, que da gracias por el don de esta vocación y ardientemente lo invoca, pues las personas consagradas contribuyen de forma decisiva a la obra de la evangelización, confiriéndole la fuerza profética que procede del radicalismo de su opción evangélica.

4. La Iglesia vive del evento y del misterio. En este día vive del evento de la Presentación del Señor en el templo, tratando de profundizar en el misterio que encierra. En cierto sentido, sin embargo, la Iglesia ahonda en este acontecimiento de la vida de Cristo cada día, meditando en su sentido espiritual. En efecto, cada tarde, en las iglesias y en los monasterios, en las capillas y en las casas, resuenan en todo el mundo las palabras del anciano Simeón que acabamos de proclamar:

«Ahora Señor, según tu promesa
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto
a tu Salvador,
a quien has presentado
ante todos los pueblos:
1137 luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel»

(@LC 2,29-32@).

Así oró Simeón, a quien le fue concedido llegar a ver el cumplimiento de las promesas de la antigua alianza. Así ora la Iglesia, que, sin escatimar energías, se prodiga para llevar a todos los pueblos el don de la nueva alianza.

En el misterioso encuentro entre Simeón y María se unen el Antiguo Testamento y el Nuevo. Juntamente el anciano profeta y la joven Madre dan gracias por esta Luz, que ha impedido que las tinieblas prevalecieran. Es la luz que brilla en el corazón de la existencia humana: Cristo, el Salvador y Redentor del mundo, «luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel».

Amén.



JUAN PABLO II

HOMILÍA

14 de Febrero 1999


1. «Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor» (Salmo responsorial).

En este sexto domingo del tiempo ordinario, pocos días antes del comienzo de la Cuaresma, la liturgia habla del cumplimiento de la ley por parte de Cristo. Él afirma que no ha venido a abolir la ley antigua, sino a darle plenitud. Con el envío del Espíritu Santo, grabará la ley en el corazón de los creyentes, es decir, en el lugar de las opciones personales y responsables. Con ese espíritu se podrá aceptar la ley no como orden externa, sino como opción interior. La ley promulgada por Cristo es, por tanto, una ley de «santidad» (cf. Mt Mt 5,48), es la ley suprema del amor (cf. Jn Jn 15,9-12).

A esta responsabilidad personal, que reside en el corazón del hombre, se refiere también el pasaje tomado del libro del Sirácida que acabamos de escuchar. Subraya la libertad de la persona frente al bien y al mal: Dios ha puesto «ante ti fuego y agua, echa mano a lo que quieras» (Si 15,16). Así, se nos indica el camino para encontrar la verdadera felicidad, que es la escucha dócil y el cumplimiento diligente de la ley del Señor.

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Fulgencio, os saludo con las palabras de la liturgia: «Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor». He venido a encontrarme con vosotros para compartir las alegrías y las esperanzas, los compromisos y las expectativas de vuestra comunidad parroquial.

Saludo en primer lugar al cardenal vicario y al obispo auxiliar del sector; saludo a vuestro querido párroco, don Giorgio Alessandrini, a los sacerdotes que colaboran con él, a los religiosos y a las religiosas que trabajan en el barrio. Deseo dirigir unas palabras de aprecio en especial a las religiosas de Nuestra Señora del Retiro en el Cenáculo y a las religiosas dominicas, que han puesto a disposición de los fieles las capillas situadas dentro de sus casas, para la celebración de las misas de los días festivos, dado que el templo parroquial no puede responder a las exigencias de toda la comunidad. Saludo a cuantos, de diversos modos, trabajan en las asociaciones, los movimientos y los grupos apostólicos, así como en los organismos de participación, cada vez más orientados a hacer de la parroquia una auténtica familia de creyentes. También pienso con afecto en los niños y los jóvenes, en las familias, en los enfermos y los ancianos. Saludo cordialmente a todos los habitantes de esta zona.

1138 3. Amadísimos hermanos y hermanas, en el esfuerzo apostólico diario, como muestra muy bien el apóstol Pablo en la segunda lectura, no hay que seguir la lógica de la «sabiduría de este mundo», sino otra sabiduría, «divina y misteriosa», revelada por Dios en Cristo y por medio del Espíritu (cf. 1Co 2,6-10). Estas palabras son un estímulo y un consuelo para todos los creyentes y, especialmente, para los agentes pastorales deseosos de dar a su acción un gran impulso espiritual, sin buscar éxitos humanos, sino sólo el reino de Dios y su justicia (cf. Mt Mt 6,33).

Sé que os dedicáis con gran celo a lograr que la parroquia sea dinámica y abierta, para responder a los desafíos espirituales del barrio. Proseguid con valentía por este camino, privilegiando los aspectos de la evangelización que llevan a una madura formación cristiana de todos. En primer lugar, promoved el crecimiento interior de las personas con una enseñanza doctrinal bien enraizada en la tradición de la Iglesia. La celosa transmisión del patrimonio de la fe exige atención y métodos adecuados a las diferentes edades, sin descuidar a nadie: niños y jóvenes, familias y ancianos.

Ciertamente, hay que reservar un lugar privilegiado a la pastoral familiar y a la preparación de los jóvenes y los novios para el matrimonio. Al respecto, os felicito porque os preocupáis por favorecer su participación activa en la liturgia e impulsáis a las familias a una confrontación personal con la palabra de Dios. También es indispensable testimoniar de modo concreto la solidaridad hacia los pobres y los que sufren, manifestando a todos el amor misericordioso del Padre celestial. Así, además de la solidez doctrinal y la eficaz organización pastoral, existe una generosa apertura a los hermanos, especialmente a cuantos tienen dificultades, poniendo de relieve la dimensión misionera propia de toda comunidad cristiana.

4. «Haz que el pueblo cristiano (...) sea coherente con las exigencias del Evangelio y se transforme para cada hombre en signo de reconciliación y de paz» (Oración colecta).

Así hemos orado al comienzo de nuestra celebración. Que el Señor nos ayude a ser fieles a él e intrépidos en el testimonio de su mensaje de salvación. Que ayude a vuestra comunidad a crecer en espíritu misionero para que, en el ámbito de la misión ciudadana, difunda el evangelio de la esperanza en todas las casas y en todos los ambientes de vida y trabajo. Lo esperan los habitantes de esta zona, gran parte de los cuales, por formación y actividad social o profesional, tienden a incluir entre los valores fundamentales la protección de su vida privada, a veces, por desgracia, en detrimento de una mayor participación en la vida de la comunidad.

Pienso que precisamente la misión ciudadana puede ser una ocasión propicia para superar estas dificultades. Al transmitir con esmero y entusiasmo a todos los habitantes del barrio la invitación a compartir en la parroquia la experiencia liberadora del encuentro con Cristo, les ayudaréis a crecer juntos en la confianza recíproca y en la comunión de la fe.

¿No es éste el objetivo de la misión ciudadana? Deseo de corazón que también vuestra parroquia, como todas las demás de la diócesis, recorra decisivamente este itinerario de búsqueda del hombre en el ambiente en que vive y trabaja. La cercanía de la histórica cita del jubileo nos impulsa a difundir cada vez con más empeño el Evangelio, que es levadura de auténtica renovación espiritual, social y cultural.

5. Una empresa misionera tan vasta compromete a toda la comunidad eclesial y exige de todos sus miembros una generosa contribución. Una atención muy especial hay que dedicar a los jóvenes, llamados a ser los evangelizadores de sus coetáneos. A propósito de los jóvenes, me complace pensar ya en la Jornada mundial de la juventud del año 2000. Roma se prepara para acoger y vivir con singular intensidad ese momento, que esperamos sea una ocasión de gran profundización vocacional para todos los muchachos y muchachas que participarán en ella, induciéndolos a hacer suya la pregunta: «Maestro, ¿qué he de hacer?» (cf. Mt Mt 19,16 ss). Encomendemos al corazón materno de María a la juventud de Roma y, de modo especial, a la de esta parroquia, para que sepa responder generosamente a la llamada a la santidad, realizando cuanto el Señor pide a cada uno.

Imploremos a la santísima Virgen para toda la comunidad parroquial el don de acoger siempre la voluntad divina y ponerla en práctica fielmente en la vida diaria.

6. «Bendito seas, Padre, (...) porque has revelado los secretos del Reino a la gente sencilla» (Aleluya).

Dios manifiesta su sabiduría y revela sus planes de salvación a la gente sencilla. ¡Cuántas veces lo experimentamos en nuestro trabajo diario! ¡Cuántas veces el Señor elige caminos aparentemente ineficaces para realizar sus providenciales designios de salvación!

1139 ¡Bendito seas, Padre, porque revelas a la gente sencilla la sabiduría divina y misteriosa, que ha permanecido oculta, y has predestinado antes de los siglos para nuestra gloria! (cf. 1Co 2,7).

Ayúdanos a buscar siempre y únicamente tu sabia voluntad. Haz que seamos instrumentos de tu amor, para que caminemos sin cesar en tu ley. Abre nuestros ojos, para que descubramos las maravillas de esta ley; danos inteligencia para que la observemos y cumplamos con todo nuestro corazón. Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1130