B. Juan Pablo II Homilías 1447


SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Y TRASLADO DE LA URNA

CON EL CUERPO DEL BEATO JUAN XXIII

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Domingo 3 de junio de 2001

1. "Se llenaron todos de Espíritu Santo" (Ac 2,4).

Así sucedió en Jerusalén, en Pentecostés.Hoy, congregados en esta plaza, centro del mundo católico, revivimos el clima de aquel día. En nuestro tiempo, al igual que en el Cenáculo de Jerusalén, la Iglesia está impulsada por un "viento impetuoso". Experimenta el soplo divino del Espíritu, que la abre a la evangelización del mundo.

Por una feliz coincidencia, en esta solemnidad tenemos la alegría de acoger, junto al altar, los venerados restos mortales del beato Juan XXIII, que Dios modeló con su Espíritu, haciendo de él un admirable testigo de su amor. Este venerado predecesor mío falleció hace treinta y ocho años, el 3 de junio de 1963, precisamente mientras en la plaza de San Pedro oraba una gran multitud de fieles, reunidos espiritualmente en torno a su cabecera. A aquella plegaria se une esta celebración, y, a la vez que conmemoramos la muerte de este beato Pontífice, alabamos a Dios que lo dio a la Iglesia y al mundo.

1448 Como sacerdote, como obispo y como Papa, el beato Angelo Roncalli fue docilísimo a la acción del Espíritu, que lo guió por el camino de la santidad. Por eso, en la comunión viva de los santos queremos celebrar la solemnidad de Pentecostés en singular sintonía con él, recordando algunas de sus profundas reflexiones.

2. "La luz del Espíritu Santo irrumpe desde las primeras palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles. (...) El viento impetuoso del Espíritu divino precede y acompaña a los evangelizadores, penetrando en el alma de quienes los escuchan y extendiendo la Iglesia católica hasta los confines de la tierra, transcurriendo a través de todos los siglos de la historia" (Discursos, mensajes y coloquios de Su Santidad Juan XXIII, II, p. 398).

Con estas palabras, pronunciadas en Pentecostés de 1960, el Papa Juan XXIII nos ayuda a captar el incontenible impulso misionero propio del misterio que celebramos en esta solemnidad. La Iglesia nace misionera, porque nace del Padre, que envió a Cristo al mundo; nace del Hijo que, muerto y resucitado, envió a los Apóstoles a todas las naciones; y nace del Espíritu Santo, que infunde en ellos la luz y la fuerza necesarias para cumplir esa misión.

También en su dimensión misionera originaria la Iglesia es imagen de la santísima Trinidad: refleja en la historia la sobreabundante fecundidad propia de Dios, manantial subsistente de amor que engendra vida y comunión. Con su presencia y su acción en el mundo, la Iglesia propaga entre los hombres este misterioso dinamismo, difundiendo el reino de Dios, que es "justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (
Rm 14,17).

3. El concilio Vaticano II, que el Papa Juan XXIII anunció, convocó e inauguró, fue consciente de esta vocación de la Iglesia.

Se puede afirmar que el Espíritu Santo fue el protagonista del Concilio, desde que el Papa lo convocó, declarando que había acogido como venida de lo alto una voz íntima que escuchó en su corazón (cf. constitución apostólica Humanae salutis, 25 de diciembre de 1961, n. 6). Aquella "brisa ligera" se convirtió en un "viento impetuoso", y el acontecimiento conciliar tomó la forma de un nuevo Pentecostés. "Con la doctrina y el espíritu de Pentecostés -afirmó el Papa Juan XXIII- es como el gran acontecimiento del Concilio ecuménico cobra vida y vigor" (Discursos, mensajes y coloquios, p. 398).

Amadísimos hermanos y hermanas, si hoy recordamos ese tiempo singular de la Iglesia es porque el gran jubileo del año 2000 se situó en continuidad con el concilio Vaticano II, recogiendo numerosos aspectos tanto de doctrina como de método. Y el reciente consistorio extraordinario ha reafirmado su actualidad y su riqueza para las nuevas generaciones cristianas. Todo esto constituye para nosotros un nuevo motivo de gratitud con respecto al beato Papa Juan XXIII.
4. En el marco de esta celebración, que a Pentecostés añade un acto solemne de veneración, quisiera subrayar de modo particular que el don más valioso que el Papa Juan XXIII ha dejado al pueblo de Dios es él mismo, es decir, su testimonio de santidad.

También puede aplicarse a su persona lo que él mismo afirmó de los santos, a saber, que cada uno de ellos "es una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo" (ib., p. 400). Y al pensar en los mártires y en los Pontífices enterrados en San Pedro, añadía palabras que conmueven al volver a escucharlas hoy: "A veces las reliquias de sus cuerpos se reducen a poco, pero siempre palpita aquí su recuerdo y su oración". Y exclamaba: "¡Oh, los santos, los santos del Señor, que por doquier nos alegran, nos animan y nos bendicen!" (ib., p. 401).

Estas expresiones del Papa Juan XXIII, avaladas por el ejemplo luminoso de su vida, muestran muy bien la importancia de la elección de la santidad como camino privilegiado de la Iglesia al comienzo del nuevo milenio (cf. Novo millennio ineunte NM 30-31). En efecto, la generosa voluntad de colaborar con el Espíritu en la santificación propia y en la de los hermanos es condición previa e indispensable para la nueva evangelización.

5. La evangelización requiere la santidad y esta, a su vez, necesita la savia de la vida espiritual: la oración y la unión íntima con Dios mediante la Palabra y los sacramentos; en suma, necesita la vida personal y profunda en el Espíritu.

1449 A este propósito, ¡cómo no recordar también la rica herencia espiritual que nos dejó el beato Juan XXIII en su Diario del alma! En sus páginas se puede admirar de cerca el esfuerzo diario con que él, ya desde los años del seminario, quiso corresponder plenamente a la acción del Espíritu Santo.Se dejó modelar por el Espíritu día a día, tratando con paciente tenacidad de conformarse cada vez más a su voluntad. Aquí reside el secreto de la bondad con que conquistó al pueblo de Dios y a tantos hombres de buena voluntad.

6. Encomendándonos a su intercesión, queremos pedir hoy al Señor que la gracia del gran jubileo se irradie sobre el nuevo milenio mediante el testimonio de santidad de los cristianos. Profesamos con confianza que esto es posible. Es posible por la acción del Espíritu Paráclito que, según la promesa de Cristo, permanece siempre con nosotros.

Animados por una firme esperanza, digamos con las palabras del beato Juan XXIII: "Oh, Espíritu Santo Paráclito, (...) haz fuerte y continua la oración que elevamos en nombre del mundo entero; apresura para cada uno de nosotros el tiempo de una profunda vida interior; impulsa nuestro apostolado, que quiere llegar a todos los hombres y a todos los pueblos. (...) Mortifica nuestra presunción natural, y llévanos a las regiones de la santa humildad, del verdadero temor de Dios y de la generosa valentía. Que ningún vínculo terreno nos impida cumplir nuestra vocación; que ningún interés, por nuestra indolencia, disminuya las exigencias de la justicia; y que ningún cálculo reduzca los espacios inmensos de la caridad en las estrecheces de los pequeños egoísmos. Que en nosotros todo sea grande: la búsqueda y el culto de la verdad; la disposición al sacrificio hasta la cruz y la muerte; y, por último, que todo corresponda a la extrema oración del Hijo al Padre celestial; y a la efusión que de ti, oh Espíritu Santo de amor, el Padre y el Hijo quisieron hacer sobre la Iglesia y sobre sus instituciones, sobre cada alma y sobre los pueblos" (Discursos, mensajes y coloquios, IV, p. 350).

Veni, Sancte Spiritus, veni! Amen.



MISA DE CANONIZACIÓN - SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD



Domingo 10 de junio de 2001

1. "Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque grande es su amor por nosotros" (Antífona de entrada).

Siempre, pero especialmente en esta fiesta de la Santísima Trinidad, toda la liturgia está orientada al misterio trinitario, manantial de vida para todo creyente.

"Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo": cada vez que proclamamos estas palabras, síntesis de nuestra fe, adoramos al único y verdadero Dios en tres Personas.
Contemplamos con estupor este misterio que nos envuelve totalmente. Misterio de amor; misterio de santidad inefable.

"Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo", cantaremos dentro de poco, al entrar en el corazón de la Plegaria eucarística. El Padre creó todo con sabiduría y amorosa providencia; el Hijo, con su muerte y resurrección, nos ha redimido; el Espíritu Santo nos santifica con la plenitud de sus dones de gracia y misericordia.

Podemos definir con razón esta solemnidad como una fiesta de la santidad.Por tanto, en este día encuentra su marco más adecuado la ceremonia de canonización de cinco beatos: Luis Scrosoppi, Agustín Roscelli, Bernardo de Corleone, Teresa Eustochio Verzeri y Rebeca Petra Choboq Ar-Rayès.

1450 2. "Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 5,1).

Como hemos escuchado en la segunda lectura, para el apóstol san Pablo la santidad es un don que el Padre nos comunica mediante Jesucristo. En efecto, la fe en él es principio de santificación. Por la fe el hombre entra en el orden de la gracia; por la fe espera participar en la gloria de Dios.
Esta esperanza no es un espejismo, sino fruto seguro de un camino ascético en medio de numerosas tribulaciones, afrontadas con paciencia y virtud probada.

Esta fue la experiencia de san Luis Scrosoppi, durante una vida gastada totalmente por amor a Cristo y a sus hermanos, especialmente los más débiles e indefensos.

"¡Caridad, caridad!": esta exclamación brotó de su corazón en el momento de dejar el mundo para ir al cielo. Practicó la caridad de modo ejemplar, sobre todo con las muchachas huérfanas y abandonadas, implicando a un grupo de maestras, con las que fundó el instituto de las "Religiosas de la Divina Providencia".

La caridad fue el secreto de su largo e incansable apostolado, alimentado de su contacto constante con Cristo, contemplado e imitado en la humildad y en la pobreza de su nacimiento en Belén, en la sencillez de la vida laboriosa de Nazaret, en la total inmolación en el Calvario y en el silencio elocuente de la Eucaristía. Por este motivo, la Iglesia lo señala a los sacerdotes y a los fieles como modelo de síntesis profunda y eficaz entre la comunión con Dios y el servicio a los hermanos. En otras palabras, modelo de una existencia vivida en comunión intensa con la santísima Trinidad.

3. "Grande es su amor por nosotros". El amor de Dios a los hombres se manifestó con particular evidencia en la vida de san Agustín Roscelli, a quien hoy contemplamos en el esplendor de la santidad. Su existencia, totalmente impregnada de fe profunda, puede considerarse un don ofrecido para la gloria de Dios y el bien de las almas. La fe lo hizo siempre obediente a la Iglesia y a sus enseñanzas, con una dócil adhesión al Papa y a su obispo. La fe le proporcionó consuelo en las horas tristes, en las grandes dificultades y en las situaciones dolorosas. La fe fue la roca sólida a la que supo aferrarse para no ceder jamás al desaliento.

Sintió el deber de comunicar esa fe a los demás, sobre todo a los que se acercaban a él en el ministerio de la confesión. Se convirtió en maestro de vida espiritual especialmente para las religiosas de la congregación que fundó, las cuales lo vieron siempre sereno, incluso en medio de las situaciones más críticas. San Agustín Roscelli también nos exhorta a confiar siempre en Dios, sumergiéndonos en el misterio de su amor.

4. "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo". A la luz del misterio de la Trinidad cobra singular elocuencia el testimonio evangélico de san Bernardo de Corleone, también él elevado hoy al honor de los altares. Todos se maravillaban y se preguntaban cómo un fraile iletrado como él podía hablar con tanta elevación sobre el misterio de la santísima Trinidad. En efecto, su vida estaba completamente orientada a Dios, a través de un esfuerzo constante de ascesis, impregnada de oración y de penitencia. Quienes lo conocieron testimonian unánimemente que "siempre estaba absorto en oración", "jamás dejaba de orar" y "oraba constantemente" (Summ., 35). De este coloquio ininterrumpido con Dios, que tenía en la Eucaristía su centro de acción, sacaba el alimento vital para su valiente apostolado, respondiendo a los desafíos sociales de su tiempo, no exento de tensiones e inquietudes.

También hoy el mundo necesita santos como fray Bernardo, inmersos en Dios y, precisamente por esto, capaces de transmitirle su verdad y su amor. El humilde ejemplo de este capuchino constituye un aliciente para no dejar de orar, pues la oración y la escucha de Dios son el alma de la auténtica santidad.

5. "El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena" (Antífona de comunión). Teresa Eustochio Verzeri, a quien hoy contemplamos en la gloria de Dios, en su breve pero intensa vida se dejó guiar dócilmente por el Espíritu Santo. Dios se le reveló como misteriosa presencia ante la cual es preciso inclinarse con profunda humildad. Se alegraba al considerarse bajo la constante protección divina, sintiéndose en las manos del Padre celestial, en quien aprendió a confiar siempre.

1451 Abandonándose a la acción del Espíritu, Teresa vivió la particular experiencia mística "de la ausencia de Dios". Sólo una fe inquebrantable evitó que perdiera la confianza en este Padre providente y misericordioso, que la ponía a prueba: "Es justo -escribió- que la esposa, después de seguir al esposo en todas las penas que acompañaron su vida, participe también con él en la más terrible" (Libro de los deberes , III, III 130,0).

Esta es la enseñanza que santa Teresa deja al instituto de las "Hijas del Sagrado Corazón de Jesús", fundado por ella. Esta es la enseñanza que nos deja a todos. Incluso en medio de las contrariedades y los sufrimientos internos y externos es necesario mantener viva la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

6. Al canonizar a la beata Rebeca Choboq Ar-Rayès, la Iglesia ilumina de un modo muy particular el misterio del amor dado y acogido para la gloria de Dios y la salvación del mundo. Esta monja de la Orden Libanesa Maronita deseaba amar y entregar su vida por sus hermanos. En medio de los sufrimientos, que no dejaron de atormentarla durante los últimos veintinueve años de su vida, santa Rebeca manifestó siempre un amor generoso y apasionado por la salvación de sus hermanos, sacando de su unión con Cristo, muerto en la cruz, la fuerza para aceptar voluntariamente y amar el sufrimiento, auténtico camino de santidad.

Que santa Rebeca vele sobre los que sufren y, en particular, sobre los pueblos de Oriente Próximo, que afrontan la espiral destructora y estéril de la violencia. Por su intercesión, pidamos al Señor que impulse a los corazones a buscar con paciencia nuevos caminos para la paz, apresurando la llegada del día de la reconciliación y la concordia.

7. "Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Salmo responsorial, 8, 2. 10). Al contemplar estos luminosos ejemplos de santidad, resuena espontáneamente en el corazón la invocación del salmista. El Señor no cesa de dar a la Iglesia y al mundo ejemplos admirables de hombres y mujeres, en los que se refleja su gloria trinitaria. Que su testimonio nos impulse a mirar al cielo y a buscar siempre el reino de Dios y su justicia.

María, Reina de todos los santos, que fuiste la primera en acoger la llamada del Altísimo, sostennos en el servicio a Dios y a nuestros hermanos. Y vosotros, san Luis Scrosoppi, san Agustín Roscelli, san Bernardo de Corleone, santa Teresa Eustochio Verzeri y santa Rebeca Petra Choboq Ar-Rayès, caminad con nosotros, para que nuestra vida, como la vuestra, sea alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.



SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI




Basílica de San Juan de Letrán

Jueves 14 de junio de 2001



1. "Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum: vere panis filiorum": "Este es el pan de los ángeles, pan de los peregrinos, verdadero pan de los hijos" (Secuencia).

Hoy la Iglesia muestra al mundo el Corpus Christi, el Cuerpo de Cristo. E invita a adorarlo: Venite, adoremus, Venid, adoremos.

La mirada de los creyentes se concentra en el Sacramento, donde Cristo se nos da totalmente a sí mismo: cuerpo, sangre, alma y divinidad. Por eso siempre ha sido considerado el más santo: el "santísimo Sacramento", memorial vivo del sacrificio redentor.

1452 En la solemnidad del Corpus Christi volvemos a aquel "jueves" que todos llamamos "santo", en el que el Redentor celebró su última Pascua con los discípulos: fue la última Cena, culminación de la cena pascual judía e inauguración del rito eucarístico.

Por eso, la Iglesia, desde hace siglos, ha elegido un jueves para la solemnidad del Corpus Christi, fiesta de adoración, de contemplación y de exaltación. Fiesta en la que el pueblo de Dios se congrega en torno al tesoro más valioso que heredó de Cristo, el sacramento de su misma presencia, y lo alaba, lo canta, lo lleva en procesión por las calles de la ciudad.

2. "Lauda, Sion, Salvatorem!" (Secuencia).

La nueva Sión, la Jerusalén espiritual, en la que se reúnen los hijos de Dios de todos los pueblos, lenguas y culturas, alaba al Salvador con himnos y cantos. En efecto, son inagotables el asombro y la gratitud por el don recibido. Este don "supera toda alabanza, no hay canto que sea digno de él" (ib.).


Se trata de un misterio sublime e inefable. Misterio ante el cual quedamos atónitos y silenciosos, en actitud de contemplación profunda y extasiada.

3. "Tantum ergo sacramentum veneremur cernui": "Adoremos, postrados, tan gran sacramento".

En la santa Eucaristía está realmente presente Cristo, muerto y resucitado por nosotros.
En el pan y en el vino consagrados permanece con nosotros el mismo Jesús de los evangelios, que los discípulos encontraron y siguieron, que vieron crucificado y resucitado, y cuyas llagas tocó Tomás, postrándose en adoración y exclamando: "Señor mío y Dios mío" (
Jn 20,28 cf. Jn 20,17-20).

En el Sacramento del altar se ofrece a nuestra contemplación amorosa toda la profundidad del misterio de Cristo, el Verbo y la carne, la gloria divina y su tienda entre los hombres. Ante él no podemos dudar de que Dios está "con nosotros", que asumió en Jesucristo todas las dimensiones humanas, menos el pecado, despojándose de su gloria para revestirnos a nosotros de ella (cf. Jn Jn 20,21-23).

En su cuerpo y en su sangre se manifiesta el rostro invisible de Cristo, el Hijo de Dios, con la modalidad más sencilla y, al mismo tiempo, más elevada posible en este mundo. A los hombres de todos los tiempos, que piden perplejos: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21), la comunidad eclesial responde repitiendo el gesto que el Señor mismo realizó para los discípulos de Emaús: parte el pan. Al partir el pan se abren los ojos de quien lo busca con corazón sincero. En la Eucaristía la mirada del corazón reconoce a Jesús y su amor inconfundible, que se entrega "hasta el extremo" (Jn 13,1). Y en él, en ese gesto suyo, reconoce el rostro de Dios.

4. "Ecce panis angelorum..., vere panis filiorum": "He aquí el pan de los ángeles..., verdadero pan de los hijos".

1453 Con este pan nos alimentamos para convertirnos en testigos auténticos del Evangelio. Necesitamos este pan para crecer en el amor, condición indispensable para reconocer el rostro de Cristo en el rostro de los hermanos.

Nuestra comunidad diocesana necesita la Eucaristía para proseguir en el camino de renovación misionera que ha emprendido. Precisamente en días pasados se ha celebrado en Roma la asamblea diocesana; en ella se analizaron "las perspectivas de comunión, de formación y de carácter misionero en la diócesis de Roma para los próximos años". Es preciso seguir nuestro camino "recomenzando" desde Cristo, es decir, desde la Eucaristía. Caminemos con generosidad y valentía, buscando la comunión dentro de nuestra comunidad eclesial y dedicándonos con amor al servicio humilde y desinteresado de todos, especialmente de las personas más necesitadas.

En este camino Jesús nos precede con su entrega hasta el sacrificio y se nos ofrece como alimento y apoyo. Más aún, no cesa de repetir en todo tiempo a los pastores del pueblo de Dios: "Dadles vosotros de comer" (
Lc 9,13); partid para todos este pan de vida eterna.

Se trata de una tarea difícil y exaltante, una misión que dura hasta el final de los siglos.

5. "Comieron todos hasta saciarse" (Lc 9,17). A través de las palabras del evangelio que acabamos de escuchar nos llega el eco de una fiesta que, desde hace dos mil años, no tiene fin. Es la fiesta del pueblo en camino en el éxodo del mundo, alimentado por Cristo, verdadero pan de salvación.

Al final de la santa misa también nosotros nos pondremos en camino en el centro de Roma, llevando el cuerpo de Cristo escondido en nuestro corazón y muy visible en el ostensorio.
Acompañaremos el Pan de vida inmortal por las calles de la ciudad. Lo adoraremos y en torno a él se congregará la Iglesia, ostensorio vivo del Salvador del mundo.

Ojalá que los cristianos de Roma, fortalecidos por su Cuerpo y su Sangre, muestren a Cristo a todos con su modo de vivir: con su unidad, con su fe gozosa y con su bondad.

Que nuestra comunidad diocesana recomience intrépidamente desde Cristo, Pan de vida inmortal.
Y tú, Jesús, Pan vivo que da la vida, Pan de los peregrinos, "aliméntanos y defiéndenos, llévanos a los bienes eternos en la tierra de los vivos". Amén.



SANTA MISA EN RITO LATINO EN EL AEROPUERTO DE CHAYKA



Domingo 24 de junio de 2001

1454 1. "El Señor desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre" (Is 49,1).

Celebramos hoy la natividad de san Juan Bautista. Las palabras del profeta Isaías se aplican muy bien a esta gran figura bíblica que está entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En el gran ejército de profetas y justos de Israel, Juan "el Bautista" fue puesto por la Providencia inmediatamente antes del Mesías, para preparar delante de él el camino con la predicación y con el testimonio de su vida.

Entre todos los santos y santas, Juan es el único cuya natividad celebra la liturgia. En la primera lectura hemos escuchado que el Señor llamó a su siervo "desde el seno materno". Esta afirmación se refiere, en plenitud, a Cristo, pero, por reflejo, se puede aplicar también a su precursor. Ambos nacieron gracias a una intervención especial de Dios: el primero nace de la Virgen; el segundo, de una mujer anciana y estéril. Desde el seno materno Juan anuncia a Aquel que revelará al mundo la iniciativa de amor de Dios.

2. "Desde el seno de mi madre me llamaste" (Salmo responsorial). Podemos hacer nuestra, hoy, esta exclamación del salmista. Dios nos conoció y amó antes aún que nuestros ojos pudieran contemplar las maravillas de la creación. Todo hombre al nacer recibe un nombre humano.Pero antes aún, posee un nombre divino: el nombre con el cual Dios Padre lo conoce y lo ama desde siempre y para siempre. Eso vale para todos, sin excluir a nadie. Ningún hombre es anónimo para Dios. Todos tienen igual valor a sus ojos: todos son diversos, pero iguales; todos están llamados a ser hijos en el Hijo.

"Juan es su nombre" (Lc 1,63). A sus parientes sorprendidos Zacarías confirma el nombre de su hijo escribiéndolo en una tablilla. Dios mismo, a través de su ángel, había indicado ese nombre, que en hebreo significa "Dios es favorable". Dios es favorable al hombre: quiere su vida, su salvación. Dios es favorable a su pueblo: quiere convertirlo en una bendición para todas las naciones de la tierra. Dios es favorable a la humanidad: guía su camino hacia la tierra donde reinan la paz y la justicia. Todo esto entraña ese nombre: Juan.

Amadísimos hermanos y hermanas, Juan Bautista era el mensajero, el precursor: fue enviado para preparar el camino a Cristo. ¿Qué nos dice la figura de san Juan Bautista precisamente aquí, en Kiev, al inicio de esta peregrinación a vuestra tierra? ¿No es providencial, en cierto sentido, el hecho de que esta figura se dirija a nosotros precisamente en Kiev?

3. Aquí tuvo lugar el bautismo de la Rus'. Desde Kiev comenzó el florecimiento de vida cristiana que el Evangelio suscitaría primero en la tierra de la antigua Rus', luego en los territorios de la Europa del Este, y a continuación, más allá de los Urales, en los territorios asiáticos. Así pues, en cierto sentido, también Kiev ha desempeñado un papel de "precursor del Señor" entre los numerosos pueblos a los que llegaría el anuncio de la salvación partiendo de aquí.

San Vladimiro y los habitantes de la Rus' recibieron el bautismo de misioneros procedentes de Constantinopla, el centro más grande del cristianismo de Oriente, y así la joven Iglesia entró en el ámbito de la riquísima herencia de fe y cultura de la Iglesia bizantina. Fue a fines del primer milenio.
Aun viviendo según dos tradiciones diversas, la Iglesia de Constantinopla y la de Roma seguían todavía en plena comunión. En la carta apostólica Euntes in mundum escribí: "Debemos agradecer juntos al Señor este hecho, que representa hoy un auspicio y una esperanza. Dios quiso que la madre Iglesia, visiblemente unida, acogiera en su seno, ya rico de naciones y pueblos, y en un momento de expansión misionera, tanto en Occidente como en Oriente, a esta nueva hija suya, nacida en las orillas del Dniéper" (n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de marzo de 1988, p. 20).

Así pues, si hoy, al celebrar la Eucaristía según la tradición romana, recordamos aquel momento tan profundamente vinculado a la tradición bizantina, lo hacemos con gratitud. Lo hacemos también con el deseo de que el recuerdo de la única fuente bautismal favorezca la recuperación de aquella situación de comunión en la que la diversidad de las tradiciones no impedía la unidad de la fe y de la vida eclesial.

4. Con el bautismo que tuvo lugar aquí, en Kiev, comenzó la milenaria historia del cristianismo en los territorios de la actual Ucrania y de la región entera. Hoy, al tener la gracia de hallarme en este lugar histórico, mi mirada se dirige a los más de diez siglos durante los cuales la gracia de aquel primer bautismo se ha seguido derramando sobre las generaciones sucesivas de los hijos de esta nación. ¡Qué florecimiento de vida espiritual, litúrgica y eclesial se ha desarrollado por el encuentro de las diversas culturas y tradiciones religiosas! Esa espléndida herencia está ahora encomendada a vosotros, queridos hermanos y hermanas. En estos días de mi peregrinación a vuestra tierra, ruego a Dios, juntamente con vosotros, que vuestra generación, al inicio de un nuevo milenio, esté a la altura de las grandes tradiciones del pasado.

1455 Desde esta ciudad, cuna de la fe cristiana para Ucrania y para la región entera, dirijo la mirada y abrazo con afecto cordial a los hombres que habitan en estas tierras. Saludo, de modo especial, a los señores cardenales Marian Jaworski y Lubomyr Husar, al querido obispo de Kiev-Zitomir, mons. Jan Purwinski, a los venerados hermanos de la Conferencia episcopal ucraniana y del Sínodo de los obispos de la Iglesia greco-católica ucraniana, al clero, a los religiosos, las religiosas y los fieles de vuestras gloriosas y martirizadas Iglesias, que con tanta valentía han mantenido encendida la antorcha de la fe incluso en los tiempos oscuros de la persecución. Saludo al señor presidente de la República Leonid Kuchma y le agradezco su presencia.

5. Pueblo de Dios que crees, esperas y amas en tierra ucraniana, gusta de nuevo con alegría el don del Evangelio, que recibiste hace más de mil años. Contempla, en este día, a san Juan Bautista, modelo perenne de fidelidad a Dios y a su ley. Él preparó a Cristo el camino con el testimonio de su palabra y de su vida. Imítalo con dócil y confiada generosidad.

San Juan Bautista es ante todo modelo de fe. Siguiendo las huellas del gran profeta Elías, para escuchar mejor la palabra del único Señor de su vida, lo deja todo y se retira al desierto, desde donde dirigirá la invitación a preparar el camino del Señor (cf. Mt
Mt 3,3 y paralelos).

Es modelo de humildad, porque a cuantos lo consideran no sólo un profeta, sino incluso el Mesías, les responde: "Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias" (Ac 13,25).

Es modelo de coherencia y valentía para defender la verdad, por la que está dispuesto a pagar personalmente hasta la cárcel y la muerte.

Tierra de Ucrania, impregnada de la sangre de los mártires, ¡gracias por el ejemplo de fidelidad al Evangelio que has dado a los cristianos de todo el mundo! Muchos de tus hijos e hijas han caminado con plena fidelidad a Cristo; muchos de ellos han llevado su coherencia hasta el sacrificio supremo. Su testimonio debe servir de ejemplo y acicate para los cristianos del tercer milenio.
6. En la escuela de Cristo, siguiendo las huellas de san Juan Bautista, de los santos y de los mártires de esta tierra, tened también vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, la valentía de poner siempre en primer lugar los valores espirituales.

Queridos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, que habéis acompañado fielmente a este pueblo a costa de sacrificios personales de todo tipo y lo habéis sostenido en los tiempos oscuros del terror comunista, os doy las gracias y os exhorto a seguir siendo testigos celosos de Cristo y buenos pastores de su grey en la amada Ucrania.

Vosotros, queridos jóvenes, sed fuertes y libres. No os dejéis engañar por espejismos de felicidad barata. Seguid el camino de Cristo: ciertamente, Cristo es exigente, pero puede haceros gustar el sentido pleno de la vida y la paz del corazón.

Vosotros, queridos padres, preparad el camino del Señor ante vuestros hijos. Educadlos con amor y dadles un buen ejemplo de coherencia con los principios que enseñáis. Y vosotros, los que tenéis responsabilidades educativas y sociales, sentíos comprometidos a promover siempre el desarrollo integral de la persona humana, cultivando en los jóvenes un profundo sentido de justicia y solidaridad con los más débiles.

Todos y cada uno sed "luz de las naciones" (Is 49,6).

1456 7. Tú, ciudad de Kiev, sé "luz de Ucrania". De ti salieron los evangelizadores que, en el decurso de los siglos, fueron los "Juan Bautista" de los pueblos que habitaban estas tierras.¡Cuántos de entre ellos sufrieron, como Juan, por dar testimonio de la verdad y con su sangre se han convertido en semilla de nuevos cristianos. Ojalá que no falten en las nuevas generaciones hombres y mujeres del temple de estos gloriosos antepasados.

Virgen santísima, protectora de Ucrania, tú desde siempre has guiado el camino del pueblo cristiano. Sigue velando sobre tus hijos. Ayúdales a no olvidar nunca el "nombre", la identidad espiritual que han recibido en el bautismo. Ayúdales a gozar siempre de la gracia inestimable de ser discípulos de Cristo (cf. Jn
Jn 3,29). Sé tú la guía de cada uno. Tú, Madre de Dios y Madre nuestra, María.



SANTA MISA EN RITO BIZANTINO-UCRANIANO



Lunes 25 de junio de 2001

1. "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

El texto del evangelio de san Juan, recién proclamado, nos lleva con la mente y el corazón al Cenáculo, al lugar de la última Cena, donde Jesús, antes de su pasión, ruega al Padre por los Apóstoles. Acaba de confiarles la sagrada Eucaristía y los ha constituido ministros de la nueva Alianza, continuadores de su misión para la salvación del mundo.

De las palabras del Salvador brota el ardiente deseo de rescatar a la humanidad del espíritu y de las lógicas del mundo. Al mismo tiempo, surge la convicción de que la salvación pasa a través de ese ser "uno", que, según el modelo de la vida trinitaria, debe caracterizar la experiencia diaria y las opciones de todos sus discípulos.

2. "Ut unum sint!", "¡Que todos sean uno!" (Jn 17,21). El Cenáculo es el lugar de la unidad que nace del amor. Es el lugar de la misión: "Para que el mundo crea" (Jn 17,21). No hay auténtica evangelización sin plena comunión fraterna.

Por eso, al atardecer del primer día de la semana, cuando se aparece en el Cenáculo a sus discípulos, el Resucitado reafirma el nexo estrecho que existe entre misión y comunión, diciéndoles: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21), y añade: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,22-23).

También en el Cenáculo, el día de Pentecostés, los Apóstoles reunidos con María, la Madre de Jesús, reciben el Espíritu Santo, que se manifiesta "como una ráfaga de viento impetuoso que viene del cielo y llena toda la casa en la que se encontraban, mientras unas lenguas como de fuego se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos" (Ac 2,3). Del don de Cristo resucitado nace la humanidad nueva, la Iglesia, en la que la comunión vence las divisiones y la dispersión, engendradas por el espíritu del mundo y simbolizadas en la narración bíblica de la torre de Babel: "Cada uno los oía hablar en su propia lengua" (Ac 2,6). Los discípulos, habiendo llegado a ser uno por obra del Paráclito, se convierten en instrumentos de diálogo y de paz, y comienzan su misión de evangelización de los pueblos.

3. "Que todos sean uno". Este es el misterio de la Iglesia querida por Cristo. La unidad fundada en la verdad revelada y en el amor no anula al hombre, su cultura y su historia, sino que lo introduce en la comunión trinitaria, donde todo lo que es auténticamente humano queda enriquecido y potenciado.

Esta liturgia, concelebrada por obispos y sacerdotes católicos de tradición oriental y de tradición latina, también es una expresión de ese misterio. En la humanidad nueva, que nace del corazón del Padre y que tiene como Cabeza a Cristo y vive por el don del Espíritu, existen diversas tradiciones, ritos y disciplinas canónicas que, lejos de menoscabar la unidad del Cuerpo de Cristo, la enriquecen con los dones que aporta cada uno. En ella se repite continuamente el milagro de Pentecostés: hombres de lenguas, tradiciones y culturas diversas se sienten unidos en la profesión de la única fe dentro de la única comunión, que nace de lo alto.


B. Juan Pablo II Homilías 1447