B. Juan Pablo II Homilías 1457

1457 Con estos sentimientos saludo a todos los presentes. Saludo especialmente a los señores cardenales Lubomyr Husar, arzobispo mayor de Lvov de los ucranios, y a Marian Jaworski, arzobispo de Lvov de los latinos, así como a los obispos de los respectivos ritos, a los sacerdotes y a los fieles. Saludo a cada uno de los miembros de la comunidad eclesial, que manifiesta su riqueza multiforme de modo original en esta tierra, donde se encuentran la tradición oriental y la occidental. Vuestra coexistencia en la caridad está llamada a convertirse en modelo de una unidad que vive en el seno de un legítimo pluralismo y está garantizada por el Obispo de Roma, el Sucesor de Pedro.

4. En efecto, ya desde los orígenes vuestra Iglesia ha podido beneficiarse de múltiples relaciones culturales y de testimonios cristianos de diversa proveniencia. Según la tradición, en los albores del cristianismo el mismo apóstol san Andrés, visitando los lugares donde nos encontramos, testimonió su santidad. En efecto, se cuenta que, al contemplar los acantilados del Dniéper, bendijo la tierra de Kiev y dijo: "En estos montes brillará la gloria de Dios". De ese modo anunciaba la conversión a la fe cristiana del gran príncipe de Kiev, el santo bautista Vladimiro, gracias al cual el Dniéper ha llegado a ser el "Jordán de Ucrania" y la capital Kiev una "nueva Jerusalén", madre del cristianismo eslavo en la Europa del Este.

¡Qué testimonios de santidad se han sucedido en vuestra tierra desde el día de su bautismo! Destacan en los comienzos los mártires de Kiev, los príncipes Boris y Hlib, que soléis definir "portadores de pasión", pues aceptaron el martirio de manos de su hermano, sin empuñar las armas contra él. Diseñaron el rostro espiritual de la Iglesia de Kiev, donde el martirio en nombre del amor fraterno, en nombre de la unidad de los cristianos, se ha manifestado como un auténtico carisma universal. También la historia del pasado reciente lo ha confirmado ampliamente.

5. "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados, vuestra vocación" (
Ep 4,4). Las vicisitudes de los mártires de vuestra Iglesia son la realización de las palabras del apóstol san Pablo, que se acaban de proclamar en la lectura de la epístola. Decía a los cristianos de Éfeso: "Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ep 4,1-3).

La independencia recuperada ha abierto un período nuevo y prometedor, que compromete a los ciudadanos, como solía recordar el metropolita Andrej Septyckyj, a fijarse como objetivo "construir la propia casa", Ucrania. Desde hace diez años el país es un Estado libre e independiente. Este decenio ha mostrado que, a pesar de las tentaciones de ilegalidad y corrupción, sus raíces espirituales son fuertes. Deseo de todo corazón que Ucrania siga alimentándose de los ideales de la moral personal, social y eclesial, del servicio al bien común, de la honradez y el sacrificio, sin olvidar el don de los diez mandamientos. Su fe viva y la fuerza de recuperación de su Iglesia son sorprendentes: las raíces de su pasado se han transformado en prenda de esperanza para el futuro.

Amadísimos hermanos y hermanas, la fuerza del Señor, que ha sostenido vuestro país, es una fuerza dulce, que hay que secundar. Actúa a través de vuestra fidelidad y de vuestra generosidad para responder a la invitación de Cristo.

En este momento particular, deseo rendir homenaje a los que os han precedido en la fe y que, a pesar de las grandes pruebas soportadas, han custodiado la sagrada Tradición. Que su ejemplo luminoso os anime a no tener miedo. Rebosantes del Espíritu de Cristo, sed solícitos en la construcción de vuestro futuro según su proyecto de amor.

6. El recuerdo de la secular fidelidad de vuestra tierra al Evangelio nos lleva hoy de modo natural al Cenáculo y a las palabras que pronunció Cristo en la víspera de su pasión.
La Iglesia vuelve constantemente al Cenáculo, donde nació y donde comenzó su misión. La Iglesia necesita volver a ese lugar donde los Apóstoles, después de la resurrección del Señor, quedaron llenos del Espíritu Santo y recibieron el don de lenguas para poder anunciar en medio de los pueblos y las naciones del mundo las maravillas de Dios (cf. Hch Ac 2,11).

Hoy queremos volver espiritualmente al Cenáculo para comprender mejor las razones de la unidad y de la misión, que han guiado hasta aquí, a orillas del Dniéper, los pasos de intrépidos heraldos del Evangelio para que, entre la multitud de las lenguas, no faltara la de los habitantes de la Rus'.
"Ut unum sint". Queremos unirnos a la oración del Señor por la unidad de sus discípulos. Es una ardiente invocación por la unidad de los cristianos. Es una oración incesante, que se eleva desde corazones humildes y dispuestos a sentir, pensar y trabajar generosamente para que se realice el deseo de Cristo. Desde esta tierra, santificada por la sangre de innumerables mártires, elevo con vosotros mi oración al Señor para que todos los cristianos vuelvan a ser "uno", según el anhelo de Jesús en el Cenáculo. Quiera Dios que los cristianos del tercer milenio se presenten al mundo con un solo corazón y una sola alma.

1458 Encomiendo este ardiente deseo a la Madre de Jesús, que desde el principio ora con la Iglesia y por la Iglesia. Ella nos sostenga, como en el Cenáculo, con su intercesión, y nos guíe por el camino de la reconciliación y de la unidad, para que en toda la tierra los cristianos finalmente anuncien juntos a Cristo y su mensaje de salvación a los hombres y mujeres del nuevo milenio.



SANTA MISA EN RITO LATINO Y BEATIFICACIÓN



Martes 26 de junio de 2001

1. "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

El pasaje del Evangelio que hemos proclamado presenta la primera intervención de María en la vida pública de Jesús y pone de relieve su cooperación en la misión del Hijo. En Caná, durante un banquete nupcial en el que participan María, Jesús y sus discípulos, se acaba el vino. María, manifestando su fe en el Hijo y ayudando a los jóvenes esposos que se encuentran en un apuro, pide al Salvador que provea realizando el primer milagro.

"¿Qué nos va a ti y a mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora" (Jn 2,4), le responde Jesús. Ante estas palabras, María no se desanima y, dirigiéndose a los sirvientes, dice: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Renueva su confianza en el Hijo y su intercesión se ve premiada con el milagro.
El episodio evangélico nos invita hoy a contemplar a María como "Auxilio de los cristianos" en todas las necesidades. Sería instructivo considerar las vicisitudes del pueblo fiel para reconocer en ellas los signos de la protección materna de María, siempre solícita del bien de sus hijos.
Podríamos recoger numerosos testimonios de las intervenciones de María para ayudar a las personas y a las comunidades. Pero los testimonios más hermosos precisamente los podemos encontrar en la vida de vuestros santos

Hoy fijamos nuestra mirada en dos hijos de esta tierra, a los que la devoción a la santísima Virgen impulsó a seguir un camino de perfección, reconocido ahora solemnemente. Son el arzobispo José Bilczewski y el sacerdote Segismundo Gorazdowski. Ambos tuvieron un profundo amor a la Madre del Señor. Su vida y su servicio pastoral fueron una respuesta continua a su invitación: "Haced lo que él os diga". Con una obediencia heroica a las enseñanzas del Señor, recorrieron el camino estrecho de la santidad. Ambos vivieron aquí, en Lvov, casi durante los mismos años. Hoy son inscritos juntos en el catálogo de los beatos.

2. Al recordarlos, me complace saludar a todos los aquí presentes. Saludo, de modo especial, a los señores cardenales Marian Jaworski y Lubomyr Husar, a los obispos de la Conferencia episcopal ucraniana y a los del Sínodo de los obispos de la Iglesia greco-católica ucraniana. Os saludo también a vosotros, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, y a cuantos estáis activamente comprometidos en las diferentes actividades pastorales. Dirijo un saludo afectuoso a los jóvenes, a las familias, a los enfermos y a toda la comunidad reunida idealmente aquí para acoger el mensaje espiritual de los nuevos beatos.

Me alegra que la archidiócesis de Lvov cuente con un segundo arzobispo beato. Después de Jacob Strzemie, que guió a este pueblo durante los años 1391-1409 y fue beatificado en 1790, hoy es elevado a la gloria de los altares otro pastor de esta archidiócesis, José Bilczewksi. ¿No es un testimonio de la continuidad de la fe de este pueblo y de la bendición de Dios, que le envía pastores dignos de su vocación? No podemos por menos de dar gracias a Dios por este don concedido a la Iglesia de Lvov.

El arzobispo José Bilczewksi nos invita a vivir con generosidad el amor a Dios y al prójimo. Esta fue la regla suprema de su vida. Ya desde los primeros años de sacerdocio cultivó una ardiente pasión por la verdad revelada, que lo llevó a hacer de la investigación teológica un camino original para traducir en comportamientos concretos el mandamiento del amor a Dios. Tanto en su vida sacerdotal como en los diversos e importantes cargos que desempeñó en la universidad "Juan Casimiro" de Lvov, supo testimoniar siempre, además de su amor a Dios, un gran amor al prójimo. Prestó atención particular a los pobres y mantuvo relaciones respetuosas y cordiales con sus compañeros y con sus estudiantes, que le correspondieron siempre con gran estima y afecto.

1459 Su nombramiento como arzobispo le brindó la ocasión para ensanchar inmensamente los confines de su caridad. En el período particularmente difícil de la primera guerra mundial, el nuevo beato se presentó como el icono vivo del buen Pastor, dispuesto a animar y sostener a sus fieles con palabras inspiradas y llenas de benevolencia. Socorrió a las personas necesitadas, por las que sintió una predilección tan grande, que quiso permanecer con ellas incluso después de su muerte, pidiendo que lo enterraran en el cementerio de Janow, en Lvov, que acogía los restos mortales de los desheredados. Siervo bueno y fiel del Señor, animado por una profunda espiritualidad y una incesante caridad, fue amado y estimado por todos sus conciudadanos, sin distinción de confesión, rito o nacionalidad.

Hoy su testimonio brilla ante nosotros como aliento y estímulo, para que también nuestra acción apostólica, alimentada por una profunda oración y una tierna devoción a la Virgen, esté totalmente consagrada a la gloria de Dios y al servicio de la santa Madre Iglesia, para el bien de las almas.

3. Asimismo, esta beatificación constituye para mí un motivo particular de alegría. El beato José Bilczewski se sitúa en la línea de mi sucesión apostólica. En efecto, él consagró al arzobispo Boleslao Twardowski, el cual, a su vez, ordenó obispo a monseñor Eugenio Baziak, de cuyas manos recibí la ordenación episcopal. Hoy, pues, también yo recibo a un nuevo y particular patrono. Doy gracias a Dios por este admirable don.

Hay otro detalle que no podemos pasar por alto en esta ocasión. El beato arzobispo Bilczewski fue consagrado por el cardenal Juan Puzyna, obispo de Cracovia. Le acompañaron en la ordenación el beato José Sebastián Pelczar, obispo de Przemysl, y el siervo de Dios Andrés Septyckyj, arzobispo greco-católico. ¿No fue un acontecimiento extraordinario? En aquella circunstancia el Espíritu hizo que se reunieran tres grandes pastores, dos de los cuales son proclamados beatos, y el tercero, si Dios quiere, lo será también. En verdad esta tierra merecía verlos juntos en el acto solemne de la creación de un sucesor de los Apóstoles. Merecía verlos unidos. Su unión sigue siendo un signo y una llamada para los fieles de sus respectivas comunidades, pues su ejemplo los impulsa a construir la comunión amenazada por el recuerdo de los acontecimientos históricos y por los prejuicios surgidos del nacionalismo.

Hoy, a la vez que alabamos a Dios por la inquebrantable fidelidad de estos siervos suyos al Evangelio, sentimos el íntimo impulso a reconocer las infidelidades evangélicas en que han incurrido muchos cristianos tanto de origen polaco como ucraniano, residentes en estos lugares. Es tiempo de tomar distancia del pasado doloroso. Los cristianos de las dos naciones deben caminar juntos en nombre del único Cristo, hacia el único Padre, guiados por el mismo Espíritu Santo, fuente y principio de unidad. Quiera Dios que el perdón ofrecido y recibido se difunda como bálsamo benéfico en el corazón de cada uno. Que la purificación de la memoria histórica impulse a todos a hacer que prevalezca lo que une sobre lo que separa, para construir juntos un futuro de respeto recíproco, de colaboración fraterna y de auténtica solidaridad. Hoy el arzobispo José Bilczewski y sus compañeros Pelczar y Septyckyj os exhortan: ¡estad unidos!

Están aquí presentes los fieles de Wilamowice, el pueblo donde nació y de donde procedía el arzobispo Bilczewski. Envío mi saludo a los habitantes de esa región y a los fieles de la parroquia con ocasión de la fiesta de hoy.

4. Durante los años del episcopado de monseñor Bilczewski, también vivió en Lvov la última parte de su existencia terrena don Segismundo Gorazdowski, auténtica perla del clero latino de esta archidiócesis. Su extraordinaria caridad lo llevó a dedicarse sin cesar a los pobres, a pesar de sus precarias condiciones de salud. La figura del joven sacerdote que, olvidándose del grave peligro de contagio, visitaba a los enfermos de Wojnilow y amortajaba los cuerpos de los muertos de cólera, quedó grabada en la memoria de sus contemporáneos como testimonio vivo del amor misericordioso del Salvador.

Tuvo un celo ardiente por el Evangelio, que lo llevó a trabajar en las escuelas, en el campo editorial y en diversas iniciativas catequísticas, sobre todo en favor de los jóvenes. Además, su acción apostólica era confirmada por un compromiso de caridad incesante. Los fieles de Lvov lo recuerdan como el "padre de los pobres" y el "sacerdote de los desheredados". Su creatividad y su entrega en este ámbito casi no tuvieron confines. Como secretario del "Instituto de los pobres cristianos" estuvo presente dondequiera que se elevaba el grito angustiado de la gente, al que trató de responder, precisamente aquí en Lvov, con numerosas instituciones caritativas.

Reconocido en el momento de su muerte como "un verdadero religioso, aunque sin votos especiales", por su plena fidelidad a Cristo pobre, casto y obediente, sigue siendo para todos un testigo privilegiado de la misericordia divina. En particular, es testigo para vosotras, queridas Religiosas de San José, que tratáis de imitarlo fielmente difundiendo el amor a Cristo y a los hermanos mediante obras educativas y asistenciales. Del beato Segismundo Gorazdowski habéis aprendido a fundar la actividad apostólica en una intensa vida de oración. Espero que, como él, conciliéis la acción con la contemplación, alimentando vuestra piedad con una ardiente devoción a la pasión de Cristo, un amor tierno a la Virgen Inmaculada y una veneración muy especial a san José, cuya fe, humildad, prudencia y valentía don Segismundo trataba de imitar.

5. Ojalá que el ejemplo de los beatos José Bilczewski y Segismundo Gorazdowski sea motivo de estímulo para vosotros, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, catequistas y estudiantes de teología. En este momento pienso en vosotros de manera muy especial y os invito a aprender la lección espiritual y apostólica de estos dos beatos pastores de la Iglesia. ¡Imitadlos!
Vosotros, que de diferentes modos prestáis un servicio especial al Evangelio, debéis hacer como ellos todo lo posible para que, con vuestro testimonio, cada hombre, independientemente de su edad, su origen, su formación y su situación social, se sienta amado por Dios en lo más íntimo de su corazón. Esta es vuestra misión.

1460 Que vuestro compromiso prioritario sea amar a todos y estar a disposición de todos, sin faltar jamás a vuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Ciertamente, este es un camino lleno de dificultades e incomprensiones, que a veces puede implicar incluso la persecución.

Los ancianos son muy conscientes de esto. Entre vosotros se encuentran numerosas personas que, en la segunda mitad del siglo pasado, sufrieron mucho a causa de su adhesión a Cristo y la Iglesia. Quiero rendir homenaje a todos vosotros, queridos sacerdotes, religiosos y religiosas que habéis permanecido fieles a este pueblo de Dios. Y a vosotros, que ahora secundáis a estos generosos obreros del Evangelio, procurando proseguir su misión, os digo: ¡no tengáis miedo! Cristo no promete una vida fácil, pero asegura siempre su ayuda.

6. Duc in altum! ¡Rema mar adentro, Iglesia de Lvov de los latinos! El Señor está contigo. No temas frente a las dificultades que también hoy insidian tu camino. Con Cristo saldrás victoriosa. Elige con valentía la santidad: es la premisa segura de la paz verdadera y del progreso duradero.

Amadísimos hermanos y hermanas, os encomiendo a la protección de María, benévola Madre de Dios, a la que desde hace siglos veneráis en la imagen que tendré la alegría de coronar hoy. Me alegra poder arrodillarme también yo ante esta imagen que recuerda los votos del rey Juan Casimiro. La "Graciosa Estrella de Lvov" os sostenga y os alcance la plenitud de las gracias.
Iglesia de Lvov de los latinos, que intercedan por ti todos los santos y santas que han enriquecido tu historia. Te protejan de modo especial los beatos arzobispos Jacob Strzemie y José Bilczewski, con el padre Segismundo Gorazdowski. Avanza confiada en el nombre de Cristo, Redentor del hombre. Amén.



DIVINA LITURGIA DE BEATIFICACIÓN EN RITO BIZANTINO-UCRANIANO



Miércoles 27 de junio de 2001

1. "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).

Esta solemne afirmación de Cristo resuena entre nosotros hoy con particular elocuencia, al proclamar beatos a algunos hijos de esta gloriosa Iglesia de Lvov de los ucranios. La mayor parte de ellos fueron asesinados por odio a la fe cristiana. Algunos sufrieron el martirio en tiempos cercanos a nosotros, y muchos de los presentes en esta divina liturgia los conocieron personalmente. Esta tierra de Halytchyna, que a lo largo de la historia ha visto el desarrollo de la Iglesia ucraniana greco-católica, quedó cubierta, como decía el inolvidable metropolita Josyf Slipyj, "por montañas de cadáveres y ríos de sangre".

Vuestra comunidad es viva y fecunda, y se remonta a la predicación de los santos hermanos Cirilo y Metodio, a san Vladimiro y a santa Olga. El ejemplo de los mártires pertenecientes a diversos períodos de la historia, y sobre todo al siglo pasado, testimonia que el martirio es la medida más alta del servicio a Dios y a la Iglesia. Con esta celebración queremos rendirles homenaje y dar gracias al Señor por su fidelidad.

2. Con este sugestivo rito de beatificación deseo expresar también la gratitud de toda la Iglesia al pueblo de Dios en Ucrania por Mykola Carneckyj y sus 24 compañeros mártires, así como por los mártires Teodoro Romza y Emiliano Kovc, y por la sierva de Dios Josafata Micaela Hordashevska. Como el grano de trigo que cae en la tierra muere para dar vida a la espiga (cf. Jn Jn 12,24), así ellos entregaron su vida para que el campo de Dios produjera una nueva cosecha, más abundante.

Al recordarlos, saludo a cuantos participan en esta concelebración, y en particular a los señores cardenales Lubomyr Husar y Marian Jaworski, así como a los obispos y a los sacerdotes de las Iglesias greco-católica y latina. Al saludar al actual arzobispo mayor de Lvov de los ucranios, mi pensamiento va a sus predecesores, el siervo de Dios Andrés Septyckyj, el heroico cardenal Josyf Slipyj, y el cardenal Myroslav Lubachivsky, fallecido recientemente. Al recordar a los pastores, mi corazón se dirige con afecto a todos los hijos e hijas de la Iglesia greco-católica ucraniana, así como a cuantos siguen esta ceremonia a través de la radio y la televisión desde otras ciudades y naciones.

1461 Expreso mi agradecimiento, en particular, al señor presidente de Ucrania, Leonid Kuchma, por su participación en esta solemne divina liturgia.

3. Los siervos de Dios, inscritos hoy en el catálogo de los beatos, representan a todos los componentes de la comunidad eclesial: hay entre ellos obispos y sacerdotes, monjes, monjas y laicos. Fueron probados de muchos modos por los partidarios de las ideologías nefastas del nazismo y el comunismo. Mi predecesor Pío XII, consciente de los sufrimientos que padecían estos fieles discípulos de Cristo, con íntima participación manifestó su solidaridad con "los que perseveran en la fe y resisten a los enemigos del cristianismo con la misma fuerza indómita con que resistieron un tiempo sus antepasados", y elogió su valentía por permanecer "fielmente unidos al Romano Pontífice y a sus pastores" (encíclica Orientales Ecclesias, 15 de diciembre de 1952: AAS 45 [1953] 8).

Sostenidos por la gracia divina, recorrieron a fondo el camino de la victoria. Es un camino que pasa por el perdón y la reconciliación; un camino que lleva a la luz resplandeciente de la Pascua, después del sacrificio del Calvario. Estos hermanos y hermanas nuestros son los representantes conocidos de una multitud de héroes anónimos -hombres y mujeres, esposos y esposas, sacerdotes y consagrados, jóvenes y ancianos-, que durante el siglo XX, el "siglo del martirio", afrontaron la persecución, la violencia y la muerte con tal de no renunciar a su fe.

No podemos menos de recordar aquí la clarividente y sólida acción pastoral del siervo de Dios metropolita Andrés Septyckyj, cuya causa de beatificación está en curso y al que esperamos ver un día en la gloria de los santos. Debemos referirnos a su heroica acción apostólica para comprender la fecundidad, inexplicable desde el punto de vista humano, de la Iglesia greco-católica ucraniana durante los años oscuros de la persecución.

4. Yo mismo, en mi juventud, fui testigo de esta especie de "apocalipsis". "Mi sacerdocio, ya desde su nacimiento, ha estado inscrito en el gran sacrificio de tantos hombres y mujeres de mi generación" (Don y misterio, BAC, Madrid 1996, p. 52). No debemos olvidarlos, puesto que su recuerdo es una bendición. A ellos va nuestra admiración y nuestra gratitud: como un icono del evangelio de las bienaventuranzas, vivido hasta el derramamiento de la sangre, constituyen un signo de esperanza para nuestro tiempo y para el futuro. Demostraron que el amor es más fuerte que la muerte.

En su resistencia al misterio de la iniquidad pudo brillar, a pesar de la fragilidad humana, la fuerza de la fe y de la gracia de Cristo (cf.
2Co 12,9-10). Su testimonio intrépido se convirtió en semilla de nuevos cristianos (cf. Tertuliano, Apol. 50, 13: CCL 1, 171).

Junto con ellos fueron perseguidos y asesinados a causa de Cristo también los cristianos de otras confesiones. Su martirio común es un fuerte llamamiento a la reconciliación y a la unidad. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI. Que su sacrificio sea una lección concreta de vida para todos.
Ciertamente, no se trata de una empresa fácil. A lo largo de los últimos siglos se han acumulado demasiados estereotipos en el modo de pensar, demasiados resentimientos recíprocos y demasiada intolerancia. El único medio para despejar este camino es olvidar el pasado, pedir y ofrecer el perdón unos a otros por las ofensas causadas y recibidas, y confiar sin reservas en la acción renovadora del Espíritu Santo.

Estos mártires nos enseñan la fidelidad al doble mandamiento del amor: amor a Dios y amor a los hermanos.

5. Queridos sacerdotes, queridos religiosos y religiosas, queridos seminaristas, catequistas y estudiantes de teología, precisamente a vosotros quisiera señalar de modo particular el ejemplo luminoso de estos heroicos testigos del Evangelio. Sed, como ellos, fieles a Cristo hasta la muerte. Si Dios bendice vuestra tierra con numerosas vocaciones; si los seminarios están llenos -y esto es fuente de esperanza para vuestra Iglesia-, se trata ciertamente de uno de los frutos de su sacrificio. Pero esto constituye para vosotros una gran responsabilidad.

Por tanto, digo a los responsables: cuidad atentamente la formación de los futuros sacerdotes y de los llamados a la vida consagrada, en la línea propia de la tradición monástica oriental. Por una parte, poned de relieve el valor del celibato por el reino de los cielos, y, por otra, ponderad también la importancia del sacramento del matrimonio con los compromisos que entraña. El Concilio recordó que la familia cristiana es como una "iglesia doméstica", en la que los padres deben ser para los hijos los primeros heraldos de la fe (cf. Lumen gentium LG 11).

1462 Exhorto a todos los hijos e hijas de la Iglesia a buscar con empeño constante un conocimiento de Cristo cada vez más auténtico y profundo. El clero debe procurar siempre ofrecer a los laicos una seria formación evangélica y eclesial. Que nunca falte en los cristianos el espíritu de sacrificio y que no se debilite la valentía de la comunidad cristiana en la defensa de los oprimidos y los perseguidos, poniendo gran atención en escrutar los signos de los tiempos, para responder así a los desafíos sociales y espirituales del momento.

En este ámbito, os aseguro que seguiré con interés el desarrollo de la tercera sesión del Sínodo de vuestra Iglesia, que se celebrará en el año 2002 y estará dedicada a la lectura eclesial de los problemas sociales de Ucrania. La Iglesia no puede callar cuando está en juego la tutela de la dignidad humana y el bien común.

6. "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (
Jn 15,13). Los mártires que hoy son declarados beatos siguieron al buen Pastor hasta el fin. Que su testimonio no sea para vosotros simplemente un motivo de orgullo, sino que se convierta más bien en una invitación a imitarlos. Con el bautismo, todo cristiano está llamado a la santidad.No a todos se pide, como a estos nuevos beatos, la prueba suprema del derramamiento de la sangre. Pero a cada uno se ha confiado la tarea de seguir diariamente a Cristo con fidelidad y generosidad, como hizo la beata Josafata Micaela Hordashevska, cofundadora de la congregación de las Esclavas de María Inmaculada. Supo vivir de modo extraordinario su adhesión diaria al Evangelio, sirviendo a los niños, a los enfermos, a los pobres, a los analfabetos y a los marginados, en situaciones a menudo difíciles y dolorosas.

Ojalá que la santidad sea el anhelo de todos vosotros, queridos hermanos y hermanas de la Iglesia greco-católica ucraniana. En este camino de santidad y renovación os acompaña María, "que precede a todos al frente del largo séquito de los testigos de la fe en el único Señor" (Redemptoris Mater RMA 30).

Interceden por vosotros los santos y los beatos que en esta tierra de Ucrania alcanzaron la corona de la justicia, y los beatos que hoy celebramos especialmente. Que su ejemplo y su protección os ayuden a seguir a Cristo y a servir fielmente a su Cuerpo místico, la Iglesia. Por su intercesión quiera Dios derramar sobre vuestras heridas el óleo de la misericordia y de la consolación, para que podáis mirar con confianza lo que os espera, con la certeza interior de que sois hijos de un Padre que os ama tiernamente.



SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO



Viernes 29 de junio de 2001

1. "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16).

¡Cuántas veces hemos repetido esta profesión de fe, que un día pronunció Simón, hijo de Jonás, en Cesarea de Filipo! ¡Cuántas veces yo mismo he encontrado en estas palabras una fuerza interior para proseguir la misión que la Providencia me ha confiado!

Tú eres el Cristo. Todo el Año santo nos impulsó a fijar la mirada en "Jesucristo, único Salvador, ayer, hoy y siempre". Cada una de las celebraciones jubilares fue una incesante profesión de fe en Cristo, renovada en común dos mil años después de la Encarnación. A la pregunta, siempre actual, de Jesús a sus discípulos: "Y vosotros ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16,15), los cristianos del año 2000 han respondido una vez más uniendo su voz a la de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo".

2. "¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo" (Mt 16,17).

Después de dos milenios, la "roca" sobre la que está fundada la Iglesia sigue siendo la misma: es la fe de Pedro. "Sobre esta piedra" (Mt 16,18) Cristo construyó su Iglesia, edificio espiritual que ha resistido al embate de los siglos. Desde luego, sólo sobre bases humanas e históricas no hubiera podido resistir el asalto de tantos enemigos.

1463 A lo largo de los siglos, el Espíritu Santo ha iluminado a hombres y mujeres, de todas las edades, vocaciones y condiciones sociales, para que se convirtieran en "piedras vivas" (1P 2,5) de esta construcción. Son los santos, que Dios suscita con inagotable creatividad, mucho más numerosos que los que señala solemnemente la Iglesia como ejemplo para todos. Una sola fe; una sola "roca"; una sola piedra angular: Cristo, Redentor del hombre.

"¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!". La bienaventuranza de Simón es la misma que escuchó María santísima de labios de Isabel: "Bienaventurada tú, que has creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45).

Es la bienaventuranza reservada también a la comunidad de los creyentes de hoy, a la que Jesús repite: ¡Bienaventurada tú, Iglesia del año 2000, que conservas intacto el Evangelio y sigues proponiéndolo con renovado entusiasmo a los hombres del comienzo de un nuevo milenio!
En la fe, fruto del misterioso encuentro entre la gracia divina y la humildad humana que confía en ella, se halla el secreto de la paz interior y de la alegría del corazón que anticipan en cierta medida la felicidad del cielo.

3. "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he conservado la fe" (2Tm 4,7).
La fe se "conserva" dándola (cf. Redemptoris missio RMi 2). Esta es la enseñanza del apóstol san Pablo. Es lo que ha acontecido desde que los discípulos, el día de Pentecostés, al salir del Cenáculo y bajo el impulso del Espíritu Santo, se dispersaron en todas las direcciones. Esta misión evangelizadora prosigue en el tiempo y es la manera normal como la Iglesia administra el tesoro de la fe. Todos debemos participar activamente en su dinamismo.

Con estos sentimientos os dirijo mi más cordial saludo a vosotros, queridos y venerados hermanos, que estáis en torno a mí. De modo especial os saludo a vosotros, queridos arzobispos metropolitanos, que habéis sido nombrados a lo largo del último año y habéis venido a Roma para el tradicional rito de la imposición del palio. Procedéis de veintiún países de los cinco continentes.En vuestros rostros contemplo el rostro de vuestras comunidades: una inmensa riqueza de fe y de historia, que en el pueblo de Dios se compone y se armoniza como en una sinfonía.

Saludo también a los nuevos obispos, ordenados durante este año. También vosotros provenís de diversas partes del mundo. En los diferentes miembros del cuerpo eclesial, que representáis aquí, hay esperanzas y alegrías, pero no faltan ciertamente las heridas. Pienso en la pobreza, en los conflictos, a veces incluso en las persecuciones. Pienso en la tentación del secularismo, de la indiferencia y del materialismo práctico, que mina el vigor del testimonio evangélico. Todo esto no debe debilitar, sino intensificar en nosotros, venerados hermanos en el episcopado, el anhelo de llevar la buena nueva del amor de Dios a todos los hombres.

Oremos para que la fe de san Pedro y san Pablo sostenga nuestro testimonio común y nos disponga, si fuera necesario, a llegar hasta el martirio.

4. Precisamente el martirio fue el coronamiento del testimonio de Cristo que dieron los dos apóstoles que hoy celebramos. Con algunos años de diferencia, uno y otro derramaron su sangre aquí en Roma, consagrándola de una vez para siempre a Cristo. El martirio de san Pedro marcó la vocación de Roma como sede de sus sucesores en el primado que Cristo le confirió al servicio de la Iglesia: servicio a la fe, servicio a la unidad y servicio a la misión (cf. Ut unum sint UUS 88).
Es urgente este anhelo de fidelidad total al Señor; es cada vez más intenso el deseo de la unidad plena de todos los creyentes. Soy consciente de que, "después de siglos de duras polémicas, las otras Iglesias y comunidades eclesiales escrutan cada vez más con una mirada nueva este ministerio de unidad" (ib., 89). Esto vale de modo particular para las Iglesias ortodoxas, como pude notar también en los días pasados durante mi visita a Ucrania. ¡Cómo quisiera que llegara cuanto antes el día de la reconciliación y de la comunión recíproca!

1464 Con este espíritu, me alegra dirigir mi cordial saludo a la delegación del patriarcado de Constantinopla, guiada por su eminencia Jeremías, metropolita de Francia y exarca de España, a quien el patriarca ecuménico Bartolomé I ha enviado para la celebración de San Pedro y San Pablo. Su presencia añade una nota particular de alegría a nuestra fiesta. Que esos dos santos apóstoles intercedan por nosotros, para que nuestro compromiso común nos estimule a preparar el restablecimiento de la unidad, plena y armoniosa, que deberá caracterizar a la comunidad cristiana en el mundo. Cuando esto acontezca, el mundo podrá reconocer más fácilmente el auténtico rostro de Cristo.

5. "He conservado la fe" (
2Tm 4,7). Así afirma el apóstol san Pablo haciendo el balance de su vida. Y sabemos de qué modo la conservó: dándola, difundiéndola, haciéndola fructificar lo más posible. Hasta la muerte.

Del mismo modo, la Iglesia está llamada a conservar el "depósito" de la fe, comunicándolo a todos los hombres y a todo el hombre. Para esto el Señor la envió al mundo, diciendo a los Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19). Ahora, al comienzo del tercer milenio, este mandato misionero es más válido que nunca. Más aún, frente a la amplitud del nuevo horizonte, debe recuperar la lozanía de los comienzos (cf. Redemptoris missio RMi 1).
Si san Pablo viviera hoy, ¿cómo expresaría el anhelo misionero que distinguió su acción al servicio del Evangelio? Y san Pedro ciertamente no dejaría de animarlo en este generoso impulso apostólico, tendiéndole la mano en señal de comunión (cf. Ga Ga 2,9).

Así pues, encomendemos a la intercesión de estos dos santos apóstoles el camino de la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Invoquemos a María, la Reina de los Apóstoles, para que en todas partes el pueblo cristiano crezca en la comunión fraterna y en el impulso misionero.

Quiera Dios que cuanto antes toda la comunidad de los creyentes proclame con un solo corazón y una sola alma: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Tú eres nuestro Redentor, nuestro único Redentor, ayer, hoy y siempre. Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1457