B. Juan Pablo II Homilías 1464


MISA CONCELEBRADA CON LOS SACERDOTES DE AOSTA


20 de julio de 2001

1. "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación, invocando su nombre" (Salmo responsorial).


Las palabras del Salmo responsorial, que acabamos de escuchar, se adaptan muy bien a esta liturgia eucarística, que tengo la alegría de celebrar juntamente con vosotros, amadísimos sacerdotes de la diócesis de Aosta. Os saludo cordialmente a cada uno y os doy las gracias por haber venido aquí, a Les Combes, donde estoy a punto de concluir mi saludable estancia entre los montes del Valle de Aosta. Saludo, en particular, a vuestro obispo, y le agradezco de corazón su solícita cercanía, que he apreciado mucho. Saludo a la comunidad salesiana, que con generosidad me hospeda en esta casa. Renuevo mi gratitud a todos los que durante estos días han contribuido, de diversas maneras, a que tuviera una estancia serena. Por cada uno ofrezco al Señor esta celebración eucarística.

2. "Te ofreceré un sacrificio de alabanza" (Salmo responsorial).

El "sacrificio de alabanza" por excelencia es la Eucaristía. Cada vez que la celebramos, ofrecemos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, el sacrificio agradable a él, para la salvación del mundo.

1465 La vida y la misión del sacerdote están íntimamente vinculadas a la realización de este sacrificio eucarístico. Es más, se puede decir que el presbítero está llamado a identificarse con él, a convertirse él mismo en "sacrificio de alabanza". Pienso, en este momento, en los innumerables santos sacerdotes que se han inmolado juntamente con Cristo al servicio del pueblo cristiano.

Pienso en los que han difundido el buen olor de Cristo en vuestra tierra, sirviendo a la Iglesia de san Anselmo, a la que pertenecéis. "Han cumplido al Señor sus votos, en presencia de todo el pueblo" (cf. Salmo responsorial).

3. El evangelio de hoy, tomado de san Mateo, nos ayuda a profundizar en esta verdad, cuando refiere la célebre expresión que el Señor dirigió a los fariseos: "Si comprendierais lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificio"..." (
Mt 12,7).

En realidad, en la Eucaristía se hace presente todo el misterio de la misericordia divina, que se reveló y cumplió en la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios. El sacrificio que él, Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, ofreció al Padre y ordenó perpetuar en el memorial eucarístico, no se realiza según la antigua ley, sino según el Espíritu, y lleva a cabo la redención de la humanidad porque cumple el designio misericordioso de Dios sobre ella.

En esta línea, en este mismo misterio, se sitúa también -por bondad del Señor que nos ha llamado- nuestro servicio sacerdotal y toda nuestra existencia. El sacerdote, tal como Jesús mismo lo quiso, uniéndolo indisolublemente a los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación, es ministro de Cristo, de su sacrificio y de su misericordia.

4. Amadísimos hermanos, entregándoos de nuevo idealmente la Carta que escribí a los sacerdotes de todo el mundo para el Jueves santo de este año, oro en particular por vosotros y por cuantos trabajan en esta diócesis. Que la experiencia de la misericordia divina os santifique y os convierta en ministros generosos del perdón y la reconciliación.

¡Todo es gracia! Lo es, de modo singular, la vida del sacerdote, ministro de la gracia divina y, por ello, llamado a "vivir con sentido de infinita gratitud el don del ministerio" (Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves santo de 2001, n. 10: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de abril de 2001, p. 7).

Queridos sacerdotes, no temáis dedicar tiempo y energías al sacramento de la reconciliación. Hoy, más que nunca, el pueblo de Dios necesita redescubrirlo, en su sobria dignidad litúrgica, como camino ordinario para el perdón de los pecados graves y también en su benéfica función "humanizadora" (cf. ib., 12-13). Que el santo cura de Ars sea vuestro modelo y guía.

Vele sobre vosotros y sobre vuestro ministerio la Virgen santísima, Madre de la misericordia. A ella os encomiendo a todos vosotros y a vuestras comunidades. Por mi parte, os aseguro un recuerdo constante en la oración, para que repitáis todos los días con gratitud: "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación, invocando su nombre".





SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA



Miércoles 15 de agosto de 2001


1. "El último enemigo aniquilado será la muerte" (1Co 15,26).

1466 Estas palabras de san Pablo, que acaban de resonar en la segunda lectura, nos ayudan a comprender el significado de la solemnidad que hoy celebramos. En María, elevada al cielo al concluir su vida terrena, resplandece la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte, que entró en el mundo a causa del pecado de Adán. Cristo, el "nuevo" Adán, derrotó la muerte, ofreciéndose como sacrificio en el Calvario, con actitud de amor obediente al Padre. Así, nos ha rescatado de la esclavitud del pecado y del mal. En el triunfo de la Virgen la Iglesia contempla a la Mujer que el Padre eligió como verdadera Madre de su Hijo unigénito, asociándola íntimamente al designio salvífico de la Redención.

Por esto María, como pone de relieve la liturgia, es signo consolador de nuestra esperanza. Al fijar nuestra mirada en ella, arrebatada al júbilo del ejército de los ángeles, toda la historia humana, mezcla de luces y sombras, se abre a la perspectiva de la felicidad eterna. Si la experiencia diaria nos permite comprobar cómo la peregrinación terrena está marcada por la incertidumbre y la lucha, la Virgen elevada a la gloria del Paraíso nos asegura que jamás nos faltará la protección divina.

2. "Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol" (
Ap 12,1). Contemplemos a María, amadísimos hermanos y hermanas, reunidos aquí en un día tan importante para la devoción del pueblo cristiano. Os saludo con gran afecto. Saludo de modo particular al señor cardenal Angelo Sodano, mi primer colaborador, y al obispo de Albano, así como a su auxiliar, a quienes agradezco su amable presencia. Saludo asimismo al párroco y a los sacerdotes que colaboran con él, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles presentes, de manera especial a los consagrados salesianos, a la comunidad de Castelgandolfo y a la del palacio pontificio. Extiendo mi saludo a los peregrinos de diversas lenguas que han querido unirse a nuestra celebración. A cada uno deseo que viva con alegría esta solemnidad, rica en motivos de meditación.

Una gran señal aparece hoy para nosotros en el cielo: la Virgen Madre. De ella nos habla, con lenguaje profético, el autor sagrado de libro del Apocalipsis, en la primera lectura. ¡Qué extraordinario prodigio se presenta ante nuestros ojos atónitos! Acostumbrados a ver las realidades de la tierra, se nos invita a dirigir la mirada hacia lo alto: hacia el cielo, nuestra patria definitiva, donde nos espera la Virgen santísima.

El hombre moderno, quizá más que en el pasado, se siente arrastrado por intereses y preocupaciones materiales. Busca seguridad, pero a menudo experimenta soledad y angustia. ¿Y qué decir del enigma de la muerte? La Asunción de María es un acontecimiento que nos afecta de cerca, precisamente porque todo hombre está destinado a morir. Pero la muerte no es la última palabra, pues, como nos asegura el misterio de la Asunción de la Virgen, se trata de un paso hacia la vida, al encuentro del Amor. Es un paso hacia la bienaventuranza celestial reservada a cuantos luchan por la verdad y la justicia y se esfuerzan por seguir a Cristo.

3. "Desde ahora me felicitarán todas las generaciones" (Lc 1,48). Así exclama la Madre de Cristo durante el encuentro con su prima santa Isabel. El evangelio acaba de proponernos de nuevo el Magníficat, que la Iglesia canta todos los días. Es la respuesta de la Virgen a las palabras proféticas de santa Isabel: "Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45).

En María la promesa se hace realidad: dichosa es la Madre y dichosos seremos nosotros, sus hijos, si, como ella, escuchamos y ponemos en práctica la palabra del Señor.

Que esta solemnidad abra nuestro corazón a esa perspectiva superior de la existencia. Que la Virgen, a la que hoy contemplamos resplandeciente a la derecha del Hijo, ayude a vivir al hombre de hoy, creyendo "en el cumplimiento de la palabra del Señor".

4. "Hoy los hijos de la Iglesia en la tierra celebran con júbilo el tránsito de la Virgen a la ciudad superior, la Jerusalén celestial" (Laudes et hymni, VI). Así canta la liturgia armenia hoy. Hago mías estas palabras, pensando en la peregrinación apostólica a Kazajstán y Armenia que, si Dios quiere, realizaré dentro de poco más de un mes. A ti, María, te encomiendo el éxito de esta nueva etapa de mi servicio a la Iglesia y al mundo. Te pido que ayudes a los creyentes a ser centinelas de la esperanza que no defrauda, y a proclamar sin cesar que Cristo es el vencedor del mal y de la muerte. Ilumina tú, Mujer fiel, a la humanidad de nuestro tiempo, para que comprenda que la vida de todo hombre no se extingue en un puñado de polvo, sino que está llamada a un destino de felicidad eterna.

María, "que eres la alegría del cielo y de la tierra", vela y ruega por nosotros y por el mundo entero, ahora y siempre. Amén.



MISA PRESIDIDA POR EL ROMANO PONTÍFICE EN FROSINONE (ITALIA)



Domingo 16 de septiembre de 2001



1467 1. "Danos, Padre, la alegría del perdón" (cf. Salmo responsorial).

La alegría del perdón: esta es la "buena nueva" que hoy la liturgia hace resonar con vigor entre nosotros. El perdón es alegría de Dios, antes que alegría del hombre. Dios se alegra al acoger al pecador arrepentido; más aún, él mismo, que es Padre de infinita misericordia, "dives in misericordia", suscita en el corazón humano la esperanza del perdón y la alegría de la reconciliación.

Con este anuncio de consolación y paz vengo a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de la querida Iglesia de Frosinone-Veroli-Ferentino, para devolveros la visita que, el 2 de diciembre del año pasado, me hicisteis en la plaza de San Pedro, con ocasión de vuestra peregrinación jubilar. Doy gracias a la Providencia divina que me ha guiado hasta vosotros.

Agradezco a vuestro obispo, el querido monseñor Salvatore Boccaccio, los fervientes sentimientos que me ha manifestado en nombre de todos. Que el Señor conceda frutos abundantes a su celo pastoral. Me alegra saludar también al obispo emérito, monseñor Angelo Cella, a los cardenales y obispos presentes, así como a los sacerdotes concelebrantes, a la vez que aseguro una oración especial por los más ancianos o enfermos, que se unen espiritualmente a nosotros. Saludo a los representantes del Gobierno italiano y a las autoridades regionales, provinciales y municipales, con especial gratitud al alcalde y a la administración de Frosinone. A cada uno de vosotros, hermanos y hermanas reunidos aquí, dirijo mi cordial saludo y mi agradecimiento sincero por la cordial acogida.

2. "Dios es más grande que nuestro corazón". Así hemos cantado en el Aleluya. En la primera lectura Moisés demuestra conocer el corazón de Dios, invocando su perdón para el pueblo infiel (cf. Ex
Ex 32,11-13), pero es la página evangélica de hoy la que nos introduce plenamente en el misterio de la misericordia de Dios: Jesús nos revela a todos el rostro de Dios, haciéndonos penetrar en su corazón de Padre, dispuesto a alegrarse por la vuelta del hijo perdido.

También es testigo privilegiado de la misericordia divina el apóstol san Pablo, que, como hemos proclamado en la segunda lectura, al escribir a su fiel colaborador Timoteo, aduce su propia conversión como prueba de que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores (cf. 1Tm 1,15-16).

Esta es la verdad que la Iglesia no se cansa de proclamar: Dios nos ama con un amor infinito. Dio a la humanidad a su Hijo unigénito, muerto en la cruz para el perdón de nuestros pecados. Así, creer en Jesús significa reconocer en él al Salvador, a quien podemos decir desde lo más profundo de nuestro corazón: "Tú eres mi esperanza" y, juntamente con todos nuestros hermanos, "tú eres nuestra esperanza".

3. Jesús, nuestra esperanza. Queridos hermanos, sé que esta expresión ya os resulta familiar. En efecto, es el tema del proyecto pastoral que vuestra diócesis ha elaborado para los próximos años. Ojalá que mi visita contribuya a imprimir aún más esta certeza en vuestro corazón. El compromiso, las iniciativas, el trabajo de cada uno y de todas las comunidades deben convertirse en testimonio evangélico, arraigado en la experiencia gozosa del amor y del perdón de Dios.

¡El perdón de Dios! Que este anuncio de felicidad, que el mundo necesita hoy particularmente, esté de modo especial en el centro de vuestra vida, queridos sacerdotes, llamados a ser ministros de la misericordia divina, que se manifiesta en su grado supremo en el perdón de los pecados. Precisamente al sacramento de la reconciliación quise dedicar la Carta a los sacerdotes del pasado Jueves santo. Y por eso, queridos hermanos en el sacerdocio, hoy vuelvo a entregaros idealmente este mensaje, invocando para cada uno de vosotros y para todo el presbiterio la sobreabundancia de gracia de la que nos ha hablado el apóstol san Pablo (cf. 1Tm 1,14).

Y vosotros, religiosos y religiosas, irradiad con vuestro ejemplo la alegría de quien ha experimentado el misterio del amor de Dios, expresado muy bien en el Aleluya: "Hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (1Jn 4,16).

4. En nuestro tiempo, es urgente proclamar a Cristo, Redentor del hombre, para que su amor sea conocido por todos y se difunda por doquier. El gran jubileo del año 2000 fue un vehículo providencial de este anuncio. Pero es preciso seguir recorriendo este camino. Por eso, en la clausura del Año santo, volví a dirigir a la Iglesia y al mundo la invitación que Cristo hizo a Pedro: "Duc in altum, Rema mar adentro" (Lc 5,4).

1468 A ti, querida diócesis de Frosinone-Veroli-Ferentino, te renuevo esta invitación, para que te impulse a una valiente renovación espiritual, traducida en una concreta programación pastoral. Construye tu presente y tu futuro teniendo fija tu mirada en Jesús. Él es todo: todo para la Iglesia, todo para la salvación del hombre. A partir del jubileo, la Iglesia universal busca el rostro de Cristo. Ahora debe percibir cada vez más esta exigencia, el deseo de contemplar la luz que irradia ese Rostro, para reflejarla en su camino diario: Jesús-Hijo de Dios; Jesús-Eucaristía; Jesús-caridad. ¡Jesús, nuestra esperanza! Jesús, todo para nosotros.

Ojalá que se multipliquen en las comunidades parroquiales los momentos fuertes de estudio y reflexión sobre la palabra de Dios. Meditar, profundizar y amar la sagrada Escritura quiere decir ponerse a la escucha humilde y atenta del Señor, para que la comunidad crezca en torno a la mesa de esta Palabra: ella ilumina las orientaciones y las opciones, muestra los objetivos que hay que alcanzar, pero, ante todo, hace arder la fe en los corazones, alimenta la esperanza, y da vigor al deseo de anunciar a todos la buena nueva. Esta es la nueva evangelización, para la cual vuestra comunidad diocesana ha instituido un "Centro pastoral" específico.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, que la Eucaristía sea el centro y la guía de vuestro itinerario espiritual y apostólico. En efecto, la vida sacramental es fuente de gracia y salvación para la Iglesia. Todo parte de Cristo-Eucaristía y todo vuelve a Cristo vivo, corazón del mundo, corazón de la comunidad diocesana y parroquial. Si, como os deseo, lográis poner a Cristo en el centro de vuestra vida, descubriréis que no sólo os pide a cada uno acogerlo personalmente, sino también ofrecerlo, darlo, transmitirlo, comunicarlo a los demás. Así, en su nombre os convertiréis en "buenos samaritanos" para las personas necesitadas, para los pobres, para los últimos y para tantos inmigrantes que han venido a esta región desde países lejanos. Experimentaréis que toda la actividad pastoral de los centros diocesanos "para el culto y la santificación" y "para el servicio y el testimonio de la caridad" brota de la fuente sobreabundante de santidad que es el misterio eucarístico, y a todos llama a tender a la santidad.

Tras la huellas de los santos y santas de esta tierra de Ciociaria, también vosotros tened como objetivo fundamental llegar a ser santos, como es santo el Padre celestial, como es santo el Hijo Jesucristo y como es santo el Espíritu Santo que habita en nuestro corazón. Y se llega a ser santo con la oración, con la participación en la Eucaristía, con las obras de caridad y con el testimonio de una vida humilde y generosa en el bien.

6. Quiero dirigir ahora mi palabra en particular a los padres.Queridas madres y queridos padres, con vuestra entrega mostrad a vuestros hijos que Dios es bueno y grande en el amor. Indicadles con una vida honrada y laboriosa que la santidad es el camino "normal" de los cristianos.

El domingo 21 de octubre tendré la alegría de elevar al honor de los altares a una pareja de esposos romanos: los cónyuges Luigi y María Beltrame Quattrocchi. Esta beatificación se celebrará en el ámbito del Encuentro nacional de las familias organizado por la Conferencia episcopal italiana, que tendrá lugar en Roma, en la plaza de San Pedro, el sábado 20 de octubre por la tarde y el domingo 21. A estas dos citas de gran significado, en las que quiero participar personalmente, invito a los obispos, a los sacerdotes y a todas las familias italianas, de modo especial a las de la región del Lacio, donde vivieron los dos nuevos beatos. Será una ocasión para reflexionar en la vocación de las familias cristianas a la santidad y, al mismo tiempo, para tomar mayor conciencia de la función social de la familia y pedir a las instituciones que la defiendan y la promuevan con leyes y normas adecuadas.

Diócesis de Frosinone-Veroli-Ferentino, ¡sé una familia de santos! En esta amada tierra de Ciociaria, patria de ilustres personajes y generosos servidores del Evangelio, sé "sal de la tierra" y "luz del mundo" (
Mt 5,13-14).

Que María, Madre de la Iglesia, te acompañe con su intercesión para que, así como has orado intensamente preparando mi visita pastoral, así también sigas siendo una comunidad viva, firme en la fe, unida en la esperanza y perseverante en la caridad. Amén.



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Astana- Plaza de la Madre Patria

Domingo 23 de septiembre de 2001

1. "Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos" (1Tm 2,5).

1469 En esta expresión del apóstol san Pablo, tomada de la primera carta a Timoteo, está contenida la verdad central de la fe cristiana. Me alegra poder anunciárosla hoy a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de Kazajstán. En efecto, estoy entre vosotros como apóstol y testigo de Cristo; estoy entre vosotros como amigo de todo hombre de buena voluntad. A todos y cada uno vengo a ofrecer la paz y el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Conozco vuestra historia. Conozco los sufrimientos que habéis padecido muchos de vosotros, cuando el régimen totalitario anterior os arrancó de vuestra tierra de origen y os deportó en condiciones de grave malestar y privación. Me alegra poder estar aquí hoy entre vosotros para deciros que el corazón del Papa está cerca de vosotros.

Os abrazo con afecto a cada uno, queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio. En particular, saludo al obispo Tormasz Peta, administrador apostólico de Astana, y le agradezco los sentimientos que ha expresado en nombre de todos. Saludo a los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, así como a los representantes de las diferentes religiones presentes en esta vasta región euroasiática. Saludo al señor presidente de la República, a las autoridades civiles y militares, y a todos los que han querido unirse a esta celebración.

2. "Dios es uno". El Apóstol afirma ante todo la absoluta unicidad de Dios. Los cristianos han heredado esta verdad de los hijos de Israel y la comparten con los fieles musulmanes: es la fe en el único Dios, "Señor del cielo y de la tierra" (
Lc 10,21), omnipotente y misericordioso.

En el nombre de este único Dios, me dirijo al pueblo de Kazajstán, que tiene antiguas y profundas tradiciones religiosas. Me dirijo también a cuantos no se adhieren a una fe religiosa y a los que buscan la verdad. Quisiera repetirles las célebres palabras de san Pablo, que tuve la alegría de volver a escuchar el pasado mes de mayo en el Areópago de Atenas: "Dios no se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos" (Ac 17,27-28). Me viene a la mente lo que escribió vuestro gran poeta Abai Kunanbai: "¿Se puede dudar de su existencia, si todo sobre la tierra es su testimonio?" (Poesía 14).

3. "Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús". Después de referirse al misterio de Dios, el Apóstol dirige su mirada a Cristo, único mediador de salvación. Una mediación -subraya san Pablo en otra de sus cartas- que se realiza en la pobreza: "Siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2Co 8, 9, citado en el Aleluya).

Jesús "no hizo alarde de su categoría de Dios" (Ph 2,6); no quiso presentarse a nuestra humanidad, que es frágil e indigente, con su abrumadora superioridad. Si lo hubiera hecho, no habría obedecido a la lógica de Dios, sino a la de los poderosos de este mundo, criticada sin ambages por los profetas de Israel, como Amós, de cuyo libro está tomada la primera lectura de hoy (cf. Am Am 8,4-6).

La vida de Jesús fue coherente con el designio salvífico del Padre, "que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2, 4). Él testimonió con fidelidad esta voluntad, ofreciéndose "en rescate por todos" (1Tm 2,6). Al entregarse totalmente por amor, nos consiguió la amistad con Dios, perdida a causa del pecado. También a nosotros nos recomienda esta "lógica del amor", pidiéndonos que la apliquemos sobre todo mediante la generosidad hacia los necesitados. Es una lógica que puede unir a cristianos y musulmanes, comprometiéndolos a construir juntos la "civilización del amor". Es una lógica que supera cualquier astucia de este mundo y nos permite granjearnos amigos verdaderos, que nos acojan "en las moradas eternas" (cf. Lc Lc 16,9), en la "patria" del cielo.

4. Amadísimos hermanos, la patria de la humanidad es el reino de Dios.Es muy elocuente para nosotros meditar en esta verdad precisamente aquí, en la plaza dedicada a la Madre Patria, ante este monumento que la representa simbólicamente. Como enseña el concilio ecuménico Vaticano II, existe una relación entre la historia humana y el reino de Dios, entre las realizaciones parciales de la convivencia civil y la meta última, a la que, por libre iniciativa de Dios, está llamada la humanidad (cf. Gaudium et spes, GS 33-39).

El décimo aniversario de la independencia de Kazajstán, que celebráis este año, nos lleva a reflexionar en esta perspectiva. ¿Qué relación existe entre esta patria terrena, con sus valores y sus metas, y la patria celestial, en la que, superando toda injusticia y todo conflicto, está llamada a entrar la familia humana entera? La respuesta del Concilio es iluminadora: "Aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al reino de Dios" (ib., 39).

5. Los cristianos son, a la vez, habitantes del mundo y ciudadanos del reino de los cielos. Se comprometen sin reservas en la construcción de la sociedad terrena, pero permanecen orientados hacia los bienes eternos, siguiendo un modelo superior, trascendente, para realizarlo cada vez más y cada vez mejor en la vida diaria.

1470 El cristianismo no es alienación del compromiso terreno. Si en algunas situaciones contingentes a veces da esta impresión, se debe a la incoherencia de muchos cristianos. En realidad, el cristianismo auténticamente vivido es como levadura para la sociedad: la hace crecer y madurar en el plano humano y la abre a la dimensión trascendente del reino de Cristo, realización plena de la humanidad nueva.

Este dinamismo espiritual encuentra su fuerza en la oración, como nos acaba de recordar la segunda lectura. Y es lo que, en esta celebración, queremos hacer orando por Kazajstán y por sus habitantes, a fin de que este gran país, dentro de la variedad de sus componentes étnicos, culturales y religiosos, progrese en la justicia, la solidaridad y la paz; para que progrese especialmente gracias a la colaboración de cristianos y musulmanes, comprometidos cada día, juntos, en la humilde búsqueda de la voluntad de Dios.

6. La oración siempre debe ir acompañada por obras coherentes. La Iglesia, fiel al ejemplo de Cristo, no separa nunca la evangelización de la promoción humana, y exhorta a sus fieles a ser en todo ambiente promotores de renovación y de progreso social.

Amadísimos hermanos y hermanas, ojalá que la "madre patria" de Kazajstán encuentre en vosotros hijos devotos y solícitos, fieles al patrimonio espiritual y cultural heredado de vuestros padres, y capaces de adaptarlo a las nuevas exigencias.

De acuerdo con el modelo evangélico, distinguíos por la humildad y la coherencia, haciendo fructificar vuestros talentos al servicio del bien común y privilegiando a las personas más débiles y desvalidas. El respeto a los derechos de cada uno, aunque tengan convicciones personales diferentes, es el presupuesto de toda convivencia auténticamente humana.

Vivid un profundo y efectivo espíritu de comunión entre vosotros y con todos, inspirándoos en lo que los Hechos de los Apóstoles atestiguan de la primera comunidad de los creyentes (cf. Hch
Ac 2,44-45 Ac 4,32). Testimoniad en el amor fraterno y en el servicio a los pobres, a los enfermos y a los excluidos, la caridad, que alimentáis en la mesa eucarística. Sed artífices de encuentro, reconciliación y paz entre personas y grupos diferentes, cultivando el auténtico diálogo, para que prevalezca siempre la verdad.

7. Amad la familia. Defended y promoved esta célula fundamental del organismo social; cuidad de este primordial santuario de la vida. Acompañad con esmero el camino de los novios y de los matrimonios jóvenes, para que sean ante sus hijos y ante toda la comunidad signo elocuente del amor de Dios.

Amadísimos hermanos, con alegría y emoción deseo dirigiros a vosotros, aquí presentes, y a todos los creyentes que están unidos a nosotros la exhortación que en muchas ocasiones estoy repitiendo en este inicio de milenio: Duc in altum!

Te abrazo con afecto, pueblo de Kazajstán, y te deseo que realices plenamente todo proyecto de amor y de salvación. Dios no te abandonará. Amén.



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Misa para los sacerdotes, religiosos y seminaristas en la catedral de Astana

Lunes 24 de septiembre de 2001



1471 1. El pueblo "reconstruya el templo del Señor, Dios de Israel" (Esd 1,3).

Con estas palabras, Ciro, rey de Persia, al conceder la libertad al "resto de Israel", daba a los prófugos la orden de reconstruir en Jerusalén el lugar santo, donde se podía adorar el nombre de Dios. Era un deber que los desterrados acogieron con alegría, y de buen grado se encaminaron hacia la tierra de sus padres.

Podemos imaginar la emoción de los corazones, la prisa de los preparativos, los llantos de alegría, los himnos de acción de gracias que precedieron y acompañaron los pasos del regreso de los desterrados hasta la patria. Después de las lágrimas del exilio, el "resto de Israel", apresurándose a ir a Jerusalén, ciudad de Dios, podía sonreír nuevamente. Por fin elevaba sus cantos de acción de gracias por las grandes maravillas realizadas por el Señor en medio de ellos (cf. Sal Ps 125,1-2).

2. Hoy embargan nuestra alma sentimientos análogos, mientras celebramos esta eucaristía en honor de la santísima Virgen María, Reina de la paz. Tras la opresión comunista, también vosotros -en cierto sentido como desterrados- volvéis a proclamar de nuevo juntos la fe común.Diez años después de haber recobrado la libertad, recordando las vicisitudes afrontadas en el pasado, hoy alabáis la providente misericordia del Señor, que no abandona a sus hijos en la prueba. Desde hace largo tiempo deseaba celebrar este encuentro para compartir vuestra alegría.

Saludo con afecto fraterno a mons. Jan Pawel Lenga, obispo de Karaganda, que este año celebra su décimo aniversario de ordenación episcopal. Le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido y me uno a él para alabar a Dios por el bien realizado al servicio de la Iglesia. Hubiera querido visitar también su diócesis, pero las circunstancias no me lo han permitido. Saludo con el mismo afecto a mons. Tomasz Peta, administrador apostólico de Astana; a mons. Henry Theophilus Howaniec, administrador apostólico de Almaty, a mons. Wasyl Medwit, de la Iglesia greco-católica, y al reverendo Janusz Kaleta, administrador apostólico de Atyrau. Saludo a los superiores de las misiones sui iuris, a mons. Joseph Werth y a todos los amadísimos prelados aquí presentes.

Asimismo, os saludo cordialmente a vosotros, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas de Kazajstán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguizistán, Turkmenistán, Rusia y de otros países. Os abrazo a todos apreciando mucho el generoso compromiso con que cumplís vuestra misión. A través de vosotros quiero saludar a vuestras comunidades y a cada uno de los cristianos que las componen. Amadísimos hermanos y hermanas, adheríos siempre con fidelidad al Señor de la vida y juntos reconstruid su templo vivo, que es la comunidad eclesial esparcida por esta vasta región euroasiática.

3. Reconstruir el templo del Señor es la misión a la que estáis llamados y a la que os habéis consagrado. En este momento, pienso en vuestras comunidades, antes dispersas y atribuladas. Tengo presentes en mi alma y en mi corazón las indecibles pruebas de los que han sufrido no sólo el destierro físico y la cárcel, sino también el escarnio público y la violencia por no haber renegado de la fe.

Quiero recordar aquí, entre otros, al beato Alejandro Zaryckyj, sacerdote y mártir, que murió en el campo de concentración de Dolinka; al beato mons. Mykyta Budka, que murió en el campo de concentración de Karadzar; a mons. Alexander Chira, durante veinte años pastor amado y generoso de Karaganda, que en su última carta escribió: "Entrego mi cuerpo a la tierra y mi espíritu al Señor; mi corazón lo doy a Roma. Sí, con el último aliento de mi vida quiero confesar mi plena fidelidad al Vicario de Cristo en la tierra". Recuerdo también al padre Tadeusz Federowicz, a quien conozco personalmente, y al que podríamos llamar "inventor" de una nueva pastoral de la deportación. Tengo aquí su libro.

En esta eucaristía los recordamos a todos con gratitud y afecto. Sobre sus sufrimientos, unidos a la cruz de Cristo, ha florecido la nueva vida de vuestra comunidad cristiana.

4. Como los prófugos que volvieron a Jerusalén, también vosotros encontraréis "hermanos que os ayudarán" (cf. Esd Esd 1,6). Mi presencia entre vosotros hoy quiere ser garantía de la solidaridad de la Iglesia universal. La ardua empresa está encomendada, con la indispensable ayuda de Dios, a vuestra habilidad, a vuestro trabajo y a vuestra sensibilidad. Estáis llamados a ser vosotros los carpinteros, los herreros, los albañiles y los obreros del templo espiritual que es preciso reconstruir.

Queridos sacerdotes, el espíritu de comunión y de colaboración real con que actuéis entre vosotros y con los fieles laicos constituye el secreto del éxito en esta exaltante y ardua misión. Os oriente en el ministerio diario el mandamiento que Cristo nos dio en la víspera de su pasión: "Amaos los unos a los otros" (Jn 13,34). Este es el tema que oportunamente habéis elegido para mi visita pastoral. Os compromete a vivir concretamente el misterio de la comunión en el anuncio de la Palabra de vida, en la animación del culto litúrgico, en la atención pastoral a las generaciones jóvenes, en la preparación de los catequistas, en la promoción de las asociaciones católicas y en la solicitud por cuantos tienen dificultades materiales o espirituales. Es así como vosotros, en unión con vuestros Ordinarios y juntamente con los religiosos y las religiosas, podréis reconstruir el templo del Señor.

1472 5. En estos diez años desde que habéis recuperado la libertad se ha hecho mucho gracias al incansable celo evangelizador que os caracteriza. Sin embargo, las construcciones exteriores deben tener un sólido fundamento interior. Por eso, es importante cuidar la formación teológica, ascética y pastoral de aquellos a los que el Señor llama a su servicio.

Me alegra que se haya abierto el nuevo seminario en Karaganda para acoger a los seminaristas de las Repúblicas de Asia central. Juntamente con el Centro diocesano, lo habéis querido dedicar a un sacerdote celoso, el padre Wladyslaw Bukowinski, que durante los duros años del comunismo siguió desempeñando en esa ciudad su ministerio. "No hemos sido ordenados para escatimar esfuerzos -escribía en sus memorias-, sino para dar nuestra vida, si es necesario, por las ovejas de Cristo". Yo mismo tuve la suerte de conocerlo y de apreciar su fe profunda, su sabia palabra y su inquebrantable confianza en el poder de Dios. A él y a todos los que han entregado su vida entre penurias y persecuciones deseo rendir hoy homenaje en nombre de toda la Iglesia.

Estos obreros fieles del Evangelio os deben servir de ejemplo y de aliento también a vosotros, amadísimos consagrados y consagradas, llamados a ser signo de gratuidad y amor al servicio del reino de Dios. "La vida de la Iglesia -afirmé en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata- y la sociedad misma necesitan personas capaces de entregarse totalmente a Dios y a los demás por amor de Dios" (n. 105). A vosotros se os pide que proporcionéis el suplemento de alma que tanto necesita el mundo.

6. Antes de ser heraldos, es preciso ser testigos creíbles del Evangelio. Ahora que el clima político y social se ha librado del peso de la opresión totalitaria -y es de desear que nunca más el poder trate de limitar la libertad de los creyentes- sigue siendo muy necesario que todo discípulo de Cristo sea luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt
Mt 4,13-14). Esa necesidad resulta mucho más urgente aún a causa de la devastación espiritual que dejó como herencia el ateísmo militante, y a causa de los peligros que entrañan el hedonismo y el consumismo actuales.

Amadísimos hermanos y hermanas, a la fuerza del testimonio unid la dulzura del diálogo. Kazajstán es tierra habitada por gente de orígenes diversos, perteneciente a varias religiones, heredera de ilustres culturas y de una rica historia. El sabio Abai Kunanbai, voz autorizada de la cultura kazaja, con magnanimidad afirmaba: "Precisamente porque adoramos plenamente a Dios y creemos en él, no tenemos derecho a decir que debemos obligar a los demás a creer y a adorarlo" (Dichos, cap. 45).

La Iglesia no quiere imponer su fe a los demás. Sin embargo, es evidente que esto no exime a los discípulos del Señor de comunicar a los demás el gran don del que participan: la vida en Cristo. "No debemos temer que pueda constituir una ofensa a la identidad del otro lo que, en cambio, es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios-Amor" (Novo millennio ineunte NM 56). Cuanto más se testimonia el amor de Dios, tanto más aumenta en el corazón.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, cuando vuestro esfuerzo apostólico va acompañado de lágrimas, cuando el camino se hace escarpado y arduo, pensad en el bien que el Señor está realizando con vuestras manos, con vuestra palabra y con vuestro corazón. Él os ha puesto aquí como don para el prójimo.Estad siempre a la altura de esta misión.

Y tú, María, Reina de la paz, sostén a estos hijos tuyos. A ti se encomiendan hoy con renovada confianza. Virgen del Perpetuo Socorro, que desde esta catedral abrazas a toda la comunidad eclesial, ayuda a los creyentes a comprometerse con generosidad en el testimonio de su fe, para que el Evangelio de tu Hijo resuene en todos los rincones de estas amadas y vastas tierras. Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1464