B. Juan Pablo II Homilías 1472


VIAJE APOSTÓLICO A ARMENIA

CELEBRACIÓN ECUMÉNICA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Catedral de Ereván, 26 de septiembre de 2001



"Ved: qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos" (Ps 133,1).

¡Alabado sea Jesucristo!

1473 1. El domingo pasado, Su Santidad y todo el Catholicosado de Echmiadzin han tenido la alegría de consagrar esta nueva catedral de san Gregorio el Iluminador, como digno memorial de los diecisiete siglos de fidelidad de Armenia a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Este espléndido santuario testimonia la fe que os transmitieron vuestros padres, y nos habla a todos de la esperanza que hoy impulsa al pueblo armenio a mirar al futuro con renovada confianza y valiente determinación.

Para mí, presidir con Su Santidad esta liturgia ecuménica es fuente de gran alegría personal. Es como la continuación de nuestra oración común del año pasado en la basílica de San Pedro en Roma. Allí, juntos, veneramos la reliquia de san Gregorio el Iluminador, y el Señor nos concede hoy la gracia de repetir ese mismo gesto aquí en Ereván. Abrazo a Su Santidad con el mismo afecto fraterno con que usted me saludó durante su visita a Roma.

Expreso mi gratitud a su excelencia el presidente de la República por su presencia en este encuentro ecuménico, signo de nuestra convicción común de que la nación será floreciente y próspera en virtud del respeto recíproco y la cooperación de todas sus instituciones. Mi pensamiento se dirige en este momento a Su Santidad Aram I, Catholicós de la Gran Casa de Cilicia, así como a los patriarcas armenios de Jerusalén y Constantinopla: les envío un saludo en el amor del Señor. Saludo cordialmente a los distinguidos miembros de todas las instancias civiles y religiosas, y a las comunidades aquí representadas esta tarde.

2. Cuando, por la predicación de san Gregorio, el rey Tirídates III se convirtió, una nueva luz brilló en la larga historia del pueblo armenio. La universalidad de la fe se unió de manera inseparable a vuestra identidad nacional. La fe cristiana arraigó de modo permanente en esta tierra, situada en torno al monte Ararat, y la palabra del Evangelio influyó profundamente en la lengua, la vida familiar, la cultura y el arte del pueblo armenio.

La Iglesia armenia, aun conservando y desarrollando su identidad propia, no dudó en comprometerse en el diálogo con las demás tradiciones cristianas, beneficiándose de su patrimonio espiritual y cultural. Ya desde el inicio, no sólo las sagradas Escrituras, sino también las principales obras de los Padres sirios, griegos y latinos, fueron traducidas al armenio. La liturgia armenia se inspiró en las tradiciones litúrgicas de la Iglesia de Oriente y de Occidente. Gracias a esta extraordinaria apertura de espíritu, la Iglesia armenia, a lo largo de su historia, ha sido particularmente sensible a la causa de la unidad de los cristianos. Santos patriarcas y doctores, como san Isaac el Grande, Babghén de Otmus, Zacarías de Dzag, Nerses Snorhali, Nerses de Lambron, Esteban de Salmasta, Santiago de Julfa y otros, fueron muy conocidos por su celo en favor de la unidad de la Iglesia.

En su carta al emperador bizantino, Nerses Snorhali sugirió principios de diálogo ecuménico que no han perdido su actualidad. Entre sus muchas intuiciones, insiste en que la búsqueda de la unidad es un cometido de toda la comunidad y no se puede permitir que surjan divisiones dentro de las Iglesias; asimismo, enseña que es necesaria una purificación de la memoria para superar los resentimientos y los prejuicios del pasado, como también es indispensable el respeto mutuo y un sentido de igualdad entre los interlocutores que representan a las respectivas Iglesias; por último, dice que los cristianos deben tener una profunda convicción interior de que la unidad es esencial no para una ventaja estratégica o un beneficio político, sino para bien de la predicación del Evangelio como Cristo manda. Las intuiciones de este gran Doctor armenio son fruto de una extraordinaria sabiduría pastoral, y las hago mías hoy que estoy entre vosotros.

3. "Ved: qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos" (
Ps 133,1). Cuando, en el año 1970, el Papa Pablo VI y el Catholicós Vasken I intercambiaron el beso de la paz, inauguraron una nueva era de contactos fraternos entre la Iglesia de Roma y la Iglesia armenia. Después de ese encuentro se realizaron pronto otras importantes visitas. Yo mismo conservo muy buenos recuerdos de las visitas a Roma de Su Santidad Karekin I, primero como Catholicós de la Gran Casa de Cilicia, y luego como Catholicós de Echmiadzin. Desde que participó como observador en el concilio ecuménico Vaticano II, el Catholicós Karekin I no cesó nunca de esforzarse por promover relaciones fraternas y cooperación práctica entre los cristianos de Oriente y Occidente.
Yo tenía un grandísimo deseo de visitarlo aquí en Armenia, pero el agravamiento de su salud y su prematura muerte me lo impidieron. Doy gracias al Señor por habernos dado este gran hombre de Iglesia, un sabio y valiente promotor de la unidad de los cristianos.

Santidad, me alegra poder devolverle la visita que me hizo en Roma, juntamente con una delegación de obispos y fieles armenios. En esa ocasión interpreté su generosa invitación a visitar Armenia y la santa Echmiadzin como un gran signo de amistad y caridad eclesial. A lo largo de muchos siglos los contactos entre la Iglesia armenia apostólica y la Iglesia de Roma fueron intensos y cordiales, y el deseo de la unidad plena nunca desapareció del todo. Mi visita testimonia nuestro común anhelo de alcanzar la unidad plena que el Señor ha querido para sus discípulos. Estamos cerca del monte Ararat, donde, según la tradición, atracó el Arca de Noé. Como la paloma volvió con un ramo de olivo, símbolo de la paz y el amor (cf. Gn Gn 8,11), así pido a Dios que mi visita sea como una consagración de la rica y fructuosa colaboración ya existente entre nosotros.

Entre la Iglesia católica y la Iglesia de Armenia reina una unidad real e íntima, puesto que ambas han conservado la sucesión apostólica y tienen sacramentos válidos, especialmente el bautismo y la Eucaristía. Esa conciencia debe impulsar a trabajar con mayor intensidad aún para fortalecer el diálogo ecuménico. Ninguna cuestión, por más difícil que sea, debería quedar excluida de este diálogo de fe y amor. Consciente de la importancia del ministerio del Obispo de Roma en la búsqueda de la unidad de los cristianos, he pedido -en mi carta encíclica Ut unum sint- que los obispos y los teólogos de nuestras Iglesias busquen "formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros" (n. 95). El ejemplo de los primeros siglos de la vida de la Iglesia nos puede guiar en este discernimiento. Pido ardientemente a Dios que se lleve a cabo de nuevo el "intercambio de dones" que realizó admirablemente la Iglesia durante el primer milenio. Que la memoria del tiempo en que la Iglesia respiraba con "sus dos pulmones" impulse a los cristianos de Oriente y Occidente a caminar juntos en la unidad de la fe y en el respeto de las legítimas diversidades, aceptándose y sosteniéndose unos a otros como miembros del único Cuerpo de Cristo (cf. Novo millennio ineunte, NM 48).

4. Con un solo corazón contemplamos a Cristo, nuestra paz, que ha unido lo que en otro tiempo estaba separado (cf. Ef Ep 2,14). En verdad, el tiempo nos apremia y tenemos un deber sagrado y urgente. Debemos proclamar la buena nueva de la salvación a los hombres y mujeres de nuestra época. Después de haber experimentado el vacío espiritual del comunismo y el materialismo, buscan el sendero de la vida y de la felicidad: tienen sed de Evangelio.Tenemos una gran responsabilidad con respecto a ellos, y ellos esperan de nosotros un testimonio convincente de unidad en la fe y en el amor recíproco. Dado que trabajamos por alcanzar la comunión plena, hagamos juntos lo que no debemos hacer separados. Trabajemos juntos, con pleno respeto de nuestras distintas identidades y tradiciones. ¡Nunca más, cristianos contra cristianos! ¡Nunca más, Iglesia contra Iglesia! Más bien, caminemos juntos, de la mano, para que el mundo del siglo XXI y del nuevo milenio pueda creer.

1474 5. Los armenios siempre han tributado gran veneración a la cruz de Cristo. A lo largo de los siglos, la cruz ha sido su inagotable fuente de esperanza en tiempos de prueba y sufrimiento. Una emotiva característica de esta tierra son las numerosas cruces en forma de katchkar, que atestiguan vuestra inquebrantable fidelidad a la fe cristiana. En esta época del año la Iglesia armenia celebra una de sus grandes fiestas: la Exaltación de la santa Cruz.

Levantado de la tierra sobre el árbol de la cruz, Cristo Jesús, nuestra salvación, vida y resurrección, nos atrae a todos a sí (cf. Jn
Jn 12,32).

¡Oh cruz de Cristo, nuestra verdadera esperanza! De vez en cuando el pecado y la debilidad humana son causa de división; danos la fuerza para perdonar y reconciliarnos unos con otros. ¡Oh cruz de Cristo, sé nuestro apoyo mientras nos esforzamos por restablecer la comunión plena entre los que contemplamos al Señor crucificado como nuestro Salvador y nuestro Dios! Amén.

Os agradezco vuestra atención e invoco la bendición de Dios sobre nuestros pasos hacia la unidad plena.



VIAJE APOSTÓLICO A ARMENIA

SANTA MISA EN RITO LATINO



Catedral de Echmiadzin

Jueves 27 de septiembre de 2001

:Amadísimos hermanos y hermanas, os saludo y os bendigo a todos.

"El Señor es mi luz y mi salvación" (Ps 26,1).

1. Estas palabras del salmista resonaron en el corazón de los armenios cuando, hace diecisiete siglos, la fe cristiana, proclamada por primera vez en esta tierra por los apóstoles Bartolomé y Tadeo, se convirtió en la religión de la nación. Desde aquel tiempo los cristianos armenios han vivido y han muerto en la gracia y en la verdad (cf. Jn Jn 1,17) de nuestro Señor Jesucristo. La luz y la salvación del Evangelio os han impulsado y sostenido en todas las etapas de vuestra peregrinación a lo largo de los siglos. Hoy honramos y conmemoramos la fidelidad de Armenia a Jesucristo en esta eucaristía que Su Santidad el Catholicós Karekin II, con amor fraterno, me ha invitado a celebrar en la tierra sagrada donde el Hijo de Dios se apareció a vuestro padre en la fe, san Gregorio el Iluminador.

¡Cuánto ha esperado el Obispo de Roma este día! Con intensa alegría saludo a Su Santidad el Catholicós, a sus hermanos arzobispos y obispos, así como a todos los fieles de la Iglesia apostólica armenia. Saludo cordialmente al arzobispo Nerses Der Nersessian, juntamente con el arzobispo coadjutor Vartan Kechichian y, a través de ellos, mi saludo se dirige a Su Beatitud el patriarca Nerses Bedros XIX, patriarca católico de Cilicia de los armenios. Abrazo a los sacerdotes, a los consagrados y las consagradas, y a todos vosotros, hijos e hijas de la Iglesia católica armenia. Doy la bienvenida al obispo Giuseppe Pasotto, administrador apostólico del Cáucaso de los latinos, y a todos los que han venido de Georgia y de otras partes del Cáucaso.

2. Durante muchos años la voz del sacerdote dejó de resonar en vuestras iglesias; y, sin embargo, la voz de la fe del pueblo se siguió oyendo, llena de devoción y afecto filial al Sucesor del apóstol Pedro.

1475 Cuando hombres de corazón malvado dispararon a la cruz del campanario de Panik, querían ofender al Dios en quien no creían. Pero su violencia se dirigía ante todo contra el pueblo, que había recogido las piedras para construir una casa al Señor; contra vosotros, que en aquellas iglesias habíais recibido el don de la fe con las aguas del bautismo y el don del Espíritu Santo con la confirmación; contra vosotros, que en ellas os congregabais para participar del banquete celestial en la mesa de la Eucaristía; contra vosotros, cuyos matrimonios, en aquellos lugares de oración, habían sido bendecidos para que vuestras familias fueran santas, y que allí habíais dado la última despedida a vuestros seres queridos, con la esperanza cierta de reuniros de nuevo un día con ellos en el paraíso.

Dispararon contra la cruz; y, sin embargo, vosotros seguisteis cantando las alabanzas del Señor, conservando y venerando la sotana de vuestro último sacerdote, como memoria de su presencia entre vosotros. Cantabais vuestros himnos con la certeza de que desde el cielo su voz se unía a la vuestra en la alabanza a Cristo, el eterno Sumo sacerdote. Adornabais vuestros lugares de culto lo mejor que podíais; y además de las imágenes de Jesús y de su Madre María, se hallaba a menudo la imagen del Papa junto con la del Catholicós de la Iglesia apostólica armenia. Habíais comprendido que dondequiera que sufrieran los cristianos, aun divididos entre sí, existía ya una profunda unidad.

3. Por esta razón vuestra historia reciente no ha estado marcada por la triste oposición entre las Iglesias, que ha atribulado a los cristianos en otras tierras no lejos de aquí. Recuerdo aún cuando, una vez concluido el invierno del ateísmo ideológico, el Catholicós Vasken I, que en paz descanse, invitó a la Santa Sede de Roma a mandar un sacerdote para los católicos de Armenia. Elegí entonces para vosotros al padre Komitas, uno de los hijos espirituales del abad Mequitar. Este año la comunidad mequitarista celebra su III centenario de fundación. Demos gracias al Señor por el glorioso testimonio que los monjes han dado; y manifestémosles nuestra gratitud por lo que están haciendo para renovar la cultura armenia.

El padre Komitas, aunque no era muy joven, aceptó inmediatamente y con entusiasmo colaborar con vosotros en la ardua tarea de la reconstrucción. Vino a vivir a Panik, donde restauró la cruz que las armas de fuego habían intentado destruir. Con espíritu fraterno hacia el clero y los fieles de la Iglesia apostólica armenia, volvió a abrir y embelleció la iglesia para los católicos, que la habían defendido durante tanto tiempo. Ahora descansa al lado de ella, cerca de su pueblo incluso después de muerto, mientras espera la resurrección de los justos.

4. A continuación, con la comprensión fraterna del Catholicós Vasken, que en el Parlamento nacional defendió los derechos de los católicos en Armenia, pude enviar como pastor a otro mequitarista, el padre Nerses, al que conferí la consagración episcopal en la basílica de San Pedro. Es hijo de un confesor de la fe, encarcelado por los comunistas por su fidelidad a Cristo. Al arzobispo Nerses quiero expresarle en especial mi gratitud. Cuando se le pidió, dejó prontamente su amada comunidad mequitarista de la isla de San Lázaro, en Venecia, para venir a prestar su servicio entre vosotros como padre amoroso y maestro respetado. Ahora cuenta con la ayuda del arzobispo Vartan, otro hijo espiritual del abad Mequitar. También a él le deseo un largo y fructuoso ministerio pastoral.

Juntamente con su vicario anterior, que luego fue obispo de los católicos armenios en Irán, y ahora con el arzobispo coadjutor, los sacerdotes y las religiosas que trabajan con tanta generosidad por amor al Evangelio, el arzobispo Nerses os ha enseñado y os ha ayudado a ver que la Iglesia católica en esta tierra no es una rival. Nuestras relaciones se caracterizan por el espíritu fraterno. Como en los años del silencio habíais puesto la imagen del Papa junto a la del Catholicós, así hoy en esta liturgia no sólo pediremos por la jerarquía católica, sino también por Su Santidad Karekin II, Catholicós de todos los armenios.

Santidad, ha tenido usted la amabilidad de invitar al Obispo de Roma a celebrar la Eucaristía con la comunidad católica en la santa Echmiadzin y nos honra con su presencia en esta gozosa circunstancia. ¿No es este un signo maravilloso de nuestra fe común? ¿No expresa el ardiente deseo de tantos hermanos y hermanas que desean vernos avanzar con diligencia por el camino de la unidad? Mi corazón anhela acelerar el día en que celebremos juntos el divino sacrificio, que nos hace uno a todos. En este altar, que es su altar, Santidad, pido al Señor que perdone nuestras faltas pasadas contra la unidad y nos lleve al amor que supera todas las barreras.

5. Amadísimos hermanos y hermanas católicos, con razón estáis orgullosos de esta antigua tierra de vuestros padres, y vosotros mismos sois herederos de su historia y cultura. En la Iglesia católica el himno de alabanza se eleva a Dios desde muchos pueblos y en muchas lenguas.

Pero esta unión de voces diversas en una única melodía no destruye en absoluto vuestra identidad de armenios. Habláis la dulce lengua de vuestros antepasados. Cantáis vuestra liturgia como os la enseñaron los santos Padres de la Iglesia armenia. Con vuestros hermanos de la Iglesia apostólica, dad testimonio del mismo Señor Jesús, que no está dividido. Vosotros no pertenecéis ni a Apolo ni a Cefas ni a Pablo: "Vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios" (1 Co 3, 23).

6. Como armenios, con los mismos derechos y los mismos deberes de todos los demás armenios, colaboráis en la reconstrucción de la nación. En esta tarea de gran importancia, estoy seguro de que nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia apostólica armenia consideran a los miembros de la comunidad católica como hijos de la misma Madre, la tierra bendita de Armenia, tierra de mártires y monjes, de doctores y artistas. Las divisiones que se han producido no han afectado a las raíces. Debemos competir entre nosotros no para crear divisiones o para acusarnos recíprocamente, sino para demostrarnos caridad mutua. La única competición posible entre los discípulos del Señor es buscar quién es capaz de ofrecer el amor más grande. Recordemos las palabras de vuestro gran obispo Nerses de Lambron: "Nadie puede estar en paz con Dios si antes no está en paz con los hombres. (...) Si amamos, y el amor es nuestra medida, nos devolverán amor; si nuestra medida es el rencor y el odio, sólo podemos esperar rencor y odio".

Hoy Armenia espera de todos sus hijos e hijas el máximo empeño y nuevos sacrificios. Armenia necesita que todos sus hijos trabajen con toda su alma por el bien común. Sólo así se asegurará que el servicio honrado y generoso de los que actúan en la vida pública se vea recompensado con la confianza y la estima del pueblo; que las familias estén unidas y sean fieles; que toda vida humana sea acogida con amor desde el instante mismo de la concepción y cuidada solícitamente incluso cuando se halle afectada por la enfermedad o la pobreza. Y ¿dónde podréis encontrar fuerza para este gran compromiso común? La encontraréis donde el pueblo armenio siempre ha hallado inspiración para perseverar en sus elevados ideales y para defender su herencia cultural y espiritual: en la luz y en la salvación que os viene de Jesucristo.

1476 Armenia tiene hambre y sed de Jesucristo, por el cual muchos de vuestros antepasados dieron la vida. En estos tiempos difíciles, las personas buscan pan. Pero cuando lo tienen, su corazón quisiera más, quisiera una razón para vivir, una esperanza que las sostenga en el duro trabajo diario. ¿Quién las impulsará a depositar su confianza en Jesucristo? Vosotros, cristianos de Armenia: ¡todos juntos!

7. Todos los cristianos armenios contemplan juntos la cruz de Jesucristo como única esperanza del mundo y verdadera luz y salvación de Armenia. Todos habéis nacido en la cruz, del costado traspasado de Cristo (cf. Jn
Jn 19,34). Amáis la cruz porque sabéis que es vida y no muerte, victoria y no derrota. Vosotros lo sabéis, porque habéis aprendido la verdad que san Pablo proclama a los Filipenses: su encarcelamiento sólo sirvió para que progresara el Evangelio (cf. Flp Ph 1,12).
Considerad vuestra triste experiencia, que en cierto modo fue también una forma de encarcelamiento. Habéis cargado sobre los hombros vuestra cruz (cf. Mt Mt 16,24) y ella no os ha destruido. Más aún, os ha renovado de un modo misterioso y maravilloso. Por esta razón, después de mil setecientos años, podéis afirmar con las palabras del profeta Miqueas: "No te alegres de mí, enemiga mía, porque si caigo me levantaré; y si estoy postrada en tinieblas, el Señor es mi luz" (Mi 7,8). Cristianos de Armenia, tras la gran prueba, ha llegado el tiempo de levantarse. Resucitad con Aquel que en toda época ha sido vuestra luz y vuestra salvación.

8. En esta peregrinación ecuménica anhelaba ardientemente visitar los lugares donde los fieles católicos viven en gran número. Hubiera querido orar ante las tumbas de las víctimas del terrible terremoto de 1988, consciente de que muchos sufren aún sus trágicas consecuencias. Deseaba visitar personalmente el hospital Redemptoris Mater, al que yo mismo tuve la alegría de contribuir cuando Armenia atravesaba momentos difíciles, y que me consta es muy apreciado por el servicio que brinda, gracias al incansable trabajo de los padres camilos y de las Hermanitas de Jesús. Pero, lamentablemente, no ha sido posible. Sabed que todos tenéis un lugar en mi corazón y en mis oraciones.

Amadísimos hermanos y hermanas, cuando volváis a vuestra casa desde este lugar sagrado, recordad que el Obispo de Roma ha venido para honrar la fe del pueblo armenio, del que formáis una parte especialmente querida para él. Ha venido para celebrar vuestra fidelidad y vuestra valentía, y para alabar a Dios que os ha concedido ver el día de la libertad. Aquí, ante este espléndido altar, recordemos a cuantos lucharon por ver este día y no pudieron verlo, pero lo contemplan ahora en la gloria eterna del reino de Dios.

La gran Madre de Dios, a la que tan tiernamente amáis, vele por sus hijos armenios, y acoja siempre bajo su manto protector a todos, especialmente a los niños, los jóvenes, las familias, los ancianos y los enfermos.

Armenia semper fidelis! La bendición de Dios esté siempre con vosotros.

Amén.



MISA DE APERTURA DE LA X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA

DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Domingo 30 de septiembre de 2001




1. "El obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo".

Sobre este tema se desarrollarán los trabajos de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que estamos iniciando ahora en el nombre del Señor. Sigue a la serie de Asambleas especiales de carácter continental que tuvieron lugar como preparación del gran jubileo del año 2000. Todas esas asambleas se celebraron con la perspectiva de la evangelización, como lo testimonian las exhortaciones apostólicas postsinodales publicadas hasta ahora. En esa misma perspectiva se sitúa la actual Asamblea, que es continuación de las precedentes Asambleas ordinarias, dedicadas a las diversas vocaciones en el pueblo de Dios: los laicos en 1987, los sacerdotes en 1990 y la vida consagrada en 1994. Al tratar sobre los obispos se completa el cuadro de una eclesiología de comunión y de misión, que debemos tener siempre ante los ojos.

1477 Con gran alegría os acojo, amadísimos y venerados hermanos en el episcopado, llegados de todas las partes del mundo. El hecho de encontraros y trabajar juntos, bajo la guía del Sucesor de Pedro, manifiesta "que todos los obispos en comunión jerárquica participan en la solicitud por la Iglesia universal" (Christus Dominus ). Extiendo mi cordial saludo a los demás miembros de la Asamblea y a cuantos en los próximos días cooperarán para su eficaz desarrollo. De modo particular expreso mi agradecimiento al secretario general del Sínodo, el cardenal Jan Pieter Schotte, así como a sus colaboradores, que han preparado activamente esta reunión sinodal.

2. En la noche de Navidad de 1999, al inaugurar el gran jubileo, después de abrir la Puerta santa, la crucé teniendo entre las manos el libro de los Evangelios. Fue un gesto muy simbólico. En él podemos ver incluido, de algún modo, todo el contenido del Sínodo que hoy iniciamos y que tendrá como tema: "El obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo".

El obispo es "minister, servidor". La Iglesia está al servicio del Evangelio. "Ancilla Evangelii": así podría definirse evocando las palabras que pronunció la Virgen ante el anuncio del ángel. "Ecce ancilla Domini", dijo María; "Ecce ancilla Evangelii", sigue diciendo hoy la Iglesia.
"Propter spem mundi". La esperanza del mundo está en Cristo. En él las expectativas de la humanidad hallan un fundamento real y sólido. La esperanza de todo ser humano brota de la cruz, signo de la victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, de la verdad sobre la mentira, de la solidaridad sobre el egoísmo. Nosotros tenemos el deber de comunicar este anuncio salvífico a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

3. "Bienaventurados los pobres de espíritu".
La bienaventuranza evangélica de la pobreza, constituye un mensaje valioso para la Asamblea sinodal que estamos iniciando. En efecto, la pobreza es un rasgo esencial de la persona de Jesús y de su ministerio de salvación, y representa uno de los requisitos indispensables para que el anuncio evangélico sea escuchado y acogido por la humanidad de hoy.

La primera lectura, tomada del profeta Amós, y más aún la célebre parábola del "rico epulón" y del pobre Lázaro, narrada por el evangelista san Lucas, nos estimula, venerados hermanos, a examinarnos sobre nuestra actitud hacia los bienes terrenos y sobre el uso que se hace de ellos.
Se nos pide verificar hasta qué punto se está realizando en la Iglesia la conversión personal y comunitaria a una efectiva pobreza evangélica.Vuelven a la memoria las palabras del concilio Vaticano II: "Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (Lumen gentium
LG 8).

4. El camino de la pobreza es el que nos permitirá transmitir a nuestros contemporáneos "los frutos de la salvación". Por tanto, como obispos estamos llamados a ser pobres al servicio del Evangelio. Ser servidores de la Palabra revelada, que, cuando es preciso, elevan la voz en defensa de los últimos, denunciando los abusos de aquellos que Amós llama "descuidados" y "disolutos". Ser profetas que ponen en evidencia con valentía los pecados sociales vinculados al consumismo, al hedonismo, a una economía que produce una inaceptable brecha entre lujo y miseria, entre unos pocos "epulones" e innumerables "lázaros" condenados a la miseria. En toda época, la Iglesia ha sido solidaria con estos últimos, y ha tenido pastores santos que, como intrépidos apóstoles de la caridad, se han puesto de parte de los pobres.

Pero para que la voz de los pastores sea creíble, es necesario que ellos mismos den prueba de una conducta alejada de intereses privados y solícita hacia los más débiles. Es necesario que sean ejemplo para la comunidad que se les ha confiado, enseñando y sosteniendo ese conjunto de principios de solidaridad y de justicia social que forman la doctrina social de la Iglesia.

5. "Tú, hombre de Dios" (1 Tm 6, 11): con este título san Pablo designa a Timoteo en la segunda lectura que ha sido proclamada. Es una página en la cual el Apóstol traza un programa de vida perennemente válido para el obispo. El pastor debe ser "hombre de Dios"; su existencia y su ministerio están completamente bajo el señorío divino, y en el excelso misterio de Dios encuentran luz y fuerza.

1478 Continúa san Pablo: "Tú, hombre de Dios, (...) tiende a la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre" (v. 11). ¡Cuánta sabiduría se encierra en ese "tiende"! La ordenación episcopal no infunde la perfección de las virtudes: el obispo está llamado a proseguir su camino de santificación con mayor intensidad, para alcanzar la estatura de Cristo, hombre perfecto.

Añade el Apóstol: "combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna" (v. 12). Orientados hacia el reino de Dios, afrontamos, queridos hermanos, nuestra lucha diaria por la fe, sin buscar otra recompensa que la que Dios nos dará al final. Estamos llamados a hacer esta "solemne profesión de fe delante de muchos testigos" (v. 12). Así, el esplendor de la fe se hace testimonio: reflejo de la gloria de Cristo en las palabras y en los gestos de cada uno de sus ministros fieles.

Concluye san Pablo: "Te recomiendo que conserves el mandato sin mancha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (vv. 13-14). "¡El mandato!". En esta palabra está Cristo entero: su Evangelio, su testamento de amor, el don de su Espíritu que perfecciona la ley.
Los Apóstoles recibieron de él esta herencia y nos la han confiado a nosotros, para que la conservemos y transmitamos intacta hasta el final de los tiempos.

6. Amadísimos hermanos en el episcopado, Cristo nos repite hoy: "Duc in altum, Rema mar adentro" (
Lc 5,4). A la luz de esta invitación suya, podemos releer el triple munus que se nos ha confiado en la Iglesia: munus docendi, sanctificandi et regendi (cf. Lumen gentium LG 25-27 Christus Dominus CD 12-16).

Duc in docendo. "Proclama la palabra -diremos con el Apóstol-, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina" (2Tm 4,2).

Duc in sanctificando. Las "redes" que estamos llamados a echar entre los hombres son ante todo los sacramentos, de los cuales somos los principales dispensadores, reguladores, custodios y promotores (cf. Christus Dominus CD 15). Forman una especie de "red" salvífica que libera del mal y conduce a la plenitud de la vida.

Duc in regendo. Como pastores y verdaderos padres, con la ayuda de los sacerdotes y de otros colaboradores, tenemos el deber de reunir la familia de los fieles y fomentar en ella la caridad y la comunión fraterna (cf. ib., 16).

Aunque se trate de una misión ardua y difícil, nadie debe desalentarse. Con san Pedro y con los primeros discípulos, también nosotros renovemos confiados nuestra sincera profesión de fe: Señor, "¡en tu nombre, echaré las redes!" (Lc 5,5). ¡En tu nombre, oh Cristo, queremos servir a tu Evangelio para la esperanza del mundo!

Y también confiamos en tu materna asistencia, oh Virgen María. Tú, que guiaste los primeros pasos de la comunidad cristiana, sé también para nosotros apoyo y estímulo. Intercede por nosotros, María, a la que con palabras del siervo de Dios Pablo VI invocamos como "auxilio de los obispos y Madre de los pastores". Amén.



MISA DE BEATIFICACIÓN DE SIETE SIERVOS DE DIOS



Domingo 7 de octubre de 2001


1479 1. "El justo vivirá por su fe" (Ha 2,4). Con estas palabras llenas de confianza y esperanza el profeta Habacuc se dirige al pueblo de Israel en un momento particularmente agitado de su historia. Releídas por el apóstol san Pablo a la luz del misterio de Cristo, estas mismas palabras se utilizan para expresar un principio universal: con la fe es como el hombre se abre a la salvación que le viene de Dios.

Hoy tenemos la alegría de contemplar este gran misterio de salvación actualizado en los nuevos beatos. Son los justos que por su fe viven con Dios eternamente: Ignacio Maloyan, obispo y mártir; Nicolás Gross, padre de familia y mártir; Alfonso María Fusco, presbítero; Tomás María Fusco, presbítero; Emilia Tavernier Gamelin, religiosa; Eugenia Picco, virgen; y María Eutimia Üffing, virgen.

Estos ilustres hermanos nuestros, elevados ahora a la gloria de los altares, supieron traducir su fe indómita en Cristo en una extraordinaria experiencia de amor a Dios y de servicio al prójimo.

2. Monseñor Ignacio Maloyan, que murió mártir a la edad de 46 años, nos recuerda el combate espiritual de todo cristiano, cuya fe está expuesta a los ataques del mal. De la Eucaristía sacaba, día a día, la fuerza necesaria para cumplir con generosidad y celo su ministerio sacerdotal, dedicándose a la predicación, a la pastoral de los sacramentos y al servicio de los más pobres. A lo largo de su existencia vivió plenamente las palabras de san Pablo: "Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio" (2Tm 1,7). Frente a los peligros de la persecución, el beato Ignacio no aceptó ninguna componenda, declarando a quienes lo amenazaban: "A Dios no le agrada que reniegue de Jesús mi Salvador. Derramar la sangre por mi fe es el deseo más vivo de mi corazón". Que su ejemplo ilumine hoy a todos los que quieren ser auténticos testigos del Evangelio, para la gloria de Dios y la salvación de sus hermanos.

3. En su vida de madre de familia y de religiosa fundadora de las Religiosas de la Providencia, Emilia Tavernier Gamelin fue modelo de abandono valiente a la Providencia. Su atención a las personas y a las situaciones la llevó a inventar formas nuevas de caridad. Tenía un corazón abierto a todas las necesidades, sirviendo especialmente a los pobres y a los humildes, a quienes deseaba tratar como reyes. Considerando que lo había recibido todo del Señor, daba con generosidad. Ese era el secreto de su alegría profunda, incluso en la adversidad. Con espíritu de confianza total en Dios y con un sentido agudo de la obediencia, como el "siervo" del evangelio, cumplió su deber de estado como un mandamiento divino, buscando hacer en todo la voluntad del Señor. Que la nueva beata sea un modelo de contemplación y acción para las religiosas de su instituto y para las personas que trabajan con ellas.

4. Los dos nuevos beatos de Alemania nos remontan a un período sombrío del siglo XX. Nuestra mirada se dirige al beato Nicolás Gross, periodista y padre de familia. Con perspicacia comprendió que la ideología nacionalsocialista no era compatible con la fe cristiana. Valientemente tomó la pluma para defender la dignidad del hombre. Nicolás Gross amó mucho a su mujer y a sus hijos. Pero ni siquiera este vínculo que lo unía a su familia lo llevó a abandonar a Cristo y su Iglesia.
Sabía muy bien que "si hoy no arriesgamos nuestra vida, ¿cómo podremos presentarnos luego ante Dios y ante nuestro pueblo?". Por esta convicción fue conducido al patíbulo, pero precisamente por ello se le abrieron las puertas del cielo. En el beato mártir Nicolás Gross se cumple lo que anunció el profeta: "El justo vivirá por su fe" (Ha 2,4).

5. La beata sor Eutimia dio un testimonio totalmente diferente. La religiosa de la Misericordia se dedicó al cuidado de los enfermos, en particular de los prisioneros de guerra y de los trabajadores extranjeros. Por esta razón, la llamaban también "mamá Eutimia". Después de la guerra debió encargarse de la lavandería, en vez de la asistencia a los enfermos. Hubiera preferido atender a los hombres más que a las máquinas; sin embargo, siguió siendo una religiosa compasiva, que tenía para todos una sonrisa y una palabra amable. Así expresaba su deseo: "El Señor debe servirse de mí y convertirme en un rayo de sol que ilumina todos los días". Vivió según el lema: cualquier cosa que hagamos, somos siempre unos "siervos inútiles, pues hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc 17,10). Su grandeza reside en la fidelidad a lo pequeño.

6. "Si tuvierais fe como un granito de mostaza...", exclama Jesús conversando con los discípulos (Lc 17,6).

Una fe genuina y tenaz guió la vida y la obra del beato don Alfonso María Fusco, fundador de las Religiosas de San Juan Bautista. Desde que era muchacho, el Señor puso en su corazón el deseo apasionado de dedicar su vida al servicio de los más pobres, especialmente de los niños y los jóvenes, que encontraba en gran número en su ciudad natal, Angri, en Campania. Para ello emprendió el camino del sacerdocio y llegó a ser, en cierto sentido, "el don Bosco del sur". Desde el principio quiso comprometer en su obra a algunas jóvenes que compartían su ideal, proponiéndoles como lema las palabras de san Juan Bautista: "Parate viam Domini", "Preparad el camino del Señor" (Lc 3,4). Confiando en la divina Providencia, el beato Alfonso María y las religiosas bautistinas realizaron una labor que superaba con mucho sus expectativas. De una simple casa de acogida surgió un Instituto que hoy está presente en dieciséis países y cuatro continentes, junto a los "pequeños" y los "últimos".

7. La singular vitalidad de la fe, testimoniada por el evangelio de hoy, aflora también en la vida y la actividad de don Tomás María Fusco, fundador del instituto de las Hijas de la Caridad de la Preciosísima Sangre. En virtud de la fe supo vivir, en el mundo, la realidad del reino de Dios de un modo muy especial. Entre sus jaculatorias, había una que apreciaba en particular: "Creo en ti, Dios mío; aumenta mi fe". Esto es precisamente lo que piden los Apóstoles a Jesús en el evangelio de hoy (cf. Lc Lc 17,6). En efecto, el beato Tomás María había comprendido que la fe es ante todo un don, una gracia. Nadie puede conquistarla o ganarla por sí solo. Sólo se puede pedir, implorar de lo alto. Por eso, iluminados por la valiosa enseñanza del nuevo beato, no nos cansemos jamás de invocar el don de la fe, porque "el justo vivirá por su fe" (Ha 2,4).

1480 8. La síntesis vital entre contemplación y acción, realizada a partir de la participación diaria en la Eucaristía, fue el fundamento de la experiencia espiritual y del impulso de caridad de Eugenia Picco. En su vida se esforzó siempre por ponerse a la escucha de la voz del Señor, según la invitación de la liturgia dominical de hoy (cf. Antífona del salmo responsorial), sin huir jamás de los servicios que le exigía su amor al prójimo. En Parma se ocupó de la pobreza de la gente, respondiendo a las necesidades de los jóvenes y de las familias indigentes y asistiendo a las víctimas de la guerra que entonces ensangrentaba a Europa. También ante el sufrimiento, con los inevitables momentos de dificultad y desasosiego que entraña, la beata Eugenia Picco supo transformar la experiencia del dolor en ocasión de purificación y crecimiento interior. Aprendamos de la nueva beata el arte de escuchar la voz del Señor, para ser testigos creíbles del evangelio de la caridad en los albores de este milenio.

9. "Mirabilis Deus in sanctis suis!". Juntamente con las comunidades en las que los nuevos beatos vivieron y por las que gastaron sus mejores energías humanas y espirituales, queremos dar gracias a Dios, "admirable en sus santos". Al mismo tiempo, le pedimos, por su intercesión, que nos ayude a responder con renovado ardor a la vocación universal a la santidad. Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1472