B. Juan Pablo II Homilías 1480


MISA DE INICIO DE CURSO EN LAS UNIVERSIDADES

Y ATENEOS PONTIFICIOS DE ROMA



Viernes 19 de octubre de 2001



1. "Abraham creyó a Dios y le fue computado como justicia" (Rm 4,3). Las palabras que san Pablo dirigió a la comunidad cristiana de Roma, propuestas de nuevo por la liturgia de esta tarde, nos ayudan a vivir más intensamente este tradicional encuentro, en el que la comunidad de las universidades eclesiásticas de la ciudad se reúne en torno a la mesa eucarística al inicio del nuevo año académico.

En su carta a los Romanos, después de trazar el cuadro oscuro y desolado de una humanidad sometida al poder del pecado e incapaz de salvarse por sí misma, el apóstol san Pablo proclama el Evangelio de la justificación, ofrecida por Dios a todos los hombres en Cristo. Para expresar mejor el contenido fundamental de este anuncio, propone el ejemplo de la fe de Abraham, padre de todos los creyentes. Así, nos introduce en el corazón del mensaje cristiano, que proclama la realización de la salvación en el encuentro entre la iniciativa gratuita de Dios y la respuesta necesaria del hombre, que acoge el don de Dios mediante la fe.

La profunda y articulada reflexión paulina sobre el misterio cristiano constituye para todos los discípulos del Señor una invitación a lograr una comprensión cada vez más adecuada de los contenidos de la fe. Esta invitación vale en particular para los teólogos, que, en la Iglesia y en comunión con los legítimos pastores del pueblo de Dios, tienen la misión de contribuir con su trabajo a la profundización del contenido de la Revelación y expresarlo en un lenguaje comprensible a los hombres de su tiempo. Se dirige, además, a los profesores de las diversas disciplinas eclesiásticas, llamados a sostener la comunicación de la fe y promover la búsqueda de la verdad.

2. Con las palabras del Apóstol, que invitan a imitar el ejemplo de fe de Abraham, me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que participáis en esta solemne celebración. Saludo, ante todo, al señor cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica, que preside la liturgia eucarística. Saludo también a los rectores de las universidades eclesiásticas, a los miembros del cuerpo académico y a los rectores de los seminarios y los colegios, así como a cuantos de diversas formas colaboran activamente en la formación espiritual, cultural y humana de los estudiantes y están presentes aquí esta tarde. Por último, os abrazo a todos vosotros, amadísimos jóvenes, que tenéis el privilegio de profundizar cerca de la Sede de Pedro vuestra formación cultural y espiritual. Deseo dirigir una palabra especial de afecto y aliento a los que comienzan este año su camino en la comunidad universitaria romana. Sed conscientes de que el empeño y el esfuerzo de este tiempo dedicado al estudio, con la luz y el apoyo de la gracia de Dios generosamente acogida y secundada, no sólo producirá abundantes frutos para vosotros, sino también para cuantos encontréis en los compromisos y responsabilidades a los que seréis llamados.

A todos vosotros -estudiantes, profesores, formadores y responsables académicos- deseo expresaros mi estima y mi aprecio más profundos por el empeño que ponéis en el ámbito académico y didáctico. Espero de corazón que este año, inaugurado solemnemente hoy, contribuya a producir abundantes frutos de sabiduría y gracia.

3. El concilio Vaticano II subrayó con fuerza que la Iglesia es "misterio de comunión", por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Lumen gentium LG 4 Unitatis redintegratio UR 2). Esta comunión se ha de entender como cohesión armónica de diversos ministerios, carismas y dones, animados por el mismo Espíritu, al servicio de la misma misión y orientados al mismo fin.
Según esta visión orgánica de la unidad de la Iglesia, el saber teológico, coherentemente con sus presupuestos, ha de insertarse plenamente en el ámbito vital de la comunión eclesial. En efecto, la reflexión teológica responde esencialmente al dinamismo mismo de la fe y, en consecuencia, es parte integrante de la evangelización. El teólogo está llamado a dar su contribución de investigación y profundización de la verdad revelada, para que el Evangelio de la salvación se comprenda más adecuadamente y se comunique más fácilmente a todos los hombres.

Por tanto, el teólogo, tanto en la investigación como en la enseñanza, debe ser siempre consciente de la intrínseca vocación eclesial de su actividad.De modo análogo, los profesores de las otras disciplinas eclesiásticas se sentirán sostenidos por una fuerte pasión por la verdad y por una coherente voluntad de servicio a la misión evangelizadora de la Iglesia.

1481 4. Por esta razón, amadísimos profesores y estudiantes de las universidades eclesiásticas romanas, os invito a tomar cada vez mayor conciencia de la importancia y delicadeza de vuestra tarea. Sobre todo, sed conscientes de que realizáis vuestro trabajo con la Iglesia, en la Iglesia y para la Iglesia. Esto exige una confrontación continua con el sensus fidei del pueblo de Dios y una profunda sintonía con el Magisterio de la Iglesia, que tiene precisamente la tarea de garantizar la autenticidad y la coherencia de las enseñanzas transmitidas con el depósito de la fe, que Cristo confió a los Apóstoles y a sus sucesores.

En particular, os exhorto a vosotros, estudiantes, a aprovechar las oportunidades que os ofrecen la ciudad y la diócesis de Roma. En efecto, aquí, además de la amplia posibilidad de elección de los cursos de enseñanza universitaria, se encuentran los testigos de una extraordinaria variedad de culturas y tradiciones. Todo esto debe favorecer una confrontación serena y constructiva, que aliente a cada uno en su compromiso de buscar la verdad, a la que todos deben tender.

5. Deseo de corazón que la experiencia de estudio en Roma ayude a todos a profundizar el sentido de pertenencia a la Iglesia y la experiencia de su "catolicidad". A través del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, Dios congrega un pueblo nuevo de todas las naciones de la tierra, para que proclame en el mundo sus maravillas y anuncie a todos los hombres la alegría de la salvación. En efecto, la bienaventuranza que nos ha propuesto de nuevo el Salmo responsorial -"Bienaventurado el hombre al que das la salvación"- está destinada a todo el mundo.

Es una buena nueva que ha de ser proclamada "a pleno día" y pregonada "desde las azoteas" (cf. Lc
Lc 12,3), como Jesús nos ha recordado en el evangelio, para que todo hombre y toda mujer la conozca y acoja en su vida.

El estudio de la teología y de las disciplinas eclesiásticas está orientado a la evangelización. Por tanto, aprended un método riguroso, afrontando con valentía y generosidad el esfuerzo de la investigación, para experimentar luego personalmente el encuentro fecundo entre fe y razón. Con estas "dos alas" podréis acercaros cada vez más a la contemplación de la verdad (cf. Fides et ratio, Introducción) y convertiros en felices compañeros de viaje para los hombres de nuestro tiempo, a menudo confundidos y extraviados a lo largo de los caminos del mundo.

6. "No tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones" (Lc 12,7). Las palabras de Jesús, que concluyen el pasaje evangélico de hoy, contienen un mensaje de aliento y consuelo ante todo para los discípulos, que las escucharon directamente de los labios del Maestro, cuando se preparaban para afrontar una misión difícil y arriesgada de testimonio del Evangelio.
Que os sostengan también a todos vosotros, amadísimos jóvenes, en el momento en el que comenzáis un nuevo tiempo de preparación para la misión que el Señor os confíe.

Que la protección materna de la Virgen María, Sede de la sabiduría, os acompañe a todos, profesores y discípulos, durante este año académico y enseñe a cada uno a guardar y meditar en un corazón puro y disponible el anuncio del Evangelio (cf. Lc Lc 2,19 Lc Lc 2,51).

Que María, Virgen de la acogida y la escucha, Madre de la Palabra hecha carne, guíe y proteja siempre vuestro camino hacia la comprensión plena y perfecta de la verdad. Amén.
* * * * *


(Luego, el Santo Padre añadió)

1482 Permitidme recordar los tiempos en que era obispo de Cracovia. Mañana es el día conmemorativo de san Juan de Kent, que en la Edad Media fue profesor en la universidad de Cracovia. El 20 de octubre es el día de la inauguración del año académico en las escuelas de esa ciudad, sobre todo de la famosa universidad Jaguellónica. Recordando este día de la inauguración en Cracovia y partiendo de la inauguración que hoy celebramos en Roma, quiero desear a todos los centros académicos de la Iglesia situados en todas las partes del mundo la bendición del Señor para el nuevo año académico. ¡Alabado sea Jesucristo!



SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN

DEL MATRIMONIO LUIS Y MARÍA BELTRAME QUATTROCCHI



Domingo 21 de octubre de 2001



1. "Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?" (Lc 18,8).

La pregunta, con la que Jesús concluye la parábola sobre la necesidad de orar "siempre sin desanimarse" (Lc 18,1), sacude nuestra alma. Es una pregunta a la que no sigue una respuesta; en efecto, quiere interpelar a cada persona, a cada comunidad eclesial y a cada generación humana. La respuesta debe darla cada uno de nosotros. Cristo quiere recordarnos que la existencia del hombre está orientada al encuentro con Dios; pero, precisamente desde esta perspectiva, se pregunta si a su vuelta encontrará almas dispuestas a esperarlo, para entrar con él en la casa del Padre. Por eso dice a todos: "Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora" (Mt 25,13).

Queridos hermanos y hermanas, amadísimas familias, hoy nos hemos dado cita para la beatificación de dos esposos: Luis y María Beltrame Quattrocchi. Con este solemne acto eclesial queremos poner de relieve un ejemplo de respuesta afirmativa a la pregunta de Cristo. La respuesta la dan dos esposos, que vivieron en Roma en la primera mitad del siglo XX, un siglo durante el cual la fe en Cristo fue sometida a dura a prueba. También en aquellos años difíciles los esposos Luis y María mantuvieron encendida la lámpara de la fe -lumen Christi- y la transmitieron a sus cuatro hijos, tres de los cuales están presentes hoy en esta basílica. Queridos hermanos, vuestra madre escribió estas palabras sobre vosotros: "Los educábamos en la fe, para que conocieran a Dios y lo amaran" (L'ordito e la trama, p. 9). Pero vuestros padres también transmitieron esa llama viva a sus amigos, a sus conocidos y a sus compañeros. Y ahora, desde el cielo, la donan a toda la Iglesia.

Juntamente con los parientes y amigos de los nuevos beatos, saludo a las autoridades religiosas que participan en esta celebración, comenzando por el cardenal Camillo Ruini y los demás señores cardenales, arzobispos y obispos presentes. Saludo asimismo a las autoridades civiles, entre las cuales destacan el presidente de la República italiana y la reina de Bélgica.

2. No podía haber ocasión más feliz y más significativa que esta para celebrar el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica "Familiaris consortio". Este documento, que sigue siendo de gran actualidad, además de ilustrar el valor del matrimonio y las tareas de la familia, impulsa a un compromiso particular en el camino de santidad al que los esposos están llamados en virtud de la gracia sacramental, que "no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia" (Familiaris consortio FC 56). La belleza de este camino resplandece en el testimonio de los beatos Luis y María, expresión ejemplar del pueblo italiano, que tanto debe al matrimonio y a la familia fundada en él.

Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.

Los beatos esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los santos, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario. En medio de las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron llevar una existencia extraordinariamente rica en espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadían la devoción filial a la Virgen María, invocada con el rosario que rezaban todos los días por la tarde, y la referencia a sabios consejeros espirituales. Así supieron acompañar a sus hijos en el discernimiento vocacional, entrenándolos para valorarlo todo "de tejas para arriba", como simpáticamente solían decir.

3. La riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es una demostración viva de lo que el concilio Vaticano II afirmó acerca de la llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges persiguen este objetivo "propriam viam sequentes", "siguiendo su propio camino" (Lumen gentium LG 41). Esta precisa indicación del Concilio se realiza plenamente hoy con la primera beatificación de una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio y el heroísmo de las virtudes a partir de su vivencia como esposos y padres.

En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a la Iglesia. En efecto, los esposos, "cumpliendo en virtud de este sacramento especial su deber matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda su vida está impregnada por la fe, la esperanza y la caridad, se acercan cada vez más a su propia perfección y a su santificación mutua y, por tanto, a la glorificación de Dios en común" (Gaudium et spes GS 48).

1483 Queridas familias, hoy tenemos una singular confirmación de que el camino de santidad recorrido juntos, como matrimonio, es posible, hermoso y extraordinariamente fecundo, y es fundamental para el bien de la familia, de la Iglesia y de la sociedad.

Esto impulsa a invocar al Señor, para que sean cada vez más numerosos los matrimonios capaces de reflejar, con la santidad de su vida, el "misterio grande" del amor conyugal, que tiene su origen en la creación y se realiza en la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ef
Ep 5,22-33).

4. Queridos esposos, como todo camino de santificación, también el vuestro es difícil. Cada día afrontáis dificultades y pruebas para ser fieles a vuestra vocación, para cultivar la armonía conyugal y familiar, para cumplir vuestra misión de padres y para participar en la vida social.
Buscad en la palabra de Dios la respuesta a los numerosos interrogantes que la vida diaria os plantea. San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que "toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud" (2Tm 3,16). Sostenidos por la fuerza de estas palabras, juntos podréis insistir con vuestros hijos "a tiempo y a destiempo", reprendiéndolos y exhortándolos "con toda comprensión y pedagogía" (2Tm 4,2).

La vida matrimonial y familiar puede atravesar también momentos de desconcierto. Sabemos cuántas familias sienten en estos casos la tentación del desaliento. Pienso, en particular, en los que viven el drama de la separación; pienso en los que deben afrontar la enfermedad y en los que sufren la muerte prematura del cónyuge o de un hijo. También en estas situaciones se puede dar un gran testimonio de fidelidad en el amor, que llega a ser más significativo aún gracias a la purificación en el crisol del dolor.

5. Encomiendo a todas las familias probadas a la providente mano de Dios y a la protección amorosa de María, modelo sublime de esposa y madre, que conoció bien el sufrimiento y la dificultad de seguir a Cristo hasta el pie de la cruz. Amadísimos esposos, que jamás os venza el desaliento: la gracia del sacramento os sostiene y ayuda a elevar continuamente los brazos al cielo, como Moisés, de quien ha hablado la primera lectura (cf. Ex Ex 17,11-12). La Iglesia os acompaña y ayuda con su oración, sobre todo en los momentos de dificultad.

Al mismo tiempo, pido a todas las familias que a su vez sostengan los brazos de la Iglesia, para que no falte jamás a su misión de interceder, consolar, guiar y alentar. Queridas familias, os agradezco el apoyo que me dais también a mí en mi servicio a la Iglesia y a la humanidad. Cada día ruego al Señor para que ayude a las numerosas familias heridas por la miseria y la injusticia, y acreciente la civilización del amor.

6. Queridos hermanos, la Iglesia confía en vosotros para afrontar los desafíos que se le plantean en este nuevo milenio. Entre los caminos de su misión, "la familia es el primero y el más importante" (Carta a las familias, 2); la Iglesia cuenta con ella, llamándola a ser "un verdadero sujeto de evangelización y de apostolado" (ib., 16).

Estoy seguro de que estaréis a la altura de la tarea que os aguarda, en todo lugar y en toda circunstancia. Queridos esposos, os animo a desempeñar plenamente vuestro papel y vuestras responsabilidades. Renovad en vosotros mismos el impulso misionero, haciendo de vuestros hogares lugares privilegiados para el anuncio y la acogida del Evangelio, en un clima de oración y en la práctica concreta de la solidaridad cristiana.

Que el Espíritu Santo, que colmó el corazón de María para que, en la plenitud de los tiempos, concibiera al Verbo de la vida y lo acogiera juntamente con su esposo José, os sostenga y fortalezca. Que colme vuestro corazón de alegría y paz, para que alabéis cada día al Padre celestial, de quien viene toda gracia y bendición.

Amén.





DURANTE LA MISA DE CLAUSURA


DE LA X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA


DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS


1484

Sábado 27 de octubre de 2001



1. "Anunciaremos a los pueblos la salvación del Señor" (Salmo responsorial).

Estas palabras del Salmo responsorial expresan bien nuestra actitud interior, venerables hermanos, al concluir la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos. La prolongada y profunda discusión sobre el tema del episcopado ha renovado en cada uno de nosotros la apasionada conciencia de la misión que nos ha encomendado nuestro Señor Jesucristo. Con fervor apostólico, en nombre de todo el Colegio episcopal que aquí representamos, reunidos junto a la tumba del apóstol san Pedro, queremos reiterar nuestra adhesión al mandato del Resucitado: "Anunciaremos a los pueblos la salvación del Señor".

Es casi un nuevo punto de partida, en la línea del gran jubileo del año 2000 y al inicio del tercer milenio cristiano. Al clima jubilar nos ha remitido la primera lectura, el oráculo mesiánico de Isaías, tantas veces repetido durante el Año santo. Es un anuncio lleno de esperanza para todos los pobres y los afligidos. Es la inauguración del "año de misericordia del Señor" (Is 61,2), que tuvo en el jubileo su expresión fuerte, pero que trasciende todo calendario para extenderse a cualquier lugar a donde llegue la presencia salvífica de Cristo y de su Espíritu.

Al volver a escuchar hoy este anuncio, nos sentimos confirmados en la convicción expresada al final del gran jubileo: "la puerta viva que es Cristo" permanece más abierta que nunca para las generaciones del nuevo milenio (cf. Novo millennio ineunte NM 59). En efecto, Cristo es la esperanza del mundo. La Iglesia y, de manera particular, los Apóstoles y sus sucesores, tienen la misión de difundir su Evangelio hasta los confines de la tierra.

2. La exhortación del apóstol san Pedro a los "ancianos", que hemos escuchado en la segunda lectura, así como el pasaje del evangelio que acabamos de proclamar, utilizan la simbología del pastor y de la grey, presentando el ministerio de Cristo y de los Apóstoles en clave "pastoral". "Apacentad la grey de Dios que os ha sido encomendada" escribe san Pedro, recordando el mandato que él mismo había recibido de Cristo: "Apacienta mis corderos. (...) Apacienta mis ovejas" (Jn 21,15 Jn 21,16 Jn 21,17). Y es aún más significativa la autorrevelación del Hijo de Dios: "Yo soy el buen pastor" (Jn 10,11), con la connotación sacrificial: "Doy la vida por las ovejas" (cf. Jn Jn 10,15).

Por esto, san Pedro se define "testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse" (1P 5,1). En la Iglesia, el pastor es ante todo portador de este testimonio pascual y escatológico, que culmina en la celebración de la Eucaristía, memorial de la muerte del Señor y anuncio de su vuelta gloriosa. Por tanto, la celebración de la Eucaristía es la acción pastoral por excelencia: el "Haced esto en memoria mía" no sólo implica la repetición ritual de la Cena, sino también, como consecuencia, la disponibilidad a ofrecerse a sí mismos por la grey, siguiendo el ejemplo de lo que hizo él durante su vida y, sobre todo, en su muerte.

3. La imagen del buen pastor ha sido evocada muchas veces durante estas semanas en las intervenciones en la sala sinodal. En efecto, es el "icono" que ha inspirado a lo largo de los siglos a muchos santos obispos y que describe, mejor que ningún otro, las tareas y el estilo de vida de los sucesores de los Apóstoles. Desde esta perspectiva, no se puede por menos de observar cómo la Asamblea sinodal que hoy concluimos está idealmente muy vinculada a todo el magisterio que la Iglesia nos ha dejado en el curso de su historia. Baste pensar, por ejemplo, en el concilio de Trento, del cual nos separan casi cuatro siglos y medio. Una de las razones por las cuales ese concilio ha tenido un enorme influjo innovador en el camino del pueblo de Dios, es seguramente el haber vuelto a proponer la cura animarum como tarea primera y principal de los obispos, comprometidos a residir de manera estable con su grey y a formarse colaboradores idóneos en el ministerio pastoral mediante la institución de los seminarios.

Cuatrocientos años más tarde, el concilio Vaticano II recogió y desarrolló la lección del Tridentino, abriéndola a los horizontes de la nueva evangelización. En el alba del tercer milenio, la figura ideal del obispo con la que la Iglesia sigue contando es la del pastor que, configurado a Cristo en la santidad de vida, se entrega generosamente por la Iglesia que se le ha encomendado, llevando al mismo tiempo en el corazón la solicitud por todas las Iglesias del mundo (cf. 2Co 11,28).

4. El obispo, buen pastor, encuentra luz y fuerza para su ministerio en la palabra de Dios, interpretada en la comunión de la Iglesia y anunciada con fidelidad valiente "a tiempo y a destiempo" (2Tm 4,2). El obispo, como Maestro de la fe, promueve todo aquello que hay de bueno y positivo en la grey que se le ha confiado, sostiene y guía a los débiles en la fe (cf. Rm Rm 14,1), e interviene para desenmascarar las falsificaciones y combatir los abusos.

Es importante que el obispo tenga conciencia de los desafíos que hoy la fe en Cristo encuentra a causa de una mentalidad basada en criterios humanos que, a veces, relativizan la ley y el designio de Dios. Sobre todo, debe tener valentía para anunciar y defender la sana doctrina, aunque ello implique sufrimientos. En efecto, el obispo, en comunión con el Colegio apostólico y con el Sucesor de Pedro, tiene el deber de proteger a los fieles de toda clase de insidias, mostrando que una vuelta sincera al Evangelio de Cristo es la solución verdadera para los complejos problemas que afligen a la humanidad. El servicio que los obispos están llamados a prestar a su grey será fuente de esperanza en la medida en que refleje una eclesiología de comunión y de misión. En los encuentros sinodales de estos días, se ha subrayado varias veces la necesidad de una espiritualidad de comunión. Citando el Instrumentum laboris, se ha repetido que "la fuerza de la Iglesia está en la comunión, su debilidad está en la división y en la contraposición" (n. 63).

1485 Sólo si es claramente perceptible una profunda y convencida unidad de los pastores entre sí y con el Sucesor de Pedro, como también de los obispos con sus sacerdotes, se podrá dar una respuesta creíble a los desafíos que provienen del actual contexto social y cultural. A este respecto, amadísimos hermanos miembros de la Asamblea sinodal, deseo expresaros mi aprecio y mi gratitud por el testimonio que habéis dado en estos días de alegre comunión en la solicitud por la humanidad de nuestro tiempo.

5. Quisiera pediros que transmitáis mi saludo a vuestros fieles, y de modo especial a vuestros sacerdotes, a los cuales debéis prestar una atención especial, manteniendo con cada uno de ellos una relación directa, confiada y cordial. Sé que ya os esforzáis por hacerlo, convencidos de que una diócesis sólo funciona bien si su clero está unido gozosamente, en fraterna caridad, en torno a su obispo.

Os pido también que saludéis a los obispos eméritos, expresándoles mi agradecimiento por el trabajo que han llevado a cabo al servicio de los fieles. He querido que estuvieran representados en esta Asamblea sinodal, para reflexionar también sobre este tema, que es nuevo en la Iglesia, pues surgió de un deseo del concilio Vaticano II, para el bien de las Iglesias particulares. Confío en que cada Conferencia episcopal estudie cómo valorar a los obispos eméritos que aún gozan de buena salud y tienen muchas energías, confiándoles algún servicio eclesial y, sobre todo, el estudio de los problemas sobre los cuales tienen experiencia y competencia, llamando a quien está disponible a formar parte de alguna comisión episcopal, al lado de los hermanos más jóvenes, para que se sientan siempre miembros vivos del Colegio episcopal.

Quisiera enviar un saludo particular también a los obispos de China continental, cuya ausencia en el Sínodo no nos ha impedido sentir su cercanía espiritual en el recuerdo y en la oración.

6. "Y cuando aparezca el Pastor supremo, recibiréis la corona de gloria que no se marchita" (
1P 5,4). Como conclusión de esta primera Asamblea sinodal del tercer milenio, me complace recordar a los veintidós obispos canonizados durante el siglo XX: Alejandro María Sauli, obispo de Pavía; Roberto Bellarmino, cardenal, obispo de Capua, doctor de la Iglesia; Alberto Magno, obispo de Ratisbona, doctor de la Iglesia; Juan Fisher, obispo de Rochester, mártir; Antonio María Claret, arzobispo de Santiago de Cuba; Vicente María Strambi, obispo de Macerata y Tolentino; Antonio María Gianelli, obispo de Bobbio; Gregorio Barbarigo, obispo de Padua; Juan de Ribera, arzobispo de Valencia; Oliverio Plunkett, arzobispo de Armagh, mártir; Justino De Jacobis, obispo de Nilopoli y vicario apostólico de Abisinia; Juan Nepomucemo Neumann, obispo de Filadelfia; Jerónimo Hermosilla, Valentín Berrio-Ochoa y otros seis obispos, mártires en Vietnam; Ezequiel Moreno y Díaz, obispo de Pasto (Colombia); Carlos José Eugenio de Mazenod, obispo de Marsella. Además, dentro de menos de un mes, tendré la alegría de proclamar santo a José Marello, obispo de Acqui.

De este selecto círculo de santos pastores, que se podría alargar a la gran multitud de obispos beatificados, surge, como en un mosaico, el rostro de Cristo, buen pastor y misionero del Padre. En este icono vivo fijamos la mirada, al inicio de la nueva época que la Providencia nos pone por delante, para ser, cada vez con más empeño, servidores del Evangelio, esperanza del mundo.

Nos asista siempre en nuestro ministerio la santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles. En todo tiempo, ella resplandece en el horizonte de la Iglesia y del mundo como signo de consolación y de esperanza segura.



MISA DE BEATIFICACIÓN DE OCHO SIERVOS DE DIOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Domingo 4 de noviembre de 2001

1. "Todas las cosas... son tuyas, Señor, amigo de la vida" (Sg 11,26).


Las palabras del libro de la Sabiduría nos invitan a reflexionar en el gran mensaje de santidad que nos propone esta solemne celebración eucarística, en la que han sido proclamados ocho nuevos beatos: Pablo Pedro Gojdic, Metodio Domingo Trcka, Juan Antonio Farina, Bartolomé Fernandes de los Mártires, Luis Tezza, Pablo Manna, Cayetana Sterni y María Pilar Izquierdo Albero.

Con su existencia totalmente gastada por la gloria de Dios y el bien de los hermanos, siguen siendo en la Iglesia y para el mundo signo elocuente del amor de Dios, fuente primera y fin último de todos los seres vivientes.

1486 2. "El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10): la misión salvífica, proclamada por Cristo en este pasaje evangélico de san Lucas, fue compartida profundamente por el obispo Pablo Pedro Gojdic y por el redentorista Metodio Domingo Trcka, hoy proclamados beatos. Unidos en su generoso y valiente servicio a la Iglesia greco-católica en Eslovaquia, soportaron los mismos sufrimientos a causa de su fidelidad al Evangelio y al Sucesor de Pedro, y comparten ahora la misma corona de gloria.

Pablo Pedro Gojdic, confirmado por la experiencia ascética en la Orden de San Basilio Magno, primero como obispo de la eparquía de Presov y, después, como administrador apostólico de Mukacevo, procuró constantemente realizar el programa pastoral que se había propuesto: "Con la ayuda de Dios, quiero llegar a ser padre de los huérfanos, ayuda de los pobres y consolador de los afligidos". Conocido por la gente como un "hombre de corazón de oro", para los representantes del Gobierno de su tiempo se había convertido en una verdadera "espina en el costado". Cuando el régimen comunista declaró ilegal a la Iglesia greco-católica, fue detenido y encarcelado. Comenzó así para él un largo calvario de sufrimientos, malos tratos y humillaciones, que lo llevó a la muerte por su fidelidad a Cristo y su amor a la Iglesia y al Papa.

También Metodio Domingo Trcka puso toda su existencia al servicio de la causa del Evangelio y de la salvación de los hermanos, llegando hasta el supremo sacrificio de su vida. Como superior de la comunidad redentorista de Stropkov, en el este de Eslovaquia, realizó una ferviente actividad misionera en las tres eparquías de Presov, Uzhorod y Krizevci. Con la llegada del régimen comunista fue llevado, como otros hermanos redentoristas suyos, al campo de concentración. Allí, sostenido siempre por la oración, afrontó con fuerza y determinación los sufrimientos y las humillaciones que le impusieron a causa del Evangelio. Su calvario terminó en la cárcel de Leopoldov, donde, debido a las privaciones y enfermedades, murió después de perdonar a sus verdugos.

3. La luminosa imagen de pastor del pueblo de Dios, modelada según el ejemplo de Cristo, nos la propone también hoy el obispo Juan Antonio Farina, cuyo largo ministerio pastoral, primero en la comunidad cristiana de Treviso y después en la de Vicenza, se caracterizó por una vasta actividad apostólica, orientada constantemente a la formación doctrinal y espiritual del clero y de los fieles.
Al observar su obra, dedicada a la búsqueda de la gloria de Dios, a la formación de la juventud y al testimonio de caridad para con los más pobres y abandonados, nos vienen a la memoria las palabras del apóstol san Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura: todo debe cumplirse para que "el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado" (2Th 1,12). El testimonio del nuevo beato sigue produciendo aún hoy abundantes frutos, en particular a través de la familia religiosa fundada por él, las Hermanas Maestras de Santa Dorotea Hijas de los Sagrados Corazones, entre las cuales resplandece la santidad de María Bertilla Boscardin, canonizada por mi venerado predecesor, el Papa Juan XXIII.

También en el padre Pablo Manna vislumbramos un reflejo especial de la gloria de Dios. Gastó toda su existencia por la causa misionera. En todas las páginas de sus escritos emerge de un modo vivo la persona de Jesús, centro de la vida y razón de ser de la misión. En una de sus Cartas a los misioneros afirma: "El misionero de hecho no es nada si no encarna a Jesucristo... Sólo el misionero que copia fielmente a Jesucristo en sí mismo... puede reproducir su imagen en las almas de los demás" (Carta 6). En realidad, no hay misión sin santidad, como reafirmé en la encíclica Redemptoris missio: "La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. (...) Es necesario suscitar un nuevo anhelo de santidad entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (n. 90).

4. "Pedimos continuamente a Dios que os considere dignos de vuestra vocación, para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe" (2Th 1,11).

Esta reflexión del apóstol san Pablo sobre la fe, que pide traducirse en propósitos y obras de bien, nos ayuda a comprender mejor el retrato espiritual del beato Luis Tezza, ejemplo fúlgido de una existencia entregada totalmente al ejercicio de la caridad y de la misericordia para con cuantos sufren en el cuerpo y en el alma. Para ellos fundó el instituto de las Hijas de San Camilo, a las cuales enseñó a poner en práctica una confianza absoluta en el Señor. "¡La voluntad de Dios! Esta es mi única guía -exclamaba-, el único objetivo de mis anhelos, al que quiero sacrificar todo". En este abandono confiado a la voluntad de Dios, tuvo como modelo a la Virgen María, amada con ternura y contemplada particularmente en el momento del fiat y en la presencia silenciosa al pie de la cruz.

También la beata Cayetana Sterni, habiendo comprendido que la voluntad de Dios es siempre amor, se dedicó con infatigable caridad a los excluidos y a los que sufrían. Trató siempre a esos hermanos suyos con la dulzura y el amor de quien, en los pobres, sirve al Señor mismo. A semejante ideal exhortaba a sus hijas espirituales, las Hijas de la Divina Voluntad, invitándolas, como escribía en las Reglas, a "estar dispuestas y contentas de soportar privaciones, fatigas y cualquier sacrificio con tal de ayudar al prójimo necesitado en todo lo que el Señor pudiera querer de ellas". El testimonio de caridad evangélica dado por la beata Sterni exhorta a cada uno de los creyentes a la búsqueda de la voluntad de Dios, en el abandono confiado a él y en el generoso servicio a sus hermanos.

5. El beato Bartolomé de los Mártires, arzobispo de Braga, se dedicó con suma vigilancia y celo apostólico a la salvaguardia y renovación de la Iglesia en sus piedras vivas, sin despreciar los andamios provisionales que son las piedras muertas. De entre las piedras vivas, privilegió las que tenían poco o nada de que vivir. Se quitó el pan de la boca para darlo a los pobres. Criticado por la lamentable impresión que daba por lo poco que le quedaba, respondía: "Nunca me verán tan distraído como para gastar, con ociosos, aquello con que puedo dar vida a muchos pobres".
Siendo la ignorancia religiosa la mayor pobreza, el arzobispo hizo todo lo posible por remediarla, comenzando por la reforma moral y la elevación cultural del clero, "porque es evidente -escribía- que si vuestro celo correspondiera al oficio, (...) no andarían las ovejas de Cristo tan apartadas del camino del cielo". Con su saber, su ejemplo y su intrepidez apostólica, conmovió e inflamó los ánimos de los padres conciliares de Trento para que se procediera a la reforma necesaria de la Iglesia, que después se empeñó en realizar con perseverante e inquebrantable valentía.

1487 6. "Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey" (Ps 144,1). Esta exclamación del Salmo responsorial refleja toda la existencia de la madre María Pilar Izquierdo, fundadora de la Obra Misionera de Jesús y María: alabar a Dios y cumplir en todo su voluntad. Su corta vida, tan sólo 39 años, se puede resumir afirmando que quiso alabar a Dios, ofreciéndole su amor y su sacrificio. Su vida estuvo marcada por un continuo sufrir, no sólo físicamente, haciendo todo por amor de Aquel que nos amó primero y sufrió por la salvación de todos. El amor a Dios, a la cruz de Jesús, al prójimo necesitado de ayuda material, fueron los grandes afanes de la nueva beata. Ella fue consciente de la necesidad de catequizar con el Evangelio en los suburbios y de dar de comer al hambriento, para configurarse con Cristo mediante las obras de misericordia. Su inspiración fundamental sigue viva hoy allí donde está presente la Obra Misionera de Jesús y María, desarrollando su labor en conformidad con su espíritu. Que su ejemplo de vida abnegada y generosa ayude a comprometerse cada vez más en el servicio a los necesitados para que el mundo actual sea testigo de la fuerza renovadora del Evangelio de Cristo.

7. Al inicio de esta Eucaristía hemos vuelto a escuchar del libro de la Sabiduría el gran mensaje del amor eterno e incondicional de Dios a toda criatura: "Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho" (Sg 11,24). Los nuevos beatos son signo elocuente de este amor fundamental de Dios. En efecto, con su ejemplo y su poderosa intercesión proclaman el anuncio de la salvación ofrecida por Dios a todos los hombres en Cristo. Acojamos su testimonio, sirviendo por nuestra parte a Dios "de modo digno y agradable", para caminar sin tropiezos hacia los bienes prometidos (cf. Oración colecta).Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1480