B. Juan Pablo II Homilías 1231


JUAN PABLO II

Homilía durante la misa celebrada

en la parroquia romana de


Santa Catalina de Siena


Domingo, 10 de octubre 1999


1. "El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo" (Mt 22,2).
En el evangelio que acabamos de proclamar, Jesús describe el reino de Dios como un gran banquete de boda, con abundancia de alimentos y bebidas, en un clima de alegría y fiesta que embarga a todos los convidados. Al mismo tiempo, Jesús subraya la necesidad del "traje de fiesta" (Mt 22,11), es decir, la necesidad de respetar las condiciones requeridas para la participación en esa fiesta solemne.

1232 La imagen del banquete está presente también en la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, donde se subrayan la universalidad de la invitación "para todos los pueblos" (Is 25,6) y la desaparición de todos los sufrimientos y dolores: "Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros" (Is 25,8).

Son las grandes promesas de Dios, que se cumplieron en la redención realizada por Cristo, y que la Iglesia, en su misión evangelizadora, anuncia y ofrece a todos los hombres. La comunión de vida con Dios y con los hermanos, que por obra del Espíritu Santo se actúa en la existencia de los creyentes, tiene su centro en el banquete eucarístico, fuente y cumbre de toda la experiencia cristiana. Nos lo recuerda la liturgia cada vez que nos disponemos a recibir el cuerpo de Cristo. Antes de la comunión, el sacerdote se dirige a los fieles con estas palabras: "Dichosos los invitados a la cena del Señor". Sí, somos verdaderamente dichosos, porque hemos sido invitados al banquete eterno de la salvación, preparado por Dios para todo el mundo.

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Catalina de Siena, al venir hoy a vosotros, reanudo mis habituales visitas pastorales a las parroquias de Roma. Doy gracias al Señor porque me ofrece la oportunidad de visitar vuestra comunidad parroquial dedicada a santa Catalina de Siena. Como bien sabéis, con ocasión de la apertura del Sínodo de los obispos para Europa, hace algunos días, tuve la alegría de proclamarla, junto con santa Brígida de Suecia y santa Edith Stein, copatrona del continente europeo. A ella, y a las otras dos santas patronas de Europa, les renuevo la consagración de los trabajos de la Asamblea especial del Sínodo de los obispos y el compromiso de la nueva evangelización en nuestro continente.

Deséandoos que crezcáis bajo la constante protección de santa Catalina, os saludo con alegría a todos. Saludo al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a vuestro querido párroco, monseñor Aldo Zega, y a los sacerdotes que colaboran con él. Dirijo un cordial saludo a las comunidades que están hermanadas con vuestra parroquia, y en particular a la de Trieste, que hoy está presente aquí con una significativa delegación. Saludo a los componentes de los numerosos grupos parroquiales y a cuantos colaboran en las diversas actividades formativas, socioculturales y caritativas de la parroquia.

3. Saludo también con gratitud a los padres marianistas, que nos acogen para esta celebración. Desde hace tiempo, en los terrenos pertenecientes a su congregación se halla el edificio prefabricado de las obras parroquiales. Gracias de corazón a las religiosas Hospitalarias de la Misericordia que, desde la fundación de la parroquia, han puesto generosamente a disposición su iglesia, asegurando el servicio de la sacristía y muchas otras formas de colaboración.

Queridos religiosos y religiosas, gracias por vuestra disponibilidad para afrontar las necesidades pastorales de la parroquia. Deseo vivamente que esta fecunda cooperación prosiga y se profundice cada vez más, no sólo aquí, sino también en todas partes. En efecto, el desafío de la nueva evangelización se dirige a los diversos componentes del pueblo de Dios, y exige que cada uno ponga a disposición sus recursos para servir mejor al Evangelio. De este modo, los sacerdotes diocesanos y religiosos, las comunidades parroquiales y las familias religiosas masculinas o femeninas trabajan juntos, en el respeto de sus legítimas autonomías, para anunciar y testimoniar a Cristo, único Redentor de la humanidad. Vuestra parroquia ha recorrido hasta ahora este camino; os animo a proseguir en él con confianza y generosidad.

Después de los primeros años difíciles de su fundación, vuestra parroquia ha recorrido un intenso camino comunitario, alcanzando un buen nivel de estructuración y organización pastoral. Aunque carece de un verdadero centro para las obras parroquiales, ha sido capaz de ofrecer a los habitantes de este territorio un itinerario continuo de catequesis y formación en la vida cristiana, así como un testimonio concreto de caridad evangélica. Seguid adelante.

Mientras os deseo de corazón que consigáis pronto un terreno para construir un lugar adecuado de culto, os invito a atesorar la experiencia realizada durante estos años. En vuestra acción apostólica, no os contentéis con dirigiros a cuantos ya se han adherido a la fe cristiana o mantienen con ella un contacto, aunque sea esporádico. Id en busca de cada persona, y anunciad a todos el Evangelio donde la gente vive, trabaja, estudia, sufre y pasa su tiempo libre.

4. Ésta es la misión a la que estamos llamados, especialmente con vistas al año jubilar, que comenzará dentro de pocos meses con la apertura de la Puerta santa. Imitad el ejemplo de vuestra patrona celestial, santa Catalina, humilde e intrépida terciaria dominica, que se consagró sin escatimar esfuerzos al servicio de la Iglesia. Que esta gran santa sea para todos, además de protectora particular, modelo para seguir en el camino de la santidad.

Seguidla vosotros, queridos jóvenes, que os estáis preparando para la Jornada mundial de la juventud. A este respecto, os recuerdo cuanto escribí en el Mensaje para dicha Jornada: "Tened la santa ambición de ser santos, como él -Cristo- es santo" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de julio de 1999, p. 2). Santa Catalina de Siena expresa, de manera admirable, la síntesis entre contemplación y acción, a la que debéis tender para ser los apóstoles del nuevo milenio.

Roma se prepara para celebrar el Congreso eucarístico internacional: quiera Dios que el amor a la Eucaristía, que tuvo santa Catalina, sea fuente de inspiración para todos los creyentes, a fin de que no les falte el entusiasmo del amor a Dios y al prójimo, especialmente a los más necesitados. Sobre todo vosotras, mujeres de esta comunidad, dirigid vuestra mirada a santa Catalina de Siena: el típico genio femenino, que la hizo intrépida y valiente, os impulse a ser fuertes, constructivas y creativas en el amor a Dios y en la solicitud por vuestros hermanos.

1233 5. "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Ph 4,13). Con estas palabras, san Pablo expresa el sentido profundo de su vida misionera. Ésta es también la síntesis de la experiencia espiritual de santa Catalina de Siena y de todos los fieles servidores del Evangelio. Deseo que también vuestra comunidad repita con el apóstol san Pablo y con los verdaderos discípulos de Cristo: "Todo lo puedo en aquel que me conforta".

Pidamos al Señor, con las palabras de la oración Colecta de la liturgia de hoy, que su gracia continuamente nos preceda y acompañe en nuestro camino personal y comunitario, de manera que, sostenidos por su ayuda paterna y por la intercesión materna de María, Madre de la Iglesia, no nos cansemos jamás de hacer el bien.

Amén



JUAN PABLO II

Homilía durante la misa de inauguración del

año académico en las universidades pontificias


Viernes 15 de octubre 1999

1. "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Rm 4,3). Las palabras del apóstol san Pablo, que acaban de resonar en esta basílica, nos introducen en el centro de la liturgia de hoy, con la que inauguramos el año académico 1999-2000.

Con gran afecto saludo al señor cardenal Pio Laghi, prefecto de la Congregación para la educación católica. Os saludo a vosotros, queridos rectores, profesores y alumnos, que habéis querido participar en esta solemne celebración eucarística. A todos os deseo un provechoso año académico. Éste será un año particular, puesto que coincide con el gran jubileo del año 2000. Quiera Dios que este tiempo de alegría sea para vosotros una ocasión propicia no sólo para profundizar el conocimiento teológico, sino sobre todo para crecer en la fe en Jesucristo.

2. El Apóstol habla de esta fe, presentando el ejemplo de Abraham, padre de los creyentes. Ilustra un punto fundamental de su predicación apostólica: la fe como fundamento de la justificación. El hombre es justificado ante Dios mediante la fe. La justicia que salva al hombre no deriva de las obras de la ley, sino de la fe, es decir, de su actitud de apertura total y acogida plena de la gracia de Dios, que transforma al ser humano y lo convierte en una nueva criatura.

El acto de fe no consiste simplemente en la adhesión del intelecto a las verdades reveladas por Dios; y tampoco en una actitud de entrega confiando en la acción de Dios. Es, más bien, la síntesis de ambos elementos, porque implica tanto la esfera intelectual como la afectiva, al ser un acto integral de la persona humana.

Estas reflexiones sobre la naturaleza de la fe tienen consecuencias inmediatas para el modo de elaborar, enseñar y aprender la teología. En efecto, si el acto de fe que lleva a la justificación del hombre implica a la persona en su totalidad, también la reflexión teológica sobre la revelación divina y sobre la respuesta humana ha de tener debidamente en cuenta los múltiples aspectos -intelectual, afectivo, moral y espiritual-, que intervienen en la relación de comunión entre Dios y el creyente.

3. "Dije: "confesaré al Señor mi pecado"" (Ps 32,5). El Salmo responsorial que hemos repetido juntos subraya la conciencia tanto de la imposibilidad de llegar a Dios únicamente con nuestras fuerzas como de nuestra condición de pecadores. La persona humana, partiendo de la toma de conciencia de que está alejada de Dios, busca el encuentro con él y se abre a la acción de la gracia.

Mediante la fe, el hombre acoge la salvación que le ofrece el Padre en Jesucristo. Es verdaderamente dichoso el hombre a quien el Señor da la salvación (cf. estribillo del Salmo responsorial); el corazón de quien está en paz con Dios rebosa alegría: "Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo todos los de recto corazón" (Ps 32,11).

1234 La primera parte del pasaje evangélico de hoy se refiere a esta sincera confesión de los propios pecados y a la necesidad de abrirse a la acción de Dios. Jesús define "levadura de los fariseos" la dureza del corazón que no quiere reconocer las propias culpas y la incapacidad para acoger el don de Dios: "Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía" (Lc 12,1). Con estas palabras, Jesús no sólo condena la actitud de falsedad y el afán de hacerse notar, sino también la presunción de creerse justos, que excluye toda posibilidad de auténtica conversión y de fe en Dios.

El acto de fe considerado en su integridad debe traducirse necesariamente en actitudes y decisiones concretas. De este modo, es posible superar la aparente contraposición entre la fe y las obras. Una fe entendida en sentido pleno no es un elemento abstracto, separado de la vida diaria; al contrario, abarca todas las dimensiones de la persona, incluidos sus ámbitos existenciales y sus experiencias vitales.

Un ejemplo elocuente de esta síntesis entre fe y obras, contemplación y acción, es la santa carmelita Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, cuya fiesta celebramos precisamente hoy. Alcanzó la cumbre de la intimidad con Dios y, al mismo tiempo, fue siempre muy activa desde el punto de vista apostólico y muy concreta en su acción. Su experiencia mística, como la de todos los santos, demuestra claramente que en quien busca a Dios todo converge hacia un único centro: la respuesta total a Dios que se comunica. También la teología, fiel a su índole de reflexión sapiencial sobre la fe, desemboca por su misma naturaleza en los campos de la moral y la espiritualidad.

4. En el texto de san Lucas que acabamos de proclamar, leemos: "Nada hay oculto que no haya de descubrirse" (Lc 12,2). Esta expresión no indica simplemente el hecho de que Dios escruta el corazón de todo hombre. Lo que está oculto y ha de ser revelado reviste un significado mucho más amplio y tiene alcance universal: se trata del anuncio evangélico sembrado en lo más íntimo de las conciencias, que hay que proclamar hasta los confines de la tierra.

Estas palabras de Jesús añaden un elemento importante a la reflexión sobre el acto de fe: el paso de la esfera personal y, por decirlo así, de la intimidad del hombre, a la esfera comunitaria y misionera. La fe, para que sea plena y madura, tiene que ser comunicada, prolongando en cierto sentido el movimiento que parte del amor trinitario y tiende a abrazar a la humanidad y a la creación entera.

5. El anuncio evangélico no carece de riesgos. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de fidelidad heroica al Evangelio. También durante nuestro siglo, incluso en nuestros días, numerosos hermanos y hermanas en la fe han sellado con el supremo sacrificio de la vida su adhesión plena a Cristo y su servicio al reino de Dios.

Ante la perspectiva de la renuncia y del sacrificio, que en algunos casos puede llevar hasta el martirio, nos sostienen las palabras consoladoras de Jesús: "No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más" (Lc 12,4). Las fuerzas del mal intentan entorpecer el progreso del Evangelio, tratan de anular la obra de la salvación y matar a los testigos de Cristo; pero precisamente el sacrificio de estos valientes obreros de la viña del Señor constituye la prueba elocuente del poder de Dios. ¡Cuántos momentos de prueba ha superado la Iglesia con la fuerza del Espíritu Santo! ¡Cuántos mártires de nuestro siglo han entregado su vida por la causa de Cristo! De su sacrificio han brotado abundantes frutos para la Iglesia y para el reino de Dios.
Por eso, al comienzo de este nuevo año académico nos consuelan y animan las palabras de Jesús: "No temáis" (Lc 12,7). Queridos hermanos, no tengamos miedo de abrir las puertas de nuestro corazón a la fe, de convertirla en experiencia viva en nuestra existencia y de anunciarla continuamente a nuestros hermanos.

La santísima Virgen, modelo de fe y sede de la Sabiduría divina, nos haga discípulos fieles de su Hijo Jesús y heraldos generosos de su Palabra.

Amén.



JUAN PABLO II

HOMILÍA EN LA MISA CELEBRADA EN LA

PARROQUIA ROMANA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS


Domingo, 17 de octubre de 1999



1235 1. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21).

En el pasaje del evangelio de hoy resalta la respuesta de Jesús a algunos judíos que, como en otras circunstancias, trataban de ponerlo a prueba. Jesús evita la trampa, actuando como un Maestro de gran sabiduría, que enseña fielmente el camino de Dios sin ceder a componendas.

Dad a Dios lo que es de Dios. Resulta evidente que lo que más cuenta es el reino de Dios. Las palabras de Cristo iluminan la línea de conducta del cristiano en el mundo. La fe no le pide que se aísle de las realidades temporales; por el contrario, es un estímulo mayor para que se comprometa con generoso empeño a transformarlas desde dentro, contribuyendo así a la instauración del reino de los cielos.

También la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, subraya esta verdad. Para los creyentes existe un solo Dios, que, con su providencia, guía el camino de la humanidad a través de la historia (cf. Is Is 45,5-6). Precisamente por esto, se comprometen en la construcción de la ciudad terrena, a fin de hacerla más justa y humana. Los sostiene en este esfuerzo la esperanza de participar un día en la comunión de la ciudad celestial, donde Dios será todo en todos.

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Francisco de Asís en el Monte Mario, me alegra visitar hoy vuestra comunidad y celebrar con vosotros la eucaristía. En este período de preparación inmediata para el jubileo, se nos invita constantemente a contemplar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, para disponernos así a cruzar con la actitud interior debida el umbral del tercer milenio.

Os saludo a todos con gran afecto. Saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, monseñor Vincenzo Apicella, a vuestro celoso párroco, padre Maurizio Fagnani, al superior general de los escolapios y a todos los padres escolapios de la provincia romana, que colaboran con él en la guía pastoral de la comunidad.

Deseo saludar con gratitud también a los miembros de institutos religiosos presentes en el territorio parroquial; a los numerosos grupos seglares que, con las diversas iniciativas de catequesis, caridad y animación del tiempo libre, enriquecen la vida de la parroquia; y a los miembros del consejo pastoral y del consejo para los asuntos económicos.

Dirijo un cordial saludo al grupo Agesci 27, a los jóvenes y a los animadores del "Oratorio Calasanz", creado recientemente con el objetivo de realizar un centro de reunión para niños y muchachos del barrio.

Os felicito por estas actividades en favor de las jóvenes generaciones y, sobre todo, me alegra que los adultos compartan los compromisos y responsabilidades de la pastoral juvenil, sin dejar solos a los jóvenes en su camino de crecimiento y educación en la fe. Para los jóvenes el sentirse acompañados por adultos maduros, que sepan proponerles metas elevadas y sean capaces de escucharlos y dar respuestas válidas a sus preguntas existenciales de fondo, es una garantía con vistas a su futuro y eso enriquece a la Iglesia y a la sociedad. Por tanto, os exhorto a seguir por ese camino, inspirándoos en el ejemplo de san José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías y patrono de las escuelas populares cristianas, que tanto hizo por el bien y la formación cristiana y cultural de la juventud.

3. Hablando de jóvenes, el pensamiento va naturalmente a la próxima Jornada mundial de la juventud que, como es sabido, se celebrará en Roma del 15 al 20 de agosto del año 2000. Aunque se trata de una iniciativa dirigida ante todo a los jóvenes, debe contar con la participación de toda la comunidad cristiana de Roma, en sus diversos niveles y estamentos. Hay que prepararse para brindar una acogida cordial a los muchachos y muchachas que vengan a Roma para esa celebración. Encomendemos al Señor, por intercesión de María, el éxito y los frutos espirituales que producirá seguramente ese gran acontecimiento.

Además de vuestro laudable esfuerzo con vistas a la formación de los jóvenes, no quiero olvidar las diversas iniciativas de caridad y evangelización que se realizan en vuestra parroquia, especialmente las que son fruto de la Misión ciudadana, recientemente clausurada, pero cuyo espíritu y estilo pastoral deben seguir impregnando todas las actividades apostólicas. Me refiero, en particular, a la realización de un centro de acogida y ayuda para los pobres, así como a los centros de escucha del Evangelio, que habéis abierto en muchas partes del barrio. Jamás debemos cansarnos de ser misioneros y de difundir el evangelio de la caridad.

1236 4. Amadísimos feligreses de San Francisco de Asís en el Monte Mario, al venir esta mañana a visitaros, noté que vuestra comunidad dispone de una iglesia pequeña, que, aunque tenga tres siglos de historia, no basta para vuestras exigencias litúrgicas y pastorales. A la vez que deseo que pronto tengáis otra mayor, os exhorto a considerar la pequeñez del edificio como un nuevo estímulo para ser comunidad viva, comprometida a llevar el Evangelio a todas partes. Sed una parroquia misionera, compuesta por creyentes apasionados de Cristo y capaces de testimoniar la fe con su vida.

Que la Virgen María os proteja; que san José de Calasanz y san Francisco de Asís obtengan de Dios para cada uno de vosotros el don de la perseverancia en vuestros propósitos de bien, según el espíritu y los compromisos de la nueva evangelización.

Amén.



MISA DE CLAUSURA DE LA II ASAMBLEA ESPECIAL

PARA EUROPA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS



23 de octubre de 1999



Venerables hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con esta solemne celebración eucarística se concluye la segunda Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos. A ti, Padre omnipotente; por ti, Hijo Redentor; en ti, Espíritu Santo, hoy damos gracias. Expresamos nuestro agradecimiento también por la serie de Asambleas sinodales continentales, a través de las cuales la Iglesia ha llevado a cabo durante estos años una amplia reflexión en el umbral del gran jubileo del bimilenario de la venida de Cristo al mundo.

Motivo de renovada gratitud a la divina Providencia es la oportunidad que hemos tenido de encontrarnos, escucharnos y confrontarnos: de este modo nos hemos conocido mejor y nos hemos edificado mutuamente, sobre todo gracias a los testimonios de aquellos que, bajo los pasados regímenes totalitarios, soportaron por la fe duras y prolongadas persecuciones.

Con espíritu agradecido hacia cada uno de vosotros, venerados hermanos en el episcopado, con quienes me he reunido casi todos los días durante estas semanas de intenso trabajo, hago mías las palabras del Salmista: «A los santos, que están en la tierra, hombres nobles, todo mi amor» (Ps 16,3). Gracias de corazón por el tiempo que habéis dedicado y el trabajo que habéis realizado generosamente por el bien de la Iglesia peregrina en Europa.

Quiero dirigir unas palabras de agradecimiento en especial a todos los que han colaborado en el desarrollo del Sínodo, prestando su ayuda a los padres sinodales; mi pensamiento se dirige, en particular, al secretario general y a sus colaboradores, a los presidentes delegados y al relator general. Expreso mi sincero reconocimiento también a cuantos han contribuido al éxito de este importante evento eclesial.

2. «Jesucristo, el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo resucitó de entre los muertos» (Ac 4,10).

1237 En los albores de la Iglesia resonó en Jerusalén esta firme proclamación de Pedro: era el kerygma, el anuncio cristiano de la salvación, destinado, por deseo del mismo Cristo, a cada hombre y a todos los pueblos de la tierra.

Después de veinte siglos, la Iglesia se presenta en el umbral del tercer milenio con este mismo anuncio, que constituye su único tesoro: Jesucristo es el Señor; en él y en ningún otro está la salvación (cf. Hch
Ac 4,12); él es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb He 13,8).

Es el grito que resonó en el corazón de los discípulos de Emaús, que regresaron a Jerusalén tras su encuentro con el Resucitado. Habían escuchado su palabra ardiente y lo habían reconocido al partir el pan. Esta Asamblea sinodal, la segunda para Europa, desarrollada oportunamente a la luz de la imagen bíblica de los discípulos de Emaús, se concluye con el signo del testimonio alegre que brota de la experiencia de Cristo, vivo en su Iglesia. La fuente de esperanza, para Europa y para el mundo entero, es Cristo, el Verbo hecho carne, el único mediador entre Dios y el hombre. Y la Iglesia es el canal a través del cual pasa y se difunde la ola de gracia que fluye del Corazón traspasado del Redentor.

3. «Creéis en Dios: creed también en mí (...). Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto» (Jn 14,1 Jn 14,7). Con estas palabras el Señor fortalece nuestra esperanza y nos invita a dirigir la mirada hacia el Padre celestial.

En este año, el último del siglo y del milenio, la Iglesia hace suya la invocación de los discípulos: «Señor, muéstranos al Padre» (Jn 14,8), y recibe de Cristo la respuesta confortadora: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (...). Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14,9-10). Cristo es la fuente de la vida y de la esperanza, porque en él «reside toda la plenitud de la divinidad» (Col 2,9). En la experiencia humana de Jesús de Nazaret, el Trascendente entró en la historia; el Eterno en el tiempo; el Absoluto en la precariedad de la condición humana.

Por tanto, con firme convicción, la Iglesia repite a los hombres y mujeres del año 2000, y en especial a los que viven inmersos en el relativismo y en el materialismo: acoged a Cristo en vuestra existencia. Quien lo encuentra conoce la verdad, descubre la vida y halla el camino que a ella conduce (cf. Jn Jn 14,6 Ps 16,11). Cristo es el futuro del hombre, «pues no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que debamos salvarnos» (Ac 4,12).

4. Este anuncio de esperanza, esta buena nueva es el corazón de la evangelización. Es antigua en lo que concierne a su núcleo esencial, pero nueva en lo relativo al método y a las formas de su expresión apostólica y misionera. Vosotros, venerados hermanos, durante los trabajos de la Asamblea que hoy se concluye, habéis acogido la llamada que el Espíritu dirige a las Iglesias de Europa para comprometerlas frente a los nuevos desafíos. No habéis tenido miedo de analizar la realidad del continente, poniendo de manifiesto tanto sus luces como sus sombras. Más aún, frente a los problemas actuales, habéis dado orientaciones útiles para que el rostro de Cristo sea cada vez más visible a través de un anuncio más eficaz, corroborado por un testimonio coherente.

En este sentido, nos ofrecen luz y consolación los santos y santas que llenan la historia del continente europeo. El pensamiento se dirige, en primer lugar, a las santas Edith Stein, Brígida de Suecia y Catalina de Siena, que, al inicio de esta Asamblea sinodal, proclamé copatronas de Europa, poniéndolas al lado de los santos Benito, Cirilo y Metodio. Pero, ¡cómo no pensar en los innumerables hijos de la Iglesia que, durante estos dos milenios, de forma oculta han vivido en la vida familiar, profesional y social una santidad no menos generosa y auténtica! Y ¡cómo no rendir homenaje a la gran cantidad de confesores de la fe y a los numerosos mártires de este último siglo! Todos ellos, como «piedras vivas», unidas a Cristo «piedra angular», han construido Europa como edificio espiritual y moral, dejando a la posteridad la herencia más valiosa.

Nuestro Señor Jesucristo lo había prometido: «El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y las hará mayores aún, porque yo voy al Padre» (Jn 14,12). Los santos son la prueba viva del cumplimiento de esta promesa, y nos animan a creer que ello es posible también en los momentos más difíciles de la historia.

5. Si dirigimos la mirada hacia los siglos pasados, no podemos por menos de dar gracias al Señor porque el cristianismo ha sido en nuestro continente un factor primario de unidad entre los pueblos y las culturas, y de promoción integral del hombre y de sus derechos.

Si ha habido comportamientos y opciones que, por desgracia, han ido en sentido contrario, en este momento en que nos preparamos a cruzar la Puerta santa del gran jubileo (cf. Incarnationis mysterium, 11), sentimos la necesidad de reconocer humildemente nuestras responsabilidades. Se pide a todos los cristianos este necesario discernimiento, para que, cada vez más unidos y reconciliados, y con la ayuda de Dios, puedan apresurar la venida de su Reino.

1238 Se trata de una cooperación fraterna, más urgente aún en el período que estamos atravesando, caracterizado por una nueva fase en el proceso de integración europea y por una fuerte evolución en sentido multiétnico y multicultural. A este respecto, hago mías las palabras del Mensaje final del Sínodo, deseando con vosotros, venerados hermanos, que Europa sepa garantizar, con fidelidad creativa a su tradición humanista y cristiana, la primacía de los valores éticos y espirituales. Es éste un deseo que «nace de la firme convicción de que no hay unidad verdadera y fecunda para Europa si no se construye sobre sus fundamentos espirituales».

6.Oremos por ello durante esta celebración. Invitados por el Salmo responsorial, repitamos: «Muéstranos, Señor, el camino de la vida» (estribillo del Salmo responsorial). En cada momento de la vida, Señor, muéstranos el camino que debemos recorrer.

Estas palabras asoman a los labios del creyente, especialmente ahora que la segunda Asamblea especial para Europa está llegando a su fin: sólo tú, Señor, puedes indicarnos el camino que hay que seguir para ofrecer a nuestros hermanos y hermanas de Europa la esperanza que no defrauda. Y nosotros, Señor, te seguiremos dócilmente.

La tradición iconográfica del Oriente cristiano nos ayuda en nuestra oración, ofreciéndonos un modelo de referencia elocuente: es el icono de la Virgen Hodigitria, «que muestra el camino». La Madre indica con la mano al Hijo que lleva en brazos, recordando a los cristianos de todas las épocas y lugares que Cristo es el camino que se ha de seguir. Por su parte, la Iglesia, reflejándose en el icono, se ve a sí misma en María, por decirlo así, y también su misión: indicar a Cristo al mundo, único camino que lleva a la vida.

¡María, Madre solícita de la Iglesia, ven a nuestro encuentro y muéstranos a tu Hijo! Escuchamos que la Virgen responde a nuestra confiada imploración indicándonos a Jesús y diciéndonos, como a los servidores de las bodas de Caná: «Haced lo que él os diga» (
Jn 2,5).

Con la mirada fija en Cristo, volved, amadísimos hermanos y hermanas, a vuestras comunidades, fortalecidos por la seguridad de que él vive en la Iglesia, fuente de esperanza para Europa.

Amén



VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN BENITO JOSÉ LABRE



Domingo 31 de octubre de 1999




1. «Uno solo es vuestro Maestro, Cristo» (Mt 23,10). El pasaje evangélico que acabamos de escuchar narra la disputa de Jesús con los escribas y los fariseos. Haciéndose eco de los profetas del Antiguo Testamento (cf. Ml Ml 2,1-10), Jesús condena su hipocresía, fundada en la presunción de ser justos ante Dios. Esa actitud, que aleja al hombre del camino del bien, puede anidar también hoy en el corazón del hombre.

Las palabras de Jesús ponen en guardia frente a cualquier «fariseísmo», es decir, frente a la búsqueda de las apariencias, a la fácil componenda con la mentira y a la tentación de afirmarse a sí mismo independientemente de la voluntad divina. Ante esta orgullosa pretensión del hombre de prescindir de Dios, Jesús, el verdadero Maestro, dirige una apremiante invitación a acoger con humilde disponibilidad la acción de la gracia divina: «El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mt 23,11).

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Benito José Labre, os saludo con afecto a todos y, de modo particular, al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, monseñor Enzo Dieci, a vuestro querido párroco, don Francesco Troiani, y a todos los que colaboran con él en la animación pastoral de esta joven comunidad parroquial.

1239 Sí, vuestra comunidad es joven por su fecha de nacimiento, ya que las primeras familias llegaron a este nuevo barrio en 1993. Y es joven también por su composición: la mayor parte de la población está formada por familias jóvenes, que vinieron a vivir a esta zona, llamada «La Torraccia», inmediatamente después de haberse casado, y ahora acogen en estos nuevos hogares el don de sus hijos, con el que Dios ha querido bendecir su unión matrimonial. A este propósito, sé que en la parroquia se celebran anualmente más de doscientos bautizos, y que son numerosos los niños inscritos en el catecismo. A vosotros, queridos muchachos, a vuestros padres, catequistas y educadores, va mi cordial saludo y mi aliento a proseguir participando generosa y activamente en la vida de la comunidad parroquial y en el gozoso testimonio de los valores cristianos.

3. Al mismo tiempo que damos gracias a Dios por el papel fundamental que desempeña en la Iglesia y en la sociedad la familia fundada en el matrimonio y enriquecida con el don de los hijos, no podemos menos de pensar hoy con preocupación en los numerosos núcleos familiares que, por desgracia, pasan dificultades, y en los que, a pesar de estar felizmente casados, no tienen el valor de abrirse al don de la vida. Que el Señor toque el corazón de estos hermanos y les ayude a perseverar en la vida matrimonial, acogiendo con generosidad a los hijos.

Esta visita pastoral a vuestra parroquia me brinda la ocasión de hacer mío el llamamiento que dirigieron hace algunos días los obispos del Lacio a los responsables políticos e institucionales y a todos los ciudadanos (cf. L'Osservatore Romano, 22 de octubre de 1999, p. 8). A las autoridades civiles les pido, una vez más, que traten de promover y tutelar la familia fundada en el matrimonio, sin confundirla con otras formas de unión muy diferentes. Exhorto a las comunidades eclesiales y a todos los creyentes a comprometerse cada vez más en favor de la familia y de los valores que entraña, conscientes de que así contribuyen eficazmente al bien común.

A este propósito, expreso mi deseo de que también en vuestro barrio de reciente construcción surjan muy pronto las estructuras indispensables para sostener a las familias que habitan en la zona y permitirles abrirse con mayor generosidad al don de la vida y vivir con serenidad su experiencia matrimonial. Pienso en la necesidad de jardines de infancia, de escuelas maternas y de todas las estructuras que ayudan a los padres en su tarea educativa.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, al venir esta mañana, me he dado cuenta de que vuestra nueva iglesia parroquial constituye prácticamente el único centro de reunión del barrio. Por eso, los locales parroquiales deben estar abiertos para acoger a quien llama a la puerta en busca de ayuda espiritual y material.

Sé que en esta parroquia la actividad pastoral comenzó de forma itinerante, por la falta de un lugar estable de culto y de instalaciones parroquiales. Os felicito por haber sabido transformar esa condición inicial de incomodidad en una ocasión de testimonio auténticamente evangélico, a ejemplo de vuestro patrono, san Benito José Labre, que, como es sabido, era un peregrino. Llamado el «santo francés», vino de Francia a Roma y vivió sin tener residencia fija, confiando sólo en Dios y alimentándose abundantemente de su Palabra y de la Eucaristía. Romano por elección, murió santamente en la pobre trastienda de un carnicero, a poca distancia del Coliseo, donde vivía entre las ruinas.

Siguiendo el ejemplo de san Benito José Labre, conservad también vosotros el entusiasmo y el estilo de los primeros años de vida de vuestra comunidad parroquial, caracterizado por el anuncio evangélico itinerante, de casa en casa, y por la celebración de la Eucaristía en los patios de los edificios. Ése debe continuar siendo vuestro estilo pastoral, aunque ahora disfrutéis de esta hermosa y nueva iglesia parroquial, prosiguiendo las metas y los métodos de la Misión ciudadana.

5. El Año santo del 2000 se acerca a grandes pasos. Será un año intensamente «eucarístico», especialmente durante el mes de junio, cuando se celebre aquí en Roma el Congreso eucarístico internacional. A la vez que invito a toda la comunidad cristiana a prepararse para vivir con fe y devoción ese gran acontecimiento de fe, exhorto a todos a redescubrir el don precioso del Pan eucarístico, que es «la fuerza de los débiles, el apoyo de los enfermos, el bálsamo que sana las heridas, el viático del que deja este mundo. Es el vigor de los fieles que trabajan en ambientes y circunstancias en las que su presencia es la única posibilidad de proclamación del Evangelio» (Texto base del Congreso eucarístico internacional del año 2000, n. 11: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de junio de 1999, p. 10). Quiera Dios que la celebración del Congreso eucarístico internacional dé a los cristianos de Roma y del mundo entero la fuerza para vivir cada vez más intensamente el espíritu misionero que debe animar a la Iglesia del tercer milenio.

6. En efecto, todos los discípulos de Cristo son portadores de un mensaje de salvación que proviene de Dios y está destinado a todo el mundo. No se trata de una palabra que tiene simplemente autoridad humana; al contrario, posee una autoridad que deriva directamente de Dios. Nos lo recuerda san Pablo en la secunda lectura de este domingo: «Al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes» (
1Th 2,13).

Sed conscientes del gran tesoro de la palabra de Dios confiado a la Iglesia en su totalidad y a cada uno de los fieles. Dejaos evangelizar por la palabra de Cristo para ser, también vosotros, evangelizadores de vuestros hermanos.

María, Estrella de la evangelización, la primera que acogió dócilmente en su seno al Verbo de Dios para ofrecerlo a todo el mundo, nos ayude a escuchar atentamente la Palabra y a ser testigos valientes de su hijo Jesús, único Maestro y Salvador del mundo. Amén.







B. Juan Pablo II Homilías 1231