B. Juan Pablo II Homilías 1249


JUAN PABLO II

HOMILÍA

domingo 28 de noviembre




1. "Vigilad..., velad" (Mc 13,35 Mc 13,37). Esta insistente llamada a la vigilancia y esta invitación urgente a estar preparados para acoger al Señor que viene, son característicos del tiempo litúrgico de Adviento, que comenzamos hoy. El Adviento es tiempo de espera y preparación interior para el encuentro con el Señor. Por tanto, dispongamos nuestro espíritu para emprender con alegría y decisión esta peregrinación espiritual que nos llevará a la celebración de la santa Navidad.
Este año, además, existe una ulterior razón que hace más fuerte y profunda la llamada a emprender con empeño el itinerario del Adviento. En efecto, en la Nochebuena y en el día de Navidad se realizará la apertura tan esperada de la Puerta santa en las basílicas de San Pedro y de San Juan de Letrán.

Por eso, este Adviento constituye, en cierto sentido, una preparación inmediata para el tiempo especial de gracia y perdón que es el gran jubileo, durante el cual conmemoraremos con gratitud y gozo el bimilenario del nacimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Queridos hermanos y hermanas, iluminados por la palabra de Dios y sostenidos por la gracia del Señor, pongámonos en camino hacia el Señor que viene. Pero, ¿para qué "viene Dios" o, como dice a menudo la Biblia, "nos visita"? Dios viene para salvar a sus hijos, para hacer que entren en la comunión de su amor.

2. Me alegra iniciar este tiempo de espera junto con vuestra comunidad parroquial. Además, esta ocasión me permite agradecer a vuestra parroquia, y a todas las de Roma, el esfuerzo realizado para la preparación del Año santo, especialmente mediante la misión ciudadana. ¡Cuántos fieles, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos han participado activamente en el anuncio y en el testimonio del Evangelio! Así, el anuncio de Cristo ha llegado a todo hombre y a toda mujer de nuestra ciudad. Prosigamos esta obra, que ha de interesar a todos los creyentes, y hagamos que Roma se prepare para vivir plenamente la gracia del acontecimiento jubilar.

A este propósito, deseo repetir hoy lo que he escrito recientemente a todos los romanos: "Roma cristiana, no dudes en abrir las puertas de tus hogares a los peregrinos. Brinda con alegría hospitalidad fraterna" (Carta a los romanos con miras a la preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de noviembre de 1999, p. 23). La ciudad y la diócesis de Roma sólo podrán acoger adecuadamente a los peregrinos que vengan de todas las partes del mundo para el jubileo si son las primeras en abrir su mente y su corazón al misterio inefable del Verbo que se hizo carne.

El compromiso de este Adviento consiste en abrir las puertas del alma al gran misterio de la Encarnación, acogiendo en la vida al Hijo de Dios que viene al mundo. También para las comunidades cristianas presentes y operantes en la capital ésta es la condición indispensable para realizar el camino de conversión propuesto por la celebración del Año santo y para reconocer en Jesucristo al único Salvador del mundo: ayer, hoy y siempre.

1250 3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Inocencio I Papa y San Guido Obispo, con estos sentimientos y deseos, ya en la inminencia del comienzo del Año jubilar, os saludo a todos con gran afecto. Mi saludo cordial va, ante todo, al cardenal vicario, a monseñor Enzo Dieci, obispo auxiliar del sector, a don Maurizio Milani, vuestro celoso párroco, y a cuantos colaboran con él de diferentes maneras en las múltiples actividades parroquiales. Saludo a los jóvenes y a las familias, a los ancianos y a los enfermos, a quienes recuerdo de modo especial.
En nombre de la diócesis de Roma, deseo dar las gracias a la fundación Guido y Bice Schillaci Ventura, que hizo posible la realización de este nuevo complejo parroquial. Construido dieciocho años después de la formación de la comunidad, que comenzó en una situación bastante precaria, hoy permite una acción apostólica más eficaz y permanente.

Por desgracia, aún existen muchas otras zonas privadas de un centro parroquial adecuado, y abrigo el vivo deseo de que también esos barrios tengan cuanto antes, como vosotros, una digna y acogedora casa de oración, un lugar de reunión donde los feligreses puedan encontrarse, cuidar la formación cristiana y humana de los jóvenes, así como brindar asistencia a las familias y compañía a los ancianos y a las personas solas. Me lleva a poner de relieve esta exigencia, que se siente con fuerza, el hecho de que hoy se celebra en Roma el Adviento de fraternidad para la construcción de nuevas iglesias, especialmente en las zonas periféricas.

4. Queridos hermanos, demos gracias al Señor por cuanto se ha realizado hasta ahora. Ojalá que las infraestructuras de que disponéis os ayuden a realizar una labor eficaz de evangelización, respondiendo a los desafíos de la secularización y de un cierto desapego de los valores tradicionales del cristianismo. Ojalá que las experiencias espirituales que viváis aquí os estimulen a intensificar vuestro esfuerzo por anunciar el Evangelio, dispuestos a dar razón de vuestra fe ante todos.

Frente a la actual crisis de valores, vuestro testimonio cristiano en las familias ha de ser claro y generoso; sed los primeros custodios de la pureza de los niños y los jóvenes; esforzaos para que se abran de par en par las puertas de los corazones, y Cristo pueda entrar en la existencia de todos los habitantes de vuestro barrio.

No os desaniméis ante las dificultades inevitables. Dios os sostiene con su gracia y hará que vuestras iniciativas pastorales den fruto. Juntos, animados por un mismo espíritu, preparaos para las grandes citas del Año santo, especialmente para el jubileo de la diócesis, el Congreso eucarístico internacional y la XV Jornada mundial de la juventud. Estoy seguro de que esos acontecimientos constituirán un momento fuerte de crecimiento de vuestra comunidad, infundiendo nuevo impulso misionero en cada miembro de vuestra familia parroquial.

5. "¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras!" (
Is 63,19). Esta intensa invocación del profeta Isaías expresa de modo eficaz cuáles deben ser los sentimientos de nuestra espera del Señor que está a punto de venir. ¡Sí! El Señor ya vino a nosotros hace dos mil años, y nos preparamos para celebrar, en la próxima Navidad, el gran acontecimiento de la Encarnación. Cristo cambió radicalmente el curso de la historia. Al final, volverá en su gloria, y nosotros lo esperamos, esforzándonos por vivir nuestra existencia como un adviento de esperanza confiada. Es lo que queremos pedir con esta celebración litúrgica.

Que Dios nos asista con su gracia, para que iniciemos con impulso y buena voluntad el itinerario del Adviento, saliendo al encuentro de Cristo, nuestro Redentor, con las buenas obras (cf. Oración colecta). María, Hija de Sión, elegida por Dios para ser Madre del Redentor, nos guíe y acompañe; haga fecunda y llena de alegría nuestra preparación para la Navidad y para el gran acontecimiento del jubileo.
¡Alabado sea Jesucristo!



HOMILÍA


VISITA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN URBANO Y SAN LORENZO



domingo 12 de diciembre de 1999


1. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, (...) para proclamar el año de gracia del Señor" (Is 61,1-2).

1251 Estas palabras, pronunciadas por el profeta Isaías hace muchos siglos, son muy actuales para nosotros, mientras nos encaminamos a grandes pasos hacia el gran jubileo del año 2000. Son palabras que renuevan la esperanza, preparan el corazón para acoger la salvación del Señor y anuncian la inauguración de un tiempo especial de gracia y liberación.

El Adviento es un período litúrgico que pone de relieve la espera, la esperanza y la preparación para la visita del Señor. La liturgia de hoy, que nos propone la figura y la predicación de Juan Bautista, nos invita a este compromiso. Como hemos escuchado en el texto evangélico, Juan fue enviado para preparar a los hombres para al encuentro con el Mesías prometido: "Allanad el camino del Señor" (
Jn 1,23). Esta invitación del Bautista es para todos nosotros: ¡aceptémosla! Con alegría, apresuremos el paso hacia el gran jubileo, hacia el año de gracia durante el cual en toda la Iglesia resonará un gran himno de alabanza a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Urbano y San Lorenzo en Prima Porta, en la larga peregrinación que comencé ya desde los primeros meses de mi servicio como Obispo de Roma y que me ha llevado a visitar numerosas parroquias de nuestra diócesis, llego hoy aquí, a Prima Porta, para esta visita pastoral, que es la última que realizo a una comunidad parroquial de Roma antes de la apertura del Año santo. Me alegra encontrarme en medio de vosotros hoy. Os saludo con afecto a todos y, en particular, al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, monseñor Enzo Dieci, a vuestro celoso párroco, don Fernando Altieri, a los queridos Oblatos Hijos de la Virgen del Amor Divino, a quienes está confiado el cuidado de esta comunidad, y a los sacerdotes que colaboran en el ministerio pastoral. Saludo a las religiosas presentes en la parroquia: a las Hijas de Santa María de Leuca, a las Esclavas del Señor y a las Hijas de San Vicente de Paúl. El testimonio de las personas consagradas que trabajan en vuestra parroquia demuestra que la vida consagrada constituye un gran recurso espiritual y pastoral para la comunidad.

Saludo a los miembros del consejo pastoral, a los que participan activamente en las diversas comisiones parroquiales, a los animadores y a los miembros de los grupos parroquiales, a los muchachos que asisten al catecismo y a todos los habitantes de este barrio. No quisiera olvidarme de los jóvenes, los ancianos y los enfermos. Dirijo, asimismo, un saludo afectuoso y fraterno al querido cardenal Gilberto Agustoni, que desde hace muchos años vive en el ámbito de vuestra parroquia y, desde 1994, es cardenal diácono de vuestra iglesia de San Urbano y San Lorenzo. Saludo también cordialmente al arzobispo emérito de Cosenza-Bisignano, monseñor Dino Trabalzini.

3. Al encontrarme esta mañana en "Prima Porta", localidad así llamada por el arco anexo al antiguo templo recién restaurado, que se remonta a la época del emperador Augusto, mi pensamiento va espontáneamente al tiempo en que el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros.
Cuando recordamos el gran acontecimiento de la Encarnación, no podemos menos de pensar que nuestro Dios está muy cerca de nosotros, más aún, entró en nuestra historia para redimirla desde dentro. ¡Sí! En Jesús de Nazaret, Dios vino a vivir en medio de nosotros, para "dar la buena noticia a los pobres, para vendar los corazones desgarrados, (...) para proclamar el año de gracia del Señor" (Is 61,1-2).

4. Amadísimos feligreses de San Urbano y San Lorenzo, el cementerio de Prima Porta, que visité hace ocho años, con ocasión de la solemnidad de Todos los Santos, forma parte de vuestra parroquia. Durante esta asamblea eucarística recordaremos de modo particular a todos los fieles que descansan allí, encomendándolos a la infinita misericordia de Dios. El recuerdo de quienes nos han precedido en el reino de Dios nos debe acompañar siempre. La cruz que se erigirá dentro de ese campo santo, como recuerdo de mi visita, será un signo elocuente de la muerte gloriosa del Señor, fuente de la esperanza de salvación para todos. El misterio de Cristo debe ser el punto de referencia de toda vuestra comunidad, compuesta por cerca de dos mil familias, y esparcida por un territorio de muchos kilómetros, a lo largo de las vías Flaminia y Tiberina.

Sé que la mayor parte de la población ha permanecido en esta zona incluso después de las graves inundaciones de 1965, y ha reconstruido con valentía y tenacidad sus viviendas. Sé, asimismo, que muchos de sus habitantes son ancianos. A menudo, acogen en sus hogares a sus hijos casados, que tienen dificultad para encontrar casa en otro lugar. De este modo, se crea una comunidad familiar amplia y rica, en la que conviven abuelos, hijos y nietos. Deseo que esta comunión de vida contribuya, no sólo a la ayuda material recíproca, sino también a la transmisión de los valores humanos y cristianos, que forman el valioso patrimonio de la amada nación italiana. Los ancianos guardan muchos recuerdos y son testigos de una sabiduría que deriva de su arraigo en los valores cristianos (cf. Carta a los ancianos, 9-10).

5. Amadísimos hermanos y hermanas, en este tercer domingo de Adviento se celebra en toda la diócesis de Roma la Jornada por las nuevas iglesias. Vosotros, por especial solicitud de mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, disponéis desde hace muchos años de una nueva iglesia. Por tanto, podéis comprender bien cuán importante es para una comunidad tener un centro de culto y de encuentro, abierto y acogedor para todos: para las familias que viven desde hace tiempo en el territorio, para los que acaban de llegar procedentes de otras regiones de Italia o de países extracomunitarios y para cuantos, de cualquier modo, tienen necesidad de aliento para seguir el camino de la fe.

Pidamos al Señor que en todas las zonas de Roma que aún carecen de un centro parroquial adecuado se construya cuanto antes, con la contribución de todos, un lugar de culto digno. Pidamos, de igual modo, que toda parroquia sea siempre, pero especialmente durante el Año jubilar ya inminente, una comunidad capaz de testimoniar el Evangelio, atenta a los problemas de la gente, abierta y acogedora.

6. "Hermanos: estad siempre alegres" (1Th 5,16). Quisiera concluir con esta invitación a la alegría, que san Pablo dirige a los cristianos de Tesalónica. Es característica de este domingo, llamado comúnmente "Gaudete". Es una exhortación a la alegría que resuena ya en las primeras palabras de la antífona de entrada: "Alegraos siempre en el Señor; os lo repito: estad siempre alegres. El Señor está cerca".

1252 Sí, amadísimos hermanos y hermanas, alegrémonos porque el Señor está cerca. Dentro de pocos días, en la noche de Navidad, celebraremos con gozo el bimilenario de su nacimiento. Que esta alegría penetre en todos los ámbitos de nuestra existencia.

Pidamos a María, la primera que escuchó la invitación del ángel: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (
Lc 1,28), que nos sostenga en este programa de vida cristiana, sin olvidar jamás que todo creyente tiene la misión de testimoniar la alegría.

María, Madre del Amor Divino, sea para todos nosotros causa de nuestra verdadera y profunda alegría. Amén.



SANTA MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS


COMO PREPARACIÓN PARA LA NAVIDAD





martes 14 de diciembre de 1999



1. "Vendrá el Señor; (...) aquel día brillará una gran luz" (Antífona; cf. Zc 14, 5. 7).

Estas palabras de la liturgia nos recuerdan el típico clima espiritual del Adviento, en el que se sitúa nuestra celebración, como preparación para las fiestas navideñas.

Amadísimos jóvenes estudiantes, os acojo a todos con gran afecto. Saludo y doy las gracias al profesor Giuseppe D'Ascenzo, que con nobles palabras ha interpretado vuestros sentimientos comunes, y al doctor Antonio Cicchetti, que ha ilustrado el camino ya recorrido y el programado con vistas al encuentro jubilar. También saludo con deferencia al señor ministro, a los rectores, a los profesores y al personal no docente, y les agradezco su presencia en este encuentro con la comunidad académica de Roma y de Italia, que comenzó hace veinte años. Asimismo, me alegra saludar a las delegaciones de las capellanías de algunos ateneos europeos, hermanados con las romanas.

2. Este año el Adviento no sólo nos prepara para la Navidad, sino también para el gran jubileo del año 2000. En la noche de Navidad se abrirá, en esta basílica de San Pedro, la Puerta santa. Se trata de un acontecimiento de gran significado simbólico: representa la apertura de un paso universal, como punto de convergencia al que todos los hombres y todos los pueblos están invitados a dirigirse, para entrar en el amor, en la justicia y en la paz del reino de Dios. Este "paso universal es Cristo, Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia" (Redemptor hominis RH 1).

El rito de la apertura de la Puerta santa tendrá lugar en todas las diócesis del mundo. El valor del jubileo es eminentemente espiritual; y, sin embargo, está estrechamente relacionado con la historia y la presencia concreta de la Iglesia en el mundo. También el jubileo vive de la admirable unidad entre lo divino y lo humano, lo celestial y lo terreno, lo histórico y lo trascendente, que caracteriza a toda realidad eclesial.

3. El tema jubilar elegido para el mundo universitario, "La universidad para un nuevo humanismo", es muy sugestivo. Invita a desarrollar e incrementar el rico patrimonio científico de la humanidad, según un proyecto que ponga en su centro al hombre.

El acontecimiento de la Encarnación abre la inteligencia de la fe al conocimiento del amor de Dios al hombre y a la comprensión del sentido de la vida y de la historia. Al fijar su mirada en el misterio del Verbo encarnado, como invita a hacer el gran jubileo ya inminente, el hombre se reencuentra a sí mismo (cf. Gaudium et spes GS 22). De modo particular, el investigador y el estudiante creyentes comprenden que todo aspecto de un auténtico humanismo está estrechamente vinculado al misterio de Cristo (cf. Redemptor hominis RH 10).

1253 Servir al hombre es la tarea que, en el umbral del tercer milenio, se os confía de modo especial a vosotros, que actuáis en la universidad. Amadísimos estudiantes y profesores, os esperan importantes citas durante el año jubilar. Pienso en la Jornada mundial de la juventud, en la que participará un gran número de universitarios, y agradezco a los rectores de los ateneos romanos la sensibilidad con que han favorecido los proyectos de acogida de los jóvenes y la hermandad entre los ateneos. Pienso, asimismo, en el Encuentro mundial de profesores, que tendrá lugar en septiembre, y animo a cuantos están preparando este encuentro a perseverar en su plausible empeño.

4. La perspectiva universal de esos encuentros jubilares se armoniza bien con un tema bíblico que acaba de sugerir la primera lectura, es decir, la "peregrinación de los pueblos". Se trata de un tema muy apreciado especialmente por los profetas de Israel, que denuncian la infidelidad del pueblo elegido y anuncian el nacimiento de un pueblo nuevo, formado por todos los que, procedentes de toda nación y toda raza, se convertirán al Señor y a su justicia. Este tema subraya la exigencia prioritaria de la conversión y alerta frente al peligro de "creerse justos", que con gran claridad pone de relieve a su vez el pasaje evangélico de hoy.

En efecto, la fe exige como requisito esencial la conversión, es decir, el arrepentimiento sincero y el íntimo deseo de cambiar en el corazón, con la ayuda de Dios. Es un movimiento interior desde sí mismos hasta Dios, que permite volver a encontrarse a sí mismos de modo nuevo y auténtico. El punto de partida es la toma de conciencia de la propia pobreza, de la propia necesidad de salvación. Impiden o frenan la conversión el orgullo, la presunción y la confianza en sí mismos, que se traducen en prepotencia, mentira e iniquidad.

El pecador arrepentido "adelanta" al que se cree justo y piensa que no necesita convertirse (cf. Mt
Mt 21,31). Así, el jubileo es para todos, pero beneficia sólo a quienes se arrepienten y emprenden, con la gracia del Señor, un auténtico camino de conversión.

5. Durante el tiempo de Adviento se renueva la peregrinación de los pueblos hacia el Dios de Israel, que en Jesucristo se hizo hombre y vino a habitar en medio de nosotros. Pero este año adquiere una intensidad particular. La Iglesia se ha preparado para entrar en el año 2000 con cinco "Sínodos continentales", es decir, cinco Asambleas especiales del Sínodo de los obispos, respectivamente para África, América, Asia, Oceanía y Europa. A cada asamblea sigue un documento de análisis y orientaciones para la evangelización.

¿Cuál es el significado de esos Sínodos y esos documentos? Podemos decir que, por medio de ellos, la Iglesia universal quiere mostrar el camino que va realizando en todas las partes del mundo, siguiendo las huellas de Cristo. El pueblo de Dios, que vive en todos los continentes, habla de sí mismo, de cómo sigue a Cristo en su peregrinación con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

Así pues, estos acontecimientos sinodales expresan un gran movimiento.Como si de todos los lugares del mundo se pusieran en camino los hombres de diversas naciones, lenguas, razas y culturas, llamados por la voz de los ángeles que anuncian la buena nueva: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres, que ama" (Lc 2,14). También nosotros estamos invitados a recorrer este camino salvífico hacia Cristo, que nació hace dos mil años en la cueva de Belén y que, durante este Año jubilar, se hace presente de modo particular en medio de nosotros, para que podamos participar todos en la filiación divina.

6. Queridos hermanos, vuestra condición de personas que trabajan y estudian en la universidad os ayuda a tomar parte, con vuestra competencia y vuestra sensibilidad específicas, en esta peregrinación universal hacia Cristo, verdad del hombre y de la historia. Amad el estudio, el conocimiento que se ensancha y se profundiza mediante la investigación y se enriquece mediante la confrontación, manifestando el esplendor de la verdad. Amad la vida y respetadla siempre, especialmente cuando es más frágil e indefensa.

María, Sede de la sabiduría, os ayude a ser fieles a Dios y fieles al hombre. Nos encaminamos hacia la Navidad, ya inminente. Miramos ya cercano el umbral del año 2000, que dentro de poco cruzaremos. Hacia ese umbral miran de manera especial los jóvenes, porque a ellos pertenece el siglo que viene, el milenio que viene. Os deseo que entréis con valentía en este tiempo que nos espera. Os deseo que entréis en este tiempo con la fuerza de Cristo para el futuro de la humanidad.

¡Alabado sea Jesucristo!



JUAN PABLO II

HOMILÍA


MISA DE FUNERAL POR EL CARDENAL PAOLO DEZZA


lunes 20 de diciembre



1254 1. "Pater, quos dedisti mihi, volo ut ubi ego sum et illi sint mecum" (Jn 17,24).

Estas palabras de Cristo, tomadas de la oración llamada "sacerdotal", son para nosotros luz y consuelo, amadísimos hermanos, en este momento, en el que la fe nos reúne en torno al altar de Cristo y a los restos mortales del venerado cardenal Paolo Dezza, jesuita.

Nuestra oración quisiera insertarse en la del único y sumo Sacerdote, y esconderse en su "vuelo", reflejo perfecto de la voluntad de salvación del Padre celestial, fuente de la vida en el tiempo y en la eternidad.

Con su larga existencia, el padre Dezza se acercó a los ideales bíblicos de longevidad, recorriendo casi enteramente el siglo que está a punto de terminar. Nació en Adviento, el día de santa Lucía, y falleció en Adviento, un poco más cerca de la Navidad: la muerte fue para él la "puerta santa", el último tránsito que se abre a la eternidad.

2. Con las palabras de Isaías, profeta del Adviento, la liturgia acaba de hacer resonar el anuncio del banquete escatológico y de la victoria definitiva de Dios sobre la muerte. En presencia de Cristo, muerto y resucitado, nosotros, a quienes la gracia ha llevado al monte Sión, decimos con fe: "Ahí tenéis a nuestro Dios: esperamos que nos salve; (...) nos regocijamos y nos alegramos por su salvación" (Is 25,9).

La muerte de un hombre, tanto más de una persona a la que nos unen vínculos de profundo afecto, no puede menos de producirnos dolor y emoción. Esos mismos sentimientos tuvo el Señor Jesús, que, delante de la tumba de su amigo Lázaro, viendo el llanto de sus hermanas, se conmovió hasta las lágrimas. Precisamente esas lágrimas Dios prometió enjugar de todos los rostros (cf. Is Is 25,8); y lo hizo y lo sigue haciendo también hoy con la mano del Resucitado. Él colma a los creyentes de esperanza y alegría, a pesar de las pruebas y aflicciones de la vida, mediante las cuales podemos purificarnos, para que nos encuentre preparados cuando vuelva (cf. 1P 1,3-9).
3. Me agrada pensar que, más allá de la muerte, han acogido al padre Paolo Dezza tres rostros muy amados y deseados, para acompañarlo a la comunión plena con Dios: María, Pedro e Ignacio, a los que la Providencia quiso unir su itinerario espiritual.

Fue ordenado sacerdote en 1928, en la fiesta de la Anunciación del Señor, como si hubiera querido unir su "fiat" al de la Virgen, para disponerse a acoger la gracia del Espíritu Santo. Realmente, en la intensa y múltiple actividad del padre Dezza, y más aún en las numerosas virtudes de su alma cristiana, religiosa y sacerdotal, aparece de modo inconfundible la fecundidad de la gracia y el fruto de una correspondencia perseverante y generosa a la iniciativa divina.
4. Pero si buscamos un punto unificador, en el que podamos resumir toda su vida y su espiritualidad, el mismo cardenal difunto nos lo proporciona con gran claridad. En la homilía con ocasión de su LX aniversario de ordenación sacerdotal, dijo que la expresión del padre De Guibert: "Servir a Cristo en la persona de su Vicario" siempre le había resultado muy querida, porque le parecía ver en ella "la nota determinante de mi vocación a la Compañía y la nota dominante de toda mi vida religiosa y sacerdotal en la Compañía".

En aquella circunstancia, recordó la "huella profunda" que dejó en él, cuando tenía unos trece años, la participación en una audiencia del Papa san Pío X; y explicó que fueron decisivas para su vocación la fidelidad y la devoción al Papa, en las que veía que se distinguían los jesuitas. Su adhesión al Papa fue creciendo durante los años de su formación, hasta el punto de que, recién ordenado sacerdote, quiso venir a Roma para celebrar la misa en la capilla Clementina, junto a la tumba del apóstol Pedro.

5. Destinado casi inmediatamente a la Pontificia Universidad Gregoriana, de la que, de 1941 a 1951 fue estimadísimo rector, mantuvo contactos cada vez más estrechos con los Pontífices. "Esos contactos -afirmaba- me hicieron comprender mejor el significado y el valor del vínculo especial que une a la Compañía con el Papa, me mostraron el gran servicio que, en virtud de dicho vínculo, la Compañía es capaz de prestar a la Iglesia y, por consiguiente, la gratitud y la benevolencia especial de los Papa para con la Compañía".

1255 Mi venerado predecesor Pablo VI, en años muy problemáticos para la Iglesia y para la Compañía de Jesús, encontró en el padre Dezza al servidor de Cristo, al auténtico jesuita, al hombre espiritual en cuyo sabio consejo podía confiar en medio de las dificultades de su altísima misión. Yo mismo le conferí un poder especial para la Compañía de Jesús, en una fase importante de su historia.
Servir a Cristo en la persona de su Vicario: el ideal de san Ignacio fue la norma en la que el cardenal Dezza inspiró toda su vida de modo fiel y diligente, inteligente y prudente, generoso y desinteresado. No ignoraba las deficiencias existentes en la Iglesia y en sus hombres, pero con una esmerada dedicación, llena de amor y fe, contribuyó a aliviar sus efectos, trabajando por la auténtica renovación de la Iglesia misma.

6. Todo esto, que para él fue objeto de constante empeño ante Dios, es hoy para nosotros motivo de emocionada acción de gracias. Nos anima la esperanza confiada de que el Señor ya ha introducido a este amado hermano nuestro en la plenitud del gozo eterno, que él, sobre todo en el último período, deseaba ardientemente. Oremos para que se le conceda este deseo, ofreciendo el sacrificio del altar e invocando sobre él la intercesión materna de la bienaventurada Virgen María.
El amadísimo padre Paolo Dezza, consagrado sacerdote bajo el signo de la Anunciación, murió bajo la mirada llena de esperanza de la Virgen del Adviento. Que ella misma le ayude a vivir su "nacimiento al cielo", para celebrar allí, junto con los ángeles y los santos, su jubileo.



Homilía del Santo Padre Juan Pablo II


Misa de medianoche

Apertura del Gran Jubileo del Año 2000

Viernes, 24 de diciembre de 1999


1. "Hodie natus est nobis Salvator mundi" (Salmo resp.)

Desde hace veinte siglos brota del corazón de la Iglesia este anuncio alegre. En esta Noche Santa el ángel lo repite a nosotros, hombres y mujeres del final de milenio: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría... Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador" (Lc 2,10-11). Nos hemos preparado a acoger estas consoladoras palabras durante el tiempo de Adviento: en ellas se actualiza el "hoy" de nuestra redención.

En esta hora, el "hoy" resuena con un tono singular: no es sólo el recuerdo del nacimiento del Redentor, es el comienzo del Gran Jubileo. Nos unimos, pues, espiritualmente a aquel momento singular de la historia en el cual Dios se hizo hombre, revistiéndose de nuestra carne.

Sí, el Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre, Dios de Dios y Luz de Luz, engendrado eternamente por el Padre, tomó cuerpo de la Virgen y asumió nuestra naturaleza humana. Nació en el tiempo. Dios entró en la historia humana. El incomparable "hoy" eterno de Dios se ha hecho presencia en las vicisitudes cotidianas del hombre.

1256 2. "Hodie natus est nobis Salvator mundi" (cf. Lc Lc 2,10-11).

Nos postramos ante el Hijo de Dios. Nos unimos espiritualmente a la admiración de María y de José. Adorando a Cristo, nacido en una gruta, asumimos la fe llena de sorpresa de aquellos pastores; experimentemos su misma admiración y su misma alegría.

Es difícil no dejarse convencer por la elocuencia de este acontecimiento: nos quedamos embelesados. Somos testigos de aquel instante del amor que une lo eterno a la historia: el "hoy" que abre el tiempo del júbilo y de la esperanza, porque "un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros la señal del principado" (Is 9,5), como leemos en el texto de Isaías.

Ante el Verbo encarnado ponemos las alegrías y temores, las lágrimas y esperanzas. Sólo en Cristo, el hombre nuevo, encuentra su verdadera luz el misterio del ser humano.

Con el apóstol Pablo, meditamos que en Belén "ha aparecido la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres" (Tt 2,11). Por esta razón, en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas.

3. Esta noche, ante nuestros ojos se realiza lo que el Evangelio proclama: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él...tenga vida" (Jn 3,16).

¡Su Hijo unigénito!

¡Tú, Cristo, eres el Hijo unigénito del Dios vivo, venido en la gruta de Belén! Después de dos mil años vivimos de nuevo este misterio como un acontecimiento único e irrepetible. Entre tantos hijos de hombres, entre tantos niños venidos al mundo durante estos siglos, sólo Tú eres el Hijo de Dios: tu nacimiento ha cambiado, de modo inefable, el curso de los acontecimiento humanos.

Ésta es la verdad que en esta noche la Iglesia quiere transmitir al tercer milenio. Y todos vosotros, que vendréis después de nosotros, procurad acoger esta verdad, que ha cambiado totalmente la historia. Desde la noche de Belén, la humanidad es consciente de que Dios se hizo Hombre: se hizo Hombre para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina.

4. ¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo! En el umbral del tercer milenio, la Iglesia te saluda, Hijo de Dios, que viniste al mundo para vencer a la muerte. Viniste para iluminar la vida humana mediante el Evangelio. La Iglesia te saluda y junto contigo quiere entrar en el tercer milenio. Tú eres nuestra esperanza. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.

Tú, que viniste al mundo en la noche de Belén, ¡quédate con nosotros!

1257 Tú, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, ¡guíanos!

Tú, que viniste del Padre, llévanos hacia Él en el Espíritu Santo, por el camino que sólo Tú conoces y que nos revelaste para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.

Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, ¡sé para nosotros la Puerta!

¡Sé para nosotros la verdadera Puerta, simbolizada por aquélla que en esta Noche hemos abierto solemnemente!

Sé para nosotros la Puerta que nos introduce en el misterio del Padre. ¡Haz que nadie quede excluido de su abrazo de misericordia y de paz!

"Hodie natus est nobis Salvator mundi": ¡Cristo es nuestro único Salvador! Éste es el mensaje de Navidad de 1999: el "hoy" de esta Noche Santa da inicio al Gran Jubileo.

María, aurora de los nuevos tiempos, quédate junto a nosotros, mientras con confianza recorremos los primeros pasos del Año Jubilar.

Amén.





B. Juan Pablo II Homilías 1249