B. Juan Pablo II Homilías 1282

ESTACIÓN CUARESMAL PRESIDIDA POR EL SANTO PADRE


EN LA BASÍLICA DE SANTA SABINA, ROMA







miércoles de Ceniza, 8 de marzo de 2000


1. "Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu" (Ps 50,12-13).

Así reza hoy, miércoles de Ceniza, el salmista, el rey David: rey grande y poderoso en Israel, pero a la vez frágil y pecador. La Iglesia, al inicio de estos cuarenta días de preparación para la Pascua, pone sus palabras en labios de todos los que participan en la austera liturgia del miércoles de Ceniza.

"Oh Dios, crea en mí un corazón puro, (...) no me quites tu santo espíritu". Esta invocación resonará en nuestro corazón cuando, dentro de poco, nos acerquemos al altar del Señor para recibir, conforme a una antiquísima tradición, la ceniza sobre nuestra cabeza. Se trata de un gesto de gran significado espiritual, un signo importante de conversión y renovación interior. Es un rito litúrgico sencillo, si se considera en sí mismo, pero muy profundo por el contenido penitencial que entraña: con él la Iglesia recuerda al creyente y pecador su fragilidad frente al mal y, sobre todo, su total dependencia de la majestad infinita de Dios.

La liturgia prevé que el celebrante, al imponer la ceniza sobre la cabeza de los fieles, pronuncie las palabras: "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás" o "Convertíos y creed el Evangelio".

1283 2. "Acuérdate de que... al polvo volverás".
La existencia terrena desde el inicio está insertada en la perspectiva de la muerte. Nuestros cuerpos son mortales, es decir, están marcados por la ineludible perspectiva de la muerte. Vivimos teniendo ante nosotros esa meta: cada día que pasa nos acerca a ella con una progresión inevitable. Y la muerte encierra en sí algo de aniquilación. Con la muerte parece que todo acaba para nosotros. Y he aquí que, precisamente ante esa triste perspectiva, el hombre, consciente de su pecado, eleva un grito de esperanza hacia el cielo: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu".

También hoy el creyente, que se siente amenazado por el mal y por la muerte, invoca así a Dios, consciente de que le está reservado un destino de vida eterna. Sabe que no es solamente un cuerpo condenado a la muerte a causa del pecado, sino que tiene también un alma inmortal. Por eso, se dirige a Dios Padre, que tiene el poder de crear de la nada; a Dios Hijo unigénito, que se hizo hombre por nuestra salvación, murió por nosotros y ahora, ya resucitado, vive en la gloria; y a Dios Espíritu inmortal, que llama a la existencia y devuelve la vida.

"Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme". La Iglesia entera hace suya esta oración del salmista. Son palabras proféticas, que penetran en nuestro espíritu durante este día singular, el primero del itinerario cuaresmal que nos llevará a celebrar la Pascua del gran jubileo del año 2000.

3. "Convertíos y creed el Evangelio". Esta invitación, que encontramos al inicio de la predicación de Jesús, nos introduce en el tiempo cuaresmal, tiempo que se ha de dedicar especialmente a la conversión y a la renovación, a la oración, al ayuno y a las obras de caridad. Recordando la experiencia del pueblo elegido, nos disponemos a recorrer nuevamente el mismo camino que Israel siguió a través del desierto hacia la tierra prometida. Llegaremos también nosotros a la meta; después de estas semanas de penitencia, experimentaremos la alegría de la Pascua. Nuestros ojos, purificados por la oración y la penitencia, podrán contemplar con mayor claridad el rostro del Dios vivo, hacia el cual el hombre orienta su peregrinación por los senderos de la existencia terrena.

"No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu". Este hombre, que no ha sido creado para la muerte sino para la vida, ora precisamente así. Consciente de sus debilidades, camina sostenido por la certeza del destino divino.

Quiera Dios todopoderoso escuchar las invocaciones de la Iglesia, que, en esta liturgia del miércoles de Ceniza, se dirige a él con mayor confianza. El Señor misericordioso nos conceda a todos abrir nuestro corazón al don de su gracia, para que podamos participar con nueva madurez en el misterio pascual de Cristo, nuestro único Redentor.








SANTA MISA DE LA JORNADA DEL PERDÓN

DEL AÑO SANTO 2000


Primer domingo de Cuaresma, 12 de marzo

. 1. "En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5,20-21).

La Iglesia relee estas palabras de san Pablo cada año, el miércoles de Ceniza, al comienzo de la Cuaresma. Durante el tiempo cuaresmal, la Iglesia desea unirse de modo particular a Cristo, que, impulsado interiormente por el Espíritu Santo, inició su misión mesiánica dirigiéndose al desierto, donde ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches (cf. Mc Mc 1,12-13).

Al término de ese ayuno fue tentado por Satanás, como narra sintéticamente, en la liturgia de hoy, el evangelista san Marcos (cf. Mc Mc 1,13). San Mateo y san Lucas, en cambio, tratan con mayor amplitud ese combate de Cristo en el desierto y su victoria definitiva sobre el tentador: "Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto"" (Mt 4,10).
1284 Quien habla así es aquel "que no conoció pecado" (2Co 5,21), Jesús, "el Santo de Dios" (Mc 1,24).

2. "A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros" (2Co 5,21). Acabamos de escuchar en la segunda lectura esta afirmación sorprendente del Apóstol. ¿Qué significan estas palabras? Parecen una paradoja y, efectivamente, lo son. ¿Cómo pudo Dios, que es la santidad misma, "hacer pecado" a su Hijo unigénito, enviado al mundo? Sin embargo, esto es precisamente lo que leemos en el pasaje de la segunda carta de san Pablo a los Corintios. Nos encontramos ante un misterio: misterio que, a primera vista, resulta desconcertante, pero que se inscribe claramente en la Revelación divina.

Ya en el Antiguo Testamento, el libro de Isaías habla de ello con inspiración profética en el cuarto canto del Siervo de Yahveh: "Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros" (Is 53,6).

Cristo, el Santo, a pesar de estar absolutamente sin pecado, acepta tomar sobre sí nuestros pecados. Acepta para redimirnos; acepta cargar con nuestros pecados para cumplir la misión recibida del Padre, que, como escribe el evangelista san Juan, "tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él (...) tenga vida eterna" (Jn 3,16).

3. Ante Cristo que, por amor, cargó con nuestras iniquidades, todos estamos invitados a un profundo examen de conciencia. Uno de los elementos característicos del gran jubileo es el que he calificado como "purificación de la memoria" (Incarnationis mysterium, 11). Como Sucesor de Pedro, he pedido que "en este año de misericordia la Iglesia, persuadida de la santidad que recibe de su Señor, se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos" (ib.). Este primer domingo de Cuaresma me ha parecido la ocasión propicia para que la Iglesia, reunida espiritualmente en torno al Sucesor de Pedro, implore el perdón divino por las culpas de todos los creyentes. ¡Perdonemos y pidamos perdón!

Esta exhortación ha suscitado en la comunidad eclesial una profunda y provechosa reflexión, que ha llevado a la publicación, en días pasados, de un documento de la Comisión teológica internacional, titulado: "Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado". Doy las gracias a todos los que han contribuido a la elaboración de este texto. Es muy útil para una comprensión y aplicación correctas de la auténtica petición de perdón, fundada en la responsabilidad objetiva que une a los cristianos, en cuanto miembros del Cuerpo místico, y que impulsa a los fieles de hoy a reconocer, además de sus culpas propias, las de los cristianos de ayer, a la luz de un cuidadoso discernimiento histórico y teológico. En efecto, "por el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo místico, y aun sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido" (Incarnationis mysterium, 11). Reconocer las desviaciones del pasado sirve para despertar nuestra conciencia ante los compromisos del presente, abriendo a cada uno el camino de la conversión.

4. ¡Perdonemos y pidamos perdón! A la vez que alabamos a Dios, que, en su amor misericordioso, ha suscitado en la Iglesia una cosecha maravillosa de santidad, de celo misionero y de entrega total a Cristo y al prójimo, no podemos menos de reconocer las infidelidades al Evangelio que han cometido algunos de nuestros hermanos, especialmente durante el segundo milenio. Pidamos perdón por las divisiones que han surgido entre los cristianos, por el uso de la violencia que algunos de ellos hicieron al servicio de la verdad, y por las actitudes de desconfianza y hostilidad adoptadas a veces con respecto a los seguidores de otras religiones.

Confesemos, con mayor razón, nuestras responsabilidades de cristianos por los males actuales. Frente al ateísmo, a la indiferencia religiosa, al secularismo, al relativismo ético, a las violaciones del derecho a la vida, al desinterés por la pobreza de numerosos países, no podemos menos de preguntarnos cuáles son nuestras responsabilidades.

Por la parte que cada uno de nosotros, con sus comportamientos, ha tenido en estos males, contribuyendo a desfigurar el rostro de la Iglesia, pidamos humildemente perdón.

Al mismo tiempo que confesamos nuestras culpas, perdonemos las culpas cometidas por los demás contra nosotros. En el curso de la historia los cristianos han sufrido muchas veces atropellos, prepotencias y persecuciones a causa de su fe. Al igual que perdonaron las víctimas de dichos abusos, así también perdonemos nosotros. La Iglesia de hoy y de siempre se siente comprometida a purificar la memoria de esos tristes hechos de todo sentimiento de rencor o venganza. De este modo, el jubileo se transforma para todos en ocasión propicia de profunda conversión al Evangelio. De la acogida del perdón divino brota el compromiso de perdonar a los hermanos y de reconciliación recíproca.

5. Pero ¿qué significa para nosotros el término "reconciliación"? Para captar su sentido y su valor exactos, es necesario ante todo darse cuenta de la posibilidad de la división, de la separación. Sí, el hombre es la única criatura en la tierra que puede establecer una relación de comunión con su Creador, pero también es la única que puede separarse de él. De hecho, por desgracia, con frecuencia se aleja de Dios.

1285 Afortunadamente, muchos, como el hijo pródigo, del que habla el evangelio de san Lucas (cf. Lc Lc 15,13), después de abandonar la casa paterna y disipar la herencia recibida, al tocar fondo, se dan cuenta de todo lo que han perdido (cf. Lc Lc 15,13-17). Entonces, emprenden el camino de vuelta: « Me levantaré, iré a mi padre y le diré: "Padre, pequé..." » (Lc 15,18).

Dios, bien representado por el padre de la parábola, acoge a todo hijo pródigo que vuelve a él. Lo acoge por medio de Cristo, en quien el pecador puede volver a ser "justo" con la justicia de Dios. Lo acoge, porque hizo pecado por nosotros a su Hijo eterno. Sí, sólo por medio de Cristo podemos llegar a ser justicia de Dios (cf. 2Co 5,21).

6. "Dios tanto amó al mundo que dio a su Hijo único". ¡Éste es en síntesis, el significado, del misterio de la redención del mundo! Hay que darse cuenta plenamente del valor del gran don que el Padre nos ha hecho en Jesús. Es necesario que ante la mirada de nuestra alma se presente Cristo, el Cristo de Getsemaní, el Cristo flagelado, coronado de espinas, con la cruz a cuestas y, por último, crucificado. Cristo tomó sobre sí el peso de los pecados de todos los hombres, el peso de nuestros pecados, para que, en virtud de su sacrificio salvífico, pudiéramos reconciliarnos con Dios.

Saulo de Tarso, convertido en san Pablo, se presenta hoy ante nosotros como testigo: él experimentó, de modo singular, la fuerza de la cruz en el camino de Damasco. El Resucitado se le manifestó con todo el esplendor de su poder: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (...) ¿Quién eres, Señor? (...) Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Ac 9,4-5). San Pablo, que experimentó con tanta fuerza el poder de la cruz de Cristo, se dirige hoy a nosotros con una ardiente súplica: "Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios". San Pablo insiste en que esta gracia nos la ofrece Dios mismo, que nos dice hoy a nosotros: "En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé" (2Co 6,2).

María, Madre del perdón, ayúdanos a acoger la gracia del perdón que el jubileo nos ofrece abundantemente. Haz que la Cuaresma de este extraordinario Año santo sea para todos los creyentes, y para cada hombre que busca a Dios, el momento favorable, el tiempo de la reconciliación, el tiempo de la salvación.







DURANTE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA


EN EL JUBILEO DE LOS ARTESANOS



Domingo 19 de marzo



1. Dios, "que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?" (Rm 8,32).

El apóstol Pablo, en la carta a los Romanos, formula esta pregunta, en la que destaca con claridad el tema central de la liturgia de este día: el misterio de la paternidad de Dios. En el pasaje evangélico es el mismo Padre eterno quien se presenta a nosotros cuando, desde la nube luminosa que envuelve a Jesús y a los Apóstoles en el monte de la Transfiguración, hace oír su voz, que exhorta: "Éste es mi Hijo amado, escuchadlo" (Mc 9,7). Pedro, Santiago y Juan intuyen -luego lo comprenderán mejor- que Dios les ha hablado revelándose a sí mismo y el misterio de su realidad más íntima.

Después de la resurrección, ellos, junto con los demás Apóstoles, llevarán al mundo este impresionante anuncio: en su Hijo encarnado Dios se ha acercado a todo hombre como Padre misericordioso. En Cristo todo ser humano es envuelto por el abrazo tierno y fuerte de un Padre.

2. Este anuncio se dirige también a vosotros, amadísimos artesanos, que habéis llegado a Roma de todas partes del mundo para celebrar vuestro jubileo. En el redescubrimiento de esta consoladora realidad -Dios es Padre- os sostiene vuestro patrono celestial, san José, artesano como vosotros, hombre justo y custodio fiel de la Sagrada Familia.

Lo contempláis como ejemplo de laboriosidad y honradez en el trabajo diario. En él buscáis, sobre todo, el modelo de una fe sin reservas y de una obediencia constante a la voluntad del Padre celestial.

1286 Al lado de san José, encontráis al mismo Hijo de Dios que, bajo su guía, aprende el oficio de carpintero y lo ejerce hasta los treinta años, proponiendo en sí mismo el "evangelio del trabajo".
De ese modo, durante su existencia terrena, san José llega a ser humilde y laborioso reflejo de la paternidad divina que se revelará a los Apóstoles en el monte de la Transfiguración. La liturgia de este segundo domingo de Cuaresma nos invita a reflexionar con mayor atención en ese misterio. El mismo Padre celestial nos toma de la mano para guiarnos en esta meditación.

Cristo es el Hijo amado del Padre. Es, sobre todo, la palabra "amado" la que, respondiendo a nuestros interrogantes, descorre en cierto modo el velo que oculta el misterio de la paternidad divina. En efecto, nos da a conocer el amor infinito del Padre al Hijo y, al mismo tiempo, nos revela su "pasión" por el hombre, por cuya salvación no duda en entregar a este Hijo tan amado. Todo ser humano puede saber ya que en Jesús, Verbo encarnado, es objeto de un amor ilimitado por parte del Padre celestial.

3. Una contribución ulterior al conocimiento de este misterio nos la da la primera lectura, tomada del libro del Génesis. Dios pide a Abraham el sacrificio de su hijo: "Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré" (
Gn 22,2). Con el corazón destrozado, Abraham se dispone a cumplir la orden de Dios. Pero, cuando está a punto de clavar a su hijo el cuchillo del sacrificio, el Señor lo detiene y, por medio de un ángel, le dice: "No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo" (Gn 22,12).

A través de las vicisitudes de una paternidad humana sometida a una prueba dramática, se revela otra paternidad, basada en la fe. Precisamente en virtud del extraordinario testimonio de fe dado en aquella circunstancia, Abraham obtiene la promesa de una descendencia numerosa: "Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido" (Gn 22,18). Gracias a su fe incondicional en la palabra de Dios, Abraham se convierte en padre de todos los creyentes.

4. Dios Padre "no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros" (Rm 8,32). Abraham, con su disponibilidad a inmolar a Isaac, anuncia el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo. La ejecución efectiva del sacrificio, que le fue ahorrada a Abraham, se realizará con Jesucristo. Él mismo informa a los Apóstoles: al bajar del monte de la Transfiguración, les prohíbe que cuenten lo que han visto antes de que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. El evangelista añade: "Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos" (Mc 9,10).

Los discípulos intuyen que Jesús es el Mesías y que en él se realiza la salvación. Pero no logran comprender por qué habla de pasión y de muerte: no aceptan que el amor de Dios pueda esconderse detrás de la cruz. Y, sin embargo, donde los hombres verán sólo una muerte, Dios manifestará su gloria, resucitando a su Hijo; donde los hombres pronunciarán palabras de condena, Dios realizará su misterio de salvación y amor al género humano.

Ésta es la lección que cada generación cristiana debe volver a aprender. Cada generación, ¡también la nuestra! Aquí radica la razón de ser de nuestro camino de conversión en este tiempo singular de gracia. El jubileo ilumina toda la vida y la experiencia de los hombres. Incluso la fatiga y el cansancio del trabajo diario reciben de la fe en Cristo muerto y resucitado una nueva luz de esperanza. Aparecen como elementos significativos del designio de salvación que el Padre celestial está realizando mediante la cruz de su Hijo.

5. Apoyados en esta certeza, queridos artesanos, podéis fortalecer y concretar los valores que desde siempre caracterizan vuestra actividad: el perfil cualitativo, el espíritu de iniciativa, la promoción de las capacidades artísticas, la libertad y la cooperación, la relación correcta entre tecnología y ambiente, el arraigo familiar y las buenas relaciones de vecindad. La civilización artesana ha sabido crear, en el pasado, grandes ocasiones de encuentro entre los pueblos, y ha transmitido a las épocas sucesivas síntesis admirables de cultura y fe.

El misterio de la vida de Nazaret, del que san José, patrono de la Iglesia y vuestro protector, fue custodio fiel y testigo sabio, es el icono de esta admirable síntesis entre vida de fe y trabajo humano, entre crecimiento personal y compromiso de solidaridad.

Amadísimos artesanos, habéis venido hoy para celebrar vuestro jubileo. Que la luz del Evangelio ilumine cada vez más vuestra experiencia laboral diaria. El jubileo os ofrece la ocasión de encontraros con Jesús, José y María, entrando en su casa y en el humilde taller de Nazaret.
1287 En la singular escuela de la Sagrada Familia se aprenden las realidades esenciales de la vida y se profundiza el significado del seguimiento de Jesús. Nazaret enseña a superar la tensión aparente entre la vida activa y la contemplativa; invita a crecer en el amor a la verdad divina que irradia la humanidad de Cristo y a prestar con valentía el exigente servicio de la tutela de Cristo presente en todo hombre (cf. Redemptoris custos, 27).

6. Crucemos, por tanto, en una peregrinación espiritual, el umbral de la casa de Nazaret, el humilde hogar que tendré la alegría de visitar, Dios mediante, la próxima semana, durante mi peregrinación jubilar a Tierra Santa.

Contemplemos a María, testigo del cumplimiento de la promesa hecha por el Señor "en favor de Abraham y su descendencia por siempre" (
Lc 1,54-55).

Que ella, junto con José, su casto esposo, os ayude, queridos artesanos, a permanecer en constante escucha de Dios, uniendo oración y trabajo. Ellos os sostengan en vuestros propósitos jubilares de renovada fidelidad cristiana y hagan que vuestras manos prolonguen, en cierto modo, la obra creadora y providente de Dios.

La Sagrada Familia, lugar de entendimiento y amor, os ayude a realizar gestos de solidaridad, paz y perdón. Así, seréis heraldos del amor infinito de Dios Padre, rico en misericordia y bondad para con todos. Amén.





Estadio de Ammán, Jordania

Martes 21 de marzo de 2000



"Una voz clama: "En el desierto abrid camino al Señor, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios"" (Is 40,3).

Beatitud;
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
hermanos y hermanas:

1288 1. Las palabras del profeta Isaías, que el evangelista aplica a Juan Bautista, nos recuerdan el camino que Dios trazó a lo largo del tiempo en su deseo de formar y salvar a su pueblo. Hoy, como parte de la peregrinación jubilar que realizo para orar en algunos de los lugares relacionados con las intervenciones salvíficas de Dios, la divina Providencia me ha traído a Jordania. Saludo a Su Beatitud Michel Sabbah, al que agradezco sus cordiales palabras de bienvenida. Abrazo cordialmente al exarca grecomelquita Georges El-Murr y a todos los miembros de la Asamblea de los Ordinarios católicos de Tierra Santa, así como a los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales. Expreso mi agradecimiento al príncipe Raad y a las autoridades civiles que han querido honrar nuestra celebración con su presencia.

El Sucesor de Pedro es peregrino en esta tierra bendecida por la presencia de Moisés y Elías, donde Jesús mismo enseñó y realizó milagros (cf. Mc
Mc 10,1 Jn 10,40-42), donde la Iglesia primitiva dio testimonio con la vida de numerosos santos y mártires. En este año del gran jubileo toda la Iglesia, y especialmente hoy la comunidad cristiana de Jordania, están espiritualmente unidas en una peregrinación a los orígenes de nuestra fe, una peregrinación de conversión y penitencia, de reconciliación y paz.

Buscamos un guía que nos señale el camino. Y la liturgia nos propone hoy la figura de Juan Bautista, una voz que clama en el desierto (cf. Lc Lc 3,4). Él nos señalará el camino que debemos seguir para que nuestros ojos puedan "ver la salvación de Dios" (cf. Lc Lc 3,6). Guiados por él, recorremos nuestro camino de fe para ver de modo más claro la salvación realizada por Dios a través de una historia que se remonta hasta Abraham. Juan Bautista fue el último de la serie de profetas que mantuvo viva y alimentó la esperanza del pueblo de Dios. Con él se acercó la plenitud de los tiempos.

2. La semilla de esta esperanza fue la promesa hecha a Abraham cuando fue llamado a abandonar todo lo que le era familiar y a seguir a un Dios al que no conocía (cf. Gn Gn 12,1-3). A pesar de su riqueza, Abraham era un hombre que vivía en las sombras de la muerte, pues no tenía hijos ni tierra propia (cf. Gn Gn 15,2). La promesa parecía vana, dado que Sara era estéril y la tierra pertenecía a otros. Pero, a pesar de ello, Abraham puso su fe en Dios: "Creyó, esperando contra toda esperanza" (Rm 4,18).

Aunque parecía imposible, Sara dio a luz a Isaac, y Abraham recibió una tierra. Y a través de Abraham y sus descendientes la promesa se convirtió en una bendición para "todas las familias de la tierra" (Gn 12,3 Gn 18,18).

3. Esa promesa se confirmó cuando Dios habló a Moisés en el monte Sinaí.Lo que aconteció entre Moisés y Dios en la montaña sagrada plasmó la historia sucesiva de la salvación como una alianza de amor entre Dios y el hombre, una alianza que exige obediencia, pero que promete liberación. Los diez mandamientos, esculpidos en piedra en el Sinaí, pero inscritos en el corazón humano desde el inicio de la creación, son la pedagogía divina de amor, dado que señalan el único camino seguro para la realización de nuestro anhelo más profundo: la aspiración insuprimible del espíritu humano hacia el bien, la verdad y la armonía.

El pueblo anduvo errante durante cuarenta años antes de llegar a esa tierra. Moisés, "que hablaba cara a cara con el Señor" (Dt 34,10), murió en el monte Nebo y fue sepultado "en el valle, en el país de Moab (...). Nadie hasta hoy ha conocido su tumba" (Dt 34,6). Pero la Alianza y la Ley que él recibió de Dios viven para siempre.

A lo largo de los tiempos los profetas tuvieron que defender la Ley y la Alianza contra los que ponían las normas y leyes humanas por encima de la voluntad de Dios, y por tanto imponían una nueva esclavitud al pueblo (cf. Mc Mc 6,17-18). La misma ciudad de Ammán, la Rabá del Antiguo Testamento, recuerda el pecado del rey David al causar la muerte de Urías y tomar por esposa a su mujer Betsabé, pues aquí cayó Urías (cf. 2S 11,1-17). "Te harán la guerra -dice Dios a Jeremías en la primera lectura, que acabamos de escuchar-, mas no podrán contigo, pues yo estoy contigo para salvarte" (Jr 1,19). Por haber denunciado las faltas en el cumplimiento de la Alianza, algunos profetas, entre ellos Juan Bautista, pagaron con su sangre. Pero, en virtud de la promesa divina -"Yo estoy contigo para salvarte"- permanecieron firmes "como una plaza fuerte, un pilar de hierro y una muralla de bronce" (Jr 1,18), proclamando la Ley de la vida y de la salvación, el amor que no falla nunca.

4. En la plenitud de los tiempos, a la vera del río Jordán, Juan Bautista señala a Jesús, sobre el que desciende el Espíritu Santo en forma de paloma (cf. Lc Lc 3,22), el que no bautiza con agua sino "en Espíritu Santo y fuego" (Lc 3,16). Los cielos se abren y se escucha la voz del Padre: "Este es mi Hijo, el predilecto, en el que tengo mi complacencia" (Mt 3,17). En él, el Hijo de Dios, se cumplen la promesa hecha a Abraham y la Ley dada a Moisés.

Jesús es la realización de la promesa. Su muerte en cruz y su resurrección llevan a la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. A través de la Resurrección quedan abiertas las puertas del paraíso, y nosotros podemos caminar de nuevo en el jardín de la vida. En Cristo resucitado obtenemos "la misericordia, como había anunciado a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre" (Lc 1,54-55).

Jesús es el cumplimiento de la Ley. Sólo Cristo resucitado revela el significado pleno de lo que aconteció en el mar Rojo y en el monte Sinaí. Él revela la verdadera naturaleza de la Tierra prometida, donde "ya no habrá muerte" (Ap 21,4). Al ser "el primogénito de entre los muertos" (Col 1,18), el Señor resucitado es la meta de toda nuestra peregrinación: "el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin" (Ap 22,13).

1289 5. Durante los últimos cinco años, la Iglesia en esta región ha celebrado el Sínodo pastoral de las Iglesias que están en Tierra Santa.Todas las Iglesias católicas han caminado con Jesús y han vuelto a escuchar su llamada, trazando en un Plan pastoral general el itinerario por recorrer. En esta liturgia solemne me alegra recibir los frutos del Sínodo como signo de vuestra renovada fe y de vuestro compromiso generoso. El Sínodo ha implicado una experiencia profundamente sentida de comunión con el Señor, y también de intensa comunión eclesial, como los discípulos reunidos en torno a los Apóstoles al inicio de la Iglesia (cf. Hch Ac 2,42 Ac 4,32). El Sínodo ha mostrado claramente que vuestro futuro reside en la unidad y la solidaridad. Oro hoy a Dios, e invito a toda la Iglesia a orar conmigo, para que los trabajos del Sínodo lleven a un fortalecimiento de los vínculos de unión y colaboración entre las comunidades católicas locales en toda su rica variedad, entre todas las Iglesias cristianas y comunidades eclesiales, y entre los cristianos y las demás grandes religiones que florecen aquí. Que los recursos de la Iglesia -familias, parroquias, escuelas, asociaciones laicales y movimientos juveniles- tengan la unidad y el amor como su objetivo supremo. No existe un modo más eficaz para participar social, profesional y políticamente, sobre todo en la obra de la justicia, la reconciliación y la paz, a la que el Sínodo ha invitado.
A los obispos y a los sacerdotes os digo: sed buenos pastores según el Corazón de Cristo. Guiad al rebaño que os ha sido confiado por el camino que lleva a las verdes praderas de su Reino. Reforzad la vida pastoral de vuestras comunidades mediante una colaboración nueva y más dinámica con los religiosos y los laicos. En medio de las dificultades de vuestro ministerio confiad en el Señor. Acercaos a él en la oración, y él será vuestra luz y vuestra alegría. Toda la Iglesia os agradece vuestra entrega y la misión de fe que realizáis en vuestras diócesis y en vuestras parroquias.

A los religiosos y religiosas os expreso la inmensa gratitud de la Iglesia por vuestro testimonio del primado de Dios en todas las cosas. Seguid resplandeciendo como faros del amor evangélico que supera todas las barreras. A los laicos os digo: no tengáis miedo de ocupar vuestro lugar y asumir vuestra responsabilidad en la Iglesia. Sed testigos valientes del Evangelio en vuestra familia y en la sociedad.

En este Día de la Madre en Jordania, me congratulo con las madres presentes aquí e invito a todas las madres a construir una nueva civilización del amor. Amad a vuestras familias. Enseñadles la dignidad de toda vida; enseñadles los caminos de la armonía y de la paz; enseñadles el valor de la fe, la oración y la bondad. Queridos jóvenes, el camino de la vida se abre ante vosotros. Construid vuestro futuro sobre los sólidos cimientos del amor de Dios, y permaneced siempre unidos en la Iglesia de Cristo. Contribuid a transformar el mundo en vuestro entorno, dando lo mejor de vosotros mismos al servicio de los demás y de vuestro país.

Y a los niños que van a recibir la primera Comunión les digo: Jesús es vuestro mejor amigo; él conoce lo que hay en vuestro corazón. Permaneced unidos a él, y en vuestras oraciones recordad a la Iglesia y al Papa.

6. En este año del gran jubileo, todo el pueblo de Dios peregrino se dirige nuevamente en espíritu a los lugares relacionados con la historia de nuestra salvación. Después de seguir las huellas de Abraham y de Moisés, nuestra peregrinación ha llegado ahora a los lugares donde nuestro Salvador Jesucristo vivió y que recorrió durante su vida terrena. "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo" (He 1,1-2). En el Hijo se cumplieron todas las promesas. Él es el Redemptor hominis, el Redentor del hombre, la esperanza del mundo. Ojalá que, teniendo presente todo esto, la entera comunidad cristiana de Jordania sea cada vez más firme en la fe y generosa en las obras de servicio amoroso.

Que la santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, os guíe y os proteja en vuestro camino. Amén

B. Juan Pablo II Homilías 1282