B. Juan Pablo II Homilías 1298


DURANTE LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN


DE CINCO SIERVOS DE DIOS


Domingo 9 de abril



"Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 24).

Esta es la petición que hacen a Felipe algunos griegos que habían subido a Jerusalén con ocasión de la Pascua. Su deseo de encontrarse con Jesús y escuchar su palabra suscita una respuesta solemne de Cristo: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre" (Jn 12,23).
¿Cuál es esta "hora" a la que Jesús alude? El contexto lo aclara: es la "hora" misteriosa y solemne de su muerte y su resurrección.

1299 Ver a Jesús. Como aquel grupo de griegos, innumerables hombres y mujeres, a lo largo de los siglos, han deseado conocer al Señor. Lo han visto con los ojos de la fe. Lo han reconocido como Mesías, crucificado y resucitado. Se han dejado conquistar por él y se han convertido en sus discípulos fieles. Son los santos y los beatos que la Iglesia señala como modelos para imitar y ejemplos para seguir.

En el marco de las celebraciones del Año santo, hoy tengo la alegría de elevar a la gloria de los altares a algunos nuevos beatos. Son cinco confesores de la fe, que anunciaron a Cristo con su palabra y dieron testimonio de él con su incesante servicio a los hermanos. Se trata de Mariano de Jesús Euse Hoyos, sacerdote diocesano y párroco; Francisco Javier Seelos, sacerdote profeso de la Congregación del Santísimo Redentor; Ana Rosa Gattorno, viuda, fundadora del instituto de las Hijas de Santa Ana; María Isabel Hesselblad, fundadora de la orden de las religiosas del Santísimo Salvador, y María Teresa Chiramel Mankidiyan, fundadora de la congregación de la Sagrada Familia.

2. "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor" (
Jn 12,26), nos ha dicho Jesús en el evangelio que hemos escuchado. Seguidor fiel de Jesucristo, en el ejercicio abnegado del ministerio sacerdotal, fue el padre Mariano de Jesús Euse Hoyos, colombiano, que hoy sube a la gloria de los altares. Desde su íntima experiencia de encuentro con el Señor, el padre Marianito, como es conocido familiarmente en su patria, se comprometió incansablemente en la evangelización de niños y adultos, especialmente de los campesinos. No ahorró sacrificios ni penalidades, entregándose durante casi cincuenta años en una modesta parroquia de Angostura, en Antioquia, a la gloria de Dios y al bien de las almas que le fueron encomendadas.

Que su luminoso testimonio de caridad, comprensión, servicio, solidaridad y perdón sean de ejemplo en Colombia y también una valiosa ayuda para seguir trabajando por la paz y la reconciliación total en ese amado país. Si el 9 de abril de hace cincuenta y dos años marcó el inicio de violencias y conflictos, que por desgracia duran aún, que este día del año del gran jubileo señale el comienzo de una etapa en la que todos los colombianos construyan juntos la nueva Colombia, fundamentada en la paz, la justicia social, el respeto de todos los derechos humanos y el amor fraterno entre los hijos de una misma patria.

3. "Devuélveme la alegría de la salvación; afiánzame con espíritu generoso. Enseñaré a los malvados tus caminos; los pecadores volverán a ti" (Ps 50,14-15). El padre Francisco Javier Seelos, fiel al espíritu y al carisma de la congregación del Santísimo Redentor a la que pertenecía, meditaba a menudo estas palabras del salmista. Sostenido por la gracia de Dios y por una intensa vida de oración, el padre Seelos dejó su nativa Baviera y se entregó con generosidad y alegría al apostolado misionero entre las comunidades de emigrantes en Estados Unidos.

En los diversos lugares en los que trabajó, el padre Francisco Javier mostró entusiasmo, espíritu de sacrificio y celo apostólico. A los marginados y a los perdidos les predicó el mensaje de Jesucristo, "fuente de salvación eterna" (He 5,9), y en las horas que pasó en el confesonario convenció a muchos a volver a Dios. Hoy, el beato Francisco Javier Seelos invita a los miembros de la Iglesia a profundizar su unión con Cristo en los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía. Que, por su intercesión, todos los que trabajan en la viña para la salvación del pueblo de Dios se vean impulsados y fortalecidos en su tarea.

4. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). En efecto, desde lo alto de la cruz, Jesús reveló al mundo el amor ilimitado de Dios a la humanidad necesitada de salvación. Ana Rosa Gattorno, atraída irresistiblemente por este amor, transformó su vida en una continua inmolación para la conversión de los pecadores y la santificación de todos los hombres.
Ser "portavoz de Jesús", para hacer que se difunda por doquier el mensaje del amor que salva, fue el anhelo más profundo de su corazón.

La beata Ana Rosa Gattorno, confiando totalmente en la Providencia y animada por un valiente impulso de caridad, buscó únicamente servir a Jesús en los miembros más dolientes y heridos de su Cuerpo, con sensibilidad y solicitud materna hacia toda miseria humana.
El singular testimonio de caridad que dio la nueva beata sigue constituyendo hoy un fuerte estímulo para todos los que en la Iglesia están comprometidos a llevar, de modo más específico, el anuncio del amor de Dios, que cura las heridas de cada corazón y ofrece a todos la plenitud de la vida inmortal.

5. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). La promesa de Jesús se cumplió admirablemente también en la vida de María Isabel Hesselblad. Al igual que su paisana santa Brígida, logró entender a fondo la sabiduría de la cruz por la oración y en los acontecimientos de su vida. Su temprana experiencia de la pobreza, su contacto con los enfermos, que le impresionaron por su serenidad y confianza en la ayuda de Dios, y su perseverancia a pesar de los numerosos obstáculos que se le plantearon en la fundación de la orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida, le enseñaron que la cruz ocupa el centro de la vida humana y es la revelación definitiva del amor de nuestro Padre celestial. Meditando constantemente en la palabra de Dios, la madre Isabel se confirmó en su resolución de trabajar y orar para que todos los cristianos sean uno (cf. Jn Jn 17,21).

1300 Estaba convencida de que, escuchando la voz de Cristo crucificado, llegarían a formar un solo rebaño bajo un solo pastor (cf. Jn Jn 10,16) y, desde el principio, su fundación, caracterizada por su espiritualidad eucarística y mariana, se consagró a la causa de la unidad de los cristianos mediante la oración y el testimonio evangélico. Que, por la intercesión de la beata María Isabel Hesselblad, pionera del ecumenismo, Dios bendiga y haga fecundos los esfuerzos de la Iglesia por construir una comunión cada vez más profunda y por promover una cooperación cada vez más eficaz entre todos los seguidores de Cristo: "Ut unum sint".

6. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). Desde su niñez, María Teresa Chiramel Mankidiyan intuyó que el amor de Dios le pedía una profunda purificación personal. Entregándose a una vida de oración y penitencia, el deseo de la madre María Teresa de abrazar la cruz de Cristo le permitió permanecer firme ante frecuentes malentendidos y grandes pruebas espirituales. El paciente discernimiento de su vocación la llevó a la fundación de la congregación de la Sagrada Familia, que sigue inspirándose en su espíritu contemplativo y en su amor a los pobres.

La madre María, convencida de que "Dios dará la vida eterna a los que convierten a los pecadores y los llevan al camino recto" (Carta 4 a su director espiritual), se consagró a esa tarea mediante sus visitas y sus exhortaciones, así como mediante la oración y la práctica de la penitencia. Que, por intercesión de la beata María Teresa, todos los hombres y mujeres consagrados se fortalezcan en su vocación de orar por los pecadores y llevar a otros a Cristo mediante su palabra y su ejemplo.

7. "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jr 31,33). Dios es nuestro único Señor y nosotros somos su pueblo. Este inquebrantable pacto de amor entre Dios y la humanidad tuvo su realización plena en el sacrificio pascual de Cristo. En él, nosotros, aun perteneciendo a tierras y culturas diversas, formamos un solo pueblo, una sola Iglesia, un mismo edificio espiritual, del que los santos son piedras brillantes y sólidas.

Demos gracias al Señor por el espléndido testimonio de estos nuevos beatos. Contemplémoslos, especialmente en este tiempo cuaresmal, a fin de que nos estimulen en la preparación para las próximas celebraciones pascuales.

María, Reina de los confesores, nos ayude a seguir a su Hijo divino, como hicieron los nuevos beatos. Y vosotros, Mariano de Jesús Euse Hoyos, Francisco Javier Seelos, Ana Rosa Gattorno, María Isabel Hesselblad y María Teresa Chiramel Mankidiyan, interceded por nosotros, para que, participando íntimamente en la pasión redentora de Cristo, vivamos la fecundidad de la semilla que muere y seamos acogidos como su cosecha en el reino de los cielos. Amén.





CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS


Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR





XV Jornada Mundial de la Juventud

Domingo 16 de abril de 2000




1. "Benedictus, qui venit in nomine Domini... Bendito el que viene en nombre del Señor" (Mt 21, 9; cf. Sal Ps 118,26).

Al escuchar estas palabras, llega hasta nosotros el eco del entusiasmo con el que los habitantes de Jerusalén acogieron a Jesús para la fiesta de la Pascua. Las volvemos a escuchar cada vez que durante la misa cantamos el Sanctus.Después de decir: "Pleni sunt coeli et terra gloria tua", añadimos: "Benedictus qui venit in nomine Domini. Hosanna in excelsis".

En este himno, cuya primera parte está tomada del profeta Isaías (cf. Is Is 6,3), se exalta a Dios "tres veces santo". Se prosigue, luego, en la segunda, expresando la alegría y la acción de gracias de la asamblea por el cumplimiento de las promesas mesiánicas: "Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!".

1301 Nuestro pensamiento va, naturalmente, al pueblo de la Alianza, que, durante siglos y generaciones, vivió a la espera del Mesías. Algunos creyeron ver en Juan Bautista a aquel en quien se cumplían las promesas. Pero, como sabemos, a la pregunta explícita sobre su posible identidad mesiánica, el Precursor respondió con una clara negación, remitiendo a Jesús a cuantos le preguntaban.

El convencimiento de que los tiempos mesiánicos ya habían llegado fue creciendo en el pueblo, primero por el testimonio del Bautista y después gracias a las palabras y a los signos realizados por Jesús y, de modo especial, a causa de la resurrección de Lázaro, que se produjo algunos días antes de la entrada en Jerusalén, de la que habla el evangelio de hoy. Por eso la muchedumbre, cuando Jesús llega a la ciudad montado en un asno, lo acoge con una explosión de alegría: "Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!" (
Mt 21,9).

2. Los ritos del domingo de Ramos reflejan el júbilo del pueblo que espera al Mesías, pero, al mismo tiempo, se caracterizan como liturgia "de pasión" en sentido pleno. En efecto, nos abren la perspectiva del drama ya inminente, que acabamos de revivir en la narración del evangelista san Marcos. También las otras lecturas nos introducen en el misterio de la pasión y muerte del Señor. Las palabras del profeta Isaías, a quien algunos consideran casi como un evangelista de la antigua Alianza, nos presentan la imagen de un condenado flagelado y abofeteado (cf. Is Is 50,6). El estribillo del Salmo responsorial: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", nos permite contemplar la agonía de Jesús en la cruz (cf. Mc Mc 15,34).

Sin embargo, el apóstol san Pablo, en la segunda lectura, nos introduce en el análisis más profundo del misterio pascual: Jesús, "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Ph 2,6-8). En la austera liturgia del Viernes santo volveremos a escuchar estas palabras, que prosiguen así: "Por eso Dios lo exaltó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre" (Ph 2,9-11).

La humillación y la exaltación: esta es la clave para comprender el misterio pascual; ésta es la clave para penetrar en la admirable economía de Dios, que se realiza en los acontecimientos de la Pascua.

3. ¿Por qué, como todos los años, están presentes numerosos jóvenes en esta solemne liturgia? En efecto, desde hace algunos años, el domingo de Ramos se ha convertido en la fiesta anual de los jóvenes. Aquí, en 1984, año de la juventud, y en cierto sentido Año jubilar de los jóvenes, comenzó la peregrinación de las Jornadas mundiales de la juventud, que, pasando por Buenos Aires, Santiago de Compostela, Czestochowa, Denver, Manila y París, volverá a Roma el próximo mes de agosto para la Jornada mundial de la juventud del Año santo 2000.

Así pues, ¿por qué tantos jóvenes se dan cita para el domingo de Ramos aquí en Roma y en todas las diócesis? Ciertamente, son muchas las razones y las circunstancias que pueden explicar este hecho. Sin embargo, al parecer, la motivación más profunda, que subyace en todas las otras, se puede identificar en lo que nos revela la liturgia de hoy: el misterioso plan de salvación del Padre celestial, que se realiza en la humillación y en la exaltación de su Hijo unigénito, Jesucristo. Esta es la respuesta a los interrogantes y a las inquietudes fundamentales de todo hombre y de toda mujer y, especialmente, de los jóvenes.

"Por nosotros Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó". ¡Qué cercanas a nuestra existencia están estas palabras! Vosotros, queridos jóvenes, comenzáis a experimentar el carácter dramático de la vida. Y os interrogáis sobre el sentido de la existencia, sobre vuestra relación con vosotros mismos, con los demás y con Dios. A vuestro corazón sediento de verdad y paz, a vuestros numerosos interrogantes y problemas, a veces incluso llenos de angustia, Cristo, Siervo sufriente y humillado, que se abajó hasta la muerte de cruz y fue exaltado en la gloria a la diestra del Padre, se ofrece a sí mismo como única respuesta válida. De hecho, no existe ninguna otra respuesta tan sencilla, completa y convincente.

4. Queridos jóvenes, gracias por vuestra participación en esta solemne liturgia. Cristo, con su entrada en Jerusalén, comienza el camino de amor y de dolor de la cruz. Contempladlo con renovado impulso de fe. ¡Seguidlo! Él no promete una felicidad ilusoria; al contrario, para que logréis la auténtica madurez humana y espiritual, os invita a seguir su ejemplo exigente, haciendo vuestras sus comprometedoras elecciones.

María, la fiel discípula del Señor, os acompañe en este itinerario de conversión y progresiva intimidad con su Hijo divino, quien, como recuerda el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud, "se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Jesús se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y cargó con nuestras culpas para redimirnos con su sangre derramada en la cruz. Sí, por nosotros Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

"¡Gloria y alabanza a ti, oh Cristo!".



MISA CRISMAL EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO





1302

Jueves santo, 20 de abril de 2000




1. "A aquel que (...) ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (Ap 1,5-6).

Escuchamos estas palabras del libro del Apocalipsis en esta solemne misa Crismal, que precede al sagrado Triduo pascual. Antes de celebrar los misterios centrales de la salvación, cada comunidad diocesana se reúne esta mañana en torno a su pastor para la bendición de los santos óleos, que son instrumentos de la salvación en los diversos sacramentos: bautismo, confirmación, orden sagrado y unción de los enfermos. La eficacia de estos signos de la gracia divina deriva del misterio pascual, de la muerte y resurrección de Cristo. Por eso la Iglesia sitúa este rito en el umbral del Triduo sacro, en el día en que, con el supremo acto sacerdotal, el Hijo de Dios hecho hombre se ofreció al Padre como rescate por toda la humanidad.

2. "Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes". Entendemos esta expresión en dos niveles. El primero, como recuerda también el concilio Vaticano II, con referencia a todos los bautizados, que "son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales" (Lumen gentium LG 10). Todo cristiano es sacerdote. Se trata aquí del sacerdocio llamado "común", que compromete a los bautizados a vivir su oblación a Dios mediante la participación en la Eucaristía y en los sacramentos, en el testimonio de una vida santa, en la abnegación y en la caridad activa (cf. ib.).

En otro nivel, la afirmación de que Dios "ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes" se refiere a los sacerdotes ordenados como ministros, es decir, llamados a formar y dirigir al pueblo sacerdotal, y a ofrecer en su nombre el sacrificio eucarístico a Dios en la persona de Cristo (cf. ib.). Así, la misa "Crismal" hace memoria solemne del único sacerdocio de Cristo y expresa la vocación sacerdotal de la Iglesia, en particular del obispo y de los presbíteros unidos a él. Nos lo recordará dentro de poco el Prefacio: Cristo "no sólo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión" (Prefacio IV de la Pasión del Señor).

3. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado..." (Lc 4,18).
Queridos sacerdotes, estas palabras nos conciernen de modo directo. Estamos llamados, por la ordenación presbiteral, a compartir la misma misión de Cristo, y hoy renovamos juntos las promesas sacerdotales comunes. Con viva emoción hacemos memoria del don recibido de Cristo, que nos ha llamado a una participación especial en su sacerdocio.

Con la bendición de los óleos, y en particular del santo crisma, queremos dar gracias por la unción sacramental, que se ha convertido en parte de nuestra herencia (cf. Sal Ps 15,5). Es un signo de fuerza interior, que el Espíritu Santo concede a todo hombre llamado por Dios a particulares tareas al servicio de su Reino.

"Ave sanctum oleum: oleum catechumenorum, oleum infirmorum, oleum ad sanctum crisma". Al mismo tiempo que damos gracias en nombre de cuantos van a recibir estos santos signos, oramos para que la fuerza sobrenatural que actúa a través de ellos obre incesantemente también en nuestra vida. Que el Espíritu Santo, que se ha posado sobre cada uno de nosotros, encuentre la debida disponibilidad a cumplir la misión para la que fuimos "ungidos" el día de nuestra ordenación.

4. "Gloria a ti, oh Cristo, rey de eterna gloria". Has venido a nosotros para predicar el año de gracia del Señor (cf. Lc Lc 4,19).

Como recordé en la carta dirigida a los sacerdotes con esta ocasión, el sacerdocio de Cristo está intrínsecamente unido al misterio de la Encarnación, cuyo bimilenario celebramos en este Año jubilar. "Está inscrito en su identidad de Hijo encarnado, de Hombre-Dios" (n. 7). Por eso esta sugestiva liturgia del Jueves santo constituye para nosotros, en cierto sentido, una celebración jubilar casi connatural, aunque el jubileo de los sacerdotes de este Año santo está previsto para el próximo 18 de mayo.

1303 La existencia terrena de Cristo, su "paso" por la historia, desde que fue concebido en el seno de la Virgen María hasta que ascendió a la diestra del Padre, constituye un único acontecimiento sacerdotal y sacrificial. Y está totalmente marcado por la "unción" del Espíritu Santo (cf. Lc Lc 1,35 Lc 3,22).

Hoy nos encontramos de modo especial con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y cruzamos espiritualmente esta Puerta santa, que abre de par en par a todo hombre la plenitud del amor salvífico. Del mismo modo que Cristo fue dócil a la acción del Espíritu en la condición de hombre y siervo obediente, así también el bautizado, y de modo particular el ministro ordenado, debe sentirse comprometido a realizar su consagración sacerdotal en el servicio humilde y fiel a Dios y a sus hermanos.

Comencemos con estos sentimientos el Triduo pascual, culmen del año litúrgico y del gran jubileo. Dispongámonos a realizar la intensa peregrinación pascual siguiendo las huellas de Jesús, que padece, muere y resucita. Sostenidos por la fe de María, sigamos a Cristo, sacerdote y víctima, "que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,5-6).

Sigámoslo y proclamemos juntos: "Gloria a ti, oh Cristo, rey de eterna gloria".

Tú, Cristo, eres el mismo ayer, hoy y siempre. Amén.





MISA "IN CENA DOMINI" EN LA BASÍLICA VATICANA





Jueves santo, 20 de abril de 2000



1. "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer" (Lc 22,15).
Cristo da a conocer, con estas palabras, el significado profético de la cena pascual, que está a punto de celebrar con los discípulos en el Cenáculo de Jerusalén.

Con la primera lectura, tomada del libro del Éxodo, la liturgia ha puesto de relieve cómo la Pascua de Jesús se inscribe en el contexto de la Pascua de la antigua Alianza. Con ella, los israelitas conmemoraban la cena consumada por sus padres en el momento del éxodo de Egipto, de la liberación de la esclavitud. El texto sagrado prescribía que se untara con un poco de sangre del cordero las dos jambas y el dintel de las casas. Y añadía cómo había que comer el cordero: "Ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; (...) de prisa. (...) Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos. (...) La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora" (Ex 12,11-13).

Con la sangre del cordero los hijos e hijas de Israel obtienen la liberación de la esclavitud de Egipto, bajo la guía de Moisés. El recuerdo de un acontecimiento tan extraordinario se convirtió en una ocasión de fiesta para el pueblo, agradecido al Señor por la libertad recuperada, don divino y compromiso humano siempre actual. "Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor" (Ex 12,14). ¡Es la Pascua del Señor! ¡La Pascua de la antigua Alianza!

2. "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer" (Lc 22,15). En el Cenáculo, Cristo, cumpliendo las prescripciones de la antigua Alianza, celebra la cena pascual con los Apóstoles, pero da a este rito un contenido nuevo. Hemos escuchado lo que dice de él san Pablo en la segunda lectura, tomada de la primera carta a los Corintios. En este texto, que se suele considerar como la más antigua descripción de la cena del Señor, se recuerda que Jesús, "la noche en que iban a entregarle, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía". Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva Alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía". Por eso, cada que vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1Co 11,23-26).

1304 Con estas palabras solemnes se entrega, para todos los siglos, la memoria de la institución de la Eucaristía. Cada año, en este día, las recordamos volviendo espiritualmente al Cenáculo. Esta tarde las revivo con emoción particular, porque conservo en mis ojos y en mi corazón las imágenes del Cenáculo, donde tuve la alegría de celebrar la Eucaristía, con ocasión de mi reciente peregrinación jubilar a Tierra Santa. La emoción es más fuerte aún porque este es el año del jubileo bimilenario de la Encarnación. Desde esta perspectiva, la celebración que estamos viviendo adquiere una profundidad especial, pues en el Cenáculo Jesús infundió un nuevo contenido a las antiguas tradiciones y anticipó los acontecimientos del día siguiente, cuando su cuerpo, cuerpo inmaculado del Cordero de Dios, sería inmolado y su sangre sería derramada para la redención del mundo. La Encarnación se había realizado precisamente con vistas a este acontecimiento: ¡la Pascua de Cristo, la Pascua de la nueva Alianza!

3. "Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva" (
1Co 11,26). El Apóstol nos exhorta a hacer constantemente memoria de este misterio. Al mismo tiempo, nos invita a vivir diariamente nuestra misión de testigos y heraldos del amor del Crucificado, en espera de su vuelta gloriosa.

Pero ¿cómo hacer memoria de este acontecimiento salvífico? ¿Cómo vivir en espera de que Cristo vuelva? Antes de instituir el sacramento de su Cuerpo y su Sangre, Cristo, inclinado y arrodillado, como un esclavo, lava en el Cenáculo los pies a sus discípulos. Lo vemos de nuevo mientras realiza este gesto, que en la cultura judía es propio de los siervos y de las personas más humildes de la familia. Pedro, al inicio, se opone, pero el Maestro lo convence, y al final también él se deja lavar los pies, como los demás discípulos. Pero, inmediatamente después, vestido y sentado nuevamente a la mesa, Jesús explica el sentido de su gesto: "Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros" (Jn 13,12-14). Estas palabras, que unen el misterio eucarístico al servicio del amor, pueden considerarse propedéuticas de la institución del sacerdocio ministerial.

Con la institución de la Eucaristía, Jesús comunica a los Apóstoles la participación ministerial en su sacerdocio, el sacerdocio de la Alianza nueva y eterna, en virtud de la cual él, y sólo él, es siempre y por doquier artífice y ministro de la Eucaristía. Los Apóstoles, a su vez, se convierten en ministros de este excelso misterio de la fe, destinado a perpetuarse hasta el fin del mundo. Se convierten, al mismo tiempo, en servidores de todos los que van a participar de este don y misterio tan grandes.

La Eucaristía, el supremo sacramento de la Iglesia, está unida al sacerdocio ministerial, que nació también en el Cenáculo, como don del gran amor de Jesús, que "sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

La Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor. ¡Este es el memorial vivo que contemplamos en el Jueves santo!

"Haced esto en memoria mía": ¡esta es la Pascua de la Iglesia, nuestra Pascua!





HOMILIA DEL SANTO PADRE


EN LA VIGILIA PASCUAL


Sábado Santo, 22 de abril de 2000

1. "Tenéis guardias. Id, aseguradlo como sabéis" (Mt 27,65).

La tumba de Jesús fue cerrada y sellada. Según la petición de los sumos sacerdotes y los fariseos, se pusieron soldados de guardia para que nadie pudiera robarlo (Mt 27,62-64). Este es el acontecimiento del que parte la liturgia de la Vigilia Pascual.

Vigilaban junto al sepulcro aquellos que habían querido la muerte de Cristo, considerándolo un "impostor" (Mt 27,63). Su deseo era que Él y su mensaje fueran enterrados para siempre.
1305 Velan, no muy lejos de allí, María y, con ella, los Apóstoles y algunas mujeres. Tenían aún impresa en el corazón la imagen perturbadora de hechos que acaban de ocurrir.

2. Vela la Iglesia, esta noche, en todos los rincones de la tierra, y revive las etapas fundamentales de la historia de la salvación. La solemne liturgia que estamos celebrando es una expresión de este "vigilar" que, en cierto modo, recuerda el mismo de Dios, al que se refiere el Libro del Éxodo: "Noche de guardia fue ésta para Yahveh, para sacarlos de la tierra de Egipto. Esta misma noche será la noche de guardia en honor de Yahveh ..., por todas sus generaciones" (
Ex 12,42).

En su amor providente y fiel, que supera el tiempo y el espacio, Dios vela sobre el mundo. Canta el salmista: "Yahveh es tu guardián, tu sombra, Yahveh, a tu diestra. De día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. Te guarda Yahveh de todo mal, él guarda tu alma;... desde ahora y por siempre" (Ps 120,4-5 Ps 120,8).

También el pasaje que estamos viviendo entre el segundo y el tercer milenio está guardado en el misterio del Padre. Él "obra siempre" (Jn 5,7) por la salvación del mundo y, mediante el Hijo hecho hombre, guía a su pueblo de la esclavitud a la libertad. Toda la "obra" del Gran Jubileo del año 2000 está, por decirlo así, inscrita en esta noche de Vigilia, que lleva a cumplimiento aquella del Nacimiento del Señor. Belén y el Calvario remiten al mismo misterio de amor de Dios, que tanto amó al mundo "que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

3. En esta Noche, la Iglesia, en su velar, se centra sobre los textos de la Escritura, que trazan el designio divino de salvación desde el Génesis al Evangelio y que, gracias también a los ritos del agua y del fuego, confieren a esta singular celebración una dimensión cósmica. Todo el universo creado está llamado a velar en esta noche junto al sepulcro de Cristo. Pasa ante nuestros ojos la historia de la salvación, desde la creación a la redención, desde el éxodo a la Alianza en el Sinaí, de la antigua a la nueva y eterna Alianza. En esta noche santa se cumple el proyecto eterno de Dios que arrolla la historia del hombre y del cosmos.

4. En la vigilia pascual, madre de todas las vigilias, cada hombre puede reconocer también la propia historia de salvación, que tiene su punto fundamental en el renacer en Cristo mediante el Bautismo.

Esta es, de manera muy especial, vuestra experiencia, queridos Hermanos y Hermanas que dentro de poco recibiréis los sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.

Venís de diversos Países del mundo: Japón, China, Camerún, Albania e Italia.

La variedad de vuestras naciones de origen pone de relieve la universalidad de la salvación traída por Cristo. Dentro de poco, queridos, seréis insertos íntimamente en el misterio de amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Que vuestra existencia se haga un canto de alabanza a la Santísima Trinidad y un testimonio de amor que no conozca fronteras.

5. "Ecce lignum Crucis, in quo salus mundi pependit: venite adoremus!" Esto ha cantado ayer la Iglesia, mostrando el árbol la Cruz, "donde estuvo clavada la salvación del mundo". "Fue crucificado, muerto y sepultado", recitamos en el Credo.

El sepulcro. El lugar donde lo habían puesto (cf. Mc Mc 16,6). Allí está espiritualmente presente toda la Comunidad eclesial de cada rincón de la tierra. Estamos también nosotros con las tres mujeres que se acercan al sepulcro, antes del alba, para ungir el cuerpo sin vida de Jesús (cf. Mc Mc 16,1). Su diligencia es nuestra diligencia. Con ellas descubrimos que la piedra sepulcral ha sido retirada y el cuerpo ya no está allí. "No está aquí", anuncia el Ángel, mostrando el sepulcro vacío y las vendas por tierra. La muerte ya no tiene poder sobre Él (cf Rm 6,9).

1306 ¡Cristo ha resucitado! Anuncia al final de esta noche de Pascua la Iglesia, que ayer había proclamado la muerte de Cristo en la Cruz. Es un anuncia de verdad y de vida.

"Surrexit Dominus de sepulcro, qui pro nobis pependit in ligno. Alleluia!"

Ha resucitado del sepulcro el Señor, que por nosotros fue colgado a la cruz.
Sí, Cristo ha resucitado verdaderamente y nosotros somos testigos de ello.

Lo gritamos al mundo, para que la alegría que nos embarga llegue a tantos otros corazones, encendiendo en ellos la luz de la esperanza que no defrauda.

Cristo ha resucitado, alleluya



B. Juan Pablo II Homilías 1298