B. Juan Pablo II Homilías 1306


CAPILLA PAPAL PARA LA CANONIZACIÓN

DE LA BEATA MARÍA FAUSTINA KOWALSKA




Domingo 30 de abril de 2000



1. "Confitemini Domino quoniam bonus, quoniam in saeculum misericordia eius", "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Ps 118,1). Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a los Apóstoles: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (...) Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos" (Jn 20,21-23).

Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado, es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón sor Faustina Kowalska, la beata que a partir de ahora llamaremos santa, verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo: "Estos dos haces -le explicó un día Jesús mismo- representan la sangre y el agua" (Diario, Librería Editrice Vaticana, p. 132).

2. ¡Sangre y agua! Nuestro pensamiento va al testimonio del evangelista san Juan, quien, cuando un soldado traspasó con su lanza el costado de Cristo en el Calvario, vio salir "sangre y agua" (Jn 19,34). Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua, en la simbología joánica, no sólo recuerda el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cf. Jn Jn 3,5 Jn 4,14 Jn 7,37-39).

La misericordia divina llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado: "Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia en persona", pedirá Jesús a sor Faustina (Diario, p. 374). Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y ¿acaso no es la misericordia un "segundo nombre" del amor (cf. Dives in misericordia DM 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón?

1307 Hoy es verdaderamente grande mi alegría al proponer a toda la Iglesia, como don de Dios a nuestro tiempo, la vida y el testimonio de sor Faustina Kowalska. La divina Providencia unió completamente la vida de esta humilde hija de Polonia a la historia del siglo XX, el siglo que acaba de terminar. En efecto, entre la primera y la segunda guerra mundial, Cristo le confió su mensaje de misericordia. Quienes recuerdan, quienes fueron testigos y participaron en los hechos de aquellos años y en los horribles sufrimientos que produjeron a millones de hombres, saben bien cuán necesario era el mensaje de la misericordia.

Jesús dijo a sor Faustina: "La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina" (Diario, p. 132). A través de la obra de la religiosa polaca, este mensaje se ha vinculado para siempre al siglo XX, último del segundo milenio y puente hacia el tercero. No es un mensaje nuevo, pero se puede considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

3. ¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.

Pero, como sucedió con los Apóstoles, es necesario que también la humanidad de hoy acoja en el cenáculo de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite: "Paz a vosotros". Es preciso que la humanidad se deje penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le infunde. El Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios y nos desunen entre nosotros, y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna.

4. Así pues, es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de "domingo de la Misericordia divina". A través de las diversas lecturas, la liturgia parece trazar el camino de la misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna. Cristo nos enseñó que "el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a "usar misericordia" con los demás: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (
Mt 5,7)" (Dives in misericordia DM 14). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales.

Su mensaje de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre. Así lo vio y lo anunció a los hombres de todos los continentes sor Faustina, que, escondida en su convento de Lagiewniki, en Cracovia, hizo de su existencia un canto a la misericordia: "Misericordias Domini in aeternum cantabo".

5. La canonización de sor Faustina tiene una elocuencia particular: con este acto quiero transmitir hoy este mensaje al nuevo milenio. Lo transmito a todos los hombres para que aprendan a conocer cada vez mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro de los hermanos.
El amor a Dios y el amor a los hermanos son efectivamente inseparables, como nos lo ha recordado la primera carta del apóstol san Juan: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1Jn 5,2). El Apóstol nos recuerda aquí la verdad del amor, indicándonos que su medida y su criterio radican en la observancia de los mandamientos.

En efecto, no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia!

En la medida en que la humanidad aprenda el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible realizar el cuadro ideal propuesto por la primera lectura: "En el grupo de los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía" (Ac 4,32). Aquí la misericordia del corazón se convirtió también en estilo de relaciones, en proyecto de comunidad y en comunión de bienes. Aquí florecieron las "obras de misericordia", espirituales y corporales. Aquí la misericordia se transformó en hacerse concretamente "prójimo" de los hermanos más indigentes.

6. Sor Faustina Kowalska dejó escrito en su Diario: "Experimento un dolor tremendo cuando observo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón; llevo en mi corazón sus angustias, de modo que me destruyen también físicamente. Desearía que todos los dolores recayeran sobre mí, para aliviar al prójimo" (p. 365). ¡Hasta ese punto de comunión lleva el amor cuando se mide según el amor a Dios!

1308 En este amor debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así, el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad.

7. Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación "Jesús, en ti confío", que la Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este sencillo acto de abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la vida de cada uno.

8. "Misericordias Domini in aeternum cantabo" (
Ps 89,2). A la voz de María santísima, la "Madre de la misericordia", a la voz de esta nueva santa, que en la Jerusalén celestial canta la misericordia junto con todos los amigos de Dios, unamos también nosotros, Iglesia peregrina, nuestra voz.

Y tú, Faustina, don de Dios a nuestro tiempo, don de la tierra de Polonia a toda la Iglesia, concédenos percibir la profundidad de la misericordia divina, ayúdanos a experimentarla en nuestra vida y a testimoniarla a nuestros hermanos. Que tu mensaje de luz y esperanza se difunda por todo el mundo, mueva a los pecadores a la conversión, elimine las rivalidades y los odios, y abra a los hombres y las naciones a la práctica de la fraternidad. Hoy, nosotros, fijando, juntamente contigo, nuestra mirada en el rostro de Cristo resucitado, hacemos nuestra tu oración de abandono confiado y decimos con firme esperanza: "Cristo, Jesús, en ti confío".



CELEBRACIÓN DEL JUBILEO DE LOS TRABAJADORES


EN TOR VERGATA (ROMA)






1 de mayo de 2000

1. "Haz prósperas, Señor, las obras de nuestras manos" (Salmo responsorial).

Estas palabras, que hemos repetido en el Salmo responsorial, expresan bien el sentido de esta jornada jubilar. Del vasto y multiforme mundo del trabajo se eleva hoy, 1 de mayo, una invocación coral: ¡Señor, haz prósperas y consolida las obras de nuestras manos!
Nuestra tarea, en los hogares, en los campos, en las industrias y en las oficinas, podría convertirse en una actividad afanosa, en definitiva, vacía de significado (cf. Qo Qo 1,3). Pedimos al Señor que sea más bien la realización de su designio, de modo que nuestro trabajo recupere su significado originario.

¿Y cuál es el significado originario del trabajo? Lo hemos escuchado en la primera lectura, tomada del libro del Génesis. Al hombre, creado a su imagen y semejanza, Dios le da este mandato: "Llenad la tierra y sometedla..." (Gn 1,28). San Pablo, en su carta a los cristianos de Tesalónica, se hace eco de estas palabras: "Cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma", y los exhorta "a que trabajen con sosiego para comer su propio pan" (2Th 3,10 2Th 3,12).

Por tanto, en el proyecto de Dios el trabajo aparece como un derecho-deber. Necesario para que los bienes de la tierra sean útiles a la vida de los hombres y de la sociedad, contribuye a orientar la actividad humana hacia Dios en el cumplimiento de su mandato de "someter la tierra". A este propósito, resuena en nuestro corazón otra exhortación del Apóstol: "Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios" (1 Co 10, 31).

2. El Año jubilar nos impulsa a dirigir nuestra mirada al misterio de la Encarnación y, al mismo tiempo, nos invita a reflexionar con particular intensidad en la vida oculta de Jesús en Nazaret. Fue allí donde pasó la mayor parte de su existencia terrena. Con su laboriosidad silenciosa en el taller de san José, Jesús dio la más alta demostración de la dignidad del trabajo. El evangelio de hoy narra cómo lo acogieron con admiración los habitantes de Nazaret, sus paisanos, preguntándose unos a otros: "¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero?" (Mt 13,54-55).

1309 El Hijo de Dios no desdeñó la calificación de carpintero, y no quiso eximirse de la condición normal de todo hombre. "La elocuencia de la vida de Cristo es inequívoca: pertenece al mundo del trabajo; tiene reconocimiento y respeto por el trabajo humano; se puede decir incluso más: mira con amor el trabajo, sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios, Creador y Padre" (Laborem exercens LE 26).
Del Evangelio de Cristo deriva la enseñanza de los Apóstoles y de la Iglesia; deriva una verdadera y característica espiritualidad cristiana del trabajo, que ha encontrado una expresión eminente en la constitución Gaudium et spes del concilio ecuménico Vaticano II (cf. nn. 33-39 y 63-72). Después de siglos de graves tensiones sociales e ideológicas, el mundo contemporáneo, cada vez más interdependiente, tiene necesidad de este "evangelio del trabajo", para que la actividad humana promueva el auténtico desarrollo de las personas y de toda la humanidad.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, a vosotros, que hoy representáis a todo el mundo del trabajo reunido para la celebración jubilar, ¿qué os dice el jubileo? ¿Qué dice el jubileo a la sociedad, para la que el trabajo, además de ser una estructura basilar, constituye un terreno de verificación de sus opciones de valor y de civilización?

Ya desde sus orígenes judíos, el jubileo se refería directamente a la realidad del trabajo, al ser el pueblo de Dios un pueblo de hombres libres, que el Señor había rescatado de su condición de esclavitud (cf. Lv Lv 25). En el misterio pascual, Cristo perfecciona también esta institución de la ley antigua, confiriéndole pleno sentido espiritual, pero integrando su valor social en el gran designio del Reino, que como "levadura" hace desarrollar a toda la sociedad en la línea del verdadero progreso.

Así pues, el Año jubilar impulsa a un redescubrimiento del sentido y del valor del trabajo. Invita, asimismo, a afrontar los desequilibrios económicos y sociales existentes en el mundo laboral, restableciendo la justa jerarquía de los valores y, en primer lugar, la dignidad del hombre y de la mujer que trabajan, su libertad, su responsabilidad y su participación. Lleva, además, a remediar las situaciones de injusticia, salvaguardando las culturas propias de cada pueblo y los diversos modelos de desarrollo.

En este momento, no puedo por menos de expresar mi solidaridad a todos los que sufren por falta de empleo, por salario insuficiente, por indigencia de medios materiales. Tengo muy presentes en mi corazón a las poblaciones sometidas a una pobreza que ofende su dignidad, impidiéndoles compartir los bienes de la tierra y obligándolas a alimentarse con lo que cae de la mesa de los ricos (cf. Incarnationis mysterium, 12). Comprometerse a remediar estas situaciones es obra de justicia y paz.

Las nuevas realidades, que se manifiestan con fuerza en el proceso productivo, como la globalización de las finanzas, de la economía, del comercio y del trabajo, jamás deben violar la dignidad y la centralidad de la persona humana, ni la libertad y la democracia de los pueblos. La solidaridad, la participación y la posibilidad de gestionar estos cambios radicales constituyen, si no la solución, ciertamente la necesaria garantía ética para que las personas y los pueblos no se conviertan en instrumentos, sino en protagonistas de su futuro. Todo esto puede realizarse y, dado que es posible, constituye un deber.

Sobre estos temas está reflexionando el Consejo pontificio Justicia y paz, que sigue de cerca el desarrollo de la situación económica y social en el mundo, para estudiar sus repercusiones en el ser humano. Fruto de esta reflexión será un Compendio de la doctrina social de la Iglesia, actualmente en elaboración.

4. Amadísimos trabajadores, la figura de José de Nazaret, cuya estatura espiritual y moral era tan elevada como humilde y discreta, ilumina nuestro encuentro. En él se realiza la promesa del Salmo: "¡Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos! Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. (...) Así será bendito el hombre que teme al Señor" (Ps 127,1-2). El Custodio del Redentor enseñó a Jesús el oficio de carpintero, pero, sobre todo, le dio el ejemplo valiosísimo de lo que la Escritura llama "el temor de Dios", principio mismo de la sabiduría, que consiste en la religiosa sumisión a él y en el deseo íntimo de buscar y cumplir siempre su voluntad.
Queridos hermanos, esta es la verdadera fuente de bendición para cada hombre, para cada familia y para cada nación.

A san José, trabajador y hombre justo, y a su santísima esposa María, les encomiendo vuestro jubileo, a todos vosotros y a vuestras familias.

1310 "Bendice, Señor, las obras de nuestras manos".

Bendice, Señor de los siglos y los milenios, el trabajo diario con el que el hombre y la mujer se procuran el pan para sí y para sus seres queridos. En tus manos paternas depositamos también el cansancio y los sacrificios vinculados al trabajo, en unión con tu Hijo Jesucristo, que ha rescatado el trabajo humano del yugo del pecado y le ha devuelto su dignidad originaria.

Honor y gloria a ti, hoy y siempre. Amén.



CONMEMORACIÓN ECUMÉNICA DE LOS TESTIGOS


DE LA FE DEL SIGLO XX


HOMILÍA DEL SANTO PADRE



TERCER DOMINGO DE PASCUA, 7 DE MAYO DE 2000


1. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).

Con estas palabras Jesús, la víspera de su Pasión, anuncia su glorificación a través de la muerte. La comprometedora afirmación ha resonado hace poco en la aclamación al Evangelio. Esa resuena con fuerza en nuestro espíritu esta tarde, en este lugar significativo, donde hacemos memoria de los "testigos de la fe del siglo XX".

Cristo es el grano de trigo que muriendo ha dado frutos de vida inmortal. Y sobre las huellas del rey crucificado han caminado sus discípulos, convertidos a lo largo de los siglos en legiones innumerables "de toda lengua, raza, pueblo y nación": apóstoles y confesores de la fe, vírgenes y mártires, audaces heraldos del Evangelio y silenciosos servidores del Reino.

Queridos hermanos y hermanas, unidos por la fe en Cristo Jesús, me es muy grato dirigiros hoy mi fraterno abrazo de paz, mientras juntos conmemoramos los testigos de la fe del siglo XX. Saludo con afecto a los representantes del Patriarcado ecuménico y de las otras Iglesias hermanas ortodoxas, así como a los de las Antiguas Iglesias de Oriente. Igualmente agradezco la presencia fraterna de los representantes de la Comunión Anglicana, de las Comuniones Cristianas Mundiales de Occidente y de las Organizaciones ecuménicas.

Para todos nosotros es motivo de intensa emoción encontrarnos juntos esta tarde, reunidos junto al Coliseo, para esta sugestiva celebración jubilar. Los monumentos y las ruinas de la antigua Roma hablan a la humanidad de los sufrimientos y de las persecuciones soportadas con fortaleza heroica por nuestros padres en la fe, los cristianos de las primeras generaciones. Estos antiguos vestigios nos recuerdan la verdad de las palabras de Tertuliano que escribía: "sanguis martyrum semen christianorum - la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos" (Apol., 50,13: CCL 1, 171).

2. La experiencia de los mártires y de los testigos de la fe no es característica sólo de la Iglesia de los primeros tiempos, sino que también marca todas las épocas de su historia. En el siglo XX, tal vez más que en el primer período del cristianismo, son muchos los que dieron testimonio de la fe con sufrimientos a menudo heroicos. Cuántos cristianos, en todos los continentes, a lo largo del siglo XX, pagaron su amor a Cristo derramando también la sangre. Sufrieron formas de persecución antiguas y recientes, experimentaron el odio y la exclusión, la violencia y el asesinato. Muchos países de antigua tradición cristiana volvieron a ser tierras donde la fidelidad al Evangelio se pagó con un precio muy alto. En nuestro siglo "el testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes" (Tertio millennio adveniente TMA 37).

La generación a la que pertenezco ha conocido el horror de la guerra, los campos de concentración y la persecución. En mi Patria, durante la segunda Guerra Mundial, sacerdotes y cristianos fueron deportados a los campos de exterminio. Sólo en Dachau fueron internados casi tres mil sacerdotes; su sacrificio se unió al de muchos cristianos provenientes de otros países europeos, pertenecientes también a otras Iglesias y Comunidades eclesiales.

Yo mismo fui testigo en los años de mi juventud, de tanto dolor y de tantas pruebas. Mi sacerdocio, desde sus orígenes, "ha estado inscrito en el gran sacrificio de tantos hombres y de tantas mujeres de mi generación" (Don y Misterio, p. 47). La experiencia de la Segunda Guerra Mundial y de los años siguientes me ha movido a considerar con grata atención el ejemplo luminoso de cuantos, desde inicios del siglo XX hasta su fin, experimentaron la persecución, la violencia y la muerte, a causa de su fe y de su conducta inspirada en la verdad de Cristo.

1311 3. ¡Y son tantos! Su recuerdo no debe perderse, más bien debe recuperarse de modo documentado. Los nombres de muchos no son conocidos; los nombres de algunos fueron manchados por sus perseguidores, que añadieron al martirio la ignominia; los nombres de otros fueron ocultados por sus verdugos. Sin embargo, los cristianos conservan el recuerdo de gran parte de ellos. Lo han demostrado las numerosas respuestas a la invitación de no olvidar, llegadas a la Comisión "Nuevos mártires" dentro del Comité del Gran Jubileo, que ha trabajado con tesón para enriquecer y actualizar la memoria de la Iglesia con los testimonios de todas aquellas personas, también las desconocidas, que "han dado su vida por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ac 15,26). Sí, como escribía - la víspera de su ejecución - el metropolita ortodoxo de San Petersburgo, Benjamín, martirizado en 1922, "los tiempos han cambiado y ha surgido la posibilidad de padecer sufrimientos por amor de Cristo...". Con la misma convicción, desde su celda de Buchenwold, el pastor luterano Paul Schneider lo afirmaba ante sus verdugos: "Así dice el Señor, yo soy la Resurrección y la Vida".

La participación de Representantes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales da a nuestra celebración de hoy un valor y elocuencia singulares dentro de este Jubileo del año 2000. Muestra cómo el ejemplo de los heroicos testigos de la fe es verdaderamente hermoso para todos los cristianos. La persecución ha afectado a casi todas las Iglesias y Comunidades eclesiales en el siglo XX, uniendo a los cristianos en los lugares del dolor y haciendo de su común sacrificio un signo de esperanza para los tiempos venideros.

Estos hermanos y hermanas nuestros en la fe, a los que hoy nos referimos con gratitud y veneración, son como un gran cuadro de la humanidad cristiana del siglo XX. Un mural del Evangelio de las Bienaventuranzas, vivido hasta el derramamiento de la sangre.

4. "Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo" (Mt 5,11-12). Qué bien se aplican estas palabras de Cristo a los innumerables testigos de la fe del siglo pasado, insultados y perseguidos, pero nunca vencidos por la fuerza del mal.

Allí donde el odio parecía arruinar toda la vida sin la posibilidad de huir de su lógica, ellos manifestaron cómo "el amor es más fuerte que la muerte". Bajo terribles sistemas opresivos que desfiguraban al hombre, en los lugares de dolor, entre durísimas privaciones, a lo largo de marchas insensatas, expuestos al frío, al hambre, torturados, sufriendo de tantos modos, ellos manifestaron admirablemente su adhesión a Cristo muerto y resucitado. Escucharemos dentro de poco algunos de sus impresionantes testimonios.

Muchos rechazaron someterse al culto de los ídolos del siglo XX y fueron sacrificados por el comunismo, el nazismo, la idolatría del Estado o de la raza. Muchos otros cayeron, en el curso de guerras étnicas o tribales, porque habían rechazado una lógica ajena al Evangelio de Cristo. Algunos murieron porque, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, quisieron permanecer junto a sus fieles a pesar de las amenazas. En todos los continentes y a lo largo del siglo XX hubo quien prefirió dejarse matar antes que renunciar a la propia misión. Religiosos y religiosas vivieron su consagración hasta el derramamiento de la sangre. Hombres y mujeres creyentes murieron ofreciendo su vida por amor de los hermanos, especialmente de los más pobres y débiles. Tantas mujeres perdieron la vida por defender su dignidad y su pureza.

5. "El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna" (Jn 12,25). Hemos escuchado hace poco estas palabras de Cristo. Se trata de una verdad que frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar, la propia supervivencia como valores más grandes que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor.

Queridos hermanos y hermanas, la preciosa herencia que estos valientes testigos nos han legado es un patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las Comunidades eclesiales. Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente; indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI. Es la herencia de la Cruz vivida a la luz de la Pascua: herencia que enriquece y sostiene a los cristianos mientras se dirigen al nuevo milenio.

Si nos enorgullecemos de esta herencia no es por parcialidad y menos aún por deseo de revancha hacia los perseguidores, sino para que quede de manifiesto el extraordinario poder de Dios, que ha seguido actuando en todo tiempo y lugar. Lo hacemos perdonando a ejemplo de tantos testigos muertos mientras oraban por sus perseguidores.

6. Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a lo largo del siglo y del milenio recién comenzados. Más aún, ¡que crezca! Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.

Con el espíritu lleno de íntima emoción expreso este deseo. Elevo mi oración al Señor para que la nube de testigos que nos rodea nos ayude a todos nosotros, creyentes, a expresar con el mismo valor nuestro amor por Cristo, por Él que está vivo siempre en su Iglesia: como ayer, así hoy, mañana y siempre.






JUBILEO NACIONAL DE LA IGLESIA RUMANA

1312

Martes 9 de mayo de 2000



1. "La luz vino al mundo" (Jn 3,19).

El gran jubileo ha sido convocado precisamente para celebrar esta venida: el ingreso del Verbo eterno, "Dios de Dios, Luz de Luz", en nuestra historia hace dos mil años. Naciendo de la Virgen María en nuestra carne mortal, reveló al mundo el amor del Padre: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16).

La luz del amor de Dios apareció en Belén en la "plenitud de los tiempos" y, después del "prodigioso duelo" con las tinieblas del pecado, resplandeció en la Pascua de Resurrección. El gran jubileo, abierto con el gozo de Navidad, culmina en la gloria de Pascua.

Con la fe pascual, la Iglesia anuncia al mundo que en Cristo el hombre ha sido redimido, sanado de su enfermedad mortal. Con esta fe, el Sucesor de Pedro ha llamado a los fieles a celebrar el Año jubilar, para que, en el nombre de Jesucristo, crucificado y resucitado, todo hombre encuentre la salvación (cf. Hch Ac 4,10). Este primitivo anuncio cristiano resuena, en virtud del mismo Espíritu, de generación en generación, para llegar a todas las naciones.

2. El evangelio de Cristo fecunda la historia de los pueblos y los invita a abrirse al misterio del reino de Dios mediante el servicio humilde, pero necesario, de la santa Iglesia apostólica, reunida en torno al Obispo de Roma, siervo de los siervos de Dios, y de los obispos en comunión con él. Hermanos y hermanas de la querida nación rumana, con esta certeza os congregáis hoy aquí, en la basílica vaticana, para celebrar vuestro jubileo. Me alegra daros a todos mi cordial bienvenida.
En primer lugar, saludo con afecto tanto a los obispos de la Iglesia greco-católica como a los de la Iglesia latina, expresando mi agradecimiento en particular a monseñor Lucian Muresan, arzobispo de Fagaras y Alba Julia y presidente de la Conferencia episcopal rumana. Saludo, asimismo, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos que participan en gran número en esta peregrinación nacional. Extiendo mi cordial saludo a todos los hermanos y hermanas en la fe que, desde Rumanía, se unen espiritualmente a nosotros para esta importante y casi histórica celebración.

3. Han pasado ya tres siglos desde el Sínodo de la Iglesia rumana de Transilvania, que el 7 de mayo de 1700, en Alba Julia, concluyó el camino hacia la unión con la Sede de Pedro, emprendido algunos años antes. Aquel acto expresaba la voluntad de los obispos, de los sacerdotes y de los fieles, que veían así restablecida su unión con Roma, aun conservando y salvaguardando el rito oriental, el calendario, la lengua litúrgica de los rumanos y sus costumbres y tradiciones. Con aquel acto se daba la respuesta que los tiempos permitían al inagotable anhelo de unidad presente en el corazón de numerosos discípulos sinceros de Cristo.

De corazón damos gracias hoy a Dios omnipotente por todos los beneficios concedidos durante estos trescientos años de comunión y, al mismo tiempo, le imploramos un futuro sereno y próspero en nombre del Señor Jesucristo.

Para realizar sus maravillas, Dios se sirve de hombres, que elige con esmero y da a su pueblo.
¡Cómo no recordar aquí a los beneméritos pastores de vuestra Iglesia, los obispos Atanasio Anghel, Inocencio Micu-Klein y Pedro Aron, con cuya labor la Unión no sólo resistió las numerosas dificultades, sino también dio frutos fecundos de bien para toda la población! Me limito sólo a recordar el nuevo florecimiento de la vida religiosa, el desarrollo de las escuelas, la atención a las condiciones de vida y a los derechos civiles de la gente, una valiosa contribución a la cultura nacional y a la misma ciencia. El conocido escritor Ion Eliade Radulescu pudo afirmar que desde Blaj "se elevó el sol de los rumanos".

1313 4. La Iglesia greco-católica rumana, siguiendo fielmente a Cristo, su esposo, ha experimentado el sufrimiento y la cruz, sobre todo durante el siglo pasado, cuando el cruel régimen ateo decretó su supresión. Se intentó aplastar al hombre sobre la faz de la tierra, hacerle olvidar que existen el cielo y un amor mayor que cualquier miseria humana. Gracias a Dios, este designio no logró imponerse definitivamente. Cristo ha resucitado, y con él todas las comunidades cristianas en Rumanía.
Con ocasión de mi inolvidable visita a vuestra tierra, que realicé el año pasado precisamente en estos días, quise orar en Bucarest ante las tumbas de los mártires de la fe, en el cementerio católico de Belu, rindiendo así homenaje al inmenso sacrificio de tantos obispos, sacerdotes y fieles, que aceptaron el martirio como suprema confirmación de su fidelidad a Cristo y a los Sucesores de Pedro.

Hoy, mientras celebramos el jubileo de la Unión, deseo expresar una vez más mi agradecimiento y mi admiración por su testimonio. Doy gracias, en particular, al amadísimo cardenal Alexandru Todea, que, a pesar de la cárcel y el aislamiento, siguió intrépido cumpliendo sus deberes de pastor e introdujo a la Iglesia greco-católica en la nueva realidad que ha surgido con la llegada de las libertades democráticas.

Queridos hermanos, conservad en vuestro corazón el recuerdo vivo del martirio y transmitidlo a las generaciones futuras, para que siga inspirando un testimonio cristiano siempre generoso y auténtico. El martirio es, ante todo, una fuerte experiencia espiritual: brota de un corazón que ama al Señor como suma verdad y bien supremo e irrenunciable. Ojalá que este tesoro de vuestra Iglesia dé abundantes frutos también en la libertad reconquistada.

5. Quiero dirigir ahora un saludo particularmente afectuoso también a los fieles de la Iglesia latina. También ellos, después de experimentar por largo tiempo la privación de la libertad, han podido reforzar y ampliar las estructuras pastorales: la vida religiosa ha vuelto a florecer; la catequesis se ha reanudado con vigor; las obras de caridad, a menudo proyectadas con la participación y la ayuda de los católicos de otros países, dan una contribución significativa al renacimiento de la nación y abren a una nueva colaboración, que ensancha los horizontes en nombre de la solidaridad en Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, mantened el compromiso primario de dar a conocer al Señor Jesús y llevar a la gente a su encuentro, para que sane los corazones heridos, edifique conciencias rectas y preocupadas por el bien común, y abra a esperanzas fundadas no en lo efímero del consumismo y de la búsqueda del bienestar material a toda costa, sino en los valores verdaderos, que son los únicos que dan un futuro seguro y feliz, porque se basan en la Palabra que no defrauda.

6. Amadísimos fieles católicos de Rumanía, podéis sentiros orgullosos del importante papel que habéis desempeñado en la historia de vuestra nación y que debéis seguir desempeñando con entusiasmo, aprovechando vuestras ricas tradiciones. De este modo, contribuiréis a promover el crecimiento de la sociedad entera.

Sin embargo, para poder realizar esto con mayor rapidez y eficacia, es necesario restablecer plenamente la unidad entre los discípulos de Cristo.La unidad de la Iglesia es un don del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que debemos invocar incesantemente. También es un compromiso encomendado a cada uno de nosotros, un camino que jamás debemos cansarnos de recorrer con perseverancia, aunque a veces algunas dificultades puedan intentar desanimarnos.

Teniendo fija vuestra mirada en Jesús, autor y consumador de la fe (cf.
He 12,2), profundizad cada vez más en vuestro compromiso en favor de la unidad y jamás dejéis de trabajar para que un día no muy lejano se convierta en una realidad consoladora para todos.

7. "El que obra la verdad, va a la luz" (Jn 3,21).

Oremos en esta celebración para que toda la comunidad católica que está en Rumanía, la greco-católica, la latina y la armenia, "viva con sinceridad en el amor" (Ep 4,15), a fin de reflejar plenamente en su rostro la luz de Cristo y ser así, a su vez, luz para las personas a las que es enviada.

1314 Obispos, sacerdotes y personas consagradas; familias, jóvenes y adolescentes: creced en todo hacia Cristo, de quien todo el cuerpo recibe fuerza para edificarse en la caridad (cf. Ef Ep 4,16).

Algunas fuentes antiguas llaman a vuestra patria "Jardín de la Virgen María". Esta hermosa imagen hace pensar en el amor solícito con el que la Madre de Dios cuida de sus hijos. Ella, que con su presencia y su oración animó a la primera comunidad cristiana, guíe y sostenga la vida de la Iglesia greco-católica así como la de la latina, para que, también gracias al Año jubilar, resplandezcan sin mancha ni arruga para gloria de Dios. Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1306