B. Juan Pablo II Homilías 1314


VIAJE APOSTÓLICO

A FÁTIMA

(12-13 MAYO 2000)

BEATIFICACIÓN DE LOS VENERABLES

JACINTA Y FRANCISCO, PASTORCILLOS DE FÁTIMA




Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Fátima

Sábado 13 de mayo de 2000



1. "Yo te bendigo, Padre, (...) porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11,25).

Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús alaba los designios del Padre celestial; sabe que nadie puede ir a él si el Padre no lo atrae (cf. Jn Jn 6,44), por eso alaba este designio y lo acepta filialmente: "Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11,26). Has querido abrir el Reino a los pequeños.

Por designio divino, "una mujer vestida del sol" (Ap 12,1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona -explican ellos- se contempla en un espejo.

Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: "Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo". Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: "Yo estaré contigo" (cf. Ex Ex 3,2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en "zarza ardiente" del Altísimo.

2. Lo que más impresionaba y absorbía al beato Francisco era Dios en esa luz inmensa que había penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a él Dios se dio a conocer "muy triste", como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: "Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra él". Vive movido por el único deseo -que expresa muy bien el modo de pensar de los niños- de "consolar y dar alegría a Jesús".

En su vida se produce una transformación que podríamos llamar radical; una transformación ciertamente no común en los niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua y ferviente y llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Esto mismo lo lleva a una progresiva purificación del espíritu, a través de la renuncia a los propios gustos e incluso a los juegos inocentes de los niños.

Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte, sin quejarse nunca. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo sacrificios y oraciones. Y Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él, vivía animada por los mismos sentimientos.

1315 3. "Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón" (Ap 12,3).
Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo.

¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.

El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad para que no siga el juego del "dragón", que, con su "cola", arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap Ap 12,4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos.

Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29).

Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que "no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido". Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas".

4.La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: "Nuestra Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí". Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: "Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores". Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores.

Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24). El domingo pasado, en el Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX, recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.

5. "Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los pequeños". La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión.
Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a esta diócesis de Leiría-Fátima.

Agradezco a monseñor Serafim, obispo de esta ilustre Iglesia particular, sus palabras de bienvenida, y con gran alegría saludo a todo el Episcopado portugués y a sus diócesis, a las que amo mucho y exhorto a imitar a sus santos. Dirijo un saludo fraterno a los cardenales y obispos presentes, en particular a los pastores de la comunidad de países de lengua portuguesa: que la Virgen María obtenga la reconciliación del pueblo angoleño; consuele a los damnificados de Mozambique; vele por los pasos de Timor Lorosae, Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe; y conserve en la unidad de la fe a sus hijos e hijas de Brasil.

1316 Saludo con deferencia al señor presidente de la República y demás autoridades que han querido participar en esta celebración; y aprovecho esta ocasión para expresar, en su persona, mi agradecimiento a todos por la colaboración que ha hecho posible mi peregrinación. Abrazo con cordialidad y bendigo de modo particular a la parroquia y a la ciudad de Fátima, que hoy se alegra por sus hijos elevados al honor de los altares.

6.Mis últimas palabras son para los niños: queridos niños y niñas, veo que muchos de vosotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien! Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y... los pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha necesidad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados que se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y sacrificios por los pecadores.

Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a la "escuela" de Nuestra Señora, para que os enseñe a ser como los pastorcitos, que procuraban hacer todo lo que ella les pedía. Os digo que "se avanza más en poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años enteros de iniciativas personales, apoyándose sólo en sí mismos" (san Luis María Grignion de Montfort, Tratado sobre la verdadera devoción a la santísima Virgen, n. 155). Fue así como los pastorcitos rápidamente alcanzaron la santidad. Una mujer que acogió a Jacinta en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los había enseñado: "Fue Nuestra Señora", le respondió. Jacinta y Francisco, entregándose con total generosidad a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco tiempo las cumbres de la perfección.

7."Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños".

Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los pastorcitos Francisco y Jacinta.

Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para iluminar el camino de la humanidad.



SANTA MISA CON ORDENACIONES PRESBITERALES



HOMILÍA DEL SANTO PADRE


Domingo 14 de mayo

XXXVII Jornada mundial de oración por las vocaciones



1. "Yo soy el buen pastor" (Jn 10,11 Jn 10,14).
Estas palabras de Cristo resuenan hoy en toda la Iglesia. Él, el Señor, es el Pastor que da la vida por su grey. En él se cumple la promesa que el Dios de Israel hizo por boca de los profetas: "Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él" (Ez 34,11).

En este domingo, que se suele llamar domingo "del Buen Pastor", la Iglesia celebra la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Y me alegra ordenar, precisamente en este día, a veintiséis nuevos presbíteros de la diócesis de Roma. Son los presbíteros del año 2000, elegidos para anunciar el Evangelio en nuestra diócesis. A vosotros, queridos candidatos, os dirijo mi saludo más cordial, que extiendo a vuestros familiares, educadores y amigos, que os acompañan en este inolvidable momento de vuestra existencia.

1317 2. "El buen pastor da la vida por las ovejas" (Jn 10,11). Cristo apacienta al pueblo de Dios con la fuerza de su amor, entregándose a sí mismo como sacrificio. Cumple su misión de pastor convirtiéndose en Cordero inmolado. Sacerdos et hostia. Pero nadie lo obliga: él mismo entrega su vida, con absoluta libertad, para recuperarla de nuevo (cf. Jn Jn 10,17), y vencer así, "por nosotros", donde nosotros estábamos condenados a la derrota. "Agnus redemit oves".

Él es "la piedra que, desechada por los arquitectos, se ha convertido ahora en piedra angular" (cf. Sal Ps 117,22 Ac 4,11). Esta es la obra admirable de Dios, que exaltó a su Hijo confiriéndole "el nombre que está por encima de todo otro nombre": el único en el que podemos salvarnos (cf. Hch Ac 4,12).

En el nombre de Jesucristo, buen pastor, vosotros, queridos diáconos, hoy sois consagrados presbíteros.

3. "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Ps 117,1 Ps 117,29).
Amadísimos ordenandos, llegáis a ser sacerdotes durante el gran jubileo, en el "año de misericordia del Señor" (Is 61,2). La gracia inagotable del sacramento os transformará interiormente para que vuestra vida, unida para siempre a la de Cristo sacerdote, se convierta en un cántico al amor de Dios: "Misericordias Domini in aeternum cantabo" (Ps 88,2).

El misterio del amor divino, creador y redentor, que se reveló en la encarnación del Verbo y se cumplió en su sacrificio pascual, es tan grande que colma de modo sobreabundante todos vuestros días y todos los momentos de vuestro ministerio. Sacad incesantemente de este misterio, sobre todo en la celebración de la santa misa, la energía espiritual para cumplir fielmente vuestra misión. A través de vuestras manos el buen Pastor seguirá entregando sacramentalmente su vida por la salvación del mundo, atrayendo a todos hacia sí e invitándolos a acoger el abrazo del único Padre.
Sed siempre conscientes de este don y dad gracias por él a la Providencia, que hoy os lo concede.

Dentro de poco, la Iglesia os dirigirá a cada uno estas palabras: "Date cuenta de lo que harás, imita lo que celebrarás y conforma tu vida al misterio de la cruz de Cristo Señor" (Rito). ¡Conformad vuestra vida al misterio de la cruz de Cristo!

Es Cristo quien salva y santifica, y vosotros participaréis directamente en su obra en la medida de la intensidad de vuestra unión con él. Si permanecéis en él, daréis mucho fruto; por el contrario, sin él no podréis hacer nada (cf. Jn Jn 15,5). Él os ha elegido, y hoy os "constituye", para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca (cf. Jn Jn 15,16).

4. Queridos diáconos, pertenecéis a la diócesis de Roma, y habéis realizado vuestra formación en los seminarios de esta Iglesia: el Seminario romano mayor, el Almo Colegio Capránica, el "Redemptoris Mater" y el de los Oblatos del Amor Divino. Deseo dar las gracias a cuantos os han acompañado y guiado por el camino que os ha traído hasta aquí. Pienso en vuestros padres y en los sacerdotes que, con su ejemplo y su consejo, os han ayudado en vuestra elección vocacional.
Pienso en los responsables de vuestra preparación teológica, espiritual y pastoral; en los superiores de los seminarios romanos, a quienes animo de corazón a proseguir con generoso empeño su servicio, para que la Iglesia de Roma se enriquezca con numerosos presbíteros bien formados. La alegría de ver que sois sacerdotes siempre fieles a vuestra misión será para todos la mayor recompensa.

1318 Ojalá que vuestro ejemplo aliente también a otros jóvenes a seguir a Cristo con igual disponibilidad. Por eso, oremos en esta Jornada dedicada a las vocaciones, para que el "Dueño de la mies" siga llamando obreros al servicio de su Reino, porque "la mies es mucha" (Mt 9,37).

5. Queridos ordenandos, por vuestra vocación vela María santísima, modelo de toda llamada de especial consagración en la Iglesia. En este momento, Cristo os encomienda nuevamente a ella, repitiendo a cada uno de vosotros las palabras que, desde la cruz, dirigió al apóstol san Juan: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,27).

Os encomiendo a vosotros y vuestro ministerio a la Salus populi romani. Ella sabrá guiaros, día a día, para que seáis uno con el buen Pastor, especialmente en la celebración diaria de la Eucaristía.
Y tú, "buen Pastor, verdadero Pan, aliméntanos y defiéndenos" para prestar un servicio cada vez más generoso a tu Iglesia, que trabaja en el mundo para la salvación de la humanidad. Amén

. HOMILÍA DE JUAN PABLO II


SANTA MISA CON MOTIVO DEL JUBILEO DE LOS PRESBÍTEROS

Y DEL 80° CUMPLEAÑOS DEL SANTO PADRE

Jueves 18 de mayo




1. "Ecce Sacerdos magnus, qui in diebus suis placuit Deo".

El gran Sacerdote, más bien el sumo Sacerdote, es Jesucristo. Como afirma la carta a los Hebreos, él con su propia sangre penetró una vez para siempre en el santuario, consiguiéndonos una redención eterna (cf. Hb He 9,12). Cristo, sacerdote y víctima, "es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8). Nos reunimos esta mañana para reflexionar en su sacerdocio nosotros que, como presbíteros, hemos sido llamados a participar en él de modo específico.

¡El sacerdocio ministerial! De él nos habla la liturgia de este día, haciéndonos volver espiritualmente al Cenáculo, a la última Cena, cuando Cristo lavó los pies a los Apóstoles. El evangelista san Juan narra la escena. Pero también san Lucas, en el pasaje que acabamos de proclamar, nos ofrece la justa interpretación de ese gesto simbólico de Cristo, que dice de sí mismo: "Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Lc 22,27). El Maestro deja a sus amigos el mandamiento de amarse como él los ha amado, poniéndose los unos al servicio de los otros (cf. Jn Jn 13,14): "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,15).

2. ¡El sacerdocio ministerial! A él nos remite sobre todo la Eucaristía, en la que Cristo instituyó el nuevo rito de la Pascua cristiana, introduciendo, al mismo tiempo, el ministerio sacerdotal en la Iglesia.

Durante la última Cena, Cristo tomó el pan en sus manos, lo partió y lo dio a los Apóstoles, diciendo: "Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros" (Rito de la misa; cf. Lc Lc 22,19). Del mismo modo, tomó el cáliz lleno de vino y lo dio a los Apóstoles, diciendo: "Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía" (ib.).
Cada vez que repetís este rito, explica el apóstol san Pablo, "anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (1 Co 11, 26).

1319 Amadísimos sacerdotes, de este modo Cristo ha puesto en nuestras manos, bajo las especies del pan y del vino, el memorial vivo del sacrificio que él ofreció al Padre en la cruz. Lo ha confiado a su Iglesia para que lo celebre hasta el fin del mundo. Sabemos que por medio de nosotros, por medio de los ministros ordenados, él mismo actúa en la Iglesia, a lo largo de los siglos, como sumo y eterno Sacerdote de la nueva Alianza.

"Haced esto en conmemoración mía": cada vez que lo hagáis, anunciaréis mi muerte hasta mi última venida.

3. ¡El sacerdocio ministerial! Todos nosotros participamos en él, y hoy queremos elevar a Dios una acción de gracias común por este extraordinario don. Don para todos los tiempos y para los hombres de todas las razas y culturas. Don que se renueva en la Iglesia gracias a la inmutable misericordia divina y a la respuesta generosa y fiel de gran número de hombres frágiles. Don que no deja de maravillar a quien lo recibe.

Después de más de cincuenta años de vida sacerdotal, siento una profunda necesidad de alabar y dar gracias a Dios por su inmensa bondad. Mi pensamiento vuelve, en este momento, al Cenáculo de Jerusalén, donde, durante mi reciente peregrinación a Tierra Santa, pude celebrar la santa misa. En ese lugar nació mi sacerdocio, y el vuestro, de la mente y del corazón de Cristo. Por eso precisamente, desde aquella "sala del piso superior" quise dirigir la Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo, que hoy os vuelvo a proponer idealmente.

En el Cenáculo, la víspera de su pasión, Jesús quiso hacernos partícipes de la vocación y misión que el Padre celestial le había confiado, es decir, introducir a los hombres en su misterio universal de salvación.

4. Os abrazo con gran afecto, queridos sacerdotes de todo el mundo. Es un abrazo que no tiene confines y se extiende a los presbíteros de toda Iglesia particular, llegando especialmente a vosotros, queridos sacerdotes enfermos, solos o probados por diversas dificultades.

Pienso también en los sacerdotes que, por diferentes circunstancias, ya no ejercen el sagrado ministerio, aun llevando en sí la especial configuración a Cristo ínsita en el carácter indeleble del orden sagrado. Oro mucho también por ellos, e invito a todos a recordarlos en la oración, para que, también gracias a la dispensa obtenida regularmente, mantengan vivo el compromiso de la coherencia cristiana y de la comunión eclesial.

5. Queridos presbíteros de todos los países y de todas las culturas, esta es una jornada dedicada completamente a nuestro sacerdocio, al sacerdocio ministerial.

Con gran afecto saludo y doy las gracias al cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el clero, que, al comienzo de la celebración, me ha dirigido, también en vuestro nombre, unas cordiales palabras de felicitación en este día para mí muy significativo. Saludo a los señores cardenales, a los arzobispos y a los obispos presentes. Os saludo a todos vosotros, queridos hermanos en el sacerdocio, que habéis querido estar hoy aquí conmigo; algunos habéis venido incluso de lejos, a costa de grandes sacrificios. Os estrecho a todos contra mi corazón.

Hemos sido consagrados en la Iglesia para este ministerio específico. Estamos llamados a contribuir, de varios modos, donde la Providencia nos pone, en la formación de la comunidad del pueblo de Dios. El apóstol san Pablo nos ha recordado que nuestra tarea consiste en apacentar la grey de Dios que se nos ha confiado, no por la fuerza, sino voluntariamente, no tiranizando, sino dando un testimonio ejemplar (cf.
1P 5,2-3); un testimonio que puede llegar, si fuera necesario, al derramamiento de la sangre, como ha sucedido con muchos de nuestros hermanos durante el siglo que acaba de terminar.

Este es para nosotros el camino de la santidad, que lleva al encuentro definitivo con el "pastor supremo", en cuyas manos está "la corona de gloria" (1P 5,4). Esta es nuestra misión al servicio del pueblo cristiano. Que nos ayude María, Madre de nuestro sacerdocio, y nos ayuden los numerosos santos presbíteros que nos han precedido en esta misión sublime y llena de responsabilidad.

1320 También tú, querido pueblo cristiano, que hoy te reúnes en torno a nosotros en la fe y en la alegría, ora por nosotros. Eres pueblo real, linaje sacerdotal, asamblea santa. Eres el pueblo de Dios que, en todos los rincones de la tierra, participa en el sacerdocio de Cristo. Acepta el don que hoy renovamos al servicio de tu singular dignidad. Tú, pueblo sacerdotal, da gracias con nosotros a Dios por nuestro ministerio y canta con nosotros a tu Señor y nuestro: ¡gloria a ti, oh Cristo, por el don del sacerdocio! Haz que la Iglesia del nuevo milenio cuente con la obra generosa de numerosos y santos sacerdotes. Amén.



CAPILLA PAPAL PARA LA CANONIZACIÓN


HOMILÍA DEL SANTO PADRE


Domingo 21 de mayo de 2000

1. "No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad" (1Jn 3,18). Esta exhortación, tomada del apóstol Juan en el texto de la segunda lectura de esta celebración, nos invita a imitar a Cristo, viviendo a la vez en estrecha unión con Él. Jesús mismo nos lo ha dicho también en el Evangelio recién proclamado: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí" (Jn 15,4).

A través de la unión profunda con Cristo, iniciada en el bautismo y alimentada por la oración, los sacramentos y la práctica de las virtudes evangélicas, hombres y mujeres de todos los tiempos, como hijos de la Iglesia, han alcanzado la meta de la santidad. Son santos porque pusieron a Dios en el centro de su vida e hicieron de la búsqueda y extensión de su Reino el móvil de su propia existencia; santos porque sus obras siguen hablando de su amor total al Señor y a los hermanos dando copiosos frutos, gracias a su fe viva en Jesucristo, y a su compromiso de amar como Él nos ha amado, incluso a los enemigos.

2. Dentro de la peregrinación jubilar de los mexicanos, la Iglesia se alegra al proclamar santos a estos hijos de México: Cristóbal Magallanes y 24 compañeros mártires, sacerdotes y laicos; José María de Yermo y Parres, sacerdote fundador de las Religiosas Siervas del Sagrado Corazón de Jesús, y María de Jesús Sacramentado Venegas, fundadora de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús.

Para participar en esta solemne celebración, honrando así la memoria de estos ilustres hijos de la Iglesia y de vuestra Patria, habéis venido numerosos peregrinos mexicanos, acompañados por un nutrido grupo de Obispos. A todos os saludo con gran afecto. La Iglesia en México se regocija al contar con estos intercesores en el cielo, modelos de caridad suprema siguiendo las huellas de Jesucristo. Todos ellos entregaron su vida a Dios y a los hermanos, por la vía del martirio o por el camino de la ofrenda generosa al servicio de los necesitados. La firmeza de su fe y esperanza les sostuvo en las diversas pruebas a las que fueron sometidos. Son un precioso legado, fruto de la fe arraigada en tierras mexicanas, la cual, en los albores del Tercer milenio del cristianismo, ha de ser mantenida y revitalizada para que sigáis siendo fieles a Cristo y a su Iglesia como lo habéis sido en el pasado.

3. En la primera lectura hemos escuchado cómo Pablo se movía en Jerusalén "predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo" (Ac 9,28-29). Con la misión de Pablo se prepara la propagación de la Iglesia, llevando el mensaje evangélico a todas las partes. Y en esta expansión, no han faltado nunca las persecuciones y violencias contra los anunciadores de la Buena Nueva. Pero, por encima de las adversidades humanas, la Iglesia cuenta con la promesa de la asistencia divina. Por eso, hemos oído que "la Iglesia gozaba de paz [...] Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo" (Ac 9,31).

Bien podemos aplicar este fragmento de los Hechos de los Apóstoles a la situación que tuvieron que vivir Cristóbal Magallanes y sus 24 compañeros, mártires en el primer tercio del siglo XX. La mayoría pertenecía al clero secular y tres de ellos eran laicos seriamente comprometidos en la ayuda a los sacerdotes. No abandonaron el valiente ejercicio de su ministerio cuando la persecución religiosa arreció en la amada tierra mexicana, desatando un odio a la religión católica. Todos aceptaron libre y serenamente el martirio como testimonio de su fe, perdonando explícitamente a sus perseguidores. Fieles a Dios y a la fe católica tan arraigada en sus comunidades eclesiales a las cuales sirvieron promoviendo también su bienestar material, son hoy ejemplo para toda la Iglesia y para la sociedad mexicana en particular.

Tras las duras pruebas que la Iglesia pasó en México en aquellos convulsos años, hoy los cristianos mexicanos, alentados por el testimonio de estos testigos de la fe, pueden vivir en paz y armonía, aportando a la sociedad la riqueza de los valores evangélicos. La Iglesia crece y progresa, siendo crisol donde nacen abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas, donde se forman familias según el plan de Dios y donde los jóvenes, parte notable del pueblo mexicano, pueden crecer con esperanza en un futuro mejor. Que el luminoso ejemplo de Cristóbal Magallanes y compañeros mártires os ayude a un renovado empeño de fidelidad a Dios, capaz de seguir transformando la sociedad mexicana para que en ella reine la justicia, la fraternidad y la armonía entre todos.

4. "Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó" (1Jn 3,23). El mandato por excelencia que Jesús dio a los suyos es amarse fraternalmente como él nos ha amado (cf. Jn Jn 15,12). En la segunda lectura que hemos escuchado, el mandamiento tiene un doble aspecto: creer en la persona de Jesucristo, Hijo de Dios, confesándolo en todo momento, y amarnos unos a otros porque Cristo mismo nos lo ha mandado. Este mandamiento es tan fundamental para la vida del creyente que se convierte como en el presupuesto necesario para que tenga lugar la inhabitación divina. La fe, la esperanza, el amor llevan a acoger existencialmente a Dios como camino seguro hacia la santidad.

Este se puede decir que fue el camino emprendido por José María de Yermo y Parres, que vivió su entrega sacerdotal a Cristo adhiriéndose a Él con todas sus fuerzas, a la vez que se destacaba por una actitud primordialmente orante y contemplativa. En el Corazón de Cristo encontró la guía para su espiritualidad, y considerando su amor infinito a los hombres, quiso imitarlo haciendo la regla de su vida la caridad.

1321 El nuevo Santo fundó las Religiosas Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, denominación que recoge sus dos grandes amores, que expresan en la Iglesia el espíritu y el carisma del nuevo santo. Queridas hijas de San José María de Yermo y Parres: vivid con generosidad la rica herencia de vuestro fundador, empezando por la comunión fraterna en comunidad y prolongándoda después en el amor misericordioso al hermano, con humildad, sencillez y eficacia, y, por encima de todo, en perfecta unión con Dios.

5. "Permaneced en mí y yo en vosotros [...] El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada" (
Jn 15,4 Jn 15,5). En el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos ha exhortado a permanecer en Él, para unir consigo a todos los hombres. Esta invitación exige llevar a cabo nuestro compromiso bautismal, vivir en su amor, inspirarse en su Palabra, alimentarse con la Eucaristía, recibir su perdón y, cuando sea el caso, llevar con Él la cruz. La separación de Dios es la tragedia más grande que el hombre puede vivir. La savia que llega al sarmiento lo hace crecer; la gracia que nos viene por Cristo nos hace adultos y maduros a fin de que demos frutos de vida eterna.

Santa María de Jesús Sacramentado Venegas, primera mexicana canonizada, supo permanecer unida a Cristo en su larga existencia terrena y por eso dio frutos abundantes de vida eterna. Su espiritualidad se caracterizó por una singular piedad eucarística, pues es claro que un camino excelente para la unión con el Señor es buscarlo, adorarlo, amarlo en el santísimo misterio de su presencia real en el Sacramento del Altar.

Quiso prolongar su obra con la fundación de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, que siguen hoy en la Iglesia su carisma de la caridad con los pobres y enfermos. En efecto, el amor de Dios es universal, quiere llegar a todos los hombres y por eso la nueva Santa comprendió que su deber era difundirlo, prodigándose en atenciones con todos hasta el fin de sus días, incluso cuando la energía física declinaba y las duras pruebas que pasó a lo largo de su existencia habían mermado sus fuerzas. Fidelísima en la observancia de las constituciones, respetuosa con los obispos y sacerdotes, solícita con los seminaristas, Santa María de Jesús Sacramentado es un elocuente testimonio de consagración absoluta al servicio de Dios y de la humanidad doliente.

6. Esta solemne celebración nos recuerda que la fe comporta una relación profunda con el Señor. Los nuevos santos nos enseñan que los verdaderos seguidores y discípulos de Jesús son aquellos que cumplen la voluntad de Dios y que están unidos a Él mediante la fe y la gracia.

Escuchar la Palabra de Dios, armonizar la propia existencia, dando el primer espacio a Cristo, hace que la vida del ser humano se configure a Él. "Permaneced en mí y yo en vosotros", sigue siendo la invitación de Jesús que debe resonar continuamente en cada uno de nosotros y en nuestro ambiente. San Pablo, acogiendo este mismo llamado pudo exclamar: "vivo yo, pero no soy yo; es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20). Que la Palabra de Dios proclamada en esta liturgia haga que nuestra vida sea auténtica permaneciendo existencialmente unidos al Señor, amando no sólo de palabra sino con obras y de verdad (cf. 1Jn 3,18). Así nuestra vida será realmente "por Cristo, con Él y en Él".

Estamos viviendo el Gran Jubileo del Año 2000. Entre sus objetivos está el de "suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad" (Tertio millennio adveniente TMA 42). Que el ejemplo de estos nuevos Santos, don de la Iglesia en México a la Iglesia universal, mueva a todos los fieles, con todos los medios a su alcance y sobre todo con la ayuda de la gracia de Dios, a buscar con valentía y decisión la santidad.

Que la Virgen de Guadalupe, invocada por los mártires en el momento supremo de su entrega, y a la que San José María de Yermo y Santa María de Jesús Sacramentado Venegas profesaron tan tierna devoción, acompañe con su materna protección los buenos propósitos de quienes honran hoy a los nuevos Santos y ayude a los que siguen sus ejemplos, guíe y proteja también a la Iglesia para que, con su acción evangelizadora y el testimonio cristiano de todos sus hijos, ilumine el camino de la humanidad en el tercer milenio. Amen.




B. Juan Pablo II Homilías 1314