B. Juan Pablo II Homilías 1337

1337 En el texto de Isaías otra serie de imágenes abre la perspectiva de la vida, de la alegría y de la libertad: el Mesías futuro vendrá a devolver la vista a los ciegos, a "sacar de las cárceles a los presos" (Is 42,7). Queridos hermanos y hermanas, me imagino que sobre todo estas últimas palabras del profeta encuentran en vuestro corazón un eco inmediato, lleno de esperanza.

4. Sin embargo, es preciso acoger el mensaje de la palabra de Dios en su significado integral. La "cárcel" de la que el Señor viene a sacarnos es, en primer lugar, aquella en la que se encuentra encadenado el espíritu.La cárcel del espíritu es el pecado. ¡Cómo no recordar, a este respecto, aquellas profundas palabras de Jesús: "En verdad, en verdad os digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado"! (Jn 8,34). Esta es la esclavitud de la que él vino en primer lugar a librarnos. En efecto, dijo: "Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8,31).

Por consiguiente, las palabras de liberación del profeta Isaías se han de entender a la luz de toda la historia de la salvación, que tiene su culmen en Cristo, el Redentor que cargó sobre sí el pecado del mundo (cf. Jn Jn 1,29). Dios quiere la liberación integral del hombre. Una liberación que no sólo atañe a las condiciones físicas y exteriores, sino que es sobre todo liberación del corazón.

5. Como nos ha recordado el apóstol san Pablo en la segunda lectura, la esperanza de esta liberación se da en toda la creación: "La creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto" (Rm 8,22). Nuestro pecado ha alterado el plan de Dios, y no sólo la vida humana; la creación misma se resiente. Esta dimensión cósmica de los efectos del pecado se percibe de forma casi palpable en los desastres ecológicos. No menos preocupantes son los daños provocados por el pecado en la psique humana, en la biología misma del hombre. El pecado es devastador. Quita la paz al corazón y produce sufrimientos en cadena en las relaciones humanas. Me imagino que muchas veces, repasando vuestras historias personales o escuchando las de vuestros compañeros de celda, constatáis esta verdad.

De esta esclavitud viene a librarnos el Espíritu de Dios. Él, que es el Don por excelencia que nos obtuvo Cristo, "viene en ayuda de nuestra flaqueza, (...) abogando por nosotros con gemidos inenarrables" (Rm 8,26). Si seguimos sus inspiraciones, produce nuestra salvación integral, "la adopción, la redención de nuestro cuerpo" (Rm 8,23).

6. Así pues, es preciso que sea él, el Espíritu de Jesucristo, quien actúe en vuestro corazón, queridos hermanos y hermanas detenidos. Es necesario que el Espíritu Santo penetre totalmente en esta cárcel en la que nos encontramos y en todas las prisiones del mundo. Cristo, el Hijo de Dios, quiso ser detenido, dejó que le ataran las manos y luego las clavaran en la cruz, precisamente para que el Espíritu pudiera llegar al corazón de todo hombre. También donde los hombres están encerrados con los cerrojos de las cárceles, según la lógica de una justicia humana, por lo demás necesaria, es preciso que sople el Espíritu de Cristo, Redentor del mundo. En efecto, la pena no puede reducirse a una simple dinámica retributiva; mucho menos puede transformarse en una retorsión social o en una especie de venganza institucional. La pena y la prisión tienen sentido si, a la vez que afirman las exigencias de la justicia y desalientan el crimen, contribuyen a la renovación del hombre, ofreciendo a quien se ha equivocado una posibilidad de reflexionar y cambiar de vida, para reinsertarse plenamente en la sociedad.

Por consiguiente, permitidme que os pida que tendáis con todas vuestras fuerzas a una vida nueva, en el encuentro con Cristo. De este vuestro camino no podrá por menos de alegrarse la sociedad entera. Las mismas personas a quienes habéis causado dolor sentirán, quizá, que han obtenido justicia más mirando vuestro cambio interior que simplemente por haber cumplido la pena.

A cada uno de vosotros deseo que haga la experiencia del amor liberador de Dios. Que descienda sobre vosotros y sobre los detenidos de todo el mundo el Espíritu de Jesucristo, que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap Ap 21,5) e infunda en vuestro corazón confianza y esperanza.

Que os acompañe la mirada de María, "Regina coeli", la Reina del cielo, a cuya ternura materna os encomiendo a vosotros y a vuestras familias.

Palabras del Santo Padre al terminar la misa:

Al despedirme de vosotros, queridos detenidos, deseo renovaros mi saludo, que extiendo también a vuestros familiares. Sé muy bien que cada uno de vosotros vive esperando el día en que, expiada la pena, podrá recobrar la libertad y volver a su familia. Consciente de ello, en el Mensaje que envié al mundo entero para esta jornada jubilar, siguiendo las huellas de mis predecesores y con el espíritu del Año santo, he pedido para vosotros un signo de clemencia, mediante una "reducción de la pena". Lo he pedido con la profunda convicción de que esa opción constituye un signo de sensibilidad hacia vuestra condición, que puede impulsar el compromiso de arrepentimiento y estimular la conversión personal. Con esta perspectiva, dirijo a cada uno mi saludo más cordial.

1338 Quisiera añadir unas palabras más: no podemos olvidar que esta cárcel romana se llama "Regina Coeli". Este nombre suscita una esperanza muy grande. Os deseo a todos esta esperanza, que viene de la "Regina Coeli". Gracias.

Misa para los sacerdotes, religiosos y fieles de la diócesis de Aosta


HOMILIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Sábado 22 de julio de 2000



1. Amadísimos sacerdotes de la diócesis de Aosta, me alegra particularmente celebrar con vosotros esta santa misa, al término de mi estancia entre vuestras montañas. Os saludo a todos con gran afecto y, de modo especial, a vuestro obispo, a quien agradezco de corazón las numerosas atenciones que ha tenido conmigo y con mis colaboradores durante estos días.

Celebramos la fiesta de Santa María Magdalena y la liturgia de hoy se caracteriza por una especie de movimiento, de "carrera" del corazón y del espíritu, impulsados por el amor de Cristo. Las palabras de san Pablo: "caritas Christi urget nos" (2Co 5,14), que escucharemos dentro de poco en la primera lectura, pueden y deben inspirar la vida de cada sacerdote, como marcaron la de María de Magdala.

La Magdalena siguió hasta el Calvario a Cristo, que la había curado. Estuvo presente en la crucifixión, en la muerte y en la sepultura de Jesús. Junto con la Madre santísima y el discípulo amado recogió su último suspiro y el tácito testimonio de su costado traspasado: comprendió que su salvación estaba en aquella muerte, en aquel sacrificio. Y el Resucitado, como nos narra el evangelio de hoy, quiso mostrar su cuerpo glorioso ante todo a ella, que había llorado intensamente por su muerte. A ella quiso confiarle "el primer anuncio de la alegría pascual" (Colecta), para recordarnos que precisamente a quien contempla con fe y amor el misterio de la pasión y muerte del Señor, se le revela la luminosa gloria de su resurrección.

2. Así María Magdalena nos enseña que nuestra vocación de apóstoles se arraiga en nuestra experiencia personal de Cristo. Nuestro encuentro con él suscita un nuevo estilo de vida, ya no centrado en nosotros mismos, sino en él, que murió y resucitó por nosotros (cf. 2Co 5,15), renunciando al hombre viejo para conformarnos cada vez más plenamente a Cristo, el Hombre nuevo.

Esta enseñanza de vida se aplica, con especial elocuencia, a nosotros, pastores de la Iglesia, llamados a guiar al pueblo de Dios con la palabra, pero sobre todo con el testimonio de nuestra vida. Por tanto, estamos llamados a una intimidad mayor con Cristo, que nos ha elegido como sus amigos: "Vos autem dixi amicos" (Jn 15,15).

Amadísimos hermanos en el sacerdocio, os deseo a cada uno que mantengáis siempre viva vuestra comunión con Cristo. Que su amor os impulse en vuestro apostolado, no sólo en las grandes ocasiones, sino sobre todo en las ordinarias, en las situaciones diarias. La unión íntima con Dios, alimentada en la santa misa, en la liturgia de las Horas y en la oración personal lleva al sacerdote a desempeñar con fe y caridad su ministerio pastoral. Precisamente en esta intimidad con Jesús reside el secreto de su misión.

Oremos, durante esta celebración eucarística, para que el Señor nos haga ministros dignos de su gracia. Invoquémoslo, por intercesión de santa María Magdalena, para que, a través de vosotros, amadísimos sacerdotes, llegue a los residentes y a los veraneantes de esta región el anuncio incesante de la muerte y la resurrección de Cristo. Dios, que ha enriquecido con estupendas bellezas naturales el Valle de Aosta, alimente con su Espíritu la fe de cuantos viven en él. Y la Virgen santísima vele maternalmente por vosotros y por el servicio apostólico que estáis llamados a prestar con constante generosidad, enriqueciéndolo con abundantes frutos de bien.



MISA PARA LOS JÓVENES DEL


VII FORO INTERNACIONAL DE LA JUVENTUD




Castelgandolfo, 17 de agosto de 2000



1339 1. "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré" (Jr 1,5).

Las palabras que Dios dirigió al profeta Jeremías nos afectan personalmente. Evocan el designio que Dios tiene para cada uno de nosotros. Él nos conoce individualmente, porque desde la eternidad nos ha elegido y amado, confiando a cada uno una vocación específica dentro del plan general de la salvación.

Queridos jóvenes del Foro internacional, me alegra acogeros junto con el cardenal James Francis Stafford, presidente del Consejo pontificio para los laicos, y sus colaboradores. Os saludo con afecto.

Con razón os sentís interpelados personalmente por las palabras del profeta. En efecto, muchos de vosotros ya tienen una responsabilidad en su Iglesia particular, y muchos otros serán llamados a asumir alguna. Por tanto, es importante que llevéis con vosotros la riqueza de la experiencia humana, espiritual y eclesial de este foro. Sois enviados a anunciar a otros las palabras de vida que habéis recibido: obrarán y arraigarán en vosotros en la medida en que más las compartáis con los demás.

Queridos jóvenes, no dudéis del amor de Dios por vosotros. Él os reserva un lugar en su corazón y una misión en el mundo. La primera reacción puede ser el miedo, la duda. Son sentimientos que experimentó antes que vosotros el mismo Jeremías: "¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho" (Jr 1,6). La tarea parece inmensa, porque cobra las dimensiones de la sociedad y del mundo. Pero no olvidéis que, cuando el Señor llama, da también la fuerza y la gracia necesarias para responder a la llamada.

No tengáis miedo de asumir vuestras responsabilidades: la Iglesia os necesita; necesita vuestro compromiso y vuestra generosidad; el Papa os necesita y, al comienzo de este nuevo milenio, os pide que llevéis el Evangelio por los caminos del mundo.

2. En el Salmo responsorial hemos escuchado una pregunta que en el mundo contaminado de hoy resuena con particular actualidad: "¿Cómo podrá un joven andar honestamente?" (Ps 118,9).

También hemos escuchado la respuesta, sencilla e incisiva: "Cumpliendo tus palabras" (Ps 118,9). Así pues, es preciso pedir el gusto por la palabra de Dios y la alegría de poder testimoniar algo que es más grande que nosotros: "Mi alegría es el camino de tus preceptos..." (Ps 118,14).

La alegría nace también de la certeza de que muchas otras personas en el mundo acogen como nosotros los "preceptos del Señor" y hacen de ellos la razón de su vida. ¡Cuánta riqueza en la universalidad de la Iglesia, en su "catolicidad"! ¡Cuánta diversidad según los países, los ritos, las espiritualidades, las asociaciones, los movimientos y las comunidades! ¡Cuánta belleza y, al mismo tiempo, qué comunión tan profunda en los valores comunes y en la adhesión común a la persona de Jesús, el Señor!

Viviendo y rezando juntos, habéis comprobado que la diversidad de vuestros modos de acoger y expresar la fe no os separa ni os enfrenta los unos a los otros. Es sólo una manifestación de la riqueza de la Revelación, don único y extraordinario, que el mundo tanto necesita.

3. En el pasaje del evangelio que acabamos de escuchar, el Resucitado dirige a Pedro la pregunta que determinará toda su existencia: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" (Jn 21,16). Jesús no le pregunta cuáles son sus talentos, sus dones, sus capacidades. Ni siquiera pregunta al que poco antes lo había negado si en adelante le será fiel, si ya no caerá. Le pregunta lo único que cuenta, lo único que puede sostener una llamada: ¿me amas?

1340 Cristo os dirige hoy esa misma pregunta a cada uno de vosotros: ¿me amas? No os pide que sepáis hablar a las multitudes, dirigir una organización o administrar un patrimonio. Os pide que lo améis. Todo lo demás vendrá como consecuencia. En efecto, seguir las huellas de Jesús no se traduce inmediatamente en hacer o decir algo, sino ante todo en amarlo, en permanecer con él y en acogerlo completamente en la propia vida.

Responded hoy con sinceridad a la pregunta de Jesús. Algunos, como Pedro, podrán decir: "Sí, Señor, tú sabes que te amo" (
Jn 21,16). Otros dirán: "Señor, tú sabes cuánto quisiera amarte; enséñame a amarte para seguirte". Lo importante es estar en camino, avanzar sin perder de vista la meta, hasta el día en que podáis decir con todo el corazón: "Tú sabes que te amo".

4. Queridos jóvenes, amad a Cristo y amad a la Iglesia. Amad a Cristo como él os ama. Amad a la Iglesia como Cristo la ama.

No olvidéis que el amor verdadero no pone condiciones ni hace cálculos ni recrimina; sencillamente, ama. En efecto, ¿cómo podríais ser responsables de una herencia que sólo aceptáis parcialmente? ¿Cómo se puede participar en la construcción de algo que no se ama con todo el corazón?

Que la comunión en el cuerpo y la sangre del Señor os ayude a cada uno a crecer en el amor a Jesús y a su cuerpo, que es la Iglesia.

XII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

SANTA MISA DE CLAUSURA



Tor Vergata, domingo 20 de agosto de 2000



1. “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

Queridos jóvenes de la decimoquinta Jornada Mundial de la Juventud, estas palabras de Pedro, en el diálogo con Cristo al final del discurso del “pan de vida”, nos afectan personalmente. Estos días hemos meditado sobre la afirmación de Juan: “La palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,14). El evangelista nos ha llevado al gran misterio de la encarnación del Hijo de Dios, el Hijo que se nos ha dado a través de María “al llegar la plenitud de los tiempos” (Ga 4,4).

En su nombre os vuelvo a saludar a todos con un gran afecto. Saludo y agradezco al Cardenal Camillo Ruini, mi Vicario General para la diócesis de Roma y Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, las palabras que me ha dirigido al comienzo de esta Santa Misa; saludo también al Cardenal James Francis Stafford, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos y a tantos Cardenales, Obispos y sacerdotes aquí reunidos; así mismo, saludo con gran deferencia al Señor Presidente de la República y al Jefe del Gobierno Italiano, así como a todas las autoridades civiles y religiosas que nos honran con su presencia.

2. Hemos llegado al culmen de la Jornada Mundial de la Juventud. Ayer por la noche, queridos jóvenes, hemos reafirmado nuestra fe en Jesucristo, en el Hijo de Dios que, como dice la primera lectura de hoy, el Padre ha enviado “a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad... para consolar a todos los que lloran” (Is 61,1-3).

En esta celebración eucarística Jesús nos introduce en el conocimiento de un aspecto particular de su misterio. Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje de su discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, después del milagro de la multiplicación de los panes, en el cual se revela como el verdadero pan de vida, el pan bajado del cielo para dar la vida al mundo (cf. Jn Jn 6,51). Es un discurso que los oyentes no entienden. La perspectiva en que se mueven es demasiado material para poder captar la auténtica intención de Cristo. Ellos razonan según la carne, que “no sirve para nada” (Jn 6,63). Jesús, en cambio, orienta su discurso hacia el horizonte inabarcable del espíritu: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (ibíd).

1341 Sin embargo el auditorio es reacio: “Es duro este lenguaje; ¿Quién puede escucharlo?” (Jn 6,60). Se consideran personas con sentido común, con los pies en la tierra, por eso sacuden la cabeza y, refunfuñando, se marchan uno detrás de otro. El número de la muchedumbre se reduce progresivamente.Al final sólo queda un pequeño grupo con los discípulos más fieles. Pero respecto al “pan de vida” Jesús no está dispuesto a contemporizar. Está preparado más bien para afrontar el alejamiento incluso de los más cercanos: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67).

3. “¿También vosotros?” La pregunta de Cristo sobrepasa los siglos y llega hasta nosotros, nos interpela personalmente y nos pide una decisión. ¿Cuál es nuestra respuesta? Queridos jóvenes, si estamos aquí hoy es porque nos vemos reflejados en la afirmación del apóstol Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

Muchas palabras resuenan en vosotros, pero sólo Cristo tiene palabras que resisten al paso del tiempo y permanecen para la eternidad. El momento que estáis viviendo os impone algunas opciones decisivas: la especialización en el estudio, la orientación en el trabajo, el compromiso que debéis asumir en la sociedad y en la Iglesia. Es importante darse cuenta de que, entre todas las preguntas que surgen en vuestro interior, las decisivas no se refieren al “qué”. La pregunta de fondo es “quién”: hacia “quién” ir, a “quién” seguir, a “quién” confiar la propia vida.

Pensáis en vuestra elección afectiva e imagino que estaréis de acuerdo: lo que verdaderamente cuenta en la vida es la persona con la que uno decide compartirla. Pero, ¡atención! Toda persona es inevitablemente limitada, incluso en el matrimonio más encajado se ha de tener en cuenta una cierta medida de desilusión. Pues bien, queridos amigos: ¿no hay en esto algo que confirma lo que hemos escuchado al apóstol Pedro? Todo ser humano, antes o después, se encuentra exclamando con él: “¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Sólo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y de María, la Palabra eterna del Padre, que nació hace dos mil años en Belén de Judá, puede satisfacer las aspiraciones más profundas del corazón humano.

En la pregunta de Pedro: “¿A quién vamos a acudir?” está ya la respuesta sobre el camino que se debe recorrer. Es el camino que lleva a Cristo. Y el divino Maestro es accesible personalmente; en efecto, está presente sobre el altar en la realidad de su cuerpo y de su sangre. En el sacrificio eucarístico podemos entrar en contacto, de un modo misterioso pero real, con su persona, acudiendo a la fuente inagotable de su vida de Resucitado.

4. Esta es la maravillosa verdad, queridos amigos: la Palabra, que se hizo carne hace dos mil años, está presente hoy en la Eucaristía. Por eso, el año del Gran Jubileo, en el que estamos celebrando el misterio de la encarnación, no podía dejar de ser también un año “intensamente eucarístico” (cf. Tertio millennio adveniente TMA 55).

La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo que se nos da porque nos ama. Él nos ama a cada uno de nosotros de un modo personal y único en la vida concreta de cada día: en la familia, entre los amigos, en el estudio y en el trabajo, en el descanso y en la diversión. Nos ama cuando llena de frescura los días de nuestra existencia y también cuando, en el momento del dolor, permite que la prueba se cierna sobre nosotros; también a través de las pruebas más duras, Él nos hace escuchar su voz.

Sí, queridos amigos, ¡Cristo nos ama y nos ama siempre! Nos ama incluso cuando lo decepcionamos, cuando no correspondemos a lo que espera de nosotros. Él no nos cierra nunca los brazos de su misericordia. ¿Cómo no estar agradecidos a este Dios que nos ha redimido llegando incluso a la locura de la Cruz? ¿A este Dios que se ha puesto de nuestra parte y está ahí hasta al final?

5. Celebrar la Eucaristía “comiendo su carne y bebiendo su sangre” significa aceptar la lógica de la cruz y del servicio. Es decir, significa ofrecer la propia disponibilidad para sacrificarse por los otros, como hizo Él.

De este testimonio tiene necesidad urgente nuestra sociedad, de él necesitan más que nunca los jóvenes, tentados a menudo por los espejismos de una vida fácil y cómoda, por la droga y el hedonismo, que llevan después a la espiral de la desesperación, del sin-sentido, de la violencia. Es urgente cambiar de rumbo y dirigirse a Cristo, que es también el camino de la justicia, de la solidaridad, del compromiso por una sociedad y un futuro dignos del hombre.

Ésta es nuestra Eucaristía, ésta es la respuesta que Cristo espera de nosotros, de vosotros, jóvenes, al final de vuestro Jubileo. A Jesús no le gustan las medias tintas y no duda en apremiarnos con la pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?” Con Pedro, ante Cristo, Pan de vida, también hoy nosotros queremos repetir: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

1342 6. Queridos jóvenes, al volver a vuestra tierra poned la Eucaristía en el centro de vuestra vida personal y comunitaria: amadla, adoradla y celebradla, sobre todo el domingo, día del Señor. Vivid la Eucaristía dando testimonio del amor de Dios a los hombres.

Os confío, queridos amigos, este don de Dios, el más grande dado a nosotros, peregrinos por los caminos del tiempo, pero que llevamos en el corazón la sed de eternidad. ¡Ojalá que pueda haber siempre en cada comunidad un sacerdote que celebre la Eucaristía! Por eso pido al Señor que broten entre vosotros numerosas y santas vocaciones al sacerdocio. La Iglesia tiene necesidad de alguien que celebre también hoy, con corazón puro, el sacrificio eucarístico. ¡El mundo no puede verse privado de la dulce y liberadora presencia de Jesús vivo en la Eucaristía!

Sed vosotros mismos testigos fervorosos de la presencia de Cristo en nuestros altares. Que la Eucaristía modele vuestra vida, la vida de las familias que formaréis; que oriente todas vuestras opciones de vida. Que la Eucaristía, presencia viva y real del amor trinitario de Dios, os inspire ideales de solidaridad y os haga vivir en comunión con vuestros hermanos dispersos por todos los rincones del planeta.

Que la participación en la Eucaristía fructifique, en especial, en un nuevo florecer de vocaciones a la vida religiosa, que asegure la presencia de fuerzas nuevas y generosas en la Iglesia para la gran tarea de la nueva evangelización.

Si alguno de vosotros, queridos jóvenes, siente en sí la llamada del Señor a darse totalmente a Él para amarlo “con corazón indiviso” (cf.
1Co 7,34), que no se deje paralizar por la duda o el miedo. Que pronuncie con valentía su propio “sí” sin reservas, fiándose de Él que es fiel en todas sus promesas. ¿No ha prometido, al que lo ha dejado todo por Él, aquí el ciento por uno y después la vida eterna? (cf. Mc Mc 10,29-30).

7. Al final de esta Jornada Mundial, mirándoos a vosotros, a vuestros rostros jóvenes, a vuestro entusiasmo sincero, quiero expresar, desde lo hondo de mi corazón, mi agradecimiento a Dios por el don de la juventud, que a través de vosotros permanece en la Iglesia y en el mundo.

¡Gracias a Dios por el camino de las Jornadas Mundiales de la Juventud! ¡Gracias a Dios por tantos jóvenes que han participado en ellas durante estos dieciséis años! Son jóvenes que ahora, ya adultos, siguen viviendo en la fe allí donde residen y trabajan. Estoy seguro de que también vosotros, queridos amigos, estaréis a la altura de los que os han precedido.Llevaréis el anuncio de Cristo en el nuevo milenio. Al volver a casa, no os disperséis. Confirmad y profundidad en vuestra adhesión a la comunidad cristiana a la que pertenecéis. Desde Roma, la ciudad de Pedro y Pablo, el Papa os acompaña con su afecto y, parafraseando una expresión de Santa Catalina de Siena, os dice: «Si sois lo que tenéis que ser, ¡prenderéis fuego al mundo entero!» (cf. Cart. 368).

Miro con confianza a esta nueva humanidad que se prepara también por medio de vosotros; miro a esta Iglesia constantemente rejuvenecida por el Espíritu de Cristo y que hoy se alegra por vuestros propósitos y de vuestro compromiso. Miro hacia el futuro y hago mías las palabras de una antigua oración, que canta a la vez al don de Jesús, de la Eucaristía y de la Iglesia:

“Te damos gracias, Padre nuestro,
por la vida y el conocimiento
que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo.
1343 A ti la gloria por los siglos.

Así como este trozo de pan estaba disperso por los montes
y reunido se ha hecho uno,
así también reúne a tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu reino [...]

Tú, Señor omnipotente,
has creado el universo a causa de tu Nombre,
has dado a los hombres alimento y bebida para su disfrute,
a fin de que te den gracias
y, además, a nosotros nos has concedido la gracia
de un alimento y bebida espirituales y de vida eterna por medio de
tu siervo [...]
1344 A ti la gloria por los siglos” (Didaché 9,3-4; 10,3-4).

Amén.

BEATIFICACIÓN DE CINCO SIERVOS DE DIOS



Domingo 3 de septiembre de 2000




1. En el marco del Año jubilar, con íntima alegría he declarado beatos a dos Pontífices, Pío IX y Juan XXIII, y otros tres servidores del Evangelio en el ministerio y en la vida consagrada: el arzobispo de Génova Tomás Reggio, el sacerdote diocesano Guillermo José Chaminade y el monje benedictino Columba Marmion.

Cinco personalidades diversas, cada una con su fisonomía y su misión, pero todas unidas por la aspiración a la santidad. Es precisamente su santidad lo que reconocemos hoy: santidad que es relación profunda y transformadora con Dios, construida y vivida en el compromiso diario de adhesión a su voluntad. La santidad se vive en la historia, y ningún santo está exento de las limitaciones y los condicionamientos propios de nuestra humanidad. Al beatificar a un hijo suyo, la Iglesia no celebra opciones históricas particulares realizadas por él; más bien, lo propone como modelo a la imitación y veneración por sus virtudes, para alabanza de la gracia divina que resplandece en ellas.

Dirijo mi saludo deferente a las delegaciones oficiales de Italia, Francia, Irlanda, Bélgica, Turquía y Bulgaria, que han venido aquí para esta solemne circunstancia. Saludo asimismo a los familiares de los nuevos beatos, así como a los cardenales, los obispos y las personalidades civiles y religiosas que han querido participar en esta celebración. Por último, os saludo a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, que habéis acudido en gran número para rendir homenaje a los siervos de Dios que la Iglesia inscribe hoy en el catálogo de los beatos.

2. Al escuchar las palabras de la aclamación del Evangelio: "Señor, guíanos por el recto camino", nuestro pensamiento ha ido espontáneamente a la historia humana y religiosa del Papa Pío IX, Giovanni Maria Mastai Ferretti. En medio de los acontecimientos turbulentos de su tiempo, fue ejemplo de adhesión incondicional al depósito inmutable de las verdades reveladas. Fiel a los compromisos de su ministerio en todas las circunstancias, supo atribuir siempre el primado absoluto a Dios y a los valores espirituales. Su larguísimo pontificado no fue fácil, y tuvo que sufrir mucho para cumplir su misión al servicio del Evangelio. Fue muy amado, pero también odiado y calumniado.

Sin embargo, precisamente en medio de esos contrastes resplandeció con mayor intensidad la luz de sus virtudes: las prolongadas tribulaciones templaron su confianza en la divina Providencia, de cuyo soberano dominio sobre los acontecimientos humanos jamás dudó. De ella nacía la profunda serenidad de Pío IX, aun en medio de las incomprensiones y los ataques de muchas personas hostiles. A quienes lo rodeaban, solía decirles: "En las cosas humanas es necesario contentarse con actuar lo mejor posible; en todo lo demás hay que abandonarse a la Providencia, la cual suplirá los defectos y las insuficiencias del hombre".

Sostenido por esa convicción interior, convocó el concilio ecuménico Vaticano I, que aclaró con autoridad magistral algunas cuestiones entonces debatidas, confirmando la armonía entre fe y razón. En los momentos de prueba, Pío IX encontró apoyo en María, de la que era muy devoto. Al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción, recordó a todos que en las tempestades de la existencia humana resplandece en la Virgen la luz de Cristo, más fuerte que el pecado y la muerte.

3. "Tú eres bueno y dispuesto al perdón" (Antífona de entrada). Contemplamos hoy en la gloria del Señor a otro Pontífice, Juan XXIII, el Papa que conmovió al mundo por la afabilidad de su trato, que reflejaba la singular bondad de su corazón. Los designios divinos han querido que esta beatificación uniera a dos Papas que vivieron en épocas históricas muy diferentes, pero que están unidos, más allá de las apariencias, por muchas semejanzas en el plano humano y espiritual. Es muy conocida la profunda veneración que el Papa Juan XXIII sentía por Pío IX, cuya beatificación deseaba. Durante un retiro espiritual, en 1959, escribió en su Diario: "Pienso siempre en Pío IX, de santa y gloriosa memoria, e, imitándolo en sus sacrificios, quisiera ser digno de celebrar su canonización" (Diario del alma, p. 560).

Ha quedado en el recuerdo de todos la imagen del rostro sonriente del Papa Juan y de sus brazos abiertos para abrazar al mundo entero. ¡Cuántas personas han sido conquistadas por la sencillez de su corazón, unida a una amplia experiencia de hombres y cosas! Ciertamente la ráfaga de novedad que aportó no se refería a la doctrina, sino más bien al modo de exponerla; era nuevo su modo de hablar y actuar, y era nueva la simpatía con que se acercaba a las personas comunes y a los poderosos de la tierra. Con ese espíritu convocó el concilio ecuménico Vaticano II, con el que inició una nueva página en la historia de la Iglesia: los cristianos se sintieron llamados a anunciar el Evangelio con renovada valentía y con mayor atención a los "signos" de los tiempos.
1345 Realmente, el Concilio fue una intuición profética de este anciano Pontífice, que inauguró, entre muchas dificultades, un tiempo de esperanza para los cristianos y para la humanidad.
En los últimos momentos de su existencia terrena, confió a la Iglesia su testamento: "Lo que más vale en la vida es Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, la verdad y la bondad". También nosotros queremos recoger hoy este testamento, a la vez que damos gracias a Dios por habérnoslo dado como Pastor.

4. "Llevad a la práctica la Palabra y no os limitéis a escucharla" (
Jc 1,22). Estas palabras del apóstol Santiago nos hacen pensar en la existencia y en el apostolado de Tomás Reggio, sacerdote y periodista, que fue obispo de Ventimiglia y, luego, arzobispo de Génova. Fue hombre de fe y cultura y, como pastor, supo convertirse en guía atento de los fieles en todas las circunstancias. Sensible a los múltiples sufrimientos y a la pobreza de su pueblo, organizó una ayuda tempestiva en todas las situaciones de necesidad. Precisamente para este fin fundó la familia religiosa de las Religiosas de Santa Marta, encomendándoles la tarea de ayudar a los pastores de la Iglesia, sobre todo en el campo de la caridad y la educación.

Su mensaje puede resumirse en dos palabras: verdad y caridad. Ante todo la verdad, que significa escucha atenta de la palabra de Dios e impulso valiente en la defensa y en la difusión de las enseñanzas del Evangelio. Y luego, la caridad, que estimula a amar a Dios y, por amor a él, a abrazar a todos, por ser hermanos en Cristo. Si hubo alguna preferencia en las opciones de Tomás Reggio, fue por los que atravesaban dificultades y los que sufrían. Por eso hoy es propuesto como modelo no sólo a los miembros de su familia espiritual, sino también a obispos, sacerdotes y laicos.

5. La beatificación, durante el Año jubilar, de Guillermo José Chaminade, fundador de los marianistas, recuerda a los fieles que deben inventar sin cesar modos nuevos de ser testigos de la fe, sobre todo para llegar a quienes se hallan alejados de la Iglesia y carecen de los medios habituales para conocer a Cristo. Guillermo José Chaminade invita a cada cristiano a arraigarse en su bautismo, que lo conforma al Señor Jesús y le comunica el Espíritu Santo.

El amor del padre Chaminade a Cristo, que se inscribe en la espiritualidad de la escuela francesa, lo impulsó a proseguir incansablemente su obra mediante la fundación de familias espirituales, en un período agitado de la historia religiosa de Francia. Su devoción filial a María le ayudó a mantener la paz interior en todas las circunstancias y a cumplir la voluntad de Cristo. Su solicitud por la educación humana, moral y religiosa es una invitación a toda la Iglesia a prestar una atención renovada a la juventud, que necesita a la vez educadores y testigos para volverse al Señor y participar en la misión de la Iglesia.

6. Hoy, la orden benedictina se alegra por la beatificación de uno de sus hijos más ilustres, dom Columba Marmion, monje y abad de Maredsous. Dom Marmion nos legó un auténtico tesoro de doctrina espiritual para la Iglesia de nuestro tiempo. En sus escritos enseña un camino de santidad, sencillo pero exigente, para todos los fieles, a quienes Dios ha destinado por amor a ser sus hijos adoptivos en Cristo Jesús (cf. Ef Ep 1,5). Jesucristo, nuestro Redentor y fuente de toda gracia, es el centro de nuestra vida espiritual, nuestro modelo de santidad.

Antes de entrar en la orden benedictina, Columba Marmion se dedicó durante algunos años al cuidado pastoral de las almas como sacerdote de su archidiócesis natal, Dublín. A lo largo de toda su vida el beato Columba fue un excepcional director espiritual, que prestó atención especial a la vida interior de los sacerdotes y los religiosos. A un joven que se preparaba para la ordenación le escribió: "La mejor preparación para el sacerdocio es vivir a diario con amor donde la obediencia y la Providencia nos ponen" (Carta del 27 de diciembre de 1915). Ojalá que un amplio redescubrimiento de los escritos espirituales del beato Columba Marmion ayude a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos a crecer en su unión con Cristo y a dar testimonio fiel de él con amor ardiente a Dios y un servicio generoso a sus hermanos y hermanas.

7. A los nuevos beatos Pío IX, Juan XXIII, Tomás Reggio, Guillermo José Chaminade y Columba Marmion les pedimos con confianza que nos ayuden a vivir de modo cada vez más conforme al Espíritu de Cristo. Que su amor a Dios y a sus hermanos ilumine nuestros pasos en esta alba del tercer milenio.




B. Juan Pablo II Homilías 1337