B. Juan Pablo II Homilías 1353

1353 La Iglesia hoy da gracias a su Señor, que la bendice y la inunda de luz con el resplandor de la santidad de estos hijos e hijas de China. El Año santo es el momento más oportuno para hacer que resplandezca su heroico testimonio. La jovencita Ana Wang, de 14 años, resiste a las amenazas de su verdugo, que la invita a apostatar, y, disponiéndose a la decapitación, con el rostro radiante, declara: "La puerta del cielo está abierta a todos", y susurra tres veces "Jesús". El joven Chi Zhuzi, de 18 años, grita impávido a quienes le acaban de cortar el brazo derecho y se preparan para desollarlo vivo: "Cada pedazo de mi carne y cada gota de mi sangre os repetirán que soy cristiano".

Igual convicción y alegría testimoniaron los otros 85 chinos, hombres y mujeres de todas las edades y condiciones, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que, con la entrega de su vida, sellaron su fidelidad indefectible a Cristo y a la Iglesia. Esto sucedió en el arco de varios siglos y en épocas complejas y difíciles de la historia de China. Esta celebración no es el momento oportuno para formular juicios sobre aquellos períodos históricos: podrá y deberá hacerse en otra circunstancia. Hoy, con esta solemne proclamación de santidad, la Iglesia quiere solamente reconocer que aquellos mártires son un ejemplo de valentía y coherencia para todos nosotros y honran al noble pueblo chino.

En esta multitud de mártires brillan también 33 misioneros y misioneras, que dejaron su tierra y trataron de introducirse en la realidad china, asumiendo con amor sus características, con el deseo de anunciar a Cristo y servir a ese pueblo. Sus tumbas están allá, como un signo de su pertenencia definitiva a China, que ellos, aun con sus límites humanos, amaron sinceramente, gastando por ella sus energías. "Nunca hemos hecho mal a nadie -responde el obispo Francisco Fogolla al gobernador que se dispone a herirlo con su espada-. Al contrario, hemos hecho el bien a muchos". Dios envía felicidad.

3. Tanto la primera lectura como el evangelio de la liturgia de hoy nos hacen ver que el Espíritu sopla donde quiere, y que Dios, en todos los tiempos, elige personas para manifestar su amor a los hombres y suscita instituciones llamadas a ser instrumentos privilegiados de su acción. Así sucede con santa María Josefa del Corazón de Jesús Sancho de Guerra, fundadora de las Siervas de Jesús de la Caridad.

En la vida de la nueva santa, primera vasca en ser canonizada, se manifiesta de modo singular la acción del Espíritu. Este la guió al servicio de los enfermos y la preparó para ser madre de una nueva familia religiosa.

Santa María Josefa vivió su vocación como apóstol auténtico en el campo de la salud, pues su estilo asistencial buscaba conjugar la atención material con la espiritual, procurando por todos los medios la salvación de las almas. A pesar de estar enferma los últimos doce años de su vida, no ahorró esfuerzos ni sufrimientos, y se entregó sin límites al servicio caritativo del enfermo en un clima de espíritu contemplativo, recordando que "la asistencia no consiste sólo en dar las medicinas y los alimentos al enfermo; hay otra clase de asistencia..., y es la del corazón, procurando acomodarse a la persona que sufre".

Que el ejemplo y la intercesión de santa María Josefa del Corazón de Jesús ayuden al pueblo vasco a desterrar para siempre la violencia, y Euskadi sea una tierra bendita y un lugar de pacífica y fraterna convivencia, donde siempre se respeten los derechos de todas las personas y nunca más se derrame sangre inocente.

4. "¡Habéis amontonado riqueza, precisamente ahora, en el tiempo final!" (
Jc 5,3).
En la segunda lectura de la liturgia de hoy, el apóstol Santiago reprende a los ricos que confían en su riqueza y tratan injustamente a los pobres. La madre Catalina Drexel nació en el seno de una familia acomodada, en Filadelfia, Estados Unidos. Pero aprendió de sus padres que los bienes de familia no eran exclusivamente para ellos, sino que debían ser compartidos con los menos favorecidos. En su juventud se sintió profundamente conmovida por las condiciones de pobreza y desesperación que padecían muchos americanos nativos y afroamericanos. Comenzó a dedicar sus bienes a la obra misionera y educativa entre los miembros más pobres de la sociedad. Luego comprendió que era necesario algo más. Con gran valentía y confianza en la gracia de Dios, optó por entregar no sólo sus bienes, sino también toda su vida al Señor.

A su comunidad religiosa, las Religiosas del Santísimo Sacramento, enseñó una espiritualidad basada en la unión con el Señor Eucarístico por la oración y el servicio solícito a los pobres y a las víctimas de la discriminación racial. Su apostolado contribuyó a aumentar la conciencia de la necesidad de combatir todas las formas de racismo a través de la educación y los servicios sociales. Catalina Drexel es un excelente ejemplo de la caridad práctica y de la solidaridad generosa con los menos favorecidos, que han sido el signo distintivo de los católicos norteamericanos.

Ojalá que su ejemplo ayude especialmente a los jóvenes a reconocer que no pueden encontrar mayor tesoro en este mundo que seguir a Cristo con corazón indiviso y emplear generosamente los dones que hemos recibido al servicio de los demás y de la construcción de un mundo más justo y fraterno.

1354 5. "La ley del Señor es perfecta (...) e instruye al ignorante" (Ps 19,8).

Estas palabras del Salmo responsorial de hoy resuenan con fuerza en la vida de la religiosa Josefina Bakhita. Secuestrada y vendida como esclava a la tierna edad de siete años, sufrió mucho en manos de amos crueles. Pero llegó a comprender la profunda verdad de que Dios, y no el hombre, es el verdadero Señor de todo ser humano, de toda vida humana. Esta experiencia se transformó en una fuente de gran sabiduría para esta humilde hija de África.

En el mundo actual un elevado número de mujeres siguen siendo víctimas, incluso en las sociedades modernas más desarrolladas. En santa Josefina Bakhita encontramos una abogada brillante de la auténtica emancipación. La historia de su vida no inspira una aceptación pasiva, sino más bien una firme decisión de trabajar efectivamente por librar a niñas y mujeres de la opresión y la violencia, y devolverles su dignidad en el ejercicio pleno de sus derechos.

Mi pensamiento se dirige al país de la nueva santa, que, durante los pasados diecisiete años, se ha visto desgarrado por una guerra cruel, para la que se vislumbra una pequeña señal de solución. En nombre de la humanidad que sufre, exhorto una vez más a los responsables: abrid vuestro corazón al clamor de millones de víctimas inocentes y seguid el camino de la negociación.Insto a la comunidad internacional a no seguir ignorando esta inmensa tragedia humana. Invito a toda la Iglesia a invocar la intercesión de santa Bakhita sobre todos nuestros hermanos y hermanas perseguidos y esclavizados, especialmente en África y en su tierra natal, Sudán, para que experimenten la reconciliación y la paz.

Por último, dirijo unas palabras de afectuoso saludo a las Hijas de la Caridad Canosianas, que hoy se alegran por la elevación de su hermana a la gloria de los altares. Que el ejemplo de santa Josefina Bakhita inspire en ellas un renovado estímulo y una entrega generosa al servicio de Dios y del prójimo.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, impulsados por el tiempo de gracia jubilar, renovemos nuestra disponibilidad a dejarnos purificar y santificar profundamente por el Espíritu. A seguir este itinerario nos invita también la santa cuya memoria celebramos hoy: Teresa del Niño Jesús. A ella, patrona de las misiones, y a los nuevos santos, encomendamos hoy la misión de la Iglesia al comienzo del tercer milenio.

Que María, Reina de todos los santos, sostenga el camino de los cristianos y de cuantos son dóciles al Espíritu de Dios, para que en todo el mundo se difunda la luz de Cristo Salvador.

FUNERAL DEL CARDENAL EGANO RIGHI-LAMBERTINI



Viernes 6 de octubre de 2000



1. "Bienaventurados los pobres de espíritu... Bienaventurados los mansos... Bienaventurados los que trabajan por la paz" (cf. Mt Mt 5,3-9). Las palabras de Cristo que han resonado en esta luctuosa celebración vuelven a proponer a nuestra reflexión el gran mensaje de las bienaventuranzas y nos invitan a vivir a la luz de la fe la despedida que estamos a punto de dar a nuestro venerado hermano, el querido cardenal Egano Righi-Lambertini. ¡Cuántas veces escuchó él estas palabras del Evangelio y meditó en su profundo contenido espiritual! Precisamente a este espíritu de las bienaventuranzas procuró conformar su ministerio pastoral y su largo y apreciado servicio diplomático a la Santa Sede.

Sabemos que Dios nos ha creado para la felicidad. Siguiendo las palabras de Jesús, es posible transformar en fuente de paz y en manantial de una alegría mayor incluso las pruebas y los sufrimientos que, inevitablemente, forman parte de nuestra existencia terrena. Mientras celebramos la liturgia eucarística en sufragio del alma elegida del llorado cardenal, pidamos al Señor que lo haga partícipe de la bienaventuranza eterna, cuyas primicias ya pudo gustar aquí, en la tierra, mediante la comunión eclesial y la construcción de vínculos de paz y concordia entre los pueblos y las naciones a las que fue enviado como representante pontificio.

2. Llevaba en su mismo apellido -Righi-Lambertini- el signo de pertenencia a una ilustre familia boloñesa, que en diversas épocas dio a la Iglesia grandes personalidades, como el Papa Benedicto XIV y la beata Imelda Lambertini. Después de algunos años de ministerio pastoral y de los estudios de derecho canónico en la Universidad Gregoriana, el joven Righi-Lambertini entró a formar parte de la Secretaría de Estado, prestando servicio primero en la nunciatura de Italia y luego en la de Francia, junto al entonces nuncio apostólico monseñor Angelo Roncalli. Estuvo asimismo en las representaciones pontificias de Costa Rica, Inglaterra y Corea.

1355 Elegido arzobispo titular de Doclea en 1960, desempeñó la misión de nuncio apostólico en Líbano, Chile, Italia y Francia, trabajando diligentemente por el crecimiento de la comunidad cristiana y el progreso de la sociedad civil, y granjeándose en todas partes estima, aprecio y gratitud.
La obra pastoral y diplomática del cardenal Righi-Lambertini se desarrolló habitualmente en medio del silencio, sin ostentación, pero, precisamente por eso, resultó aún más eficaz y fructífera, inspirada constantemente en su confianza en la divina Providencia y en su optimismo en la visión de las cosas humanas que había aprendido en la escuela del beato Juan XXIII.

3. Por su prudencia en el servicio eclesial y por las grandes dotes humanas y espirituales que enriquecieron su personalidad, nuestro venerado hermano fue llamado a formar parte del Colegio cardenalicio. Participando de modo más profundo y directo en la vida de la Iglesia de Roma, siguió brindando de múltiples modos su valiosa colaboración al Papa, ayudándole, en sintonía cordial con los demás miembros del sagrado Colegio, en su solicitud pastoral hacia el pueblo de Dios esparcido por todo el mundo.

Demos gracias al Señor por todo el bien que él, con la ayuda de la gracia de Dios, pudo realizar en los diversos ámbitos en los que desarrolló su valiosa actividad pastoral y diplomática. Confiamos en que nuestro venerado hermano, por el bien realizado durante su vida terrena, está contemplando ahora cara a cara al Señor Jesús, a quien tanto amó y sirvió en sus hermanos (cf.
1Jn 3,2).

4. "La vida de los justos está en manos de Dios" (Sg 3,1). Estas palabras de la Escritura reavivan en nuestro corazón la luz de la fe y la esperanza en el Dios de la vida. Mientras nos disponemos a dar el postrer saludo a nuestro venerado hermano, abrimos nuestro corazón a la esperanza que, como nos ha recordado la primera lectura, "está llena de inmortalidad" (cf. Sb Sg 3,4). La esperanza que iluminó la vida sacerdotal y apostólica del cardenal Righi-Lambertini encuentra ahora su realización plena y definitiva en la llamada divina a participar en el banquete celestial.

A María santísima, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, a quien el querido cardenal Egano Righi-Lambertini amó e invocó tiernamente -¡cuántos lo vieron pasear por los jardines vaticanos rezando el rosario!-, queremos encomendarle ahora su espíritu con intensa y confiada oración. Que María, la Virgen de la escucha y de la acogida, lo reciba entre sus brazos maternos y le abra las puertas del paraíso. Amén.

JUBILEO DE LOS OBISPOS



Domingo 8 de octubre de 2000

1. "Concédenos, Señor, la sabiduría del corazón" (Salmo responsorial).

Hoy la plaza de San Pedro se asemeja a un gran Cenáculo, pues acoge a obispos de todas las partes del mundo, que han venido a Roma para celebrar su jubileo. La memoria del apóstol san Pedro, evocada por su tumba bajo el altar de la gran basílica vaticana, invita a volver espiritualmente a la primera sede del Colegio apostólico, el Cenáculo de Jerusalén, donde recientemente tuve la alegría de celebrar la Eucaristía, durante mi peregrinación a Tierra Santa.
Un puente ideal, que cruza siglos y continentes, une hoy el Cenáculo a esta plaza, en la que se han dado cita los que, en el Año santo 2000, son los sucesores de aquellos primeros Apóstoles de Cristo. A todos vosotros, amadísimos y venerados hermanos, os doy un abrazo cordial, que extiendo con el mismo afecto a cuantos no han podido venir, pero están unidos espiritualmente a nosotros desde sus sedes.

Juntos hagamos nuestra la invocación del Salmo: "Concédenos, Señor, la sabiduría del corazón". En esta sapientia cordis, que es don de Dios, podemos resumir el fruto de nuestra convocación jubilar. Consiste en la configuración interior con Cristo, Sabiduría del Padre, mediante la acción del Espíritu Santo. Para obtener este don, indispensable para el buen gobierno de la Iglesia, nosotros, los pastores, debemos ser los primeros en pasar a través de él, "puerta de las ovejas" (Jn 10,7). Debemos imitarlo a él, "buen Pastor" (Jn 10,11 Jn 10,14), para que los fieles, escuchándonos a nosotros, lo escuchen a él y, siguiéndonos a nosotros, lo sigan a él, único Salvador, ayer, hoy y siempre.

1356 2. Dios concede la sabiduría del corazón mediante su Palabra, viva, eficaz, capaz de penetrar hasta lo más íntimo del hombre, como nos ha dicho el autor de la carta a los Hebreos (cf. Hb He 4,12) en el pasaje que acabamos de proclamar. La Palabra divina, después de haber sido dirigida "en distintas ocasiones y de muchas maneras antiguamente a nuestros padres por los profetas" (He 1,1), en los últimos tiempos fue enviada a los hombres en la persona misma del Hijo (cf. Hb He 1,2).

Nosotros, los pastores, en virtud del munus docendi, estamos llamados a ser heraldos cualificados de esta Palabra. "Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha" (Lc 10,16). Es una tarea exaltante, pero también una gran responsabilidad. Se nos ha confiado una palabra viva. Por tanto, debemos anunciarla con nuestra vida, antes que con nuestros labios. Es una palabra que coincide con la persona de Cristo mismo, el "Verbo hecho carne" (Jn 1,14). Por consiguiente, es el rostro de Cristo lo que hemos de mostrar a los hombres; es su cruz lo que debemos anunciarles, haciéndolo con el vigor de san Pablo: "Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado" (1Co 2,2).

3. "Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mc 10,28). Esta afirmación de san Pedro expresa la radicalidad de la elección que se exige al apóstol, una radicalidad que resulta más clara a la luz del diálogo exigente de Jesús con el joven rico. Como condición para la vida eterna, el Maestro le indicó la observancia de los mandamientos. Ante su deseo de mayor perfección, le respondió con una mirada de amor y una propuesta totalitaria: "Anda, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme" (Mc 10,21). Sobre estas palabras de Cristo cayó, como si el cielo se hubiera oscurecido repentinamente, la tristeza del rechazo. Entonces Jesús pronunció una de sus sentencias más severas: "¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios!" (Mc 10,24). Pero él mismo, ante el desconcierto de los Apóstoles, mitigó esa sentencia, recurriendo al poder de Dios: "Nada es imposible para Dios" (Mc 10,27).

La intervención de san Pedro se convierte en expresión de la gracia con que Dios transforma al hombre y lo hace capaz de una entrega total. "Lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mc 10,28). Así es como se llega a ser apóstol. Y así es como se experimenta también el cumplimiento de la promesa de Cristo sobre el "ciento por uno": el apóstol que ha dejado todo por seguir a Cristo ya vive en esta tierra, a pesar de las inevitables pruebas, una existencia realizada y gozosa.
Venerados hermanos, ¡cómo no expresar en este momento nuestra gratitud al Señor por el don de la vocación, primero al sacerdocio y después a su plenitud en el episcopado! Dirigiendo la mirada atrás, a las vicisitudes de nuestra vida, una gran emoción nos invade el corazón al constatar de cuántas maneras el Señor nos ha demostrado su amor y su misericordia. En verdad, "misericordias Domini in aeternum cantabo!" (Ps 89,2).

4. Para el obispo, sucesor de los Apóstoles, Cristo lo es todo.Puede repetir a diario con san Pablo: "Para mí la vida es Cristo..." (Ph 1,21). Esto es lo que él debe testimoniar con toda su conducta. El concilio Vaticano II enseña: "Los obispos han de prestar atención a su misión apostólica como testigos de Cristo ante todos los hombres" (Christus Dominus CD 11).

Al hablar de los obispos como testigos, no puedo por menos de hacer memoria, en esta solemne celebración jubilar, de los numerosos obispos que, en el arco de dos milenios, han dado a Cristo el supremo testimonio del martirio, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles y fecundando la Iglesia con el derramamiento de su sangre.

En el siglo XX, de modo particular, han abundando estos testigos, algunos de los cuales yo mismo he tenido la alegría de elevar al honor de los altares. Hace una semana inscribí en el catálogo de los santos a cuatro obispos mártires en China: Gregorio Grassi, Antonino Fantosati, Francisco Fogolla y Luis Versiglia. Entre los beatos, veneramos a Miguel Kozal, Antonio Julián Nowowiejski, León Wetmanski y Ladislao Goral, que murieron en los campos de concentración nazis. A ellos se añaden Diego Ventaja Milán, Manuel Medina Olmos, Anselmo Polanco y Florentino Asensio Barroso, asesinados durante la guerra civil española. Además, en el largo invierno del totalitarismo comunista, florecieron en Europa oriental los beatos mártires Guillermo Apor, húngaro, Vicente Eugenio Bossilkov, búlgaro, y Luis Stepinac, croata.

Al mismo tiempo, es justo y necesario dar gracias a Dios por todos los pastores sabios y generosos que, a lo largo de los siglos, han ilustrado a la Iglesia con sus enseñanzas y sus ejemplos. ¡Cuántos santos y beatos confesores hay entre los obispos! Pienso, por ejemplo, en las luminosas figuras de san Carlos Borromeo y san Francisco de Sales; pienso también en los Papas Pío IX y Juan XXIII, a quienes recientemente tuve la alegría de proclamar beatos.

Amadísimos hermanos, "rodeados por una nube tan grande de testigos" (He 12,1), renovemos nuestra respuesta al don de Dios, que recibimos con la ordenación episcopal. "Quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en Jesús", Pastor de los pastores (He 12,1-2).

5. Al considerar el misterio de la Iglesia y su misión en el mundo contemporáneo, el concilio ecuménico Vaticano II sintió la necesidad de dedicar una atención especial al oficio pastoral de los obispos. Hoy, en el umbral del tercer milenio, el desafío de la nueva evangelización pone ulteriormente de relieve el ministerio episcopal: el pastor es el primer responsable y animador de la comunidad eclesial, tanto en la exigencia de comunión como en la proyección misionera. Frente al relativismo y al subjetivismo que contaminan gran parte de la cultura contemporánea, los obispos están llamados a defender y promover la unidad doctrinal de sus fieles. Solícitos por las situaciones en las que se pierde o ignora la fe, trabajan con todas sus fuerzas en favor de la evangelización, preparando para ello a sacerdotes, religiosos y laicos y poniendo a su disposición los recursos necesarios (cf. Christus Dominus CD 6).

1357 Recordando la enseñanza conciliar (cf. ib., 7), hoy queremos expresar desde esta plaza nuestra solidaridad fraterna a los obispos que son objeto de persecución, a los que se encuentran en la cárcel y a los que impiden ejercer su ministerio. Y, en nombre del vínculo sacramental, extendemos con afecto el recuerdo y la oración a nuestros hermanos sacerdotes que sufren esas mismas pruebas. La Iglesia les agradece el bien inestimable que, con su oración y su sacrificio, aportan al Cuerpo místico.

6. "Descienda sobre nosotros la bondad del Señor, nuestro Dios, y haga prósperas las obras de nuestras manos, ¡prospere la obra de nuestras manos!" (
Ps 89,17).
En nuestro jubileo, amadísimos hermanos en el episcopado, la bondad del Señor ha descendido con abundancia sobre nosotros. La luz y la fuerza que brotan de ella sin duda harán prósperas "las obras de nuestras manos", es decir, el trabajo que se nos ha confiado en el campo de Dios que es la Iglesia.

En estas jornadas jubilares, para nuestro apoyo y consuelo, hemos querido subrayar la presencia de María santísima, nuestra Madre, en medio de nosotros. Lo hicimos ayer por la tarde, con el rezo en común del rosario, y lo hacemos hoy, con el Acto de consagración, que realizaremos al final de la misa. Es un acto que viviremos con espíritu colegial, sintiendo cercanos a nosotros a los numerosos obispos que, desde sus sedes respectivas, se unen a nuestra celebración, realizando con sus fieles este mismo acto. La venerada imagen de la Virgen de Fátima, que tenemos la alegría de acoger en medio de nosotros, nos ayuda a revivir la experiencia del primer Colegio apostólico, reunido en oración en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús.

Reina de los Apóstoles, ruega con nosotros y por nosotros, para que el Espíritu Santo descienda con abundancia sobre la Iglesia, a fin de que resplandezca en el mundo cada vez más unida, santa, católica y apostólica. Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN A MARÍA

8 de octubre de 2000





1. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar,
en el que tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús,
el fruto bendito de tu purísimo vientre,
el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo,
1358 resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya
que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Al encomendarte al apóstol Juan,
y con él a los hijos de la Iglesia,
más aún a todos los hombres,
Cristo no atenuaba, sino que confirmaba,
su papel exclusivo como Salvador del mundo.
Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo,
porque vives en Él y para Él.
Todo en ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada,
1359 eres transparencia y plenitud de gracia.
Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a ti
en el alba del nuevo Milenio.
Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro,
a la que se unen tantos Pastores
provenientes de todas las partes del mundo,
busca amparo bajo tu materna protección
e implora confiada tu intercesión
ante los desafíos ocultos del futuro.

2. Son muchos los que, en este año de gracia,
han vivido y están viviendo
1360 la alegría desbordante de la misericordia
que el Padre nos ha dado en Cristo.
En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo
y, aún más, en este centro del cristianismo,
muchas clases de personas
han acogido este don.
Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes,
aquí se ha elevado la súplica de los enfermos.
Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos,
artistas y periodistas,
hombres del trabajo y de la ciencia,
niños y adultos,
1361 y todos ellos han reconocido en tu amado Hijo
al Verbo de Dios, encarnado en tu seno.
Haz, Madre, con tu intercesión,
que los frutos de este Año no se disipen,
y que las semillas de gracia se desarrollen
hasta alcanzar plenamente la santidad,
a la que todos estamos llamados.

3. Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera,
rogándote que nos acompañes en nuestro camino.
Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria,
tan apasionante como rica de contradicciones.
1362 La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín
o reducirlo a un cúmulo de escombros.
Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir
en las fuentes mismas de la vida:
Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral,
o ceder al orgullo miope
de una ciencia que no acepta límites,
llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado,
la humanidad está en una encrucijada.
1363 Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente,
oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús.

4. Por esto, Madre, como el apóstol Juan,
nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn
Jn 19,27),
para aprender de ti a ser como tu Hijo.
¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!.
Estamos aquí, ante ti,
para confiar a tus cuidados maternos
a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a tu querido Hijo,
para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo,
1364 el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros,
como en la primera comunidad de Jerusalén,
reunida en torno a ti el día de Pentecostés (cf. Hch
Ac 1,14).
Que el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor,
guíe a las personas y las naciones hacia una comprensión recíproca
y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres,
comenzando por los más débiles:
a los niños que aún no han visto la luz
y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento;
1365 a los jóvenes en busca de sentido,
a las personas que no tienen trabajo
y a las que padecen hambre o enfermedad.
Te encomendamos a las familias rotas,
a los ancianos que carecen de asistencia
y a cuantos están solos y sin esperanza.

5. Oh Madre, que conoces los sufrimientos
y las esperanzas de la Iglesia y del mundo,
ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas
que la vida reserva a cada uno
y haz que, por el esfuerzo de todos,
1366 las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A ti, aurora de la salvación, confiamos
nuestro camino en el nuevo Milenio,
para que bajo tu guía
todos los hombres descubran a Cristo,
luz del mundo y único Salvador,
que reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.

MISA EN SUFRAGIO DEL CARDENAL PIETRO PALAZZINI



HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Viernes 13 de octubre



1. "Subió Jesús a la montaña (...) y, tomando la palabra, les enseñaba, diciendo: Bienaventurados..." (Mt 5,1-2).

Como un día en aquel monte de Galilea, también hoy el Señor Jesús sigue enseñando a sus discípulos con el sermón fundamental de las "bienaventuranzas". Ciertamente, en este texto evangélico reflexionó muchas veces el querido y venerado cardenal Pietro Palazzini, a quien en este momento acompañamos en su paso de este mundo a la casa del Padre. En efecto, las bienaventuranzas constituyen el paradigma de la santidad cristiana, y él, especialmente durante los últimos años de su servicio como prefecto de la Congregación para las causas de los santos, pudo admirar los prodigios de la santidad en numerosas figuras de siervos y siervas de Dios, de beatos y santos. Ahora ha sido llamado a contemplar, en la plenitud de la luz, el rostro glorioso de Dios, tres veces santo.

1367 Con su fuerte contenido escatológico, las palabras de Jesús sostienen nuestra esperanza en el reino de los cielos, prometido a cuantos se esfuerzan por seguir el camino del Maestro y asemejarse a él. Los vínculos de afecto y fraternidad sacerdotal que nos unen al llorado cardenal Palazzini, a quien damos nuestro último saludo, nos impulsan a orar para que en él sea perfecta esa conformación con Cristo. Oremos para que goce plenamente de las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, de los que lloran, de los mansos de corazón, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los misericordiosos, de los limpios de corazón, de los que trabajan por la paz y de los perseguidos por causa de la justicia.

2. "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo (
Ps 41,3), hemos cantado en el Salmo responsorial. El hombre es la criatura que desea a Dios; fue hecho para Dios. El "espíritu incorruptible" que, como nos ha recordado la primera lectura, "está en todas las cosas" (Sg 12,1), alimenta en el hombre el anhelo de conocer al Creador y de vivir en comunión con él.

Esta dinámica espiritual se manifiesta de modo muy especial en la existencia del creyente, que espera y prepara con confianza el encuentro con su Señor. En la segunda lectura, el apóstol san Pablo se manifiesta convencido de que Cristo será glorificado en su cuerpo, tanto en su vida como en su muerte (cf. Flp Ph 1,20). Precisamente por eso, afirma con profunda emoción: "Para mí la vida es Cristo, y el morir una ganancia" (Ph 1,21).

Sin embargo, sabemos muy bien que esta íntima convicción no apartó al Apóstol de su incesante ministerio; al contrario, aun deseando estar siempre unido a Cristo, decía que estaba dispuesto a continuar su servicio a los fieles, para el progreso y el gozo de su fe (cf. Flp Ph 1,23-25).

3. En esta perspectiva se sitúa nuestro recuerdo del llorado cardenal Pietro Palazzini. Consagró su vida al servicio asiduo de Dios y de la Iglesia, especialmente mediante el estudio, la enseñanza y la defensa de la verdad evangélica. En efecto, dedicó sus mejores energías sobre todo a la profundización de la teología moral y del derecho canónico.

Después de estudiar la teología en la Pontificia Universidad Lateranense, una vez ordenado sacerdote consiguió en ella el doctorado en teología y en utroque iure. Fue vicerrector del Seminario romano mayor; nombrado, luego, profesor de teología moral en la facultad teológica de la Lateranense, prosiguió la profundización de los aspectos éticos, morales y jurídicos de las modernas problemáticas humanas y sociales.

En 1962 el Papa Juan XXIII lo nombró arzobispo y lo llamó a formar parte de la Comisión preparatoria del concilio Vaticano II. En el ámbito de esa asamblea ecuménica fue miembro de la Comisión conciliar para la disciplina del clero y del pueblo cristiano. Prosiguió su celoso servicio en la Congregación llamada "del Concilio" que, con los años, se convirtió en la "Congregación para el clero"; sucesivamente fue llamado a dirigir, como prefecto, la Congregación para las causas de los santos.

Publicó numerosas y apreciadas obras de teología moral y de derecho, y colaboró en otras, dando en todas una importante contribución de doctrina y de sabiduría pastoral.

4. Hoy resulta especialmente significativa la última etapa de su servicio eclesial como responsable de la Congregación para las causas de los santos. Después de conocer y estudiar numerosas semblanzas de santos y beatos, nuestro venerado hermano ha sido llamado ahora a entrar en su morada a través de la puerta por la que entran los justos (cf. Sal Ps 117,20), es decir, la puerta que es Cristo Señor, el Santo de Dios.

"Aperite mihi portas iustitiae, et ingressus in eas confitebor Domino" (Ps 117,19). ¡Cuántas veces, en el Oficio divino, nuestro hermano repitió, orando, este versículo! Ahora, terminada su peregrinación terrena, se dispone a entrar en la casa del Señor: In domo Domini, como reza su lema episcopal. Allí se unirá a la liturgia del cielo.

In domo Domini! Que en esta morada de paz y de gozo lo introduzcan los santos, cuyas causas estudió. Que lo acoja la santísima Virgen María, de quien se declaró siempre hijo devoto.
1368 A nosotros, que seguimos siendo peregrinos en esta tierra, nos consuele el dulce vínculo de la comunión de los santos y la esperanza segura de participar un día para siempre en la solemne y eterna liturgia del Amor divino. Así sea.

B. Juan Pablo II Homilías 1353