B. Juan Pablo II Homilías 1396

TE DEUM


Sábado 6 de enero de 2001

Solemnidad de la Epifanía de Señor



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con el canto solemne del Te Deum elevaremos dentro de poco nuestra acción de gracias a Dios por el don inestimable que el Año santo ha constituido para la Iglesia y para la humanidad.
1397 Se unen a nosotros en la acción de gracias las diócesis del mundo entero, que han vivido con intensidad este jubileo en comunión constante con la Iglesia de Roma. Y no podemos olvidar la cordial participación de cristianos de otras Iglesias y comunidades eclesiales, así como la adhesión de seguidores de otras religiones a la alegría de los cristianos por este extraordinario acontecimiento.

2. En este momento siento la necesidad de expresar mi profunda gratitud a las instituciones y a los responsables del Gobierno italiano, de la región del Lacio, de la Provincia y del Ayuntamiento de Roma, por el esfuerzo realizado para el éxito del jubileo.

Doy las gracias al Comité central para el gran jubileo y a los que han colaborado en sus diversas comisiones y articulaciones. Doy las gracias a los que han preparado las sagradas liturgias y los tiempos de oración; y a los que han prestado a los peregrinos el valioso servicio de la escucha y de las confesiones.

Expreso mi agradecimiento a las Fuerzas del orden, a los encargados del servicio de acogida e información, y a los profesionales de la salud; a la Agencia romana para el jubileo y a los cerca de setenta mil voluntarios, de todas las edades y procedencias, que se han relevado sin interrupción a lo largo de todo el Año jubilar; a las familias que han acogido en su casa a peregrinos, especialmente a los jóvenes. Son realmente muchos los que han dado su aportación: a todos, sin excepción, se dirige mi cordial y profunda gratitud.

Además, no puedo por menos de agradecer a los que han contribuido espiritualmente al éxito del jubileo: pienso en las monjas y en los monjes de clausura, así como en las numerosas personas, especialmente en los ancianos y los enfermos, que incesantemente han orado y ofrecido sus sufrimientos por el jubileo. De modo particular, quisiera dar las gracias a los enfermos que cada mes se han dado cita en la basílica de Santa María la Mayor, y a todos los que se han unido desde todas partes de Italia.

A todos expreso de corazón mi gratitud.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Que el encuentro especial con Cristo que ha supuesto este gran jubileo y las gracias obtenidas a lo largo del mismo inspiren toda vuestra vida en los años venideros, haciendo de cada uno un testigo del amor y de la misericordia de Dios.





FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR




Domingo 7 de enero de 2001



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La fiesta de hoy, con la que concluye el tiempo navideño, nos brinda la oportunidad de ir, como peregrinos en espíritu, a las orillas del Jordán, para participar en un acontecimiento misterioso: el bautismo de Jesús por parte de Juan Bautista. Hemos escuchado en la narración evangélica: "mientras Jesús, también bautizado, oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y se escuchó una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo predilecto, en ti me complazco"" (Lc 3,21-22).

Por tanto, Jesús se manifiesta como el "Cristo", el Hijo unigénito, objeto de la predilección del Padre. Y así comienza su vida pública. Esta "manifestación" del Señor sigue a la de Nochebuena en la humildad del pesebre y al encuentro de ayer con los Magos, que en el Niño adoran al Rey anunciado por las antiguas Escrituras.

1398 2. También este año tengo la alegría de administrar, en una circunstancia tan significativa, el sacramento del bautismo a algunos recién nacidos. Saludo a los padres, a los padrinos y madrinas, así como a todos los parientes que los han acompañado aquí.

Estos niños se convertirán dentro de poco en miembros vivos de la Iglesia. Serán ungidos con el óleo de los catecúmenos, signo de la suave fuerza de Cristo, que se les infundirá para que luchen contra el mal. Sobre ellos se derramará el agua bendita, signo eficaz de la purificación interior mediante el don del Espíritu Santo. Luego recibirán la unción con el crisma, para indicar que así son consagrados a imagen de Jesús, el Ungido del Padre. La vela encendida en el cirio pascual es símbolo de la luz de la fe que los padres, los padrinos y las madrinas deberán custodiar y alimentar continuamente, con la gracia vivificadora del Espíritu.

Por consiguiente, me dirijo a vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas. Hoy tenéis la alegría de dar a estos niños el don más hermoso y valioso: la vida nueva en Jesús, Salvador de toda la humanidad.

A vosotros, padres y madres, que ya habéis colaborado con el Señor al engendrar a estos pequeños, os pide una colaboración ulterior: que secundéis la acción de su palabra salvífica mediante el compromiso de la educación de estos nuevos cristianos. Estad siempre dispuestos a cumplir fielmente esta tarea.

También de vosotros, padrinos y madrinas, Dios espera una cooperación singular, que se expresa en el apoyo que debéis dar a los padres en la educación de estos recién nacidos según las enseñanzas del Evangelio.

3. El bautismo cristiano, corroborado por el sacramento de la confirmación, hace a todos los creyentes, cada uno según su vocación específica, corresponsables de la gran misión de la Iglesia.
Cada uno en su propio campo, con su identidad propia, en comunión con los demás y con la Iglesia, debe sentirse solidario con el único Redentor del género humano.

Esto nos remite a cuanto acabamos de vivir durante el Año jubilar. En él la vitalidad de la Iglesia se ha manifestado a los ojos de todos. Este acontecimiento extraordinario ha legado como herencia al cristiano la tarea de confirmar su fe en el ámbito ordinario de la vida diaria.

Encomendemos a la Virgen santísima a estas criaturas que dan sus primeros pasos en la vida. Pidámosle que nos ayude ante todo a nosotros a caminar de modo coherente con el bautismo que recibimos un día.

Pidámosle, además, que estos pequeños, vestidos de blanco, signo de la nueva dignidad de hijos de Dios, sean durante toda su vida cristianos auténticos y testigos valientes del Evangelio. ¡Alabado sea Jesucristo!





CLAUSURA DEL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS



Jueves 25 de enero de 2001


1399 1. "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Estas palabras del evangelio de san Juan han sido la luz que ha iluminado la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que hoy se concluye; brillan como una especie de programa para el nuevo milenio en el que nos hemos adentrado.

Me es grato dirigir un deferente y cordial saludo a los delegados de las Iglesias y comunidades eclesiales que han acogido mi invitación y están hoy aquí presentes para participar en esta celebración ecuménica de la Palabra, con la cual queremos concluir de manera solemne estos días dedicados a orar más intensamente por la gran causa tan importante para todos nosotros.

A través de los miembros de las delegaciones que han venido, deseo hacer llegar a los responsables y fieles de las respectivas confesiones, junto con mi saludo, un fraterno abrazo de paz.

2. "Yo soy el camino, la verdad y la vida". El corazón del hombre, como el de los discípulos de Jesús, se turba frecuentemente ante los acontecimientos imprevisibles de la existencia (cf. Jn Jn 14,1). Muchos, especialmente los jóvenes, se preguntan por el rumbo que es preciso seguir. En medio del torbellino de voces que cotidianamente les acometen, se preguntan qué es la verdad, cuál es la actitud correcta, cómo se puede vencer con la vida el poder de la muerte.

Son cuestiones de fondo, que manifiestan cómo en muchos se despierta una nostalgia de la dimensión espiritual de la existencia. A estos interrogantes Jesús ya contestó cuando afirmó: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Corresponde a los cristianos la tarea de volver a proponer hoy, con la fuerza de su testimonio, este anuncio decisivo. Sólo así la humanidad contemporánea podrá descubrir que Cristo es la potencia y la sabiduría de Dios (cf. 1Co 1,24), que sólo en él se encuentra la plenitud de las aspiraciones humanas (cf. Gaudium et spes GS 45).

3. El movimiento ecuménico del siglo XX ha tenido el gran mérito de reafirmar claramente la necesidad de este testimonio. Después de siglos de separación, de incomprensiones, de indiferencia y, por desgracia, de contraposiciones, ha renacido en los cristianos la conciencia de que la fe en Cristo los une, y que es una fuerza capaz de superar lo que los separa (cf. encíclica Ut unum sint UUS 20). Por gracia del Espíritu Santo, con el concilio Vaticano II, la Iglesia católica se ha comprometido de manera irreversible a seguir el camino de la búsqueda ecuménica (cf. ib., 3).

No se deben ni se pueden minimizar las diferencias todavía existentes entre nosotros. El verdadero compromiso ecuménico no va en busca de componendas y no hace concesiones por lo que atañe a la verdad. Sabe que las separaciones entre los cristianos son contrarias a la voluntad de Cristo; sabe que son un escándalo que debilita la voz del Evangelio. No se esfuerza por ignorarlas, sino por superarlas.

Al mismo tiempo, la conciencia de lo que falta aún para la plena comunión nos hace apreciar más todo lo que ya compartimos. En efecto, a pesar de los malentendidos y los muchos problemas que nos impiden todavía sentirnos plenamente unidos, hay importantes elementos de santificación y verdad de la única Iglesia de Cristo también fuera de los confines visibles de la Iglesia católica, que impulsan hacia la plena unidad (cf. Lumen gentium LG 8 y 15; Unitatis redintegratio UR 3).
Efectivamente, fuera de la Iglesia católica no hay un vacío eclesial (cf. Ut unum sint UUS 13). Por el contrario, existen muchos frutos del Espíritu como, por ejemplo, la santidad y el testimonio de Cristo, llevado a veces hasta el derramamiento de sangre, que suscitan admiración y gratitud (cf. Unitatis redintegratio UR 4 Ut unum sint, 12 y 15).

Los diálogos que se han desarrollado desde el concilio Vaticano II han dado una nueva conciencia de la herencia y de la tarea común de los cristianos, y han producido resultados muy significativos. Ciertamente, no hemos alcanzado la meta, pero hemos dado pasos importantes. De extraños y, a menudo, adversarios que éramos, nos hemos convertido en vecinos y amigos. Hemos vuelto a descubrir la fraternidad cristiana. Sabemos que nuestro bautismo nos inserta en el único Cuerpo de Cristo, en una comunión no plena aún, pero real (cf. Ut unum sint UUS 41 s). Tenemos motivos fundados para alabar al Señor y darle gracias.

4. Con intensa gratitud, repaso con el recuerdo el Año jubilar. En él se han producido signos verdaderamente proféticos y conmovedores en el compromiso ecuménico (cf. Novo millennio ineunte NM 12).

1400 Continúa radiante en la memoria el encuentro en esta basílica el 18 de enero de 2000, cuando por primera vez una Puerta santa fue abierta con la presencia de delegados de las Iglesias y comunidades eclesiales de todo el mundo. Pero el Señor me ha concedido incluso más aún: he podido pasar el umbral de esa Puerta, símbolo de Cristo, acompañado por el representante de mi hermano de Oriente, el patriarca Bartolomé, y también del primado de la Comunión anglicana. Por un trecho -¡un trecho demasiado corto!- hemos hecho el camino juntos, pero ¡qué alentador ha sido ese corto trecho, signo de la providencia de Dios en el camino que queda por recorrer! Nos hemos encontrado con los representantes de numerosas Iglesias y comunidades eclesiales el 7 de mayo, ante el Coliseo, para la conmemoración conjunta de los testigos de la fe del siglo XX: hemos sentido esa celebración como una semilla de vida para el futuro (cf. ib., 7 y 41).

Me he adherido con alegría a la iniciativa del patriarca ecuménico Bartolomé I de celebrar el milenio con un día de oración y ayuno, la víspera de la Transfiguración, el 6 de agosto de 2000. Pienso también con gran emoción en los encuentros ecuménicos que pude tener durante mi peregrinación a Egipto, al monte Sinaí y, especialmente, a Tierra Santa.

Además, recuerdo con gratitud la visita de la delegación que me envió el patriarca ecuménico para la fiesta de san Pedro y san Pablo, así como la visita del patriarca supremo y catholicós de todos los armenios, Karekin II. Tampoco puedo olvidar a los representantes de otras muchas Iglesias y comunidades eclesiales, que he recibido en Roma en estos últimos meses.

5. El jubileo ha llamado también la atención, de manera beneficiosa, sobre las dolorosas separaciones que aún permanecen. No sería honrado disfrazarlas o ignorarlas. Sin embargo, no deben desembocar en reproches recíprocos ni provocar desaliento. El dolor por las incomprensiones o los malentendidos se ha de superar con la oración y la penitencia, con gestos de amor y con la investigación teológica. Las cuestiones todavía abiertas no deben ser un obstáculo al diálogo; más bien han de considerarse como una invitación a confrontarse con franqueza y caridad. Se plantea de nuevo la pregunta: Quanta est nobis via? No nos es dado saberlo, pero nos anima la esperanza de ser conducidos por la presencia del Resucitado y la fuerza inagotable de su Espíritu, capaz de sorpresas siempre nuevas (cf. Novo millennio ineunte
NM 12).

Fortalecidos por esta certeza, miramos hacia el nuevo milenio. Está ante nosotros como un mar inmenso en el que tenemos que echar las redes (cf. Lc Lc 5,6 s). Pienso sobre todo en los jóvenes que construirán el nuevo siglo y podrían cambiar su aspecto. Nuestro deber ante ellos es dar un testimonio concorde.

6. Desde esta perspectiva, una tarea fundamental es la purificación de la memoria. En el segundo milenio hemos estado contrapuestos y divididos, nos hemos condenado y combatido recíprocamente. Debemos olvidar las sombras y las heridas del pasado y estar pendientes de la hora de Dios que viene (cf. Flp Ph 3,13).

Purificar la memoria significa también elaborar una espiritualidad de comunión (koinonía), a imagen de la Trinidad, que encarna y manifiesta la esencia misma de la Iglesia (cf. Novo millennio ineunte NM 42). Debemos vivir en las cosas concretas la comunión que, si bien no es plena, existe ya entre nosotros. Dejando atrás los malentendidos, hemos de encontrarnos, conocernos mejor, aprender a amarnos mutuamente, colaborar fraternalmente juntos en la medida de lo posible.

El diálogo de la caridad, sin embargo, no sería sincero sin el diálogo de la verdad. La superación de nuestras diferencias conlleva una investigación teológica seria. No podemos pasar por alto las diferencias; no podemos modificar el depósito de la fe. Pero sin duda podemos tratar de ahondar en la doctrina de la Iglesia a la luz de la sagrada Escritura y de los Padres, y explicarla de modo que sea comprensible hoy.

Con todo, no es a nosotros a quien corresponde "hacer la unidad". Es un don del Señor. Por eso, hemos de rogar, como hemos hecho durante esta semana, para que nos sea dado el Espíritu de la unidad. La Iglesia católica, en cada celebración eucarística, implora: "Señor, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la unidad y la paz". La oración por la unidad está presente en cada eucaristía. Es el alma de todo el movimiento ecuménico (cf. Ut unum sint UUS 21).

7. El nuevo año que acabamos de comenzar es un tiempo particularmente propicio para testimoniar juntos que Cristo es "el camino, la verdad y la vida". Tendremos oportunidad de hacerlo, y ya se perfilan ocasiones prometedoras. En 2001, por ejemplo, todos los cristianos celebrarán la Resurrección de Cristo en la misma fecha. Eso debería animarnos a encontrar un consenso sobre una fecha común para esta fiesta. La victoria de Cristo sobre la muerte y sobre el odio ha inspirado también la iniciativa del Consejo ecuménico de las Iglesias de dedicar los próximos diez años a vencer la violencia.

Grandes son mis expectativas ante los viajes que me llevarán a Siria y Ucrania. Deseo que contribuyan a la reconciliación y a la paz entre los cristianos. Una vez más me haré peregrino, viandante por los caminos del mundo para testimoniar a Cristo "camino, verdad y vida".

1401 Vuestra presencia en esta celebración, queridos delegados de las Iglesias y comunidades eclesiales, me anima en este compromiso, que siento como parte esencial de mi ministerio.
Prosigamos juntos, con renovado impulso, en el camino hacia la plena unidad. Cristo camina con nosotros.

A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR



Viernes 2 de febrero de 2001

V Jornada de la vida consagrada

1. "Ven, Señor, a tu templo santo" (Estribillo del Salmo responsorial).

Con esta invocación, que hemos cantado en el Salmo responsorial, la Iglesia, el día en que hace memoria de la Presentación de Jesús en el templo de Jerusalén, expresa el deseo de poder acogerlo también en el presente de su historia. La Presentación es una fiesta litúrgica sugestiva, fijada desde la antigüedad cuarenta días después de la Navidad, según la prescripción de la Ley judía acerca del nacimiento de todo primogénito (cf. Ex Ex 13,2). María y José, como muestra la narración evangélica, la cumplieron fielmente.

Las tradiciones cristianas de Oriente y Occidente se han entrelazado, enriqueciendo la liturgia de esta fiesta con una procesión especial, en la que la luz de los cirios y de las candelas es símbolo de Cristo, Luz verdadera que vino para iluminar a su pueblo y a todas las gentes. De este modo, la fiesta de hoy se relaciona con la Navidad y con la Epifanía del Señor. Pero, al mismo tiempo, se sitúa como un puente hacia la Pascua, evocando la profecía del anciano Simeón, que, en aquella circunstancia, anunció el dramático destino del Mesías y de su Madre.

El evangelista ha recordado el hecho con detalles: dos personas ancianas, llenas de fe y de Espíritu Santo, Simeón y Ana, acogen a Jesús en el santuario de Jerusalén. Personifican al "resto de Israel", vigilante en la espera y dispuesto a ir al encuentro del Señor, como ya habían hecho los pastores en la noche de su nacimiento en Belén.

2. En la oración colecta de esta liturgia hemos pedido la gracia de presentarnos también nosotros al Señor "plenamente renovados en el espíritu", conforme al modelo de Jesús, primogénito entre muchos hermanos. De modo particular vosotros, religiosos, religiosas y laicos consagrados, estáis llamados a participar en este misterio del Salvador. Es misterio de oblación, en el que se funden indisolublemente la gloria y la cruz, según el carácter pascual propio de la existencia cristiana. Es misterio de luz y de sufrimiento; misterio mariano, en el que a la Madre, bendecida juntamente con su Hijo, se le anuncia el martirio del alma.

Podríamos decir que hoy se celebra en toda la Iglesia un singular "ofertorio", en el que los hombres y las mujeres consagrados renuevan espiritualmente su entrega. Al hacerlo, ayudan a las comunidades eclesiales a crecer en la dimensión oblativa que íntimamente las constituye, las edifica y las impulsa por los caminos del mundo.

1402 Os saludo con gran afecto, amadísimos hermanos y hermanas pertenecientes a numerosas familias de vida consagrada, que alegráis con vuestra presencia la basílica de San Pedro. Saludo, en particular, al señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, que preside esta celebración eucarística.

3. Celebramos esta fiesta con el corazón aún rebosante de las emociones vividas en el tiempo jubilar recién terminado. Hemos reanudado el camino dejándonos guiar por las palabras de Cristo a Simón: "Duc in altum, Rema mar adentro" (
Lc 5,4). Amadísimos hermanos y hermanas consagrados, la Iglesia espera también vuestra contribución para recorrer este nuevo trecho de camino según las orientaciones que tracé en la carta apostólica Novo millennio ineunte: contemplar el rostro de Cristo, recomenzar desde él y testimoniar su amor. Estáis llamados a dar diariamente esta aportación ante todo con la fidelidad a vuestra vocación de personas consagradas totalmente a Cristo.

Por tanto, vuestro primer compromiso debe estar en la línea de la contemplación.Toda realidad de vida consagrada nace y se regenera a diario en la contemplación incesante del rostro de Cristo. La Iglesia misma tiene como fuente de su actividad la confrontación diaria con la inagotable belleza del rostro de Cristo, su Esposo.

Si todo cristiano es un creyente que contempla el rostro de Dios en Jesucristo, vosotros lo sois de modo especial. Por eso es necesario que no os canséis de meditar en la sagrada Escritura y, sobre todo, en los santos Evangelios, para que se impriman en vosotros los rasgos del Verbo encarnado.

4. Recomenzar desde Cristo, centro de todo proyecto personal y comunitario: he aquí vuestro compromiso. Queridos hermanos, encontradlo y contempladlo de modo muy especial en la Eucaristía, celebrada y adorada a diario, como fuente y culmen de la existencia y de la acción apostólica.

Y caminad con Cristo: esta es la senda de la perfección evangélica, la santidad a la que está llamado todo bautizado. Precisamente la santidad es uno de los puntos esenciales, más aún, el primero, del programa que delineé para el comienzo del nuevo milenio (cf. Novo millennio ineunte NM 30-31).

Acabamos de escuchar las palabras del anciano Simeón: Cristo "está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será signo de contradicción: así quedará clara la actitud de muchos corazones" (Lc 2,34). Como él, y en la medida de su conformación a él, también la persona consagrada se convierte en signo de contradicción; es decir, llega a ser para los demás un estímulo benéfico para tomar posición con respecto a Jesús, quien, gracias a la mediación comprometedora del "testigo", no es un simple personaje histórico o un ideal abstracto, sino una persona viva a la que hay que adherirse sin reservas.

¿No os parece un servicio indispensable que la Iglesia espera de vosotros en esta época marcada por profundos cambios sociales y culturales? Sólo si perseveráis en el seguimiento fiel de Cristo, seréis testigos creíbles de su amor.

5. "Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,32). La vida consagrada está llamada a reflejar de modo singular la luz de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, al contemplaros pienso en la multitud de hombres y mujeres de todas las naciones, lenguas y culturas, consagrados a Cristo con los votos de pobreza, virginidad y obediencia. Este pensamiento me llena de consuelo, porque sois como una "levadura" de esperanza para la humanidad. Sois "sal" y "luz" para los hombres y las mujeres de hoy, que en vuestro testimonio pueden vislumbrar el reino de Dios y el estilo de las "bienaventuranzas" evangélicas.

Como Simeón y Ana, tomad a Jesús de los brazos de su santísima Madre y, llenos de alegría por el don de vuestra vocación, llevadlo a todos. Cristo es salvación y esperanza para todo hombre. Anunciadlo con vuestra existencia entregada totalmente al reino de Dios y a la salvación del mundo. Proclamadlo con la fidelidad incondicional que, también recientemente, ha llevado al martirio a algunos de vuestros hermanos y hermanas en diferentes partes del mundo.

1403 Sed luz y consuelo para toda persona que encontréis. Como velas encendidas, arded de amor de Cristo. Consumíos por él, difundiendo por doquier el Evangelio de su amor. Gracias a vuestro testimonio también los ojos de numerosos hombres y mujeres de nuestro tiempo podrán ver la salvación presentada por Dios "ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel". Amén.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO



Domingo 4 de febrero de 2001

1. "Duc in altum, rema mar adentro" (Lc 5,4). Esta invitación que Jesús dirigió al apóstol san Pedro constituye el motivo dominante de la liturgia de hoy, V domingo del tiempo ordinario.
Recogí estas mismas palabras en la carta apostólica Novo millennio ineunte, que firmé durante la celebración conclusiva del Año santo. En ella, después de repasar los elementos fundamentales que caracterizaron la experiencia jubilar, tracé las líneas guía para la vida de la Iglesia y su misión evangelizadora en el tercer milenio.

"Maestro..., por tu palabra, echaré las redes" (Lc 5,5). Así responde Simón Pedro a la invitación de Cristo. No oculta su desilusión por el trabajo infructuoso realizado durante toda la noche y, sin embargo, obedece al Maestro: abandona sus convicciones de pescador, que conoce bien su oficio, y se fía de él. Conocemos la continuación de la historia. Al ver las redes rebosantes de peces, Pedro toma conciencia de la distancia que lo separa a él, "pecador", de aquel a quien ahora reconoce como el "Señor". Se siente transformado interiormente y, ante la invitación del Maestro, deja las redes y lo sigue. Así, el pescador de Galilea se convierte en el apóstol de Cristo, la piedra sobre la que Cristo funda su Iglesia.

2. Hoy tengo la alegría de realizar mi primera visita pastoral a una parroquia romana, después del extraordinario acontecimiento de gracia del gran jubileo. Vuestra iglesia está situada a poca distancia del lugar llamado Saxa Rubra, donde en el año 312, como narra la tradición, se apareció misteriosamente la cruz. "In hoc signo vinces": estas palabras, que conocéis muy bien, se unen idealmente a las que acabamos de escuchar: "Duc in altum, rema mar adentro". Confiar en Cristo lleva a compartir con él el camino del sufrimiento y de la muerte. Pero lo que humanamente parece una derrota, expresada significativamente en el misterio de la cruz, se convierte en garantía de victoria segura y definitiva.

Estas consideraciones me llevan a recordar a don Eulogio Carballido Díaz, pastor generoso y amado, que guió esta comunidad durante veinticinco años. Solía ir en peregrinación todos los años a Saxa Rubra, acompañado por muchos de vosotros, para venerar la imagen de la Virgen inmaculada, Madre de Dios, que yo mismo tuve la alegría de coronar. El Señor, que hace un año lo llamó repentinamente a sí, le conceda el premio celestial reservado a sus servidores buenos y fieles.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Alfonso María de Ligorio, os saludo a todos con afecto. Dirijo un saludo especial al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector norte, a vuestro párroco, don Stefano Alberici, a los sacerdotes que colaboran con él y a los representantes de los niños y de los jóvenes, a quienes agradezco las amables palabras de bienvenida pronunciadas al comienzo de la celebración. También saludo cordialmente a las religiosas de las dos comunidades femeninas presentes en la parroquia: las Franciscanas de Susa y las Pequeñas Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

Os saludo especialmente a vosotros, amadísimos feligreses de San Alfonso, que habéis venido en tan gran número a esta misa dominical, así como a todos los habitantes de la zona, que durante estos años han visto crecer, junto a los primeros asentamientos rurales y a los reconstruidos después de la terrible riada de 1965, nuevos y modernos centros residenciales.

4. "Duc in altum, rema mar adentro". ¿Qué significa para vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de esta parroquia, remar mar adentro al comienzo del nuevo milenio? Los primeros habitantes de esta periferia romana, que emigraron de la Italia central y meridional, trajeron consigo una fe sencilla y sincera, con tradiciones religiosas bien consolidadas. Así, se fue construyendo, bajo la guía de un párroco celoso, una comunidad activa y vigilante en el ámbito de la fidelidad a Cristo y de la solidaridad con quienes atraviesan situaciones difíciles.

Ciertamente, aquí, como en otras partes, no han faltado y no faltan dificultades y pruebas. Sin embargo, con san Pablo, podéis repetir hoy que la gracia de Dios no se ha frustrado en vosotros (cf. 1Co 15,10). Las numerosas semillas de bien sembradas a lo largo de los años están dando frutos abundantes. Gracias al nuevo complejo parroquial, inaugurado el 1 de octubre del año pasado, vuestra parroquia dispone ahora de un lugar adecuado para acoger y formar a los habitantes del barrio, prestando especial atención a los niños y a los jóvenes.

1404 Por tanto, al considerar el gran bien ya realizado entre vosotros, os digo: remad mar adentro. Convertíos, individualmente y como comunidad, en misioneros del amor del Señor. Preocupaos por todo hombre y toda mujer que vive y trabaja en este territorio, siguiendo el ejemplo de vuestro patrono celestial, san Alfonso, que sintió un celo constante por la evangelización.

5. Ensanchando nuestra mirada, podemos preguntarnos: ¿qué significa remar mar adentro para nuestra comunidad diocesana? ¿No significa, acaso, recomenzar desde Cristo para llevar a todos el anuncio de la salvación?

A este propósito, sé que toda la diócesis se está preparando con empeño para el congreso que se celebrará el próximo mes de junio. Yo mismo lo he deseado como un gran encuentro útil para delinear, sobre la base de la experiencia de la Misión ciudadana, las líneas fundamentales de una "movilización" constante al servicio del Evangelio.

Ese importante momento de reflexión y comunión conferirá una impronta misionera estable a la pastoral diocesana. Servirá, además, para aumentar la sensibilidad hacia el tiempo actual, en el que es posible y necesario vivir de modo coherente como cristianos en todos los ambientes de vida, de actividad y de servicio.

6. "He trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo" (
1Co 15,10). Estas palabras del apóstol san Pablo, que hemos escuchado en la segunda lectura, nos ayudan a comprender correctamente el valor de nuestros esfuerzos: la realización de cuanto nos proponemos depende ciertamente de nuestra buena voluntad; pero depende, sobre todo, de la gracia de Dios. Por tanto, el camino pastoral de vuestra parroquia, así como el de la diócesis y el de toda la Iglesia, debe ser esencialmente un camino de santidad, con una adhesión cada vez más profunda a Aquel que es, por antonomasia, el tres veces santo (cf. Is Is 6,3).

En este itinerario de fe, esperanza y caridad nos acompaña la Virgen santísima, aurora luminosa y guía segura de nuestros pasos por los caminos del mundo y de la historia. Imitémosla en la contemplación, meditando en nuestro corazón el misterio de Cristo (cf. Lc Lc 2,51). Sigámosla en la oración perseverante y concorde, en comunión con los Apóstoles y con toda la comunidad eclesial (cf. Hch Ac 1,14). Acojamos su invitación a tener confianza en su Hijo: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

Y tú, María, Estrella del nuevo milenio, ruega por nosotros. Amén.





DURANTE EL FUNERAL DEL CARDENAL GIUSEPPE CASORIA


Sábado 10 de febrero de 2001

. 1. "Abyssus abyssum invocat" (Ps 42,8).

El abismo de la muerte evoca otro abismo: el infinitamente mayor de Dios y de su amor. De él nos habla el evangelio que acabamos de escuchar: "tanto amó Dios al mundo...". Este es el abismo que abarca todas las cosas, incluida la muerte: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

Para la salvación de los hombres el Padre quiso dar al Hijo, de su misma naturaleza: ¡qué misterio de amor ilimitado! En este abismo de gracia y misericordia se cumple para nosotros la profecía que hemos escuchado en la página del profeta Isaías. Podemos exclamar con plena verdad: "Ahí tenéis a nuestro Dios: esperamos que nos salve; este es el Señor en quien esperábamos; nos regocijamos y nos alegramos por su salvación" (Is 25,9).


B. Juan Pablo II Homilías 1396