B. Juan Pablo II Homilías 1412


VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE LA NATIVIDAD DE MARÍA



Domingo 25 de febrero de 2001



1. "Abre, Señor, nuestro corazón, y comprenderemos las palabras de tu Hijo".

La invocación del Aleluya nos introduce en el tema de este VIII domingo del tiempo ordinario. Jesús es el verdadero Maestro que comunica a los hombres las verdades de la salvación. Quienes lo escuchan son invitados a "comprender", es decir, a acoger en el corazón sus palabras y a traducirlas en opciones concretas de vida.

Jesús no sólo transmite una doctrina que viene de Dios; sobre todo es el modelo al que debemos conformarnos; no nos ha dejado simplemente una colección de enseñanzas para aprender; nos ha indicado sobre todo un camino por recorrer, presentándose él mismo como ejemplo que hay que imitar.

Por tanto, abrámosle nuestro corazón: así entraremos en el misterio de su amor, que ilumina toda la existencia.

2. "Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro" (Lc 6,40).

En el seguimiento de Cristo, nuestro divino Maestro, aprendemos que para ser sus discípulos es preciso seguirlo especialmente con la capacidad de amar, tal como él mismo la describe en el texto del evangelio según san Lucas que estamos leyendo en estos domingos. El núcleo de su mensaje es precisamente el amor, más aún, el amor a los enemigos, que no busca venganza y ofrece el perdón; es la misericordia y la disponibilidad a amar siempre, incluso a costa de la vida, al estilo de Dios (cf. Lc Lc 6,27-38).

Esta es la enseñanza que hay que acoger y transmitir fielmente. Esta es la única escuela que forma a los auténticos misioneros del Evangelio, llamados a ser guías sabios y seguros para sus hermanos (cf. Lc Lc 6,39).

1413 3. Con estos sentimientos os saludo, amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de la Natividad de María en la vía de Bravetta.

Me alegra estar entre vosotros hoy, prosiguiendo mis visitas pastorales a las parroquias romanas. Doy gracias con alegría a quienes, al inicio de la celebración eucarística, me han dado la bienvenida, interpretando vuestros sentimientos.

De modo especial, quisiera saludar al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, monseñor Vincenzo Apicella, a vuestro querido párroco, don Lorenzo Rossi, y a los Canónigos Regulares de la Inmaculada Concepción, que colaboran con él en la atención pastoral de la parroquia.
Saludo, asimismo, a los Hijos de la Inmaculada Concepción, que durante mucho tiempo han prestado la iglesia del instituto Padre Luigi Monti para la celebración dominical de la misa de los muchachos y de los jóvenes con sus familias.

También saludo y doy las gracias a las religiosas de Nuestra Señora de la Compasión y a las Hijas de San José, presentes en el barrio, y que, cuando aún no existía la iglesia ni ningún otro local disponible, ofrecieron sus instalaciones a la comunidad parroquial. Les agradezco sinceramente este servicio prestado generosamente a la parroquia y las animo a proseguir su apreciada colaboración en las actividades pastorales. Al abrazar con afecto a cada uno de los presentes, deseo extender mi cordial saludo a todos los habitantes del barrio.

Sé que habéis debido esperar hasta el año pasado la construcción de la nueva iglesia en la que hoy, con íntima satisfacción, celebramos la Eucaristía.

Demos gracias a Dios por esta obra que ha costado muchos esfuerzos y que, con el apoyo del Vicariato, habéis logrado realizar finalmente. Haced que este templo sea signo visible de unidad y comunión, superando la fragmentación de las celebraciones litúrgicas y de los lugares de catequesis que habéis tenido que soportar durante mucho tiempo. Caminando en concordia y unidad, escribiréis una hermosa página de vida espiritual y pastoral de vuestra comunidad parroquial.

4. Precisamente para ayudaros en este itinerario, permitidme que os entregue simbólicamente el Mensaje que dirigí la semana pasada a la diócesis de Roma, al término del jubileo y con vistas a la gran Asamblea diocesana del próximo mes de junio. Hacedlo objeto de atenta reflexión y traducid sus indicaciones en opciones apostólicas concretas. El tiempo cuaresmal, que empezará dentro de algunos días, constituye una ocasión oportuna para esta revisión de vida.

Preguntaos individualmente y como comunidad: ¿qué aportación puedo dar al crecimiento de la comunión plena en la Iglesia? ¿Cómo puedo brindar mi contribución específica, para que sea cada vez más casa y escuela de comunión? Es preciso caminar unidos para testimoniar juntos el Evangelio. Esta es la consigna que os dejo, queridos hermanos y hermanas de la parroquia de la Natividad de María.

Muchas son las urgencias apostólicas en vuestro barrio que, como otros, ha sufrido profundas transformaciones en pocos años. Desde hace tiempo habéis emprendido felizmente hermosas iniciativas en favor de los niños y de los jóvenes, de los novios, de las familias, de los pobres y de los ancianos. Avanzad por este camino, privilegiando en primer lugar el cuidado de las familias, que a menudo no son capaces de asegurar una adecuada formación cristiana a sus hijos. Hay niños y adolescentes que necesitan que alguien les ayude a crecer en la fe; y cristianos que esperan guías capaces de sostenerlos en el testimonio evangélico, orientándolos en los diversos ámbitos de estudio, de actividad y de servicio.

Pienso especialmente en vosotros, queridos jóvenes, a quienes, en el ámbito de la "misión permanente" que realiza nuestra diócesis, se ha confiado la tarea de ser los primeros evangelizadores de vuestros coetáneos. Que cada uno asuma responsablemente su papel en la comunidad parroquial.

1414 5. "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?" (Lc 6,41).

Con estas palabras Jesús nos da una indicación útil, que podríamos llamar "pastoral". Por desgracia, a menudo sentimos la tentación de condenar los defectos y los pecados de los demás, sin lograr ver los nuestros con la misma lucidez. ¿Cómo darnos cuenta si nuestro propio ojo está libre o cubierto con una viga? Jesús responde: "Cada árbol se conoce por su fruto" (Lc 6,44).
Este sano discernimiento es don del Señor, y hay que implorarlo con oración incesante. Al mismo tiempo, es conquista personal que exige humildad y paciencia, capacidad de escucha y esfuerzo por comprender a los demás.

Estas características deben darse en todo verdadero discípulo y requieren empeño y espíritu de sacrificio. Cuando nos resulte arduo seguir al Señor por este camino, recurramos al apoyo y a la intercesión de María.

En la fachada de vuestra iglesia hay un arco empotrado en el cuerpo del edificio. Recuerda a la Virgen, Aurora de la salvación, siempre dispuesta a abrazar a sus hijos y a introducirlos en el templo para que se encuentren con Cristo.

Ella, la Virgen del silencio y de la escucha, nos ayude a ser testigos y heraldos valientes del Evangelio; nos enseñe a mirar a los demás con ojos llenos de comprensión y bondad; y nos obtenga el don de una sabia prudencia pastoral.

Y tú, Señor, ábrenos el corazón; así comprenderemos tus palabras de salvación. Amén.



ESTACIÓN CUARESMAL EN LA BASÍLICA DE SANTA SABINA



Miércoles de Ceniza, 28 de febrero de 2001



1. "Reconciliaos con Dios (...). Ahora es el momento favorable" (2Co 5,20 2Co 6,2).

Esta es la invitación que la liturgia nos dirige al inicio de la Cuaresma, exhortándonos a tomar conciencia del don de la salvación que, en Cristo, se ofrece a todo hombre.

Hablando del "momento favorable", el apóstol san Pablo se refiere a la "plenitud de los tiempos" (cf. Ga Ga 4,4), es decir, el tiempo en el que Dios, mediante Jesús, "escuchó" y "socorrió" a su pueblo, realizando plenamente las promesas de los profetas (cf. Is Is 49,8). En Cristo se cumple el tiempo de la misericordia y del perdón, el tiempo de la alegría y de la salvación.

1415 Desde el punto de vista histórico, el "momento favorable" es el tiempo en el que la Iglesia anuncia el Evangelio a los hombres de toda raza y cultura, para que se conviertan y se abran al don de la redención. De esa forma, la vida queda íntimamente transformada.

2. "Ahora es el momento favorable".

Dentro del año litúrgico, la Cuaresma, que comienza hoy, es un "momento favorable" para acoger con mayor disponibilidad la gracia de Dios. Precisamente por esto, suele definirse "signo sacramental de nuestra conversión" (Oración colecta del I domingo de Cuaresma): signo e instrumento eficaz de aquel radical cambio de vida que en los creyentes se ha de renovar constantemente. La fuente de ese extraordinario don divino es el Misterio pascual, el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, del que brota la redención para todo hombre, para la historia y para el universo entero.

A este misterio de sufrimiento y amor alude, en cierto modo, el tradicional rito de la imposición de la ceniza, iluminado por las palabras que lo acompañan: "Convertíos y creed en el Evangelio" (
Mc 1,15). También a ese mismo misterio se refiere el ayuno que hoy observamos, para iniciar un camino de verdadera conversión, en el que la unión con la pasión de Cristo nos permita afrontar y vencer el combate contra las fuerzas del mal (cf. Oración colecta del miércoles de Ceniza).

3. "Ahora es el momento favorable".

Con esta conciencia, emprendamos el itinerario cuaresmal, prosiguiendo idealmente el gran jubileo, que ha constituido para la Iglesia entera un extraordinario tiempo de penitencia y reconciliación. Ha sido un año de intenso fervor espiritual, durante el cual se ha derramado en abundancia sobre el mundo la misericordia divina. Para que este tesoro de gracia siga enriqueciendo espiritualmente al pueblo cristiano, en la carta apostólica Novo millennio ineunte ofrecí indicaciones concretas sobre cómo actuar en esta nueva fase de la historia de la Iglesia.

Entre esas indicaciones, quisiera recordar aquí algunas que corresponden muy bien a las características peculiares del tiempo cuaresmal. La primera de todas es la contemplación del rostro del Señor: rostro que en Cuaresma se presenta como "rostro doliente" (cf. nn. 25-27). En la liturgia, en las Stationes cuaresmales, así como en la práctica piadosa del vía crucis, la oración contemplativa nos permite unirnos al misterio de Aquel que, aunque no tuvo pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (cf. 2Co 5,21). Siguiendo el ejemplo de los santos, todo bautizado está llamado a seguir más de cerca a Jesús que, subiendo a Jerusalén y previendo su pasión, dice a sus discípulos: "Tengo que recibir un bautismo" (Lc 12,50). Así, el camino cuaresmal se convierte para nosotros en seguimiento dócil del Hijo de Dios, que se hizo Siervo obediente.

4. El camino al que nos invita la Cuaresma se realiza, ante todo, con la oración: en estas semanas, las comunidades cristianas deben transformarse en auténticas "escuelas de oración". Otro objetivo privilegiado es acercar a los fieles al sacramento de la reconciliación, para que cada uno pueda "redescubrir a Cristo como mysterium pietatis, en el que Dios nos muestra su corazón misericordioso y nos reconcilia plenamente consigo" (Novo millennio ineunte NM 37). Además, la experiencia de la misericordia de Dios no puede por menos de suscitar el compromiso de la caridad, impulsando a la comunidad cristiana a "apostar por la caridad" (cf. ib., IV). En la escuela de Cristo, la comunidad cristiana comprende mejor la exigente opción preferencial por los pobres, viviendo la cual "se testimonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericordia" (ib, 49).

5. "En nombre de Cristo os lo pedimos: reconciliaos con Dios" (2Co 5,20).

En el mundo de hoy aumenta la necesidad de pacificación y perdón. En el Mensaje para esta Cuaresma destaqué ese deseo recurrente de perdón y reconciliación. La Iglesia, apoyándose en las palabras de Cristo, anuncia el perdón y el amor a los enemigos. Al hacerlo, "es consciente de que introduce en el patrimonio espiritual de la humanidad entera una nueva forma de relacionarse con los demás: una forma ciertamente ardua, pero llena de esperanza" (n. 4). He aquí el don que ofrece también a los hombres de nuestro tiempo.

"Reconciliaos con Dios": resuenan con insistencia en nuestro corazón estas palabras. Hoy -nos dice la liturgia- es el "momento favorable" para nuestra reconciliación con Dios. Conscientes de ello, recibiremos la imposición de la ceniza, dando los primeros pasos en el itinerario cuaresmal.
1416 Prosigamos con generosidad por ese camino, conservando la mirada fija en Cristo crucificado. En efecto, la cruz es la salvación de la humanidad: sólo partiendo de la cruz es posible construir un futuro de esperanza y de paz para todos.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN ANDRÉS APÓSTOL



Domingo 4 de marzo



1. "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde durante cuarenta días fue tentado por el diablo" (Lc 4,1-2).

En este primer domingo de Cuaresma volvemos a escuchar la narración de la lucha de Jesús contra el diablo, al comienzo de su vida pública. Después de ser reconocido por el Padre, en el momento del bautismo a orillas del río Jordán, como el "Hijo predilecto" (Lc 3,22), Jesús afronta la prueba de su fidelidad a Dios. Pero, contrariamente a Adán y Eva en el paraíso terrenal (cf. Gn Gn 3), y a diferencia del pueblo de Israel en el desierto (cf. Ex Ex 16-17 Dt 8), resiste a la tentación y triunfa sobre el Maligno.

En esta escena vislumbramos la lucha de dimensión cósmica de las fuerzas del mal contra la realización del plan salvífico que el Hijo de Dios vino a proclamar y comenzar en su misma persona. En efecto, con Cristo se inicia el tiempo de la nueva creación; en él se realiza la nueva y perfecta alianza entre Dios y toda la humanidad. Este combate contra el Espíritu del mal nos implica a cada uno de nosotros, llamados a seguir el ejemplo del divino Maestro.

2. "Después de las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión" (Lc 4,13).

El ataque del tentador contra Jesús, que comenzó durante su estancia en el desierto, culminará en los días de la pasión en el Calvario, cuando el Crucificado triunfe definitivamente sobre el mal, reconciliando al hombre con Dios. El evangelista san Lucas concluye la narración de las tentaciones con la referencia a Jerusalén; a diferencia de san Mateo, quiere poner de relieve desde el comienzo que el triunfo de Cristo en la cruz se producirá en la ciudad santa, donde se realizará el misterio pascual.

En el Mensaje para la Cuaresma de este año escribí que también a los hombres y a las mujeres de hoy Cristo dirige la invitación a "subir a Jerusalén", es decir, a seguirlo por el camino de la cruz. Sentimos hoy con fuerza la elocuencia de esta invitación, mientras damos los primeros pasos del tiempo cuaresmal, tiempo favorable para la conversión y la vuelta a la plena comunión con Dios.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Andrés Apóstol, saludo con afecto a toda vuestra comunidad. Saludo y doy las gracias a los que, en nombre de todos, me han dado la bienvenida al comienzo de la celebración eucarística. Saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro querido párroco, el padre Battista Previtali, y a sus colaboradores pertenecientes a la congregación de los Padres de la Doctrina Cristiana. Dirijo asimismo un cordial saludo a las religiosas y religiosos presentes en la parroquia, así como a los miembros de los numerosos y activos grupos parroquiales. Por medio de vosotros, quisiera enviar mi saludo también a todos los habitantes de este barrio.

Vuestra hermosa comunidad de San Andrés Apóstol celebra este año el 60° aniversario de su fundación. Una efemérides tan significativa constituye una ocasión muy oportuna para reflexionar en vuestro pasado, para afrontar con lucidez los desafíos y los compromisos de la hora actual, y para elaborar con valentía proyectos para el futuro.

Con alegría uno mi voz a la vuestra en acción de gracias al Señor por los numerosos signos de amor que ha concedido a esta comunidad desde su inicio. A lo largo de los años vuestra comunidad se ha transformado parcialmente, hasta asumir la configuración actual, con una diferenciación del estilo de vida de los habitantes que la componen. Ha aumentado el número de las personas procedentes de países del Este de Europa y del llamado "tercer mundo".

1417 4. Esta situación concreta de la parroquia os exige crecer cada vez más en la comunión con todos. En la Iglesia nadie es extranjero: por eso es importante crear ocasiones de diálogo y favorecer la comprensión recíproca. Es preciso, sobre todo, que cada uno se sienta implicado en una pastoral atenta a las necesidades reales de la gente.

Así pues, sed una comunidad abierta a todos, perseverando en la escucha de la palabra de Dios y en la celebración de los sacramentos de la salvación, y compartiendo las numerosas iniciativas pastorales y de solidaridad promovidas en el ámbito de la diócesis y de la prefectura. Sé que estáis perseverando en el compromiso, asumido durante la Misión ciudadana, de llevar el Evangelio a todos, sobre todo a los jóvenes y a las familias. La Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir el bautismo y la fuerza misionera que brota de él. Pueden testimoniarlo personalmente los más de cien misioneros laicos de vuestra comunidad, que participaron en la gran Misión ciudadana como preparación para el jubileo. Todo cristiano debe sentirse comprometido en la vasta obra de la evangelización. Si sois misioneros en vuestro barrio, el Señor no permitirá que os falten vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. De modo particular, surgirán de entre vosotros, como es vuestro deseo, generosas vocaciones misioneras ad gentes.

5. Deseo dirigirme ahora a las familias. La Cuaresma es un "tiempo fuerte", que nos invita al perdón y a la reconciliación.Este esfuerzo, nada fácil, comprende también las relaciones en el seno de la familia. Vosotras, queridas familias, dejad que el Espíritu os convierta en lugares de serenidad y paz, de escucha y diálogo, de comunión y respeto a cada uno. En hogares fieles al Evangelio los jóvenes pueden hallar valentía y confianza para mirar al futuro con sentido de madura corresponsabilidad.

Queridos jóvenes, en vuestras manos está vuestro futuro y el de las familias que formaréis: sed conscientes de ello. La Iglesia espera mucho de vosotros, de vuestro entusiasmo, de vuestra capacidad de mirar adelante y de vuestro deseo de radicalismo en las opciones de vida. Os repito las palabras de Cristo, contenidas en el Mensaje para la próxima XVI Jornada mundial de la juventud: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (
Lc 9,23).

Es preciso imitar a Jesús, que lucha contra el mal en el desierto; más aún, es necesario seguirlo hasta Jerusalén, hasta el Calvario.

6. "Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás" (Rm 10,9).

El miércoles pasado comenzamos el itinerario cuaresmal, camino de ascesis que debe llevarnos a un renovado encuentro con Jesús, reconocido como el "Señor". Es él quien salva: profesar la fe es, por tanto, creer en Cristo y confiar totalmente en él. Nos salvaremos (cf. Rm Rm 10,10), si lo acogemos a él y sus palabras de vida eterna.

Que la Virgen María, discípula fiel del Señor, nos enseñe a "avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo" (oración colecta); nos ayude a confesar con los labios que Jesús es nuestro Señor y a creer con el corazón que venció la muerte, abriendo a toda la humanidad las puertas del Reino. Así nos prepararemos a gustar, junto con todos los creyentes, la alegría y el esplendor de la Pascua de resurrección.



BEATIFICACIÓN DE LOS SIERVOS DE DIOS

JOSÉ APARICIO SANZ Y 232 COMPAÑEROS MÁRTIRES EN ESPAÑA



Domingo 11 de marzo de 2001



Amados hermanos y hermanas:

1. "El Señor Jesucristo transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa" (Ph 3,21). Estas palabras de San Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura de la liturgia de hoy, nos recuerdan que nuestra verdadera patria está en el cielo y que Jesús transfigurará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso como el suyo. El Apóstol comenta así el misterio de la Transfiguración del Señor que la Iglesia proclama en este segundo domingo de Cuaresma. En efecto, Jesús quiso dar un signo y una profecía de su Resurrección gloriosa, en la cual nosotros estamos llamados también a participar. Lo que se ha realizado en Jesús, nuestra Cabeza, tiene que completarse también en nosotros, que somos su Cuerpo.

1418 Éste es un gran misterio para la vida de la Iglesia, pues no se ha de pensar que la transfiguración se producirá sólo en el más allá, después de la muerte. La vida de los santos y el testimonio de los mártires nos enseñan que, si la transfiguración del cuerpo ocurrirá al final de los tiempos con la resurrección de la carne, la del corazón tiene lugar ya ahora en esta tierra, con la ayuda de la gracia.

Podemos preguntarnos: ¿Cómo son los hombres y mujeres "transfigurados"? La respuesta es muy hermosa: Son los que siguen a Cristo en su vida y en su muerte, se inspiran en Él y se dejan inundar por la gracia que Él nos da; son aquéllos cuyo alimento es cumplir la voluntad del Padre; los que se dejan llevar por el Espíritu; los que nada anteponen al Reino de Cristo; los que aman a los demás hasta derramar su sangre por ellos; los que están dispuestos a darlo todo sin exigir nada a cambio; los que -en pocas palabras- viven amando y mueren perdonando.

2. Así vivieron y murieron José Aparicio Sanz y sus doscientos treinta y dos compañeros, asesinados durante la terrible persecución religiosa que azotó España en los años treinta del siglo pasado. Eran hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, padres y madres de familia, jóvenes laicos. Fueron asesinados por ser cristianos, por su fe en Cristo, por ser miembros activos de la Iglesia. Todos ellos, según consta en los procesos canónicos para su declaración como mártires, antes de morir perdonaron de corazón a sus verdugos.

La lista de los que hoy suben a la gloria de los altares por haber confesado su fe y dado su vida por ella es numerosa. Hay treinta y ocho sacerdotes de la Archidiócesis de Valencia, junto con un numeroso grupo de hombres y mujeres de la Acción Católica también de Valencia; dieciocho dominicos y dos sacerdotes de la Archidiócesis de Zaragoza; cuatro Frailes Menores Franciscanos y seis Frailes Menores Franciscanos Conventuales; trece Frailes Menores Capuchinos, con cuatro Religiosas Capuchinas y una Agustina Descalza; once Jesuitas con un joven laico; treinta y dos Salesianos y dos Hijas de María Auxiliadora; diecinueve Terciarios Capuchinos con una cooperadora laica; un sacerdote dehoniano; el Capellán de Colegio La Salle de la Bonanova, de Barcelona, con cinco Hermanos de las Escuelas Cristianas; veinticuatro Carmelitas de la Caridad; una Religiosa Servita; seis Religiosas Escolapias con dos cooperadoras laicas provenientes éstas últimas del Uruguay y primeras beatas de ese País latinoamericano; dos Hermanitas de los Ancianos Desamparados; tres Terciarias Capuchinas de Nuestra Señora de los Dolores; una Misionera Claretiana; y, en fin, el joven Francisco Castelló i Aleu, de la Acción Católica de Lleida.

Los testimonios que nos han llegado hablan de personas honestas y ejemplares, cuyo martirio selló unas vidas entretejidas por el trabajo, la oración y el compromiso religioso en sus familias, parroquias y congregaciones religiosas. Muchos de ellos gozaban ya en vida de fama de santidad entre sus paisanos. Se puede decir que su conducta ejemplar fue como una preparación para esa confesión suprema de la fe que es el martirio.

¿Cómo no conmovernos profundamente al escuchar los relatos de su martirio? La anciana María Teresa Ferragud fue arrestada a los ochenta y tres años de edad junto con sus cuatro hijas religiosas contemplativas. El 25 de octubre de 1936, fiesta de Cristo Rey, pidió acompañar a sus hijas al martirio y ser ejecutada en último lugar para poder así alentarlas a morir por la fe. Su muerte impresionó tanto a sus verdugos que exclamaron: "Esta es una verdadera santa". No menos edificante fue el testimonio de los demás mártires, como el joven Francisco Alacreu, de veintidós años, químico de profesión y miembro de la Acción Católica, que consciente de la gravedad del momento no quiso esconderse, sino ofrecer su juventud en sacrificio de amor a Dios y a los hermanos, dejándonos tres cartas, ejemplo de fortaleza, generosidad, serenidad y alegría, escritas instantes antes de morir, a sus hermanas, a su director espiritual y a quien fuera su novia. O también el neosacerdote Germán Gozalbo, de veintitrés años, que fue fusilado sólo dos meses después de haber celebrado su Primera Misa, después de sufrir un sinfín de humillaciones y malos tratos.

3. ¡Cuántos ejemplos de serenidad y esperanza cristiana! Todos estos nuevos Beatos y muchos otros mártires anónimos pagaron con su sangre el odio a la fe y a la Iglesia desatado con la persecución religiosa y el estallido de la guerra civil, esa gran tragedia vivida en España durante el siglo XX. En aquellos años terribles muchos sacerdotes, religiosos y laicos fueron asesinados sencillamente por ser miembros activos de la Iglesia. Los nuevos beatos que hoy suben a los altares no estuvieron implicados en luchas políticas o ideológicas, ni quisieron entrar en ellas. Bien lo sabéis muchos de vosotros que sois familiares suyos y hoy participáis con gran alegría en esta beatificación. Ellos murieron únicamente por motivos religiosos. Ahora, con esta solemne proclamación de martirio, la Iglesia quiere reconocer en aquellos hombres y mujeres un ejemplo de valentía y constancia en la fe, auxiliados por la gracia de Dios. Son para nosotros modelo de coherencia con la verdad profesada, a la vez que honran al noble pueblo español y a la Iglesia.

¡Que su recuerdo bendito aleje para siempre del suelo español cualquier forma de violencia, odio y resentimiento! Que todos, y especialmente los jóvenes, puedan experimentar la bendición de la paz en libertad: ¡Paz siempre, paz con todos y para todos!

4. Queridos hermanos, en diversas ocasiones he recordado la necesidad de custodiar la memoria de los mártires. Su testimonio no debe ser olvidado. Ellos son la prueba más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta y manifiesta su belleza aun en medio de atroces padecimientos. Es preciso que las Iglesias particulares hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio.

Al inicio del tercer milenio, la Iglesia que camina en España está llamada a vivir una nueva primavera de cristianismo, pues ha sido bañada y fecundada con la sangre de tantos mártires. Sanguis martyrum, semen christianorum! ¡La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos! (Tertuliano, Apol., 50,13: CCL 1,171). Esta expresión, acuñada durante las persecuciones de los primeros siglos, debe hoy llenar de esperanza vuestras iniciativas apostólicas y esfuerzos pastorales en la tarea, no siempre fácil, de la nueva evangelización. Contáis para ello con la ayuda inigualable de vuestros mártires. Acordaos de su valor, "fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre" (
He 13,7-8).

5. Deseo confiar a la intercesión de los nuevos beatos una intención que lleváis profundamente arraigada en vuestros corazones: el fin del terrorismo en España. Desde hace varias décadas estáis siendo probados por una serie horrenda de violencias y asesinatos que han causado numerosas víctimas y grandes sufrimientos. En la raíz de tan lamentables sucesos hay una lógica perversa que es preciso denunciar. El terrorismo nace del odio y a su vez lo alimenta, es radicalmente injusto e acrecienta las situaciones de injusticia, pues ofende gravemente a Dios y a la dignidad y los derechos de las personas. ¡Con el terror, el hombre siempre sale perdiendo! Ningún motivo, ninguna causa o ideología pueden justificarlo. Sólo la paz construye los pueblos. El terror es enemigo de la humanidad.

1419 6. Amados en el Señor, también a nosotros la voz del Padre nos ha dicho hoy en el Evangelio: "Este es mi Hijo, el escogido; escuchadle" (Lc 9,35). Escuchar a Jesús es seguirlo e imitarlo. La cruz ocupa un lugar muy especial en este camino. Entre la cruz y nuestra transfiguración hay una relación directa. Hacernos semejantes a Cristo en la muerte es la vía que conduce a la resurrección de los muertos, es decir, a nuestra transformación en Él (cf. Flp Ph 3,10-11). Ahora, al celebrar la Eucaristía, Jesús nos da su cuerpo y su sangre, para que en cierto modo podamos pregustar aquí en la tierra la situación final, cuando nuestros cuerpos mortales sean transfigurados a imagen del cuerpo glorioso de Cristo.

Que María, Reina de los mártires, nos ayude a escuchar e imitar a su Hijo. A Ella, que acompañó a su divino Hijo durante su existencia terrena y permaneció fiel a los pies de la Cruz, le pedimos que nos enseñe a ser fieles a Cristo en todo momento, sin decaer ante las dificultades; nos conceda la misma fuerza con que los mártires confesaron su fe. Al invocarla como Madre, imploro sobre todos los aquí presentes, así como sobre vuestras familias los dones de la paz, la alegría y la esperanza firme.



CAPILLA PONTIFICIA PARA LA ORDENACIÓN DE 9 OBISPOS EN LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ

Lunes 19 de marzo de 2001



1. "Este es el siervo fiel y prudente a quien el Señor ha puesto al frente de su familia" (cf. Lc Lc 12,42).

Así nos presenta la liturgia de hoy a san José, esposo de la santísima Virgen María y custodio del Redentor. Él, siervo fiel y prudente, aceptó con obediente docilidad la voluntad del Señor, que le confió "su" familia en la tierra, para que la cuidara con solicitud diaria.

San José perseveró con fidelidad y amor en esa misión. Por eso la Iglesia nos lo presenta como modelo singular de servicio a Cristo y a su misterioso designio de salvación. Y lo invoca como patrono y protector especial de toda la familia de los creyentes. De modo especial, nos presenta hoy a san José, en el día de su fiesta, como el santo bajo cuyo eficaz patrocinio la divina Providencia quiso poner a las personas y el ministerio de cuantos están llamados a ser "padres" y "custodios" en el pueblo cristiano.

2. ""Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando". (...) "Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?"" (Lc 2,48-49).
En este sencillo diálogo familiar entre la Madre y el Hijo, que el evangelio acaba de proponernos, se encuentran las coordenadas de la santidad de José. Responden al designio divino sobre él, que, como hombre justo, supo secundar con admirable fidelidad.

"Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando", dice María. "Yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre", replica Jesús. Precisamente estas palabras del Hijo nos ayudan a comprender el misterio de la "paternidad" de san José. Al recordar a sus padres el primado de Aquel a quien llama "mi Padre", Jesús revela la verdad del papel de María y de José. Este es verdaderamente "esposo" de María y "padre" de Jesús, como ella afirma cuando dice: "Tu padre y yo te andábamos buscando". Pero su esponsalidad y paternidad es totalmente relativa a la de Dios. José de Nazaret está llamado a convertirse, a su vez, en discípulo de Jesús dedicando su vida al servicio del Hijo unigénito del Padre y de María, la Virgen Madre.

Se trata de una misión que él prolonga con respecto a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, a la que siempre brinda su próvida asistencia, como hizo con la humilde Familia de Nazaret.

3. En este marco, es fácil dirigir nuestra atención a lo que constituye hoy el centro de nuestra celebración. Dentro de pocos momentos impondré las manos a nueve sacerdotes, llamados a asumir la responsabilidad de obispos en la Iglesia. El obispo desempeña en la comunidad cristiana una función que tiene muchas analogías con la de san José. El Prefacio de esta solemnidad lo pone muy bien de relieve, indicando a san José como "siervo fiel y prudente puesto al frente de la Sagrada Familia para que, haciendo las veces de padre, cuidara al Hijo de Dios". "Padres" y "custodios" son los pastores en la Iglesia, llamados a actuar como "siervos" fieles y prudentes. A ellos se ha confiado la solicitud diaria del pueblo cristiano que, gracias a su ayuda, puede avanzar con seguridad por el camino de la perfección cristiana.


B. Juan Pablo II Homilías 1412