B. Juan Pablo II Homilías 1434


SANTA MISA CELEBRADA EN EL PALACIO DE DEPORTES DE ATENAS



Sábado 5 de mayo de 2001


Queridos hermanos y hermanas:

1. "Lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar" (Ac 17,23).

Estas palabras que san Pablo pronunció en el Areópago de Atenas y que se hallan recogidas en los Hechos de los Apóstoles, constituyen uno de los primeros anuncios de la fe cristiana en Europa. "Teniendo en cuenta el papel de Grecia en la formación de la cultura antigua, se comprende por qué aquel discurso puede ser considerado en cierto modo como el símbolo mismo del encuentro del Evangelio con la cultura humana" (Carta sobre la peregrinación a los lugares vinculados a la historia de la salvación, 9).

"A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, (...) gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1Co 1,2-3). Con estas palabras del Apóstol a la comunidad de Corinto, os saludo con afecto a todos vosotros, obispos, sacerdotes y laicos católicos que vivís en Grecia.
Agradezco ante todo a monseñor Fóscolos, arzobispo de los católicos de Atenas y presidente de la Conferencia episcopal de Grecia, su acogida y sus palabras cordiales. Saludo también a todos los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas presentes en esta celebración. Reunidos esta mañana para la celebración eucarística, pediremos al apóstol san Pablo que nos conceda su celo en la fe y en el anuncio del Evangelio a todas las naciones, así como su solicitud por la unidad de la Iglesia. Me alegra la presencia en esta divina liturgia de fieles de otras confesiones cristianas, que testimonian así su atención a la vida de la comunidad católica y su fraternidad común en Cristo.

2. San Pablo recuerda claramente que no podemos encerrar a Dios en nuestros modos de ver y actuar totalmente humanos. Si queremos acoger al Señor, estamos llamados a la conversión. Este es el camino que se nos propone, un camino que nos hace seguir a Cristo para vivir como él, hijos en el Hijo. Podemos considerar nuestra experiencia personal y la de la Iglesia como una experiencia pascual; debemos purificarnos para cumplir plenamente la voluntad divina, aceptando que Dios, con su gracia, transforme nuestro ser y nuestra existencia, como aconteció con san Pablo que, de perseguidor, se hizo misionero (cf. Ga Ga 1,11-24). Así pasamos por la prueba del Viernes santo, con sus sufrimientos, con las noches de la fe, con las incomprensiones mutuas. Pero vivimos también momentos de luz, como el alba de Pascua, en los que el Resucitado nos comunica su alegría y nos lleva a la verdad completa. Considerando de este modo nuestra historia personal y la historia de la Iglesia, no podemos por menos de perseverar en la esperanza, con la seguridad de que el Señor de la historia nos conduce por sendas que sólo él conoce. Pidamos al Espíritu Santo que nos impulse a ser, con nuestras palabras y nuestras obras, testigos de la buena nueva y de la caridad de Dios. Dado que el Espíritu suscita el celo misionero en su Iglesia, es él quien llama y envía, y el verdadero apóstol es ante todo un hombre "que escucha", un servidor abierto a la acción de Dios.

3. Evocar en Atenas la vida y la actividad de san Pablo significa ser invitados a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra, proponiendo a nuestros contemporáneos la salvación realizada por Cristo y mostrándoles los caminos de santidad y de vida moral recta que constituyen las respuestas a la llamada del Señor. El Evangelio es una buena nueva universal, que todos los pueblos pueden comprender.

1435 San Pablo, al dirigirse a los atenienses, no quiere esconder nada de la fe que había recibido. Como todo apóstol, debe custodiar fielmente el depósito (cf. 2Tm 1,14). Si toma como punto de partida las referencias habituales de sus oyentes y sus modos de pensar, es para ayudarles a comprender mejor el Evangelio que va a anunciarles. San Pablo se apoya en el conocimiento natural de Dios y en el profundo deseo espiritual que sus interlocutores pueden tener para prepararlos a acoger la revelación del Dios único y verdadero.

Si pudo citar ante los atenienses a autores de la antigüedad clásica es porque, en cierto sentido, su cultura personal se había forjado en el helenismo. Así, se sirvió de ella para anunciar el Evangelio con palabras que pudieran impresionar a sus interlocutores (cf. Hch Ac 17,17). ¡Qué lección! Para anunciar la buena nueva a los hombres de este tiempo, la Iglesia debe estar atenta a los diversos aspectos de sus culturas y a sus medios de comunicación, sin que ello la lleve a alterar su mensaje o a reducir su sentido y su alcance. "El cristianismo del tercer milenio debe responder cada vez mejor a esta exigencia de inculturación" (Novo millennio ineunte NM 40). El discurso magistral de san Pablo invita a los discípulos de Cristo a entablar un diálogo realmente misionero con sus contemporáneos, respetando lo que son, pero también presentándoles de forma clara y fuerte el Evangelio, así como sus implicaciones y sus exigencias en la vida de las personas.

4. Hermanos y hermanas, vuestro país cuenta con una larga tradición de sabiduría y humanismo. Desde los orígenes del cristianismo, los filósofos se dedicaron a "mostrar el vínculo entre la razón y la religión. (...) Se inició así un camino que, abandonando las tradiciones antiguas particulares, se abría a un proceso más conforme a las exigencias de la razón universal" (Fides et ratio FR 36). Esta labor de los filósofos y de los primeros apologistas cristianos permite entablar, siguiendo el modelo de san Pablo y de su discurso de Atenas, un diálogo fecundo entre la fe cristiana y la filosofía.

A ejemplo de san Pablo y de las primeras comunidades, urge aprovechar las ocasiones de diálogo con nuestros contemporáneos, sobre todo en los lugares donde está en juego el futuro del hombre y de la humanidad, para que las decisiones que se tomen no se guíen únicamente por intereses políticos y económicos que no tienen en cuenta la dignidad de las personas y las exigencias que de ella derivan, sino para que haya aquel suplemento de alma que recuerda el lugar insigne y la dignidad del hombre. Los areópagos donde los cristianos de hoy deben dar testimonio son numerosos (cf. Redemptoris missio RMi 37). Os exhorto a estar presentes en el mundo; como el profeta Isaías, los cristianos están puestos como centinelas encima de la muralla (cf. Is Is 21,11-12), para discernir los desafíos humanos de las situaciones presentes, para percibir en la sociedad los gérmenes de esperanza y para mostrar al mundo la luz de la Pascua, que ilumina con un nuevo día todas las realidades humanas.

San Cirilo y san Metodio, los dos hermanos de Salónica, escucharon la llamada del Resucitado: "Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación" (Mc 16,15). Fueron al encuentro de los pueblos eslavos y les anunciaron el Evangelio en su propia lengua. "No sólo desarrollaron su misión respetando plenamente la cultura existente entre los pueblos eslavos, sino que, junto con la religión, la promovieron y acrecentaron de forma eminente e incesante" (Slavorum apostoli, 26). Que su ejemplo y su oración nos ayuden a responder cada vez mejor a la exigencia de inculturación y a alegrarnos de la belleza de este rostro multiforme de la Iglesia de Cristo.

5. San Pablo, en su experiencia personal de creyente y en su ministerio de apóstol, comprendió que el único camino de salvación es Cristo, el cual, por gracia, reconcilia a los hombres entre sí y con Dios. "Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad" (Ep 2,14). El Apóstol se hizo luego defensor de la unidad, en el seno de las comunidades y también entre ellas, pues ardía en él "la solicitud por todas las Iglesias" (2Co 11,28).

El celo por la unidad de la Iglesia debe arder también en todos los discípulos de Cristo. Por desgracia, "la triste herencia del pasado nos afecta todavía al cruzar el umbral del nuevo milenio. (...) Queda aún mucho camino por recorrer" (Novo millennio ineunte NM 48). Sin embargo, eso no debe desalentarnos. Nuestro amor al Señor nos impulsa a comprometernos cada vez más en favor de la unidad. Para dar nuevos pasos en ese sentido es importante "recomenzar desde Cristo" (ib., 29).

"La confianza de poder alcanzar, incluso en la historia, la comunión plena y visible de todos los cristianos se apoya en la oración de Jesús, no en nuestras capacidades. (...) El recuerdo del tiempo en que la Iglesia respiraba con "dos pulmones" ha de impulsar a los cristianos de Oriente y Occidente a caminar juntos, en la unidad de la fe y en el respeto de las legítimas diferencias, acogiéndose y apoyándose mutuamente como miembros del único Cuerpo de Cristo" (ib., 48).

La Virgen María acompañó con su oración y su presencia materna la vida y la misión de la primera comunidad cristiana, en torno a los Apóstoles (cf. Hch Ac 1,14). Recibió con ellos al Espíritu de Pentecostés. Que ella vele sobre el camino que debemos recorrer ahora, para avanzar hacia la unidad plena con nuestros hermanos de Oriente y para cumplir todos, con disponibilidad y entusiasmo, la misión que Cristo Jesús encomendó a su Iglesia. Que la Virgen María, tan venerada en vuestro país y especialmente en los santuarios de las islas, como Virgen de la Anunciación en la isla de Tinos, y con la advocación de Nuestra Señora de la Misericordia en Faneromeni, en la isla de Syros, nos lleve siempre a su Hijo Jesús (cf. Jn Jn 2,5). Él es el Cristo, el Hijo de Dios, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo" (Jn 1,9).

Con la fuerza de la esperanza que nos infunde Cristo y sostenidos por la oración fraterna de todos los que nos han precedido en la fe, continuemos nuestra peregrinación terrena como verdaderos mensajeros de la buena nueva, con la alegría de la alabanza pascual que habita en nuestro corazón y deseosos de compartirla con todos:

"Alabad al Señor todas las naciones; aclamadlo, todos los pueblos: firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre" (Ps 116). Amén.

1436 La paz sea con vosotros. ¡Dios bendiga a Grecia!



SANTA MISA EN EL ESTADIO DE DAMASCO



Domingo 6 de mayo de 2001

El testimonio de san Pablo

1. ""Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Él respondió: "¿Quién eres, Señor?". Y él: "yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer"" (Ac 9,4-6).

Como peregrino he venido hoy a Damasco para reavivar la memoria del acontecimiento que tuvo lugar aquí, hace dos mil años: la conversión de san Pablo. De camino a Damasco para combatir y encarcelar a los que confiesan el nombre de Cristo, al llegar a las puertas de la ciudad, Saulo se ve rodeado por una luz extraordinaria. En el camino se le presenta Cristo resucitado y, a raíz de ese encuentro, se produce en él una profunda transformación: de perseguidor se convierte en apóstol, y de enemigo del Evangelio se transforma en el gran misionero. La lectura de los Hechos de los Apóstoles recuerda con numerosos detalles ese acontecimiento que cambió el curso de la historia: "Este hombre es el instrumento que he elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre" (Ac 9,15-16).

Le agradezco sinceramente, Beatitud, las amables palabras de acogida que me ha dirigido al comienzo de esta celebración. A través de usted saludo con afecto a los obispos y a los miembros de la Iglesia greco-melquita católica, de la que usted es patriarca. Saludo cordialmente también a los cardenales, a los patriarcas, a los obispos, a los sacerdotes y a los fieles de todas las comunidades católicas, tanto de Siria como de los demás países de la región. Me alegra la presencia fraterna de los patriarcas, los obispos y los fieles de las demás Iglesias y comunidades eclesiales. Queridos patriarcas ortodoxos, os expreso mi gratitud por vuestra amable participación en mi peregrinación junto con vuestras comunidades. Saludo a todos muy cordialmente. Doy las gracias de corazón al ministro de Universidades, señor Hassan Rysha, representante del presidente de la República, y a los miembros de la comunidad musulmana que han querido unirse a sus amigos cristianos en esta ocasión. En esta jornada del martirio recordemos a todas las personas que han muerto en defensa de la patria, encomendándolas a la misericordia de todos los santos.

2. El acontecimiento extraordinario que se produjo cerca de aquí fue decisivo para el futuro de san Pablo y de la Iglesia. El encuentro con Cristo transformó radicalmente la existencia del Apóstol, dado que llegó a lo más íntimo de su ser y lo abrió plenamente a la verdad divina. San Pablo aceptó libremente reconocer esta verdad y dedicar su vida al seguimiento de Cristo. Al acoger la luz divina y al recibir el bautismo, lo más profundo de su ser se conformó al ser de Cristo; así, su vida se transformó y encontró la felicidad, poniendo su fe y su confianza en aquel que lo llamó de las tinieblas a su luz admirable (cf. 2 Tm 1, 12; Ep 5,8 Rm 13,12). En efecto, el encuentro en la fe con el Resucitado es una luz en el camino de los hombres, una luz que transforma la existencia. La verdad de Dios se manifiesta de manera patente en el rostro resplandeciente de Cristo. Fijemos también nosotros nuestra mirada en el Señor. ¡Oh Cristo, luz del mundo, derrama sobre nosotros y sobre todos los hombres esa luz que, viniendo del cielo, rodeó a tu Apóstol! Ilumina y purifica la mirada de nuestro corazón, para que aprendamos a verlo todo a la luz de tu verdad y de tu amor a la humanidad.

La única luz que la Iglesia puede transmitir al mundo es la luz que le viene de su Señor. Los que hemos sido bautizados en la muerte y la resurrección de Cristo hemos recibido la iluminación divina y se nos ha concedido ser hijos de la Luz. Recordemos la hermosa expresión de san Juan Damasceno, que pone de relieve el origen de nuestra vocación eclesial común: "Tú me has hecho venir a la luz, adoptándome como hijo tuyo, y me has inscrito entre los miembros de tu Iglesia santa e inmaculada" (De fide ortodoxa, 1). La palabra de Dios es una lámpara que ilumina nuestro camino; nos permite conocer la verdad que libera y santifica.

3. "Miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos" (Ap 7,9).

Este texto de la liturgia de hoy, tomado del libro del Apocalipsis, muestra, en cierto modo, la obra que se realizó gracias al ministerio apostólico de san Pablo. En efecto, el Apóstol desempeñó un papel esencial en el anuncio del Evangelio fuera de los límites del país de Jesús. Todo el mundo entonces conocido, comenzando por los países de la cuenca del Mediterráneo, se convirtió en tierra de la evangelización paulina. Y podemos decir que después, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, el inmenso desarrollo del anuncio evangélico constituye, en cierto modo, la continuación lógica del ministerio del Apóstol de los gentiles. Aún hoy la Iglesia goza de los frutos de su actividad apostólica y se refiere constantemente al ministerio misionero de san Pablo, el cual, para generaciones enteras de cristianos, ha sido pionero e inspirador de toda misión.

Siguiendo el ejemplo de san Pablo, la Iglesia está invitada a ensanchar su mirada hacia los confines del mundo, para proseguir la misión que se le ha confiado de transmitir la luz del Resucitado a todos los pueblos y a todas las culturas, respetando la libertad de las personas y de las comunidades humanas y espirituales. Todos los hombres, cualquiera que sea su origen, están llamados a dar gloria a Dios. Dado que, como afirma san Efrén, "tú no necesitas comunicarnos los tesoros que nos das. Tú necesitas sólo una cosa: que dilatemos nuestro corazón para recibir tus bienes, entregándote nuestra voluntad y escuchándote con nuestros oídos. Todas tus obras lucen coronas que ha trenzado la sabiduría de tu boca, diciendo: "Todo es muy bueno"" (Diathermane, 2, 5-7).

1437 Como san Pablo, los discípulos de Cristo afrontan un gran desafío: deben transmitir la buena nueva con un lenguaje adecuado a cada cultura, sin perder su sustancia ni desnaturalizar su sentido. Por tanto, no tengáis miedo de testimoniar también vosotros entre vuestros hermanos y hermanas, con vuestra palabra y con toda vuestra vida, esta buena nueva: Dios ama a todos los hombres y los invita a formar una sola familia en la caridad, pues todos son hermanos.

4. Esta buena nueva debe estimular a todos los discípulos de Cristo a buscar ardientemente los caminos de la unidad, para que, haciendo suya la oración del Señor "que todos sean uno", den un testimonio cada vez más auténtico y creíble. Me alegro vivamente por las relaciones fraternas que ya existen entre los miembros de las Iglesias cristianas de vuestro país, y os animo a desarrollarlas, en la verdad y con prudencia, en comunión con vuestros patriarcas y vuestros obispos. En el alba del nuevo milenio Cristo nos llama a reconciliarnos unos con otros mediante la caridad que constituye nuestra unidad. Sentíos orgullosos de las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales de vuestras Iglesias de Oriente. Pertenecen al patrimonio de la única Iglesia de Cristo y constituyen puentes entre las diferentes sensibilidades. Desde los orígenes del cristianismo vuestra tierra ha conocido una vida cristiana floreciente. En la línea espiritual de Ignacio de Antioquía, de Efrén, de Simeón o de Juan Damasceno, los nombres de un sinfín de Padres, monjes, eremitas y muchos otros santos, que son la gloria de vuestras Iglesias, siguen presentes en la memoria viva de la Iglesia universal. Con vuestra adhesión a la tierra de vuestros padres, aceptando generosamente vivir aquí vuestra fe, también vosotros testimoniáis hoy la fecundidad del mensaje evangélico que ha sido transmitido de generación en generación.

Con todos vuestros compatriotas, sin tener en cuenta la comunidad a la que pertenecen, proseguid sin cesar vuestros esfuerzos con miras a la construcción de una sociedad fraterna, justa y solidaria, donde a cada uno se reconozcan su dignidad humana y sus derechos fundamentales. En esta tierra santa, cristianos, musulmanes y judíos están llamados a trabajar juntos, con confianza y audacia, para lograr que llegue cuanto antes el día en que cada pueblo vea respetados sus derechos legítimos y pueda vivir en un clima de paz y entendimiento mutuo. Quiera Dios que los pobres, los enfermos, los discapacitados y todos los heridos por la vida sean siempre entre vosotros hermanos y hermanas respetados y amados. El Evangelio es un poderoso factor de transformación del mundo. Ojalá que gracias a vuestro testimonio de vida los hombres de hoy descubran la respuesta a sus aspiraciones más profundas y los fundamentos de la convivencia en el seno de la sociedad.

5. Familias cristianas, la Iglesia cuenta con vosotras y confía en vosotras para transmitir a vuestros hijos la fe que habéis recibido, a lo largo de los siglos, desde el apóstol san Pablo. Permaneciendo unidas y abiertas a todos y defendiendo siempre el derecho a la vida desde su concepción, sed hogares luminosos, plenamente conformes al designio de Dios y a las auténticas exigencias de la persona humana. Dad un lugar importante a la oración, a la escucha de la palabra de Dios y a la formación cristiana; encontraréis en ellas un apoyo eficaz para responder a las dificultades de la vida diaria y a los grandes desafíos del mundo actual. Participar con regularidad en la eucaristía dominical es una necesidad para toda vida cristiana fiel y coherente. Es un don privilegiado en el que se realiza y se anuncia la comunión con Dios y con los hermanos.

Hermanos y hermanas, buscad sin cesar el rostro de Cristo, que se manifiesta en vosotros. En él encontraréis el secreto de la verdadera libertad y de la alegría de corazón. Que arda en lo más íntimo de vosotros mismos el deseo de auténtica fraternidad entre todos los hombres. Poniéndoos con entusiasmo al servicio de los demás, daréis sentido a vuestra vida, dado que la identidad cristiana no se caracteriza por la oposición a los demás, sino por la capacidad de salir de sí para ir al encuentro de los hermanos. La apertura al mundo, con lucidez y sin temor, forma parte de la vocación del cristiano, consciente de su identidad y arraigado en su patrimonio religioso, que expresa la riqueza del testimonio de la Iglesia.

6. "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno" (
Jn 10,27-30).

Con estas palabras del evangelio de hoy Jesucristo mismo nos muestra el admirable dinamismo de la evangelización. Dios, que muchas veces y de muchos modos habló a nuestros padres por medio de los profetas, en estos últimos tiempos nos habló por medio de su Hijo (cf. Hb He 1,1-2). Este Hijo, de la misma sustancia del Padre, es el Verbo de vida. Él mismo da la vida eterna. Vino para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Jn Jn 10,10). A las puertas de Damasco, en su encuentro con Cristo resucitado, san Pablo aprendió esta verdad y la convirtió en el contenido de su predicación. Se presentó ante él la maravillosa realidad de la cruz de Cristo, en la que se realiza la redención del mundo. San Pablo comprendió esta realidad y le consagró toda su vida.

Hermanos y hermanas, elevemos nuestra mirada a la cruz de Cristo para descubrir en ella la fuente de nuestra esperanza. En ella encontramos un auténtico camino de vida y felicidad. Contemplemos el rostro amoroso de Dios, que nos ofrece a su Hijo para hacer de todos nosotros "un solo corazón y una sola alma" (Ac 4,32). Acojámoslo en nuestra vida, para inspirarnos en él y realizar el misterio de comunión que encarna y manifiesta la esencia misma de la Iglesia.

Vuestra pertenencia a la Iglesia debe ser para vosotros y para todos vuestros hermanos y hermanas un signo de esperanza que recuerde que el Señor se presenta a cada uno en su camino, a menudo de manera misteriosa e inesperada, como se presentó a san Pablo en el camino de Damasco, envolviéndolo con su luz resplandeciente.

Que el Resucitado, cuya Pascua este año hemos celebrado juntos todos los cristianos, nos conceda el don de la comunión en la caridad. Amén.



SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN DE TRES SIERVOS DE DIOS EN MALTA



Miércoles 9 de mayo de 2001

1438 "Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres" (Ps 107,15).

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría he vuelto a esta isla tan querida para san Pablo, el Apóstol de los gentiles, y siempre querida para el Sucesor de Pedro. Esta visita concluye mi peregrinación jubilar, que sigue en espíritu la historia de la salvación, desde la tierra de Abraham, pasando por el Sinaí, donde Dios entregó los diez Mandamientos, hasta Tierra Santa, donde tuvieron lugar los grandes acontecimientos de la redención. Ahora, tras las huellas de san Pablo, he vuelto a vosotros, amados habitantes de Malta.

La llegada del Apóstol a vuestras playas fue dramática. San Lucas nos ha narrado el viaje accidentado y la desesperación de la tripulación y de los pasajeros cuando el barco encalló y comenzó a deshacerse (cf. Hch Ac 27,39-44). Hemos escuchado sus palabras: "Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta" (Ac 28,1). Gracias a la divina Providencia, Malta recibió el Evangelio en los primeros tiempos del cristianismo. "Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres" (Ps 107,15).

2. Reunidos en la plaza de los Graneros de Floriana, en torno al altar del sacrificio del Señor, el Obispo de Roma se une a vuestra alabanza a la santísima Trinidad por vuestro testimonio del Evangelio a lo largo de los siglos. Fieles a vuestro padre en la fe, el apóstol san Pablo, sois conocidos en la Iglesia por vuestra devoción y vuestro celo misionero. Malta tiene una magnífica herencia cristiana, de la que con razón os sentís orgullosos, pero esta herencia es también un don que implica gran responsabilidad (cf. Lc Lc 12,48).

En su segunda carta a Timoteo, san Pablo dice a su colaborador: "Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos. (...) Si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él" (2Tm 2,8-12). Los dos hijos y la hija adoptiva de Malta que he beatificado hoy tomaron muy en serio estas palabras. Toda la Iglesia se alegra con vosotros, porque entre la multitud de santos y santas de todas las clases sociales en la historia de Malta, estos tres han sido elegidos para ser venerados e imitados de modo particular. Desde el cielo nos acompañan en nuestra peregrinación en la tierra, y con su intercesión ante el trono de Dios nos ayudan a escalar las cumbres de la santidad, que ellos alcanzaron por la gracia del Espíritu Santo.

3. Desde su muerte, en 1962, poco antes de la apertura del concilio Vaticano II, el beato Jorge Preca ha gozado de fama de santidad, tanto en Malta como en los lugares donde se han establecido los malteses. Don Jorge fue un pionero en el campo de la catequesis y en la promoción del papel de los laicos en el apostolado, que luego el Concilio subrayó de manera particular. Por eso, llegó a ser como un segundo padre de Malta en la fe. Con mansedumbre y humildad, y aprovechando plenamente los talentos de inteligencia y corazón que Dios le había concedido, don Jorge hizo suyas las palabras de san Pablo a Timoteo: "Cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros" (2Tm 2,2). La Sociedad de la Doctrina Cristiana, que él fundó, prosigue su obra de testimonio y evangelización en estas islas y en otras partes.

No lejos de aquí el joven seminarista Jorge Preca escuchó las palabras proféticas de un sacerdote guía: "Jorge, cuando crezcas, muchos que temen a Dios se reunirán en torno a ti. Serás una bendición para ellos, y ellos lo serán para ti". Hoy la Iglesia en Malta llama a Jorge Preca "beato", porque reconoce que para ella es una fuente local de luz y fuerza. En sus escritos sobre la mansedumbre -su libro La escuela de la mansedumbre y su Carta-, don Jorge exhorta a sus amigos cristianos a seguir el ejemplo del Señor crucificado, perdonando todas las ofensas (cf. Lc Lc 23,34). ¿No se trata de un mensaje de respeto mutuo y de perdón muy necesario hoy en Malta y en el mundo? Sí, la mansedumbre de las bienaventuranzas tiene el poder de transformar la familia, los lugares de trabajo, las escuelas, las ciudades y las aldeas, la política y la cultura. Puede cambiar el mundo. "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra" (Mt 5,5).

Magister, utinam sequatur evangelium universus mundus (Maestro, que todo el mundo siga el Evangelio): la oración del beato don Jorge refleja perfectamente el mandato misionero del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, (...), enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20). Durante el año del gran jubileo toda la Iglesia experimentó de nuevo la eterna misericordia amorosa del Padre, que envió a su Hijo unigénito para nuestra salvación. La capacidad de don Jorge de comunicar la novedad del mensaje cristiano hizo de él un gran apóstol.
¿No necesita Malta precisamente esto: sacerdotes, religiosos, catequistas y maestros que proclamen con pasión la buena nueva de lo que el Padre ha hecho por nosotros en Cristo? En el alba de un nuevo milenio, la Iglesia te mira a ti, Malta, para que vivas con más fervor aún tu vocación apostólica y misionera. Toda la Iglesia os mira.

4. El siervo de Dios Ignacio Falzon también tuvo un gran celo por predicar el Evangelio y enseñar la fe católica. También él puso sus numerosos talentos y su formación intelectual al servicio de la labor catequística. El apóstol san Pablo escribió: "cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues Dios ama al que da con alegría" (2Co 9,7). El beato Ignacio dio con abundancia y alegría; y la gente no sólo vio en él una energía ilimitada, sino también una paz y una alegría profundas. Renunció al éxito mundano, para el que su educación lo había preparado, a fin de servir al bien espiritual de los demás, incluidos los numerosos soldados y marineros británicos destacados entonces en Malta. En su relación con ellos, de los cuales sólo algunos eran católicos, anticipó el espíritu ecuménico de respeto y diálogo que hoy os es tan familiar, pero que en aquel tiempo no era muy común.

1439 Ignacio Falzon halló fuerza e inspiración en la Eucaristía, en la oración ante el Tabernáculo, en la devoción a María y el rosario, y en la imitación de san José. A estas fuentes de gracia todos los cristianos pueden acudir. La santidad y el celo por el reino de Dios florecen especialmente donde las parroquias y las comunidades fomentan la oración y la devoción al santísimo Sacramento. Por eso, os exhorto a cultivar vuestras tradiciones de piedad, purificándolas si fuera necesario, y fortaleciéndolas con una instrucción y una catequesis sólidas. No hay mejor modo de honrar la memoria del beato Ignacio Falzon.

5. Sor María Adeodata Pisani, nacida en Italia de padre maltés, llegó aquí a los 19 años, y pasó la mayor parte de su vida como espléndido ejemplo de consagración religiosa benedictina en el monasterio de San Pedro. Sé que algunas religiosas del monasterio no han podido venir, pero siguen esta ceremonia por televisión. A vosotras, queridas religiosas, os envío una especial bendición en este día tan feliz.

Oración, obediencia, servicio a sus hermanas y madurez al realizar las tareas que se le asignaban, fueron las características de la vida silenciosa y santa de María Adeodata. Escondida en el corazón de la Iglesia, se sentaba a los pies del Señor y escuchaba su enseñanza (cf. Lc
Lc 10,39), saboreando las cosas que duran para siempre (cf. Col Col 3,2). Con su oración, su trabajo y su amor se convirtió en una fuente de fecundidad espiritual y misionera, sin la cual la Iglesia no puede predicar el Evangelio según el mandato de Cristo, porque la misión y la contemplación se necesitan absolutamente la una a la otra (cf. Novo millennio ineunte NM 16).

El ejemplo santo de sor María Adeodata contribuyó ciertamente a promover la renovación de la vida religiosa en su monasterio. Por este motivo, deseo encomendar a su intercesión una intención especial de mi corazón. En los últimos tiempos se ha hecho mucho para adaptar la vida religiosa a las nuevas situaciones actuales, y se pueden constatar los beneficios en la vida de muchos religiosos y religiosas. Pero es necesario un renovado aprecio de las razones teológicas más profundas de esta forma especial de consagración.Esperamos aún una plena puesta en práctica de la enseñanza del concilio Vaticano II sobre el valor trascendente del amor especial a Dios y al prójimo que lleva a una vida de acuerdo con los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Recomiendo a todos los hombres y mujeres consagrados el ejemplo de madurez y responsabilidad personal tan admirablemente evidente en la vida de la beata Adeodata.

6. En la vigilia de Pentecostés la archidiócesis de Malta inaugurará su asamblea sinodal, y en Gozo el obispo Cauchi ha comenzado una nueva visita pastoral. Espero fervientemente que estas y otras iniciativas contribuyan a promover la imagen de Iglesia que el concilio Vaticano II propuso: una comunión de todo el pueblo de Dios; es la imagen que la "nueva evangelización" exige que compartan los católicos malteses. En esta comunión hay diversas funciones y ministerios, pero todos están llamados a colaborar para que se extienda el reino de Cristo, un reino de justicia, de paz y de amor. Que la intercesión de los nuevos beatos impulse a la Iglesia en Malta a caminar con confianza hacia una nueva era de unidad y responsabilidad compartida entre el clero, los religiosos y los laicos. Esto dará a los católicos malteses el nuevo estímulo que les permita entrar con confianza en el milenio que empieza, recogiendo los abundantes frutos espirituales del gran jubileo del año 2000.

¡Malta, Malta! Es mucho lo que has recibido del ministerio de san Pablo y del testimonio de los beatos don Jorge Preca, Ignacio Falzon y María Adeodata. Mientras avanzas hacia el futuro, sé fiel a la herencia que te han dejado. Sigue a Cristo con corazón indiviso, y nunca tengas miedo de anunciar la verdad que salva y los valores que llevan a la vida. La Virgen María, Madre del Verbo encarnado, te acompañe y proteja siempre, de modo que nunca dejes de dar gracias "al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres" (Ps 107,15).

¡Viva el beato Jorge Preca!
¡Viva el beato Ignacio Falzon!
¡Viva la beata María Adeodata Pisani!
Amén.

1440 Palabras al final de la misa de beatificación

Querido presidente Di Marco;
arzobispo Mercieca;
obispo Cauchi,
obispo Depasquale;
querido pueblo de Malta y de Gozo:

Que el Señor os recompense vuestra amabilidad y vuestro amor.

Deseo agradeceros vuestra participación devota en esta liturgia.

Con oraciones y cantos hemos compartido la gran alegría de la Iglesia al declarar beatos a dos hijos de estas islas y a una religiosa que pasó la mayor parte de su vida aquí, con una consagración ejemplar.

Al volver a casa, llevad la bendición del Papa a vuestros seres queridos y a vuestros vecinos que no han podido estar aquí.

En particular, deseo saludar con afecto y solidaridad a las personas que, aunque no se hallan presentes aquí físicamente, están unidas espiritualmente a nosotros.

1441 Envío un saludo cordial a los habitantes de la isla de Gozo, que esta vez no he podido visitar.

Envío un saludo especial a las monjas de las seis comunidades religiosas de clausura. Sé que oran a diario por el Papa. Queridas religiosas, os lo agradezco y os pido que sigáis siendo pilares espirituales de la Iglesia.

Recuerdo a los ancianos y me siento muy cerca de ellos. A los enfermos les digo: tened esperanza y sed fuertes. Podéis contribuir mucho a la obra redentora de Cristo, uniendo vuestros sufrimientos a los del Señor crucificado.

Ahora, con particular afecto, saludo a los detenidos en el centro penitenciario Corradino. Sé que, junto con vuestros familiares y amigos, teníais un gran deseo de recibir la visita del Papa en recuerdo de san Pablo, el Apóstol prisionero. Pero no ha sido posible. Os abrazo espiritualmente a todos, e invoco sobre vosotros abundantes gracias divinas. Dios os bendiga a todos.

Hoy, una vez más, nos llegan de Tierra Santa tristes noticias de terrible violencia incluso contra jóvenes inocentes. Todos debemos intensificar nuestras oraciones por la paz en la tierra de Jesús.

¡Alabado sea Jesucristo!



B. Juan Pablo II Homilías 1434