B. Juan Pablo II Homilías 1493


MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS

COMO PREPARACIÓN A LA NAVIDAD




Martes 11 de diciembre de 2001



1. "Como un pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne" (Is 40,11).

La primera lectura que se acaba de proclamar en nuestra asamblea nos ha vuelto a proponer el inicio de lo que comúnmente se llama "Libro de la consolación". Al pueblo elegido, obligado a vivir en el exilio, el profeta, conocido con el nombre de "segundo Isaías", le anuncia el fin de los sufrimientos y el regreso a su tierra.

Este anuncio de esperanza se abre con la invitación: "Consolad, consolad a mi pueblo" (Is 40,1). Sigue una proclamación gozosa de la intervención decisiva de Yahveh, que vendrá a liberar a su pueblo: "Mirad, Dios, el Señor, llega con poder" (Is 40,10).

"¡Aquí está vuestro Dios!". Es preciso prepararse para encontrarse con él. Es necesario preparar el camino al Señor (cf. Is Is 40,3), porque viene a liberar a los suyos, oprimidos por la esclavitud. Viene presuroso y solícito a buscar la oveja perdida.

1494 Las palabras del profeta se cumplen en la figura de Cristo, el buen Pastor, del que la página evangélica de hoy ofrece una breve descripción. En Cristo Dios no sólo sale al encuentro del hombre, sino que lo busca con conmovedora intensidad de amor.

2. "Mirad: Dios, el Señor, llega con poder" (
Is 40,10).

En el clima de Adviento, que estamos viviendo, la afirmación del profeta tiene un eco aún más amplio y significativo. El Adviento es el tiempo de la espera vigilante del Mesías, que "llega con poder" a liberar a su pueblo, y al que acogeremos dentro de pocos días en la pobreza de Belén.
Vendrá como Rey victorioso al final de los tiempos, pero ya ahora, constantemente, "viene a renovar el mundo". Debemos aprender a escrutar los "signos" de su presencia en los acontecimientos de la historia.

La liturgia de este tiempo nos invita a buscarlo y a descubrir que está cerca de nosotros aun cuando nos alejamos de él siguiendo senderos efímeros e ilusorios. Si lo buscamos, es porque antes él nos ha buscado y ha encontrado. Por eso, frente a las situaciones difíciles, en los momentos oscuros de la existencia, no faltan jamás la esperanza y la alegría en el corazón de los creyentes.

3. Con estos sentimientos os saludo: señor ministro de Educación, amadísimos rectores, profesores y alumnos de diversas universidades romanas, italianas y europeas, aquí presentes. Os acojo con afecto y doy a cada uno mi cordial bienvenida, agradeciendo en particular al profesor Mario Arcelli, rector de la LUISS, y a la joven universitaria, las palabras que me han dirigido al inicio de la celebración, interpretando los sentimientos de los profesores y alumnos.

Este tradicional encuentro con el mundo universitario, que se realiza poco antes de Navidad, constituye siempre para mí una grata y esperada ocasión para aprovechar la riqueza de reflexión y esperanza de que son portadoras las nuevas generaciones universitarias. Agradezco a los rectores y a los profesores la contribución que dan a la formación de los jóvenes. Os agradezco cordialmente a vosotros, queridos jóvenes, vuestra presencia, y os deseo que realicéis felizmente los estudios y proyectos que cultiváis en vuestro corazón.

Permitidme que os repita una vez más, especialmente a vosotros: "¡No tengáis miedo!". "Remad mar adentro" e id con confianza al encuentro de Jesús, porque en él seréis libres y estaréis seguros, incluso cuando los caminos de la vida resultan abruptos e insidiosos. Fiaos de él, jóvenes universitarios de diversas naciones europeas. Acogerlo significa abrirle la riqueza de cada cultura y nación, exaltando su originalidad, en el dinamismo de un diálogo fecundo y en la articulación armoniosa de las diversidades.

4. "Una voz dice: "¡Grita!"" (Is 40,6). Esta exhortación del profeta resuena con singular vigor en nuestra asamblea litúrgica. Se dirige a vosotros, que formáis el mundo de las universidades y de la cultura. Queridos amigos, también vosotros debéis gritar. En efecto, no se puede callar la verdad de Cristo. Exige ser anunciada sin arrogancia, pero con firmeza y valentía. Esta es la parresía de la que habla el Nuevo Testamento, la cual debe caracterizar también el compromiso cultural de los cristianos.

¡Gritad, jóvenes universitarios, con el testimonio de vuestra fe! No os contentéis con una vida mediocre, sin impulsos ideales, orientada sólo a conseguir el provecho individual inmediato.
Trabajad por una universidad digna del hombre, que sepa ponerse también hoy al servicio de la sociedad de modo crítico.

1495 Europa necesita una nueva vitalidad intelectual. Una vitalidad que proponga proyectos de vida austera, capaz de compromiso y sacrificio, sencilla en sus aspiraciones legítimas, clara en sus realizaciones y transparente en sus comportamientos. Es necesaria una nueva valentía del pensamiento, libre y creativo, dispuesto a aceptar, desde la perspectiva de la fe, las exigencias y los desafíos que surgen de la vida, para mostrar con claridad las verdades últimas del hombre.

5. Queridos hermanos y hermanas, procedéis de diferentes naciones de Europa, de Oriente y Occidente. Sois como un símbolo de la Europa que debéis construir juntos. Pero para cumplir esta ardua misión necesitáis la paciencia y la tenacidad del pastor que busca la oveja perdida, de la que habla el pasaje evangélico de san Mateo, que se acaba de proclamar.

Una búsqueda incansable, que no se desanima jamás aunque sean escasos los resultados, ni se paraliza por las inevitables y a veces crecientes incomprensiones y oposiciones. Una búsqueda inteligente y apasionada, como de quien conoce y ama. Para el pastor, la oveja perdida no es una entre cien; es como si fuera la única: la llama por su nombre y reconoce su voz. En una palabra, la ama. Así actúa Dios con nosotros. El hombre de hoy necesita reconocer la voz de Cristo, el verdadero Pastor que da la vida por sus ovejas. Por tanto, sed apóstoles capaces de acercar las almas al Señor, ayudándoles a experimentar el consolador abrazo de su redención.

6. "Toda carne es hierba y su belleza como flor del campo" (
Is 40,6).

La liturgia del Adviento proyecta nuestra mirada hacia las verdades eternas que iluminan de sano realismo las vicisitudes diarias. Desde este punto de vista, esas palabras del profeta resuenan como una invitación a no ceder a los espejismos de un progreso que no corresponde al designio divino.
En efecto, por asombroso que sea el desarrollo científico y tecnológico moderno, y por prometedor que parezca para el futuro de la humanidad, trae consigo a veces sombras terroríficas de destrucción y muerte, como ha acontecido también en tiempos recientes. Es necesario respetar los límites insuperables que fijan las referencias morales. Cuando el hombre pierde el sentido del límite y se erige en legislador del universo, olvida que es como la hierba y la flor del campo, cuya duración es breve.

Que la luz divina ilumine a cuantos trabajan en el importante campo de la investigación y del progreso, para que se acerquen al hombre y a la creación con humildad y sabiduría. Ojalá que los estudiosos y los científicos sean siempre conscientes de la alta misión que la Providencia les confía. Amadísimos hermanos y hermanas, cooperad también vosotros en esta exaltante misión. Al investigar los secretos del cosmos y del ser humano, os acercáis cada vez más al insondable misterio de Dios.

Que os sostenga la intercesión constante de María, Sedes sapientiae y Madre solícita. Que ella os guíe en la búsqueda de la verdad y del bien, siempre con actitud de dócil escucha, como ella, de la palabra vivificadora de Dios.

¡Feliz Navidad a todos!



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE SANTA MARÍA JOSEFA DEL CORAZÓN DE JESÚS




Domingo 16 de diciembre de 2001


1. "El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa" (Is 35,1).
1496 Una insistente invitación a la alegría caracteriza la liturgia de este tercer domingo de Adviento, llamado domingo "Gaudete", porque precisamente "Gaudete" es la primera palabra de la antífona de entrada. "Regocijaos", "alegraos". Además de la vigilancia, la oración y la caridad, el Adviento nos invita a la alegría y al gozo, porque ya es inminente el encuentro con el Salvador.

En la primera lectura, que acabamos de escuchar, encontramos un verdadero himno a la alegría. El profeta Isaías anuncia las maravillas que el Señor realizará en favor de su pueblo, liberándolo de la esclavitud y conduciéndolo de nuevo a su patria. Con su venida, se realizará un éxodo nuevo y más importante, que hará revivir plenamente la alegría de la comunión con Dios.

Para los que están desanimados y han perdido la esperanza resuena la "buena nueva" de la salvación: "Gozo y alegría seguirán a los rescatados del Señor. Pena y aflicción se alejarán" (cf. Is
Is 35,10).

2. "Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios. (...) Viene a salvaros" (Is 35,4). ¡Cuánta confianza infunde esta profecía mesiánica, que permite vislumbrar la verdadera y definitiva liberación, realizada por Jesucristo. En efecto, en la página evangélica que ha sido proclamada en nuestra asamblea, Jesús, respondiendo a la pregunta de los discípulos de Juan Bautista, se aplica a sí mismo lo que había afirmado Isaías: él es el Mesías esperado: "Id a anunciar a Juan -dice- lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena nueva" (Mt 11,4-5).

Aquí radica la razón profunda de nuestra alegría: en Cristo se cumplió el tiempo de la espera. Dios realizó finalmente la salvación para todo hombre y para la humanidad entera. Con esta íntima convicción nos preparamos para celebrar la fiesta de la santa Navidad, acontecimiento extraordinario que vuelve a encender en nuestro corazón la esperanza y el gozo espiritual.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa María Josefa del Corazón de Jesús, la alegría de estar en medio de vosotros, hoy, cobra una intensidad particular. Es la alegría de poder encontrarme con la 300ª comunidad parroquial de la amada Iglesia de Roma. Desde el comienzo de mi pontificado ha sido importante para mí ejercer el ministerio de Obispo de Roma, también, y tal vez sobre todo, visitando las comunidades parroquiales de la diócesis.

Saludo y doy las gracias de modo particular al cardenal vicario que, junto con el monseñor vicegerente y los obispos auxiliares, me ha acompañado durante estos encuentros dominicales. No puedo menos de recordar aquí con gran afecto al cardenal Ugo Poletti, que en paz descanse, a los prelados que han dado su valiosa colaboración al servicio de la diócesis y a los numerosos párrocos y cooperadores parroquiales, así como a los miles de fieles con los que me he encontrado en mi peregrinación por los barrios de nuestra metrópoli. He querido expresar estos sentimientos en la carta que, con esta ocasión, he dirigido al cardenal vicario y, a través de él, a toda la comunidad diocesana, para compartir con todos y cada uno la alegría de un acontecimiento tan singular. ¡Cuánta riqueza de bien, de fervor espiritual y de iniciativas pastorales, apostólicas y caritativas he podido encontrar durante estas visitas! ¡Cuánta riqueza! Cada una de ellas ha sido para mí una ocasión privilegiada para dar y recibir aliento. A la vez que deseo continuar esta enriquecedora experiencia pastoral, yendo a las otras parroquias que esperan aún el encuentro con su Pastor, doy gracias a Dios por la misión que me ha confiado. Me ha llamado a ser Sucesor del apóstol san Pedro, Obispo de la Iglesia de Roma, de esta Iglesia que preside la comunión universal de la caridad (cf. san Ignacio de Antioquía, Carta a los romanos, Intr.). Os pido vuestra oración para saber corresponder de modo adecuado a esta tarea.

4. Amadísimos hermanos y hermanas de esta parroquia, ¡gracias por vuestra acogida! Os saludo con gran afecto. Saludo al párroco, padre Angelo De Caro, y a los misioneros monfortanos que colaboran con él en la guía de la comunidad. Con particular cordialidad doy las gracias a quienes, en vuestro nombre, me han dado la bienvenida, al comienzo de la celebración. Saludo a los fieles laicos más comprometidos en la animación de la parroquia, a los jóvenes, a las familias, a los enfermos, a los ancianos y a todos los residentes en esta zona periférica de la ciudad en constante expansión.

Saludo y doy las gracias a la Congregación de las Siervas de Jesús de la Caridad que, con generoso y auténtico sentido eclesial, han hecho posible la construcción de esta nueva iglesia, consagrada el pasado 27 de enero, y dedicada a su fundadora, santa María Josefa del Corazón de Jesús.

El ejemplo de esta santa, que vivió animada por un intenso amor a la Eucaristía y a los hermanos que atravesaban dificultades, os sirva de estímulo a vosotras, queridas hermanas, para crecer en la devoción a la Eucaristía y en la acogida de los hermanos ancianos, enfermos y necesitados.

Os sirva de estímulo también a vosotros, queridos parroquianos, para trabajar incesantemente a fin de que vuestro barrio se convierta en un ambiente realmente humano, de forma que se reduzcan los peligros de desviación y marginación, que por desgracia son muy generalizados especialmente en las grandes ciudades.

1497 5. La diócesis de Roma recuerda hoy el compromiso en favor de la construcción de nuevas iglesias, y aquí podemos palpar los beneficios que puede aportar a toda la zona un complejo parroquial orgánico. En efecto, en vuestro barrio la iglesia constituye un providencial centro de encuentro, donde os formáis en la escucha de Dios y en el servicio al prójimo; aquí se cultiva un generoso impulso misionero y vocacional, que implica en primer lugar a los jóvenes, con una atención constante a las exigencias locales y a los desafíos mundiales. Ojalá que el meritorio esfuerzo que realiza el Vicariato para dotar a todos los barrios de un centro pastoral bien equipado cuente con la generosa solidaridad de cada parroquia, especialmente de las que disponen de más recursos, así como de las congregaciones, de los institutos religiosos y las instituciones públicas y privadas.

6. "Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor" (
Jc 5,7).

El Adviento nos invita a la alegría, pero, al mismo tiempo, nos exhorta a esperar con paciencia la venida ya próxima del Salvador. Nos exhorta a no desalentarnos, superando todo tipo de adversidades, con la certeza de que el Señor no tardará en venir.

Esta paciencia vigilante, como subraya el apóstol Santiago en la segunda lectura, favorece la consolidación de sentimientos fraternos en la comunidad cristiana. Al reconocerse humildes, pobres y necesitados de la ayuda de Dios, los creyentes se unen para acoger a su Mesías que está a punto de venir. Vendrá en el silencio, en la humildad y en la pobreza del pesebre, y a quien le abra el corazón le traerá su alegría.

Por tanto, avancemos con alegría y generosidad hacia la Navidad. Hagamos nuestros los sentimientos de María, que esperó en oración y en silencio al Redentor y preparó con cuidado su nacimiento en Belén. ¡Feliz Navidad!



MISA DE MEDIANOCHE

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Navidad, 24 diciembre de 2001

1. "Populus, quí ambulabat in tenebris, vidit lucem magnam - El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una luz grande" (Is 9,1).


Todos los años escuchamos estas palabras del profeta Isaías, en el contexto sugestivo de la conmemoración litúrgica del nacimiento de Cristo. Cada año adquieren un nuevo sabor y hacen revivir el clima de expectación y de esperanza, de estupor y de gozo, que son típicos de la Navidad.

Al pueblo oprimido y doliente, que caminaba en tinieblas, se le apareció "una gran luz". Sí, una luz verdaderamente "grande", porque la que irradia de la humildad del pesebre es la luz de la nueva creación.Si la primera creación empezó con la luz (cf. Gn Gn 1,3), mucho más resplandeciente y "grande" es la luz que da comienzo a la nueva creación: ¡es Dios mismo hecho hombre!

La Navidad es acontecimiento de luz, es la fiesta de la luz: en el Niño de Belén, la luz originaria vuelve a resplandecer en el cielo de la humanidad y despeja las nubes del pecado. El fulgor del triunfo definitivo de Dios aparece en el horizonte de la historia para proponer a los hombres un nuevo futuro de esperanza.

2. "Habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló" (Is 9,1).

1498 El anuncio gozoso que se acaba de proclamar en nuestra asamblea vale también para nosotros, hombres y mujeres en el alba del tercer milenio. La comunidad de los creyentes se reúne en oración para escucharlo en todas las regiones del mundo. Tanto en el frío y la nieve del invierno como en el calor tórrido de los trópicos, esta noche es Noche Santa para todos.

Esperado por mucho tiempo, irrumpe por fin el resplandor del nuevo Día.¡El Mesías ha nacido, el Enmanuel, Dios con nosotros! Ha nacido Aquel que fue preanunciado por los profetas e invocado constantemente por cuantos "habitaban en tierras de sombras". En el silencio y la oscuridad de la noche, la luz se hace palabra y mensaje de esperanza.

Pero, ¿no contrasta quizás esta certeza de fe con la realidad histórica en que vivimos? Si escuchamos las tristes noticias de las crónicas, estas palabras de luz y esperanza parecen hablar de ensueños. Pero aquí reside precisamente el reto de la fe, que convierte este anuncio en consolador y, al mismo tiempo, exigente. La fe nos hace sentirnos rodeados por el tierno amor de Dios, a la vez que nos compromete en el amor efectivo a Dios y a los hermanos.

3. "Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres" (
Tt 2,11).

En esta Navidad, nuestros corazones están preocupados e inquietos por la persistencia en muchas regiones del mundo de la guerra, de tensiones sociales y de la penuria en que se encuentran muchos seres humanos. Todo buscamos una respuesta que nos tranquilice.

El texto de la Carta a Tito que acabamos de escuchar nos recuerda cómo el nacimiento del Hijo unigénito del Padre "trae la salvación" a todos los rincones del planeta y a cada momento de la historia. Nace para todo hombre y mujer el Niño llamado "Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz" (Is 9,5). Él tiene la respuesta que puede disipar nuestros miedos y dar nuevo vigor a nuestras esperanzas.

Sí, en esta noche evocadora de recuerdos santos, se hace más firme nuestra confianza en el poder redentor de la Palabra hecha carne. Cuando parecen prevalecer las tinieblas y el mal, Cristo nos repite: ¡no temáis! Con su venida al mundo, Él ha derrotado el poder del mal, nos ha liberado de la esclavitud de la muerte y nos ha readmitido al convite de la vida.

Nos toca a nosotros recurrir a la fuerza de su amor victorioso, haciendo nuestra su lógica de servicio y humildad. Cada uno de nosotros está llamado a vencer con Él "el misterio de la iniquidad", haciéndose testigo de la solidaridad y constructor de la paz. Vayamos, pues, a la gruta de Belén para encontrarlo, pero también para encontrar, en Él, a todos los niños del mundo, a todo hermano lacerado en el cuerpo u oprimido en el espíritu.

4. Los pastores "se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho" (Lc 2,17).

Al igual que los pastores, también nosotros hemos de sentir en esta noche extraordinaria el deseo de comunicar a los demás la alegría del encuentro con este "Niño envuelto en pañales", en el cual se revela el poder salvador del Omnipotente. No podemos limitarnos a contemplar extasiados al Mesías que yace en el pesebre, olvidando el compromiso de ser sus testigos.

Hemos de volver de prisa a nuestro camino. Debemos volver gozosos de la gruta de Belén para contar por doquier el prodigio del que hemos sido testigos. ¡Hemos encontrado la luz y la vida! En Él se nos ha dado el amor.

1499 5. "Un Niño nos ha nacido..."

Te acogemos con alegría, Omnipotente Dios del cielo y de la tierra, que por amor te has hecho Niño "en Judea, en la ciudad de David, que se llama Belén" (cf. Lc
Lc 2,4).

Te acogemos agradecidos, nueva Luz que surges en la noche del mundo.

Te acogemos como a nuestro hermano, "Príncipe de la paz", que has hecho "de los dos pueblos una sola cosa" (Ep 2,14).

Cólmanos de tus dones, Tú que no has desdeñado comenzar la vida humana como nosotros. Haz que seamos hijos de Dios, Tú que por nosotros has querido hacerte hijo del hombre (cf. S. Agustín, Sermón 184).

Tú, "Maravilla de Consejero", promesa segura de paz; Tú, presencia eficaz del "Dios poderoso"; Tú, nuestro único Dios, que yaces pobre y humilde en la sombra del pesebre, acógenos al lado de tu cuna.

¡Venid, pueblos de la tierra y abridle las puertas de vuestra historia! Venid a adorar al Hijo de la Virgen María, que ha venido entre nosotros en esta noche preparada por siglos.

Noche de alegría y de luz.

¡Venite, adoremus!




AL FINAL DEL CANTO DEL "TEDEUM" Y DE LAS VÍSPERAS

Lunes 31 de diciembre de 2001



1. "Señor, ¿es este el tiempo?": ¡cuántas veces el hombre se hace esta pregunta, especialmente en los momentos dramáticos de la historia! Siente el vivo deseo de conocer el sentido y la dinámica de los acontecimientos individuales y comunitarios en los que se encuentra implicado. Quisiera saber "antes" lo que sucederá "después", para que no lo tome por sorpresa.

1500 También los Apóstoles tuvieron este deseo. Pero Jesús nunca secundó esta curiosidad. Cuando le hicieron esa pregunta, respondió que sólo el Padre celestial conoce y establece los tiempos y los momentos (cf. Hch Ac 1,7). Pero añadió: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos (...) hasta los confines de la tierra" (Ac 1,8), es decir, los invitó a tener una actitud "nueva" con respecto al tiempo.

Jesús nos exhorta a no escrutar inútilmente lo que está reservado a Dios -que es, precisamente, el curso de los acontecimientos-, sino a utilizar el tiempo del que cada uno dispone -el presente-, difundiendo con amor filial el Evangelio en todos los rincones de la tierra. Esta reflexión es muy oportuna también para nosotros, al concluir un año y a pocas horas del inicio del año nuevo.

2. "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4,4). Antes del nacimiento de Jesús, el hombre estaba sometido a la tiranía del tiempo, como el esclavo que no sabe lo que piensa su amo. Pero cuando "el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros" (Jn 1,14), esta perspectiva cambió totalmente.

En la noche de Navidad, que celebramos hace una semana, el Eterno entró en la historia, el "todavía no" del tiempo, medido por el devenir inexorable de los días, se unió misteriosamente con el "ya" de la manifestación del Hijo de Dios. En el insondable misterio de la Encarnación, el tiempo alcanza su plenitud. Dios abraza la historia de los hombres en la tierra para llevarla a su cumplimiento definitivo.

Por tanto, para nosotros, los creyentes, el sentido y el fin de la historia y de todas las vicisitudes humanas están en Cristo. En él, Verbo eterno hecho carne en el seno de María, la eternidad nos envuelve, porque Dios ha querido hacerse visible, revelando el fin de la historia misma y el destino de los esfuerzos de todas las personas que viven en la tierra.

Precisamente por eso en esta liturgia, mientras nos despedimos del año 2001, sentimos la necesidad de renovar, con íntima alegría, nuestra gratitud a Dios que, en su Hijo, nos ha introducido en su misterio dando inicio al tiempo nuevo y definitivo.

3. Te Deum laudamus; te Dominum confitemur.
Con estas palabras del antiguo himno elevamos a Dios la expresión de nuestra profunda gratitud por el bien que nos ha concedido a lo largo de los doce meses pasados.

Mientras desfilan ante nuestros ojos los numerosos acontecimientos del año 2001, quisiera saludar con afecto al cardenal vicario, acompañado por los obispos auxiliares y numerosos párrocos, mis valiosos colaboradores en el servicio pastoral en la Iglesia de Roma. Extiendo mi saludo al señor alcalde y a los miembros de la Junta y del Concejo, así como a las demás autoridades presentes y a cuantos están aquí en representación de las diversas instituciones ciudadanas.

Desde esta basílica, tan querida para los romanos, envío mi saludo y mi felicitación a toda la población de la ciudad y, de modo especial, a cuantos pasan estos días de fiesta en medio de privaciones y dificultades. A todos aseguro mi recuerdo, así como mi intensa y ferviente oración, a la vez que invito a cada uno a proseguir con tesón su camino, confiando en la Providencia, siempre amorosa en sus misteriosos designios.

4. Resuena aún en nuestra ciudad el eco del gran jubileo, que ha marcado profundamente la vida de Roma y de sus habitantes, derramando en la comunidad de los creyentes una gran riqueza de gracia. La Asamblea diocesana de junio de 2001, preparada esmeradamente en las parroquias y en las realidades eclesiales, ha vuelto a proponer el compromiso de la misión permanente como objetivo al que es preciso tender con decisión durante estos años, según las indicaciones de la carta apostólica Novo millennio ineunte y del programa pastoral diocesano, que se inspira en ella.
1501 Roma siente una constante necesidad de anunciar y encontrar a Cristo en la escucha de su palabra, en la Eucaristía y en la caridad. Por tanto, es preciso que aumente el celo apostólico en el corazón de los sacerdotes, de los religiosos, de las religiosas y de los numerosos laicos que han aceptado su llamada a ser testigos del Señor en las familias y en los lugares de trabajo.

A todos repito lo que escribí en el mensaje enviado a la Asamblea diocesana del pasado mes de junio: "Remad mar adentro para llevar el anuncio del Evangelio a los hogares, los ambientes y los barrios, (...) a toda la ciudad" (n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de junio de 2001, p. 2).

Ojalá que cada comunidad cristiana sea escuela de oración y gimnasio de santidad, una familia de familias, donde la acogida del Señor y la fraternidad vivida en torno a la Eucaristía se traduzcan en el impulso de una renovada evangelización.

5. Hay otro gran objetivo, relacionado con la misión permanente, indicado por el programa pastoral diocesano y que será objeto de singular reflexión en la Asamblea diocesana de junio de 2002: la pastoral vocacional.

Cada parroquia y comunidad está llamada a la oración constante, para que el Señor envíe obreros a su mies, y a una dinámica y confiada labor de formación de los jóvenes y las familias, a fin de que se comprenda la llamada de Dios en su fuerza liberadora y se la acoja con alegría y gratitud.

Me dirijo sobre todo a vosotros, queridos párrocos y queridos sacerdotes, para que la alegría de ser ministros de Cristo y la generosidad del servicio a la Iglesia se manifiesten siempre con evidencia en vuestra vida. Se trata de una condición importante para la eficacia de la pastoral vocacional. En la base de toda vocación sacerdotal y religiosa hay casi siempre un sacerdote que, con su ejemplo y su dirección espiritual, ha introducido y acompañado a la persona que buscaba por el camino del "don" y del "misterio".

6. Te Deum laudamus! Esta tarde, de nuestro corazón agradecido se eleva este canto de alabanza y de acción de gracias. Acción de gracias por los beneficios recibidos, por las metas apostólicas alcanzadas y por el bien realizado. Quisiera dar gracias, de modo especial, por las trescientas parroquias de nuestra ciudad que he podido visitar hasta ahora. Pido a Dios la fuerza para proseguir, hasta que él quiera, el servicio fiel a la Iglesia de Roma y al mundo entero.

Sin embargo, amadísimos hermanos y hermanas, al final de un año es particularmente necesario tomar conciencia también de nuestras debilidades y de los momentos en que no hemos sido plenamente fieles al amor de Dios. Pidamos perdón al Señor por nuestras faltas y omisiones: Miserere nostri, Domine, miserere nostri. Sigamos abandonándonos con confianza a la bondad del Señor. Él no dejará de tener misericordia con nosotros y de ayudarnos a proseguir nuestro compromiso apostólico.

7. In Te, Domine, speravi: non confundar in aeternum! Confiamos y nos abandonamos en tus manos, Señor del tiempo y de la eternidad. Tú eres nuestra esperanza: la esperanza de Roma y del mundo, el apoyo de los débiles y el consuelo de los extraviados, la alegría y la paz de quien te acoge y te ama.

Mientras termina este año y la mirada se proyecta ya al nuevo, el corazón se abandona con confianza a tus misteriosos designios de salvación.

Fiat misericordia tua, Domine, super nos, quaemadmodum speravimus in te.

1502 Que tu misericordia esté siempre con nosotros: en ti hemos esperado. Sólo esperamos en ti, oh Cristo, Hijo de la Virgen María, dulce Madre tuya y nuestra.





                                                                      2002



SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS,

Y EN LA XXXV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ



1 de enero de 2002




1. "¡Salve, Madre santa!, Virgen Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos" (cf. Antífona de entrada).

Con este antiguo saludo, la Iglesia se dirige hoy, octavo día después de la Navidad y primero del año 2002, a María santísima, invocándola como Madre de Dios.

El Hijo eterno del Padre tomó en ella nuestra misma carne y, a través de ella, se convirtió en "hijo de David e hijo de Abraham" (Mt 1,1). Por tanto, María es su verdadera Madre: ¡Theotókos, Madre de Dios!

Si Jesús es la vida, María es la Madre de la vida.
Si Jesús es la esperanza, María es la Madre de la esperanza.
Si Jesús es la paz, María es la Madre de la paz, Madre del Príncipe de la paz.

Al entrar en el nuevo año, pidamos a esta Madre santa que nos bendiga. Pidámosle que nos dé a Jesús, nuestra bendición plena, en quien el Padre ha bendecido de una vez para siempre la historia, transformándola en historia de salvación.

2. ¡Salve, Madre santa! Bajo la mirada materna de María se sitúa esta Jornada mundial de la paz. Reflexionamos sobre la paz en un clima de preocupación generalizada a causa de los recientes acontecimientos dramáticos que han sacudido el mundo. Pero, aunque pueda parecer humanamente difícil mirar al futuro con optimismo, no debemos ceder a la tentación del desaliento.
1503 Al contrario, debemos trabajar por la paz con valentía, conscientes de que el mal no prevalecerá.

La luz y la esperanza para este compromiso nos vienen de Cristo. El Niño nacido en Belén es la Palabra eterna del Padre hecha carne por nuestra salvación, es el "Dios con nosotros", que trae consigo el secreto de la verdadera paz. Es el Príncipe de la paz.

3. Con estos sentimientos, saludo con deferencia a los ilustres señores embajadores ante la Santa Sede que han querido participar en esta solemne celebración. Saludo afectuosamente al presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, señor cardenal François Xavier Nguyên Van Thuân, y a todos sus colaboradores, y les agradezco el esfuerzo que realizan a fin de difundir mi Mensaje anual para la Jornada mundial de la paz, que este año tiene como tema: "No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón".

Justicia y perdón: estos son los dos "pilares" de la paz, que he querido poner de relieve. Entre justicia y perdón no hay contraposición, sino complementariedad, porque ambos son esenciales para la promoción de la paz. En efecto, esta, mucho más que un cese temporal de las hostilidades, es una profunda cicatrización de las heridas abiertas que rasgan los corazones (cf. Mensaje, 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2001, p. 7). Sólo el perdón puede apagar la sed de venganza y abrir el corazón a una reconciliación auténtica y duradera entre los pueblos.

4. Dirigimos hoy nuestra mirada al Niño, a quien María estrecha entre sus brazos. En él reconocemos a Aquel en quien la misericordia y la verdad se encuentran, la justicia y la paz se besan (cf. Sal
Ps 84,11). En él adoramos al Mesías verdadero, en quien Dios ha conjugado, para nuestra salvación, la verdad y la misericordia, la justicia y el perdón.

En nombre de Dios renuevo mi llamamiento apremiante a todos, creyentes y no creyentes, para que el binomio "justicia y perdón" caracterice siempre las relaciones entre las personas, entre los grupos sociales y entre los pueblos.

Este llamamiento se dirige, ante todo, a cuantos creen en Dios, en particular a las tres grandes religiones que descienden de Abraham, judaísmo, cristianismo e islam, llamadas a rechazar siempre con firmeza y decisión la violencia. Nadie, por ningún motivo, puede matar en nombre de Dios, único y misericordioso. Dios es vida y fuente de la vida. Creer en él significa testimoniar su misericordia y su perdón, evitando instrumentalizar su santo nombre.

Desde diversas partes del mundo se eleva una ferviente invocación de paz; se eleva particularmente de la Tierra que Dios bendijo con su Alianza y su Encarnación, y que por eso llamamos Santa. "La voz de la sangre" clama a Dios desde aquella tierra (cf. Gn Gn 4,10); sangre de hermanos derramada por hermanos, que se remontan al mismo patriarca Abraham; hijos, como todos los hombres, del mismo Padre celestial.

5. ¡Salve, Madre santa! Virgen hija de Sión, ¡cuánto debe sufrir por esta sangre tu corazón de Madre!

El Niño que estrechas contra tu pecho lleva un nombre apreciado por los pueblos de religión bíblica: Jesús, que significa "Dios salva". Así lo llamó el arcángel antes de que fuera concebido en tu seno (cf. Lc Lc 2,21). En el rostro del Mesías recién nacido reconocemos el rostro de todos tus hijos vilipendiados y explotados. Reconocemos especialmente el rostro de los niños, cualquiera que sea su raza, nación y cultura. Por ellos, oh María, por su futuro, te pedimos que ablandes los corazones endurecidos por el odio, para que se abran al amor, y la venganza ceda finalmente el paso al perdón.

Obtennos, oh Madre, que la verdad de esta afirmación -"No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón"- se grabe en el corazón de todos. Así la familia humana podrá encontrar la paz verdadera, que brota del encuentro entre la justicia y la misericordia.

1504 Madre santa, Madre del Príncipe de la paz, ¡ayúdanos!
Madre de la humanidad y Reina de la paz, ¡ruega por nosotros!



B. Juan Pablo II Homilías 1493