B. Juan Pablo II Homilías 1504


MISA DE ORDENACIÓN EPISCOPAL DE DIEZ PRESBÍTEROS

EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA



Domingo 6 de enero de 2002



1. "Lumen gentium (...) Christus, Cristo es la luz de los pueblos" (Lumen gentium LG 1).
El tema de la luz domina las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía, que antiguamente -y aún hoy en Oriente- estaban unidas en una sola y gran "fiesta de la luz". En el clima sugestivo de la Noche santa apareció la luz; nació Cristo, "luz de los pueblos". Él es el "sol que nace de lo alto" (Lc 1,78), el sol que vino al mundo para disipar las tinieblas del mal e inundarlo con el esplendor del amor divino. El evangelista san Juan escribe: "La luz verdadera, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre" (Jn 1,9).

"Deus lux est, Dios es luz", recuerda también san Juan, sintetizando no una teoría gnóstica, sino "el mensaje que hemos oído de él" (1Jn 1,5), es decir, de Jesús. En el evangelio recoge las palabras que oyó de los labios del Maestro: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12).

Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz. No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. De este modo, respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en "lux mundi, la luz del mundo". Luz que brilla en las tinieblas (cf. Jn Jn 1,5).

2. Hoy, solemnidad de la Epifanía, que significa "manifestación", se propone de nuevo con vigor el tema de la luz. Hoy el Mesías, que se manifestó en Belén a humildes pastores de la región, sigue revelándose como luz de los pueblos de todos los tiempos y de todos los lugares. Para los Magos, que acudieron de Oriente a adorarlo, la luz del "rey de los judíos que ha nacido" (Mt 2,2) toma la forma de un astro celeste, tan brillante que atrae su mirada y los guía hasta Jerusalén. Así, les hace seguir los indicios de las antiguas profecías mesiánicas: "De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel..." (NM 24,17).

¡Cuán sugestivo es el símbolo de la estrella, que aparece en toda la iconografía de la Navidad y de la Epifanía! Aún hoy evoca profundos sentimientos, aunque como tantos otros signos de lo sagrado, a veces corre el riesgo de quedar desvirtuado por el uso consumista que se hace de él. Sin embargo, la estrella que contemplamos en el belén, situada en su contexto original, también habla a la mente y al corazón del hombre del tercer milenio. Habla al hombre secularizado, suscitando nuevamente en él la nostalgia de su condición de viandante que busca la verdad y anhela lo absoluto. La etimología misma del verbo desear -en latín, desiderare- evoca la experiencia de los navegantes, los cuales se orientan en la noche observando los astros, que en latín se llaman sidera.

3. ¿Quién no siente la necesidad de una "estrella" que lo guíe a lo largo de su camino en la tierra? Sienten esta necesidad tanto las personas como las naciones. A fin de satisfacer este anhelo de salvación universal, el Señor se eligió un pueblo que fuera estrella orientadora para "todos los linajes de la tierra" (Gn 12,3). Con la encarnación de su Hijo, Dios extendió luego su elección a todos los demás pueblos, sin distinción de raza y cultura. Así nació la Iglesia, formada por hombres y mujeres que, "reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a todos" (Gaudium et spes GS 1).

Por tanto, para toda la comunidad eclesial resuena el oráculo del profeta Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura: "¡Levántate, brilla (...), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! (...) Y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60,1 Is 60,3).

1505 4. De este singular pueblo mesiánico que es la Iglesia, vosotros, amadísimos hermanos, sois constituidos pastores mediante la ordenación episcopal de hoy. Cristo os convierte en ministros suyos y os llama a ser misioneros de su Evangelio. Algunos de vosotros ejerceréis este "ministerio de la gracia de Dios" (Ep 3,2) como representantes pontificios en algunos Estados: tú, monseñor Giuseppe Pinto, en Senegal y Mauritania; tú, monseñor Claudio Gugerotti, en Georgia, Armenia y Azerbaiyán; tú, monseñor Adolfo Tito Yllana, en Papúa Nueva Guinea; y tú, monseñor Giovanni d'Aniello, en la República democrática del Congo.

Otros serán pastores de Iglesias particulares: tú, monseñor Daniel Mizonzo, guiarás la diócesis de Nkayi, en la República del Congo; y tú, monseñor Louis Portella, la de Kinkala, en la misma República del Congo. A ti, monseñor Marcel Utembi Tapa, te he confiado la diócesis de Mahagi-Nioka, en la República democrática del Congo; y a ti, monseñor Franco Agostinelli, la de Grosseto, en Italia. Tú, monseñor Amândio José Tomás, ayudarás, como obispo auxiliar, al arzobispo de Évora, en Portugal.

Por último, tú, monseñor Vittorio Lanzani, como delegado de la Fábrica de San Pedro, proseguirás tu servicio a la Iglesia aquí, en el Vaticano, en esta basílica patriarcal tan querida para ti.
5. Hace un año, en esta fiesta de la Epifanía, al final del Año santo, entregué idealmente a la familia de los creyentes y a toda la humanidad la carta apostólica Novo millennio ineunte, que comienza con la invitación de Cristo a Pedro y a los demás: "Duc in altum, rema mar adentro".

Vuelvo a aquel momento inolvidable, amadísimos hermanos, y os entrego de nuevo a cada uno este texto programático de la nueva evangelización. Os repito las palabras del Redentor: "Duc in altum". No tengáis miedo a las tinieblas del mundo, porque quien os envía es "la luz del mundo" (Jn 8,12), "el lucero radiante del alba" (Ap 22,16).

Y tú, Jesús, que un día dijiste a tus discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14), haz que el testimonio evangélico de estos hermanos nuestros resplandezca ante los hombres de nuestro tiempo.Haz eficaz su misión para que cuantos confíes a su cuidado pastoral glorifiquen siempre al Padre que está en los cielos (cf. Mt Mt 5,16).

Madre del Verbo encarnado, Virgen fiel, conserva a estos nuevos obispos bajo tu constante protección, para que sean misioneros valientes del Evangelio; fiel reflejo del amor de Cristo, luz de los pueblos y esperanza del mundo.



SANTA MISA EN LA CAPILLA SIXTINA

Y ADMINISTRACIÓN DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO



Domingo 13 de enero de 2002

1. "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto" (Mt 3,17).

Acabamos de escuchar de nuevo en el evangelio las palabras que resonaron en el cielo cuando Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán. Las pronunció una voz desde lo alto: la voz de Dios Padre. Revelan el misterio que celebramos hoy, el bautismo de Cristo. El Hombre sobre el que desciende, en forma de paloma, el Espíritu Santo es el Hijo de Dios, que tomó de la Virgen María nuestra carne para redimirla del pecado y de la muerte.

¡Grande es este misterio de salvación! Misterio en el que se insertan hoy los niños que presentáis, queridos padres, padrinos y madrinas. Al recibir en la Iglesia el sacramento del bautismo, se convierten en hijos de Dios, hijos en el Hijo. Es el misterio del "segundo nacimiento".

1506 2. Queridos padres, me dirijo con afecto especialmente a vosotros, que habéis dado la vida a estas criaturas, colaborando en la obra de Dios, autor de la vida y, de modo singular, de toda vida humana. Los habéis engendrado y hoy los presentáis a la fuente bautismal, para que vuelvan a nacer por el agua y por el Espíritu Santo. La gracia de Cristo transformará su existencia de mortal en inmortal, liberándola del pecado original. Dad gracias al Señor por el don de su nacimiento y del nuevo nacimiento espiritual de hoy.

Pero ¿cuál fuerza permite a estos inocentes e inconscientes niños realizar un "paso" espiritual tan profundo? Es la fe, la fe de la Iglesia, profesada en particular por vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas. Precisamente en esta fe son bautizados vuestros hijos. Cristo no realiza el milagro de regenerar al hombre sin la colaboración del hombre mismo, y la primera cooperación de la criatura humana es la fe, con la que, atraída interiormente por Dios, se abandona libremente en sus manos.

Estos niños reciben hoy el bautismo sobre la base de vuestra fe, que dentro de poco os pediré profesar. ¡Cuánto amor, amadísimos hermanos, cuánta responsabilidad implica el gesto que realizaréis en nombre de vuestros hijos!

3. En el futuro, cuando sean capaces de comprender, ellos mismos deberán recorrer, personal y libremente, un camino espiritual que, con la gracia de Dios, los llevará a confirmar, en el sacramento de la confirmación, el don que reciben hoy.

Pero ¿podrán abrirse a la fe si los adultos que los rodean no les dan un buen testimonio? Estos niños os necesitan, ante todo, a vosotros, queridos padres; os necesitan también a vosotros, queridos padrinos y madrinas, para aprender a conocer al verdadero Dios, que es amor misericordioso. A vosotros os corresponde introducirlos en este conocimiento, en primer lugar a través del testimonio de vuestro comportamiento en las relaciones con ellos y con los demás, relaciones que se han de caracterizar por la atención, la acogida y el perdón. Comprenderán que Dios es fidelidad si pueden reconocer su reflejo, aunque sea limitado y débil, ante todo en vuestra presencia amorosa.

Es grande la responsabilidad de la cooperación de los padres en el crecimiento espiritual de sus hijos. Eran muy conscientes de esa responsabilidad los beatos esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi, a los que recientemente tuve la alegría de elevar al honor de los altares y que os exhorto a conocer mejor y a imitar. Si ya es grande vuestra misión de ser padres "según la carne", ¡cuánto más lo es la de colaborar en la paternidad divina, dando vuestra contribución para modelar en estas criaturas la imagen misma de Jesús, Hombre perfecto!

4. Nunca os sintáis solos en esta misión tan comprometedora. Os conforte, ante todo, la confianza en el ángel de la guarda, al que Dios ha encomendado su singular mensaje de amor para cada uno de vuestros hijos. Además, toda la Iglesia, a la que tenéis la gracia de pertenecer, está comprometida a asistiros: en el cielo velan los santos, en particular aquellos cuyos nombres tienen estos niños y que serán sus "patronos". En la tierra está la comunidad eclesial, en la que es posible fortalecer la propia fe y la propia vida cristiana, alimentándola con la oración y los sacramentos. No podréis dar a vuestros hijos lo que vosotros no habéis recibido y asimilado antes.

Además, todos tenemos una Madre según el Espíritu: María santísima. A ella le encomiendo a vuestros hijos, para que lleguen a ser cristianos auténticos; a María os encomiendo también a vosotros, queridos padres, queridos padrinos y madrinas, para que transmitáis siempre a estos niños el amor que necesitan para crecer y para creer. En efecto, la vida y la fe caminan juntas.
Que así sea en la existencia de cada bautizado con la ayuda de Dios.



FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR



Sábado 2 de febrero de 2002

VI Jornada de la vida consagrada



1507 1. "Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor" (Lc 2,22).

Cuarenta días después de la Navidad, la Iglesia revive hoy el misterio de la presentación de Jesús en el templo. Lo revive con el estupor de la Sagrada Familia de Nazaret, iluminada por la revelación plena de aquel "niño" que, como nos acaban de recordar la primera y la segunda lectura, es el juez escatológico prometido por los profetas (cf. Ml Ml 3,1-3), el "sumo sacerdote compasivo y fiel" que vino para "expiar los pecados del pueblo" (He 2,17).

El niño, que María y José llevaron con emoción al templo, es el Verbo encarnado, el Redentor del hombre y de la historia.

Hoy, conmemorando lo que sucedió aquel día en Jerusalén, somos invitados también nosotros a entrar en el templo para meditar en el misterio de Cristo, unigénito del Padre que, con su Encarnación y su Pascua, se ha convertido en el primogénito de la humanidad redimida.
Así, en esta fiesta se prolonga el tema de Cristo luz, que caracteriza las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía.

2. "Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,32). Estas palabras proféticas las pronuncia el anciano Simeón, inspirado por Dios, cuando toma en brazos al niño Jesús. Al mismo tiempo, anuncia que el "Mesías del Señor" cumplirá su misión como "signo de contradicción" (Lc 2,34). En cuanto a María, la Madre, también ella participará personalmente en la pasión de su Hijo divino (cf. Lc Lc 2,35).

Por tanto, en esta fiesta celebramos el misterio de la consagración: consagración de Cristo, consagración de María, y consagración de todos lo que siguen a Jesús por amor al Reino.

3. A la vez que saludo con fraterna cordialidad al señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, que preside esta celebración, me alegra poder encontrarme con vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que un día, cercano o lejano, os habéis entregado totalmente al Señor en la opción de la vida consagrada. Al dirigiros a cada uno mi afectuoso saludo, pienso en las maravillas que Dios ha realizado y realiza en vosotros, "atrayendo a sí" toda vuestra existencia. Alabo con vosotros al Señor, porque es Amor tan grande y hermoso, que merece la entrega inestimable de toda la persona en la insondable profundidad del corazón y en el desarrollo de la vida diaria a lo largo de las diversas edades.

Vuestro "Heme aquí", según el modelo de Cristo y de la Virgen María, está simbolizado por los cirios que han iluminado esta tarde la basílica vaticana. La fiesta de hoy está dedicada de modo especial a vosotros, que en el pueblo de Dios representáis con singular elocuencia la novedad escatológica de la vida cristiana. Vosotros estáis llamados a ser luz de verdad y de justicia; testigos de solidaridad y de paz.

4. Sigue vivo el recuerdo de la Jornada de oración por la paz, que vivimos hace diez días en Asís. Sabía y sé que para esa extraordinaria movilización en favor de la paz en el mundo puedo contar de modo particular con vosotros, amadísimas personas consagradas. A vosotros, también en esta ocasión, os expreso mi profunda gratitud.

Gracias, ante todo, por la oración. ¡Cuántas comunidades contemplativas, dedicadas totalmente a la oración, llaman noche y día al corazón del Dios de la paz, contribuyendo a la victoria de Cristo sobre el odio, sobre la venganza y sobre las estructuras de pecado!

1508 Además de la oración, muchos de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, construís la paz con el testimonio de la fraternidad y de la comunión, difundiendo en el mundo, como levadura, el espíritu evangélico, que hace crecer a la humanidad hacia el reino de los cielos. ¡Gracias también por esto!

No faltan tampoco religiosos y religiosas que, en múltiples fronteras, viven su compromiso concreto por la justicia, trabajando entre los marginados, interviniendo en las raíces de los conflictos y contribuyendo así a edificar una paz fundamental y duradera. Dondequiera que la Iglesia está comprometida en la defensa y en la promoción del hombre y del bien común, allí también estáis vosotros, queridos consagrados y consagradas. Vosotros, que, para ser totalmente de Dios, sois también totalmente de los hermanos. Toda persona de buena voluntad os lo agradece mucho.

5. El icono de María, que contemplamos mientras ofrece a Jesús en el templo, prefigura el de la crucifixión, anticipando también su clave de lectura: Jesús, Hijo de Dios, signo de contradicción. En efecto, en el Calvario se realiza la oblación del Hijo y, junto con ella, la de la Madre. Una misma espada traspasa a ambos, a la Madre y al Hijo (cf. Lc
Lc 2,35). El mismo dolor. El mismo amor.

A lo largo de este camino, la Mater Jesu se ha convertido en Mater Ecclesiae. Su peregrinación de fe y de consagración constituye el arquetipo de la de todo bautizado. Lo es, de modo singular, para cuantos abrazan la vida consagrada.

¡Cuán consolador es saber que María está a nuestro lado, como Madre y Maestra, en nuestro itinerario de consagración! No sólo nos acompaña en el plano simplemente afectivo, sino también, más profundamente, en el de la eficacia sobrenatural, confirmada por las Escrituras, la Tradición y el testimonio de los santos, muchos de los cuales siguieron a Cristo por la senda exigente de los consejos evangélicos.

Oh María, Madre de Cristo y Madre nuestra, te damos gracias por la solicitud con que nos acompañas a lo largo del camino de la vida, y te pedimos: preséntanos hoy nuevamente a Dios, nuestro único bien, para que nuestra vida, consumada por el Amor, sea sacrificio vivo, santo y agradable a él. Así sea.



ESTACIÓN CUARESMAL PRESIDIDA POR EL SANTO PADRE

EN LA BASÍLICA DE SANTA SABINA DE ROMA



Miércoles de Ceniza, 13 de febrero de 2002



1. "Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro; porque es compasivo y misericordioso" (Jl 2,13).

Con estas palabras del profeta Joel, la liturgia de hoy nos introduce en la Cuaresma. Nos indica que la conversión del corazón es la dimensión fundamental del singular tiempo de gracia que nos disponemos a vivir. Sugiere, asimismo, la motivación profunda que nos impulsa a reanudar el camino hacia Dios: es la conciencia recuperada de que el Señor es misericordioso y de que todo hombre es un hijo amado por él y llamado a la conversión.

Con gran riqueza de símbolos, el texto profético recién proclamado recuerda que el compromiso espiritual ha de traducirse en opciones y en gestos concretos; que la auténtica conversión no debe reducirse a formas exteriores o a vagos propósitos, sino que exige la implicación y la transformación de toda la existencia.

La exhortación "convertíos al Señor Dios vuestro" implica el desprendimiento de lo que nos mantiene alejados de él. Este desprendimiento constituye el punto de partida necesario para restablecer con Dios la alianza rota a causa del pecado.

1509 2. "En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Co 5, 20). La apremiante invitación a la reconciliación con Dios está presente también en el pasaje de la segunda carta a los Corintios, que acabamos de escuchar.

La referencia a Cristo, que se halla en el centro de toda la argumentación, sugiere que en él se da al pecador la posibilidad de una auténtica reconciliación. En efecto, "al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios" (
2Co 5,21). Sólo Cristo puede transformar la situación de pecado en situación de gracia.
Sólo él puede convertir en "momento favorable" los tiempos de una humanidad inmersa y dañada por el pecado, turbada por las divisiones y el odio. En efecto, "él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, derribando el muro que los separaba: el odio. (...) Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz" (Ep 2,14 Ep 2,16).

¡Este es el momento favorable! Un momento ofrecido también a nosotros, que hoy emprendemos con espíritu penitente el austero camino cuaresmal.

3. "Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto" (Jl 2,12).
La liturgia del miércoles de Ceniza, por boca del profeta Joel, exhorta a la conversión a ancianos, mujeres, hombres maduros, jóvenes y niños. Todos debemos pedir perdón al Señor por nosotros y por los demás (cf. Jl Jl 2,16-17).

Amadísimos hermanos y hermanas, siguiendo la tradición de las estaciones cuaresmales, estamos hoy reunidos aquí, en la antigua basílica de Santa Sabina, para responder a esa apremiante exhortación. También nosotros, como los contemporáneos del profeta, tenemos ante los ojos y llevamos grabadas en el corazón imágenes de sufrimientos y de enormes tragedias, a menudo fruto del egoísmo irresponsable. También nosotros sentimos el peso del desconcierto de numerosos hombres y mujeres ante el dolor de los inocentes y las contradicciones de la humanidad actual.
Necesitamos la ayuda del Señor para recuperar la confianza y la alegría de la vida. Debemos volver a él, que nos abre hoy la puerta de su corazón, rico en bondad y misericordia.

4. En el centro de atención de esta celebración litúrgica hay un gesto simbólico, ilustrado oportunamente por las palabras que lo acompañan. Es la imposición de la ceniza, cuyo significado, que evoca con fuerza la condición humana, queda destacado en la primera fórmula del rito: "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás" (cf. Gn Gn 3,19). Estas palabras, tomadas del libro del Génesis, recuerdan la caducidad de la existencia e invitan a considerar la vanidad de todo proyecto terreno, cuando el hombre no funda su esperanza en el Señor. La segunda fórmula que prevé el rito: "Convertíos y creed el Evangelio" (Mt 1,15) subraya cuál es la condición indispensable para avanzar por la senda de la vida cristiana: se requieren un cambio interior real y la adhesión confiada en la palabra de Cristo.

Por tanto, la liturgia de hoy puede considerarse, en cierto modo, como una "liturgia de muerte", que remite al Viernes santo, en el que el rito actual alcanza su realización plena. En efecto, en Cristo, que "se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Ph 2,8), también nosotros debemos morir a nosotros mismos para renacer a la vida eterna.

5. Escuchemos la invitación que el Señor nos hace a través de los gestos y las palabras, intensas y austeras, de la liturgia de este miércoles de Ceniza. Acojámosla con la actitud humilde y confiada que nos propone el salmista: "Contra ti, contra ti solo pequé; cometí la maldad que aborreces". Y también: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro; renuévame por dentro con espíritu firme..." (cf. Sal Ps 50).

1510 Ojalá que el tiempo cuaresmal sea para todos una renovada experiencia de conversión y de profunda reconciliación con Dios, con nosotros mismos y con nuestros hermanos. Nos lo obtenga la Virgen de los Dolores, a la que, a lo largo del camino cuaresmal, contemplamos unida al sufrimiento y a la pasión redentora de su Hijo.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN ENRIQUE



Primer domingo de Cuaresma

17 de febrero de 2002



1. "Misericordia, Señor: hemos pecado". La invocación del Salmo responsorial, que acaba de resonar en nuestra asamblea, expresa de manera significativa el sentimiento que nos anima en este primer domingo de Cuaresma. Estamos al comienzo de un singular itinerario de penitencia y conversión. Nos damos cuenta de que se trata de una ocasión favorable para reconocer el pecado, que ofusca nuestra relación con Dios y con los hermanos: "Yo reconozco mi culpa -proclama el salmista-, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces" (Ps 50,5-6).

La página del libro del Génesis, que acabamos de escuchar (cf. Gn Gn 3,1-7), indica bien qué es el pecado y las consecuencias que produce en la vida del hombre. Nuestros antepasados cedieron a las lisonjas del tentador, interrumpiendo bruscamente el diálogo de confianza y de amor que tenían con Dios. El mal, el sufrimiento y la muerte entran así en el mundo, y habrá que esperar al Salvador prometido para restablecer, de modo incluso más admirable, el plan originario del Creador (cf. Gn Gn 3,8-24).

2. A la acción insidiosa del Maligno tampoco escapa el Mesías, como narra san Mateo en la página evangélica de hoy: "Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo" (Mt 4,1). En el desierto es sometido a una triple tentación por parte de Satanás, a la que resiste con decisión. Jesús reitera con firmeza que no es lícito poner a prueba a Dios; no está permitido rendir culto a otro dios; nadie puede decidir por sí mismo su propio destino. La referencia última de todo creyente es la Palabra que sale de la boca del Señor.

En estas pocas líneas se bosqueja el programa de nuestro camino cuaresmal. También nosotros estamos llamados a atravesar el desierto de la cotidianidad, afrontando la tentación recurrente de alejarnos de Dios. Estamos invitados a imitar la actitud del Señor, que obedece con decisión la palabra del Padre celestial y, de este modo, restablece la jerarquía de los valores según el proyecto divino originario.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Enrique, esta es la 301ª parroquia romana que tengo la alegría de visitar, prosiguiendo mi peregrinación pastoral a través de nuestra diócesis. Como ya he tenido posibilidad de subrayar, estos gratos encuentros dominicales me ofrecen una singular oportunidad de "cumplir de manera muy concreta mi misión de Obispo de Roma, Sucesor del apóstol san Pedro" (Mensaje al cardenal Camillo Ruini, 14 de diciembre de 2001: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de diciembre de 2001, p. 4).

Saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, monseñor Dieci, a vuestro activo párroco, don Romano Esposito, y a los jóvenes vicarios parroquiales. Saludo y doy las gracias a cuantos me han dado la bienvenida al inicio de esta celebración; saludo asimismo a los miembros del consejo pastoral, del consejo de asuntos económicos y de los diversos grupos parroquiales. Os saludo con afecto a cada uno de vosotros aquí presentes, y extiendo mi saludo a todos los miembros de esta joven y prometedora comunidad cristiana, así como a los habitantes de la zona.

4. Vuestra comunidad es una comunidad joven, que nació en 1998 de la "parroquia madre" de San Alejandro. Está constituida en gran parte por familias de reciente formación, que se han asentado en el barrio durante el último decenio. Sólo desde junio de 1999 cuenta con un verdadero templo parroquial propio. La frecuentan muchos niños, numerosos niños y muchachos, que la alegran y la hacen viva.

Pienso en los que participan en los grupos de la Juventud ardiente mariana (GAM), en los que recorren el itinerario hacia el redescubrimiento del bautismo, en el grupo Cáritas, en el Centro de acogida para ancianos y extracomunitarios, y en la "Comunidad de amor", que desea ayudar a los jóvenes esposos y a los novios a vivir el sacramento cristiano del matrimonio. Pienso en cuantos -lectores, acólitos y componentes del coro- contribuyen a que las celebraciones litúrgicas sean vivas y animadas.

1511 Sé, además, que estáis trabajando para sostener a las familias, y os preocupáis por la educación de los muchachos, en primer lugar de los que se preparan para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana, así como de los que frecuentan el oratorio. Convocar a los padres mientras se imparte la catequesis a sus hijos es, indudablemente, un óptimo medio para ayudar a las familias a vivir juntos la recepción de los sacramentos.

Con igual generosidad sé que os preparáis para colaborar en las diferentes iniciativas que la diócesis de Roma ha programado: la asamblea eclesial sobre el tema de las vocaciones, que se celebrará en junio, así como los demás encuentros previstos, comenzando por el encuentro con los jóvenes en la plaza de San Pedro, el próximo 21 de marzo. Proseguid por este camino, y Dios hará fructificar vuestros esfuerzos por el bien de todos.

5. "Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos" (
Rm 5,19). Estas consoladoras palabras del apóstol san Pablo a los Romanos nos confortan en nuestro camino espiritual. En el mundo, dominado a menudo por el mal y el pecado, resplandece victoriosa la luz de Cristo. Él, con su pasión y resurrección, ha derrotado el pecado y la muerte, abriendo a los creyentes las puertas de la salvación eterna. Este es el mensaje alentador que nos transmite la liturgia de hoy.

Sin embargo, para participar plenamente en la victoria de Cristo es preciso comprometerse a cambiar el propio modo de pensar y de actuar, a la luz de la palabra de Dios.

"Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme" (Ps 50,12). Hagamos nuestra esta invocación del salmista. Es una súplica muy oportuna en el tiempo de Cuaresma.

Señor, ¡crea en nosotros un corazón nuevo! Renuévanos en tu amor. Obtennos tú, Virgen María, un corazón nuevo y un espíritu firme. Así llegaremos a celebrar la Pascua, renovados y reconciliados con Dios y con los hermanos.



SANTA MISA EN LA IGLESIA DE SANTA PUDENCIANA

PARA LA COMUNIDAD FILIPINA DE ROMA



Domingo 24 de febrero de 2002




"Este es mi Hijo, el amado; escuchadle".

1. Con el apóstol san Pedro, yo también digo: "¡Qué hermoso es estar aquí!" (Mt 17,4), reunidos, como sucede ahora, en torno al Señor Jesús. Su rostro resplandece como la luz que penetra en esta antigua basílica de Santa Pudenciana. Al proseguir la peregrinación cuaresmal hacia la Pascua, nos sentimos como envueltos por una nube luminosa. El Padre nos dice desde lo alto del cielo: Escuchad a Jesús. Sin embargo, como Pedro, Santiago y Juan, también nosotros a veces tenemos miedo. Preferimos otras voces, voces de la tierra, puesto que es más fácil escucharlas y parecen tener más sentido. Pero sólo Jesús puede conducirnos a la vida. Sólo su palabra es palabra de vida eterna. Con gratitud acojamos su invitación: ¡No tengáis miedo! ¡Escuchad mi voz!

2. Con gran alegría saludo a cuantos están comprometidos en la capellanía católica filipina en Roma, más conocida como "Centro filipino", que coordina 38 centros pastorales esparcidos por la ciudad, atendiendo las necesidades espirituales, morales y sociales de decenas de miles de inmigrantes filipinos.

Saludo cordialmente a los señores cardenales Camillo Ruini, mi vicario para la diócesis de Roma, y José Sánchez, prefecto emérito de la Congregación para el clero. Saludo, asimismo, al obispo auxiliar, monseñor Luigi Moretti, y a los señores embajadores de Filipinas ante la Santa Sede y ante la República italiana. Mi saludo se extiende a vuestro querido sacerdote, padre Remo Bati, y a los que le ayudan en la capellanía filipina. Saludo al mismo tiempo al rector de la basílica, monseñor Gino Amicarelli, a los fieles presentes en esta celebración eucarística, a los que están comprometidos en la actividad de la Asociación católica internacional para el servicio de la juventud, a las Hijas del Oratorio y a las Oblatas del Niño Jesús, que celebran el 330° aniversario de la fundación de su congregación.

1512 Por último, mi afectuoso saludo se dirige a todos los filipinos que viven en Roma, en Italia y en las demás partes del mundo. Amadísimos hermanos y hermanas, es sabido que amáis vuestras tradiciones y mantenéis viva vuestra fe con una asidua práctica religiosa. Doy gracias al Señor por ello, y os animo a caminar siempre por el sendero de la fidelidad plena a Cristo.

3. Esta mañana, Jesús nos habla de bendición. Señala la bendición suprema de la Pascua, y evoca la bendición prometida a Abraham y a sus descendientes.

En la primera lectura, tomada del libro del Génesis, Dios promete a Abraham dos cosas que parecen imposibles: un hijo y una tierra. Abraham era rico, pero, sin la promesa del Señor, su vida hubiera terminado simplemente con la muerte. Al bendecir a Abraham con un hijo y una tierra, Dios le ofrece una vida que es más grande que la muerte. Dios asegura a "nuestro padre en la fe" que no será la muerte, sino la vida, la que dirá la última palabra. Esta promesa encuentra su cumplimiento definitivo en la Pascua, cuando Cristo resucita de entre los muertos. No basta que el seno estéril de Sara dé a luz a Isaac, porque la muerte seguirá dominando. La promesa hecha a Abraham sólo se cumple cuando la muerte misma es destruida; y la muerte es destruida cuando Cristo resucita a una vida nueva.

4. Debemos recordar, asimismo, que la promesa no sólo se hizo a Abraham, sino también a su descendencia, es decir, ¡a nosotros! Por eso, durante la Cuaresma presentamos a Dios todo lo que hay de estéril y muerto en nosotros, todos nuestros sufrimientos y pecados, confiando en que Dios, que dio a Sara un hijo y que resucitó a Jesús de entre los muertos, transformará todo lo que hay de estéril y muerto en nuestra existencia en una vida nueva y maravillosa. Pero esto significa que debemos renunciar a muchas cosas familiares.

Dios dice a Abraham: "¡Sal de tu tierra, de tu familia y de la casa de tu padre!". Muchos de vosotros habéis hecho precisamente eso: habéis dejado vuestro hogar y vuestra familia a fin de llegar a ser, a vuestro modo, una bendición para vuestros seres queridos que están en Filipinas, contribuyendo a su sustento y ofreciendo mayores oportunidades culturales y sociales a vuestros hijos y a vuestras familias. La separación es dolorosa y el precio es elevado, pero es un precio que estáis dispuestos a pagar en un mundo difícil y, a menudo, injusto.

Dado que vivimos en un mundo pecaminoso, también la Cuaresma debe llegar a ser una especie de separación. Estamos llamados a dejar atrás nuestros antiguos caminos de pecado, que hacen estéril nuestra vida y nos condenan a la muerte espiritual. Sin embargo, a menudo esos caminos pecaminosos están tan profundamente enraizados en nuestra vida, que es doloroso dejarlos para ir a la tierra de bendición que promete Dios. Este arrepentimiento es difícil; pero es el precio que se debe pagar, si queremos recibir la bendición que el Padre promete a los que escuchan la voz de Jesús.

Recordad también la promesa de Dios según la cual en Abraham "serán bendecidas todas las familias de la tierra". La bendición de vida abrazará al mundo entero. Por tanto, en estos días de Cuaresma y en estos tiempos tan difíciles, presentemos a Dios todo lo hay de estéril y muerto en el mundo. Presentémosle el azote de las guerras, la violencia, las enfermedades, el hambre, la pobreza y la injusticia al Dios de toda bendición. Pidámosle que toque estos males y los transforme en vida.

5. Al escuchar a Jesús, nos disponemos a lo que san Pablo llama "la fuerza de Dios, que nos ha salvado". Esta fuerza nos capacita para encontrarlo. Entonces, podemos dar testimonio de él con nuestra vida, en virtud de la gracia que nos transfigura interiormente. Resplandeceremos como el sol, "no por nuestras obras, sino por su propia determinación [de Dios] y por su gracia", como el Apóstol escribe a Timoteo (2 Tm 1, 9).

Amadísimos hermanos y hermanas, este es el significado de la Cuaresma: nuestra existencia, renovada mediante la oración, la penitencia y la caridad, se abre a la escucha de Dios y a la fuerza de su misericordia. Así, en la Pascua podremos bajar de la montaña santa y disipar las tinieblas del mundo con la luz gloriosa que resplandece en la faz de Cristo (cf.
2Co 4,6).

Esta es la promesa del Señor. Que Aquel que inició en nosotros la obra buena, la lleve a término (cf. Flp Ph 1,6). Nos lo obtenga la Virgen María, Mujer de la escucha dócil y modelo de santidad diaria.



B. Juan Pablo II Homilías 1504