B. Juan Pablo II Homilías 1512


CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA PARROQUIA ROMANA

DE SAN GELASIO I PAPA



LEÍDA POR EL CARDENAL RUINI


III domingo de Cuaresma

1513

3 de marzo de 2002



1. "Señor, dame esa agua: así no tendré más sed" (Jn 4,15 cf. Aleluya ).

La petición de la samaritana imprime un giro decisivo al largo e intenso diálogo con Jesús, que se desarrolla junto al pozo de Jacob, cerca de la ciudad de Sicar. Nos lo narra san Juan en la página evangélica de hoy.

Cristo dice a la mujer: "Dame de beber" (Jn 4,7). Su sed material es signo de una realidad mucho más profunda: expresa el deseo ardiente de que su interlocutora y los paisanos de ella se abran a la fe. Por su parte, la mujer de Samaría, cuando le pide agua, manifiesta en el fondo la necesidad de salvación presente en el corazón de toda persona. Y el Señor se revela como el que ofrece el agua viva del Espíritu, que sacia para siempre la sed de infinito de todo ser humano.

La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos propone un espléndido comentario del episodio joánico, cuando en el Prefacio se dice que Jesús "quiso estar sediento" de la salvación de la samaritana, para "encender en ella el fuego del amor divino".

2. El episodio de la samaritana delinea el itinerario de fe que todos estamos llamados a recorrer. También hoy Jesús "está sediento", es decir, desea la fe y el amor de la humanidad. Del encuentro personal con él, reconocido y acogido como Mesías, nace la adhesión a su mensaje de salvación y el deseo de difundirlo en el mundo.

Esto es lo que sucede en la continuación del relato del evangelio de san Juan. El vínculo con Jesús transforma completamente la vida de la mujer que, sin demora, corre a comunicar la buena noticia a la gente del pueblo vecino: "Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será este el Mesías?" (Jn 4,29). La revelación acogida con fe impulsa a transformarse en palabra proclamada a los demás y testimoniada mediante opciones concretas de vida. Esta es la misión de los creyentes, que brota y se desarrolla a partir del encuentro personal con el Señor.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Gelasio, ¡gracias por vuestra cordial acogida y por las amables palabras que vuestros representantes han querido dirigirme al inicio de la celebración eucarística! Saludo cordialmente al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro querido párroco, don Albino Marín, al vicepárroco, y a todos vosotros que pertenecéis a la comunidad parroquial, que este año celebra el trigésimo aniversario de su fundación. Extiendo mi afectuoso saludo a los que viven en esta populosa zona de Rebibbia.

Os felicito por lo que estáis haciendo, en particular en el campo de la catequesis, de la liturgia y de la caridad. En efecto, estos son los pilares insustituibles de la vida cristiana, que hay que desarrollar, aprovechando también el apoyo y los servicios de coordinación y animación que prestan las oficinas pastorales del Vicariato. En efecto, cada comunidad parroquial crece aún más unida y activa cuando camina en comunión afectiva y efectiva con los legítimos pastores y con toda la familia diocesana.

Dedicáis especial atención a las familias, para que realicen plenamente su vocación. Aun cuando encuentren dificultades en la vida conyugal o en la relación entre padres e hijos, los esposos deben tener siempre presente el "sí" fundamental que pronunciaron el día del matrimonio. Dios nunca deja de sostener con su gracia a cuantos confían en él.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, seguid realizando con esmero la particular obra apostólica, tan necesaria para la vida de la Iglesia, que es la Misión permanente. Se trata de una valiosa herencia que brotó de la Misión ciudadana y del gran jubileo del año 2000. Al afrontar los problemas de los habitantes del barrio, tenéis la posibilidad de darles el testimonio concreto del amor infinito de Dios. Además de las visitas a las familias y del esfuerzo por entablar relaciones de amistad con la gente, tratad de intensificar las provechosas experiencias de formación realizadas en favor de los niños y los jóvenes, como el coro de niños y el oratorio. Si infundís confianza en los muchachos y las muchachas, serán generosos apóstoles de sus coetáneos y colaborarán activamente en las múltiples obras parroquiales.

1514 Queridos jóvenes, os doy cita para el encuentro que, juntamente con vuestros amigos de las demás parroquias de Roma, viviremos en la plaza de San Pedro el 21 de marzo, como preparación para la Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Toronto el próximo mes de julio. Seguirá la Asamblea eclesial diocesana de junio sobre el tema de las vocaciones. También para esta cita vuestra comunidad parroquial se prepara con la reflexión comunitaria y, sobre todo, con la oración. Que Dios suscite entre vosotros numerosas y santas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras, esenciales para la vida y el futuro de la Iglesia.

5. "La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (
Rm 5,5).

También estas palabras del apóstol san Pablo, proclamadas en la segunda lectura, se refieren al don del Espíritu, simbolizado por el agua viva prometida por Jesús a la samaritana. El Espíritu es la "prenda" de la salvación definitiva que Dios nos ha prometido. El hombre no puede vivir sin esperanza. Sin embargo, muchas esperanzas naufragan contra los escollos de la vida. Pero la esperanza del cristiano "no defrauda", porque se apoya en el sólido fundamento de la fe en el amor de Dios, revelado en Cristo.

A María, Madre de la esperanza, le encomiendo vuestra parroquia y el camino cuaresmal hacia la Pascua. María, que siguió a su Hijo Jesús hasta la cruz, nos ayude a todos a ser discípulos fieles de aquel que hace saltar en nuestro corazón agua para la vida eterna (cf. Jn Jn 4,14).



DOMINGO DE RAMOS Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR



24 de marzo de 2002



1. "Pueri hebraeorum, portantes ramos olivarum... Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor".

Así canta la antífona litúrgica que acompaña la solemne procesión con ramos de olivo y de palma en este domingo, llamado precisamente de Ramos y de la Pasión del Señor. Hemos revivido lo que sucedió aquel día: en medio de la multitud llena de alegría en torno a Jesús, que montado en un pollino entraba en Jerusalén, había muchísimos niños. Algunos fariseos querían que Jesús los hiciera callar, pero él respondió que si ellos callaban, gritarían las piedras (cf. Lc Lc 19,39-40).

También hoy, gracias a Dios, hay un gran número de jóvenes aquí, en la plaza de San Pedro. Los "jóvenes hebreos" se han convertido en muchachos y muchachas de todas las naciones, lenguas y culturas. Queridos jóvenes, ¡sed bienvenidos! Os dirijo a cada uno mi más cordial saludo. Esta cita nos proyecta hacia la próxima Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Toronto, ciudad canadiense, una de las más cosmopolitas del mundo. Allí ya se encuentra la Cruz de los jóvenes, que hace un año, con ocasión del domingo de Ramos, los jóvenes italianos entregaron a sus coetáneos canadienses.

2. La cruz es el centro de esta liturgia. Vosotros, queridos jóvenes, con vuestra participación atenta y entusiasta en esta solemne celebración, mostráis que no os avergonzáis de la cruz. No teméis la cruz de Cristo. Es más, la amáis y la veneráis, porque es el signo del Redentor muerto y resucitado por nosotros. Quien cree en Jesús crucificado y resucitado lleva la cruz en triunfo, como prueba indudable de que Dios es amor. Con la entrega total de sí, precisamente con la cruz, nuestro Salvador venció definitivamente el pecado y la muerte. Por eso aclamamos con júbilo: "Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, porque con tu cruz has redimido al mundo".

3. "Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre" (Aclamación antes del Evangelio). Con estas palabras del apóstol san Pablo, que ya han resonado en la segunda lectura, acabamos de elevar nuestra aclamación antes del comienzo de la narración de la Pasión. Expresan nuestra fe: la fe de la Iglesia.

Pero la fe en Cristo jamás se da por descontada. La lectura de su Pasión nos sitúa ante Cristo, vivo en la Iglesia. El misterio pascual, que reviviremos durante los días de la Semana santa, es siempre actual. Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estamos con él o escapamos o somos simples espectadores de su muerte.

1515 Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona.

4. La narración de la Pasión pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt
Mt 26,56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y sufriente.

Queridos jóvenes, aprended de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera fuerza del hombre se ve en la fidelidad con la que es capaz de dar testimonio de la verdad, resistiendo a lisonjas y amenazas, a incomprensiones y chantajes, e incluso a la persecución dura y cruel. Por este camino nuestro Redentor nos llama para que lo sigamos.
Sólo si estáis dispuestos a hacerlo, llegaréis a ser lo que Jesús espera de vosotros, es decir, "sal de la tierra" y "luz del mundo" (Mt 5,13-14). Como sabéis, este es precisamente el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud. La imagen de la sal "nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido "sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm Rm 6,4)" (Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, 2).

Queridos jóvenes, ¡no perdáis vuestro sabor de cristianos, el sabor del Evangelio! Mantenedlo vivo, meditando constantemente el misterio pascual: que la cruz sea vuestra escuela de sabiduría. No os enorgullezcáis de ninguna otra cosa, sino sólo de esta sublime cátedra de verdad y amor.

5. La liturgia nos invita a subir hacia Jerusalén con Jesús aclamado por los muchachos hebreos. Dentro de poco "padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día" (Lc 24,46). San Pablo nos ha recordado que Jesús "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo" (Ph 2,7) para obtenernos la gracia de la filiación divina. De aquí brota el verdadero manantial de la paz y de la alegría para cada uno de nosotros. Aquí está el secreto de la alegría pascual, que nace del dolor de la Pasión.

Queridos jóvenes amigos, espero que cada uno de vosotros participe de esta alegría. Aquel a quien habéis elegido como Maestro no es un mercader de ilusiones, no es un poderoso de este mundo, ni un astuto y hábil pensador. Sabéis a quién habéis elegido seguir: a Cristo crucificado, a Cristo muerto por vosotros, a Cristo resucitado por vosotros.

Y la Iglesia os asegura que no quedaréis defraudados. En efecto, nadie, excepto él, puede daros el amor, la paz y la vida eterna que anhela profundamente vuestro corazón. ¡Dichosos vosotros, jóvenes, si sois fieles discípulos de Cristo! ¡Dichosos vosotros si estáis dispuestos a testimoniar, en cualquier circunstancia, que verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios! (cf. Mt Mt 27,39).

Que os guíe y acompañe María, Madre del Verbo encarnado, dispuesta a interceder por todo hombre que viene a esta tierra.



MISA CRISMAL EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO



Jueves Santo, 28 de marzo de 2002



1. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido" (Is 61,1).

1516 Estas palabras del profeta Isaías representan el motivo dominante de la misa Crismal, missa Chrismatis, para la cual, esta mañana del Jueves santo, se reúne en cada diócesis todo el presbiterio en torno a su Pastor. Durante este solemne rito, que tiene lugar antes del inicio del Triduo pascual, se bendicen los óleos, que llevarán el bálsamo de la gracia divina al pueblo cristiano.

"El Señor me ha ungido". Estas palabras se refieren, ante todo, a la misión mesiánica de Jesús, consagrado por virtud del Espíritu Santo y convertido en sumo y eterno Sacerdote de la nueva Alianza, sellada con su sangre. Todas las prefiguraciones del sacerdocio del Antiguo Testamento encuentran su realización en él, único y definitivo mediador entre Dios y los hombres.

2. "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (
Lc 4,21). Así comenta Jesús, en la sinagoga de Nazaret, el anuncio profético de Isaías. Afirma que él es el ungido del Señor, a quien el Padre ha enviado para traer a los hombres la liberación de sus pecados y anunciar la buena nueva a los pobres y a los afligidos. Él es el que ha venido para proclamar el tiempo de la gracia y de la misericordia. El Apóstol, en la carta a los Colosenses, afirma que Cristo, "primogénito de toda la creación" (Col 1,15) es "el primogénito de entre los muertos" (Col 1,18). Acogiendo la llamada del Padre a asumir la condición humana, trae consigo el soplo de la vida nueva y da la salvación a todos los que creen en él.

3. "Todos los ojos estaban fijos en él" (Lc 4,20).

También nosotros, como las personas presentes en la sinagoga de Nazaret, tenemos la mirada fija en el Redentor, que "ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,6). Si cada bautizado participa de su sacerdocio real y profético "para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios" (1 P 2, 5), los presbíteros están llamados a compartir su oblación de modo especial. Están llamados a vivirla en el servicio al sacerdocio común de los fieles. Así pues, gracias al sacramento del Orden, la misión encomendada por el Maestro a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Por consiguiente, es el sacramento del ministerio apostólico, que conlleva los grados del episcopado, del presbiterado y del diaconado.

Amadísimos hermanos, hoy tomamos conciencia particular de este ministerio peculiar que se nos ha conferido. El Maestro divino nos ha encomendado, en la Eucaristía, la celebración de su sacrificio, llamándonos así a su especial seguimiento. Por eso, a lo largo de esta celebración, le reafirmamos todos juntos nuestra fidelidad y nuestro amor, y, confiando en el poder de su gracia, renovamos las promesas que hicimos el día de nuestra ordenación.

4. ¡Qué grande es para nosotros este día! El Jueves santo, Jesús nos convirtió en ministros de su presencia sacramental entre los hombres. Puso en nuestras manos su perdón y su misericordia, y nos hizo el regalo de su sacerdocio para siempre.

Tu es sacerdos in aeternum! Resuena en nuestra alma esta llamada, que nos hace percibir que nuestra vida está vinculada indisolublemente a la suya. ¡Para siempre!

Además de dar gracias por este don misterioso, no podemos por menos de confesar nuestras infidelidades. En la carta que, como todos los años, quise enviar a los sacerdotes para esta ocasión especial, recordé que "todos nosotros -conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el poder salvador de la gracia divina- estamos llamados a abrazar el "mysterium crucis" y a comprometernos aún más en la búsqueda de la santidad" (n. 11). Amadísimos hermanos, no olvidemos el valor y la importancia del sacramento de la Penitencia en nuestra existencia. Está íntimamente unido a la Eucaristía y nos transforma en dispensadores de la misericordia divina. Si recurrimos a esta fuente de perdón y reconciliación, podremos ser auténticos ministros de Cristo e irradiar en nuestro entorno su paz y su amor.

5. "Cantaré eternamente las misericordias del Señor" (Estribillo del Salmo responsorial).

Congregados en torno al altar, ante la tumba del apóstol san Pedro, a la vez que damos gracias por el don de nuestro sacerdocio ministerial, oremos por los que han sido instrumentos valiosos de la llamada divina con respecto a nosotros.

1517 Pienso, ante todo, en nuestros padres, los cuales, al darnos la vida y al pedir para nosotros la gracia del bautismo, nos insertaron en el pueblo de la salvación y, con su fe, nos enseñaron a estar atentos y disponibles a la voz del Señor. Además, recordemos a los que, con su testimonio y su sabios consejos, nos han guiado en el discernimiento de nuestra vocación. Y ¿qué decir de los numerosos fieles laicos que nos han acompañado en nuestro camino hacia el sacerdocio y siguen estando cerca de nosotros en el ministerio pastoral? A todos les recompense el Señor.

Oremos por todos los presbíteros; de modo singular, por los que trabajan en medio de grandes dificultades o sufren persecuciones, y tengamos un recuerdo especial por los que han pagado con la sangre su fidelidad a Cristo.

Oremos por aquellos hermanos nuestros que no han cumplido los compromisos asumidos con su ordenación sacerdotal o que atraviesan un período de dificultad y de crisis. Cristo, que nos ha elegido para una misión tan sublime, no permitirá que nos falte su gracia y la alegría de seguirlo, tanto en el Tabor como en el camino de la cruz.

Nos acompañe y sostenga María, la Madre del sumo y eterno Sacerdote, que no llamó a sus Apóstoles "siervos", sino "amigos". A Jesús, nuestro Maestro y hermano, gloria y poder por los siglos de los siglos (cf. Ap
Ap 1,6). Amén.



SANTA MISA "IN CENA DOMINI"



Jueves Santo, 28 de marzo de 2002




1. "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

Estas palabras, recogidas en el pasaje evangélico que se acaba de proclamar, subrayan muy bien el clima del Jueves santo. Nos permiten intuir los sentimientos que experimentó Cristo "la noche en que iba a ser entregado" (1 Co 11, 23) y nos estimulan a participar con intensa e íntima gratitud en el solemne rito que estamos realizando.

Esta tarde entramos en la Pascua de Cristo, que constituye el momento dramático y conclusivo, durante mucho tiempo preparado y esperado, de la existencia terrena del Verbo de Dios. Jesús vino a nosotros no para ser servido, sino para servir, y tomó sobre sí los dramas y las esperanzas de los hombres de todos los tiempos. Anticipando místicamente el sacrificio de la cruz, en el Cenáculo quiso quedarse con nosotros bajo las especies del pan y del vino, y encomendó a los Apóstoles y a sus sucesores la misión y el poder de perpetuar la memoria viva y eficaz del rito eucarístico.

Por consiguiente, esta celebración nos implica místicamente a todos y nos introduce en el Triduo sacro, durante el cual también nosotros aprenderemos del único "Maestro y Señor" a "tender las manos" para ir a donde nos llama el cumplimiento de la voluntad del Padre celestial.

2. "Haced esto en conmemoración mía" (1Co 11,24-25). Con este mandato, que nos compromete a repetir su gesto, Jesús concluye la institución del Sacramento del altar. También al terminar el lavatorio de los pies, nos invita a imitarlo: "Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros" (Jn 13,15). De este modo establece una íntima correlación entre la Eucaristía, sacramento del don de su sacrificio, y el mandamiento del amor, que nos compromete a acoger y a servir a nuestros hermanos.

No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar al prójimo. Cada vez que participamos en la Eucaristía, también nosotros pronunciamos nuestro "Amén" ante el Cuerpo y la Sangre del Señor. Así nos comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, "lavar los pies" de nuestros hermanos, transformándonos en imagen concreta y transparente de Aquel que "se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo" (Ph 2,7).

1518 El amor es la herencia más valiosa que él deja a los que llama a su seguimiento. Su amor, compartido por sus discípulos, es lo que esta tarde se ofrece a la humanidad entera.

3. "Quien come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propio castigo" (
1Co 11,29). La Eucaristía es un gran don, pero también una gran responsabilidad para quien la recibe. Jesús, ante Pedro que se resiste a dejarse lavar los pies, insiste en la necesidad de estar limpios para participar en el banquete y sacrificio de la Eucaristía.

La tradición de la Iglesia siempre ha puesto de relieve el vínculo existente entre la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación. Quise reafirmarlo también yo en la Carta a los sacerdotes para el Jueves santo de este año, invitando ante todo a los presbíteros a considerar con renovado asombro la belleza del sacramento del perdón. Sólo así podrán luego ayudar a descubrirlo a los fieles encomendados a su solicitud pastoral.

El sacramento de la Penitencia devuelve a los bautizados la gracia divina perdida con el pecado mortal, y los dispone a recibir dignamente la Eucaristía. Además, en el coloquio directo que implica su celebración ordinaria, el Sacramento puede responder a la exigencia de comunicación personal, que hoy resulta cada vez más difícil a causa del ritmo frenético de la sociedad tecnológica. Con su labor iluminada y paciente, el confesor puede introducir al penitente en la comunión profunda con Cristo que el Sacramento devuelve y la Eucaristía lleva a plenitud.

Ojalá que el redescubrimiento del sacramento de la Reconciliación ayude a todos los creyentes a acercarse con respeto y devoción a la mesa del Cuerpo y la Sangre del Señor.

4. "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).
Volvemos espiritualmente al Cenáculo. Nos reunimos con fe en torno al altar del Señor, haciendo memoria de la última Cena. Repitiendo los gestos de Cristo, proclamamos que su muerte ha redimido del pecado a la humanidad, y sigue abriendo la esperanza de un futuro de salvación para los hombres de todas las épocas.

A los sacerdotes corresponde perpetuar el rito que, bajo las especies del pan y del vino, hace presente el sacrificio de Cristo de un modo verdadero, real y sustancial, hasta el fin de los tiempos. Todos los cristianos están llamados a servir con humildad y solicitud a sus hermanos para colaborar en su salvación. Todo creyente tiene el deber de proclamar con su vida que el Hijo de Dios ha amado a los suyos "hasta el extremo". Esta tarde, en un silencio lleno de misterio, se alimenta nuestra fe.

En unión con toda la Iglesia, anunciamos tu muerte, Señor. Llenos de gratitud, gustamos ya la alegría de tu resurrección. Rebosantes de confianza, nos comprometemos a vivir en la espera de tu vuelta gloriosa. Hoy y siempre, oh Cristo, nuestro Redentor. Amén.



VIGILIA PASCUAL


Sábado, 30 de marzo de 2002



1. “Y dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió” (Gn 1,3). Una explosión de luz, que la palabra de Dios sacó de la nada, rompió la primera noche, la noche de la creación.

1519 Como dice el apóstol Juan: “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna” (1Jn 1,5). Dios no ha creado la oscuridad, sino la luz. Y el libro de la Sabiduría, revelando claramente que la obra de Dios tiene siempre una finalidad positiva, se expresa de la siguiente manera: “Él todo lo creó para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Hades sobre la tierra” (Sab 1, 14).

En aquella primera noche de la creación hunde sus raíces el misterio pascual que, tras el drama del pecado, representa la restauración y la culminación de aquel comienzo primero. La Palabra divina ha llamado a la existencia a todas las cosas y, en Jesús, se ha hecho carne para salvarnos. Y, si el destino del primer Adán fue volver a la tierra de la que había sido hecho (cf. Gn Gn 3,19), el último Adán ha bajado del cielo para volver a él victorioso, primicia de la nueva humanidad (cf. Jn Jn 3,13 1Co 15,47).

2. Hay otra noche como acontecimiento fundamental de la historia de Israel: la salida prodigiosa de Egipto, cuyo relato se lee cada año en la solemne Vigilia pascual.

“El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este que secó el mar y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda”(Ex 14,21-22). El pueblo de Dios ha nacido de este “bautismo” en el Mar Rojo, cuando experimentó la mano poderosa del Señor que lo rescataba de la esclavitud para conducirlo a la anhelada tierra de la libertad, de la justicia y de la paz.

Esta es la segunda noche, la noche del éxodo.

La profecía del libro del Éxodo se cumple hoy también en nosotros, que somos israelitas según el espíritu, descendientes de Abraham por la fe (cf. Rm Rm 4,16). Como el nuevo Moisés, Cristo nos ha hecho pasar en su Pascua de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Muertos con Jesús, resucitamos con Él a un vida nueva, por la fuerza del Espíritu Santo. Su Bautismo se ha convertido en el nuestro.

3. También recibiréis este Bautismo, que engendra el hombre a una vida nueva, vosotros, queridos Hermanos y Hermanas catecúmenos provenientes de diversos países: de Albania, China, Japón, Italia, Polonia y República Democrática del Congo. Dos de vosotros, una mamá japonesa y otra china, llevan consigo también a su hijo, de tal manera que, en la misma celebración, las madres serán bautizadas junto con sus hijos.

“En esta noche de gracia”, en la que Cristo ha resucitado de entre los muertos, se realiza en vosotros un “éxodo” espiritual: dejáis atrás la vieja existencia y entráis en la “tierra de los vivos”. Esta es la tercera noche, la noche de la resurrección.

4. “¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos”. Así se ha cantado en el Pregón pascual, al comienzo de esta Vigilia solemne, madre de todas las Vigilias.

Después de la noche trágica del Viernes Santo, cuando el “poder de las tinieblas” (cf. Lc Lc 22,53) parecía prevalecer sobre Aquel que es “la luz del mundo” (Jn 8,12), después del gran silencio del Sábado Santo, en el cual Cristo, cumplida su misión en la tierra, encontró reposo en el misterio del Padre y llevó su mensaje de vida a los abismos de la muerte, ha llegado finalmente la noche que precede el “tercer día”, en el que, según las Escrituras, el Señor habría de resucitar, como Él mismo había preanunciado varias veces a sus discípulos.

“¡Qué noche tan dichosa en que une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!” (Pregón pascual).

1520 5. Esta es la noche por excelencia de la fe y de la esperanza.Mientras todo está sumido en la oscuridad, Dios – la Luz – vela. Con Él velan todos los que confían y esperan en Él.

¡Oh María!, esta es por excelencia tu noche. Mientras se apagan las últimas luces del sábado y el fruto de tu vientre reposa en la tierra, tu corazón también vela. Tu fe y tu esperanza miran hacia delante.Vislumbran ya detrás de la pesada losa la tumba vacía; más allá del velo denso de las tinieblas, atisban el alba de la resurrección.

Madre, haz que también velemos en el silencio de la noche, creyendo y esperando en la palabra del Señor. Así encontraremos, en la plenitud de la luz y de la vida, a Cristo, primicia de los resucitados, que reina con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. ¡Aleluya!





MISA DE BEATIFICACIÓN DE SEIS SIERVOS DE DIOS



Plaza de San Pedro, domingo 14 de abril de 2002



1. "Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos" (Lc 24,15). Jesús, como acabamos de escuchar en la página evangélica de hoy, se convierte en viandante, acompañando a los dos discípulos que se dirigían a la aldea de Emaús. Les explica el sentido de las Escrituras y después, al llegar a su destino, parte el pan con ellos, precisamente como había hecho con los Apóstoles la noche anterior a su muerte en la cruz. En ese momento, a los discípulos se les abren los ojos, y lo reconocen (cf. Lc Lc 24,31).

La experiencia pascual de Emaús se renueva continuamente en la Iglesia. Podemos contemplar un admirable ejemplo de esa experiencia también en la existencia de quienes hoy tengo la alegría de elevar a la gloria de los altares: Cayetano Errico, Ludovico Pavoni y Luis Variara, presbíteros; María del Tránsito de Jesús Sacramentado, virgen; Artémides Zatti, religioso; y María Romero Meneses, virgen.

Como los discípulos de Emaús, estos nuevos beatos supieron reconocer la presencia viva del Señor en la Iglesia y, venciendo dificultades y miedos, llegaron a ser sus testigos entusiastas y valientes ante el mundo.

2. "Os rescataron no con bienes efímeros... sino a precio de la sangre de Cristo" (1P 1,18-19). Estas palabras, tomadas de la segunda lectura, nos hacen pensar en el beato Cayetano Errico, presbítero y fundador de la congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

En una época marcada por profundos cambios políticos y sociales, frente al rigorismo espiritual de los jansenistas, Cayetano Errico anuncia la grandeza de la misericordia de Dios, que siempre invita a la conversión a los que viven bajo el dominio del mal y del pecado. El nuevo beato, verdadero mártir del confesonario, pasaba en él jornadas enteras, gastando lo mejor de sus energías en la acogida y la escucha de los penitentes. Con su ejemplo nos estimula a redescubrir el valor y la importancia del sacramento de la penitencia, donde Dios derrama generosamente su perdón y muestra su ternura de Padre hacia sus hijos más débiles.

"Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos" (Ac 2,31). Esta íntima certeza, transformada en fe ardiente e indómita, guió la experiencia espiritual y sacerdotal de Ludovico Pavoni, presbítero, fundador de la congregación de los Hijos de María Inmaculada.
Dotado de un espíritu particularmente sensible, se entregó totalmente a la asistencia de los jóvenes pobres y abandonados, y especialmente de los sordomudos. Su actividad abarcó diversos campos, desde la educación hasta el sector editorial, con originales intuiciones apostólicas e intrépidas acciones innovadoras. Toda su obra estaba arraigada en una sólida espiritualidad. Nos exhorta con su testimonio a confiar en Jesús y a sumergirnos cada vez más en el misterio de su amor.

1521 3. "Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura" (Lc 24,27). En estas palabras del evangelio de hoy, Jesús se manifiesta como compañero en el camino de la vida del hombre y Maestro paciente que sabe modelar el corazón e iluminar la mente para que comprenda el designio de Dios. Tras su encuentro con él, los discípulos de Emaús, superado el abatimiento y la confusión, volvieron por su pie a la naciente comunidad cristiana para anunciarles la alegre noticia de haber visto al Señor resucitado.

Esta espiritualidad une a tres de los nuevos beatos que buscaron la santidad a la sombra de don Bosco y de la tradición salesiana. La elevación a los altares de don Luis Variara, del señor Artémides Zatti y de sor María Romero es un gran gozo para esa familia religiosa.

4. De Italia, y precisamente de la diócesis de Asti, llegó a Colombia el salesiano padre Luis Variara, seguidor fiel de Jesús misericordioso y cercano a los abatidos. Desde el primer momento dedicó su energía juvenil y la riqueza de sus dones al servicio de los leprosos. Primer salesiano ordenado sacerdote en Colombia, logró reunir en torno a sí un grupo de muchachas consagradas, algunas de ellas incluso leprosas o hijas de leprosos y por ello no aceptadas en los institutos religiosos. Con el tiempo este grupo se ha convertido en la congregación de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, floreciente instituto hoy presente en diversos países.
Artémides Zatti, coadjutor salesiano, salió con su familia de la diócesis de Reggio Emilia en busca de una vida mejor en la Argentina, la tierra soñada por don Bosco. Allí descubrió su vocación salesiana, que se concretó en un servicio apasionado, competente y lleno de amor a los enfermos. Sus casi cincuenta años en Viedma representan la historia de un religioso ejemplar, puntual en el cumplimiento de sus deberes comunitarios y dedicado totalmente al servicio de los necesitados. Que su ejemplo nos ayude siempre a ser conscientes de la presencia del Señor y nos lleve a acogerlo en todos los hermanos necesitados.

Sor María Romero Meneses, Hija de María Auxiliadora, supo reflejar el rostro de Cristo que se hace reconocer al repartir el pan. Nacida en Nicaragua, realizó su formación para la vida religiosa en El Salvador y pasó la mayor parte de su vida en Costa Rica. Estos queridos pueblos centroamericanos, unidos ahora en el júbilo de su beatificación, podrán encontrar en la nueva beata, que tanto los amó, abundantes ejemplos y enseñanzas para renovar y fortalecer su vida cristiana, tan arraigada en esas tierras.

Con un amor apasionado a Dios y una confianza ilimitada en el auxilio de la Virgen María, sor María Romero fue religiosa ejemplar, apóstol y madre de los pobres, que, sin excluir a nadie, eran sus preferidos. ¡Que su recuerdo sea bendición para todos y que las obras fundadas por ella, entre las que destaca la "Casa de la Virgen" en San José, sigan siendo fieles a los ideales que les dieron origen!

5. "¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32). Esta sorprendente confesión de aquellos discípulos primero encaminados a Emaús es lo que ocurrió también con la vocación de la madre María del Tránsito de Jesús Sacramentado Cabanillas, fundadora de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas y la primera mujer argentina que alcanza el honor de los altares.

La llama que ardía en su corazón llevó a María del Tránsito a buscar la intimidad con Cristo en la vida contemplativa. No se apagó cuando por enfermedad tuvo que abandonar los monasterios en que estuvo, sino que continuó en forma de confianza y abandono en la voluntad de Dios, que siguió buscando incesantemente. El ideal franciscano se manifestó entonces como el verdadero camino que Dios quería para ella y, con la ayuda de sabios directores, emprendió una vida de pobreza, humildad, paciencia y caridad, dando vida a una nueva familia religiosa.

6. "Señor, me enseñarás el sendero de la vida" (Estribillo del Salmo responsorial). Hagamos nuestra esta invocación del Salmo responsorial, que acabamos de cantar. Necesitamos que el Redentor resucitado nos enseñe el sendero, nos acompañe a lo largo del camino y nos guíe hasta la comunión plena con el Padre celestial.

¡Enséñanos el sendero de la vida! Sólo tú, Señor, puedes indicarnos el verdadero sendero de la vida, el único que nos conduce a la meta, como sucedió con los beatos que hoy resplandecen en la gloria del cielo





B. Juan Pablo II Homilías 1512