B. Juan Pablo II Homilías 1532


SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI



Jueves 30 de mayo de 2002



1. "Lauda, Sion, Salvatorem, lauda ducem et pastorem in hymnis et canticis": "Alaba, Sión, al Salvador, tu guía y tu pastor, con himnos y cánticos".

Acabamos de cantar con fe y devoción estas palabras de la tradicional Secuencia, que forma parte de la liturgia del Corpus Christi.

Hoy es fiesta solemne, fiesta en la que revivimos la primera Cena sagrada. Mediante un acto público y solemne, glorificamos y adoramos el Pan y el Vino que se han convertido en verdadero Cuerpo y en verdadera Sangre del Redentor. "Es un signo lo que aparece" -subraya la secuencia-, pero "encierra en el misterio realidades sublimes".

2. "Pan vivo que da la vida: este es el tema de tu canto, objeto de tu alabanza".

Celebramos hoy una fiesta solemne, que expresa el asombro del pueblo de Dios: un asombro lleno de gratitud por el don de la Eucaristía. En el sacramento del altar Jesús quiso perpetuar su presencia viva en medio de nosotros, en la forma misma en que se entregó a los Apóstoles en el cenáculo. Nos deja lo que hizo en la última Cena, y nosotros, fielmente, lo renovamos.

Según tradiciones locales consolidadas, la solemnidad del Corpus Christi comprende dos momentos: la santa misa, en la que se realiza la ofrenda del Sacrificio, y la procesión, que manifiesta públicamente la adoración del santísimo Sacramento.

3. "Obedientes a su mandato, consagramos el pan y el vino, hostia de salvación". Se renueva, ante todo, el memorial de la Pascua de Cristo.

Pasan los días, los años, los siglos, pero no pasa este gesto santísimo en el que Jesús condensó todo su evangelio de amor. No deja de ofrecerse a sí mismo, Cordero inmolado y resucitado, por la salvación del mundo. Con este memorial la Iglesia responde al mandato de la palabra de Dios, que hemos escuchado también hoy en la primera lectura: "Recuerda... No te olvides" (Dt 8,2 Dt 8,14).

La Eucaristía es nuestra Memoria viva. La Eucaristía, como recuerda el Concilio, "contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de vida, que da la vida a los hombres por medio de su carne vivificada por el Espíritu Santo. Así, los hombres son invitados y conducidos a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo" (Presbyterorum ordinis PO 5).

1533 De la Eucaristía, "fuente y cumbre de toda evangelización" (ib.), también nuestra Iglesia de Roma debe tomar diariamente fuerza e impulso para su acción misionera y para toda forma de testimonio cristiano en la ciudad de los hombres.

4. "Buen pastor, verdadero pan, oh Jesús, ten piedad de nosotros: aliméntanos y defiéndenos".
Tú, buen Pastor, recorrerás dentro de poco las calles de nuestra ciudad. En esta fiesta, toda ciudad, tanto la metrópoli como la más pequeña aldea del mundo, se transforman espiritualmente en la Sión, la Jerusalén que alaba al Salvador: el nuevo pueblo de Dios, congregado de todas las naciones y alimentado con el único Pan de vida.

Este pueblo necesita la Eucaristía. En efecto, es la Eucaristía la que lo convierte en Iglesia misionera. Pero, ¿es posible esto sin sacerdotes que renueven el misterio eucarístico?

Por eso, en este día solemne, os invito a rezar por el éxito de la Asamblea eclesial diocesana, que se celebrará en la basílica de San Juan de Letrán a partir del lunes próximo, y que prestará particular atención al tema de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

Muchachos romanos, os repito las palabras que dirigí, durante la Jornada mundial de la Juventud de 2000, a los jóvenes reunidos en Tor Vergata: "Si alguno de vosotros (...) siente en su interior la llamada del Señor a entregarse totalmente a él para amarlo "con corazón indiviso" (cf.
1Co 7,34), no se deje paralizar por la duda o el miedo. Pronuncie con valentía su sin reservas, fiándose de Aquel que es fiel en todas sus promesas" (Homilía, 20 de agosto de 2000, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de agosto de 2000, p. 12).

5. "Ave, verum Corpus, natum de Maria Virgine".

"Te adoramos, oh verdadero Cuerpo nacido de la Virgen María".

Te adoramos, santo Redentor nuestro, que te encarnaste en el seno purísimo de la Virgen María.
Dentro de poco la solemne procesión nos conducirá al más insigne templo mariano de Occidente, la basílica de Santa María la Mayor. Te damos gracias, Señor, por tu presencia eucarística en el mundo.

Por nosotros aceptaste padecer, y en la cruz manifestaste hasta el extremo tu amor a toda la humanidad. ¡Te adoramos, viático diario de todos nosotros, peregrinos en la tierra!

1534 "Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra, conduce a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos". Amén.



CANONIZACIÓN DEL BEATO PÍO DE PIETRELCINA



Plaza de San Pedro, domingo 16 de junio de 2002



1. "Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,30).

Las palabras de Jesús a los discípulos que acabamos de escuchar nos ayudan a comprender el mensaje más importante de esta solemne celebración. En efecto, en cierto sentido, podemos considerarlas como una magnífica síntesis de toda la existencia del padre Pío de Pietrelcina, hoy proclamado santo.

La imagen evangélica del "yugo" evoca las numerosas pruebas que el humilde capuchino de San Giovanni Rotondo tuvo que afrontar. Hoy contemplamos en él cuán suave es el "yugo" de Cristo y cuán ligera es realmente su carga cuando se lleva con amor fiel. La vida y la misión del padre Pío testimonian que las dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de santidad, que se abre a perspectivas de un bien mayor, que sólo el Señor conoce.

2. "En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6,14).

¿No es precisamente el "gloriarse de la cruz" lo que más resplandece en el padre Pío? ¡Cuán actual es la espiritualidad de la cruz que vivió el humilde capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo necesita redescubrir su valor para abrir el corazón a la esperanza.

En toda su existencia buscó una identificación cada vez mayor con Cristo crucificado, pues tenía una conciencia muy clara de haber sido llamado a colaborar de modo peculiar en la obra de la redención. Sin esta referencia constante a la cruz no se comprende su santidad.

En el plan de Dios, la cruz constituye el verdadero instrumento de salvación para toda la humanidad y el camino propuesto explícitamente por el Señor a cuantos quieren seguirlo (cf. Mc Mc 16,24). Lo comprendió muy bien el santo fraile del Gargano, el cual, en la fiesta de la Asunción de 1914, escribió: "Para alcanzar nuestro fin último es necesario seguir al divino Guía, que quiere conducir al alma elegida sólo a través del camino recorrido por él, es decir, por el de la abnegación y el de la cruz" (Epistolario II, p. 155).

3. "Yo soy el Señor, que hago misericordia" (Jr 9,23).

El padre Pío fue generoso dispensador de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos a través de la acogida, de la dirección espiritual y especialmente de la administración del sacramento de la penitencia. También yo, durante mi juventud, tuve el privilegio de aprovechar su disponibilidad hacia los penitentes. El ministerio del confesonario, que constituye uno de los rasgos distintivos de su apostolado, atraía a multitudes innumerables de fieles al convento de San Giovanni Rotondo. Aunque aquel singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, estos, tomando conciencia de la gravedad del pecado y sinceramente arrepentidos, volvían casi siempre para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental.

1535 Ojalá que su ejemplo anime a los sacerdotes a desempeñar con alegría y asiduidad este ministerio, tan importante también hoy, como reafirmé en la Carta a los sacerdotes con ocasión del pasado Jueves santo.

4. "Tú, Señor, eres mi único bien".

Así hemos cantado en el Salmo responsorial. Con estas palabras el nuevo santo nos invita a poner a Dios por encima de todas las cosas, a considerarlo nuestro único y sumo bien.

En efecto, la razón última de la eficacia apostólica del padre Pío, la raíz profunda de tan gran fecundidad espiritual se encuentra en la íntima y constante unión con Dios, de la que eran elocuentes testimonios las largas horas pasadas en oración y en el confesonario. Solía repetir: "Soy un pobre fraile que ora", convencido de que "la oración es la mejor arma que tenemos, una llave que abre el Corazón de Dios". Esta característica fundamental de su espiritualidad continúa en los "Grupos de oración" fundados por él, que ofrecen a la Iglesia y a la sociedad la formidable contribución de una oración incesante y confiada. Además de la oración, el padre Pío realizaba una intensa actividad caritativa, de la que es extraordinaria expresión la "Casa de alivio del sufrimiento". Oración y caridad: he aquí una síntesis muy concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy se vuelve a proponer a todos.

5. "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque (...) has revelado estas cosas a los pequeños" (
Mt 11,25).

¡Cuán apropiadas resultan estas palabras de Jesús, cuando te las aplicamos a ti, humilde y amado padre Pío!

Enséñanos también a nosotros, te lo pedimos, la humildad de corazón, para ser considerados entre los pequeños del Evangelio, a los que el Padre prometió revelar los misterios de su Reino.

Ayúdanos a orar sin cansarnos jamás, con la certeza de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos.

Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.

Sostennos en la hora de la lucha y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del perdón.

Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y Madre nuestra.

Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia la patria feliz, a donde esperamos llegar también nosotros para contemplar eternamente la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.





SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

Sábado 29 de junio de 2000

29062 1. "Envuélvete en tu manto y sígueme" (Ac 12,8).

Así el ángel se dirige a Pedro, detenido en la cárcel de Jerusalén. Y Pedro, según la narración del texto sagrado, "salió en pos de él" (Ac 12,9).

Con esta intervención extraordinaria, Dios ayudó a su apóstol para que pudiera proseguir su misión. Misión no fácil, que implicaba un itinerario complejo y arduo. Misión que se concluirá con el martirio precisamente aquí, en Roma, donde aún hoy la tumba de Pedro es meta de incesantes peregrinaciones de todas las partes del mundo.

2. "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (...). Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer" (Ac 9,4-6).

Pablo fue conquistado por la gracia divina en el camino de Damasco y de perseguidor de los cristianos se convirtió en Apóstol de los gentiles. Después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio.

También a Pablo se le reservaba como meta lejana Roma, capital del Imperio, donde, juntamente con Pedro, predicaría a Cristo, único Señor y Salvador del mundo. Por la fe, también él derramaría un día su sangre precisamente aquí, uniendo para siempre su nombre al de Pedro en la historia de la Roma cristiana.

3. Con alegría la Iglesia celebra hoy juntamente la memoria de ambos. La "Piedra" y el "Instrumento elegido" se encontraron definitivamente aquí, en Roma. Aquí llevaron a cabo su ministerio apostólico, sellándolo con el derramamiento de su sangre.

El misterioso itinerario de fe y de amor, que condujo a Pedro y a Pablo de su tierra natal a Jerusalén, luego a otras partes del mundo, y por último a Roma, constituye en cierto sentido un modelo del recorrido que todo cristiano está llamado a realizar para testimoniar a Cristo en el mundo.

"Yo consulté al Señor, y me respondió, me liberó de todas mis ansias" (Ps 33,5). ¿Cómo no ver en la experiencia de ambos santos, que hoy conmemoramos, la realización de estas palabras del salmista? La Iglesia es puesta a prueba continuamente. El mensaje que le llega siempre de los apóstoles san Pedro y san Pablo es claro y elocuente: por la gracia de Dios, en toda circunstancia, el hombre puede convertirse en signo del poder victorioso de Dios. Por eso no debe temer. Quien confía en Dios, libre de todo miedo, experimenta la presencia consoladora del Espíritu también, y especialmente, en los momentos de la prueba y del dolor.

1537 4. Queridos y venerados hermanos en el episcopado, el ejemplo de san Pedro y san Pablo nos interpela ante todo a nosotros, constituidos con la ordenación episcopal en sucesores de los Apóstoles. Como ellos, estamos invitados a recorrer un itinerario de conversión y de amor a Cristo. ¿No es él quien nos ha llamado? ¿No es a él mismo a quien debemos anunciar con coherencia y fidelidad?

Me dirijo de modo particular a vosotros, amadísimos metropolitanos, que habéis venido de numerosos países del mundo para recibir el palio de manos del Sucesor de Pedro. Os saludo cordialmente a vosotros, así como a cuantos os han acompañado. El vínculo especial con la Sede apostólica que expresa esta insignia litúrgica es estímulo a un compromiso más intenso en la búsqueda de la comunión espiritual y pastoral en beneficio de los fieles, promoviendo en ellos el sentido de la unidad y de la universalidad de la Iglesia. Custodiad fielmente en vosotros, y en las personas que os han sido encomendadas, la santidad de vida que es don sobrenatural de la gracia del Señor.

Saludo asimismo, con especial afecto, a la delegación enviada por el patriarca de Constantinopla Bartolomé I y guiada aquí por el metropolita Panteleimon. La tradicional visita de los representantes del patriarcado ecuménico para la solemnidad de San Pedro y San Pablo constituye un momento providencial del camino hacia el restablecimiento de la comunión plena entre nosotros. Al inicio del tercer milenio, advertimos con fuerza que debemos recomenzar desde Cristo, fundamento de nuestra fe y misión comunes. "Heri, hodie et in saecula" (
He 13,8), Cristo es la roca firme sobre la que está construida la Iglesia.

5. "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). La profesión de fe que Pedro hizo en Cesarea de Filipo cuando el Maestro preguntó a los discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16,15), cobra un valor y un significado del todo singulares para nosotros que formamos la comunidad eclesial de Roma. El testimonio de san Pedro y de san Pablo, sellado con el sacrificio extremo de su vida, recuerda a esta Iglesia la ardua tarea de "presidir en la caridad" (Ignacio de Antioquía, Ep. Rom., 1, 1).

Fieles de esta amada diócesis mía, seamos cada vez más conscientes de nuestra responsabilidad. Perseveremos en la oración juntamente con María, Reina de los Apóstoles.
Siguiendo el ejemplo de nuestros gloriosos patronos y con su constante apoyo, procuremos repetir en cada momento a Cristo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Tú eres nuestro único Redentor", Redentor del mundo.

* * * * *


PALABRAS DEL SANTO PADRE AL FINAL DE LA CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA



Al término de esta solemne celebración, deseo daros las gracias a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, que con vuestra devota participación habéis honrado la memoria de san Pedro y san Pablo. En particular, dirijo mi saludo cordial y mi agradecimiento a la delegación de la Iglesia ortodoxa búlgara, guiada por el metropolita Simeón. Recordando mi reciente visita a Bulgaria, invoco las bendiciones celestiales sobre los fieles de esa querida nación.

Felicito a todos los que llevan el nombre de Pedro y Pablo. Feliz fiesta a todos los romanos y a los peregrinos.





VIAJE APOSTÓLICO A TORONTO, CIUDAD DE GUATEMALA Y CIUDAD DE MÉXICO

XVII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


Toronto, Parque Downsview, Domingo 28 de julio de 2002

28072 "Vosotros sois la sal de la tierra...
Vosotros sois la luz del mundo" (
Mt 5,13-14).

Amadísimos jóvenes de la XVII Jornada mundial de la juventud;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. En una montaña, cerca del lago de Galilea, los discípulos de Jesús escuchaban su voz suave y apremiante: suave como el paisaje mismo de Galilea, apremiante como una llamada a elegir entre la vida y la muerte, entre la verdad y la mentira. El Señor pronunció entonces palabras de vida que resonarían para siempre en el corazón de los discípulos.

Hoy os dice esas mismas palabras a vosotros, jóvenes de Toronto, de Ontario y de todo Canadá, de Estados Unidos, del Caribe, de la América de lengua española y portuguesa, de Europa, de África, de Asia y de Oceanía. Escuchad la voz de Jesús en lo más íntimo de vuestro corazón. Sus palabras os dicen quiénes sois como cristianos. Os enseñan qué debéis hacer para permanecer en su amor.

2. Jesús ofrece una cosa; el "espíritu del mundo" ofrece otra. En la lectura de hoy, tomada de la carta a los Efesios, san Pablo afirma que Jesús nos lleva de las tinieblas a la luz (cf. Ef Ep 5,8). Tal vez el gran Apóstol estaba pensando en la luz que lo había cegado a él, el perseguidor de los cristianos, en el camino de Damasco. Cuando recobró la vista, ya nada era como antes. Pablo había renacido y ya nada podía quitarle la alegría que le había inundado el alma.

También vosotros, queridos jóvenes, estáis llamados a ser transformados. "Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo" (Ep 5,14), dice también san Pablo.

El "espíritu del mundo" ofrece muchos espejismos, muchas parodias de la felicidad. Quizá no haya tiniebla más densa que la que se introduce en el alma de los jóvenes cuando falsos profetas apagan en ellos la luz de la fe, de la esperanza y del amor. El engaño más grande, la mayor fuente de infelicidad es el espejismo de encontrar la vida prescindiendo de Dios, de alcanzar la libertad excluyendo las verdades morales y la responsabilidad personal.

3. El Señor os invita a elegir entre estas dos voces, que compiten por conquistar vuestra alma. Esta elección es la esencia y el desafío de la Jornada mundial de la juventud. ¿Para qué habéis venido desde todas las partes del mundo? Para decir juntos a Cristo: "Señor, ¿a quién iremos?" (Jn 6,68). ¿Quién, quién tiene palabras de vida eterna? Jesús, el amigo íntimo de cada joven, tiene palabras de vida.

Lo que heredaréis es un mundo que tiene necesidad urgente de un renovado sentido de fraternidad y solidaridad humana. Es un mundo que necesita ser tocado y curado por la belleza y la riqueza del amor de Dios. El mundo actual necesita testigos de ese amor. Necesita que vosotros seáis la sal de la tierra y la luz del mundo.

1539 El mundo os necesita; el mundo necesita la sal, os necesita como sal de la tierra y luz del mundo.

4. La sal se usa para conservar y mantener sanos los alimentos. Como apóstoles del tercer milenio, os corresponde a vosotros conservar y mantener viva la conciencia de la presencia de Jesucristo, nuestro Salvador, de modo especial en la celebración de la Eucaristía, memorial de su muerte redentora y de su gloriosa resurrección. Debéis mantener vivo el recuerdo de las palabras de vida que pronunció, de las espléndidas obras de misericordia y de bondad que realizó. Debéis constantemente recordar al mundo que "el Evangelio es fuerza de Dios que salva" (cf. Rm
Rm 1,16).

La sal condimenta y da sabor a la comida. Siguiendo a Cristo, debéis cambiar y mejorar el "sabor" de la historia humana. Con vuestra fe, esperanza y amor, con vuestra inteligencia, valentía y perseverancia, debéis humanizar el mundo en que vivimos. El modo para alcanzarlo lo indicaba ya el profeta Isaías en la primera lectura de hoy: "Suelta las cadenas injustas, (...) parte tu pan con el hambriento (...). Cuando destierres de ti el gesto amenazador y la maledicencia, (...) brillará tu luz en las tinieblas" (cf. Is Is 58,6-10).

5. Una llama ligera que arde rompe la pesada cubierta de la noche. ¡Cuánta más luz podréis producir vosotros, todos juntos, si os unís en la comunión de la Iglesia! Si amáis a Jesús, amad a la Iglesia. No os desalentéis por las culpas y faltas de alguno de sus hijos. El daño que han hecho algunos sacerdotes y religiosos a personas jóvenes o frágiles nos llena a todos de un profundo sentido de tristeza y vergüenza. Pero pensad en la gran mayoría de sacerdotes y religiosos generosamente comprometidos, cuyo único deseo es servir y hacer el bien. Hoy se encuentran aquí muchos sacerdotes, seminaristas y personas consagradas: estad cerca de ellos y sostenedlos. Y si escucháis que resuena en lo más íntimo de vuestro corazón esa misma llamada al sacerdocio o a la vida consagrada, no tengáis miedo de seguir a Cristo por el camino real de la cruz. En los momentos difíciles de la historia de la Iglesia el deber de la santidad resulta aún más urgente. Y la santidad no es cuestión de edad. La santidad es vivir en el Espíritu Santo, como hicieron Catalina Tekakwitha aquí en América y muchísimos otros jóvenes.

Vosotros sois jóvenes, y el Papa es anciano; 82 u 83 años de vida no es lo mismo que 22 o 23. Pero aún se identifica con vuestras expectativas y vuestras esperanzas. Jóvenes de espíritu, jóvenes de espíritu. Aunque he vivido entre muchas tinieblas, bajo duros regímenes totalitarios, he visto lo suficiente para convencerme de manera inquebrantable de que ninguna dificultad, ningún miedo es tan grande como para ahogar completamente la esperanza que brota eterna en el corazón de los jóvenes.

Vosotros sois nuestra esperanza, los jóvenes son nuestra esperanza. No dejéis que muera esa esperanza. Apostad vuestra vida por ella. Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; al contrario, somos la suma del amor del Padre a nosotros y de nuestra capacidad real de llegar a ser imagen de su Hijo.

Concluyo con una oración.

6. Señor Jesucristo,
conserva a estos jóvenes en tu amor.

Haz que oigan tu voz
y crean en lo que dices,
porque sólo tú tienes
palabras de vida eterna.

Enséñales cómo profesar su fe,
cómo dar su amor,
cómo comunicar su esperanza
a los demás.

Hazlos testigos convincentes
de tu Evangelio,
en un mundo que tanto necesita
de tu gracia que salva.

Haz de ellos el nuevo pueblo
de las Bienaventuranzas,
para que sean la sal de la tierra
y la luz del mundo
al inicio del tercer milenio cristiano.

María, Madre de la Iglesia,
protege y guía
a estos muchachos y muchachas
del siglo XXI.

Abrázalos a todos
en tu corazón materno.

Amén.



Ciudad de Guatemala, martes 30 de julio de 2002

30072

1. "Venid vosotros, benditos de mi Padre; ...Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis" (
Mt 25,34 Mt 25,40). ¿Cómo no pensar que estas palabras de Jesús, con las que se concluirá la historia de la humanidad, puedan aplicarse también al Hermano Pedro, que con tanta generosidad se dedicó al servicio de los más pobres y abandonados?

Al inscribir hoy en el catálogo de los Santos al Hermano Pedro de San José de Betancurt, lo hago convencido de la actualidad de su mensaje. El nuevo Santo, con el único equipaje de su fe y su confianza en Dios, surcó el Atlántico para atender a los pobres e indígenas de América: primero en Cuba, después en Honduras y, finalmente, en esta bendita tierra de Guatemala, su "tierra prometida".

2. Agradezco cordialmente las amables palabras que me ha dirigido Mons. Rodolfo Quezada, Arzobispo de Guatemala, presentándome a estas queridas comunidades eclesiales. Saludo a los Señores Cardenales, a los Obispos guatemaltecos, al Obispo de Tenerife y a los venidos de otras partes del Continente americano.

También saludo con gran estima a los sacerdotes y a los consagrados y consagradas. Un saludo especial y afectuoso también a los Hermanos de la Orden de Belén y a las Hermanas Bethlemitas, fruto de la inspiración de la Madre Encarnación Rosal, primera Beata guatemalteca y reformadora del Beaterio donde fraguó la fundación para recuperar los valores fundamentales de los seguidores del Hermano Pedro.

Agradezco particularmente la presencia en esta celebración de los Presidentes de las Repúblicas de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, del Primer Ministro de Belice y demás Autoridades civiles. Aprecio también la participación en este acto de la Misión oficial que el Gobierno Español ha querido enviar para esta feliz ocasión.

Deseo asimismo expresar mi aprecio y cercanía a los numerosos indígenas. El Papa no os olvida y, admirando los valores de vuestras culturas, os alienta a superar con esperanza las situaciones, a veces difíciles, que atravesáis. ¡Construid con responsabilidad el futuro, trabajad por el armónico progreso de vuestros pueblos! Merecéis todo respeto y tenéis derecho a realizaros plenamente en la justicia, el desarrollo integral y la paz.

3. "Que su Espíritu los fortalezca interiormente y que Cristo habite en sus corazones. Así, arraigados y cimentados en el amor, podrán comprender [...] la profundidad del amor de Cristo" (Ep 3,16-19). Estas palabras de san Pablo que hemos escuchado hoy, manifiestan cómo el encuentro interior con Cristo transforma al ser humano, llenándole de misericordia para con el prójimo.

El Hermano Pedro fue hombre de profunda oración, ya en su tierra natal, Tenerife, y después en todas las etapas de su vida, hasta llegar aquí, donde, especialmente en la ermita del Calvario, buscaba asiduamente la voluntad de Dios en cada momento.

Por eso es un ejemplo eximio para los cristianos de hoy, a quienes recuerda que, para ser santo, "es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración" (Novo millennio ineunte NM 32). Por tanto, renuevo mi exhortación a todas las comunidades cristianas, de Guatemala y de otros países, a ser auténticas escuelas de oración, donde orar sea parte central de toda actividad. Una intensa vida de piedad produce siempre frutos abundantes.

El Hermano Pedro forjó así su espiritualidad, particularmente en la contemplación de los misterios de Belén y de la Cruz. Si en el nacimiento e infancia de Jesús ahondó en el acontecimiento fundamental de la Encarnación del Verbo, que le lleva a descubrir casi con naturalidad el rostro de Dios en el hombre, en la meditación sobre la Cruz encontró la fuerza para practicar heroicamente la misericordia con los más pequeños y necesitados.

4. Hoy somos testigos de la profunda verdad de las palabras del Salmo que antes hemos recitado: el justo "no temerá. Distribuyó, dio a los pobres; su justicia permanece por los siglos de los siglos" (Ps 111,8-9). La justicia que perdura es la que se practica con humildad, compartiendo cordialmente la suerte de los hermanos, sembrando por doquier el espíritu de perdón y misericordia.

Pedro de Betancurt se distinguió precisamente por practicar la misericordia con espíritu humilde y vida austera. Sentía en su corazón de servidor la amonestación del Apóstol Pablo: "Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres" (Col 3,23). Por eso fue verdaderamente hermano de todo el que vive en el infortunio y se entregó con ternura e inmenso amor a su salvación. Así se pone de manifiesto en los acontecimientos de su vida, como su dedicación a los enfermos en el pequeño hospital de Nuestra Señora de Belén, cuna de la Orden Bethlemita.

El nuevo Santo es también hoy un apremiante llamado a practicar la misericordia en la sociedad actual, sobre todo cuando son tantos los que esperan una mano tendida que los socorra. Pensemos en los niños y jóvenes sin hogar o sin educación; en las mujeres abandonadas con muchas necesidades que remediar; en la multitud de marginados en las ciudades; en las víctimas de organizaciones del crimen organizado, de la prostitución o la droga; en los enfermos desatendidos o en los ancianos que viven en soledad.

5. El Hermano Pedro "es una herencia que no se ha de perder y que se ha de transmitir para un perenne deber de gratitud y un renovado propósito de imitación" (Novo millennio ineunte NM 7). Esta herencia ha de suscitar en los cristianos y en todos los ciudadanos el deseo de transformar la comunidad humana en una gran familia, donde las relaciones sociales, políticas y económicas sean dignas del hombre, y se promueva la dignidad de la persona con el reconocimiento efectivo de sus derechos inalienables.

Quisiera concluir recordando cómo la devoción a la Santísima Virgen acompañó siempre la vida de piedad y misericordia del Hermano Pedro. Que Ella nos guíe también a nosotros para que, iluminados por los ejemplos del "hombre que fue caridad", como se conoce a Pedro de Betancurt, podamos llegar hasta su hijo Jesús. Amén.

¡Alabado sea Jesucristo!

Al final, el Papa dirigió las siguientes palabras:

Antes de dejar este estupendo lugar, el lugar de la canonización del primer santo guatemalteco y tinerfeño, deseo deciros que me habéis conmovido una vez más. Gracias, muchas gracias, Guatemala. Con esta fe, esta cordialidad, estas calles tan maravillosamente decoradas. Gracias porque sé que detrás de cada flor hay un corazón. Sed fieles a Dios, a la Iglesia, a vuestra tradición católica, iluminados por el ejemplo del santo hermano Pedro. Guatemala siempre fiel, bajo la protección del Santo Cristo de Esquipulas. Guatemala, te llevo en mi corazón.



CANONIZACIÓN DE JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN

Ciudad de México, Miércoles 31 de julio de 2002

31072

1. “¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!” (
Mt 11,25).

Queridos hermanos y hermanas: Estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy son para nosotros una invitación especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del primer santo indígena del Continente americano.

1544 Con gran gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México.

2. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México, así como la calurosa hospitalidad de los hombres y mujeres de esta Arquidiócesis Primada: para todos mi saludo cordial. Saludo también con afecto al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo emérito de México y a los demás Cardenales, a los Obispos mexicanos, de América, de Filipinas y de otros lugares del mundo. Asimismo, agradezco particularmente al Señor Presidente y a las Autoridades civiles su presencia en esta celebración.

Dirijo hoy un saludo muy entrañable a los numerosos indígenas venidos de las diferentes regiones del País, representantes de las diversas etnias y culturas que integran la rica y pluriforme realidad mexicana. El Papa les expresa su cercanía, su profundo respeto y admiración, y los recibe fraternalmente en el nombre del Señor.

3. ¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios “es poderoso y sólo los humildes le dan gloria” (3, 20). También las palabras de San Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: “Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios” (
1Co 1,28 1Co 1,29).

Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava “que glorifica al Señor” (Lc 1,46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora.

“El acontecimiento guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación” (14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente inculturada.

4. “Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres” (Ps 32,13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez más nuestra fe en Dios, que no repara en distinciones de raza o de cultura. Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y tradiciones.

Esta noble tarea de edificar un México mejor, más justo y solidario, requiere la colaboración de todos. En particular es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de cada grupo étnico. ¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!

Amados hermanos y hermanas de todas las etnias de México y América, al ensalzar hoy la figura del indio Juan Diego, deseo expresarles la cercanía de la Iglesia y del Papa hacia todos ustedes, abrazándolos con amor y animándolos a superar con esperanza las difíciles situaciones que atraviesan.

5. En este momento decisivo de la historia de México, cruzado ya el umbral del nuevo milenio, encomiendo a la valiosa intercesión de San Juan Diego los gozos y esperanzas, los temores y angustias del querido pueblo mexicano, que llevo tan adentro de mi corazón.

¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón santo! Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina en México, para que cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la extensión de su Reino.

1545 ¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos, para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz.

¡Amado Juan Diego, “el águila que habla”! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios. Amén.

Antes de impartir la bendición, el Vicario de Cristo dirigió las siguientes palabras:

Al concluir esta canonización de Juan Diego, deseo renovar el saludo a todos los que habéis podido participar, algunos desde esta basílica, otros desde los aledaños y muchos más a través de la radio y la televisión. Agradezco de corazón el afecto de cuantos he encontrado en las calles que he recorrido. En el nuevo santo tenéis el maravilloso ejemplo de un hombre de bien, recto de costumbres, leal hijo de la Iglesia, dócil a los pastores, amante de la Virgen, buen discípulo de Jesús. Que sea modelo para vosotros que tanto lo amáis, y que él interceda por México para que sea siempre fiel. Llevad a todos el mensaje de esta celebración y el saludo y el afecto del Papa a todos los mexicanos.





B. Juan Pablo II Homilías 1532