B. Juan Pablo II Homilías 1554


DURANTE LA MISA DE FUNERAL


DEL CARDENAL LUCAS MOREIRA NEVES


Basílica de San Pedro

Miércoles 11 de septiembre de 2002

1. "In laudem gloriae gratiae suae" (Ep 1,6). Estas palabras del apóstol san Pablo, que hemos escuchado en la segunda lectura, constituyen casi una síntesis inmediata y eficaz de toda la existencia de nuestro venerado hermano el cardenal Lucas Moreira Neves, al que estamos a punto de dar el último saludo. Él mismo había elegido estas palabras de san Pablo como incipit de su testamento espiritual, redactado el Jueves santo del año 2000, reconociendo en ellas la inspiración y la iluminación interior que lo habían acompañado durante toda su existencia. Escribió: "In laudem gloriae... Estas palabras de san Pablo (...) que desde hace casi sesenta años me sirven de iluminación espiritual, me sirvan de inspiración también en el momento de comparecer delante de Dios. Deseo ardientemente que en aquel momento se concentre y encuentre su punto culminante toda mi acción de gracias a la santísima Trinidad".

2. Habiendo entrado muy joven en la Orden de Frailes Predicadores, conservó toda su vida un profundo amor a su vocación y a su identidad de hijo espiritual de santo Domingo. En el citado testamento afirma: "He amado con pasión esta vocación", y prosigue: "Espero morir conservando plena fidelidad a lo esencial de la vocación dominicana". Su vocación religiosa se enriqueció y se expresó magníficamente en un intenso ministerio sacerdotal, primero entre los estudiantes católicos, y luego en la animación del "Movimiento familiar cristiano", así como entre los intelectuales, los periodistas y sobre todo los artistas del teatro y del cine.

Como obispo auxiliar de São Paulo, se granjeó un gran aprecio por sus notables cualidades de mente y corazón, por su sensibilidad pastoral, por su inagotable caridad para con los pobres, y en particular con "sus" meninos de rua... En consideración de esas cualidades fue llamado a asumir cargos cada vez más importantes.

La Iglesia, el laicado, el sacerdocio, el servicio petrino, los jóvenes en las asociaciones y en los movimientos eclesiales, fueron algunos de los temas más queridos para el cardenal Moreira Neves, profundizados y expuestos en innumerables ocasiones. ¡Cómo no recordar, a este respecto, la tanda de Ejercicios espirituales que predicó en el Vaticano el año 1982, unánimemente apreciada por el profundo sentido espiritual y eclesial que la impregnaba!

1555 3. Enriquecido con el servicio prestado en la Curia romana en favor de toda la comunidad católica, monseñor Lucas Moreira Neves volvió a su amado Brasil en calidad de arzobispo de la sede primada de San Salvador de Bahía. Después de incluirlo en el colegio cardenalicio, lo llamé a Roma en junio de 1998 para encomendarle el cargo de prefecto de la Congregación para los obispos, cargo que desempeñó hasta septiembre del año 2000, cuando, por motivos de salud, pidió ser dispensado.

Precisamente en estos largos años marcados por la enfermedad, su incesante cooperación en el bien de los hermanos se hizo aún más apostólica y, en cierto sentido, más eficaz en virtud de su íntima unión con el Señor Jesús. El mismo cardenal Neves lo confiesa, con un tono más reservado, consciente de revelar uno de los puntos más íntimos y delicados de su alma. "Me cuesta mucho hacerlo desde el punto de vista natural, de simple razón humana, pero, desde una perspectiva de fe y de obediencia a la adorable voluntad de Dios, doy gracias también por la enfermedad". Y explica la razón más profunda de esta actitud suya de fe: "Me consuela la certeza de que, con este sufrimiento, he entrado en comunión con la Pasión de Cristo, he experimentado en vida una parte del Purgatorio y he colaborado, más que con cualquier predicación, en la redención de los hermanos".

4. Precisamente esta visión de fe nos ayuda a vivir de modo más intenso el triste momento del fin de la vida terrena de nuestro amado hermano. El dolor por la pérdida de su venerada persona, gran don para la Iglesia y para la sociedad civil, se mitiga por la esperanza en la resurrección, fundada en las palabras mismas de Jesús, que hemos escuchado en el Evangelio. "Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día" (
Jn 6,40). Ante el misterio de la muerte, para el hombre que no tiene fe todo parecería estar irremediablemente perdido. Es entonces la palabra de Cristo la que ilumina el camino de la vida y confiere valor a cada uno de sus momentos. Jesucristo es el Señor de la vida, y vino "para que no se pierda nada de lo que el Padre le ha dado" (cf. Jn Jn 6,39).

Precisamente en este horizonte de fe nuestro querido hermano vivió toda su existencia, consagrada totalmente a Dios y al servicio de los hermanos, de modo especial de los más pobres, convirtiéndose así en testigo de esa fe valiente que sabe fiarse ciegamente de Dios.

5. "Scio quod Redemptor meus vivit" (Jb 19,25). En el gran silencio que envuelve el misterio de la muerte, se eleva, llena de esperanza, la voz del antiguo creyente: Job implora la salvación del Viviente, en el que todo acontecimiento humano encuentra su sentido y su término.
"Videbo Deum meum. Quem visurus sum ego ipse, et oculi mei conspecturi sunt" (Jb 19,26-27), afirma el texto sagrado, dejando vislumbrar, al terminar la peregrinación terrena, el rostro misericordioso del Señor. A esta búsqueda del rostro de Dios está dedicado el último pensamiento del cardenal Neves, el cual quiso concluir su testamento espiritual expresando un último deseo: "Me gustaría que sobre mi tumba se escribiera sólo la palabra del Salmo: Vultum tuum, Domine, quaesivi". Y nosotros creemos, a la luz de la fe, que nuestro venerado y querido hermano, ya ahora contempla, desvelado en el gozo del paraíso, aquel rostro misericordioso de Cristo, que buscó en la esperanza durante toda su vida terrena.

Esto lo pedimos, de modo especial, a María santísima, Reina de la esperanza, mientras encomendamos a la tierra los restos mortales del cardenal Lucas Moreira Neves. Que la Virgen santísima lo acoja entre sus brazos maternos y lo introduzca a contemplar el rostro santo de su Hijo Jesús, en el coro jubiloso de los ángeles y de los santos, por toda la eternidad. Amén.







DURANTE EL FUNERAL DEL CARDENAL


FRANÇOIS-XAVIER NGUYÊN VAN THUÂN


Viernes 20 de septiembre de 2002

1. "Su esperanza estaba llena de inmortalidad" (Sg 3,4).


Estas consoladoras palabras del libro de la Sabiduría nos invitan a elevar, a la luz de la esperanza, nuestra oración de sufragio por el alma elegida del llorado cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân, que puso toda su vida precisamente bajo el signo de la esperanza.
Ciertamente, su muerte entristece a cuantos lo han conocido y amado: a sus familiares, en particular a su madre, a la que renuevo la expresión de mi afectuosa cercanía. Pienso también en la amada Iglesia que está en Vietnam, que lo engendró a la fe; y pienso también en todo el pueblo vietnamita, al que el venerado cardenal recordó expresamente en su testamento espiritual, afirmando que lo amó siempre. Siente la muerte del cardenal Nguyên Van Thuân la Santa Sede, a cuyo servicio dedicó sus últimos años, primero como vicepresidente y después como presidente del Consejo pontificio Justicia y paz.

1556 A todos, también en este momento, parece dirigir con afecto persuasivo la invitación a la esperanza. Cuando, en el año 2000, le pedí que predicara las meditaciones para los ejercicios espirituales de la Curia romana, eligió como tema: "Testigos de la esperanza". Ahora que el Señor lo ha probado "como oro en el crisol" y lo ha aceptado "como holocausto", podemos decir con verdad que "su esperanza estaba llena de inmortalidad" (cf. Sb Sg 3,4 Sb Sg 3,6). Estaba llena de Cristo, vida y resurrección de cuantos confían en él.

2. ¡Espera en Dios! Con esta invitación a confiar en el Señor el querido purpurado inició las meditaciones de los ejercicios espirituales. Sus exhortaciones se me han quedado grabadas en la memoria por la profundidad de las reflexiones, enriquecidas por continuos recuerdos personales, en gran parte relativos a los trece años pasados en la cárcel. Contaba que precisamente en la cárcel había comprendido que el fundamento de la vida cristiana consiste en "elegir a Dios solo", abandonándose totalmente en sus manos paternales.

Estamos llamados -afirmaba a la luz de su experiencia personal- a anunciar a todos el "evangelio de la esperanza"; y precisaba: sólo con el radicalismo del sacrificio se puede cumplir esta vocación, aun en medio de las pruebas más duras. "Valorar todo dolor -decía- como uno de los innumerables rostros de Jesús crucificado y unirlo al suyo, significa entrar en su misma dinámica de dolor-amor; significa participar de su luz, de su fuerza y de su paz; significa volver a encontrar en nosotros una presencia nueva y más plena de Dios" (Testigos de esperanza, Roma 2001, p. 124).

3. Podríamos preguntarnos de dónde sacaba la paciencia y la valentía que lo caracterizaron siempre. A este propósito, explicaba que su vocación sacerdotal estaba vinculada de modo misterioso, pero real, a la sangre de los mártires caídos durante el siglo pasado mientras anunciaban el Evangelio en Vietnam. "Los mártires -decía- nos han enseñado a decir sí: un sí sin condiciones ni límites al amor del Señor; pero también un no a los halagos, a las componendas y a la injusticia, aunque fuera con la finalidad de salvar la propia vida" (ib., pp. 139-140). Y añadía que no se trataba de heroísmo, sino de fidelidad madurada contemplando a Jesús, modelo de todo testigo y de todo mártir. Una herencia que hay que acoger cada día en una vida llena de amor y mansedumbre.

4. Al despedir a este heroico heraldo del Evangelio de Cristo, damos gracias al Señor por habernos concedido en él un ejemplo luminoso de coherencia cristiana hasta el martirio. Afirmó de sí con impresionante sencillez: "En el abismo de mis sufrimientos (...) jamás he dejado de amar a todos; no he excluido a nadie de mi corazón" (ib., p. 124).

Su secreto era una inquebrantable confianza en Dios, alimentada con la oración y el sufrimiento aceptado con amor. En la cárcel celebraba cada día la Eucaristía con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano. Este era su altar, su catedral. El cuerpo de Cristo era su "medicina". Contaba con emoción: "Todos los días tenía la oportunidad de extender mis manos y clavarme en la cruz con Cristo, de beber con él el cáliz más amargo. Todos los días, al pronunciar las palabras de la consagración, confirmaba con todo mi corazón y con toda mi alma una nueva alianza, una alianza eterna entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía" (ib., p. 168).

5. "Mihi vivere Christus est" (Ph 1,21). Fiel hasta la muerte, el cardenal Nguyên Van Thuân hizo suya la expresión del apóstol san Pablo que acabamos de escuchar. Conservó la serenidad e incluso la alegría también durante su larga y sufrida hospitalización. En los últimos días, cuando ya no podía hablar, permanecía con la mirada fija en el crucifijo, que tenía delante él. Rezaba en silencio, mientras culminaba su extremo sacrificio como coronamiento de una existencia marcada por su heroica configuración con Cristo en la cruz. Se le aplican bien las palabras pronunciadas por Jesús en vísperas de su Pascua: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).

Sólo con el sacrificio de sí mismo el cristiano contribuye a la salvación del mundo. Así sucedió con nuestro venerado hermano cardenal. Nos deja, pero queda su ejemplo. La fe nos asegura que no ha muerto, sino que ha entrado en el día eterno que no conoce ocaso.
6. "Santa María..., ruega por nosotros..., ahora y en la hora de nuestra muerte". En la cárcel, cuando le era imposible rezar, recurría a María: "Madre, tú ves que estoy extenuado, que no logro rezar ninguna oración. Entonces, ... poniendo todo en tus manos, repetiré sencillamente: "Ave María"" (Testigos de esperanza, p. 253).

En su testamento espiritual, después de pedir perdón, el cardenal asegura que seguirá amando a todos. "Parto serenamente -afirma-, y no tengo odio hacia nadie. Ofrezco todos los sufrimientos que he soportado a María Inmaculada y a san José".

El testamento termina con una triple recomendación: "Amad a la Virgen santísima y confiad en san José, sed fieles a la Iglesia, estad unidos y sed caritativos con todos". Aquí está, en síntesis, su misma existencia.

1557 Que Dios lo acoja ahora, junto a José y a María, para que contemple en la gloria del paraíso el rostro glorioso de Cristo, a quien en la tierra buscó ardientemente como su única esperanza. Amén.





CELEBRACIÓN ECUMÉNICA DE VÍSPERAS EN EL VII CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SANTA BRÍGIDA DE SUECIA, COPATRONA DE EUROPA



Viernes 4 de octubre de 2002



1. "Pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y este crucificado" (1Co 2,2). Las palabras del apóstol san Pablo, que han resonado durante esta celebración ecuménica, tuvieron un eco singular en la actividad y en la experiencia mística de santa Brígida de Suecia, de cuyo nacimiento conmemoramos el VII centenario. En las diversas etapas de su existencia, en las que fue primero esposa, madre y educadora, después viuda y por último iniciadora de un nuevo camino de vida consagrada, la santa se inspiró constantemente en el misterio de la pasión y muerte de Cristo. Sus ojos no se cansaron de contemplar el rostro del Crucificado.

La recordamos esta tarde, a la vez que damos gracias al Señor por una hija tan ilustre y tan santa de la noble tierra de Suecia, vinculada a la ciudad de Roma y testigo singular de las profundas raíces cristianas de la civilización europea.

2. Me complace saludaros cordialmente a vosotros, queridos hermanos y hermanas que participáis en esta solemne liturgia de Vísperas en honor de santa Brígida. Mi pensamiento va en particular a mis hermanos en el episcopado, al clero y a los religiosos y religiosas presentes.

Con espíritu de fraternidad y amistad saludo a los distinguidos representantes de las Iglesias luteranas. Vuestra presencia en esta oración es motivo de profunda alegría. Espero que nuestro encuentro en el nombre del Señor contribuya a fomentar nuestro diálogo ecuménico y acorte el camino hacia la plena unidad de los cristianos.

Deseo enviar un saludo especial a sus majestades el rey y la reina de Suecia, representados aquí por su hija, la princesa Victoria.

Saludo respetuosamente a las demás autoridades religiosas y civiles aquí presentes, así como a los organizadores, a los oradores y a los participantes en el simposio sobre "El camino de la belleza para un mundo más justo y más digno", en conmemoración del VII centenario del nacimiento de santa Brígida. Dirijo un saludo afectuoso a las queridas religiosas de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida, presentes con la abadesa general.

3. Aquí, junto a las tumbas de los Apóstoles y en los lugares santificados por la sangre de los mártires, santa Brígida pasó muchas horas en oración durante su estancia en Roma. Aquí sacó fuerza y firmeza para poder realizar ese extraordinario compromiso caritativo, misionero y social, que hizo de ella una de las personas más notables de su tiempo.

Contemplando al Señor crucificado y en íntima unión con su Pasión fue capaz, con determinación profética, de completar la misión que Cristo le había confiado para el bien de la Iglesia y de la sociedad de aquella época.

La estatua de mármol colocada en el exterior de la basílica vaticana, junto a la entrada llamada comúnmente puerta de la Plegaria, expresa muy bien el fervor de su vida y de su espiritualidad. Santa Brígida está representada en actitud de oración, con el libro de sus "Revelaciones" abierto, llevando un bastón y una alforja de peregrino, mientras contempla a Cristo crucificado.

1558 4. Deseo poner de relieve otro aspecto de la personalidad de esta gran misionera de la fe, a la que quise proclamar copatrona de Europa: su anhelo activo y diligente de la unidad de los cristianos. En una época compleja y difícil de la historia eclesial y europea, esta discípula invicta del Señor no dejó de trabajar por la cohesión y el auténtico progreso de la unidad de los creyentes. Me complace repetir aquí cuanto he recordado recientemente a las religiosas Brígidas en un mensaje enviado precisamente con ocasión del VII centenario de su nacimiento. Santa Brígida -he escrito-, "como mujer de unidad, se nos presenta como testigo de ecumenismo. Su personalidad armoniosa inspira la vida de la Orden, cuyo origen se remonta a ella en la dirección de un ecumenismo espiritual y a la vez operativo" (Mensaje a la reverenda madre Tekla Famiglietti, abadesa general de la Orden del Santísimo Salvador, n. 6). Se trata de una herencia espiritual que conviene recoger y de un compromiso común que es preciso proseguir con gozosa generosidad. Pero, puesto que la unidad de la Iglesia es una gracia del Espíritu, somos conscientes de que ante todo es necesario implorarla constantemente en la oración, y después construirla con tenacidad incansable, dando cada uno su contribución personal.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, hoy se celebra la fiesta de san Francisco de Asís. De todos son conocidas la admiración y la devoción que esta terciaria franciscana sentía por el Poverello de Asís. Entre las numerosas peregrinaciones que realizó a los principales santuarios de su época, destaca la del verano de 1352 a Asís. Fue una visita que le dejó en la mente y en el corazón un recuerdo imborrable.

Que estos dos grandes santos, que tanta influencia han ejercido en la vida de la Iglesia y en la historia del continente europeo, nos ayuden a ser, como ellos, testigos valientes de Cristo y de su perenne mensaje de salvación. Interceda por nosotros María, de quien santa Brígida fue siempre muy devota, para que contribuyamos eficazmente a la instauración del reino de Cristo y a la construcción de la civilización del amor.





MISA DE CANONIZACIÓN DEL BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER



Domingo 6 de octubre de 2002



1. "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rm 8,14). Estas palabras del apóstol san Pablo, que acaban de resonar en nuestra asamblea, nos ayudan a comprender mejor el significativo mensaje de la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, que celebramos hoy. Él se dejó guiar dócilmente por el Espíritu, convencido de que sólo así se puede cumplir plenamente la voluntad de Dios.

Esta verdad cristiana fundamental era un tema recurrente de su predicación. En efecto, no dejaba de invitar a sus hijos espirituales a invocar al Espíritu Santo para hacer que la vida interior, es decir, la vida de relación con Dios y la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas, no estuvieran separadas, sino que constituyeran una sola existencia "santa y llena de Dios". "A ese Dios invisible -escribió- lo encontramos en las cosas más visibles y materiales" (Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer, n. 114).

También hoy esta enseñanza suya es actual y urgente. El creyente, en virtud del bautismo, que lo incorpora a Cristo, está llamado a entablar con el Señor una relación ininterrumpida y vital. Está llamado a ser santo y a colaborar en la salvación de la humanidad.

2. "Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase" (Gn 2,15). El libro del Génesis, como hemos escuchado en la primera lectura, nos recuerda que el Creador ha confiado la tierra al hombre, para que la "labrase" y "cuidase". Los creyentes, actuando en las diversas realidades de este mundo, contribuyen a realizar este proyecto divino universal. El trabajo y cualquier otra actividad, llevada a cabo con la ayuda de la gracia, se convierten en medios de santificación cotidiana.

"La vida habitual de un cristiano que tiene fe -solía afirmar Josemaría Escrivá-, cuando trabaja o descansa, cuando reza o cuando duerme, en todo momento, es una vida en la que Dios siempre está presente" (Meditaciones, 3 de marzo de 1954). Esta visión sobrenatural de la existencia abre un horizonte extraordinariamente rico de perspectivas salvíficas, porque, también en el contexto sólo aparentemente monótono del normal acontecer terreno, Dios se hace cercano a nosotros y nosotros podemos cooperar a su plan de salvación. Por tanto, se comprende más fácilmente lo que afirma el concilio Vaticano II, esto es, que "el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la construcción del mundo (...), sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber" (Gaudium et spes GS 34).

3. Elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que el santo fundador os indica, queridos hermanos y hermanas que hoy os alegráis por su elevación a la gloria de los altares. Él continúa recordándoos la necesidad de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior.

Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu. De este modo, seréis "sal de la tierra" (cf. Mt Mt 5,13) y brillará "vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).

1559 4. Ciertamente, no faltan incomprensiones y dificultades para quien intenta servir con fidelidad a la causa del Evangelio. El Señor purifica y modela con la fuerza misteriosa de la cruz a cuantos llama a seguirlo; pero en la cruz -repetía el nuevo santo- encontramos luz, paz y gozo: lux in cruce, requies in cruce, gaudium in cruce!

Desde que el 7 de agosto de 1931, durante la celebración de la santa misa, resonaron en su alma las palabras de Jesús: "Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (
Jn 12,32), Josemaría Escrivá comprendió más claramente que la misión de los bautizados consiste en elevar la cruz de Cristo sobre toda realidad humana y sintió surgir de su interior la apasionante llamada a evangelizar todos los ambientes. Acogió entonces sin vacilar la invitación hecha por Jesús al apóstol Pedro y que hace poco ha resonado en esta plaza: "Duc in altum!". Lo transmitió a toda su familia espiritual, para que ofreciese a la Iglesia una aportación válida de comunión y servicio apostólico. Esta invitación se extiende hoy a todos nosotros. "Rema mar adentro -nos dice el divino Maestro- y echad las redes para la pesca" (Lc 5,4).

5. Pero para cumplir una misión tan ardua hace falta un incesante crecimiento interior alimentado por la oración. San Josemaría fue un maestro en la práctica de la oración, que consideraba una extraordinaria "arma" para redimir al mundo. Recomendaba siempre: "Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy "en tercer lugar", acción" (Camino, n. 82). No es una paradoja, sino una verdad perenne: la fecundidad del apostolado reside, ante todo, en la oración y en una vida sacramental intensa y constante. Este es, en el fondo, el secreto de la santidad y del verdadero éxito de los santos.

Que el Señor, queridos hermanos y hermanas, os ayude a recoger esta exigente herencia ascética y misionera. Os sostenga María, a quien el santo fundador invocaba como Spes nostra, Sedes Sapientiae, Ancilla Domini.

Que la Virgen haga de cada uno un testigo auténtico del Evangelio, dispuesto a dar en todo lugar una generosa contribución a la construcción del reino de Cristo. Que nos estimulen el ejemplo y la enseñanza de san Josemaría para que, al final de la peregrinación terrena, participemos también nosotros en la herencia bienaventurada del cielo. Allí, juntamente con los ángeles y con todos los santos, contemplaremos el rostro de Dios, y cantaremos su gloria por toda la eternidad.





VISITA DE SU BEATITUD TEOCTIST,

PATRIARCA DE LA IGLESIA ORTODOXA RUMANA



Domingo 13 de octubre de 2002

1. "A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos" (Ph 4,20).


Así se concluye el pasaje de la carta a los Filipenses que acabamos de proclamar. Este texto del apóstol san Pablo está impregnado de intensa alegría. Esa misma alegría colma hoy el corazón del Obispo de Roma por la grata visita del amado hermano, Su Beatitud Teoctist, Patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana, y por haber podido escuchar juntamente con él la buena nueva.

Beatitud, lo saludo con afecto fraterno a usted, así como a sus colaboradores. Mi saludo cordial se extiende idealmente al Santo Sínodo, al clero y a los fieles de la Iglesia ortodoxa de Rumanía, que me abrieron sus brazos y su corazón con ocasión de mi visita a Bucarest, en la primavera de 1999, hace tres años.

2. He escuchado con gran atención sus inspiradas reflexiones, animadas por el ardiente deseo de la comunión plena de nuestras Iglesias. He notado en ellas una alentadora sintonía de sentimientos y de voluntad encaminados a realizar el mandato que Cristo dio a sus discípulos durante la última Cena: "Ut omnes unum sint, que todos sean uno" (Jn 17,21).

Beatitud, me alegra celebrar en su presencia esta sagrada liturgia, misterio de nuestra fe, y pedir junto con usted al Señor por la unidad y por la paz en la santa Iglesia y en el mundo. Juntos, en este lugar, somos testigos del camino común emprendido hacia el acercamiento de la Iglesia católica y de la Iglesia ortodoxa de Rumanía. Bendigo al Señor por cuanto nos ha dado ya en nuestra peregrinación de comunión. Invoco su gracia para que nos conceda llevar a cumplimiento lo que ha suscitado en medio de nosotros, en apoyo del compromiso hacia la comunión plena.

1560 3. "He aquí que todo está preparado, todo está dispuesto, venid" (cf. Mt Mt 22,4).

En la página evangélica que acaba de proclamarse en lengua latina y rumana, casi respirando, por decirlo así, con "dos pulmones", ha resonado la invitación a la boda real. Todos somos invitados. La llamada del Padre misericordioso y fiel constituye el núcleo mismo de la revelación divina y, en particular, del Evangelio. Todos somos llamados, llamados por nuestro nombre.

"¡Venid!". El Señor nos ha llamado a formar parte de su Iglesia una, santa, católica y apostólica. Por medio del único bautismo somos injertados en el único Cuerpo de Cristo. Pero nuestra respuesta, ¿ha sido siempre un sí incondicional? Por desgracia, ¿no hemos rechazado alguna vez la invitación? ¿No hemos rasgado la túnica inconsútil del Señor, alejándonos los unos de los otros? ¡Sí! Nuestra división recíproca es contraria a su voluntad.

Quiera Dios que no se aplique también a nosotros este duro juicio: "La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos" (Mt 22,8). Un día se nos pedirá cuenta de lo que hemos hecho por la unidad de los cristianos.

4. En su gracia hacia nosotros, pecadores, Dios nos ha concedido en estos últimos tiempos acercarnos más, con la oración, la palabra y las obras, a la plenitud de la unidad querida por Jesús para sus discípulos (cf. Unitatis redintegratio UR 1). Ha crecido nuestra conciencia de que hemos sido invitados juntamente a la boda real. En la víspera de su pasión, Cristo nos dejó como herencia el memorial vivo de su muerte y resurrección, en el que, bajo las especies del pan y del vino, nos da su Cuerpo y su Sangre. Como reafirmó el concilio Vaticano II, la Eucaristía es la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana, el centro de irradiación de la comunidad eclesial (cf. Sacrosanctum Concilium SC 10 Christus Dominus CD 30).

La Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas, al celebrar según sus respectivas tradiciones la verdadera Eucaristía, viven ya ahora en una comunión profunda, aunque no sea plena. Quiera Dios que llegue cuanto antes el día bendito en que podamos vivir verdaderamente en su plenitud nuestra comunión perfecta. Hoy la invitación del evangelio se dirige particularmente a nosotros. Dios nos guarde de actuar como los que "se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio" (Mt 22,5).
5. El rey, en la parábola evangélica, preguntó a uno de los comensales: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?" (Mt 22,12). Estas palabras nos interpelan. Nos recuerdan que debemos prepararnos para la boda real, revistiéndonos del Señor Jesucristo (cf. Rm Rm 13,14 Ga 3,27).

La participación en la Eucaristía presupone la conversión a una vida nueva. También la participación común, la comunión plena, presupone la conversión. No hay auténtico ecumenismo sin conversión interior y renovación de la mente (cf. Unitatis redintegratio UR 6-7), si no se superan los prejuicios y las sospechas; si no se eliminan las palabras, los juicios y los gestos que no reflejan con justicia y verdad la condición de los hermanos separados; si no existe la voluntad de llegar a estimar al otro, de entablar una amistad recíproca y alimentar un amor fraterno.

Para alcanzar la comunión plena, debemos superar con valentía nuestra desidia y estrechez de corazón (cf. Novo millennio ineunte NM 48). Debemos cultivar la espiritualidad de la comunión, que es capacidad "de sentir al hermano de fe (...) como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad" (ib., 43). Debemos alimentar incesantemente la pasión por la unidad.

Su Beatitud ha subrayado oportunamente que en Europa y en el mundo, ampliamente secularizados, existe una preocupante crisis espiritual. Por tanto, resulta mucho más urgente el testimonio común de los cristianos.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, encomiendo al Señor estas reflexiones, que revisten hoy una importancia singular. En efecto, en esta liturgia están juntos el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, y el Patriarca ortodoxo de Rumanía. Ambos somos testigos de la creciente voluntad de unidad y de comunión de nuestras Iglesias. Ambos, aun conociendo las dificultades subsistentes, confiamos en que nuestro ejemplo tenga un eco profundo en todo lugar donde conviven católicos y ortodoxos. Ojalá que nuestro testimonio alimente el deseo de reconocer en el otro a un hermano y de reconciliarnos con él. Esta es la primera condición indispensable para acercarnos, juntos, a la única mesa del Señor.

1561 Invoquemos para ello al Espíritu de unidad y de amor y la intercesión de María santísima, Madre de la Iglesia.

7. Por último, quisiera enviar un saludo afectuoso al pueblo rumano y a todos sus componentes. Jamás podré olvidar la histórica visita que la divina Providencia me concedió realizar hace tres años a Bucarest. La acogida, el ambiente y los intensos sentimientos, el fervor y el entusiasmo espiritual, las expectativas de la gente, especialmente de los jóvenes, y las palabras de esperanza: todo ha quedado grabado en mi memoria. ¡Unidad! ¡Unidad! Estas palabras, al final de mi visita, son indelebles. ¡Unidad! ¡Unidad! Doy gracias a Dios porque me concede ahora, en cierto modo, devolver las atenciones que me dispensaron entonces.

Beatitud, al volver a su patria asegure que Rumanía, a la que la tradición denomina con el hermoso título de "Jardín de la Madre de Dios", está en el corazón del Obispo de Roma, que ora cada día por el amado pueblo rumano. ¡Dios bendiga siempre a Rumanía!
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Homilía del Patriarca Teoctist





B. Juan Pablo II Homilías 1554