B. Juan Pablo II Homilías 1570

1570 Que os proteja vuestro patrono celestial, san Juan Nepomuceno Neumann, para muchos quizá no tan conocido como merecería. Esta gran figura de obispo misionero, extraordinario pionero del Evangelio en América del norte a mediados del siglo XIX, durante su corta existencia se desvivió por el Señor, por la Iglesia y por el pueblo a él confiado. Imitad su celo por el anuncio del Evangelio y su ardiente amor a la Iglesia y al prójimo necesitado.

5. "Preparad el camino del Señor" (
Jn 1,23). ¡Acojamos esta invitación del evangelista! La proximidad de la Navidad nos estimula a una espera más vigilante del Señor que viene, al tiempo que la liturgia de hoy nos presenta a Juan el Bautista como ejemplo que imitar.

Por último, dirijamos la mirada a María, "causa" de nuestra verdadera y profunda alegría, para que nos obtenga a cada uno la alegría que viene de Dios y que nadie podrá quitarnos jamás. Amén.





MISA DE NOCHEBUENA



Martes 24 de diciembre de 2002




1. "Dum medium silentium tenerent omnia...". "Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos" (Antífona del Magníficat, 26 de diciembre).

En esta Noche santa se cumple la antigua promesa: el tiempo de la espera ha terminado, y la Virgen da a luz al Mesías.

Jesús nace para la humanidad que busca libertad y paz; nace para todo hombre oprimido por el pecado, necesitado de salvación y sediento de esperanza.

Dios responde en esta noche al clamor incesante de los pueblos: ¡Ven, Señor, a salvarnos!: su eterna Palabra de amor ha asumido nuestra carne mortal. "Sermo tuus, Domine, a regalibus sedibus venit". El Verbo ha entrado en el tiempo: ha nacido el Emmanuel, el Dios con nosotros.
En las catedrales y en las basílicas, así como en las iglesias más pequeñas y diseminadas por todos los lugares de la tierra, se eleva con emoción el canto de los cristianos: "Hoy nos ha nacido el Salvador" (Salmo responsorial).

2. María "dio a la luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lc 2,7).

He aquí el icono de la Navidad: un recién nacido frágil, que las manos de una mujer envuelven con ropas pobres y acuestan en el pesebre.

1571 ¿Quién puede pensar que ese pequeño ser humano es el "Hijo del Altísimo"? (Lc 1,32). Sólo ella, su Madre, conoce la verdad y guarda su misterio.

En esta noche también nosotros podemos "pasar" a través de su mirada, para reconocer en este Niño el rostro humano de Dios. También para nosotros, hombres del tercer milenio, es posible encontrar a Cristo y contemplarlo con los ojos de María.

La noche de Navidad se convierte así en escuela de fe y vida.

3. En la segunda lectura, que se acaba de proclamar, el apóstol san Pablo nos ayuda a comprender el acontecimiento-Cristo, que celebramos en esta noche de luz. Escribe: "Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres" (Tt 2,11).

La "gracia de Dios aparecida" en Jesús es su amor misericordioso, que dirige toda la historia de la salvación y la lleva a su cumplimiento definitivo. La revelación de Dios "en la humildad de nuestra carne" (Prefacio de Adviento I) anticipa en la tierra su "manifestación" gloriosa al final de los tiempos (cf. Tt Tt 2,13).

No sólo eso. El acontecimiento histórico que estamos viviendo en el misterio es el "camino" que se nos ofrece para llegar al encuentro con Cristo glorioso. En efecto, con su Encarnación, Jesús, -como dice el Apóstol- nos enseña a "renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos" (Tt 2,12-13).

¡Oh Navidad del Señor, que has inspirado a santos de todos los tiempos! Pienso, entre otros, en san Bernardo y en sus elevaciones espirituales ante la conmovedora escena del belén; pienso en san Francisco de Asís, inventor inspirado de la primera animación "en vivo" del misterio de la Noche santa; pienso en santa Teresa del Niño Jesús, que con su "caminito" propuso nuevamente el auténtico espíritu de la Navidad a la orgullosa conciencia moderna.

4. "Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12).

El Niño acostado en la pobreza de un pesebre: esta es la señal de Dios.Pasan los siglos y los milenios, pero queda la señal, y vale también para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio. Es señal de esperanza para toda la familia humana: señal de paz para cuantos sufren a causa de todo tipo de conflictos; señal de liberación para los pobres y los oprimidos; señal de misericordia para quien se encuentra encerrado en el círculo vicioso del pecado; señal de amor y de consuelo para quien se siente solo y abandonado.

Señal pequeña y frágil, humilde y silenciosa, pero llena de la fuerza de Dios, que por amor se hizo hombre.

5. Señor Jesús,
1572 junto con los pastores,
nos acercamos al Portal
para contemplarte
envuelto en pañales
y acostado en el pesebre.

¡Oh Niño de Belén,
te adoramos en silencio con María,
tu Madre siempre virgen.
A ti la gloria y la alabanza
por los siglos,
divino Salvador del mundo! Amén.



PRIMERAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

Y CANTO DEL "TE DEUM"



1573

Martes 31 de diciembre de 2002



1. "Nacido de mujer, nacido bajo la ley" (Ga 4,4).

Con esta expresión, el apóstol san Pablo resume el misterio del Hijo de Dios, "engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre".

"Tu Patris sempiternus es Filius", acabamos de cantar en el himno Te Deum. En el abismo inescrutable de Dios tiene su origen "ab aeterno" la misión de Cristo, destinada a "recapitular todo en Cristo, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ep 1,10).

El tiempo, iniciado con la creación, alcanza su plenitud cuando es "visitado" por Dios en la Persona del Hijo unigénito. En el momento en que Jesús nace en Belén, acontecimiento de alcance incalculable en la historia de la salvación, la bondad de Dios adquiere un "rostro" visible y tangible (cf. Tt Tt 3,4).

Ante el Niño, al que María envuelve en pañales y acuesta en el pesebre, todo parece detenerse. Aquel que es el Alfa y la Omega, el principio y el fin, gime en los brazos de una mujer: ¡el Creador ha nacido entre nosotros!

En Jesús, el Padre celestial ha querido rescatarnos del pecado y adoptarnos como hijos (cf. Ga Ga 4,5). Junto con María, adoremos en silencio un misterio tan grande.

2. Este es el sentimiento que nos embarga, mientras celebramos las primeras Vísperas de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. La liturgia hace coincidir esta significativa fiesta mariana con el fin y el inicio del año. Por eso, esta tarde, al contemplar el misterio de la maternidad divina de la Virgen, elevamos el cántico de nuestra gratitud porque está a punto de concluir el año 2002, a la vez que se perfila en el horizonte de la historia el 2003. Demos gracias a Dios desde lo más hondo de nuestro corazón por todos los beneficios que nos ha concedido durante los doce meses pasados.

Pienso, en particular, en la generosa respuesta de tantos jóvenes a la propuesta cristiana; pienso en la creciente sensibilidad eclesial ante los valores de la paz, de la vida y de la conservación de la creación; pienso también en algunos pasos significativos dados en el arduo camino ecuménico. Por todo esto demos gracias a Dios, pues sus dones preceden y acompañan siempre todos los gestos positivos que realizamos.

3. Me alegra vivir estos momentos, como cada año, con todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, que representáis a la comunidad diocesana de Roma. A cada uno dirijo un cordial saludo. Saludo al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, a los sacerdotes y a las religiosas comprometidos en el servicio pastoral en las diversas parroquias y en las oficinas diocesanas. Saludo al señor alcalde de Roma, a los miembros de la Junta y del Concejo municipal, así como a las demás autoridades provinciales y regionales. Mi saludo se extiende a todos los que viven en nuestra ciudad y en nuestra región, en particular a cuantos se encuentran en situaciones de dificultad y necesidad.

El camino de la Iglesia en Roma se ha caracterizado este año por un compromiso especial en favor de las vocaciones sacerdotales y religiosas. En este tema, decisivo para el presente y el futuro de la evangelización, centró su atención la asamblea diocesana del pasado mes de junio. Hacia este mismo objetivo convergen las diferentes iniciativas y actividades pastorales organizadas por la diócesis. La atención a las vocaciones se inserta justamente dentro de la opción en favor del espíritu misionero que, después de la Misión ciudadana, constituye la línea fundamental de la vida y de la pastoral de la Iglesia de Roma.

1574 4. Todos deben sentirse implicados en esta vasta acción misionera y vocacional. Pero corresponde en primer lugar a los sacerdotes trabajar por las vocaciones, ante todo viviendo con alegría el gran don y misterio que Dios ha puesto en ellos, para "engendrar" nuevas y santas vocaciones.

La pastoral vocacional ha de ser una prioridad para las parroquias, llamadas a ser escuelas de santidad y de oración, gimnasios de caridad y de servicio a los hermanos, y especialmente para las familias que, como células vitales, forman la comunidad parroquial. Cuando entre los esposos reina el amor, los hijos crecen moralmente sanos, y florecen más fácilmente las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

En este año, que he querido proclamar "Año del Rosario", os invito particularmente a vosotras, queridas familias de Roma, a rezar todos los días el rosario, para que en vuestro seno se cree el clima favorable a la escucha de Dios y al cumplimiento fiel de su voluntad.

5. "Fiat misericordia tua, Domine, super nos, quemadmodum speravimus in te: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti".

¡Tu misericordia, Señor! En esta liturgia de fin de año, además de la alabanza y la acción de gracias, realizamos un sincero examen de conciencia personal y comunitario. Pedimos perdón al Señor por las faltas que hemos cometido, conscientes de que Dios, rico en misericordia, es infinitamente más grande que nuestros pecados.

"En ti esperamos". En ti, Señor, -reafirmamos esta tarde- reside nuestra esperanza. Tú, en la Navidad, has traído la alegría al mundo, irradiando tu luz sobre el camino de los hombres y de los pueblos. Las ansias y las angustias no pueden apagarla; el esplendor de tu presencia nos consuela constantemente.

Que todo hombre y toda mujer de buena voluntad encuentren y experimenten la fuerza de tu amor y de tu paz. Que la ciudad de Roma y la humanidad entera te acojan como su único Salvador. Este es mi deseo para todos; un deseo que pongo en las manos de María, Madre de Dios, Salus populi romani.







                                                                           2003



SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA MADRE DE DIOS

XXXVI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ



Miércoles 1 de enero de 2003



1. "El Señor te bendiga y te proteja; (...) se fije en ti y te conceda la paz" (NM 6,24 NM 26): esta es la bendición que, en el Antiguo Testamento, los sacerdotes pronunciaban sobre el pueblo elegido en las grandes fiestas religiosas. La comunidad eclesial vuelve a escucharla, mientras pide al Señor que bendiga el nuevo año recién iniciado.

"El Señor te bendiga y te proteja". Ante los acontecimientos que trastornan el planeta, es evidente que sólo Dios puede tocar el alma humana en lo más íntimo de su ser; sólo su paz puede devolver la esperanza a la humanidad. Es preciso que él se fije en nosotros, nos bendiga, nos proteja y nos dé su paz.

1575 Por tanto, es muy conveniente iniciar el nuevo año pidiéndole este don tan valioso. Lo hacemos por intercesión de María, Madre del "Príncipe de la paz".

2. En esta solemne celebración me alegra dirigir un cordial saludo a los ilustres señores embajadores del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Dirijo también un afectuoso saludo a mi secretario de Estado y a los demás responsables de los dicasterios de la Curia romana, y en particular al nuevo presidente del Consejo pontificio Justicia y paz. Deseo manifestarles mi gratitud por su compromiso diario en favor de una convivencia pacífica entre los pueblos, según las directrices de los Mensajes para la Jornada mundial de la paz. El Mensaje de este año evoca la encíclica Pacem in terris, en el cuadragésimo aniversario de su publicación. El contenido de este autorizado e histórico documento del Papa Juan XXIII constituye "una tarea permanente" para los creyentes y para los hombres de buena voluntad de nuestro tiempo, caracterizado por tensiones, pero también por muchas expectativas positivas.

3. Cuando se escribió la Pacem in terris, había nubes que ensombrecían el horizonte mundial, y sobre la humanidad se cernía la amenaza de una guerra atómica.

Mi venerado predecesor, a quien tuve la alegría de elevar al honor de los altares, no se dejó vencer por la tentación del desaliento. Al contrario, apoyándose en una firme confianza en Dios y en las potencialidades del corazón humano, indicó con fuerza "la verdad, la justicia, el amor y la libertad" como los "cuatro pilares" sobre los que es preciso construir una paz duradera (cf. Mensaje, 3).
Su enseñanza conserva su actualidad. Hoy, como entonces, a pesar de los graves y repetidos atentados contra la convivencia serena y solidaria de los pueblos, la paz es posible y necesaria. Más aún, la paz es el bien más valioso que debemos implorar de Dios y construir con todo esfuerzo, mediante gestos concretos de paz de todos los hombres y mujeres de buena voluntad (cf. ib., 9).

4. La página evangélica que acabamos de escuchar nos ha vuelto a llevar espiritualmente a Belén, a donde los pastores acudieron para adorar al Niño en la noche de Navidad (cf. Lc
Lc 2,16). ¡Cómo no dirigir la mirada con aprensión y dolor a aquel lugar santo donde nació Jesús!

¡Belén! ¡Tierra Santa! La dramática y persistente tensión en la que se encuentra esta región de Oriente Próximo hace más urgente la búsqueda de una solución positiva del conflicto fratricida e insensato que, desde hace ya demasiado tiempo, la está ensangrentando. Se requiere la cooperación de todos los que creen en Dios, conscientes de que la religiosidad auténtica, lejos de ser fuente de conflicto entre las personas y los pueblos, más bien los impulsa a construir juntos un mundo de paz.

Recordé esto con vigor en el Mensaje para la actual Jornada mundial de la paz: "La religión tiene un papel vital para suscitar gestos de paz y consolidar condiciones de paz". Y añadí que "puede desempeñar este papel tanto más eficazmente cuanto más decididamente se concentra en lo que la caracteriza: la apertura a Dios, la enseñanza de una fraternidad universal y la promoción de una cultura de solidaridad" (n. 9).

Ante los actuales conflictos y las amenazadoras tensiones de este momento, invito una vez más a orar para que se busquen "medios pacíficos" con vistas a su solución, inspirados por una "voluntad de acuerdo leal y constructivo", en armonía con los principios del derecho internacional (cf. ib., 8).

5. "Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, (...) para que recibiéramos el ser hijos por adopción" (Ga 4,4-5). En la plenitud de los tiempos, recuerda san Pablo, Dios envió al mundo un Salvador, nacido de una mujer. Por tanto, el nuevo año comienza bajo el signo de una mujer, bajo el signo de una madre: María.

En continuación ideal con el gran jubileo, cuyo eco no se ha extinguido aún, proclamé, el pasado mes de octubre, el Año del Rosario. Después de proponer de nuevo con vigor a Cristo como único Redentor del mundo, he deseado que este año se caracterice por una presencia particular de María. En la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae escribí que "el rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y "nuestra paz" (Ep 2,14). Quien interioriza el misterio de Cristo -y el rosario tiende precisamente a eso- aprende el secreto de la paz y hace de él un proyecto de vida" (n. 40).

1576 Que María nos ayude a descubrir el rostro de Jesús, Príncipe de la paz. Que ella nos sostenga y acompañe en este año nuevo, y nos obtenga a nosotros y al mundo entero el anhelado don de la paz. ¡Alabado sea Jesucristo!





SANTA MISA DE CONSAGRACIÓN DE DOCE OBISPOS

EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA



Lunes 6 de enero de 2003

1. "Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz" (Is 60,1).


El profeta Isaías se dirige así a la ciudad de Jerusalén. La invita a dejarse iluminar por su Señor, luz infinita que hace resplandecer su gloria sobre Israel. El pueblo de Dios está llamado a convertirse él mismo en luz, para orientar el camino de las naciones, envueltas en "tinieblas" y "oscuridad" (Is 60,2).

Este oráculo resuena con plenitud de significado en esta solemnidad de la Epifanía del Señor. Los Magos, que llegan de Oriente a Jerusalén guiados por un astro celeste (cf. Mt Mt 2,1-2), representan las primicias de los pueblos atraídos por la luz de Cristo. Reconocen en Jesús al Mesías y demuestran anticipadamente que se está realizando el "misterio" del que habla san Pablo en la segunda lectura: "Que también los gentiles son coherederos (...) y partícipes de la promesa de Jesucristo, por el Evangelio" (Ep 3,6).

2. Amadísimos hermanos elegidos para el episcopado, hoy, al recibir el sacramento que os hace sucesores de los Apóstoles, os convertís con pleno derecho en ministros de este misterio.
Vuestros nombres y vuestros rostros hablan de la Iglesia universal: la Catholica, en el lenguaje de los antiguos Padres. En efecto, procedéis de diferentes naciones y continentes; y ahora sois destinados nuevamente a diversos países.

La fe en Cristo, luz del mundo, ha guiado vuestros pasos desde la juventud hasta la entrega de vosotros mismos en la consagración presbiteral. Al Señor no le habéis ofrecido oro, incienso y mirra, sino vuestra vida misma. Ahora Cristo os pide que renovéis esta oblación, para desempeñar en la Iglesia el ministerio episcopal. Como hizo un día con los Doce, os invita a cada uno a compartir plenamente su vida y su misión (cf. Mc Mc 3,13-15).

Recibís la plenitud del don; al mismo tiempo, se os pide la plenitud del compromiso.
3. Con afecto os saludo y abrazo espiritualmente a cada uno. Os saludo a vosotros, queridos monseñores Paul Tschang In-nam, Celestino Migliore, Pierre Nguyên Van Tôt y Pedro López Quintana, que seréis mis representantes en países de Asia y de África, y ante la Organización de las Naciones Unidas. Os agradezco el valioso servicio que habéis prestado hasta ahora a la Santa Sede, y deseo que vuestro ministerio pastoral contribuya a hacer que brille entre los pueblos la luz de Cristo. En el respeto de las instituciones y de las culturas, invitad a las naciones a las que sois enviados a abrirse al Evangelio. Sólo Cristo puede garantizar una profunda renovación de las conciencias y de los pueblos.

Os saludo a vosotros, queridos monseñores Angelo Amato y Brian Farrell, a quienes he confiado en la Curia romana los cargos, respectivamente, de secretario de la Congregación para la doctrina de la fe y de secretario del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Fidelidad a la Tradición católica y compromiso en favor del diálogo ecuménico: por este camino ha de avanzar siempre seguro vuestro servicio.

1577 Os saludo también a vosotros, queridos monseñores Calogero La Piana, obispo de Mazara del Vallo (Italia); René-Marie Ehuzu, obispo de Abomey (Benin); Ján Babjak, obispo de la eparquía de Presov (Eslovaquia); Andraos Abouna, auxiliar del patriarcado de Babilonia de los caldeos (Irak); Milan Sasik, administrador apostólico ad nutum Sanctae Sedis de la eparquía de Mukacevo (Ucrania); y Giuseppe Nazzaro, vicario apostólico de Alepo de los latinos (Siria).

Quiera Dios que las amadas comunidades eclesiales que os acogerán, y a las que saludo con afecto, encuentren en vosotros a pastores diligentes y generosos. Siguiendo el ejemplo del buen Pastor, y con su ayuda, guiad siempre a los creyentes a los pastos de la vida eterna.

4. "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (
Jn 13,35).

Queridos y venerados pastores, el divino Maestro os pide que viváis y testimoniéis su amor. En efecto, el anuncio del amor salvífico de Dios es la síntesis de la misión que hoy, solemnidad de la Epifanía del Señor, la Iglesia os confía.

Haced que resplandezca la belleza del Evangelio, compendio de caridad divina, ante la grey que os ha sido encomendada. Dad a todo el pueblo cristiano un claro testimonio de santidad. Sed siempre epifanía de Cristo y de su amor misericordioso, y que nada os impida cumplir esta misión.

Que María santísima, maestra de perfecta identificación con su Hijo divino, os sostenga y proteja en las diversas tareas que estáis llamados a realizar.

Como exhorta el Apóstol, esforzaos por reflejar "como en un espejo la gloria del Señor", y seréis transformados "en esa misma imagen, cada vez más gloriosos" (cf. 2Co 3,18). Que esto se cumpla en cada uno de vosotros, para la gloria de Dios y el bien de las almas. Amén.



SANTA MISA EN LA CAPILLA SIXTINA

Y ADMINISTRACIÓN DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO



Fiesta del Bautismo del Señor

Domingo 12 de enero de 2003



1. "Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca" (Is 55,6).

Estas palabras, tomadas de la segunda parte del libro de Isaías, resuenan en este domingo con el que se concluye el tiempo de Navidad. Constituyen una invitación a profundizar en el significado que tiene para nosotros esta fiesta del Bautismo del Señor.

1578 Volvamos espiritualmente a las orillas del Jordán, donde Juan Bautista administra un bautismo de penitencia, exhortando a la conversión. Ante el Precursor llega también Jesús, el cual, con su presencia, transforma ese gesto de penitencia en una solemne manifestación de su divinidad. Repentinamente resuena una voz en el cielo: "Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto" (Mc 1,11), y el Espíritu Santo desciende sobre Jesús en forma de paloma.

En aquel acontecimiento extraordinario Juan ve realizarse cuanto se había dicho con respecto al Mesías nacido en Belén, adorado por los pastores y los Magos. Es precisamente a él, el anunciado por los profetas, el Hijo predilecto del Padre, a quien debemos buscar mientras se deja encontrar, y llamar mientras está cercano.

Con el bautismo todo cristiano lo encuentra de manera personal: es insertado en el misterio de su muerte y de su resurrección, y recibe una vida nueva, que es la misma vida de Dios. ¡Qué gran don y qué gran responsabilidad!

2. La liturgia nos invita hoy a sacar "aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3); nos exhorta a revivir nuestro bautismo, dando gracias por los numerosos dones recibidos.
Con estos sentimientos, me dispongo, como ya es tradición, a administrar el sacramento del bautismo a algunos recién nacidos, en esta estupenda capilla Sixtina, donde el pincel de grandes artistas ha representado momentos esenciales de nuestra fe. Son veintidós los niños, procedentes en gran parte de Italia, pero también de Polonia y del Líbano.

Os saludo a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, que habéis querido participar en esta sugestiva celebración. Con gran afecto os saludo particularmente a vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas, llamados a ser para estos pequeños los primeros testigos del don fundamental de la fe. El Señor os confía, como custodios responsables, su vida tan valiosa a sus ojos. Comprometeos amorosamente para que crezcan "en sabiduría, edad y gracia"; ayudadles a ser fieles a su vocación.

Dentro de poco, también en su nombre, renovaréis la promesa de luchar contra el mal y de adheriros plenamente a Cristo. Que vuestra existencia se caracterice siempre por este compromiso generoso.

3. Sed también conscientes de que el Señor os pide una colaboración nueva y más profunda, es decir, os confía la tarea diaria de acompañarlos a lo largo del camino de la santidad. Esforzaos por ser vosotros mismos santos, para guiar a vuestros hijos hacia esta alta meta de la vida cristiana. No olvidéis que, para ser santos, "es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración" (Novo millennio ineunte NM 32).

María, la santísima Madre del Redentor, que acogió con total disponibilidad el proyecto de Dios, os sostenga, alimentando vuestra esperanza y vuestro deseo de servir fielmente a Cristo y a su Iglesia. Que la Virgen ayude especialmente a estos pequeños, para que realicen a fondo el proyecto que Dios tiene para cada uno de ellos, y que ayude a las familias cristianas del mundo entero a ser auténticas "escuelas de oración", en las que rezar unidos constituya cada vez más el corazón y la fuente de toda actividad.





SOLEMNE CLAUSURA DE LA SEMANA

DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS



Fiesta de la Conversión de san Pablo

Sábado 25 de enero de 2003



1579 1. "Llevamos este tesoro en vasijas de barro" (2Co 4,7).

Estas palabras, tomadas de la segunda carta a los Corintios, han sido el hilo conductor de la "Semana de oración por la unidad de los cristianos", que se concluye hoy. Iluminan nuestra meditación en esta liturgia vespertina de la fiesta de la Conversión de san Pablo. El Apóstol nos recuerda que llevamos el "tesoro" que nos ha confiado Cristo en vasijas de barro. Por tanto, a todos los cristianos se nos pide que prosigamos nuestra peregrinación terrena sin dejarnos abatir por las dificultades y las aflicciones (cf. Lumen gentium LG 8), con la certeza de poder superar cualquier obstáculo gracias a la ayuda y a la fuerza que viene de lo alto.

Con esta certeza, me alegra orar esta tarde junto con vosotros, amados hermanos y hermanas de las Iglesias y comunidades eclesiales presentes en Roma, unidos por el único bautismo en el Señor Jesucristo. Os saludo a todos con particular cordialidad.

Es mi vivo deseo que la Iglesia de Roma, a la que la Providencia ha encomendado una singular "presidencia en la caridad" (Ignacio de Antioquía, Ad Rom., Proem.), llegue a ser cada vez más modelo de relaciones ecuménicas fraternas.

2. Como cristianos, somos conscientes de estar llamados a dar al mundo testimonio del "evangelio de la gloria" que Cristo nos ha entregado (cf. 2Co 4,4). En su nombre, unamos nuestros esfuerzos para servir a la paz y a la reconciliación, a la justicia y a la solidaridad, especialmente en favor de los pobres y de los últimos de la tierra.

Desde esta perspectiva, me complace recordar la Jornada de oración por la paz en el mundo, que, hace un año, el 24 de enero, tuvo lugar en Asís. Aquel acontecimiento de carácter interreligioso lanzó al mundo un mensaje fuerte: toda persona auténticamente religiosa debe implorar de Dios el don de la paz, renovando la voluntad de promoverla y de construirla juntamente con los demás creyentes. El tema de la paz es hoy más urgente que nunca, interpela en especial a los discípulos de Cristo, Príncipe de la paz, y constituye un desafío y un compromiso para el movimiento ecuménico.

3. Respondiendo al único Espíritu, que guía a la Iglesia, esta tarde queremos dar gracias a Dios por los numerosos y abundantes frutos que él, dispensador de todo don, ha derramado en el camino del ecumenismo. ¡Cómo no recordar, además del mencionado encuentro de Asís con la participación de destacados representantes de casi todas las Iglesias y comunidades eclesiales de Oriente y de Occidente, la visita a Roma, en el mes de marzo, de una delegación del santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa de Grecia! Después, en junio, firmé con el patriarca ecuménico Bartolomé I la Declaración común sobre la salvaguardia de la creación; en mayo tuve la alegría de visitar al patriarca Maxim de Bulgaria; en octubre, en cambio, recibí la visita del patriarca Teoctist de Rumanía, con el que firmé también una Declaración común. Y no puedo olvidar la visita del arzobispo de Canterbury, doctor Carey, al concluir su mandato, y los encuentros con delegaciones ecuménicas de comunidades eclesiales de Occidente, así como los progresos realizados por las varias comisiones mixtas de diálogo.

Al mismo tiempo, no podemos menos de reconocer con realismo las dificultades, los problemas y las desilusiones que encontramos también ahora. Así, a veces existe un cierto cansancio, una falta de fervor, mientras se mantiene vivo el dolor de no poder compartir aún la mesa eucarística. Pero el Espíritu Santo no deja de sorprendernos y sigue realizando prodigios extraordinarios.

4. En la actual situación del ecumenismo, es importante considerar que sólo el Espíritu de Dios es capaz de darnos la plena unidad visible; sólo el Espíritu de Dios puede infundir nuevo fervor y valentía. Por eso, hay que subrayar la importancia del ecumenismo espiritual, que constituye el alma de todo el movimiento ecuménico (cf. Unitatis redintegratio UR 6-8).

Esto no significa de ningún modo disminuir o incluso descuidar el diálogo teológico, que ha dado abundantes frutos en los últimos decenios. Sigue siendo, como siempre, irrenunciable. En efecto, la unidad entre los discípulos de Cristo no puede por menos de ser unidad en la verdad (cf. Ut unum sint UUS 18-19). Hacia esta meta el Espíritu nos guía también por medio de los diálogos teológicos, que constituyen sin duda una ocasión de enriquecimiento recíproco.

Sin embargo, sólo en el Espíritu Santo es posible acoger la verdad del Evangelio, vinculante para todos en su profundidad. El ecumenismo espiritual abre los ojos y los corazones a la comprensión de la verdad revelada, capacitándonos para reconocerla y acogerla también gracias a las argumentaciones de los demás cristianos.

1580 5. El ecumenismo espiritual se realiza en primer lugar por medio de la oración elevada a Dios, cuando es posible, en común. Como María y los discípulos después de la ascensión del Señor, es importante seguir reuniéndonos e invocando asiduamente al Espíritu Santo (cf. Hch Ac 1,12-14). A la oración se añade la escucha de la palabra de Dios en la sagrada Escritura, fundamento y alimento de nuestra fe (cf. Dei Verbum DV 21-25). Por otra parte, no existe acercamiento ecuménico sin conversión del corazón, sin santificación personal y renovación de la vida eclesial.

Un papel muy singular desempeñan, asimismo, las comunidades de vida consagrada y los movimientos espirituales, nacidos recientemente, al favorecer el encuentro con las antiguas y venerables Iglesias de Oriente, caracterizadas por el espíritu monástico. También hay signos alentadores de prometedora renovación de la vida espiritual en el ámbito de las comunidades eclesiales de Occidente, y me alegran los provechosos intercambios que tienen lugar entre todas estas diversas realidades cristianas.

No hay que olvidar los casos en los que eclesiásticos de otras Iglesias frecuentan las universidades católicas: como huéspedes de nuestros seminarios, participan en la vida de los estudiantes en conformidad con la vigente disciplina eclesial. La experiencia muestra que esto lleva a un enriquecimiento recíproco.

6. El deseo que hoy expresamos juntos es que la espiritualidad de comunión aumente cada vez más. Que, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, se consolide en cada uno de nosotros la capacidad de sentir al hermano de fe, en la unidad del Cuerpo místico, "como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sufrimientos" (n. 43).

Que Dios nos conceda ver "lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente". ¡No nos engañemos! Sin una auténtica espiritualidad de comunión los medios exteriores de la comunión "se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión, más que sus modos de expresión y crecimiento" (ib.).

Por tanto, prosigamos con valentía y paciencia por este camino, confiando en la fuerza del Espíritu. No nos corresponde a nosotros fijar los tiempos y los plazos; nos basta la promesa del Señor.

Fortalecidos por la palabra de Cristo, no cederemos al cansancio; al contrario, intensificaremos los esfuerzos y la oración por la unidad. Que esta tarde resuene en nuestro corazón su consoladora invitación: Duc in altum! Prosigamos nuestro camino, fiándonos siempre de él. Amén.





B. Juan Pablo II Homilías 1570