B. Juan Pablo II Homilías 1580


VII JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA



Sábado 1 de febrero de 2003



1. "Cuando llegó el tiempo de la purificación (...), llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor" (Lc 2,22). El Niño Jesús entra en el templo de Jerusalén en los brazos de la Virgen Madre.

"Nacido de mujer, nacido bajo la ley" (Ga 4,4), sigue el destino de todo primogénito varón de su pueblo: según la ley del Señor, debe ser "rescatado" con un sacrificio, cuarenta días después del nacimiento (cf. Ex Ex 13,2 Ex Ex 13,12 Lv 12,1-8).

Aquel recién nacido, externamente en todo semejante a los demás, no pasa inadvertido: el Espíritu Santo abre los ojos de la fe al anciano Simeón, que se acerca y, tomando al Niño en sus brazos, reconoce en él al Mesías y bendice a Dios (cf. Lc Lc 2,25-32). Este Niño -profetiza- será luz de las naciones y gloria de Israel (cf. v. 32), pero también "signo de contradicción" (v. 34) porque, según las Escrituras, realizará el juicio de Dios. Y a la Madre, asombrada, el piadoso anciano le predice que eso sucederá a través del sufrimiento, en el que participará también ella (cf. v. 35).

1581 2. Cuarenta días después de la Navidad, la Iglesia celebra este sugestivo misterio gozoso, que de algún modo anticipa el dolor del Viernes santo y la alegría de la Pascua. La tradición oriental llama a esta fiesta la "fiesta del encuentro", porque, en el espacio sagrado del templo de Jerusalén, tiene lugar el abrazo entre la condescendencia de Dios y la espera del pueblo elegido.
Todo ello cobra significado y valor escatológico en Cristo: él es el Esposo que viene a realizar la alianza nupcial con Israel. Muchos son los llamados, pero ¿cuántos están efectivamente dispuestos a acogerlo, con la mente y el corazón vigilantes? (cf. Mt
Mt 22,14). En la liturgia de hoy contemplamos a María, modelo de los que esperan y abren, dóciles, el corazón al encuentro con el Señor.

3. Desde esta perspectiva, la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo resulta particularmente adecuada para que las personas consagradas eleven a Dios su acción de gracias, y con mucha razón, desde hace algunos años, se celebra precisamente en esta fecha la Jornada de la vida consagrada. El icono de María, que en el templo ofrece a Dios a su Hijo, habla con elocuencia al corazón de los hombres y mujeres que se han ofrecido totalmente al Señor mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia por el reino de los cielos.

El tema de la ofrenda espiritual se funde con el de la luz, introducido por las palabras de Simeón. Así, la Virgen se presenta como candelabro que lleva a Cristo, luz del mundo. Juntamente con María, miles de religiosos, religiosas y laicos consagrados, se reúnen hoy en todo el mundo y renuevan su consagración, teniendo en las manos los cirios encendidos, expresión de su existencia ardiente de fe y amor.

4. También aquí, en la basílica de San Pedro, se eleva esta tarde una solemne acción de gracias a Dios por el don de la vida consagrada en la diócesis de Roma y en la Iglesia universal. Saludo muy cordialmente al señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, y a sus colaboradores. Con afecto os saludo también a vosotros, hermanos y hermanas, religiosos, religiosas y laicos consagrados. Con vuestra presencia numerosa, devota y alegre, imprimís a esta asamblea litúrgica el rostro de la Iglesia-esposa, completamente dispuesta, como María, a cumplir sin reservas la palabra divina.

Desde lo alto de sus hornacinas, a lo largo de las paredes de esta basílica, los fundadores y fundadoras de muchos de vuestros institutos velan sobre vosotros. Recuerdan el misterio de la comunión de los santos, en virtud del cual, en la Iglesia peregrinante se renueva de generación en generación la opción de seguir a Cristo con una especial consagración, según los múltiples carismas suscitados por el Espíritu. Al mismo tiempo, esas veneradas figuras invitan a dirigir la mirada a la patria celestial, donde, en la asamblea de los santos, muchas almas consagradas alaban en plena bienaventuranza al Dios uno y trino, al que en la tierra amaron y sirvieron con corazón libre e indiviso.

5. Pobreza, castidad y obediencia son caracteres distintivos del hombre redimido, liberado en su interior de la esclavitud del egoísmo. Libres para amar, libres para servir: así son los hombres y las mujeres que renuncian a sí mismos por el reino de los cielos. Siguiendo las huellas de Cristo, crucificado y resucitado, viven esta libertad como solidaridad, llevando sobre sus hombros las cargas espirituales y materiales de sus hermanos.

Es el multiforme "servitium caritatis", que se realiza en la clausura y en los hospitales, en las parroquias y en las escuelas, entre los pobres y los emigrantes, y en los nuevos areópagos de la misión. De mil maneras la vida consagrada es epifanía del amor de Dios en el mundo (cf. Vita consecrata, cap. III).

Con el alma llena de gratitud, bendigamos hoy a Dios por cada uno de ellos. Que el Señor, por intercesión de la Virgen María, enriquezca cada vez más a su Iglesia con este gran don. Para alabanza y gloria de su nombre, y para la difusión de su reino. Amén.





BEATIFICACIÓN DE 5 SIERVOS DE DIOS



Domingo 23 de marzo de 2003



1. "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en él tiene vida eterna" (Aleluya; cf. Jn Jn 3,16). Estas palabras de la liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos invitan a contemplar, con los ojos de la fe, el gran misterio que celebraremos en Pascua. Es el don pleno y definitivo del amor de Dios realizado en la muerte y en la resurrección de Jesús.

1582 El misterio de la redención, en el que todos los fieles están llamados a participar, fue vivido de modo singular por los nuevos beatos, a quienes tengo la alegría de elevar hoy a la gloria de los altares: Pedro Bonhomme, presbítero, fundador de la congregación de las Religiosas de Nuestra Señora del Calvario; María Dolores Rodríguez Sopeña, virgen, fundadora del Instituto Catequista Dolores Sopeña; María Caridad Brader, virgen, fundadora de la congregación de las Religiosas Franciscanas de María Inmaculada; Juana María Condesa Lluch, virgen, fundadora de la congregación de las Esclavas de María Inmaculada; y Ladislao Batthyány-Strattmann, laico, padre de familia.

2. "La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos" (
Ps 18,10). Esto se aplica naturalmente al padre Pedro Bonhomme, que encontró en la escucha de la palabra de Dios, sobre todo de las bienaventuranzas y de los relatos de la pasión del Señor, la orientación para vivir en intimidad con Cristo y para imitarlo, guiado por María. La meditación de la Escritura fue la fuente incomparable de su actividad pastoral, en particular de su atención a los pobres, a los enfermos, a los sordomudos y a las personas discapacitadas, para las que fundó el instituto de las "Religiosas de Nuestra Señora del Calvario". Siguiendo el ejemplo del nuevo beato, podemos afirmar: "Mi modelo será Jesucristo. Cada uno trata de parecerse a aquel a quien ama". Que el padre Bonhomme nos impulse a familiarizarnos con la Escritura, para amar al Salvador y ser sus testigos incansables con la palabra y con la vida.

3. "Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud" (Ex 20,1). La gran revelación del Sinaí nos muestra a Dios que rescata y libera de toda esclavitud, llevando después a plenitud ese designio en el misterio redentor de su Hijo unigénito, Jesucristo. ¿Cómo no hacer llegar ese sublime mensaje, sobre todo, a los que no lo sienten en su corazón por ignorancia del Evangelio?

Dolores Rodríguez Sopeña palpó esta necesidad y quiso responder al reto de hacer presente la redención de Cristo en el mundo del trabajo. Por eso, ella se propuso como meta "hacer de todos los hombres una sola familia en Cristo Jesús" (Constituciones de 1907).

Este espíritu se cristalizó en las tres entidades fundadas por la nueva beata: el Movimiento de laicos Sopeña, el Instituto de Damas Catequistas, llamadas hoy Catequistas Sopeña, y la Obra social y cultural Sopeña. A través de ellas, en España y Latinoamérica, se continúa una espiritualidad que fomenta la construcción de un mundo más justo, anunciando el mensaje salvador de Jesucristo.

4. "Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso dedicado al Señor" (Ex 20,9-10). La lectura del Éxodo que hemos escuchado nos recuerda el deber de trabajar, para colaborar con nuestro esfuerzo en la obra del Creador y hacer así un mundo mejor y más humano. Sin embargo, en el siglo XIX la incorporación de la mujer al trabajo asalariado fuera del hogar incrementó los riesgos para su vida de fe y su dignidad humana. De ello se percató la beata Juana Condesa Lluch, movida por su exquisita sensibilidad religiosa. Ella tuvo una juventud profundamente cristiana: asistía a misa diariamente en la iglesia del Patriarca; afianzaba su fe con la oración asidua. Así se preparó para entregarse totalmente al amor de Dios, fundando la congregación de las Esclavas de María Inmaculada que, fiel a su carisma, sigue comprometida en la promoción de la mujer trabajadora.

5. "Nosotros predicamos a Cristo crucificado (...), fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1,23-24) En la segunda lectura de hoy, san Pablo relata cómo anunciaba a Jesucristo, incluso ante quienes esperaban más bien portentos o sabiduría humana. El cristiano debe anunciar siempre a su Señor, sin detenerse ante las dificultades, por grandes que estas sean.

A lo largo de la historia, innumerables hombres y mujeres han anunciado el reino de Dios en todo el mundo. Entre estos se encuentra la madre Caridad Brader, fundadora de las Misioneras Franciscanas de María Inmaculada.

De la intensa vida contemplativa en el convento de María Hilf, en Suiza, su patria, partió un día la nueva beata para dedicarse completamente a la misión ad gentes, primero en Ecuador y después en Colombia. Con ilimitada confianza en la divina Providencia fundó escuelas y asilos, sobre todo en barrios pobres, y difundió en ellos una profunda devoción eucarística.

A punto de morir, decía a sus hermanas: "No abandonéis las buenas obras de la Congregación, las limosnas y mucha caridad con los pobres, mucha caridad entre las hermanas, adhesión a los obispos y sacerdotes". ¡Hermosa lección de una vida misionera al servicio de Dios y de los hombres!

6. "Lo débil de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 1,25). Estas palabras del apóstol san Pablo reflejan la devoción y el estilo de vida del beato Ladislao Batthyány-Strattmann, que fue padre de familia y médico. Utilizó la rica herencia de sus nobles antepasados para curar gratuitamente a los pobres y construir dos hospitales. Su mayor interés no eran los bienes materiales; en su vida no buscó el éxito y la carrera. Eso fue lo que enseñó y vivió en su familia, convirtiéndose así en el mejor testigo de la fe para sus hijos. Sacando su fuerza espiritual de la Eucaristía, mostró a cuantos la divina Providencia ponía en su camino la fuente de su vida y de su misión.

1583 El beato Ladislao Batthyány-Strattmann jamás antepuso las riquezas de la tierra al verdadero bien, que está en los cielos. Que su ejemplo de vida familiar y de generosa solidaridad cristiana anime a todos a seguir fielmente el Evangelio.

7. La santidad de los nuevos beatos nos estimula a tender también nosotros a la perfección evangélica, poniendo en práctica todas las palabras de Jesús. Se trata, ciertamente, de un itinerario ascético arduo, pero posible para todos.

La Virgen María, Reina de todos los santos, nos sostenga con su intercesión materna.
Que estos nuevos beatos sean nuestros guías seguros hacia la santidad. Amén.





CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS



13 de abril de 2003

XVIII Jornada mundial de la juventud



1. "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Mc 11,9).

La liturgia del domingo de Ramos es casi un solemne pórtico de ingreso en la Semana santa. Asocia dos momentos opuestos entre sí: la acogida de Jesús en Jerusalén y el drama de la Pasión; el "Hosanna" festivo y el grito repetido muchas veces: "¡Crucifícalo!"; la entrada triunfal y la aparente derrota de la muerte en la cruz. Así, anticipa la "hora" en la que el Mesías deberá sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día (cf. Mt Mt 16,21), y nos prepara para vivir con plenitud el misterio pascual.

2. "Alégrate, hija de Sión; (...) mira a tu rey que viene a ti" (Zc 9, 9).

Al acoger a Jesús, se alegra la ciudad en la que se conserva el recuerdo de David; la ciudad de los profetas, muchos de los cuales sufrieron allí el martirio por la verdad; la ciudad de la paz, que a lo largo de los siglos ha conocido violencia, guerra y deportación.

En cierto modo, Jerusalén puede considerarse la ciudad símbolo de la humanidad, especialmente en el dramático inicio del tercer milenio que estamos viviendo. Por eso, los ritos del domingo de Ramos cobran una elocuencia particular. Resuenan consoladoras las palabras del profeta Zacarías: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno. (...) Romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones" (Zc 9, 9-10). Hoy estamos de fiesta, porque entra en Jerusalén Jesús, el Rey de la paz.

1584 3. Entonces, a lo largo de la bajada del monte de los Olivos, fueron al encuentro de Cristo los niños y los jóvenes de Jerusalén, aclamando y agitando con júbilo ramos de olivo y de palmas.
Hoy lo acogen los jóvenes del mundo entero, que en cada comunidad diocesana celebran la XVIII Jornada mundial de la juventud.

Os saludo con gran afecto, queridos jóvenes de Roma, y también a los que habéis venido en peregrinación de diversos países. Saludo a los numerosos responsables de la pastoral juvenil, que participan en el congreso sobre las Jornadas mundiales de la juventud, organizado por el Consejo pontificio para los laicos. ¿Y cómo no expresar solidaridad fraterna a vuestros coetáneos probados por la guerra y la violencia en Irak, en Tierra Santa y en muchas otras regiones del mundo?

Hoy acogemos con fe y con júbilo a Cristo, que es nuestro "rey": rey de verdad, de libertad, de justicia y de amor. Estos son los cuatro "pilares" sobre los que es posible construir el edificio de la verdadera paz, como escribió hace cuarenta años en la encíclica Pacem in terris el beato Papa Juan XXIII. A vosotros, jóvenes del mundo entero, os entrego idealmente este histórico documento, plenamente actual: leedlo, meditadlo y esforzaos por ponerlo en práctica. Así seréis "bienaventurados", por ser auténticos hijos del Dios de la paz (cf. Mt
Mt 5,9).

4. La paz es don de Cristo, que nos lo obtuvo con el sacrificio de la cruz. Para conseguirla eficazmente, es necesario subir con el divino Maestro hasta el Calvario. Y en esta subida, ¿quién puede guiarnos mejor que María, que precisamente al pie de la cruz nos fue dada como madre en el apóstol fiel, san Juan? Para ayudar a los jóvenes a descubrir esta maravillosa realidad espiritual, elegí como tema del Mensaje para la Jornada mundial de la juventud de este año las palabras de Cristo moribundo: "He ahí a tu Madre" (Jn 19,27). Aceptando este testamento de amor, Juan acogió a María en su casa (cf. Jn Jn 19,27), es decir, la acogió en su vida, compartiendo con ella una cercanía espiritual completamente nueva. El vínculo íntimo con la Madre del Señor llevará al "discípulo amado" a convertirse en el apóstol del Amor que él había tomado del Corazón de Cristo a través del Corazón inmaculado de María.

5. "He ahí a tu Madre". Jesús os dirige estas palabras a cada uno de vosotros, queridos amigos. También a vosotros os pide que acojáis a María como madre "en vuestra casa", que la recibáis "entre vuestros bienes", porque "ella, desempeñando su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo sea formado plenamente en vosotros" (Mensaje, 3). María os lleve a responder generosamente a la llamada del Señor y a perseverar con alegría y fidelidad en la misión cristiana.

A lo largo de los siglos, ¡cuántos jóvenes han aceptado esta invitación y cuántos siguen haciéndolo también en nuestro tiempo!

Jóvenes del tercer milenio, ¡no tengáis miedo de ofrecer vuestra vida como respuesta total a Cristo! Él, sólo él cambia la vida y la historia del mundo.

6. "Realmente, este hombre era el Hijo de Dios" (Mc 15,39). Hemos vuelto a escuchar la clara profesión de fe del centurión, "al ver cómo había expirado" (Mc 15,39). De cuanto vio brota el sorprendente testimonio del soldado romano, el primero en proclamar que ese hombre "era el Hijo de Dios".

Señor Jesús, también nosotros hemos "visto" cómo has padecido y cómo has muerto por nosotros. Fiel hasta el extremo, nos has arrancado de la muerte con tu muerte. Con tu cruz nos ha redimido.

Tú, María, Madre dolorosa, eres testigo silenciosa de aquellos instantes decisivos para la historia de la salvación.

1585 Danos tus ojos para reconocer en el rostro del Crucificado, desfigurado por el dolor, la imagen del Resucitado glorioso.

Ayúdanos a abrazarlo y a confiar en él, para que seamos dignos de sus promesas.
Ayúdanos a serle fieles hoy y durante toda nuestra vida. Amén.





SANTA MISA CRISMAL



Jueves santo, 17 de abril de 2003



1. "Constituiste a Cristo, tu Hijo, Pontífice de la alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo".

Estas palabras, que escucharemos dentro de poco en el Prefacio, representan una adecuada catequesis sobre el sacerdocio de Cristo. Él es el sumo Pontífice de los bienes futuros, que ha querido perpetuar su sacerdocio en la Iglesia a través del servicio de los ministros ordenados, a los que ha encomendado la tarea de predicar el Evangelio y celebrar los sacramentos de la salvación.
Esta sugestiva celebración, en la que, la mañana del Jueves santo, se reúnen los presbíteros con su obispo en torno al altar, en cierto sentido constituye la "introducción" al santo Triduo pascual. En ella se bendicen los óleos y el crisma, que servirán para ungir a los catecúmenos, para consolar a los enfermos y para conferir la Confirmación y el Orden sagrado.

Los óleos y el crisma, íntimamente unidos al Misterio pascual, contribuyen de forma eficaz a la renovación de la vida de la Iglesia a través de los sacramentos. El Espíritu Santo, mediante estos signos sacramentales, no cesa de santificar al pueblo cristiano.

2. "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4,21). El pasaje evangélico que se acaba de proclamar en nuestra asamblea nos remonta a la sinagoga de Nazaret, donde Jesús, después de desenrollar el libro del profeta Isaías, comienza a leer: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido" (Lc 4,18). Se aplica a sí mismo el oráculo del profeta, concluyendo: "Hoy se cumple esta Escritura" (v. 21).

Cada vez que la asamblea litúrgica se congrega para celebrar la Eucaristía, se actualiza este "hoy". Se hace presente y eficaz el misterio de Cristo único y sumo Sacerdote de la alianza nueva y eterna.

A esta luz comprendemos mejor el valor de nuestro ministerio sacerdotal. El Apóstol nos invita a reavivar incesantemente el don de Dios recibido con la imposición de las manos (cf. 2Tm 1,6), sostenidos por la consoladora certeza de que Aquel que inició en nosotros esta obra la llevará a término hasta el día de Cristo Jesús (cf. Flp Ph 1,6).

1586 Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado, amadísimos sacerdotes, os saludo con afecto. Hoy, con la santa misa Crismal, conmemoramos esta gran verdad que nos atañe directamente. Cristo nos ha llamado, de una manera peculiar, a participar en su sacerdocio. Toda vocación al ministerio sacerdotal es un don extraordinario del amor de Dios y, al mismo tiempo, un misterio profundo, que concierne a los inescrutables designios divinos y a los abismos de la conciencia humana.

3. "Cantaré eternamente las misericordias del Señor" (Estribillo del salmo responsorial). Con el alma llena de gratitud, renovaremos dentro de poco las promesas sacerdotales. Este rito nos hace remontarnos, con la mente y el corazón, al día inolvidable en el que asumimos el compromiso de unirnos íntimamente a Cristo, modelo de nuestro sacerdocio, y de ser fieles dispensadores de los misterios de Dios, movidos no por intereses humanos, sino sólo por el amor a Dios y al prójimo.

Queridos hermanos en el sacerdocio, ¿hemos permanecido fieles a estas promesas? Que no se apague en nosotros el entusiasmo espiritual de la ordenación sacerdotal. Y vosotros, amadísimos fieles, orad por los sacerdotes, para que sean atentos dispensadores de los dones de la gracia divina, especialmente de la misericordia de Dios en el sacramento de la confesión y del pan de vida en la Eucaristía, memorial vivo de la muerte y resurrección de Cristo.

4. "Anunciaré tu fidelidad por todas las edades" (Antífona de comunión). Cada vez que en la asamblea litúrgica se celebra el sacrificio eucarístico, se renueva la "verdad" de la muerte y resurrección de Cristo. Es lo que haremos, con especial emoción, esta tarde reviviendo la última Cena del Señor. Para subrayar la actualidad del gran memorial de la redención, en la misa in Cena Domini firmaré la encíclica titulada: Ecclesia de Eucharistia, que he querido dirigiros en particular a vosotros, queridos sacerdotes, en lugar de la tradicional Carta del Jueves santo. Acogedla como un don particular con ocasión del vigésimo quinto año de mi ministerio petrino y dadla a conocer a las almas encomendadas a vuestra solicitud pastoral.

La Virgen María, mujer "eucarística", que llevó en su seno al Verbo encarnado e hizo de sí una ofrenda incesante al Señor, nos conduzca a todos a una comprensión cada vez más profunda del inmenso don y misterio que es el sacerdocio, y nos haga dignos de su Hijo Jesús, sumo y eterno Sacerdote. Amén.



SANTA MISA "IN CENA DOMINI"



Basílica de San Pedro,

Jueves santo, 17 de abril de 2003



"Los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

1. En la víspera de su pasión y muerte, el Señor Jesús quiso reunir en torno a sí, una vez más, a sus Apóstoles para dejarles las últimas consignas y darles el testimonio supremo de su amor.

Entremos también nosotros en la "sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes" (Mc 14,15) y dispongámonos a escuchar los pensamientos más íntimos que quiere comunicarnos; dispongámonos, en particular, a acoger el gesto y el don que ha preparado para esta última cita.

2. Mientras están cenando, Jesús se levanta de la mesa y comienza a lavar los pies a los discípulos. Pedro, al principio, se resiste; luego, comprende y acepta. También a nosotros se nos invita a comprender: lo primero que el discípulo debe hacer es ponerse a la escucha de su Señor, abriendo el corazón para acoger la iniciativa de su amor. Sólo después será invitado a reproducir a su vez lo que ha hecho el Maestro. También él deberá "lavar los pies" a sus hermanos, traduciendo en gestos de servicio mutuo ese amor, que constituye la síntesis de todo el Evangelio (cf. Jn Jn 13,1-20).

1587 También durante la Cena, sabiendo que ya había llegado su "hora", Jesús bendice y parte el pan, luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: "Esto es mi cuerpo"; lo mismo hace con el cáliz: "Esta es mi sangre". Y les manda: "Haced esto en conmemoración mía" (1Co 11,24-25). Realmente aquí se manifiesta el testimonio de un amor llevado "hasta el extremo" (Jn 13,1). Jesús se da como alimento a los discípulos para llegar a ser uno con ellos. Una vez más se pone de relieve la "lección" que debemos aprender: lo primero que hemos de hacer es abrir el corazón a la acogida del amor de Cristo. La iniciativa es suya: su amor es lo que nos hace capaces de amar también nosotros a nuestros hermanos.

Así pues, el lavatorio de los pies y el sacramento de la Eucaristía son dos manifestaciones de un mismo misterio de amor confiado a los discípulos "para que -dice Jesús- lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13,15).

3. "Haced esto en conmemoración mía" (1Co 11,24). La "memoria" que el Señor nos dejó aquella noche se refiere al momento culminante de su existencia terrena, es decir, el momento de su ofrenda sacrificial al Padre por amor a la humanidad. Y es una "memoria" que se sitúa en el marco de una cena, la cena pascual, en la que Jesús se da a sus Apóstoles bajo las especies del pan y del vino, como su alimento en el camino hacia la patria del cielo.

Mysterium fidei! Así proclama el celebrante después de pronunciar las palabras de la consagración. Y la asamblea litúrgica responde expresando con alegría su fe y su adhesión, llena de esperanza. ¡Misterio realmente grande es la Eucaristía! Misterio "incomprensible" para la razón humana, pero sumamente luminoso para los ojos de la fe. La mesa del Señor en la sencillez de los símbolos eucarísticos -el pan y el vino compartidos- es también la mesa de la fraternidad concreta. El mensaje que brota de ella es demasiado claro como para ignorarlo: todos los que participan en la celebración eucarística no pueden quedar insensibles ante las expectativas de los pobres y los necesitados.

4. Precisamente desde esta perspectiva deseo que los donativos que se recojan durante esta celebración sirvan para aliviar las urgentes necesidades de los que sufren en Irak por las consecuencias de la guerra. Un corazón que ha experimentado el amor del Señor se abre espontáneamente a la caridad hacia sus hermanos.

"O sacrum convivium, in quo Christus sumitur".

Hoy estamos todos invitados a celebrar y adorar, hasta muy entrada la noche, al Señor que se hizo alimento para nosotros, peregrinos en el tiempo, dándonos su carne y su sangre.

La Eucaristía es un gran don para la Iglesia y para el mundo. Precisamente para que se preste una atención cada vez más profunda al sacramento de la Eucaristía, he querido entregar a toda la comunidad de los creyentes una encíclica, cuyo tema central es el misterio eucarístico: Ecclesia de Eucharistia. Dentro de poco tendré la alegría de firmarla durante esta celebración, que evoca la última Cena, cuando Jesús nos dejó a sí mismo como supremo testamento de amor. La encomiendo desde ahora, en primer lugar, a los sacerdotes, para que ellos, a su vez, la difundan para bien de todo el pueblo cristiano.

5. Adoro te devote, latens Deitas! Te adoramos, oh admirable sacramento de la presencia de Aquel que amó a los suyos "hasta el extremo". Te damos gracias, Señor, que en la Eucaristía edificas, congregas y vivificas a la Iglesia.

¡Oh divina Eucaristía, llama del amor de Cristo, que ardes en el altar del mundo, haz que la Iglesia, confortada por ti, sea cada vez más solícita para enjugar las lágrimas de los que sufren y sostener los esfuerzos de los que anhelan la justicia y la paz!

Y tú, María, mujer "eucarística", que ofreciste tu seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios, ayúdanos a vivir el misterio eucarístico con el espíritu del Magníficat. Que nuestra vida sea una alabanza sin fin al Todopoderoso, que se ocultó bajo la humildad de los signos eucarísticos.

1588 Adoro te devote, latens Deitas...
Adoro te..., adiuva me!



VIGILIA PASCUAL


Sábado, 19 de abril de 2003

1. "No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado" (Mc 16,6).


Al alba del primer día después del sábado, como narra el Evangelio, algunas mujeres van al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús que, crucificado el viernes, rápidamente había sido envuelto en una sábana y depositado en el sepulcro. Lo buscan, pero no lo encuentran: ya no está donde había sido sepultado. De Él sólo quedan las señales de la sepultura: la tumba vacía, las vendas, la sábana. Las mujeres, sin embargo, quedan turbadas a la vista de un "joven vestido con una túnica blanca", que les anuncia: "No está aquí. Ha resucitado".

Esta desconcertante noticia, destinada a cambiar el rumbo de la historia, desde entonces sigue resonando de generación en generación: anuncio antiguo y siempre nuevo. Ha resonado una vez más en esta Vigilia pascual, madre de todas las vigilias, y se está difundiendo en estas horas por toda la tierra.

2. ¡Oh sublime misterio de esta Noche Santa! Noche en la cual revivimos ¡el extraordinario acontecimiento de la Resurrección! Si Cristo hubiera quedado prisionero del sepulcro, la humanidad y toda la creación, en cierto modo, habrían perdido su sentido. Pero Tú, Cristo, ¡has resucitado verdaderamente!

Entonces se cumplen las Escrituras que hace poco hemos escuchado de nuevo en la liturgia de la Palabra, recorriendo las etapas de todo el designio salvífico. Al comienzo de la creación "Vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno" (Gn 1,31). A Abrahán había prometido: "Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia" (Gn 22,18). Se ha repetido uno de los cantos más antiguos de la tradición hebrea, que expresa el significado del antiguo éxodo, cuando "el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto" (Ex 14,30). Siguen cumpliéndose en nuestros días las promesas de los Profetas: "Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis..." (Ez 36,27).

3. En esta noche de Resurrección todo vuelve a empezar desde el "principio"; la creación recupera su auténtico significado en el plan de la salvación. Es como un nuevo comienzo de la historia y del cosmos, porque "Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto" (1Co 15,20). Él, "el último Adán", se ha convertido en "un espíritu que da vida" (1Co 15,45).

El mismo pecado de nuestros primeros padres es cantado en el Pregón pascual como "felix culpa", "¡feliz culpa que mereció tal Redentor!". Donde abundó el pecado, ahora sobreabundó la Gracia y "la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" (Salmo resp.) de un edificio espiritual indestructible.

En esta Noche Santa ha nacido el nuevo pueblo con el cual Dios ha sellado una alianza eterna con la sangre del Verbo encarnado, crucificado y resucitado.

1589 4. Se entra a formar parte del pueblo de los redimidos mediante el Bautismo. "Por el bautismo -nos ha recordado el apóstol Pablo en su Carta a los Romanos- fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva" (Rm 6,4).

Esta exhortación va dirigida especialmente a vosotros, queridos catecúmenos, a quienes dentro de poco la Madre Iglesia comunicará el gran don de la vida divina. De diversas Naciones la divina Providencia os ha traído aquí, junto a la tumba de San Pedro, para recibir los Sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Entráis así en la Casa del Señor, sois consagrados con el óleo de la alegría y podéis alimentaros con el Pan del cielo.

Sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, perseverad en vuestra fidelidad a Cristo y proclamad con valentía su Evangelio.

5. Queridos hermanos y hermanas aquí presentes. También nosotros, dentro de unos instantes, nos uniremos a los catecúmenos para renovar las promesas de nuestro Bautismo. Volveremos a renunciar a Satanás y a todas sus obras para seguir firmemente a Dios y sus planes de salvación. Expresaremos así un compromiso más fuerte de vida evangélica.

Que María, testigo gozosa del acontecimiento de la Resurrección, ayude a todos a caminar "en una vida nueva"; que haga a cada uno consciente de que, estando nuestro hombre viejo crucificado con Cristo, debemos considerarnos y comportarnos como hombres nuevos, personas que "viven para Dios, en Jesucristo" (cf. Rm Rm 6,4 Rm Rm 6,11).

Amén. ¡Aleluya!





B. Juan Pablo II Homilías 1580