B. Juan Pablo II Homilías 1589


EN EL FUNERAL DEL CARDENAL AURELIO SABATTANI


Jueves 24 de abril de 2003



1. "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. (...) Bienaventurados los que trabajan por la paz" (Mt 5,6 Mt 5,9).

Acabamos de escuchar nuevamente, durante esta celebración con la que despedimos al venerado cardenal Aurelio Sabattani, la página evangélica de las Bienaventuranzas. ¡Cuántas veces meditó en ella durante su larga existencia!

"¡Bienaventurados!". Jesús proclama bienaventurados a quienes lo han seguido día a día, yendo contra corriente con respecto a la lógica del mundo.Nos parece que, en esta legión de sus discípulos fieles, aun con las limitaciones de toda existencia humana, se sitúa también este hermano nuestro, que prestó un múltiple y generoso servicio a la Iglesia. En sufragio de su alma ofrecemos esta liturgia eucarística, pidiendo al Señor que tenga misericordia de él y le conceda la bienaventuranza prometida a los pobres de espíritu, a los mansos, a los misericordiosos, a los que trabajan por la paz y a los que tienen hambre y sed de justicia.

2. "Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" (Mt 5,12).
1590 Nuestra morada definitiva y nuestra "recompensa", como recuerda Jesús en el evangelio, no están en esta tierra, sino en el cielo. Era muy consciente de ello el recordado cardenal, el cual, en su testamento espiritual, recomienda a sus seres queridos que "vivan en la fe y en la gracia de Dios, lo único que tiene valor definitivo". En efecto, sabía bien que, precisamente conformando su voluntad a la de Cristo, especialmente en los momentos difíciles y dolorosos de la vida, el creyente se hace digno de las bienaventuranzas evangélicas. Sólo abandonándose con confianza en las manos del Señor y cultivando en toda circunstancia una amistad ininterrumpida con él, se llega a ser verdaderos "hijos de Dios".

3. "Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia" (
Ph 1,21). Así podía hablar de sí el apóstol san Pablo al final de su existencia. El querido cardenal expresó sentimientos semejantes en su testamento espiritual. Reconociendo que Dios lo había colmado de continuos y singulares beneficios, se ha presentado ahora a su juicio, después de haber ejercido él mismo el oficio de juez dentro de la Iglesia. Se ha presentado con serena confianza, como declara, consciente de haber estado animado siempre por el deseo de servir a Cristo y a la Iglesia.

Cristo es "el juez de vivos y muertos, constituido por Dios", afirma el apóstol san Pedro en la primera lectura (Ac 10,42), que acaba de proponerse a nuestra atención. El cardenal Sabattani trató de vivir en unión con él, esforzándose por poner en práctica sus enseñanzas. Este es un motivo de consuelo también para nosotros en el momento de la despedida. Quien confía en el Señor, nos ha recordado el Salmo responsorial, no teme nada, aunque camine por cañadas oscuras (cf. Sal Ps 23).

4. Conviene releer, precisamente desde esta perspectiva, la larga historia terrena del cardenal Aurelio Sabattani y, en especial, sus últimos años, marcados por numerosos sufrimientos. Habiendo obtenido el doctorado en utroque iure, después de la ordenación sacerdotal trabajó primero en la Secretaría de Estado y luego en su diócesis de Ímola. De nuevo en Roma, fue nombrado prelado auditor de la Rota romana.

Mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, en 1965, lo nombró arzobispo y prelado de la Santa Casa de Loreto, donde permaneció hasta 1971.

Al regresar a Roma como secretario del Tribunal supremo de la Signatura apostólica, participó en varios congresos internacionales, haciéndose apreciar como brillante y docto canonista.
Miembro del Colegio cardenalicio desde 1983 con el título de San Apolinar en las Termas, se dedicó con empeño a la administración de la justicia en calidad de prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica. A continuación, fue arcipreste de la patriarcal basílica vaticana, vicario general para la Ciudad del Vaticano y presidente de la Fábrica de San Pedro.

5. Ahora, terminada su peregrinación terrena, ha llegado a la patria celestial, que el Señor reserva a sus servidores fieles.

El misterio pascual, que estamos celebrando solemnemente en esta octava, adquiere hoy un elocuente significado para nosotros. La vida recibida con el bautismo no termina con la muerte, porque Cristo, muriendo en la cruz, ha derrotado el poder de la muerte. "En el orden humano -recordé durante el vía crucis en el Coliseo-, la muerte es la última palabra. La palabra que viene después, la palabra de la Resurrección, es una palabra exclusiva de Dios" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2003, p. 5).

Por eso, en el Prefacio vamos a repetir con confiado abandono las palabras de la esperanza cristiana: "La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo".

Dentro de poco vamos a despedir en esta tierra al querido cardenal Aurelio Sabattani. Abramos el corazón a este anuncio de esperanza que nos viene de la fe. Es la misma esperanza que ha iluminado la vida sacerdotal y apostólica del cardenal Sabattani.

1591 Que la Virgen santísima, estrechándolo entre sus brazos maternos, lo introduzca en el Paraíso, por el cual ha vivido, ha trabajado, ha sufrido y ha rezado. Que lo acojan los santos y, juntamente con ellos, sea bienaventurado para siempre en Dios. Amén.





DURANTE LA SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN


Domingo 27 de abril de 2003

1. "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Ps 117,1). Así canta la Iglesia hoy, en este segundo domingo de Pascua, domingo de la Misericordia divina. En el misterio pascual se revela plenamente el consolador designio salvífico del amor misericordioso de Dios, cuyos testigos privilegiados son los santos y los beatos del paraíso.

Por una providencial coincidencia, tengo la alegría de elevar al honor de los altares a seis nuevos beatos precisamente en este domingo, en el que celebramos la "Misericordia divina". En cada uno de ellos, de manera diversa, se manifestó la tierna y sorprendente misericordia del Señor: Santiago Alberione, presbítero, fundador de la Familia Paulina; Marcos de Aviano, sacerdote, de la Orden de Frailes Menores Capuchinos; María Cristina Brando, virgen, fundadora de la congregación de Religiosas Víctimas Expiadoras de Jesús Sacramentado; Eugenia Ravasco, virgen, fundadora de la congregación de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María; María Dominga Mantovani, virgen, cofundadora del instituto de las Hermanitas de la Sagrada Familia; y Julia Salzano, virgen, fundadora de la congregación de las Hermanas Catequistas del Sagrado Corazón.

2. "Estos (signos) se han escrito para que, (...) creyendo, tengáis vida en su nombre" (Jn 20,31). La buena nueva es un mensaje universal destinado a los hombres de todos los tiempos. Se dirige personalmente a cada uno, y exige que se haga realidad en la vida ordinaria. Cuando los cristianos llegan a ser "evangelios vivientes", se transforman en "signos" elocuentes de la misericordia del Señor, y su testimonio llega más fácilmente al corazón de las personas. Como dóciles instrumentos en las manos de la divina Providencia, influyen profundamente en la historia. Así sucedió con estos seis nuevos beatos, que provienen de la querida Italia, tierra fecunda en santos.

3. El beato Santiago Alberione intuyó la necesidad de dar a conocer a Jesucristo, camino, verdad y vida, "a los hombres de nuestro tiempo con los medios de nuestro tiempo" -como solía decir-, y se inspiró en el apóstol san Pablo, a quien definía "teólogo y arquitecto de la Iglesia", permaneciendo siempre dócil y fiel al magisterio del Sucesor de Pedro, "faro" de verdad en un mundo a menudo privado de sólidos puntos de referencia ideales. "Que un grupo de santos use estos medios", solía repetir este apóstol de los tiempos nuevos.

¡Qué extraordinaria herencia lega a su Familia religiosa! Ojalá que sus hijos e hijas espirituales mantengan inalterado el espíritu de los orígenes, para corresponder de modo adecuado a las exigencias de la evangelización en el mundo de hoy.

4. En una época y en un ambiente diversos resplandeció por su santidad el beato Marcos de Aviano, en cuya alma ardía el deseo de oración, de silencio y de adoración del misterio de Dios. Este contemplativo itinerante por los caminos de Europa fue artífice de una vasta renovación espiritual gracias a una intrépida predicación acompañada por numerosos prodigios. A este profeta desarmado de la misericordia divina las circunstancias lo llevaron a comprometerse activamente en la defensa de la libertad y de la unidad de la Europa cristiana. Al continente europeo, que se abre en estos años a nuevas perspectivas de cooperación, el beato Marcos de Aviano le recuerda que su unidad será más sólida si se basa en sus raíces cristianas comunes.

5. Es sorprendente lo que Dios realizó a través de María Cristina Brando. Su espiritualidad es eucarística y de expiación, y se articula en dos líneas como "dos ramas que parten del mismo tronco": el amor a Dios y el amor al prójimo. Su deseo de participar en la pasión de Cristo "se trasvasa" a las obras educativas, destinadas a hacer que las personas sean conscientes de su dignidad y se abran al amor misericordioso del Señor.

6. La beata Eugenia Ravasco se dedicó enteramente a difundir el amor a los Corazones de Cristo y de María. Contemplando estos dos Corazones, se apasionó por el servicio al prójimo y entregó con alegría su vida al servicio de los jóvenes y los pobres. Supo abrirse con clarividencia a las urgencias misioneras, con especial solicitud por los que estaban "alejados" de la Iglesia.

Las expresiones: "hacer el bien por amor al Corazón de Jesús" y "desear ardientemente el bien de los demás, especialmente de la juventud", sintetizan muy bien su carisma, que legó a su instituto.

1592 7. En la misma línea se sitúa la beata María Dominga Mantovani. Esta digna hija de la tierra veronesa, discípula del beato Giuseppe Nascimbeni, se inspiró en la Sagrada Familia de Nazaret para hacerse "toda a todos", siempre atenta a las necesidades del "pueblo pobre". Fue extraordinario su modo de ser fiel en toda circunstancia hasta el último suspiro a la voluntad de Dios, por quien se sentía amada y llamada. ¡Qué hermoso ejemplo de santidad para todo creyente!

8. Y ¿qué decir de la beata Julia Salzano? Anticipando los tiempos, fue un apóstol de la nueva evangelización, en la que unió la acción apostólica y la oración, ofrecida sin cesar especialmente por la conversión de las personas "indiferentes".

Esta nueva beata nos estimula a perseverar en la fe y a no perder jamás la confianza en Dios, que lo hace todo. Los creyentes, llamados a ser los apóstoles de los tiempos modernos, han de inspirarse también en la beata Julia Salzano "para infundir en numerosas criaturas la inmensa caridad de Cristo".

9. "Es eterna la misericordia de Dios", que resplandece en cada uno de los nuevos beatos. A través de ellos, Dios realizó grandes maravillas. En verdad, Señor, es eterna tu misericordia. No abandonas a quien recurre a ti. Juntamente con estos nuevos beatos, te repetimos con confianza filial: ¡Jesús, en ti confío!

Ayúdanos, María, Madre de la Misericordia, a proclamar con nuestra existencia que "es eterna la misericordia de Dios". Ahora y siempre. Amén. Aleluya.



VIAJE APOSTÓLICO


DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A ESPAÑA



SANTA MISA DE CANONIZACIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Plaza de Colón, Madrid

Domingo 4 de mayo de 2003



1. “Sed testigos de mi resurrección” (cf. Lc Lc 24,46-48), Jesús dice a sus Apóstoles en el relato del Evangelio apenas proclamado. Misión difícil y exigente, confiada a hombres que aún no se atreven a mostrarse en público por miedo de ser reconocidos como discípulos del Nazareno. No obstante, la primera lectura nos ha presentado a Pedro que, una vez recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, tiene la valentía de proclamar ante el pueblo la resurrección de Jesús y exhortar al arrepentimiento y a la conversión.

Desde entonces la Iglesia, con la fuerza del Espíritu Santo, sigue proclamando esta noticia extraordinaria a todos los hombres de todos los tiempos. Y el sucesor de Pedro, peregrino en tierras españolas, os repite: España, siguiendo un pasado de valiente evangelización: ¡sé también hoy testigo de Jesucristo resucitado!

2. Saludo con afecto a todo el pueblo de Dios venido desde las distintas regiones del País, y aquí reunido para participar en esta solemne celebración. Un respetuoso y deferente saludo dirijo a Sus Majestades los Reyes de España y a la Familia Real. Agradezco cordialmente las amables palabras del Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid. Saludo a los Cardenales y Obispos españoles, a los sacerdotes y a las personas consagradas; saludo también con afecto a los miembros de los Institutos relacionados con los nuevos santos.

Agradezco particularmente la presencia aquí de las Autoridades civiles y sobre todo la colaboración que han prestado para los distintos actos de esta visita.

1593 3. Los nuevos santos se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos del Señor y testigos de su Resurrección.

San Pedro Poveda, captando la importancia de la función social de la educación, realizó una importante tarea humanitaria y educativa entre los marginados y carentes de recursos. Fue maestro de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia, convencido de que los cristianos debían aportar valores y compromisos sustanciales para la construcción de un mundo más justo y solidario. Culminó su existencia con la corona del martirio.

San José María Rubio vivió su sacerdocio, primero como diocesano y después como jesuita, con una entrega total al apostolado de la Palabra y de los sacramentos, dedicando largas horas al confesionario y dirigiendo numerosas tandas de ejercicios espirituales en las que formó a muchos cristianos que luego morirían mártires durante la persecución religiosa en España. “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace” era su lema.

4. Santa Genoveva Torres fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor, de consuelo y de cuidados en su cuerpo y en su espíritu. La nota característica que impulsaba su espiritualidad era la adoración reparadora a la Eucaristía, fundamento desde el que desplegaba un apostolado lleno de humildad y sencillez, de abnegación y caridad.

Semejante amor y sensibilidad hacia los pobres llevó a Santa Angela de la Cruz a fundar su "Compañía de la Cruz", con una dimensión caritativa y social a favor de los más necesitados y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad sevillanas de su época. Su nota distintiva era la naturalidad y la sencillez, buscando la santidad con un espíritu de mortificación, al servicio de Dios en los hermanos.

Santa Maravillas de Jesús vivió animada por una fe heroica, plasmada en la respuesta a una vocación austera, poniendo a Dios como centro de su existencia. Superadas las tristes circunstancias de la Guerra Civil española, realizó nuevas fundaciones de la Orden del Carmelo presididas por el espíritu característico de la reforma teresiana. Su vida contemplativa y la clausura del monasterio no le impidieron atender a las necesidades de las personas que trataba y a promover obras sociales y caritativas a su alrededor.

5. Los nuevos Santos tienen rostros muy concretos y su historia es bien conocida. ¿Cual es su mensaje? Sus obras, que admiramos y por las que damos gracias a Dios, no se deben a sus fuerzas o a la sabiduría humana, sino a la acción misteriosa del Espíritu Santo, que ha suscitado en ellos una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado y el propósito de imitarlo. Queridos fieles católicos de España: ¡dejaos interpelar por estos maravillosos ejemplos!

Al dar gracias al Señor por tantos dones que ha derramado en España, os invito a pedir conmigo que en esta tierra sigan floreciendo nuevos santos. Surgirán otros frutos de santidad si las comunidades eclesiales mantienen su fidelidad al Evangelio que, según una venerable tradición, fue predicado desde los primeros tiempos del cristianismo y se ha conservado a través de los siglos.

Surgirán nuevos frutos de santidad si la familia sabe permanecer unida, como auténtico santuario del amor y de la vida. “La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español”, dije cuando peregriné a Santiago de Compostela (Discurso en Santiago, 9.11.1982). Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia.

6. “Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras” (
Lc 24,45). Cristo resucitado ilumina a los Apóstoles para que su anuncio pueda ser entendido y se transmita íntegro a todas las generaciones; para que el hombre oyendo crea, creyendo espere, y esperando ame (cf. S. Agustín, De catechizandis rudibus, 4,8). Al predicar a Jesucristo resucitado, la Iglesia desea anunciar a todos los hombres un camino de esperanza y acompañarles al encuentro con Cristo.

Celebrando esta Eucaristía, invoco sobre todos vosotros el gran don de la fidelidad a vuestros compromisos cristianos. Que os lo conceda Dios Padre por la intercesión de la Santísima Virgen - venerada en España con tantas advocaciones - y de los nuevos Santos.





DURANTE LA MISA DE ORDENACIÓN SACERDOTAL


DE 31 DIÁCONOS DE LA DIÓCESIS DE ROMA


1594

Domingo 11 de mayo de 2003



1. "Yo soy el buen Pastor" (Jn 10,11).

En la página evangélica que nos propone la liturgia de hoy Jesús se define a sí mismo como el buen Pastor que da la vida por sus ovejas.

El mercenario, que no siente como suyas las ovejas, ante las dificultades y los peligros las abandona y huye. El pastor, en cambio, que conoce a cada una de sus ovejas, entabla con ellas una relación de familiaridad tan profunda, que está dispuesto a dar su vida por ellas.

Jesús, ejemplo sublime de entrega amorosa, invita a sus discípulos, en particular a los sacerdotes, a seguir sus mismas huellas. Llama a cada presbítero a ser buen pastor de la grey que la Providencia le confía.

2. Amadísimos ordenandos presbíteros, hoy también vosotros sois configurados con el buen Pastor, convirtiéndoos en colaboradores de los sucesores de los Apóstoles.

Os saludo con afecto a todos. Saludo, en primer lugar, al cardenal vicario, al monseñor vicegerente y a los obispos auxiliares. Saludo a los rectores y a los superiores del Pontificio Seminario Romano Mayor y del seminario diocesano Redemptoris Mater, que han velado por vuestra formación. Saludo al cardenal Andrzej María Deskur y a los formadores de los "Hijos de la Cruz", a los responsables y a los formadores de cuantos, entre vosotros, pertenecen a la Sociedad de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad y a la Sociedad del Apostolado Católico.

Deseo expresar mi agradecimiento a vuestras comunidades parroquiales, a las asociaciones, a los movimientos y a los grupos de pertenencia, así como a cuantos os han ayudado a reconocer y acoger la llamada del Señor y, especialmente, a vuestras familias, que os han educado en la fe y hoy se alegran juntamente con vosotros.

3. Amadísimos ordenandos, este día será inolvidable para cada uno de vosotros. Hoy sois "promovidos para servir a Cristo maestro, sacerdote y rey, participando en su ministerio, que construye sin cesar la Iglesia aquí en la tierra como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo" (Presbyterorum ordinis PO 1).

Quisiera simplemente atraer vuestra atención hacia algunos rasgos que ponen de relieve quién es, en el proyecto salvífico de Dios, el sacerdote, y qué esperan de él la Iglesia y el mundo. El sacerdote es el hombre de la Palabra, a quien corresponde la tarea de llevar el anuncio evangélico a los hombres y a las mujeres de su tiempo. Debe hacerlo con gran sentido de responsabilidad, comprometiéndose a estar siempre en plena sintonía con el magisterio de la Iglesia. Es también el hombre de la Eucaristía, mediante la cual penetra en el corazón del misterio pascual. Especialmente en la santa misa siente la exigencia de una configuración cada vez más íntima con Jesús, buen Pastor, sumo y eterno Sacerdote.

Por eso, alimentaos de la palabra de Dios; conversad todos los días con Cristo realmente presente en el Sacramento del altar. Dejaos conquistar por el amor infinito de su Corazón y prolongad la adoración eucarística en los momentos importantes de vuestra vida, en los de las decisiones personales y pastorales difíciles, al inicio y al final de vuestras jornadas. Puedo aseguraros que "yo he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo" (Ecclesia de Eucharistia EE 25).

1595 4. Configurados con Cristo, buen Pastor, queridos ordenandos, seréis los ministros de la misericordia divina. Administraréis el sacramento de la reconciliación, cumpliendo así el mandato que el Señor transmitió a los Apóstoles después de su resurrección: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,22-23). ¡De cuántos milagros y prodigios realizados por la misericordia de Dios en el confesonario seréis testigos!

Pero, para poder cumplir dignamente la misión que hoy se os confía, deberéis manteneros constantemente unidos a Dios en la oración, y experimentar vosotros mismos su amor misericordioso mediante una práctica regular de la confesión, dejándoos también guiar por expertos consejeros espirituales, sobre todo en los momentos más difíciles de la existencia.

5. Amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Roma y vosotros que acompañáis a estos ordenandos: El sacerdote, llamado de modo especial a tender a la santidad, es para todo el pueblo cristiano el testigo del amor y de la alegría de Cristo. Imitando el ejemplo del buen Pastor, ayuda a los creyentes a seguir a Cristo, correspondiendo a su amor. Estad cerca de vuestros sacerdotes; acompañadlos con constante oración y pedid al Señor con insistencia que no falten obreros en su mies.

Y tú, María, "Mujer eucarística", Madre y modelo de todo sacerdote, permanece junto a estos hijos tuyos hoy y a lo largo de los años de su ministerio pastoral. Como el apóstol san Juan, hoy te acogen "en su casa". Haz que conformen su vida al divino Maestro, que los ha elegido como ministros suyos. Que el "¡presente!", que acaba de pronunciar cada uno con entusiasmo juvenil, se exprese cada día en la generosa adhesión a las tareas del ministerio y florezca en la alegría del "magníficat" por las "maravillas" que la misericordia de Dios quiera realizar a través de sus manos.
Amén.





MISA DE CANONIZACIÓN DE CUATRO BEATOS



Plaza de San Pedro

Domingo 18 de mayo de 2003



1. "El que permanece en mí y yo en él da fruto abundante" (Jn 15,5 cf. Aleluya ). Las palabras que Jesús dirigió a los Apóstoles, al final de la última Cena, constituyen una emotiva invitación también para nosotros, sus discípulos del tercer milenio. Sólo quien permanece íntimamente unido a él -injertado en él como el sarmiento en la vid- recibe la savia vital de su gracia. Sólo quien vive en comunión con Dios produce frutos abundantes de justicia y santidad.

Los santos que tengo la alegría de canonizar hoy, en este V domingo de Pascua, son testigos de esta verdad evangélica fundamental. Dos de ellos provienen de Polonia: José Sebastián Pelczar, obispo de Przemysl, fundador de la congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús; y Úrsula Ledóchowska, virgen, fundadora de la congregación de las Hermanas Ursulinas del Sagrado Corazón de Jesús Agonizante. Las otras dos santas son italianas: María de Mattias, virgen, fundadora de la congregación de las Religiosas Adoratrices de la Sangre de Cristo; y Virginia Centurione Bracelli, laica, fundadora de las Hermanas de Nuestra Señora del Refugio del Monte Calvario y de las Hijas de Nuestra Señora en el Monte Calvario.

2. "La perfección es como la ciudad del Apocalipsis (cf. Ap Ap 21), con doce puertas que se abren a todas las partes del mundo, como signo de que los hombres de todas las naciones, de todos los estados y de todas las edades pueden pasar por ellas. (...) Ningún estado y ninguna edad son obstáculo para una vida perfecta. En efecto, Dios no considera las cosas exteriores (...), sino el alma (...), y sólo exige lo que podemos dar". Con estas palabras, nuestro nuevo santo José Sebastián Pelczar expresaba su fe en la llamada universal a la santidad. Con esta convicción vivió como sacerdote, profesor, rector universitario y obispo. Él mismo tendía a la santidad, y a ella guiaba a los demás. Fue celoso en todas las cosas, pero lo hizo de modo que en su servicio Cristo mismo fuera el Maestro.

El lema de su vida fue: "Todo por el sacratísimo Corazón de Jesús, a través de las manos inmaculadas de la santísima Virgen María". Este lema forjó su figura espiritual, cuya característica fue encomendarse a sí mismo, su vida y su ministerio a Cristo por medio de María.

1596 Consideraba su entrega a Cristo sobre todo como respuesta a su amor, encerrado y revelado en el sacramento de la Eucaristía. Decía: "Todo hombre debe maravillarse ante el pensamiento de que el Señor Jesús, debiendo ir al Padre sobre un trono de gloria, permaneció en la tierra con los hombres. Su amor inventó este milagro de los milagros, instituyendo el santísimo Sacramento". Suscitaba incesantemente en sí y en los demás este asombro de la fe. Precisamente este asombro lo condujo también a María. Como teólogo experto, no podía por menos de ver en María a la mujer que "anticipó también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia"; la mujer que, llevando en su seno al Verbo, que se hizo carne, fue en cierto sentido el "tabernáculo", el primer "tabernáculo" de la historia (cf. Ecclesia de Eucharistia EE 55). Por eso, acudía a ella con devoción filial y con el gran amor que había recibido en su casa paterna, y animaba a los demás a vivir ese amor. A la congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, fundadas por él, les escribió: "Entre los deseos del Sagrado Corazón de Jesús uno de los más ardientes es que todos veneren y amen a su santísima Madre, en primer lugar, porque el Señor mismo la ama de modo inefable, y después porque la convirtió en madre de todos los hombres, para que, con su dulzura, atrajera a sí incluso a los que rechazan la santa cruz y los condujera al Corazón divino".

Al elevar a la gloria de los altares a José Sebastián, pido que, por su intercesión, el esplendor de su santidad sea para las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, para la Iglesia en Przemysl y para todos los creyentes de Polonia y del mundo, un estímulo a este amor a Cristo y a su Madre.

3. Durante toda su vida, santa Úrsula Ledóchowska fijó su mirada, con fidelidad y amor, en el rostro de Cristo, su Esposo. De modo particular, se unió a Cristo agonizante en la cruz. Esta unión la colmaba de un extraordinario celo en la tarea de anunciar, con palabras y obras, la buena nueva del amor de Dios. La llevaba, ante todo, a los niños y a los jóvenes, pero también a todos los que se encontraban en dificultades, a los pobres, a los abandonados y a las personas solas. A todos se dirigía con el lenguaje del amor demostrado con las obras. Con el mensaje del amor de Dios recorrió Rusia, los países escandinavos, Francia e Italia. En su época fue apóstol de la nueva evangelización, dando prueba, con su vida y con su actividad, de la actualidad, la creatividad y la eficacia constantes del amor evangélico.

También ella sacaba de este amor a la Eucaristía la inspiración y la fuerza para la gran obra del apostolado. Escribió: "Debo amar al prójimo como Jesús me ha amado a mí. Tomad y comed... Comed mis fuerzas, estoy a vuestra disposición (...). Tomad y comed mis capacidades, mi talento (...), mi corazón, para que con su amor caliente e ilumine vuestra vida (...). Tomad y comed mi tiempo, que está a vuestra disposición. (...) Soy vuestra como Jesús Hostia es mío". ¿No resuena en estas palabras el eco del don con el que Cristo, en el Cenáculo, se entregó a sí mismo a los discípulos de todos los tiempos?

Al fundar la congregación de las Hermanas Ursulinas del Sagrado Corazón de Jesús Agonizante, le transmitió este espíritu. "El santísimo Sacramento -escribió- es el sol de nuestra vida, nuestro tesoro, nuestra felicidad, nuestro todo en la tierra. (...) Amad a Jesús en el tabernáculo. Que allí permanezca siempre vuestro corazón, aunque materialmente estéis trabajando. Allí está Jesús, a quien debemos amar ardientemente, con todo nuestro corazón. Y, si no sabemos amarlo, por lo menos deseemos amarlo cada vez más".

A la luz de este amor eucarístico, santa Úrsula sabía descubrir en cada circunstancia un signo de los tiempos, para servir a Dios y a los hermanos. Sabía que para quien cree, todos los acontecimientos, incluso los menos importantes, son una ocasión para realizar los designios de Dios. Convertía en extraordinario lo ordinario; transformaba lo diario en perenne; hacía santo lo que era banal.

Si hoy santa Úrsula llega a ser un ejemplo de santidad para todos los creyentes, es con el fin de que acojan su carisma quienes, por amor a Cristo y a la Iglesia, quieren testimoniar de modo eficaz el Evangelio en el mundo actual. Todos podemos aprender de ella cómo edificar con Cristo un mundo más humano, un mundo en el que se realicen cada vez más plenamente valores como la justicia, la libertad, la solidaridad y la paz. De ella podemos aprender a poner en práctica cada día el mandamiento "nuevo" del amor.

4. "Este es su mandamiento: que creamos (...) y nos amemos unos a otros" (1Jn 3,23). El apóstol san Juan exhorta a acoger el amor infinito de Dios, que por la salvación del mundo dio a su Hijo unigénito (cf. Jn Jn 3,16). Este amor se expresó de modo sublime cuando Cristo derramó su sangre como "precio infinito del rescate" de toda la humanidad. El misterio de la cruz conquistó interiormente a María de Mattias, que puso el instituto de las Religiosas Adoratrices de la Sangre de Cristo "bajo el estandarte de la Sangre divina". En ella el amor a Jesús crucificado se tradujo en celo por las almas y en una entrega humilde a los hermanos, al "querido prójimo", como solía repetir. "Animémonos -exhortaba- a padecer de buen grado por amor a Jesús, que con tanto amor derramó su sangre por nosotros. Esforcémonos por ganar almas para el cielo".

Este es el mensaje que santa María de Mattias entrega a sus hijos e hijas espirituales hoy, estimulando a todos a seguir hasta el sacrificio de la vida al Cordero inmolado por nosotros.
5. Este mismo amor sostuvo a Virginia Centurione Bracelli.Siguiendo la exhortación del apóstol san Juan, quiso amar no sólo "de palabra", ni "de boca", sino también "con obras y según la verdad" (1Jn 3,18). Dejando a un lado sus nobles orígenes, se dedicó con extraordinario celo apostólico a la asistencia de los últimos. La eficacia de su apostolado brotaba de una adhesión incondicional a la voluntad divina, que se alimentaba de una contemplación incesante y de una escucha obediente de la palabra del Señor.

Enamorada de Cristo, y dispuesta a entregarse a sí misma por él a los hermanos, santa Virginia Centurione Bracelli lega a la Iglesia el testimonio de una santidad sencilla y fecunda. Su ejemplo de valiente fidelidad evangélica sigue ejerciendo una fuerte fascinación también sobre las personas de nuestro tiempo. Solía decir: cuando se tiene sólo a Dios como fin, "se allanan todos los obstáculos, se superan todas las dificultades" (Positio, 86).

1597 6. "Permaneced en mí". En el Cenáculo Jesús repitió varias veces esta invitación, que san José Sebastián Pelczar, santa Úrsula Ledóchowska, santa María de Mattias y santa Virginia Centurione Bracelli aceptaron con total confianza y disponibilidad. Es una invitación apremiante y amorosa dirigida a todos los creyentes. "Si permanecéis en mí -asegura el Señor- y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará" (Jn 15,7).

Que cada uno de nosotros experimente en su existencia la eficacia de esta promesa de Jesús.
Nos ayude María, Reina de los santos y modelo de perfecta comunión con su Hijo divino. Nos enseñe a permanecer "injertados" en Jesús, como sarmientos en la vid, y a no separarnos jamás de su amor. En efecto, no podemos nada sin él, porque nuestra vida es Cristo vivo y presente en la Iglesia y en el mundo. Hoy y siempre.

¡Alabado sea Jesucristo!



B. Juan Pablo II Homilías 1589