B. Juan Pablo II Homilías 1618

1618 O crux, ave spes unica! San Pablo habla de ella en la carta a los Filipenses, que acabamos de escuchar. Cristo Jesús no sólo se hizo hombre, semejante en todo a los hombres, sino que también tomó la condición de siervo, y se rebajó ulteriormente, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (cf. Flp Ph 2,6-8).

Sí, "tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único" (Jn 3,16). Admiramos, asombrados y agradecidos, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, que supera todo conocimiento (cf. Ef Ep 3,18-19). O crux, ave spes unica!

4. Ciertamente, la meditación de este misterio grande y admirable sostuvo al beato obispo Basilio Hopko y a la beata sor Zdenka Schelingová al elegir la vida consagrada y, particularmente, en los sufrimientos soportados durante su terrible período de encarcelamiento.

Ambos resplandecen ante nosotros como ejemplos luminosos de fidelidad en tiempos de dura y cruel persecución religiosa: el obispo Basilio no renegó jamás de su adhesión a la Iglesia católica y al Papa; sor Zdenka no dudó en poner en peligro su vida para ayudar a los ministros de Dios.
Ambos afrontaron un proceso injusto y una condena inicua, las torturas, la humillación, la soledad y la muerte. Así, la cruz se convirtió para ellos en el camino que los condujo a la vida, fuente de fortaleza y esperanza, prueba de amor a Dios y al hombre. O crux, ave spes unica!

5. En el jardín del Edén, al pie del árbol estaba una mujer, Eva (cf. Gn Gn 3). Seducida por el maligno, se apropia de lo que cree que es la vida divina. En cambio, es un germen de muerte que se introduce en ella (cf. St Jc 1,15 Rm 6,23).

En el Calvario, al pie del árbol de la cruz, estaba otra mujer, María (cf. Jn Jn 19,25-27). Dócil al proyecto de Dios, participa íntimamente en la ofrenda que el Hijo hace de sí al Padre para la vida del mundo, y, cuando Jesús le encomienda al apóstol san Juan, se convierte en madre de todos los hombres.

Es la Virgen de los Dolores, que mañana recordaremos en la liturgia y que vosotros veneráis con tierna devoción como vuestra patrona. A ella le encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia y de la nación eslovaca, para que crezcan bajo la cruz de Cristo y sepan descubrir siempre y acoger su mensaje de amor y de salvación.

¡Por el misterio de tu cruz y de tu resurrección, sálvanos, oh Señor! Amén.



MISA EN SUFRAGIO DE LOS PAPAS PABLO VI Y JUAN PABLO I



Sábado 27 de septiembre de 2003



1. "Para esto murió y resucitó Cristo, para ser Señor de vivos y muertos" (Rm 14,9).

1619 Las palabras del apóstol san Pablo, tomadas de la carta a los Romanos, remiten al misterio central de nuestra fe: Cristo, muerto y resucitado, es la razón última de toda la existencia humana.
Cada domingo, día del Señor, el pueblo cristiano revive de modo particular este misterio de salvación. Profundiza en él cada vez más. La Iglesia, Esposa de Cristo, proclama, con alegría y esperanza cierta, su victoria sobre el pecado y la muerte; camina a lo largo de los siglos esperando su vuelta gloriosa. En el centro de cada santa misa resuena la aclamación: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!".

2. Hoy celebramos este gran misterio de la fe, en recuerdo especial de mis venerados predecesores, el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo I. Ambos dejaron este mundo hace veinticinco años, respectivamente, el 6 de agosto y el 28 de septiembre de 1978.

Durante los meses pasados, en varias ocasiones recordé al siervo de Dios Pablo VI, que, hace cuarenta años, recogió del beato Juan XXIII la herencia del concilio Vaticano II. Con sabiduría y firmeza lo llevó a término, guiando al pueblo cristiano en el período complejo y difícil del post-Concilio.

De Juan Pablo I hablé el pasado 26 de agosto, en el aniversario de su elección a la Sede de Pedro.
Los unimos ahora en la oración, a la vez que nos complace pensar que ya han entrado en el "templo de Dios"; en el octavo día que "ha hecho el Señor" (cf. Sal
Ps 118,24), meta y cumplimiento de nuestras jornadas terrenas.

3. "Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón". Así acabamos de repetir en el salmo responsorial. Viene a la memoria la frecuente invitación a la alegría cristiana por parte de Pablo VI; invitación que, a pesar de tantas dificultades, brotaba de la certeza de aceptar constantemente la voluntad divina.

Pienso en la sonrisa serena del Papa Luciani, que en el breve arco de un mes conquistó al mundo. Esa sonrisa era fruto del dócil abandono en las manos de la Providencia celestial. En uno y en otro Pontífice se refleja la alegría pacificadora de la Iglesia. Ella, aunque esté probada por numerosos sufrimientos, no tiene miedo; no se encierra en sí misma, sino que confía en el Señor. Sabe que el Espíritu Santo la guía, y por eso se alegra de los signos de la misericordia de Dios; admira las maravillas que el Todopoderoso realiza en los pequeños, en los pobres y en los que le temen.

4. "El que no está contra nosotros, está a favor nuestro" (Mc 9,40). Así dice Jesús en el pasaje evangélico de este domingo, haciéndose eco de la primera lectura, que presenta a Moisés en actitud de profunda libertad interior, motivada por la confianza en Dios (cf. Nm NM 11,29).

Podemos encontrar esa misma actitud en Pablo VI y en Juan Pablo I, quienes no cedieron a juicios del momento y a visiones vinculadas a intereses contingentes. Firmemente arraigados en la verdad, no dudaron en dialogar con todos los hombres de buena voluntad. Eran interiormente libres, porque eran conscientes de que el Espíritu Santo "sopla donde quiere" (cf. Jn Jn 3,8), guiando de diferentes modos el camino de la historia de la salvación.

Al día siguiente de su elección, dirigiéndose a los periodistas, el Papa Luciani dijo: "Tendréis que presentar frecuentemente a la Iglesia, hablar de la Iglesia; tendréis que comentar, a veces, nuestro humilde ministerio. Estamos seguros de que lo haréis con amor a la verdad". Y, con gran fineza, añadió: "Os pedimos que tratéis de contribuir también vosotros a salvaguardar en la sociedad de hoy aquella profunda estima de las cosas de Dios y de la misteriosa relación entre Dios y cada uno de nosotros, que constituye la dimensión sagrada de la realidad humana" (Encuentro con los periodistas, 1 de septiembre de 1978: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de septiembre de 1978, p. 10).

1620 5. "Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor" (Rm 14,7-8). San Pablo recuerda que el señorío de Cristo es suprema fuente de libertad; libertad del juicio propio y ajeno, porque el único juez es el Señor, ante cuyo tribunal todos compareceremos (cf. Rm Rm 14,10) ¡Qué gracia poder contar con semejante juez! El Apóstol también observa: él "murió, más aún, resucitó, y está a la diestra de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34). ¡Qué paz infunde en el corazón la certeza de que él es nuestro Redentor!

Mis venerados predecesores, iluminados por esa verdad, pusieron su existencia al servicio del Evangelio.

Nosotros seguimos orando por ellos, sostenidos por la esperanza de que un día podremos encontrar también nosotros al Juez misericordioso en la gloria del paraíso, junto a María, misericordiosa Madre de la Iglesia y de la humanidad. Así sea.



CEREMONIA DE CANONIZACIÓN DE 3 BEATOS



Domingo 5 de octubre de 2003



1. "Predicad el Evangelio a toda la creación" (Mc 16,15). Con estas palabras el Resucitado, antes de la Ascensión, encomendó a los Apóstoles el mandato misionero universal. Inmediatamente después, les aseguró que en esa ardua misión contarían con su constante asistencia (cf. Mc Mc 16,20).

Estas mismas palabras han resonado, de modo elocuente, en esta solemne celebración. Constituyen el mensaje que nos renuevan estos tres nuevos santos: Daniel Comboni, obispo, fundador de la congregación de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús y de las religiosas Misioneras Combonianas Pías Madres de la Nigricia; Arnoldo Janssen, presbítero, fundador de la Sociedad del Verbo Divino, de la congregación de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo y de la congregación de las religiosas Siervas del Espíritu Santo de la Adoración Perpetua; y José Freinademetz, presbítero, de la Sociedad del Verbo Divino.

Su existencia pone de manifiesto que el anuncio del Evangelio "constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera" (Redemptoris missio RMi 2). La evangelización, enseñan estos nuevos santos, además de intervenciones de promoción humana, a veces incluso arriesgadas, como testimonia la experiencia de tantos misioneros, conlleva siempre un anuncio explícito de Cristo. Este es el ejemplo y esta es la valiosa herencia que los tres santos elevados hoy a la gloria de los altares dejan especialmente a sus familias religiosas. La primera tarea de los institutos misioneros es la misión "ad gentes", que no se ha de posponer a ningún otro compromiso, aunque sea necesario, de carácter social y humanitario.

2. "Todos los pueblos verán la gloria del Señor". El salmo responsorial, que acabamos de cantar, destaca la urgencia de la misión "ad gentes" también en nuestro tiempo. Hacen falta evangelizadores que tengan el entusiasmo y el celo apostólico del obispo Daniel Comboni, apóstol de Cristo entre los africanos. Él empleó los recursos de su rica personalidad y de su sólida espiritualidad para dar a conocer a Cristo y hacer que fuera acogido en África, continente que amaba profundamente.

¿Cómo no dirigir, también hoy, la mirada con afecto y preocupación a aquellas queridas poblaciones? África, tierra rica en recursos humanos y espirituales, sigue marcada por muchas dificultades y problemas. Ojalá que la comunidad internacional la ayude activamente a construir un futuro de esperanza.Encomiendo este llamamiento mío a la intercesión de san Daniel Comboni, insigne evangelizador y protector del continente negro.

3. "Caminarán los pueblos a tu luz" (Is 60,3). La imagen profética de la nueva Jerusalén, que difunde la luz divina sobre todos los pueblos, ilustra bien la vida y el incansable apostolado de san Arnoldo Janssen. En su actividad sacerdotal mostró gran celo por la difusión de la palabra de Dios, utilizando los nuevos medios de comunicación social, especialmente la prensa.
No se desanimó ante los obstáculos. Solía repetir: "El anuncio de la buena nueva es la primera y principal expresión del amor al prójimo". Desde el cielo ayuda ahora a su familia religiosa a proseguir fielmente en el camino por él trazado, que testimonia la permanente validez de la misión evangelizadora de la Iglesia.

1621 4. "Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes" (Mc 16,20). Así concluye su evangelio el evangelista san Marcos. Y luego añade que el Señor no deja de acompañar la actividad de los Apóstoles con el poder de sus prodigios. De esas palabras de Jesús se hacen eco estas, llenas de fe, de san José Freinademetz: "No considero la vida misionera como un sacrificio que ofrezco a Dios, sino como la mayor gracia que Dios habría podido darme". Con la tenacidad típica de la gente de montaña, este generoso "testigo del amor" se entregó a sí mismo a las poblaciones chinas de la región meridional de Shandong. Abrazó por amor y con amor su condición de vida, según el consejo que él mismo daba a sus misioneros: "El trabajo misionero es vano si no se ama y no se es amado". Este santo, modelo ejemplar de inculturación evangélica, imitó a Jesús, que salvó a los hombres compartiendo hasta el fondo su existencia.

5. "Id al mundo entero". Los tres santos, que honramos hoy con alegría, recuerdan la vocación misionera de todo bautizado. Todo cristiano es enviado en misión, pero, para ser testigos auténticos de Cristo, es preciso tender constantemente a la santidad (cf. Redemptoris missio RMi 90).

Acojamos, amadísimos hermanos y hermanas, esta invitación que nos propone la sugestiva celebración de hoy. Que nos ilumine desde el cielo la Reina de los santos, Estrella de la nueva evangelización. A ella nos dirigimos con confianza especialmente en este mes de octubre, dedicado al rosario y a las misiones. ¡María santísima, Reina de las misiones, ruega por nosotros!



XXV ANIVERSARIO DE PONTIFICADO



Jueves 16 de octubre de 2003



1. "Misericordias Domini in aeternum cantabo, cantaré eternamente las misericordias del Señor..." (cf. Sal Ps 88,2). Hace veinticinco años experimenté de modo particular la misericordia divina. En el Cónclave, a través del Colegio cardenalicio, Cristo me dijo también a mí, como en otro tiempo a Pedro a orillas del lago de Genesaret: "Apacienta mis corderos" (Jn 21,16).

Sentía en mi alma el eco de la pregunta dirigida entonces a Pedro: "¿Me amas? ¿Me amas más que estos...?" (cf. Jn Jn 21,15-16). ¿Cómo podía, humanamente hablando, no estremecerme? ¿Cómo podía no pesarme una responsabilidad tan grande? Fue necesario recurrir a la misericordia divina para que a la pregunta: "¿Aceptas?", pudiera responder con confianza: "En la obediencia de la fe, ante Cristo mi Señor, encomendándome a la Madre de Cristo y de la Iglesia, consciente de las grandes dificultades, acepto".

Hoy, queridos hermanos y hermanas, me agrada compartir con vosotros una experiencia que ya se prolonga desde hace un cuarto de siglo. Cada día se repite en mi corazón el mismo diálogo entre Jesús y Pedro. En espíritu, contemplo la mirada benévola de Cristo resucitado. Él, consciente de mi fragilidad humana, me anima a responder con confianza como Pedro: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero" (Jn 21,17). Y después me invita a asumir las responsabilidades que él mismo me ha confiado.

2. "El buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10,11). Mientras Jesús pronunciaba estas palabras, los Apóstoles no sabían que hablaba de sí mismo. No lo sabía ni siquiera Juan, el apóstol predilecto. Lo comprendió en el Calvario, al pie de la cruz, viéndolo ofrecer silenciosamente la vida por "sus ovejas".

Cuando llegó para él y para los demás Apóstoles el momento de cumplir esta misma misión, se acordaron de sus palabras. Se dieron cuenta de que, sólo porque había asegurado que él mismo actuaría por medio de ellos, serían capaces de cumplir la misión.

Fue muy consciente de ello en particular Pedro, "testigo de los sufrimientos de Cristo" (1P 5,1), que exhortaba a los ancianos de la Iglesia: "Apacentad la grey de Dios que os está encomendada" (1P 5,2).

A lo largo de los siglos los sucesores de los Apóstoles, guiados por el Espíritu Santo, han seguido congregando a la grey de Cristo y guiándola hacia el reino de los cielos, conscientes de poder asumir una responsabilidad tan grande sólo "por Cristo, con Cristo y en Cristo".

1622 Tuve esta misma conciencia cuando el Señor me llamó a desempeñar la misión de Pedro en esta amada ciudad de Roma y al servicio del mundo entero. Desde el comienzo de mi pontificado, mis pensamientos, mis oraciones y mis acciones han estado animados por un único deseo: testimoniar que Cristo, el buen Pastor, está presente y actúa en su Iglesia. Él va continuamente en busca de la oveja perdida, la lleva al redil y venda sus heridas; cuida de la oveja débil y enferma y protege a la fuerte. Por eso, desde el primer día, no he dejado jamás de exhortar: "¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y aceptar su poder!". Repito hoy con fuerza: "¡Abrid, más aún, abrid de par en par las puertas a Cristo!". Dejaos guiar por él. Fiaos de su amor.

3. Al iniciar mi pontificado, pedí: "¡Ayudad al Papa y a cuantos quieren servir a Cristo y, con el poder de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!". A la vez que con vosotros doy gracias a Dios por estos veinticinco años, marcados plenamente por su misericordia, siento la necesidad particular de expresaros mi gratitud también a vosotros, hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, que habéis respondido y seguís respondiendo de varios modos a mi petición de ayuda. Sólo Dios sabe cuántos sacrificios, oraciones y sufrimientos se han ofrecido para sostenerme en mi servicio a la Iglesia. Cuánta benevolencia y solicitud, cuántos signos de comunión me han rodeado cada día. ¡Que el buen Dios recompense a todos con generosidad! Os ruego, amadísimos hermanos y hermanas, que no interrumpáis esta gran obra de amor al Sucesor de Pedro. Os lo pido una vez más: ayudad al Papa, y a cuantos quieren servir a Cristo, a servir al hombre y a la humanidad entera.

4. A ti, Señor Jesucristo,
único Pastor de la Iglesia,
te ofrezco los frutos
de estos veinticinco años de ministerio
al servicio del pueblo
que me has encomendado.

Perdona el mal realizado
y multiplica el bien:
todo es obra tuya
1623 y sólo a ti se debe la gloria.

Con plena confianza en tu misericordia
vuelvo a presentarte, también hoy,
a quienes hace años
has encomendado
a mi solicitud pastoral.

Consérvalos en el amor,
reúnelos en tu redil,
toma sobre tus hombros a los débiles,
venda a los heridos, cuida a los fuertes.

Sé tú su Pastor,
1624 para que no se dispersen.
Protege a la amada Iglesia
que está en Roma
y a las Iglesias del mundo entero.

Penetra con la luz
y la fuerza de tu Espíritu
a cuantos has puesto
a la cabeza de tu grey:
que cumplan con entusiasmo su misión
de guías, maestros y santificadores,
en espera de tu retorno glorioso.

1625 Te renuevo, en las manos de María,
Madre amada,
el don de mí mismo,
del presente y del futuro:
que todo se cumpla según tu voluntad.

Pastor supremo,
permanece en medio de nosotros,
para que contigo avancemos seguros
hacia la casa del Padre.

Amén.



Saludos al final de la misa


1626 Antes de concluir la celebración, deseo dirigir a todos los presentes mi cordial saludo, dando las gracias de modo particular a los numerosos peregrinos provenientes de Italia, de Polonia y de otros países.

Saludo a los cardenales, con un pensamiento especial para el cardenal Joseph Ratzinger, decano del sacro Colegio, a quien agradezco las afectuosas palabras que me ha dirigido. Extiendo también mi saludo fraterno a los numerosos obispos presentes.

Saludo a la comunidad diocesana de Roma, reunida aquí con el cardenal vicario, los obispos auxiliares y los párrocos.

Saludo con deferencia a los jefes de Estado, especialmente al presidente de Italia, Carlo Azeglio Ciampi, a quien agradezco las amables expresiones de felicitación que me ha dirigido ayer durante un especial mensaje televisivo. Saludo, además, al presidente de Polonia y a todas las autoridades presentes, así como a los representantes de diversas instituciones italianas e internacionales.

Doy las gracias a todos los que, desde tantas partes de la tierra, sostienen mi ministerio apostólico diario con la oración y con el ofrecimiento de sus sufrimientos. Os agradezco vuestra presencia cariñosa y orante.

Gracias por el afecto que habéis mostrado por el Sucesor de Pedro.

Gracias por vuestra oración, con la que me sostenéis siempre.

Gracias por vuestra adhesión a las enseñanzas de la Sede apostólica.

Gracias por vuestro apoyo a las obras de caridad del Papa.

Gracias a todos. ¡Que el Señor os bendiga!



MISA DE BEATIFICACIÓN DE MADRE TERESA DE CALCUTA



Domingo 19 de octubre de 2003



1627 1. "El que quiera ser el primero, sea esclavo de todos" (Mc 10,44). Estas palabras de Jesús a sus discípulos, que acaban de resonar en esta plaza, indican cuál es el camino que conduce a la "grandeza" evangélica. Es el camino que Cristo mismo recorrió hasta la cruz; un itinerario de amor y de servicio, que invierte toda lógica humana. ¡Ser siervo de todos!

Por esta lógica se dejó guiar la madre Teresa de Calcuta, fundadora de los Misioneros y de las Misioneras de la Caridad, a quien hoy tengo la alegría de inscribir en el catálogo de los beatos. Estoy personalmente agradecido a esta valiente mujer, que siempre he sentido junto a mí. Icono del buen samaritano, iba por doquier para servir a Cristo en los más pobres de entre los pobres. Ni siquiera los conflictos y las guerras lograban detenerla.

De vez en cuando, venía a hablarme de sus experiencias al servicio de los valores evangélicos. Recuerdo, por ejemplo, sus intervenciones en favor de la vida y en contra del aborto, también cuando le fue conferido el premio Nobel de la paz (Oslo, 10 de diciembre de 1979). Solía decir: "Si oís que una mujer no quiere tener a su hijo y desea abortar, tratad de convencerla de que me traiga a ese niño. Yo lo amaré, viendo en él el signo del amor de Dios".

2. ¿No es acaso significativo que su beatificación tenga lugar precisamente en el día en que la Iglesia celebra la Jornada mundial de las misiones? Con el testimonio de su vida, madre Teresa recuerda a todos que la misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada con la oración y la escucha de la palabra de Dios. Es emblemática de este estilo misionero la imagen que muestra a la nueva beata mientras estrecha, con una mano, la mano de un niño, y con la otra pasa las cuentas del rosario.

Contemplación y acción, evangelización y promoción humana: madre Teresa proclama el Evangelio con su vida totalmente entregada a los pobres, pero, al mismo tiempo, envuelta en la oración.

3. "El que quiera ser grande, sea vuestro servidor" (Mc 10,43). Con particular emoción recordamos hoy a madre Teresa, una gran servidora de los pobres, de la Iglesia y de todo el mundo. Su vida es un testimonio de la dignidad y del privilegio del servicio humilde. No sólo eligió ser la última, sino también la servidora de los últimos. Como verdadera madre de los pobres, se inclinó hacia todos los que sufrían diversas formas de pobreza. Su grandeza reside en su habilidad para dar sin tener en cuenta el costo, dar "hasta que duela". Su vida fue un amor radical y una proclamación audaz del Evangelio.

El grito de Jesús en la cruz, "tengo sed" (Jn 19,28), expresa que la profundidad del anhelo de Dios por el hombre, penetró en el alma de madre Teresa y encontró un terreno fértil en su corazón. Saciar la sed de amor y de almas de Jesús en unión con María, la madre de Jesús, se convirtió en el único objetivo de la existencia de la madre Teresa, y en la fuerza interior que la impulsaba y la hacía superarse a sí misma e "ir deprisa" a través del mundo para trabajar por la salvación y la santificación de los más pobres de entre los pobres.

4. "Os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Este pasaje evangélico, tan fundamental para comprender el servicio de la madre Teresa a los pobres, fue la base de su convicción llena de fe de que al tocar los cuerpos quebrantados de los pobres, estaba tocando el cuerpo de Cristo. A Jesús mismo, oculto bajo el rostro doloroso del más pobre de entre los pobres, se dirigió su servicio. La madre Teresa pone de relieve el significado más profundo del servicio: un acto de amor hecho por los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los desnudos, los enfermos y los prisioneros (cf. Mt Mt 25,34-36), es un acto de amor hecho a Jesús mismo.

Lo reconoció y lo sirvió con devoción incondicional, expresando la delicadeza de su amor esponsal. Así, en la entrega total de sí misma a Dios y al prójimo, la madre Teresa encontró su mayor realización y vivió las cualidades más nobles de su feminidad. Buscó ser un signo del "amor, de la presencia y de la compasión de Dios", y así recordar a todos el valor y la dignidad de cada hijo de Dios, "creado para amar y ser amado". De este modo, la madre Teresa "llevó las almas a Dios y Dios a las almas" y sació la sed de Cristo, especialmente de aquellos más necesitados, aquellos cuya visión de Dios se había ofuscado a causa del sufrimiento y del dolor.

5. "El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate de todos" (Mc 10,45). La madre Teresa compartió la pasión del Crucificado, de modo especial durante largos años de "oscuridad interior". Fue una prueba a veces desgarradora, aceptada como un "don y privilegio" singular.

En las horas más oscuras se aferraba con más tenacidad a la oración ante el santísimo Sacramento. Esa dura prueba espiritual la llevó a identificarse cada vez más con aquellos a quienes servía cada día, experimentando su pena y, a veces, incluso su rechazo. Solía repetir que la mayor pobreza era la de ser indeseados, la de no tener a nadie que te cuide.

1628 6. "Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti". Cuántas veces, como el salmista, también madre Teresa, en los momentos de desolación interior, repitió a su Señor: "En ti, en ti espero, Dios mío".

Veneremos a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad. Honremos en ella a una de las personalidades más relevantes de nuestra época. Acojamos su mensaje y sigamos su ejemplo.

Virgen María, Reina de todos los santos, ayúdanos a ser mansos y humildes de corazón como esta intrépida mensajera del amor. Ayúdanos a servir, con la alegría y la sonrisa, a toda persona que encontremos. Ayúdanos a ser misioneros de Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza. Amén.



CONSISTORIO ORDINARIO PÚBLICO

PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES


Martes 21 de octubre de 2003



Venerados y queridos hermanos:

1. El encuentro de hoy constituye otro momento más de gracia en estos días particularmente ricos en acontecimientos eclesiales. En este Consistorio tengo la alegría de imponer la birreta cardenalicia a treinta beneméritos eclesiásticos, reservando "in pectore" el nombre de otro. Algunos de estos son mis íntimos colaboradores en la Curia romana; otros desempeñan su ministerio en venerables Iglesias de antigua tradición o de reciente fundación; algunos también se han distinguido en el estudio y en la defensa de la doctrina católica y en el diálogo ecuménico.

A todos y a cada uno dirijo mi cordial saludo. De modo especial, saludo a monseñor Jean-Louis Tauran y le agradezco las ponderadas palabras que me ha dirigido en nombre de cuantos hoy son agregados al Colegio cardenalicio. Saludo también con afecto a los señores cardenales, a los venerados patriarcas, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles de todas las partes del mundo, que han venido para acompañar a cuantos son elevados hoy a la dignidad cardenalicia.

En esta plaza, como se ha destacado oportunamente, resplandece hoy la Iglesia de Cristo, antigua y siempre nueva, reunida en torno al Sucesor de Pedro.

2. El Colegio cardenalicio, enriquecido con nuevos miembros, al mismo tiempo que refleja aún más la multiplicidad de razas y culturas que caracterizan al pueblo cristiano, resalta más evidentemente la unidad de cada porción de la grey de Cristo con la cátedra del Obispo de Roma.

Vosotros, venerados hermanos cardenales, por el "título" que se os atribuye, pertenecéis al clero de esta ciudad, cuyo Obispo es el Sucesor de Pedro. De este modo, por una parte, dilatáis, en cierto sentido, la comunidad eclesial que está en Roma hasta los últimos confines de la tierra, y, por otra, hacéis presente en ella a la Iglesia universal. Así, se expresa la naturaleza misma del Cuerpo místico de Cristo, familia de Dios que abraza a pueblos y naciones de todas partes, estrechándolos en el vínculo de la única fe y caridad. Y es Pedro el fundamento visible de esta comunión. En el desempeño de su ministerio, el Sucesor del Pescador de Galilea cuenta con vuestra colaboración fiel; os pide que lo acompañéis con la oración, a la vez que invoca al Espíritu Santo para que no se debilite jamás la comunión entre todos aquellos a quienes el Señor "ha elegido como vicarios de su Hijo y ha constituido pastores" (cf. Misal romano, Prefacio I de los Apóstoles).

3. El rojo púrpura de las vestiduras cardenalicias evoca el color de la sangre y recuerda el heroísmo de los mártires. Es el símbolo de un amor a Jesús y a su Iglesia que no conoce límites: amor hasta el sacrificio de la vida, "usque ad sanguinis effusionem".

1629 Por tanto, el don que recibís es grande, e igualmente grande es la responsabilidad que comporta. El apóstol san Pedro, en su primera carta, recuerda cuáles son los deberes fundamentales de todo pastor: "Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo..., convirtiéndoos en modelos del rebaño" (1 P 5, 1-2). Es preciso predicar con la palabra y con el ejemplo, como pone de relieve también la exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis, que firmé el pasado jueves en presencia de muchos de vosotros. Si esto vale para todo pastor, vale aún más para vosotros, queridos y venerados miembros del Colegio cardenalicio.

4. En la página evangélica que acabamos de proclamar, Jesús indica, con su ejemplo, cómo cumplir esta misión: "El que quiera ser grande -confía a sus discípulos-, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos" (
Mc 10,44). Sin embargo, sólo después de su muerte los Apóstoles comprendieron el pleno significado de estas palabras y, con la ayuda del Espíritu, aceptaron hasta las últimas consecuencias esta "lógica" exigente.

El Redentor sigue presentando este mismo programa a quienes asocia, con el sacramento del orden, de manera más íntima, a su misma misión. Les pide que se conviertan a su "lógica", que está en claro contraste con la del mundo: morir a sí mismos para convertirse en servidores humildes y desinteresados de los hermanos, evitando toda tentación de carrera y de interés personal.

5. Queridos y venerados hermanos, sólo si os convertís en servidores de todos podréis cumplir vuestra misión y ayudaréis al Sucesor de Pedro a ser, a su vez, el "siervo de los siervos de Dios", como solía definirse mi santo predecesor Gregorio Magno.

Ciertamente, se trata de un ideal difícil de realizar, pero el buen Pastor nos asegura su apoyo. Además, podemos contar con la protección de María, Madre de la Iglesia, y de los apóstoles san Pedro y san Pablo, columnas y fundamento del pueblo cristiano.

En cuanto a mí, os renuevo la expresión de mi estima y os acompaño con un constante recuerdo en la oración. Dios os conceda gastar totalmente vuestra vida por las almas, en los diversos ministerios que él os encomienda.

A todos imparto con afecto mi bendición.



CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS NUEVOS CARDENALES

Y ENTREGA DEL ANILLO



Miércoles 22 de octubre de 2003



1. "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Durante estos veinticinco años de pontificado, ¡cuántas veces he repetido estas palabras! Las he pronunciado en las principales lenguas del mundo y en numerosas partes de la tierra. En efecto, el Sucesor de Pedro no puede olvidar jamás el diálogo que se entabló entre el Maestro y el Apóstol: "Tú eres el Cristo...", "Tú eres Pedro...".

Pero este "tú" está precedido por un "vosotros": "Y vosotros ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16,15). Esta pregunta de Jesús se dirige al grupo de los discípulos, y Simón responde en nombre de todos. El primer servicio que Pedro y sus Sucesores realizan a la comunidad de los creyentes es precisamente este: profesar la fe en "Cristo, Hijo de Dios vivo".

2. "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Hoy renovamos la profesión de fe del apóstol Pedro en esta basílica, que lleva su nombre. En esta basílica los Obispos de Roma, que se suceden a lo largo de los siglos, convocan a los creyentes de la urbe y del orbe y los confirman en la verdad y en la unidad de la fe. Pero, al mismo tiempo, como bien expresa delante de nosotros la columnata de Bernini, esta basílica abre de par en par sus brazos a la humanidad entera, como queriendo indicar que la Iglesia es enviada a anunciar la buena nueva a todos los hombres, sin excepción.


B. Juan Pablo II Homilías 1618