B. Juan Pablo II Homilías 1630

1630 Unidad y apertura, comunión y misión: esta es la vida de la Iglesia. Esta es, en particular, la doble dimensión del ministerio petrino: servicio de unidad y de misión. El Obispo de Roma tiene la alegría de compartir este servicio con los demás sucesores de los Apóstoles, unidos a él en el único Colegio episcopal.

3. Según una antigua tradición, en este servicio el Sucesor de Pedro se vale, de modo particular, de la colaboración de los cardenales. En su Colegio se refleja la universalidad de la Iglesia, único pueblo de Dios extendido por la multiplicidad de las naciones (cf. Lumen gentium
LG 13).

En esta circunstancia me complace expresaros, amadísimos y venerados hermanos cardenales, mi gratitud por la valiosa ayuda que me garantizáis. De modo especial, quisiera saludar también a los nuevos miembros del Colegio cardenalicio. El anillo que dentro de poco os entregaré, venerados hermanos, es símbolo del renovado vínculo que os une íntimamente a la Iglesia y al Papa, su Cabeza visible.

4. Volvamos a escuchar juntos las palabras del salmo, que acaban de resonar: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre" (Ps 33,4).

Es una invitación a la alegría y a la alabanza que, en círculos concéntricos, se extiende a vosotros, amadísimos cardenales, patriarcas, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos. Os implica, además, a todos vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad, que miráis con aprecio a la Iglesia de Cristo. Repito a todos y a cada uno: proclamad conmigo el Nombre del Señor, porque es Padre, amor, misericordia. Por este nombre, venerados hermanos cardenales, estamos llamados a dar nuestro testimonio "usque ad sanguinis effusionem".

Si alguna vez nos sobreviene el temor y el desaliento, que nos sirva de aliento la consoladora promesa del divino Maestro: "En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

Jesús anunció claramente que la persecución de los Apóstoles y de sus sucesores no sería un hecho extraordinario (cf. Mt Mt 10,16-18). Nos lo ha recordado también la primera lectura, presentando la detención y la prodigiosa liberación de Pedro.

5. El libro de los Hechos subraya que, mientras Pedro estaba en la cárcel, "la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios" (Ac 12,5). ¡Qué gran valentía infunde el apoyo de la oración unánime del pueblo cristiano! Yo mismo he podido experimentar su consuelo.

Amadísimos hermanos, esta es nuestra fuerza. Y es también uno de los motivos por los cuales he querido que el vigésimo quinto año de mi pontificado estuviera dedicado al santo rosario: para destacar la primacía de la oración, de modo especial de la oración contemplativa, realizada en unión espiritual con María, Madre de la Iglesia.

La presencia de María -deseada, invocada, acogida- nos ayuda a vivir también esta celebración como un momento en el que la Iglesia se renueva en el encuentro con Cristo y en la fuerza del Espíritu Santo.

¡Acerquémonos a Cristo, piedra viva!, nos ha dicho Pedro en la segunda lectura (cf. 1P 2,4-9). Recomencemos desde él, desde Cristo, para anunciar a todos los prodigios de su amor. Sin temer y sin dudar, porque él nos asegura: "¡Ánimo!: yo he vencido al mundo".

1631 Sí, Señor, confiamos en ti, y contigo proseguimos nuestro camino al servicio de la Iglesia y de la humanidad.





DURANTE LA MISA DE INICIO DEL CURSO ACADÉMICO


EN LAS UNIVERSIDADES ECLESIÁSTICAS


Viernes 24 de octubre de 2003



1. "El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos los signos de los tiempos nuevos" (Aleluya; cf. Ef Ep 1,17 Lc 21,29-31). La liturgia de hoy nos invita a pedir a Dios que ilumine nuestro corazón con la luz de su gracia. ¡La luz y la sabiduría del corazón! Este es el camino real por el cual podemos llegar al descubrimiento de la verdad. Se trata de un bien precioso que debemos pedir para todos los hijos de la Iglesia, para que sepan afrontar con valentía los desafíos de nuestro tiempo.

La invocación de la luz para nuestro corazón adquiere un significado totalmente singular en nuestra asamblea litúrgica, pues esta tarde se halla reunida en torno al altar la comunidad de las universidades eclesiásticas romanas, al inicio del año académico. Se abre ante vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, un nuevo año de estudio e investigación, que dedicaréis con esmero a profundizar en la teología y en las demás disciplinas, para prepararos a asumir en el futuro tareas y responsabilidades pastorales al servicio del pueblo cristiano. Acompañad el esfuerzo del estudio con la oración, la meditación y la búsqueda constante de la voluntad del Señor. Así, podréis comprender más fácilmente "los signos de los tiempos nuevos". El gran doctor san Agustín expresaba esta misma exigencia con una fórmula de singular eficacia: "Orent ut intelligant", "oren para comprender" (De doctrina christiana , III, III 56,0, PL 34, 89).

2. Con estos sentimientos, me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que participáis en esta solemne celebración. Saludo ante todo al señor cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica. Saludo, asimismo, a los grandes cancilleres, a los rectores de las universidades, a los miembros del cuerpo académico y a los rectores de los seminarios y colegios.

Os saludo con afecto a cada uno de vosotros, amadísimos jóvenes que estáis realizando vuestros estudios en Roma, con una palabra especial de aliento para los que inician este año su itinerario universitario. Tomad conciencia del gran don que habéis recibido: poder realizar vuestra formación cultural, humana y espiritual en la ciudad y en la diócesis de Roma, que tiene el privilegio de conservar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, "columnas" de la Iglesia. Esto os da la oportunidad de profundizar y percibir más de cerca la dimensión universal de la misión de la Iglesia y sintonizar más perfectamente con su magisterio.

3. "El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago" (Rm 7,19). En la primera lectura, tomada de la carta a los Romanos (cf. Rm Rm 7,18-25), san Pablo, en un cuadro con tono fuerte y dramático, pone de relieve la incapacidad del ser humano de hacer el bien y evitar el mal. Pero existe una salida: la victoria sobre el mal nos viene de la bondad de Dios misericordioso, que se manifestó plenamente en Cristo. Y, con un ímpetu de alegría, el Apóstol exclama: "Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor" (Rm 7,25).

Como san Pablo, la Iglesia no deja de anunciar esta gran "buena nueva", que es para todos: Cristo, muerto y resucitado, ha vencido el mal y nos ha librado del pecado. Él es nuestra salvación.
Este anuncio salvífico resuena incesantemente también en nuestro tiempo y constituye el centro de la misión de la comunidad eclesial. Hoy, como en el pasado, el hombre busca respuestas satisfactorias a los interrogantes sobre el sentido de su vida y de su muerte. Durante el período de formación teológica, queridos jóvenes, os preparáis para ser capaces de dar las respuestas de la fe de modo adecuado al lenguaje y a la mentalidad de nuestro tiempo. Por tanto, procurad que todo se oriente a una misión tan elevada: anunciar a Cristo y la fuerza liberadora de su Evangelio.

4. "Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?" (Lc 12,56). También con estas palabras Jesús nos exhorta a confrontarnos con las realidades de nuestra época. Si, por una parte, vuestro corazón no se debe separar jamás de la contemplación del misterio de Dios, por otra, es preciso que mantengáis la mirada fija en los acontecimientos del mundo y de la historia. A este respecto, el concilio Vaticano II afirmó que es deber permanente de la Iglesia "escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, de manera acomodada a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas" (Gaudium et spes GS 4).

Que este sea el espíritu con el que os dediquéis al estudio durante estos años de vuestra formación teológica y pastoral.

1632 La Virgen María, Sede de la sabiduría, vele sobre vuestro trabajo diario en las Universidades pontificias romanas. Ella, la primera evangelizadora, os acompañe y obtenga que os preparéis para ser auténticos apóstoles del Evangelio de Cristo. Amén.



MISA DE BEATIFICACIÓN DE 5 SIERVOS DE DIOS



Domingo 9 de noviembre de 2003




1. "El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros" (1Co 3,17). Volvemos a escuchar estas palabras del apóstol san Pablo en esta solemne liturgia de la fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma, madre de todas las iglesias.

Todo lugar reservado al culto divino es signo del templo espiritual, que es la Iglesia, formada por piedras vivas, es decir, por fieles unidos por la única fe, por la participación en los sacramentos y por el vínculo de la caridad. Los santos, en particular, son piedras preciosas de este templo espiritual.

La santidad, fruto de la obra incesante del Espíritu de Dios, resplandece en los nuevos beatos: Juan Nepomuceno Zegrí, presbítero; Valentín Paquay, presbítero; Luis María Monti, religioso; Bonifacia Rodríguez Castro, virgen; y Rosalía Rendu, virgen.

2. La visión del santuario, que el profeta Ezequiel nos presenta en la liturgia del hoy, describe un torrente que mana desde el templo llevando vida, vigor y esperanza: "Allí donde penetra esta agua, lo sanea todo" (Ez 47,9). Esta imagen expresa la infinita bondad de Dios y su designio de salvación, desbordando los muros del recinto sagrado para ser bendición de toda la tierra.
Juan Nepomuceno Zegrí y Moreno, sacerdote íntegro, de profunda piedad eucarística, entendió muy bien cómo el anuncio del Evangelio ha de convertirse en una realidad dinámica, capaz de transformar la vida del apóstol. Siendo párroco, se propuso "ser la providencia visible de todos aquellos que, gimiendo en la orfandad, beben el cáliz de la amargura y se alimentan con el pan de la tribulación" (19 de junio de 1859).

Con ese propósito desarrolló su espiritualidad redentora, nacida de la intimidad con Cristo y orientada a la caridad con los más necesitados. En la advocación de la Virgen de las Mercedes, Madre del Redentor, se inspiró para la fundación de las Hermanas Mercedarias de la Caridad, con el fin de hacer siempre presente el amor de Dios donde hubiera "un solo dolor que curar, una sola desgracia que consolar, una sola esperanza que derramar en los corazones". Hoy, siguiendo las huellas de su fundador, este instituto vive consagrado al testimonio y promoción de la caridad redentora.

3. El padre Valentín Paquay es verdaderamente un discípulo de Cristo y un sacerdote según el corazón de Dios. Apóstol de la misericordia, pasaba largas horas en el confesionario con un don particular para hacer que los pecadores volvieran al camino recto, recordando a los hombres la grandeza del perdón divino. Poniendo en el centro de su vida de sacerdote la celebración del misterio eucarístico, invitaba a los fieles a acercarse frecuentemente a la comunión del Pan de vida.
Como tantos santos, desde muy joven, el padre Valentín se había puesto bajo la protección de Nuestra Señora, invocada en la iglesia de su infancia, en Tongres, como Causa de nuestra alegría. Ojalá que, siguiendo su ejemplo, sirváis a vuestros hermanos, para darles la alegría de encontrar verdaderamente a Cristo.

4. "Debajo del umbral del templo salía agua. (...) Allí donde penetra esta agua, lo sanea todo" (Ez 47,1 Ez 47,9). La imagen del agua, que hace revivir todo, ilumina bien la existencia del beato Luis María Monti, dedicado totalmente a sanar las llagas del cuerpo y del alma de los enfermos y de los huérfanos. Solía llamarlos los "pobrecitos de Cristo", y les servía animado por una fe viva, sostenida por una intensa y constante oración. En su entrega evangélica, se inspiró constantemente en el ejemplo de la Virgen santísima, y puso la Congregación que fundó bajo el signo de María Inmaculada.

1633 ¡Cuán actual es el mensaje de este nuevo beato! Para sus hijos espirituales y para todos los creyentes es un ejemplo de fidelidad a la llamada de Dios y de anuncio del evangelio de la caridad; un modelo de solidaridad con los necesitados y de tierna consagración a la Virgen Inmaculada.

5. Las palabras de Jesús en el Evangelio proclamado hoy: "No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado" (
Jn 2,16), interpelan a la sociedad actual, tentada a veces de convertir todo en mercancía y ganancia, dejando de lado los valores y la dignidad que no tienen precio. Siendo la persona imagen y morada de Dios, hace falta una purificación que la defienda, sea cual fuere su condición social o su actividad laboral.

A esto se consagró enteramente la beata Bonifacia Rodríguez de Castro, que, siendo ella misma trabajadora, percibió los riesgos de esta condición social en su época. En la vida sencilla y oculta de la Sagrada Familia de Nazaret encontró un modelo de espiritualidad del trabajo, que dignifica la persona y hace de toda actividad, por humilde que parezca, un ofrecimiento a Dios y un medio de santificación.

Este es el espíritu que quiso infundir en las mujeres trabajadoras, primero con la Asociación Josefina y después con la fundación de las Siervas de San José, que continúan su obra en el mundo con sencillez, alegría y abnegación.

6. En una época turbada por conflictos sociales, Rosalía Rendu se hizo gozosamente servidora de los más pobres, para devolver a cada uno su dignidad, con ayudas materiales, con la educación y la enseñanza del misterio cristiano, impulsando a Federico Ozanam a ponerse al servicio de los pobres.

Su caridad era creativa. ¿De dónde sacaba la fuerza para realizar tantas cosas? De su intensa vida de oración y de su incesante rezo del rosario, que no abandonaba jamás. Su secreto era simple: verdadera hija de san Vicente de Paúl, como otra religiosa de su tiempo, santa Catalina Labouré, veía en todo hombre el rostro de Cristo. Demos gracias por el testimonio de caridad que la familia vicentina sigue dando al mundo.

7. "Él hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2,21). Estas palabras evocan el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Todos los miembros de la Iglesia deben configurarse con Jesús crucificado y resucitado.

En esta ardua tarea nos sostiene y nos guía María, Madre de Cristo y Madre nuestra. Que intercedan por nosotros los nuevos beatos, que hoy contemplamos en la gloria del cielo. Que se nos conceda también a nosotros volvernos a encontrar todos un día en el paraíso, para gustar juntos la alegría en la vida eterna. Amén.



MISA EN SUFRAGIO DE LOS CARDENALES Y OBISPOS

FALLECIDOS DURANTE EL AÑO



Jueves 13 de noviembre de 2003



1. "Yo les doy la vida eterna" (Jn 10,28).

Estas palabras de Cristo llenan de luz y esperanza nuestra celebración, durante la cual oramos por los cardenales y los obispos que han fallecido a lo largo del último año.

1634 El recuerdo de los cardenales que nos han dejado ha estado particularmente presente y vivo durante el reciente consistorio. Me complace recordar, también en este momento, sus nombres: Hans Hermann Groër, Gerald Emmett Carter, Aurelio Sabattani, Francesco Colasuonno, Ignacio Antonio Velasco García, Corrado Ursi y Maurice Michael Otunga. Juntamente con ellos, recuerdo, asimismo, al patriarca Raphaël I Bidawid.

2. Oramos, además, por los obispos que durante los meses pasados Dios ha llamado a sí de este mundo. Es consolador pensar que todos estos venerados hermanos, celosos servidores del Evangelio durante su existencia terrena, están ahora en las "manos" providentes de Dios, que los ha acogido en el abrazo eterno de su amor.

En su solicitud pastoral educaron a los fieles, con la predicación y el ejemplo, a tender a los valores verdaderos y eternos, tratando de convertirse en modelos de la grey que les fue encomendada (cf.
1P 5,2-3). Por eso, confiamos en que el Señor les concederá la recompensa prometida a sus servidores fieles.

3. Que María santísima los acoja y les obtenga el descanso eterno en el reino de la luz y de la paz del Resucitado. Amén.





DURANTE LA SANTA MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS


COMO PREPARACIÓN PARA LA NAVIDAD



Jueves 11 de diciembre de 2003




1. "No temas, yo te ayudo" (Is 41,13). La promesa de Dios, anunciada por el profeta, se cumplió plenamente en el nacimiento de Jesús en Belén. En él Dios se hizo uno de nosotros. Por eso, no debemos temer. El tiempo de Adviento, que estamos viviendo, nos exhorta a la esperanza.
Amadísimos hermanos y hermanas, este encuentro se sitúa en ese clima de espera confiada en la venida de Cristo. Os saludo con afecto a todos. Os saludo, ante todo, a vosotros, ilustres rectores, profesores y alumnos de las universidades romanas. Dirijo un saludo especial a la ministra de Educación, Letizia Moratti. Saludo a los capellanes de las universidades y a las delegaciones nacionales de pastoral universitaria.

Doy las gracias al presidente de la Conferencia de rectores de las universidades italianas y a la representante de los alumnos, que han querido hacerse intérpretes de los sentimientos de todos.

2. "Convertiré (...) la tierra árida en hontanar de aguas" (Is 41,18). Esta es la gran promesa de Dios a los humildes y a los pobres que, como afirma el profeta, "buscan agua", porque "la lengua se les secó de sed" (Is 41,17). Su sed remite al ferviente anhelo de verdad, de justicia y de paz, presente en el corazón de todo hombre.

En efecto, sólo en Dios las más íntimas aspiraciones humanas encuentran plena respuesta. Por eso, queridos hermanos, os aliento a hacer que vuestro itinerario formativo esté sostenido incesantemente por la búsqueda de Dios. No os detengáis ante las dudas y las dificultades. Dios, asegura el profeta, os "tiene asidos por la diestra" (Is 41,13), está a vuestro lado. Su confortadora compañía os hará más conscientes de la misión que estáis llamados a cumplir en el ámbito universitario.

3. Muchos de entre vosotros habéis participado en el congreso que, durante estos días, ha dedicado su atención al proceso de integración europea. También vosotros, que formáis parte del mundo universitario, debéis contribuir a ese proceso. Las estructuras sociales, políticas y económicas revisten gran importancia para la unidad de Europa, pero no hay que descuidar en absoluto los aspectos humanísticos y espirituales. Es indispensable que la Europa de hoy salvaguarde su patrimonio de valores, y reconozca que ha sido sobre todo el cristianismo la fuerza capaz de promoverlos, conciliarlos y consolidarlos.

4. La Navidad constituye la ocasión privilegiada para destacar uno de los valores cristianos más sentidos. Con el nacimiento de Jesús, en la sencillez y en la pobreza de Belén, Dios restituyó dignidad a la existencia de todo ser humano; ofreció a todos la posibilidad de participar en su misma vida divina. Ojalá que este don inconmensurable encuentre siempre corazones dispuestos a recibirlo.

1635 Encomiendo a la intercesión materna de María este deseo y anhelo mío. Que ella os proteja a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a las comunidades académicas a las que pertenecéis. ¡Feliz Adviento y feliz Navidad!







DURANTE EL FUNERAL DEL CARDENAL PAULOS TZADUA


Martes 16 de diciembre de 2003



1. "Tened ceñidos vuestros lomos y encendidas vuestras lámparas" (Lc 12,35).

El tiempo de Adviento hace de telón de fondo de esta celebración exequial, en la que ofrecemos el sacrificio eucarístico en sufragio del querido y venerado cardenal Paulos Tzadua, arzobispo emérito de Addis Abeba. El Señor lo ha llamado a sí precisamente en estos días, durante los cuales se nos hacen insistentes invitaciones a la vigilancia, a la espera y a la esperanza.

El evangelista san Lucas nos acaba de recomendar: "Estad, pues, preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre" (Lc 12,40). El cristiano siempre debe estar preparado para afrontar el paso de la muerte. Mira al futuro, tanto personal como universal, desde la perspectiva de la parusía, y lo orienta todo a estas realidades últimas y fundamentales. En efecto, es grande el acontecimiento que nos espera: el encuentro "cara a cara" con Dios (cf. 1Co 13,12).

2. "Dichosos los siervos aquellos a quienes el amo hallare en vela" (Lc 12,37). Nos alegra considerar a este hermano nuestro, al que damos la última despedida, como uno de los "siervos" de los que habla el Evangelio y que el "amo", al volver, ha hallado en vela. Sacerdote y obispo celoso, consagró su vida a Cristo y a la Iglesia. Con una elección significativa, en su escudo había puesto el lema: "Por Jesucristo". A imitación de su Señor, se hizo servidor de sus hermanos, poniendo a su disposición las excelsas cualidades de las que estaba dotado, así como los amplios conocimientos que adquirió mediante sus estudios, especialmente en el campo jurídico. Pero, más allá de su labor pastoral, sobre todo se entregó a sí mismo, dando prueba por doquier de santidad de vida y de constante celo apostólico. Por eso, en los diversos ámbitos donde fue llamado a desempeñar su ministerio sacerdotal y episcopal, dejó un recuerdo lleno de estima y veneración.

3. Nos complace pensar en él como un generoso y activo pastor de la electa porción de la Iglesia que está en África. Se hizo su autorizado portavoz en el Sínodo de los obispos, en el que participó ya como presidente de la Conferencia episcopal de Etiopía y, más adelante, como arzobispo de Addis Abeba y cardenal.

Este aspecto de su ministerio culminó en la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, que tuvo lugar en Roma, en 1994, en la que, como tercer presidente delegado, desempeñó un papel de gran importancia. El pueblo de Dios tiene con él una gran deuda por su notable solicitud en favor del laicado, a cuya vocación, formación y misión prestó siempre una gran atención, por fidelidad a las enseñanzas del concilio Vaticano II.

4. "Por su gran misericordia, (Dios) nos reengendró a una viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos" (1P 1,3).

En momentos de prueba y de dolor, como este, recurrir a la palabra de Dios es para los creyentes fuente de consuelo y de esperanza. El apóstol san Pedro, en la segunda lectura, nos ha recordado que Cristo venció a la muerte con su resurrección.

Al celebrar el memorial de la Pascua, invocamos hoy la fuerza del Señor resucitado para el venerado y querido cardenal Paulos Tzadua. Para él, fiel servidor de la Iglesia, está reservada en los cielos "una herencia incorruptible" (1P 1,4); para él está abierto el banquete de la vida y de la alegría (cf. Is Is 25,6).

1636 Que la Virgen María lo acoja y lo acompañe al paraíso, para que goce por toda la eternidad de la felicidad de los justos. Amén.



MISA DE NOCHEBUENA



Martes 24 de diciembre de 2003

1. "Puer natus est nobis, filius datus est nobis" (Is 9,5).


En las palabras del profeta Isaías, proclamadas en la primera Lectura, se encierra la verdad sobre la Navidad, que esta noche revivimos juntos.

Nace un Niño. Aparentemente, uno de tantos niños del mundo. Nace un Niño en un establo de Belén. Nace, pues, en una condición de gran penuria: pobre entre los pobres.

Pero Aquél que nace es "el Hijo" por excelencia: Filius datus est nobis. Este Niño es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre. Anunciado por los profetas, se hizo hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de una Virgen, María.

Cuando, dentro de poco cantemos en el Credo "... et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine et homo factus est", todos nos arrodillaremos. Meditaremos en silencio el misterio que se realiza: "Et homo factus est"! Viene a nosotros el Hijo de Dios y nosotros lo recibimos de rodillas.

2. "Y la Palabra se hizo carne" (Jn 1,14). En esta noche extraordinaria la Palabra eterna, el "Príncipe de la paz" (Is 9,5), nace en la mísera y fría gruta de Belén.

"No temáis, dice el ángel a los pastores, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" (Lc 2,11). También nosotros, como los pastores desconocidos pero afortunados, corramos para encontrar al que cambió el curso de la historia.

En la extrema pobreza de la gruta contemplamos a "un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12). En el recién nacido inerme y frágil, que da vagidos en los brazos de María, "ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres" (Tt 2,11).
Permanezcamos en silencio y adorémosle!

1637 3. ¡Oh Niño, que has querido tener como cuna un pesebre; oh Creador del universo, que te has despojado de la gloria divina; oh Redentor nuestro, que has ofrecido tu cuerpo inerme como sacrificio para la salvación de la humanidad!

Que el fulgor de tu nacimiento ilumine la noche del mundo.Que la fuerza de tu mensaje de amor destruya las asechanzas arrogantes del maligno. Que el don de tu vida nos haga comprender cada vez más cuánto vale la vida de todo ser humano.

Demasiada sangre corre todavía sobre la tierra. Demasiada violencia y demasiados conflictos turban la serena convivencia de las naciones!

Tú vienes a traernos la paz. Tú eres nuestra paz. Sólo tú puedes hacer de nosotros "un pueblo purificado" que te pertenezca para siempre, un pueblo "dedicado a las buenas obras" (
Tt 2,14).

4. Puer natus est nobis, filius datus est nobis! ¡Qué misterio inescrutable esconde la humildad de este Niño! Quisiéramos como tocarlo; quisiéramos abrazarlo.

Tú, María, que velas sobre tu Hijo omnipotente, danos tus ojos para contemplarlo con fe: danos tu corazón para adorarlo con amor.

En su sencillez, el Niño de Belén nos enseña a descubrir el sentido auténtico de nuestra existencia; nos enseña a "llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa" (Tt 2,12).

5. ¡Oh Noche Santa y tan esperada, que has unido a Dios y al hombre para siempre! Tú enciendes de nuevo la esperanza en nosotros. Tú nos llenas de extasiado asombro. Tú nos aseguras el triunfo del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. Por eso permanecemos absortos y rezamos.

En el silencio esplendoroso de tu Navidad, tú, Emmanuel, sigues hablándonos. Y nosotros estamos dispuestos a escucharte. Amén.



PRIMERAS VÍSPERAS DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS



Miércoles 31 de diciembre de 2003



1. Te Deum laudamus! Así canta la Iglesia su gratitud a Dios, mientras se alegra aún por la Navidad del Señor. En la sugestiva celebración de esta tarde nuestra atención se centra en el encuentro ideal del año solar con el litúrgico, dos ciclos temporales que implican dos dimensiones del tiempo.

1638 En la primera dimensión, los días, los meses y los años se suceden según un ritmo cósmico, en el que la mente humana reconoce la huella de la Sabiduría creadora de Dios. Por eso la Iglesia exclama: Te Deum laudamus!

2. La segunda dimensión del tiempo que la celebración de esta tarde nos manifiesta es la de la historia de la salvación. En su centro y cumbre está el misterio de Cristo. Nos lo acaba de recordar el apóstol san Pablo: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo" (
Ga 4,4). Cristo es el centro de la historia y del cosmos; es el nuevo Sol que surgió en el mundo "de lo alto" (cf. Lc Lc 1,78), un Sol que lo orienta todo hacia el fin último de la historia.

En estos días, entre Navidad y fin de año, estas dos dimensiones del tiempo se entrelazan con particular elocuencia. Es como si la eternidad de Dios viniera a visitar el tiempo del hombre. De este modo, el Eterno se hace "instante" presente, para que la repetición cíclica de los días y los años no acabe en el vacío del sin sentido.

3. Te Deum laudamus! Sí, te alabamos, Padre, Señor del cielo y de la tierra. Te damos gracias porque has enviado a tu Hijo, hecho Niño pequeño, para dar plenitud al tiempo. Así te ha complacido a ti (cf. Mt Mt 11,25-26). En él, tu Hijo unigénito, has abierto a la humanidad el camino de la salvación eterna.

Te elevamos nuestra solemne acción de gracias por los innumerables beneficios que nos has concedido a lo largo de este año. Te alabamos y te damos gracias juntamente con María, "que dio al mundo al autor de la vida" (Antífona de la liturgia).

4. Queridos fieles de la diócesis de Roma, es justo que mi palabra se dirija ahora a vosotros expresamente. Estáis aquí para elevar, juntamente con el Papa, vuestra alabanza y vuestra acción de gracias a Dios, dador de todo bien.

A cada uno de vosotros va mi saludo cordial. Va, de manera especial, al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a los obispos auxiliares y a todos los que trabajan activamente al servicio de la comunidad diocesana. Saludo a las autoridades italianas y al alcalde de Roma, al que agradezco su grata presencia.

Esta tarde tenemos aquí, con nosotros, el icono de la Virgen del Amor Divino, valioso don que la comunidad de Roma ha hecho al Papa. Os lo agradezco profundamente. En la corona de la Virgen están engarzadas veinte piedras preciosas, que corresponden a los veinte misterios del santo rosario, de acuerdo con mi petición de que a los quince misterios tradicionales se añadieran los cinco misterios luminosos. Deseo que este icono sea venerado en el nuevo santuario de la Virgen del Amor Divino. A la Virgen encomiendo, en particular, el compromiso pastoral que durante estos años está llevando a cabo la diócesis en favor de la familia, de los jóvenes y de las vocaciones de especial consagración.

A todos repito lo que escribí en 1981 en la exhortación apostólica Familiaris consortio: "El futuro de la humanidad se fragua en la familia" (n. FC 86). Encomiendo a la Madre de Dios y a san José, su esposo, mi oración a Jesús, para que inspire a la diócesis de Roma estrategias pastorales adecuadas a nuestro tiempo, dirigidas a todas las familias de la ciudad y a las parejas de jóvenes que se preparan para el matrimonio. Ojalá que la familia corresponda cada vez más plenamente al proyecto que Dios tiene para ella desde siempre.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, se está concluyendo rápidamente otro año. Ya miramos al 2004, que se perfila en el horizonte. Para el año que termina y para el que va a comenzar dentro de algunas horas invocamos la protección maternal de María santísima, pidiéndole que siga guiándonos en nuestro camino.

Virgen María, Reina de la paz, obtén días de paz para la ciudad de Roma, para Italia, para Europa y para el mundo entero. Sancta Dei Genitrix, ora pro nobis! ¡Madre del Redentor, Virgen del Amor Divino, ruega por nosotros! Amén.





1639

2004


MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA MADRE DE DIOS

XXXVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ



Jueves 1 de enero de 2004



1. "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4,4).
Hoy, octava de Navidad, la liturgia nos presenta el icono de la Madre de Dios, la Virgen María. El apóstol san Pablo alude a ella cuando habla de la "mujer" por medio de la cual el Hijo de Dios entró en el mundo. María de Nazaret es la Theotokos, la "Virgen, Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos" (Antífona de entrada).

Al inicio de este nuevo año entramos dócilmente en su escuela. Deseamos aprender de ella, la Madre santa, a acoger en la fe y en la oración la salvación que Dios no cesa de donar a los que confían en su amor misericordioso.

2. En este clima de escucha y oración, demos gracias a Dios por este nuevo año: ¡que sea para todos un año de prosperidad y paz!

Con este deseo me complace saludar afectuosamente a los ilustres señores embajadores del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, presentes en esta celebración. Saludo cordialmente al cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, y a mis colaboradores de la Secretaría de Estado. Juntamente con ellos, saludo al cardenal Renato Raffaele Martino, así como a todos los componentes del Consejo pontificio Justicia y paz. Les agradezco el trabajo que realizan para difundir por doquier la invitación a la paz, que la Iglesia proclama constantemente.

3. "Un compromiso siempre actual: educar para la paz", es el tema del Mensaje para esta Jornada mundial de la paz. Se remite idealmente a lo que propuse al inicio de mi pontificado, reafirmando la urgencia y la necesidad de formar las conciencias con vistas a la cultura de la paz. Dado que la paz es posible -he querido repetir-, es también un deber (cf. Mensaje, n. 4).

Ante las situaciones de injusticia y violencia que oprimen a varias zonas del mundo, y ante la persistencia de conflictos armados a menudo olvidados por la opinión pública, resulta cada vez más necesario construir juntos caminos para la paz; por eso, es indispensable educar para la paz.

Para el cristiano "proclamar la paz es anunciar a Cristo, que es "nuestra paz" (Ep 2,14), y anunciar su Evangelio, que es "el Evangelio de la paz" (Ep 6,15), exhortando a todos a la bienaventuranza de ser "constructores de la paz" (cf. Mt Mt 5,9)" (Mensaje, n. 3). Del "Evangelio de la paz" era testigo también monseñor Michael Aidan Courtney, mi representante como nuncio apostólico en Burundi, trágicamente asesinado hace algunos días mientras cumplía su misión en favor del diálogo y la reconciliación. Pidamos por él, deseando que su ejemplo y su sacrificio den frutos de paz en Burundi y en todo el mundo.

4. Cada año, en este tiempo de Navidad, volvemos idealmente a Belén para adorar al Niño recostado en el pesebre. Por desgracia, la tierra en la que nació Jesús sigue viviendo en condiciones dramáticas. También en otras partes del mundo persisten focos de violencia y conflictos. Con todo, es preciso perseverar sin caer en la tentación del desaliento. Es necesario que todos se esfuercen para que se respeten los derechos fundamentales de las personas a través de una constante educación para la legalidad. Con este fin, hay que comprometerse para superar "la lógica de la estricta justicia" y "abrirse a la del perdón", pues "no hay paz sin perdón" (cf. Mensaje, n. 10).


B. Juan Pablo II Homilías 1630