B. Juan Pablo II Homilías 1677


DURANTE LA MISA DE INAUGURACIÓN DEL CURSO


EN LAS UNIVERSIDADES ECLESIÁSTICAS DE ROMA


Viernes 22 de octubre de 2004



1. Me alegra acoger también este año, en la basílica vaticana, a la vasta y multiforme comunidad de las universidades eclesiásticas romanas, que reanudan su camino académico. Saludo con gratitud al cardenal Zenon Grocholewski, que celebra la santa Eucaristía; saludo a los demás prelados presentes, a los oficiales de la Congregación para la educación católica, a los rectores, a los profesores y a los alumnos de los ateneos y de los demás institutos y facultades pontificias. A todos y a cada uno doy mi más cordial bienvenida.

2. "Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ep 4,4). Estas palabras, que san Pablo dirigió a los Efesios, se dirigen esta tarde a la comunidad académica eclesiástica de Roma, única en el mundo por su número y por la variedad de sus miembros. En efecto, las universidades eclesiásticas romanas contribuyen a manifestar, a su manera, la unidad y la universalidad de la Iglesia. Unidad multiforme que se funda en una misma "vocación", es decir, en la llamada común al seguimiento de Cristo. Os invito especialmente a vosotros, queridos estudiantes, a hacer que la formación de estos años os ayude siempre a "comportaros de manera cada vez más digna de la vocación" cristiana (cf. Ef Ep 4,1); os exhorto a poner vuestros talentos al servicio de la Iglesia con toda humildad y disponibilidad.

3. El salmo responsorial (cf. Sal Ps 23) acaba de evocar una "generación" que "busca el rostro de Dios". Pienso en vosotros, queridos profesores y amados estudiantes, unidos por el deseo común de conocer a Dios y de penetrar en su misterio de salvación, revelado plenamente en Cristo. El salmista advierte que para subir al monte del Señor se requieren "manos inocentes y puro corazón" (Ps 23,4), y añade que quien quiera conocer la verdad debe esforzarse por practicarla al hablar y al obrar (cf. Sal Ps 23). "Esta es la generación que busca a Dios": sed así, queridos hermanos. Sed hombres y mujeres comprometidos a unir la fe y la vida, en el plano cognoscitivo y antes aún en el plano existencial.

4. En la Eucaristía encontramos una clave de lectura sintética de lo que la palabra de Dios nos dice en la liturgia de hoy. Por una parte, la Eucaristía es el principio de la unidad en la caridad, de la comunión en la multiplicidad de los dones. Por otra, es el mysterium fidei, que contiene en sí la invitación a pasar de la superficie a la realidad profunda que está bajo las apariencias. Mediante la Eucaristía, el Espíritu Santo ilumina la mirada de nuestro corazón, dándonos la posibilidad de comprender los signos de los tiempos nuevos (cf. Aleluya; Ep 1,17 Lc 21,29-31). El misterio eucarístico es escuela en la que el cristiano se forma en el "intellectus fidei", ejercitándose en conocer adorando y en creer contemplando. En él, al mismo tiempo, madura su personalidad cristiana, para ser capaz de testimoniar la verdad en la caridad.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, este año académico coincide con el Año de la Eucaristía. Siguiendo el ejemplo de santo Tomás de Aquino y de todos los doctores de la Iglesia, esforzaos por encontrar en el Sacramento del altar renovada luz de sabiduría y constante fuerza de vida evangélica. Que a la Eucaristía, fuente inagotable de salvación, os acompañe y os guíe cada día María, "Mujer eucarística" y Virgen de la escucha obediente.







EN LA MISA POR LOS CARDENALES Y OBISPOS


QUE HAN FALLECIDO DURANTE EL AÑO


Jueves 11 de noviembre de 2004





1. "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre" (Jn 6,51). Así habla Jesús a la multitud después del milagro de la multiplicación de los panes. Se presenta a sí mismo como el verdadero maná, dado por el Padre celestial para que los hombres tengan la vida eterna (cf. Jn Jn 6,26-58). Sus palabras anticipan, en cierto sentido, el gran don de la Eucaristía, sacramento que instituirá en el Cenáculo, durante la última Cena.

En la Pascua se realizará el misterio de su muerte y resurrección. Es un misterio que se actualiza constantemente en la Eucaristía, banquete místico, en el que el Mesías se entrega a sí mismo como alimento a los convidados, para unirlos a sí con un vínculo de amor y de vida más fuerte que la muerte.

2. Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, amadísimos hermanos y hermanas, el tema del banquete mesiánico guía nuestra reflexión en esta celebración, durante la cual recordamos a nuestros hermanos cardenales y obispos fallecidos recientemente.

1678 Cada vez que celebramos la Eucaristía, participamos en la cena del Señor que anticipa el banquete de la gloria celestial. En la primera lectura, que se acaba de proclamar, el profeta Isaías nos ha invitado a pensar en ese glorioso banquete. Tendrá lugar en el monte santo de Jerusalén y eliminará para siempre la muerte y el luto (cf. Is Is 25,6 Is Is 25,8). También el salmo 22 lo evoca en la confortadora visión del orante acogido por Dios mismo, que prepara la mesa para él y unge con óleo su cabeza (cf. Sal Ps 22,5).

3. ¡Cuánta luz irradia la palabra de Dios sobre esta liturgia, mientras, unidos en oración en torno al altar, ofrecemos el sacrificio eucarístico en sufragio de los venerados cardenales y obispos que han pasado de este mundo al Padre durante este año!

Con afecto me complace recordar, de modo especial, a los señores cardenales: Paulos Tzadua, Opilio Rossi, Franz König, Hyacinthe Thiandoum, Marcelo González Martín, Juan Francisco Fresno Larraín, James Aloysius Hickey y Gustaaf Joos.

Oremos por ellos y por los arzobispos y obispos difuntos, encomendándolos con confianza filial a la misericordia divina.

4. Pensando en ellos, recordando su servicio generosamente prestado a la Iglesia, nos parece que repiten con el Apóstol: "La esperanza no defrauda" (Rm 5,5).

Sí, amadísimos hermanos y hermanas, Dios es fiel y nuestra esperanza en él no queda defraudada. Demos gracias al Señor por todos los beneficios otorgados a la Iglesia mediante el ministerio sacerdotal de estos pastores difuntos.

Invoquemos para ellos la intercesión maternal de María santísima, a fin de que obtengan participar en el banquete eterno. El mismo banquete que con fe y amor gustaron anticipadamente durante la peregrinación terrena. Amén.



40 ANIVERSARIO DE LA PROMULGACIÓN

DEL DECRETO CONCILIAR "UNITATIS REDINTEGRATIO"



Sábado 13 de noviembre de 2004



"Ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz" (Ep 2,13 s).

1. Con estas palabras de la carta a los Efesios, el Apóstol anuncia que Cristo es nuestra paz. En él hemos sido reconciliados; ya no somos extraños, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, teniendo como piedra angular a Cristo mismo (cf. Ef Ep 2,19 s).

Hemos escuchado las palabras de san Pablo con ocasión de esta celebración, para la que nos hemos reunido en la veneranda basílica edificada sobre la tumba del apóstol san Pedro. Saludo de corazón a los participantes en la Conferencia ecuménica convocada con motivo del cuadragésimo aniversario de la promulgación del decreto Unitatis redintegratio del concilio Vaticano II. Dirijo mi saludo a los cardenales, a los patriarcas y a los obispos participantes, a los delegados fraternos de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, a los consultores, a los huéspedes y a los colaboradores del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Os doy las gracias por haber reflexionado atentamente sobre el significado de este importante decreto y sobre las perspectivas actuales y futuras del movimiento ecuménico. Esta tarde nos hallamos reunidos aquí para alabar a Dios, de quien procede toda dádiva buena y todo don perfecto (Jc 1,17), y para darle gracias por los grandes frutos que ha dado el Decreto, durante los cuarenta años transcurridos, con la ayuda del Espíritu Santo.

1679 2. La aplicación de este decreto conciliar, querido por mi predecesor el beato Papa Juan XXIII y promulgado por el Papa Pablo VI, ha sido desde el inicio una de las prioridades pastorales de mi pontificado (cf. Ut unum sint UUS 99). Puesto que la unidad ecuménica no es un atributo secundario de la comunidad de los discípulos (cf. ib., UUS 9), y la actividad ecuménica no es sólo un apéndice que se añade a la actividad tradicional de la Iglesia (cf. ib., UUS 20), sino que se funda en el plan salvífico de Dios de congregar a todos en la unidad (cf. ib., 5), corresponden a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, que quiso una sola Iglesia y oró al Padre, la víspera de su muerte, para que todos sean uno (cf. Jn 17,21).

Buscar la unidad es fundamentalmente adherirse a la oración de Jesús. El concilio Vaticano II, que hizo suyo este deseo de nuestro Señor, no introdujo ninguna novedad. Guiado e iluminado por el Espíritu de Dios, puso nuevamente de relieve el sentido verdadero y profundo de la unidad y de la catolicidad de la Iglesia. El camino ecuménico es el camino de la Iglesia (cf. Ut unum sint UUS 7), la cual no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica (cf. ib., 5).

El compromiso en favor del restablecimiento de la comunión plena y visible entre todos los bautizados no corresponde sólo a algunos expertos en ecumenismo; atañe a todos los cristianos, de todas las diócesis y parroquias, de todas las comunidades en la Iglesia. Todos están llamados a asumir este compromiso, haciendo suya la oración de Jesús, para que todos sean uno. Todos están llamados a rezar y a trabajar por la unidad de los discípulos de Cristo.

3. Hoy, ante un mundo que avanza hacia su unificación, este camino ecuménico es más necesario que nunca, y la Iglesia debe afrontar nuevos desafíos para cumplir su misión evangelizadora. El Concilio constató que la división entre los cristianos "es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio" (Unitatis redintegratio UR 1). Por tanto, la actividad ecuménica y la actividad misionera están unidas y son los dos caminos por los cuales la Iglesia cumple su misión en el mundo y expresa concretamente su catolicidad. En nuestra época asistimos al crecimiento de un humanismo erróneo sin Dios y constatamos con profundo dolor los conflictos que ensangrientan al mundo. En esta situación la Iglesia, con mayor razón, está llamada a ser signo e instrumento de la unidad y de la reconciliación con Dios y entre los hombres (cf. Lumen gentium LG 1).
El Decreto sobre el ecumenismo ha sido uno de los modos concretos como la Iglesia ha respondido a esta situación, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los signos de los tiempos (cf. Ut unum sint UUS 3). Nuestra época siente una profunda nostalgia de la paz. La Iglesia, signo creíble e instrumento de la paz de Cristo, no puede dejar de esforzarse por superar las divisiones de los cristianos y convertirse así, cada vez más, en testigo de la paz que Cristo ofrece al mundo.

En esta triste situación, no podemos por menos de recordar las conmovedoras palabras del Apóstol: "Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ep 4,1-3).

4. Los numerosos encuentros ecuménicos en todos los niveles de la vida eclesial, los diálogos teológicos y el redescubrimiento de los testigos comunes de la fe han confirmado, profundizado y enriquecido la comunión con los demás cristianos, comunión ya existente en cierta medida, aunque aún no de modo pleno. Ya no consideramos a los demás cristianos como lejanos o extraños, sino que vemos en ellos a hermanos y hermanas. "La fraternidad universal de los cristianos se ha convertido en una firme convicción ecuménica. (...) Los cristianos se han convertido a una caridad fraterna que abarca a todos los discípulos de Cristo" (Ut unum sint UUS 42). Damos gracias a Dios al constatar cómo, durante estos últimos decenios, muchos fieles en todo el mundo han sentido el deseo ardiente de la unidad de todos los cristianos. Doy gracias de corazón a los que han sido instrumento del Espíritu y han orado y trabajado por este itinerario de acercamiento y reconciliación.

Sin embargo, todavía no hemos llegado a la meta de nuestro camino ecuménico: la comunión plena y visible en la misma fe, en los mismos sacramentos y en el mismo ministerio apostólico. Gracias a Dios, se han superado muchas diferencias e incomprensiones, pero son aún numerosos los obstáculos diseminados a lo largo del camino. A veces no sólo persisten equívocos y prejuicios, sino también una desidia y una estrechez de corazón deplorables (cf. Novo millennio ineunte NM 48), y sobre todo diferencias en materia de fe, que se concentran en gran parte en torno al tema de la Iglesia, de su naturaleza y de sus ministerios. Por desgracia, nos hallamos también ante problemas nuevos, especialmente en el campo ético, donde afloran ulteriores divisiones, que impiden el testimonio común.

5. Sé bien que es causa de muchos sufrimientos y desilusiones el hecho de que todas estas razones -como expliqué en la encíclica Ecclesia de Eucharistia (nn. EE 43-46)- nos impiden participar ya desde ahora en el Sacramento de la unidad, compartiendo el Pan eucarístico y bebiendo en el Cáliz común de la mesa del Señor.

Todo esto no debe inducir a la resignación; al contrario, debe animar a continuar y a perseverar en la oración y en el compromiso en favor de la unidad. Aunque probablemente el camino por recorrer es todavía largo y arduo, ciertamente estará lleno de alegría y esperanza. En efecto, cada día descubrimos y experimentamos la acción y el impulso del Espíritu de Dios; con alegría constatamos que actúa también en las Iglesias y comunidades eclesiales que todavía no están en plena comunión con la Iglesia católica. Reconocemos "las riquezas de Cristo y las obras de virtud en la vida de otros que dan testimonio de Cristo, a veces hasta el derramamiento de la sangre" (Unitatis redintegratio UR 4). En vez de lamentarnos de lo que todavía no es posible, debemos estar agradecidos y alegrarnos de lo que ya existe y es posible. Realizar desde ahora lo que es posible nos hace crecer en la unidad y nos infunde entusiasmo para superar las dificultades. Un cristiano no puede renunciar jamás a la esperanza, perder la valentía y el entusiasmo. La unidad de la única Iglesia, que ya existe en la Iglesia católica sin posibilidad de perderse, nos garantiza que un día también se hará realidad la unidad de todos los cristianos (cf. ib. 4).

6. ¿Cómo imaginar el futuro ecuménico? Ante todo, debemos reforzar los fundamentos de la actividad ecuménica, es decir, la fe común en todo lo que se expresa en la profesión bautismal, en el Credo apostólico y en el Credo niceno-constantinopolitano. Este fundamento doctrinal manifiesta la fe profesada por la Iglesia desde el tiempo de los Apóstoles. A partir de esta fe debemos desarrollar luego el concepto y la espiritualidad de comunión. "Comunión de los santos" y plena comunión no significan uniformidad abstracta, sino riqueza de legítima diversidad de dones compartidos y reconocidos por todos, según el conocido adagio: "In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas".

1680 7. Espiritualidad de comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano cristiano, en la unidad profunda que nace del bautismo, "como "uno que me pertenece", para saber compartir... y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad" (Novo millennio ineunte NM 43).

Espiritualidad de comunión "es también capacidad para ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un "don para mí", además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de comunión es saber "dar espacio" al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, afán de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión, más que sus modos de expresión y crecimiento" (Novo millennio ineunte NM 43).

Por tanto, en síntesis, espiritualidad de comunión significa compartir juntos el camino hacia la unidad en la profesión íntegra de la fe, en los sacramentos y en el ministerio eclesiástico (cf. Lumen gentium LG 14 Unitatis redintegratio UR 2).

8. Para concluir, quisiera referirme en particular al ecumenismo espiritual que, según las palabras del decreto Unitatis redintegratio, es el alma y el corazón de todo el movimiento ecuménico (cf. n. UR 8; Ut unum sint UUS 15-17 y UUS 21-27). Os doy las gracias a todos por haber subrayado durante la Conferencia este aspecto central para el futuro del ecumenismo. No existe verdadero ecumenismo sin conversión interior y purificación de la memoria, sin santidad de vida en conformidad con el Evangelio y, sobre todo, sin una intensa y asidua oración que se haga eco de la oración de Jesús. A este propósito, constato con alegría el desarrollo de iniciativas de oración común y también la formación de grupos de estudio que comparten recíprocamente las tradiciones de espiritualidad (cf. Directorio ecuménico, 114).

Debemos comportarnos como los Apóstoles juntamente con María, la Madre de Dios, después de la Ascensión del Señor: se reunieron en el Cenáculo e invocaron la venida del Espíritu (cf. Hch Ac 1,12-14). Sólo él, que es el Espíritu de comunión y de amor, puede concedernos la comunión plena, que tan ardientemente deseamos.

"Veni creator Spiritus!". Amén.



SANTA MISA CON OCASIÓN DEL 150° ANIVERSARIO

DE LA PROCLAMACIÓN DEL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Miércoles 8 de diciembre de 2004





1. "Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28).

Con estas palabras del arcángel Gabriel, nos dirigimos a la Virgen María muchas veces al día. Las repetimos hoy con ferviente alegría, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, recordando el 8 de diciembre de 1854, cuando el beato Pío IX proclamó este admirable dogma de la fe católica precisamente en esta basílica vaticana.

Saludo cordialmente a cuantos han venido hoy aquí, en particular a los representantes de las Sociedades mariológicas nacionales, que han participado en el Congreso mariológico y mariano internacional, organizado por la Academia mariana pontificia.

Amadísimos hermanos y hermanas, os saludo también a todos vosotros aquí presentes, que habéis venido a rendir homenaje filial a la Virgen Inmaculada. De modo especial, saludo al señor cardenal Camillo Ruini, al que renuevo mi más cordial felicitación por su jubileo sacerdotal, expresándole toda mi gratitud por el servicio que, con generosa entrega, ha prestado y sigue prestando a la Iglesia como mi vicario general para la diócesis de Roma y como presidente de la Conferencia episcopal italiana.

1681 2. ¡Cuán grande es el misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy!
Un misterio que no cesa de atraer la contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos. El tema del Congreso que acabo de recordar -"María de Nazaret acoge al Hijo de Dios en la historia"- ha favorecido una profundización de la doctrina de la concepción inmaculada de María como presupuesto para la acogida en su seno virginal del Verbo de Dios encarnado, Salvador del género humano.

"Llena de gracia", "6gP"D4JTµX<0": con este apelativo, según el original griego del evangelio de san Lucas, el ángel se dirige a María. Este es el nombre con el que Dios, a través de su mensajero, quiso calificar a la Virgen. De este modo la pensó y vio desde siempre, ab aeterno.

3. En el himno de la carta a los Efesios, que se acaba de proclamar, el Apóstol alaba a Dios Padre porque "nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales" (
Ep 1,3).
¡Con qué especialísima bendición Dios se ha dirigido a María desde el inicio de los tiempos! ¡Verdaderamente bendita, María, entre todas las mujeres! (cf. Lc Lc 1,42).

El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuera santa e inmaculada ante él por el amor, predestinándola como primicia a la adopción filial por obra de Jesucristo (cf. Ef Ep 1,4-5).

4. La predestinación de María, como la de cada uno de nosotros, está relacionada con la predestinación del Hijo.Cristo es la "estirpe" que "pisaría la cabeza" de la antigua serpiente, según el libro del Génesis (cf. Gn Gn 3,15); es el Cordero "sin mancha" (cf. Ex Ex 12,5 1P 1,19), inmolado para redimir a la humanidad del pecado.

En previsión de la muerte salvífica de él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de todo otro pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos. Así, la Inmaculada es signo de esperanza para todos los vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del Cordero (cf. Ap Ap 12,11).

5. Contemplamos hoy a la humilde joven de Nazaret, santa e inmaculada ante Dios por el amor (cf. Ef Ep 1,4), el "amor" que, en su fuente originaria, es Dios mismo, uno y trino.

¡La Inmaculada Concepción de la Madre del Redentor es obra sublime de la santísima Trinidad! Pío IX, en la bula Ineffabilis Deus, recuerda que el Omnipotente estableció "con el mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría" (Pii IX Pontificis Maximi Acta, Pars prima, p. 559).

El "sí" de la Virgen al anuncio del ángel se sitúa en lo concreto de nuestra condición terrena, como humilde obsequio a la voluntad divina de salvar a la humanidad, no de la historia, sino en la historia. En efecto, preservada inmune de toda mancha de pecado original, la "nueva Eva" se benefició de modo singular de la obra de Cristo como perfectísimo Mediador y Redentor. Ella, la primera redimida por su Hijo, partícipe en plenitud de su santidad, ya es lo que toda la Iglesia desea y espera ser. Es el icono escatológico de la Iglesia.

1682 6. Por eso la Inmaculada, que es "comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura" (Prefacio), precede siempre al pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos (cf. Lumen gentium LG 58 Redemptoris Mater RMA 2).

En la concepción inmaculada de María la Iglesia ve proyectarse, anticipada en su miembro más noble, la gracia salvadora de la Pascua.

En el acontecimiento de la Encarnación encuentra indisolublemente unidos al Hijo y a la Madre: "Al que es su Señor y su Cabeza y a la que, pronunciando el primer "fiat" de la nueva alianza, prefigura su condición de esposa y madre" (Redemptoris Mater RMA 1).

7. A ti, Virgen inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, te renuevo hoy, de modo especial, la consagración de toda la Iglesia.

Guía tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios.

Acompaña tú a todos los cristianos por el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la verdadera belleza, que es siempre huella y reflejo de la Belleza divina.

Obtén tú, una vez más, paz y salvación para todas las gentes. El Padre eterno, que te escogió para ser la Madre inmaculada del Redentor, renueve también en nuestro tiempo, por medio de ti, las maravillas de su amor misericordioso. Amén.





DURANTE LA MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS


COMO PREPARACIÓN PARA LA NAVIDAD



Martes 14 de diciembre de 2004




1. "¡Ven, Señor!, la tierra te espera".

Esta invocación, que acabamos de repetir, nos introduce muy bien en el clima del Adviento, tiempo de espera y de esperanza, en el que tiene lugar esta celebración litúrgica anual con vosotros, queridos universitarios.

Os doy las gracias porque todos los años queréis compartir conmigo la espera trepidante de la venida del Señor en el misterio de la noche de Belén. Gracias porque como "centinelas de la mañana" queréis velar, hoy, en estas semanas y en toda la vida, a fin de estar preparados para acoger al Señor que viene.

Os saludo con afecto a todos: a la comunidad académica de las universidades romanas y a las delegaciones universitarias de otras ciudades europeas; al señor viceministro de Instrucción, universidades e investigación, así como a las demás autoridades presentes; saludo a los capellanes de las universidades y a los miembros de la orquesta y de los coros universitarios de Roma y del Lacio.

1683 Expreso mi agradecimiento en especial al profesor Ornaghi y a la joven estudiante que me han manifestado, en vuestro nombre, cordiales sentimientos y felicitaciones con motivo de la santa Navidad.

2. Queridos universitarios, estamos en el Año de la Eucaristía y, como preparación para la Jornada mundial de la juventud, estáis reflexionando sobre el tema: "Eucaristía y verdad sobre el hombre". Es un tema exigente. En efecto, ante el Misterio eucarístico nos sentimos impulsados a verificar la verdad de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad.

No podemos permanecer indiferentes cuando Cristo dice: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo" (
Jn 6,51). En nuestra conciencia brota inmediatamente la pregunta que nos hace: "¿Crees que soy yo? ¿Lo crees de verdad?". A la luz de sus palabras: "El que coma de este pan vivirá para siempre" (Jn 6,51), no podemos por menos de interrogarnos sobre el sentido y el valor de nuestra vida diaria.

Y ¿qué decir de la pregunta sobre el amor verdadero, cuando meditamos las palabras del Señor: "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo"? (ib.). Sí. En este pan, el pan eucarístico, está encerrado el ofrecimiento salvífico de la vida, que Cristo inmoló para la vida del mundo. ¿No surge espontánea la pregunta: "y mi "carne", es decir, mi humanidad, mi existencia, es para alguien? ¿Está llena de amor a Dios y de caridad hacia el prójimo? O, por el contrario, ¿está aprisionada en el círculo opresor del egoísmo?

3. Vosotros, queridos universitarios, estáis en continua búsqueda de la verdad. Pero no se llega a la verdad sobre el hombre sólo con los medios que ofrece la ciencia en sus diversas disciplinas.
Vosotros sabéis muy bien que sólo se puede descubrir a fondo la verdad sobre el hombre, la verdad sobre nosotros mismos, gracias a la mirada llena de amor de Cristo. Y él, el Señor, sale a nuestro encuentro en el misterio de la Eucaristía. Por eso, nunca dejéis de buscarlo y descubriréis en sus ojos un reflejo atrayente de la bondad y de la belleza que él mismo ha derramado en vuestro corazón con el don de su Espíritu. Que este misterioso reflejo de su amor sea la luz que guíe siempre vuestro camino.

Este es el deseo que formulo con afecto a cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, al aproximarse la santa Navidad: que el Hijo de Dios, que por nuestra salvación se hizo hombre, os infunda la valentía de buscar la verdad sobre vosotros mismos a la luz de su amor infinito. Ya se acerca nuestro Redentor. Salid a su encuentro. Amén.



MISA DE NOCHEBUENA


Viernes 24 de diciembre de 2004

1. “Adoro Te devote, latens Deitas”.


En esta Noche resuenan en mi corazón las primeras palabras del célebre himno eucarístico, que me acompaña día a día en este año dedicado particularmente a la Eucaristía.

En el Hijo de la Virgen, “envuelto en pañales” y “acostado en un pesebre” (cf. Lc Lc 2,12), reconocemos y adoramos “el pan bajado del cielo” (Jn 6,41 Jn 6,51), el Redentor venido a la tierra para dar la vida al mundo.

1684 2. ¡Belén! La ciudad donde según las Escrituras nació Jesús, en lengua hebrea, significa “casa del pan”. Allí, pues, debía nacer el Mesías, que más tarde diría de sí mismo: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6,35 Jn 6,48).

En Belén nació Aquél que, bajo el signo del pan partido, dejaría el memorial de la Pascua. Por esto, la adoración del Niño Jesús, en esta Noche Santa, se convierte en adoración eucarística.

3. Te adoramos, Señor, presente realmente en el Sacramento del altar, Pan vivo que das vida al hombre. Te reconocemos como nuestro único Dios, frágil Niño que estás indefenso en el pesebre. “En la plenitud de los tiempos, te hiciste hombre entre los hombres para unir el fin con el principio, es decir, al hombre con Dios” (cf. S. Ireneo, Adv. haer., IV,20,4).

Naciste en esta Noche, divino Redentor nuestro, y, por nosotros, peregrino por los senderos del tiempo, te hiciste alimento de vida eterna.

¡Acuérdate de nosotros, Hijo eterno de Dios, que te encarnaste en el seno de la Virgen María! Te necesita la humanidad entera, marcada por tantas pruebas y dificultades.

¡Quédate con nosotros, Pan vivo bajado del Cielo para nuestra salvación! ¡Quédate con nosotros para siempre! Amén.



VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE MARÍA, MADRE DE DIOS,

CON EL CANTO DEL "TE DEUM"



Viernes 31 de diciembre de 2004



1. Otro año termina. Con viva conciencia de la fugacidad del tiempo, nos encontramos reunidos esta tarde para dar gracias a Dios por todos los dones que nos ha concedido durante el 2004.
Lo hacemos con el canto tradicional del Te Deum.

2. Te Deum laudamus! Te damos gracias, Padre, porque, en la plenitud de los tiempos, enviaste a tu Hijo (cf. Ga Ga 4,4), no para juzgar al mundo, sino para salvarlo con inmenso amor (cf. Jn Jn 3,17).

Te damos gracias, Señor Jesús, nuestro Redentor, porque quisiste asumir de María, Madre siempre Virgen, nuestra naturaleza humana. En este Año de la Eucaristía, queremos agradecerte con fervor más intenso el don de tu Cuerpo y de tu Sangre en el Sacramento del altar.

1685 Te alabamos y te damos gracias, Espíritu Santo Paráclito, porque nos haces tomar conciencia de nuestra adopción filial (cf. Rm Rm 8,16) y nos enseñas a dirigirnos a Dios llamándolo Padre, "Abbá" (cf. Jn Jn 4,23-24 Ga 4,6).

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la comunidad diocesana de Roma, a vosotros os dirijo ahora mi cordial saludo, en este encuentro de fin de año. Saludo ante todo al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a todos los miembros del pueblo cristiano. Saludo con deferencia al presidente de la región, al alcalde de Roma, al presidente de la provincia y a las demás autoridades civiles presentes.

Queridos hermanos y hermanas, agradezcamos juntos a Dios las manifestaciones de bondad y misericordia con que ha acompañado, durante estos meses, el camino de nuestra ciudad. Que él lleve a cabo todos los proyectos apostólicos y todas las iniciativas de bien.

4. "Salvum fac populum tuum, Domine", "Salva a tu pueblo, Señor". Te lo pedimos esta tarde, por medio de María, al celebrar las primeras Vísperas de la fiesta de su Maternidad divina.

Santa Madre del Redentor, acompáñanos en este paso al nuevo año. Obtén para Roma y para el mundo entero el don de la paz. Madre de Dios, ruega por nosotros.






B. Juan Pablo II Homilías 1677