ES - REDEMPTIONIS DONUM





REDEMPTIONIS DONUM

Sobre la consagración a la luz del misterio de la Redención

25-3-1984


EXHORTACIÓN APOSTÓLICA

DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II

A LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS SOBRE SU CONSAGRACIÓN A LA LUZ DEL MISTERIO DE LA REDENCIÓN


Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo Jesús:

I SALUDO


1

1. EL DON DE LA REDENCIÓN, que este Año jubilar extraordinario pone particularmente de relieve, lleva consigo una llamada especial a la conversión y a la reconciliación con Dios en Jesucristo. Mientras el motivo exterior de este Jubileo tiene un carácter histórico -ya que se celebra el 1950 aniversario de la muerte y resurrección de Cristo-, contemporáneamente prevalece en él un motivo interior, unido a la profundidad misma del misterio de la Redención. La Iglesia nació de este misterio y del mismo vive en toda su historia. El tiempo del Jubileo extraordinario tiene un carácter excepcional. La llamada a la conversión y a la reconciliación con Dios significa que debemos meditar más a fondo sobre nuestra vida, sobre nuestra vocación cristiana a la luz del misterio de la Redención, para enraizarlas cada vez más en el mismo.

Si esta llamada se refiere a toda la Iglesia, de modo especial toca a vosotros, Religiosos y Religiosas que, en la consagración a Dios mediante el voto de los consejos evangélicos, tendéis a una particular plenitud de vida cristiana. Vuestra vocación específica y el conjunto de vuestra vida en la Iglesia y en el mundo reciben su carácter y su fuerza espiritual de la profundidad misma del misterio de la Redención. Siguiendo a Cristo por el camino estrecho y angosto (1), vosotros experimentáis de manera extraordinaria que "en El está abundante la redención": copiosa apud eum redemptio (2).


(1) Cfr.
Mt 7,14.

(2) Ps 130,7.


2
2. Por eso, mientras este Año santo está llegando a su conclusión, deseo dirigirme de modo particular a todos vosotros, Religiosos y Religiosas, enteramente consagrados a la contemplación o entregados a las diversas obras de apostolado. Lo he hecho ya en numerosos lugares y en diversas circunstancias, confirmando y prolongando la enseñanza evangélica contenida en toda la Tradición de la Iglesia, especialmente en el Magisterio del reciente Concilio ecuménico, desde la Constitución dogmática Lumen gentium al Decreto Perfectae caritatis, en la línea de las indicaciones de la Exhortación Apostólica de mi Predecesor Pablo VI Evangelica testificatio. El Código de Derecho Canónico, entrado recientemente en vigor y que de alguna manera puede considerarse el último documento conciliar, será para todos vosotros una ayuda preciosa y una guía segura para precisar concretamente los medios para vivir fiel y generosamente vuestra magnífica vocación eclesial.

Os saludo con el afecto del Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, al cual vuestras Comunidades permanecen unidas de modo característico. Desde la misma Sede romana llega también, con un eco incesante, las palabras de San Pablo: "Os he desposado a un solo marido para presentaros a Cristo como casta virgen". (3) La Iglesia, que después de los Apóstoles recoge el tesoro de las bodas con el divino Esposo, mira con sumo amor hacia todos sus hijos e hijas que, mediante la profesión de los consejos evangélicos han establecido, a través de su mediación, una alianza privilegiada con el Redentor del mundo.

Acoged pues esta palabra del Año jubilar de la Redención precisamente como una palabra de amor, pronunciada por la Iglesia para vosotros. Acogedla donde quiera que estéis: en la clausura de las Comunidades contemplativas, o en la entrega al multiforme servicio apostólico; en las Misiones, en la acción pastoral, en los hospitales o en otros lugares donde se sirve al hombre que sufre, en los institutos de educación, en las escuelas o en las universidades y, finalmente, en cada una de vuestras Casas, donde permanecéis "reunidos en el nombre de Cristo" conscientes de que el Señor está en medio de vosotros. (4)

Que la palabra de amor de la Iglesia, dirigida a vosotros en el Jubileo de la Redención, sea el reflejo de aquella palabra de amor que Cristo mismo ha dirigido a cada uno y a cada una de vosotros, pronunciando un día aquel misterioso "Sígueme" (5), con el que empezó vuestra vocación en la Iglesia.


(3) Cfr.
2Co 11,2.

(4) Cfr. Mt 18,20.

(5) Cfr. Mt 19,21 Mc 10,21 Lc 18,22.



II VOCACIÓN


"Jesús, poniendo en él los ojos, le amó"

3
3. "Jesús, poniendo en él los ojos, le amó (6) y le dijo: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme" (7). Aunque sabemos que estas palabras, dichas al joven rico, no fueron acogidas por él, sin embargo su contenido merece una atenta reflexión; éstas nos presentan efectivamente la estructura interior de la vocación.

"Jesús poniendo en él los ojos, le amó". Este es el amor del Redentor: un amor que brota de toda la profundidad divino-humana de la Redención En él se refleja el eterno amor del Padre, que "tanto amó… al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (8). El Hijo, lleno de ese amor, aceptó la misión del Padre en el Espíritu Santo, y se hizo Redentor del mundo El amor del Padre se reveló en el Hijo como amor que salva. Precisamente este amor constituye el verdadero precio de la Redención del hombre y del mundo. Los Apóstoles de Cristo hablan del precio de la Redención con una profunda emoción: "habéis sido rescatados… no con plata y oro, corruptibles…, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha" escribe San Pedro (9). "Habéis sido comprados a precio", afirma San Pablo (10).

La llamada al camino de los consejos evangélicos nace del encuentro interior con el amor de Cristo, que es amor redentor. Cristo llama precisamente mediante este amor suyo. En la estructura de la vocación, el encuentro con este amor resulta algo específicamente personal. Cuando Cristo "después de haber puesto los ojos en vosotros, os amó", llamando a cada uno y a cada una de vosotros, queridos Religiosos y Religiosas, aquel amor suyo redentor se dirigió a una determinada persona, tomando al mismo tiempo características esponsales: se hizo amor de elección. Tal amor abarca a toda la persona, espíritu y cuerpo, sea hombre o mujer, en su único e irrepetible "yo" personal. Aquél que, dándose eternamente al Padre, se "da" a sí mismo en el misterio de la Redención, ha llamado al hombre a fin de que éste, a su vez, se entregue enteramente a un particular servicio a la obra de la Redención mediante su pertenencia a una Comunidad fraterna, reconocida y aprobada por la Iglesia. Acaso no son eco precisamente de esta llamada las palabras de San Pablo: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo… y que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados a precio" (11).

Sí, el amor de Cristo ha alcanzado a cada uno y cada una de vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, con aquel mismo "precio" de la Redención. Como consecuencia de esto, os habéis dado cuenta de que ya no os pertenecéis a vosotros mismos, sino a El. Esta nueva conciencia ha sido el fruto de la "mirada amorosa" de Cristo en el secreto de vuestro corazón. Habéis respondido a esta mirada, escogiendo a Aquél que antes ha elegido a cada uno y cada una de vosotros, llamándoos con la inmensidad de su amor redentor. Llamando "por nombre", su llamada se dirige siempre a la libertad del hombre. Cristo dice: "si quieres…". La respuesta a esta llamada es, pues, una opción libre. Habéis escogido a Jesús de Nazaret, el Redentor del mundo, escogiendo el camino que El os ha indicado.


(6)
Mc 10,21.
(7) Mt 19,21.
(8) Jn 3,16.
(9) 1P 1,18.
(10) 1Co 6,20.
(11) 1Co 6,19-20.

"Si quieres ser perfecto…"

4
4. Este camino se llama también el camino de perfección. Conversando con el joven, Cristo dice: "Si quieres ser perfecto…"; de modo que el concepto de "camino de perfección" tiene su motivación en la misma fuente evangélica. ¿No escuchamos, por otra parte, en el discurso de la montaña: "Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial" (12)?. La llamada del hombre a la perfección ha sido de alguna manera percibida por pensadores y moralistas del mundo antiguo y también posteriormente en las diversas épocas de la historia. Pero la llamada bíblica posee una característica totalmente original: es particularmente exigente cuando indica al hombre la perfección, a semejanza de Dios mismo (13). Precisamente de esta forma la llamada corresponde a toda la lógica interna de la Revelación, según la cual el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios mismo. Por tanto él debe buscar la perfección que le es propia en la línea de esta imagen y semejanza. Escribe San Pablo en la Carta a los Efesios: "Sed… imitadores de Dios, como hijos amados, y caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio de fragante y suave olor" (14).

Así pues, la llamada a la perfección pertenece a la esencia misma de la vocación cristiana. En base a esta llamada conviene comprender también las palabras de Cristo dirigidas al joven del Evangelio. Estas están unidas de modo particular al misterio de la Redención del hombre en el mundo. En efecto, ésta devuelve a Dios la obra de la creación contaminada por el pecado, indicando la perfección que la creación entera, y concretamente el hombre, poseen en la mente y en el plan de Dios mismo. Especialmente el hombre debe ser entregado y devuelto a Dios, si debe ser plenamente devuelto a sí mismo. Por eso la llamada eterna: "Vuelve a mí, que yo te he rescatado" (15). Las palabras de Cristo: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres…" nos introducen sin duda en el ámbito del consejo evangélico de la pobreza, que pertenece a la esencia misma de la vocación y de la profesión religiosa.

Al mismo tiempo estas palabras se pueden entender de manera más amplia y en un cierto sentido esencial. El Maestro de Nazaret invita a su interlocutor a renunciar a un programa de vida en cuyo primer plano está la categoría de la posesión, la del "tener", y en cambio le invita a aceptar en su lugar un programa centrado sobre el valor de la persona humana: sobre el "ser" personal, con toda la trascendencia que le caracteriza.

Tal comprensión de las palabras de Cristo constituye casi un más amplio trasfondo para el ideal de pobreza evangélica, especialmente de aquella pobreza que, como consejo evangélico, pertenece al contenido esencial de vuestras bodas místicas con el Esposo divino en la Iglesia. Leyendo las palabras de Cristo a la luz del principio de la superioridad del "ser" sobre el "tener", especialmente si éste último se entiende en un sentido materialista y utilitarista, llegamos casi a las mismas bases antropológicas de la vocación en el Evangelio. En el panorama del desarrollo de la civilización contemporánea, esto es un descubrimiento particularmente actual. Por esto se ha hecho actual la misma vocación "al camino de perfección", tal como lo ha marcado Cristo. Si en el ámbito de la civilización actual, especialmente en el contexto del mundo del bienestar consumístico, el hombre siente dolorosamente la deficiencia esencial de "ser" personal que viene a su humanidad de la abundancia del multiforme "tener", entonces él está más expuesto a acoger esta verdad sobre la vocación, que fue pronunciada de una vez para siempre en el Evangelio. Sí, la llamada que vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, acogéis entrando en el camino de la profesión religiosa, llega a las raíces mismas de la humanidad, las raíces del destino del hombre en el mundo temporal. El evangélico "estado de perfección" no os separa de estas raíces. Al contrario, os permite aferraros más fuertemente a aquello por lo que el hombre es hombre, enriqueciendo esta humanidad, agravada de diversos modos por el pecado, con el fermento divino-humano del misterio de la Redención.


(12)
Mt 5,48.
(13) Cfr. Lv 19,2 Lv 11,44.
(14) Ep 5,1-2.

(15) Is 44,22.


"Tendrás un tesoro en el cielo"

5
5. La vocación trae consigo la respuesta a la pregunta: ¿para qué ser hombre y cómo serlo? Esta respuesta da una nueva dimensión a toda la vida y establece su sentido definitivo. Tal sentido emerge en el horizonte de la paradoja evangélica sobre la vida que se pierde queriendo salvarla, y que, por el contrario, se salva perdiéndola "por Cristo y el Evangelio", como leemos en Marcos (16).

A la luz de estas palabras adquiere plena evidencia la llamada de Cristo: "Ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme" (17). Entre este "ve" y el siguiente "ven y sígueme" se establece una relación estrecha. Puede decirse que estas últimas palabras determinan la esencia misma de la vocación; se trata, en efecto, de seguir las huellas de Cristo ("sequi", de lo que deriva la "sequela Christi"). Los términos "ve…vende…dalo" parecen definir la condición que precede a la vocación. Por otra parte, esta condición no está "fuera" de la vocación, sino que se encuentra "dentro" de la misma. En efecto, el hombre hace el descubrimiento del nuevo sentido de la propia humanidad, no sólo para "seguir" a Cristo, sino en tanto en cuanto lo sigue. Cuando el hombre "vende lo que posee" y "lo da a los pobres", entonces descubre que aquellos bienes y aquellas comodidades que poseía no eran el tesoro junto al cual permanecer; el tesoro está en su corazón, hecho por Cristo capaz de "dar" a los demás, dándose a sí mismo. Rico no es aquél que posee sino aquél que da, aquél que es capaz de dar.

Entonces la paradoja evangélica adquiere una particular expresividad. Se hace un programa del ser. Ser pobre, en el sentido dado por el Maestro de Nazaret a un tal modo de "ser", significa hacerse en la propia humanidad un dispensador de bien. Esto quiere decir igualmente descubrir "el tesoro". Este tesoro es indestructible. Pasa junto con el hombre en la dimensión de la eternidad, pertenece a la escatología divina del hombre. Gracias a este tesoro el hombre tiene su futuro definitivo en Dios. Cristo dice: "Tendrás un tesoro en el cielo". Este tesoro no es tanto "un premio" después de la muerte por las obras realizadas según el ejemplo del divino Maestro, cuanto más bien el cumplimiento escatológico de lo que se escondía detrás de estas obras, ya aquí en la tierra, en el "tesoro" interior del corazón. En efecto, el mismo Cristo invitando en el Discurso de la Montaña (18) a acumular tesoros en el cielo añadió: "Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón" (19). Estas palabras indican el carácter escatológico de la vocación cristiana, y más aún el carácter escatológico de la vocación que se realiza en el ámbito de las bodas espirituales con Cristo mediante la práctica de los consejos evangélicos.


(16)
Mc 8,35; cfr. Mt 10,39 Lc 9,24.

(17) Mt 19,21.

(18) Cfr. Mt 6,19-20.

(19) Mt 6,21.


6
6. La estructura de esta vocación, tal como se deduce de las palabras dirigidas al joven en los Evangelios sinópticos (20), se manifiesta a medida que se descubre el tesoro fundamental de la propia humanidad en la perspectiva de aquel "tesoro" que el hombre "tiene en el cielo". En esta perspectiva el tesoro fundamental de la propia humanidad se relaciona con el hecho de "ser, dándose a sí mismo". El punto directo de referencia a una vocación así es la persona viva de Jesucristo. La llamada al camino de perfección toma forma de El y por El en el Espíritu Santo el cual -a nuevas personas, hombres y mujeres, en diversos momentos de su vida y principalmente en la juventud- "recuerda" todo lo que Cristo "dijo" (21) y en concreto lo que "dijo" al joven que le preguntaba: "Maestro, ¿qué obra buena he de realizar para alcanzar la vida eterna?" (22). Mediante la respuesta de Cristo, que "mira con amor" a su interlocutor, el intenso fermento del misterio de la Redención penetra en la conciencia, en el corazón y la voluntad de un hombre que busca con seriedad y sinceridad.

De este modo la llamada al camino de los consejos evangélicos tiene siempre su inicio en Dios: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca"(23. La vocación en la que el hombre descubre hasta el fondo la ley evangélica del don, inscrita en la propia humanidad, es ella misma un don. Es un don henchido del contenido más profundo del Evangelio, un don en el que se refleja el perfil divino-humano del misterio de la Redención del mundo. "En eso está el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (24).


(20) Cfr.
Mt 19,21 Mc 10,21 Lc 18,22.

(21) Cfr. Jn 14,26.

(22) Mt 19,16.

(23) Jn 15,16.

(24) 1Jn 4,10.



III CONSAGRACIÓN


7
7. La profesión religiosa es una "expresión más plena" de la consagración bautismal.

La vocación, queridos Hermanos y Hermanas, os ha conducido a la profesión religiosa, gracias a la cual vosotros habéis sido consagrados a Dios mediante el ministerio de la Iglesia y, al mismo tiempo, habéis sido incorporados a vuestra Familia religiosa. Por eso la Iglesia piensa en vosotros ante todo como personas "consagradas": consagradas a Dios en Jesucristo como propiedad exclusiva. Esta consagración determina vuestro puesto en la amplia comunidad de la Iglesia, del Pueblo de Dios. Y al mismo tiempo introduce en la misión universal de este Pueblo un especial acopio de energía espiritual y sobrenatural; una forma de vida concreta, de testimonio y de apostolado con fidelidad a la misión de vuestro Instituto, a su identidad y a su patrimonio espiritual. La misión universal del Pueblo de Dios se basa en la misión mesiánica de Cristo mismo -Profeta, Sacerdote y Rey- de la que todos participan de diversos modos. La forma de participación propia de las personas "consagradas" corresponde a la forma de vuestro arraigo en Cristo. Sobre la profundidad y fuerza de este arraigo decide precisamente la profesión religiosa.

Esta crea un nuevo vínculo del hombre con Dios Uno y Trino, en Jesucristo. Este vínculo crece sobre el fundamento de aquel vínculo original que está contenido en el sacramento del Bautismo. La profesión religiosa "radica íntimamente en la consagración del bautismo y la expresa con mayor plenitud" (25). De ese modo ella se convierte, en su contenido constitutivo, en una nueva consagración: la consagración y la donación de la persona humana a Dios, amado sobre todas las cosas. El compromiso adquirido mediante los votos de practicar los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, según las disposiciones propias de vuestras Familias religiosas, como están determinadas en las respectivas constituciones, representa la expresión de una total consagración a Dios y, al mismo tiempo, el medio que lleva a su realización. De aquí arrancan también el testimonio y el apostolado propio de las personas consagradas. Sin embargo, conviene buscar la raíz de aquella consagración consciente y libre, y de la consiguiente entrega de uno mismo como propiedad a Dios en el Bautismo, sacramento que nos conduce al misterio pascual como vértice y centro de la Redención obrada por Cristo.

Por tanto, para poner plenamente de relieve la realidad de la profesión religiosa, es necesario referirse a las vibrantes palabras de Pablo en la Carta a los Romanos: "¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte? Con El hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como El resucitó… así también nosotros vivamos una vida nueva" (26). "Nuestro hombre viejo ha sido crucificado para que… ya no sirvamos al pecado" (27). "Así pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús" (28).

La profesión religiosa -sobre la base sacramental del bautismo en la que está fundamentada- es una nueva "sepultura en la muerte de Cristo"; nueva, mediante la conciencia y la opción; nueva, mediante el amor y la vocación; nueva, mediante la incesante "conversión". Tal "sepultura en la muerte" hace que el hombre, "sepultado con Cristo", "viva como Cristo en una vida nueva". En Cristo crucificado encuentran su fundamento último, tanto la consagración bautismal, como la profesión de los consejos evangélicos, la cual -según las palabras del Vaticano II- "constituye una especial consagración". Esta es a la vez muerte y liberación. San Pablo escribe: "consideraos muertos al pecado"; al mismo tiempo, sin embargo, llama a esta muerte "liberación de la esclavitud del pecado". Pero sobre todo la consagración religiosa constituye, sobre la base sacramental del bautismo, una nueva vida "por Dios en Jesucristo".

Así, junto con la profesión de los consejos evangélicos, es "despojado el hombre viejo" de un modo más maduro y más consciente y, del mismo modo, "es revestido el hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y en la santidad verdaderas", para usar aún las palabras de la Carta a los Efesios (29).


(25) Cfr. ; cfr. también Documento de la S. C. para los Religiosos e Institutos Seculares "Elementos esenciales" (31 mayo 1983), nn. 5 ss.

(26)
Rm 6,3-4.

(27) Rm 6,6.

(28) Rm 6,11.

(29) Cfr. Ep 4,22-24.


Alianza del amor esponsal

8
8. Así pues, queridos Hermanos y Hermanas, todos vosotros que en la Iglesia entera vivís la alianza de la profesión de los consejos evangélicos, renovad en este Año Santo de la Redención la conciencia de vuestra participación especial en la muerte sobre la Cruz del Redentor; es decir de aquella participación mediante la cual habéis resucitado con Él, y constantemente resucitáis a una nueva vida. El Señor habla a cada uno y cada una de vosotros, como una vez habló por medio del profeta Isaías:

"No temas, porque yo te he rescatado,
yo te llamé por tu nombre
y tú me perteneces" (30).

La llamada evangélica: "Si quieres ser perfecto… sígueme" (31) nos guía con la luz de las palabras del divino Maestro. Desde lo profundo de la Redención llega la llamada de Cristo, y desde esta profundidad alcanza el alma del hombre; en virtud de la gracia de la Redención, esta llamada salvífica asume, en el alma del llamado, la forma concreta de la profesión de los consejos evangélicos. En esta forma está contenida vuestra respuesta a la llamada del amor redentor, y ésta es también una respuesta de amor: amor de donación, que es el alma de la consagración, es decir, de la consagración de la persona. Las palabras de Isaías: "te he rescatado", "tú me perteneces" parecen sellar precisamente este amor, amor de una total y exclusiva consagración a Dios.

De ese modo se forma la particular alianza del amor esponsal, en la que parecen resonar con un eco incesante las palabras relativas a Israel, que el Señor "eligió para sí… por posesión suya" (32). En efecto, en cada persona consagrada es elegido el "Israel" de la nueva y eterna Alianza. Todo el Pueblo mesiánico, la Iglesia entera es elegida en cada persona que el Señor escoge de entre ese Pueblo; en cada persona que, por todos, se consagra a Dios como propiedad exclusiva. En efecto, aunque ninguna persona, ni siquiera la más santa, puede repetir las palabras de Cristo: "Yo por ellos me santifico" (33) según la fuerza redentora propia de estas palabras, sin embargo, gracias al amor de donación, cada uno, ofreciéndose como propiedad exclusiva a Dios, puede "mediante la fe" hallarse comprendido en el ámbito de estas palabras.

¿No nos invitan quizás a esto las otras palabras del Apóstol en la Carta a los Romanos, que repetimos y meditamos muy a menudo: "Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto racional?" (34). En estas palabras resuena como un eco lejano de Aquél que, viniendo al mundo y haciéndose hombre, dice al Padre: "Me has preparado un cuerpo… Héme aquí que vengo… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad" (35).

Remontémonos pues -en el contexto particular del Año jubilar de la Redención- al misterio del cuerpo y del alma de Cristo, como sujeto integral del amor esponsal y redentor; esponsal porque es redentor. Por amor se ofreció a sí mismo, por amor entregó su cuerpo "por el pecado del mundo" Sumergiéndoos mediante la consagración de los votos religiosos en el misterio pascual del Redentor, vosotros, con el amor de una entrega total, deseáis colmar vuestras almas y vuestros cuerpos del espíritu de sacrificio, tal como os invita a hacer San Pablo con las palabras de la Carta a los Romanos, recién citadas: ofreced vuestros cuerpos como hostia (36). De ese modo se imprime en la profesión religiosa la semejanza de aquel amor que en el Corazón de Cristo es redentor y a la vez esponsal. Y tal amor debe brotar en cada uno de vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, de la fuente misma de aquella particular consagración que -sobre la base sacramental del Bautismo- es el comienzo de vuestra nueva vida en Cristo y en la Iglesia, es el comienzo de la nueva creación.

Que, junto a este amor, se afiance en cada uno y en cada una de vosotros la alegría de pertenecer exclusivamente a Dios, de ser una herencia particular del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Repetid de vez en cuando con el Salmista las inspiradas palabras:

"¿A quién tengo yo en los cielos?
Fuera de ti, en nada me complazco
sobre la tierra.
Desfallece mi carne y mi corazón;
la roca de mi corazón y mi porción
es Dios por siempre" (37).
O bien estas otras:
"Yo dije a Yavé: 'Mi Señor eres tú,
no hay dicha para mí fuera de ti'.
Yavé es la parte de mi heredad y mi cáliz;
tú eres quien me garantizas mi lote" (38).

La conciencia de pertenecer a Dios mismo en Jesucristo, Redentor del mundo y Esposo de la Iglesia, selle vuestros corazones (39), todos vuestros pensamientos, palabras y obras, con el sello de la esposa bíblica. Como vosotros sabéis, este conocimiento cálido y profundo de Cristo se realiza y profundiza cada día más, gracias a la vida de oración personal, comunitaria y litúrgica, propia de cada una de vuestras Familias religiosas. También en esto, y sobre todo por esto, los Religiosos y las Religiosas entregados esencialmente a la contemplación son una ayuda válida y un apoyo estimulante para sus hermanos y hermanas dedicados a las obras de apostolado. Que esta conciencia de pertenecer a Cristo abra vuestros corazones, pensamientos y obras, con la llave del misterio de la Redención, a todos los sufrimientos, a todas las necesidades y a todas las esperanzas de los hombres y del mundo, en medio de los cuales vuestra consagración evangélica se ha injertado como un signo particular de la presencia de Dios "por quien todos viven" (40), congregados en la dimensión invisible de su Reino.

La palabra "sígueme", pronunciada por Cristo cuando "miró y amó" a cada uno y a cada una de vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, tiene también este significado; toma parte, del modo más completo y radical posible, en la formación de esa "criatura nueva" (41), que debe surgir de la redención del mundo mediante la fuerza del Espíritu de Verdad, que actúa por la abundancia del misterio pascual de Cristo.


(30)
Is 43,1.

(31) Mt 19,21.

(32) Ps 135,4.

(33) Jn 17,19.

(34) Rm 12,1.

(35) He 10,5.7.

(36) Cfr. Rm 12,1.

(37) Ps 73,25-26.

(38) Ps 16,2.5.

(39) Cfr. Ct 8,6.

(40) Cfr. Lc 20,38.

(41) 2Co 5,17.



IV CONSEJOS EVANGÉLICOS


Economía de la Redención.

9
9. Mediante la profesión se abre ante cada uno y cada una de vosotros el camino de los consejos evangélicos. En el Evangelio hay muchas exhortaciones que sobrepasan la medida del mandamiento, indicando no sólo lo que es "necesario", sino lo que es "mejor". Así, por ejemplo, la exhortación a no juzgar (42), a prestar "sin esperanza de remuneración" (43), a satisfacer todas las peticiones y deseos del prójimo (44), a invitar al banquete a los pobres (45), a perdonar siempre (46) y tantas otras. Si, siguiendo la Tradición, la profesión de los consejos evangélicos se ha concentrado sobre los tres puntos de la castidad, pobreza y obediencia, tal costumbre parece poner de relieve de modo suficientemente claro su importancia de elementos-clave y, en un cierto sentido, "compendio" de toda la economía de la salvación. Todo lo que en el Evangelio es consejo entra indirectamente en el programa de aquel camino, al que Cristo llama cuando dice: "Sígueme". Pero la castidad, la pobreza y la obediencia dan a este camino una particular característica cristocéntrica e imprimen a la misma un signo específico de la economía de la Redención.

Es esencial para esta "economía" la transformación de todo el cosmos a través del corazón del hombre desde dentro: "La expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios… con la esperanza de que también ellas (las criaturas) serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (47). Esta transformación es simultánea al amor que la llamada de Cristo infunde en el interior del hombre, con el amor que constituye la esencia misma de la consagración, la consagración del hombre y de la mujer a Dios en la profesión religiosa, sobre el fundamento de la consagración sacramental del bautismo. Podemos descubrir las bases de la economía de la Redención leyendo las palabras de la primera Carta de San Juan: "No al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (48).

La profesión religiosa pone en el corazón de cada uno y cada una de vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, el amor del Padre: aquel amor que hay en el corazón de Jesucristo, Redentor del mundo. Este es un amor que abarca al mundo y a todo lo que en él viene del Padre y que al mismo tiempo tiende a vencer en el mundo todo lo que "no viene del Padre". Tiende por tanto a vencer la triple concupiscencia. "La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida" están en el hombre como herencia del pecado original, por cuya consecuencia la relación con el mundo, creado por Dios y dado en señorío al hombre (49), fue deformada en el corazón humano de diversas maneras. En la economía de la Redención los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia constituyen los medios más radicales para transformar en el corazón del hombre tal relación con "el mundo"; con el mundo exterior y con el propio "yo", el cual en cierto modo es la parte central "del mundo" en el sentido bíblico, si en él se enraiza lo que "no viene del Padre".

En el contexto de las frases citadas por la primera Carta de San Juan, no es difícil advertir la importancia fundamental de los tres consejos evangélicos en toda la economía de la Redención. En efecto, la castidad evangélica nos ayuda a transformar en nuestra vida interior lo que encuentra su raíz en la concupiscencia de la carne; la pobreza evangélica, todo lo que tiene su raíz en la concupiscencia de los ojos; finalmente, la obediencia evangélica nos permite transformar de modo radical lo que en el corazón humano brota del orgullo de la vida. Hablamos aquí ex profeso de la superación como de una transformación, ya que toda la economía de la Redención se encuadra en el marco de las palabras, dirigidas por Cristo en la oración sacerdotal al Padre: ‘No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal’" (50). Los consejos evangélicos en su finalidad esencial sirven "para renovar la creación"; "el mundo", gracias a ellos, debe estar sometido al hombre y entregado a él, de manera que el hombre mismo sea perfectamente entregado a Dios.


(42) Cfr.
Mt 7,1.

(43) Lc 6,35.

(44) Cfr. Mt 5,40-42.

(45) Cfr. Lc 14,13-14.

(46) Cfr. Mt 6,14-15.

(47) Rm 8,19-21.

(48) 1Jn 2,15-17.

(49) Cfr. Gn 1,28.

(50) Jn 17,15.



ES - REDEMPTIONIS DONUM