ES - REDEMPTIONIS DONUM 10

Participación en el anonadamiento de Cristo

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10. La finalidad interior de los consejos evangélicos conduce al descubrimiento de otros aspectos, que ponen de relieve su íntima relación con la economía de la Redención. Se sabe que ésta encuentra su punto culminante en el misterio pascual de Jesucristo, en el que se unen el anonadamiento mediante la muerte, y el nacimiento a una Vida nueva mediante la resurrección. La práctica de los consejos evangélicos lleva consigo un reflejo profundo de esta dualidad pascual (51): la destrucción inevitable de todo lo que es pecado en cada uno de nosotros y su herencia, y la posibilidad de renacer cada día a un bien más profundo, escondido en el alma humana. Este bien se manifiesta bajo la acción de la gracia, a la cual la práctica de la castidad, pobreza y obediencia hace particularmente sensible el alma del hombre. La economía total de la Redención se realiza precisamente a través de esta sensibilidad a la misteriosa acción del Espíritu Santo, artífice directo de toda santidad. En este camino la profesión de los consejos evangélicos abre en cada uno de vosotros y vosotras, queridos Hermanos y Hermanas un amplio espacio a la "criatura nueva" (52), que emerge en vuestro propio "yo" humano de la economía de la Redención y, a través de este "yo" humano, también en la dimensión interpersonal y social. Al mismo tiempo emerge pues en la humanidad como parte del mundo creado por Dios; de aquel mundo que el Padre amó "nuevamente" en el Hijo eterno, Redentor del mundo.

San Pablo dice de este Hijo que "a pesar de tener la forma de Dios… se anonadó, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres" (53). La característica del anonadamiento contenida en la práctica de los consejos evangélicos es por consiguiente una particularidad completamente cristocéntrica. Y por esto también el Maestro de Nazaret indica explícitamente la Cruz como condición para seguir sus huellas. El que una vez dijo a cada uno de vosotros "Sígueme", ha dicho además: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (= camine tras mis huellas) (54). Y lo decía a todos sus oyentes, no sólo a los discípulos. La ley de la renuncia pertenece, por consiguiente, a la misma esencia de la vocación cristiana. Sin embargo, pertenece de modo particular a la esencia de la vocación unida a la profesión de los consejos evangélicos. A los que se encuentran en el camino de esta vocación, hablarán también con un lenguaje comprensible aquellas difíciles expresiones que encontramos en la Carta a los Filipenses: por El "todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo y ser hallado con El" (55).

Renuncia pues -reflejo del misterio del Calvario- para "volver a encontrarse" más plenamente en Cristo crucificado y resucitado; renuncia, para reconocer en El plenamente el misterio de la propia humanidad y confirmarlo en el camino de aquel admirable proceso, del que el mismo Apóstol escribe en otro lugar: "Mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día" (56). De este modo la economía de la Redención transfiere el poder del misterio pascual al terreno de la humanidad, dócil a la llamada de Cristo a la vida de castidad, pobreza y obediencia, o sea, a la vida según los consejos evangélicos.


(51) Cfr. .

(52)
2Co 5,17.

(53) .

(54) Mc 8,34 Mt 16,24.

(55) .

(56) 2Co 4,16.



V CASTIDAD - POBREZA - OBEDIENCIA

Castidad

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11. El perfil pascual de esta llamada se reconoce bajo diversos puntos de vista, en relación con cada consejo.

Es, en efecto, según la medida de la economía de la Redención como hay que juzgar y practicar aquella castidad que cada uno de vosotros ha prometido mediante el voto, junto con la pobreza y la obediencia. En esto se contiene la respuesta a las palabras de Cristo, que son a la vez una invitación: "Y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda" (57). Precedentemente Cristo había subrayado: "No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado" (58). Estas últimas palabras ponen en evidencia que esta invitación es un consejo. El Apóstol Pablo ha dedicado también a este tema una apropiada reflexión en la primera Carta a los Corintios (59). Este consejo está dirigido de modo especial al amor del corazón humano. Pone más de relieve el carácter esponsal de este amor. Mientras la pobreza y más aún la obediencia parecen poner de relieve ante todo el aspecto del amor redentor contenido en la consagración religiosa. Se trata aquí, como se sabe, de la castidad en el sentido de "hacerse eunucos por el reino de los cielos"; es decir, se trata de la virginidad como expresión del amor esponsal por el Redentor mismo. En este sentido el Apóstol enseña que "hace bien" quien elige el matrimonio, y "hace mejor" quien elige la virginidad (60). "El célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor" (61), y "la mujer no casada y la doncella sólo tienen que preocuparse de las cosas del Señor, de ser santas en cuerpo y en espíritu" (62).

No se da -en las palabras de Cristo ni en las de Pablo- desestimación alguna del matrimonio. El consejo evangélico de la castidad es sólo una indicación de aquella particular posibilidad que para el corazón humano, tanto del hombre como de la mujer, constituye el amor esponsal del mismo Cristo, de Jesús "Señor". El "hacerse eunucos por el reino de los cielos", en efecto, no es sólo una libre renuncia al matrimonio y a la vida de familia, sino que es una elección carismática de Cristo como Esposo exclusivo. Esta elección no sólo permite "preocuparse" específicamente de las cosas del Señor, sino que -hecha "por el reino de los cielos"- acerca este reino escatológico de Dios a la vida de todos los hombres en la condición de la temporalidad y lo hace, en cierto modo, presente al mundo.

Mediante ello las personas consagradas realizan la finalidad interior de toda la economía de la Redención. En efecto, esta finalidad se expresa en acercar el Reino de Dios a su definitiva dimensión escatológica. A través del voto de castidad las personas consagradas participan en la economía de la Redención mediante la libre renuncia a los gozos temporales de la vida matrimonial y familiar; por otra parte, precisamente en su "hacerse eunucos por el reino de los cielos" llevan en medio del mundo que pasa el anuncio de la futura resurrección (63) y de la vida eterna; de la vida en unión con Dios mismo mediante la visión beatífica y el amor que contiene en sí e invade íntimamente todos los demás amores del corazón humano.


(57)
Mt 19,12.

(58) Mt 19,11.

(59) Cfr. 1Co 7,28-40.

(60) Cfr. 1Co 7,38.

(61) 1Co 7,32.

(62) 1Co 7,34.

(63) Cfr. Lc 20,34-36 Mt 22,30 Mc 12,25.


Pobreza


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12. ¡Qué expresivas son respecto a la pobreza las palabras de la segunda Carta a los Corintios, que constituyen una síntesis concisa de todo lo que sobre este tema escuchamos en el Evangelio! "Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza" (64). Según estas palabras la pobreza entra en la estructura interior de la gracia redentora de Jesucristo. Sin la pobreza es imposible comprender el misterio de la donación de la divinidad al hombre, donación que se ha realizado precisamente en Jesucristo. También por esto, la pobreza se encuentra en el centro mismo del Evangelio al comienzo del mensaje de las ocho bienaventuranzas: "Bienaventurados los pobres de espíritu" (65). La pobreza evangélica abre a los ojos del alma humana la perspectiva de todo el misterio "oculto desde los siglos en Dios" (66). Sólo los que son de este modo "pobres", son a la vez interiormente capaces de comprender la pobreza de Aquel que es infinitamente rico. La pobreza de Cristo encierra en sí esta infinita riqueza de Dios; ella es más bien su expresión infalible. Una riqueza, en efecto, como es la misma Divinidad, no se habría podido expresar adecuadamente en ningún bien creado. Puede expresarse solamente en la pobreza. Por esto, puede ser comprendida de modo justo sólo por los pobres, por los pobres de espíritu. Cristo, Hombre-Dios, es el primero de ellos. El que "era rico y se ha hecho pobre", no es solamente el maestro, sino también el portavoz y el garante de aquella pobreza salvífica, que corresponde a la riqueza infinita de Dios y al poder inagotable de su gracia.

Es pues verdad -como escribe el Apóstol- que "por su pobreza somos ricos". Es el maestro y el portavoz de la pobreza que enriquece. Precisamente por esto dice al joven en los Evangelios sinópticos: "Vende cuanto tienes… dalo… y tendrás un tesoro en los cielos" (67). Se da en estas palabras una llamada para enriquecer a los demás a través de la propia pobreza; pero en el interior de esta llamada está escondido el testimonio de la infinita riqueza de Dios que, transferida al alma humana mediante el misterio de la gracia, crea en el mismo hombre, precisamente a través de la pobreza, un manantial para enriquecer a los demás no comparable con cualquier otra clase de bienes materiales; un manantial para enriquecer a los demás a semejanza de Dios mismo. Esta dádiva se da en el ámbito del misterio de Cristo, que "nos ha hecho ricos con su pobreza". Vemos cómo este proceso de enriquecimiento se desarrolla en las páginas del Evangelio, encontrando su punto culminante en la pascua: Cristo, el más pobre, con su muerte en la Cruz, es a la vez, el que nos enriquece infinitamente con la plenitud de la Vida nueva, mediante la resurrección.

Queridos Hermanos y Hermanas, pobres de espíritu mediante la profesión evangélica: mantened a lo largo de vuestra vida este perfil salvífico de la pobreza de Cristo. Buscad día tras día su madurez cada vez mayor. Buscad sobre todo "el reino y su justicia" y lo demás "se os dará por añadidura" (68). Que en vosotros y por medio vuestro se realice la bienaventuranza evangélica reservada a los pobres (69), a los pobres de espíritu (70).


(64)
2Co 8,9.
(65) Mt 5,3.
(66) Ep 3,9.
(67) Mt 19,21; cfr. Mc 10,21 Lc 18,22.
(68) Mt 6,33.
(69) Cfr. Lc 6,20.
(70) Cfr. Mt 5,3.

Obediencia

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13. Cristo "a pesar de tener la forma de Dios, no reputó como botín (codiciable) el ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y así, por el aspecto, siendo reconocido como hombre, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (71).

Tocamos aquí, en estas palabras de la Carta de Pablo a los Filipenses, la esencia misma de la Redención. En esta realidad está inscrita de modo primario y constitutivo la obediencia de Jesucristo. Confirman también este dato otras palabras del Apóstol, entresacadas esta vez de la Carta a los Romanos: "Pues como, por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos se constituirán en justos" (72).

El consejo evangélico de la obediencia es la llamada que brota de esta obediencia de Cristo "hasta la muerte" Los que acogen esta llamada, expresada mediante la palabra "sígueme", deciden como afirma el Concilio- seguir a Cristo "que… redimió y santificó a los hombres por la obediencia hasta la muerte de Cruz" (73). Al realizar el consejo evangélico de la obediencia, ellos alcanzan la esencia profunda de la economía total de la Redención. Al llevar a cabo este consejo desean conseguir una participación especial en la obediencia de aquel "uno", a través de cuya obediencia todos "se constituirán en justos".

Por consiguiente, se puede decir que los que deciden vivir según el consejo de la obediencia se ponen de modo particular entre el misterio del pecado (74) y el misterio de la justificación y de la gracia salvífica. Se encuentran en este "lugar" con todo el fondo pecaminoso de la propia naturaleza humana, con toda la herencia del "orgullo de la vida", con toda la tendencia egoísta a dominar y no a servir, y se deciden precisamente a través del voto de obediencia a transformarse a semejanza de Cristo, que "redimió y santificó a los hombres por la obediencia". En el consejo de la obediencia desean encontrar su parte en la Redención de Cristo y su camino de santificación.

Este es el camino que Cristo ha trazado en el Evangelio, hablando muchas veces del cumplimiento de la voluntad de Dios, de su búsqueda incesante: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (75). "Porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (76). "El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que es de su agrado" (77). "Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (78). Este constante cumplimiento de la voluntad del Padre hace pensar también en aquella confesión mesiánica del salmista de la Antigua Alianza: "En el rollo del libro me está prescrito: hacer tu complacencia; Dios mío, (ello) me es grato, y tu Ley está en medio de mis entrañas" (79).

Esta obediencia del Hijo -llena de gozo- alcanza su cenit en la Pasión y en la Cruz: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (80). Desde el momento de la oración en Getsemaní la disponibilidad de Cristo a hacer la voluntad del Padre se llena hasta el límite del sufrimiento, se convierte en aquella obediencia "hasta la muerte y muerte de Cruz", de la que habla San Pablo.

A través del voto de obediencia las personas consagradas deciden imitar con humildad de un modo especial la obediencia del Redentor. Aunque, en efecto, la sumisión a la voluntad de Dios y la obediencia a su ley sean para todo estado condición de vida cristiana, sin embargo en el "estado religioso", en el "estado de perfección", el voto de obediencia establece en el corazón de cada uno de vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, el deber de una particular referencia a Cristo "obediente hasta la muerte". Y dado que esta obediencia de Cristo constituye el núcleo esencial de la obra de la Redención, como resulta de las palabras del Apóstol citadas anteriormente, por eso mismo, al cumplir el consejo evangélico de la obediencia, se debe percibir también un momento particular de aquella "economía de la Redención", que envuelve vuestra vocación en la Iglesia.

De aquí brota esa "disponibilidad total al Espíritu Santo", que actúa ante todo en la Iglesia, como expresa mi Predecesor Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelica testificatio (81), pero que igualmente se manifiesta en las Constituciones de vuestros Institutos. De aquí brota aquella sumisión religiosa que en espíritu de fe las personas consagradas demuestran a los propios Superiores legítimos, que ocupan el puesto de Dios (82).

En la Carta a los Hebreos encontramos una indicación muy significativa sobre este tema: "Obedeced a vuestros jefes y estadles sujetos, que ellos velan sobre vuestras almas, como quien ha de dar cuenta de ellas". Y el Autor de la misma Carta añade: "obedeced… para que lo hagan con alegría y sin gemidos, que esto sería para vosotros sin utilidad" (83).

Los Superiores, por su parte, recordando el deber que tienen de ejercitar en espíritu de servicio la potestad conferida a ellos mediante el ministerio de la Iglesia, se muestren siempre disponibles a escuchar a sus propios hermanos, para poder discernir mejor lo que el Señor exige a cada uno, manteniendo firmemente la autoridad que tienen de decidir y de mandar lo que consideren oportuno.

Igualmente, a la sumisión-obediencia entendida de este modo se une la actitud de servicio, que conforma toda vuestra vida según el ejemplo del Hijo del Hombre, el cual "no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (84). Y su Madre, en el momento decisivo de la Anunciación-Encarnación, penetrando desde el comienzo en toda la economía salvífica de la Redención, dijo: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (85).

Recordad también, queridos Hermanos y Hermanas, que la obediencia a la que os habéis comprometido, consagrándoos sin reserva a Dios mediante la profesión de los consejos evangélicos, es una particular expresión de la libertad interior, como una definitiva expresión de la libertad de Cristo fue su obediencia "hasta la muerte": "Yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy de mí mismo" (86).


(71)
Ph 2,6-8.

(72) Rm 5,19.

(73) PC 1.

(74) Mysterium iniquitatis: cfr. 2Th 2,7.

(75) Jn 4,34.

(76) Jn 5,30.

(77) Jn 8,29.

(78) Jn 6,38.

(79) Ps 40,8-9; cfr. He 19,7.

(80) Lc 22,42; cfr. Mc 14,36 Mt 26,42.

(81) Cfr. Evangelica testificatio, 6: AAS 63 (1971), 500.

(82) Cfr. .

(83) He 13,17.

(84) Mc 10,45.

(85) Lc 1,38.

(86) Jn 10,17-18.



VI AMOR A LA IGLESIA


Testimonio

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14. En el Año jubilar de la Redención, toda la Iglesia desea renovar su amor a Cristo, Redentor del hombre y del mundo, su Señor y a la vez su Esposo divino. Por ello, en este Año Santo la Iglesia mira con particular atención a vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, que como personas consagradas ocupáis un lugar especial tanto en la comunidad universal del Pueblo de Dios como en cada comunidad local. Si la Iglesia desea que mediante la gracia del Jubileo extraordinario se renueve también vuestro amor a Cristo, al mismo tiempo es plenamente consciente de que este amor constituye un bien particular de todo el Pueblo de Dios. La Iglesia es consciente de que en el amor que Cristo recibe de las personas consagradas, el amor de todo el Cuerpo se dirige de modo especial y excepcional al Esposo, que a la vez es Cabeza de este Cuerpo. La Iglesia os expresa, queridos Hermanos y Hermanas, su agradecimiento por la consagración y la profesión de los consejos evangélicos, que son un particular testimonio de amor. Al mismo tiempo ella ratifica su gran confianza en vosotros que habéis elegido un estado de vida, que es un don especial de Dios a su Iglesia; ella cuenta con vuestra colaboración completa y generosa para que, como administradores fieles de tan preciado don, "sintáis con la Iglesia" y actuéis siempre con ella, de acuerdo con las enseñanzas y las normas del Magisterio de Pedro y de los Pastores en comunión con él, cultivando, a nivel personal y comunitario, una renovada conciencia eclesial. Contemporáneamente ella ruega por vosotros, para que vuestro testimonio de amor no cese nunca (87), y os pide también que acojáis con tal espíritu el presente mensaje del Año jubilar de la Redención.

Así rogaba el Apóstol en su Carta a los Filipenses: "Que vuestra caridad crezca más y más… en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia…" (88).

Por obra de la Redención de Cristo "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (89). Pido incesantemente al Espíritu Santo que os conceda a cada uno y cada una de vosotros, "según el propio don" (90), dar un testimonio particular de este amor. Venza en vosotros, de manera digna de vuestra vocación,"la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús…", esa ley que nos "libró de la ley… de la muerte" (91). Vivid, por consiguiente, esta vida nueva a la medida de vuestra consagración y también según los distintos dones de Dios que corresponden a la vocación de las respectivas Familias religiosas. La profesión de los consejos evangélicos indica a cada uno y cada una de vosotros de qué modo "con la ayuda del Espíritu Santo haréis morir" (92) todo lo que es contrario a la Vida y sirve al pecado y a la muerte; todo lo que se opone al verdadero amor a Dios y a los hombres. El mundo tiene necesidad de la auténtica "contradicción" de la consagración religiosa como levadura incesante de renovación salvífica. "Que no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta" (93). Después del especial período de experimentación y de puesta al día, previsto en el Motu proprio Ecclesiae Sanctae, vuestros Institutos han recibido recientemente, o se disponen a recibir, la aprobación por parte de la Iglesia de las Constituciones renovadas Que este don de la Iglesia os estimule a conocerlas, amarlas y, sobre todo, vivirlas con generosidad y fidelidad, recordando que la obediencia es una manifestación inequívoca del amor.

Precisamente el mundo actual y la humanidad tienen necesidad de este testimonio de amor. Tienen necesidad del testimonio de la Redención tal como está impresa en la profesión de los consejos evangélicos. Estos consejos, cada uno según su carácter propio y todos juntos en íntima conexión, "dan testimonio" de la Redención que, con el poder de la Cruz y la Resurrección de Cristo, guía al mundo y a la humanidad en el Espíritu Santo hacia aquel cumplimiento definitivo, que el hombre -y a través del hombre la creación entera- encuentra en Dios y sólo en Dios. Vuestro testimonio es, por lo tanto, inestimable. Hay que dedicarse con constancia para que sea plenamente transparente y fructífero en medio de los hombres. A ello ayudará también la fiel observancia de las normas de la Iglesia que se refieren a la manifestación incluso exterior de vuestra consagración y de vuestro compromiso de pobreza (94).


(87)
Lc 22,32.

(88) Ph 1,9-11.

(89) Rm 5,5.

(90) Cfr. 1Co 7,7.

(91) Rm 8,2.

(92) Cfr. Rm 8,13.

(93) Rm 12,2.

(94) Cfr. CIC 669.


Apóstolado

15
15. De este testimonio de amor esponsal a Cristo, a través del cual se hace particularmente visible entre los hombres toda la verdad salvífica del Evangelio, nace también, queridos Hermanos y Hermanas, como característica de vuestra vocación, la participación en el apostolado de la Iglesia, en su misión universal, que se realiza contemporáneamente en medio de todas las naciones, de tantos modos diversos y mediante la multiplicidad de los dones concedidos por Dios. Vuestra misión específica está armoniosamente concertada con la misión de los Apóstoles, que el Señor envió por todo el mundo para enseñar a todas las gentes (95), y está unida también a esta misión del orden jerárquico. En el apostolado que desarrollan las personas consagradas, su amor esponsal por Cristo se convierte de modo casi orgánico en amor por la Iglesia como Cuerpo de Cristo, por la Iglesia como Pueblo de Dios, por la Iglesia que es a la vez Esposa y Madre.

Es difícil describir, más aún enumerar, de qué modos tan diversos las personas consagradas realizan, a través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por la Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don corresponde a las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento de la historia, y a su vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades religiosas como uno de los elementos duraderos de la vida y del apostolado de la Iglesia. En cada uno de estos elementos, en todo campo -tanto en el de la contemplación fecunda para el apostolado como en el de la acción directamente apostólica- os acompaña la bendición constante de la Iglesia y, a la vez, su pastoral y maternal solicitud, en lo referente a la identidad espiritual de vuestra vida y la rectitud de vuestro actuar en medio de la gran comunidad universal de las vocaciones y de los carismas de todo el Pueblo de Dios. Bien sea a través de cada uno de los Institutos por separado, bien sea mediante su integración orgánica, en el conjunto de la misión de la Iglesia se pone de particular relieve aquella economía de la Redención, cuyo signo profundo cada uno y cada una de vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, lleva consigo mediante la consagración y la profesión de los consejos evangélicos.

Y por lo tanto, aunque son muy importantes las múltiples obras apostólicas que realizáis, sin embargo la obra de apostolado verdaderamente fundamental permanece siempre lo que (y a la vez quiénes) sois dentro de la Iglesia. Se pueden repetir de cada uno y cada una de vosotros, a título especial, las palabras del Apóstol: "Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (96). Y a la vez ese "estar escondidos con Cristo en Dios" permite que se apliquen a vosotros las palabras del Maestro mismo: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (97).

Para esta luz, mediante la cual debéis "resplandecer ante los hombres", es importante entre vosotros el testimonio de recíproca caridad, unida al espíritu fraterno de cada Comunidad, ya que el Señor dijo: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros" (98).

La naturaleza fundamentalmente comunitaria de vuestra vida religiosa, alimentada por la doctrina del Evangelio, por la Sagrada Liturgia y, sobre todo, por la Eucaristía, constituye un modo privilegiado de realizar esta dimensión interpersonal y social. Ayudándoos mutuamente y llevando unos el peso de los otros, manifestáis a través de vuestra unión que Cristo está presente en medio de vosotros (99). Es importante para vuestro apostolado en la Iglesia ser sensibles a las necesidades y a los sufrimientos del hombre, que se muestran tan claramente y de modo tan conmovedor en el mundo de hoy. El Apóstol, en efecto, enseña: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas, y así cumpliréis la Ley de Cristo" (100); y añade que "el amor es la plenitud de la Ley" (101).

Vuestra misión debe ser visible. Debe ser profundo, muy profundo el vínculo que la une a la Iglesia (102). A través de todo lo que hacéis y, sobre todo, mediante lo que sois, que se proclame y se confirme la verdad de que "Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella" (103); la verdad que está en la base de toda la economía de la Redención. Que de Cristo, Redentor del mundo, brote como fuente inagotable vuestro amor a la Iglesia.


(95) Cfr.
Mt 28,19.

(96) Col 3,3.

(97) Mt 5,16.

(98) Jn 13,35.

(99) Cfr. .

(100) Ga 6,2.

(101) Rm 13,10.

(102) Lo recuerda explícitamente el Código de Derecho Canónico a propósito de la actividad apostólica. Cfr. CIC 675, par. 3.

(103) Ep 5,25.



VII CONCLUSIÓN


Con corazón iluminado

16
16. Esta Exhortación que os dirijo en la solemnidad de la Anunciación del Año jubilar de la Redención, quiere ser expresión del amor que la Iglesia siente por los Religiosos y las Religiosas. Vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, sois en efecto un bien especial de la Iglesia. Y este bien se hace más comprensible mediante la meditación de la realidad de la Redención, para la que el presente Año Santo ofrece una ocasión constante y un feliz estímulo. Reconoced pues bajo esta luz vuestra identidad y dignidad. Que el Espíritu Santo -en virtud de la Cruz y la Resurrección de Cristo- "ilumine los ojos de vuestro corazón, para que entendáis cuál es la esperanza a la que os ha llamado, cuáles las riquezas y la gloria de su herencia otorgada a los santos" (104).

Estos "ojos iluminados del corazón" pide la Iglesia sin cesar para cada uno y cada una de vosotros, que ya habéis entrado en el camino de la profesión de los consejos evangélicos. Los mismos "ojos iluminados" la Iglesia, junto con vosotros, pide para tantos cristianos, especialmente para la juventud masculina y femenina, a fin de que puedan descubrir este camino y no tengan miedo de seguirlo, y para que aun en medio de las circunstancias adversas de la vida de hoy puedan escuchar el "Sígueme" (105) de Cristo. También vosotros debéis empeñaros en este objetivo mediante vuestra plegaria y, a la vez, el testimonio de aquel amor por el que "Dios permanece en nosotros y su amor es en nosotros perfecto" (106). Que este testimonio esté presente por doquier y sea universalmente perceptible. Que el hombre de nuestro tiempo, espiritualmente cansado, encuentre en él apoyo y esperanza. Por consiguiente, servid a los hermanos con el gozo que brota de un corazón en el cual Cristo mora. Ojalá que "el mundo actual… pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados… sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo…" (107).

La Iglesia, en su amor por vosotros, no cesa "de doblar las rodillas ante el Padre" (108), para que obre en vosotros "… el fortalecimiento del hombre interior" (109), y como en vosotros, así lo realice también en muchos otros, hermanos y hermanas bautizados, especialmente entre los jóvenes, para que encuentren el mismo camino hacia la santidad que a lo largo de la historia han recorrido tantas generaciones en compañía de Cristo -Redentor del mundo y Esposo de las almas-, dejando a menudo tras de sí el halo intenso de la luz de Dios sobre el fondo gris y tenebroso de la existencia humana.

A todos vosotros, que recorréis este camino en el momento actual de la historia de la Iglesia y del mundo, se dirige este ferviente deseo en el Año jubilar de la Redención, para que "arraigados y fundados en la caridad, podáis comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios" (110).


(104)
Ep 1,18.

(105) Lc 5,27.

(106) 1Jn 4,12.

(107) Pablo PP. VI. EN 80.

(108) Cfr. Ep 3,14.

(109) Cfr. Ep 3,16.

(110) Ep 3,17-19.


Mensaje de la solemnidad de la Anunciación del Señor

17
17. En la festividad de la Anunciación de este Año Santo de la Redención, pongo la presente Exhortación en el Corazón de la Virgen Inmaculada. Entre todas las personas consagradas sin reserva a Dios Ella es la primera. Ella -la Virgen de Nazaret- es también la más plenamente consagrada a Dios; consagrada del modo más perfecto. Su amor esponsal alcanza el culmen en la Maternidad divina por obra del Espíritu Santo. Ella, que como Madre lleva en sus brazos a Cristo, al mismo tiempo realiza del modo más perfecto su llamada: "Sígueme". Y lo sigue -Ella, la Madre- como a su Maestro, en castidad, pobreza y obediencia.

¡Qué pobre fue en la noche de Belén y qué pobre en el Calvario! ¡Cuán obediente se mostró durante la Anunciación; y después -al pie de la Cruz- cuán obediente se mostró hasta el punto de aceptar la muerte del Hijo, que se ha hecho obediente hasta la muerte! ¡Cuán entregada estuvo durante su vida terrena a la causa del reino de los cielos por purísimo amor!

Si toda la Iglesia encuentra en María su primer modelo, con más razón lo encontráis vosotros, personas y comunidades consagradas dentro de la Iglesia. En el día que recuerda la inauguración del Jubileo de la Redención, tenida el pasado año, me dirijo a vosotros con este mensaje, para invitaros a avivar vuestra consagración religiosa según el modelo de la consagración de la misma Madre de Dios.

Queridos Hermanos y Hermanas: "Fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a participar con Jesucristo, su Hijo y Señor nuestro" (111). Perseverando en la fidelidad con El que es fiel, esforzaos por buscar un apoyo especial en María. En efecto, Ella ha sido llamada por Dios a la comunión más perfecta con su Hijo. Sea también Ella, Virgen fiel, la Madre de vuestra vía evangélica; que os ayude a experimentar y a mostrar ante el mundo cuán infinitamente fiel es Dios mismo.


(111)
1Co 1,9.


Con estos sentimientos, os bendigo de corazón.


Dado en el Vaticano, el día 25 de marzo del Año jubilar de la Redención de 1984, sexto de mi pontificado.

Joannes Paulus pp. II




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