Teresa III Cartas 24

24

Carta XXIV

Al mesmo padre fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios.


Jesús sea con vuestra reverencia, mi padre. Por la vía de Toledo también le he escrito. Hoy me trajeron esta carta de Valladolid, que de presto me dio sobresalto la novedad; mas luego he considerado, que los juicios de Dios son grandes, y que en fin ama a esta Orden, y que ha de sacar algún bien, o escusar algún mal, que no entendemos. Por amor de nuestro Señor vuestra reverencia no tenga pena. A la pobre muchacha he harta lástima, que es la peor librada, porque es burla con descontento andar ella con la alegría, que andaba. No debe de querer su Majestad, que nos honremos con señores de la tierra, sino con los pobrecitos, como eran los apóstoles, y ansí no hay que hacer caso dello; y habiendo sacado también a la otra hija, para llevarla consigo, de santa Catalina de Sena, hace al caso para no perder nada, acá digo a los dichos del mundo; que para Dios quizá es lo mejor, que en sólo él pongamos los ojos.

2. Vaya con Dios. Él me libre destos señores, que todo lo pueden, y tienen extraños reveses. Aunque esta pobrecita no se ha entendido, al menos de tornar a la Orden, creo no nos estará bien. Si algún mal hay, es el daño que puede hacer, haber en estos principios cosas semejantes. A ser el descontento como el de acá, no me espantara; mas tengo por imposible poder ella disimularle tanto, si ansí le tuviera. Lástima he a aquella pobre priora lo que pasa, y a la nuestra María de san José. Escríbala vuestra reverencia. Cierto que siento mucho verle ahora alejar tanto: no sé qué me ha dado. Dios le traiga con bien; y al padre fray Nicolás, dé mis encomiendas. Todas las de acá las envían a vuestra reverencia y guárdele Dios. Son hoy 28 de setiembre.

De vuestra reverencia súbdita, y hija.

Teresa de Jesús. [126]
Notas


1. Esta carta es para el padre fray Gerónimo Gracián. Es notable en el estilo, conciso, y breve, con que la Santa la escribió, y la gracia que expresa en él, y en lo que trata.

2. Parece que la ocasionó haber entrado en el convento de Valladolid la hija de algún señor grande, que tenía otra hermana en santa Catalina. Y siendo así, que estaba contenta la Carmelita, el padre sacolas a entrambas de uno, y otro convento. Y sobre si estaba contenta la novicia, o no lo estaba, y si la priora la trataba bien, o mal, debió de levantarse alguna polvareda en aquella corte contra el convento, que dio motivo a esta carta.

Siempre que los padres no entreguen los hijos a los prelados, como si se los entregasen a Dios, para que hagan dellos todo cuanto quisieren, ni tendrán hijos religiosos, ni seglares. Y no los tendrán seglares, porque están en profesión de religiosos, y no religiosos, porque vivirán en el convento con relajación de seglares.

3. En este número segundo dice la Santa, hablando de la novicia, y de su padre: Vaya con Dios. Él me libre destos Señores, que todo lo pueden, y tienen extraños intereses.Y dícelo con tanta gracia, que pueden perdonarle la censura los señores, por el buen gusto con que se la aplica.

4. Lo cierto es, que es sumamente peligroso el poder; y que si no lo templa, y refrena la razón, pasa luego a flaqueza. El poder en lo malo, no es poder, sino debilidad; sólo es poder, el poder en lo bueno. Por eso no puede Dios pecar, siendo omnipotente; porque no sería el pecar, poder, sino errar, y caer.

Y así los reyes, y los señores, y todos los que pueden mucho, han de sujetar su poder al poder de Dios, y ajustar su regla inferior a aquella eterna, y soberana regla; porque en saliendo de ella, y de lo bueno a lo malo, lo que parece poder, es precipicio, perdición, y ruina.

5. Todavía, si se le fue aquella hija de aquel gran señor a la Santa, le han entrado a ser después hijas, tan grandes señoras, que se conoce bien, que a la que se contentaba con los pobrecitos, como dice en el número primero, la ha enriquecido Dios con los grandes, para que haga más fuerza el ejemplo en el mundo.

6. En el convento de Lisboa vive hoy la madre Micaela de santa Ana, hija de la cesárea majestad del señor emperador Matías, que con superior menosprecio del mundo, trocó sus esperanzas por las del cielo, y el palacio de su tío el señor archiduque Alberto, por la clausura estrecha de las Carmelitas descalzas.

7. Dos hermanas a un mismo tiempo he conocido yo en Alba; que la una lo era del Excmo. señor duque D. Antonio, y se llamó Beatriz del santísimo Sacramento, y la otra del Excmo. señor duque D. Fernando, que hoy vive, y fue la madre Ana de la Cruz, marquesa de Villanueva del Río; las cuales ya obedeciendo, ya mandando, preladas, y súbditas Carmelitas descalzas, obraban con admirable ejemplo, y espíritu.

8. La madre Juana de la santísima Trinidad, Excma. duquesa de Béjar, hija de la gran casa del Infantado, desde su palacio se fue a Sevilla, [127] dejando sus Excmos. hijos, a ser hija de santaTeresa, entregando con una misma resolución su alma a Dios, y aquella gran luz al mundo.

9. Y la madre Luisa Madalena, Excma. condesa de Paredes, aya, y camarera mayor de la nuestra señora, desde el de su majestad, Dios le guarde, se fue a sepultar al convento de Malagón, donde hoy es prelada, y la que alumbraba con sus esclarecidas virtudes, y gobernaba con su gran entendimiento, y discreción al palacio real de la reina nuestra señora, se fue a servir a Dios en otro más real, y más alto palacio.

10. En el monasterio de Talavera entró la madre Luisa de la Cruz, en el siglo doña Luisa de Padilla, hija del Adelantado mayor de Castilla don Antonio de Padilla, madre del señor duque de Uceda, y fundadora del convento de Lerma, donde murió, siendo prelada, y dechado de súbditos, y preladas, el año de 1614. Y allí mismo la madre Beatriz de san José, en el siglo doña Beatriz de Ribera, prima hermana del conde de Molina, y principal fundadora del convento de Lerma, donde fue trece años prelada, y murió el de 1633.

11. En el convento de Lerma tomó el hábito el año de 1611 la madre María de la Cruz, en el siglo doña María de Velasco, hija del conde Morón, y la heredera del estado. Y allí mismo una hija de los Excmos. condes de Lemos, llamada Catalina de la Encarnación, que murió siendo novicia el año de 1625, con gran sentimiento de los prelados, por las esperanzas que su singular prudencia, y virtud les había prometido, en edad de diez y seis años.

12. En Valladolid la madre Mencía de la Madre de Dios, de la gran casa de Benavente. Y en el convento de Corpus-Cristi de Alcalá la madre María del santísimo Sacramento su hermana, marquesa que fue de las Navas, tías ambas del Excmo. conde de Benavente, que hoy vive. Y asimismo en Valladolid, la madre Mariana del santísimo Sacramento, de la casa de Montealegre. Y aquella alma santa, la Excma. doña Brianda de Acuña, en la religión Teresa de Jesús, tía de los Excmos. condes de Castrillo, ejemplo admirable de la Descalcez. De quien dicen sus corónicas, que ayunó cuatro años continuamente a pan, y agua; y que continuará toda la vida, si los prelados no se lo impidieran.

13. En Palencia, la Excma. señora doña Luisa de Moncada y Aragón, hermana del Excmo. duque de Montalto, condesa de santa Gadea, mujer que fue del Adelantado mayor de Castilla, D. Eugenio de Padilla; llamose Luisa del santísimo Sacramento. Y en Logroño la madre Vincencia del santísimo Sacramento, hija de los condes de la Corzana, priora que hoy es de Palencia.

14. En Burgos, dos hijas de los Excmos. condes de Aguilar, marqueses de la Hinojosa, que en tiempo de santa Teresa salieron del real convento de las Huelgas, para el de las Descalzas, y se llamaron en él, Catalina de la Asunción, e Isabel del santísimo Sacramento.

15. En Guadalajara, la hermana Leonor de Jesús María, hija de los Excmos. duques de Pastrana. Y en el convento de san José de Zaragoza, y en el de Huesca, dos hijas de los marqueses de Torres. Y asimismo en san José de Zaragoza murió la venerable madre Catalina de la Concepción, nieta del almirante de Portugal, dama que fue de la princesa de Portugal en Madrid. [128]

16. En Barcelona, la madre Estefanía de la Concepción su fundadora, en el siglo doña Estefanía de Rocaberti, hija de los condes de Peralada, en el principado de Cataluña. Y en Huesca su sobrina la madre priora, que hoy es, Catalina de la Concepción, en el siglo doña Catalina Bojados y Rocaberti, hija de los condes de Saballa.

17. En Cuerva, la madre Aldonza de la Madre de Dios, en el siglo doña Aldonza Niño de Guevara, madre de D. Rodrigo Laso Niño de Guevara, conde de Añover, bien conocido en España en la corte del señor rey D. Felipe II, y en Flandes en la del señor archiduque Alberto, de quien fue ministro, y consejero mayor. Y allí mismo la madre Leonor María del santísimo Sacramento, nieta de la madre Brianda, e hija de los condes de Arcos.

18. En Córdoba, la madre Brianda de la Encarnación, en el siglo doña Brianda de Córdoba de la casa de Guadalcázar. Y doña Catalina de Córdoba, hija de los Excmos. marqueses de Priego, señores de la casa de Aguilar, D. Alonso de Córdoba y Aguilar, y doña Catalina Fernández de Córdoba, en la religión Catalina de Jesús, religiosas ambas de tan señalada virtud, como nos dicen las corónicas de esta sagrada reforma en el tom. 2, lib. 8, cap. 24 y 25.

19. En Roma, las dos hijas del condestable Colona, primas hermanas del almirante de Castilla, que en el siglo se llamaron, la mayor doña María, y la otra doña Victoria Colona.

20. En Nápoles, su madre del Excmo. señor duque de Montalto, virrey de Valencia, D. Luis Moncada y Aragón, hermana del Excmo. señor duque de Medinaceli.

21. Finalmente, pasaran de notas o comentos, si hubiera de referir las ilustres señoras, que han tomado el hábito de santa Teresa, con otras muchas hijas de títulos, y señores particulares, que por ser tantas, no caben en poco papel, y se dejan. Como también los muchos religiosos nobles, y de grandes prendas del siglo, que dejando la vanidad del mundo, han vestido el pobre sayal, que les dejó santa Teresa, descalzando sus pies, para renunciar las honras, y riquezas del mundo, haciéndose pretendientes, y merecedores de perpetua memoria, y gloria eterna. Pero basta para todo, el ver, que la serenísima emperatriz Leonor, mujer segunda del santo, y victorioso emperador D. Fernando el II, así como murió su majestad cesárea, buscó por consuelo de tan desmedida pérdida, el ponerse debajo del manto de santa Teresa, en el convento real de Carmelitas descalzas de la ciudad de Viena.



25

Carta XXV

Al mesmo padre fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios.

Jesús


1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra paternidad mi padre, y le haya dado esta Pascua tantos bienes, y dones suyos, que pueda [129] con ellos servir a su Majestad lo mucho que le debe, en haber querido, que tan a costa de vuestra paternidad vea remediado su pueblo. Sea Dios por todo alabado, que cierto hay bien que pensar, y que escribir desta historia. Aunque no sé las particularidades de cómo se ha concluido, entiendo debe de ser muy bien: al menos, si el Señor nos deja ver provincia, no se debe de haber hecho en España con tanta autoridad, y examen, que da a entender quiere el Señor a los Descalzos para más de lo que pensamos. Plegue a su Majestad guarde muchos años a Pablo, para que lo goce, y trabaje; que yo desde el cielo lo veré, si merezco este lugar.

2. Ya trajeron la carta de pago de Valladolid. Harto me huelgo vayan ahora esos dineros. Plegue al Señor, ordene, que se concluya con brevedad; porque aunque es muy bueno el perlado que ahora tenemos, es cosa diferente de lo que conviene, para asentarse todo como es menester, que en fin es de prestado.

3. Por esa carta verá vuestra paternidad lo que se ordena de la pobre vejezuela. Según los indicios hay (puede ser sospecha) es más el deseo que estos mis hermanos deben de tener de verme lejos de sí, que la necesidad de Malagón. Esto me ha dado un poco de sentimiento; que lo demás, ni primer movimiento digo el ir a Malagón; aunque el ir por priora, me da pena, que no estoy para ello, y temo faltar en el servicio de nuestro Señor. Vuestra paternidad le suplique, que en esto esté yo siempre entera, y en lo demás, venga lo que viniere, que mientras más trabajos, más ganancia. En todo caso rompa vuestra paternidad esa carta. Harto consuelo me da, que esté vuestra paternidad tan bueno; si no que no lo querría con la calor ver en ese lugar. ¡Oh qué soledad me hace cada día más para el alma, estar tan lejos de vuestra paternidad aunque del padre fray José, siempre le parece está cerca, y con esto se pasa esta vida, bien sin contentos de la tierra, y muy contino contento! Vuestra paternidad ya no debe estar en ella, según le ha quitado el Señor las ocasiones, y dándole a manos llenas, para que esté en el celo. Es verdad, que mientras más pienso en esta tormenta, y en los medios que ha tomado el Señor, más me quedo boba; y si fuese servido, que esos andaluces se remediasen algo, lo ternía por merced muy particular, no fuese por manos de vuestra paternidad como no le va el apretarlos, pues ha sido esto para su remedio: y esto he deseado siempre.

4. Hame dado gusto lo que me escribe el padre Nicolao en este caso, y por eso lo envío a vuestra paternidad. Todas estas hermanas se le encomiendan mucho. Harto sienten pensar, si me he de ir de aquí. [130] Avisaré a vuestra paternidad lo que fuere. Encomiéndelo a nuestro Señor mucho por caridad. ¡Ya se acordará de lo que murmurarán estas andadas después, y quien son: mire, ¡qué vida! Aunque esto hace poco al caso.

5. Yo he escrito al padre vicario los inconvenientes que hay para ser yo priora, de no poder andar con la comunidad, y en lo demás: que ninguna pena me dará; iré al cabo del mundo, como sea por obediencia; antes creo, mientras mayor trabajo fuese, me holgaría más de hacer siquiera alguna cosita por este gran Dios, que tanto debo: en especial creo es más servirle, cuando sólo por obediencia se hace; que con el mi Pablo, bastaba para hacer cualquiera cosa con contento, el dársele. Hartas pudiera decir, que le dieran contento, sino que temo esto de cartas, para cosas del alma en especial. Para que vuestra paternidad se ría un poco, le envío esas coplas, que enviaron de la Encarnación, que más es para llorar, cómo está aquella casa. Pasan las pobres entreteniéndose. Como gran cosa han de sentir verme ir de aquí, que aún tienen esperanza (y yo no estoy sin ella), de que se ha de remediar aquella casa.

6. Con mucha voluntad han dado los doscientos ducados las de Valladolid, y la priora lo mesmo, que si no los tuviera, los buscara: y envía la carta de pago de todos cuatrocientos. Helo tenido en mucho; porque verdaderamente es allegadora para su casa: mas tal carta le escribí yo. La señora doña Juana me ha caído en gracia, que me ha espantado, que me escribe la tiene algún miedo: porque daba los dineros, sin decírselo. Y verdaderamente, que en lo que toca a la hermana María de san José, siempre la he visto con gran voluntad: en fin, se ve la que a vuestra paternidad tiene. Dios le guarde, mi padre, Amén. Amén. Al padre rector mis encomiendas, y al padre que me escribió este otro día, lo mesmo. Fue ayer postrer día de Pascua. La mía, aún no ha llegado.

Indigna sierva de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Esta carta es para el mismo padre fray Gerónimo Gracián, después de sosegado lo más furioso de la tormenta, que tanto combatió la nave de su reforma, y dale las gracias de que tan a su costa; esto es, de persecuciones, trabajos, y afrentas, haya conseguido tan gloriosa vitoria. Y añade, como verdadera profeta, hija de profetas: Que Dios querría a los Descalzos para más de lo que pensaban; esto es, para servirle en la Iglesia con su espíritu, ejemplo, y penitencia: y que lleven, como [131] hasta aquí lo han hecho, infinitas almas al cielo, y darles después en él infinitas coronas.

2. Y dice: Para más de lo que pensaban; porque siempre exceden los premios, y mercedes de Dios a las esperanzas del hombre, pues nosotros esperamos como hombres; pero Dios da siempre con medida de Dios.

3. Dice la Santa: Que ella no lo verá, porque morirá luego; y perdóneme, que lo está viendo, y alegrándose de lo que está viendo, en sus hijos, e hijas. Y no sólo los está viendo, sino como veremos en diversas mercedes que Dios les ha hecho, desde que murió, apareciéndose la Santa a hablarles, parece, que los está gobernando.

4. Al fin del número da la norabuena a Pablo (que era el mismo padre fray Gerónimo Gracián) porque en tiempo de tribulaciones, y persecuciones, fue muy común, aun desde la Iglesia primitiva, ponerse otros nombres, para que se libre la verdad de las manos de la calumnia, y de la violencia.

5. En el número segundo, se conoce, que habla de las diligencias que se hacían por la Santa, y por el padre Gracián, y los demás Descalzos, para dividir la provincia. Para lo cual pidió la Santa a sus hijas las Carmelitas descalzas de Valladolid, como parece en la carta cuarenta y ocho, prestados doscientos ducados, que sirvieron para traer los despachos de esta división, conque se puso en entera libertad la reforma. Y es menester, que se acuerden los padres de volver a aquel santo convento, y a sus madres este dinero, y con buenas usuras; pues redituaron tan fecundamente a esta sagrada Descalcez, que por ellos pudo gobernarse con libertad a su modo una profesión tan alta. ¡Oh Providencia divina, y con qué menudencias labras cosas soberanas, celestiales, y divinas!

6. Parece por el número tercero, que a la Santa la habían mandado ir a Malagón por priora, y fue elección del padre fray Ángel de Salazar, vicario de los Descalzos, el cual, al fin del año de 1579 mandó a la Santa, que pasase de Ávila a Malagón, a examinar el espíritu de la venerable madre Ana de san Agustín, y juntamente por prelada de aquella casa. Y como fue ya al fin de sus dichosos días, pondera mucho sus achaques; y esto significa también el decirle: Por esa carta verá lo que se ordena de la pobre vejezuela. ¡Qué dichosa casa es esta de Malagón, pues mereció tantos favores de santa Teresa!

7. Añade: Que sus hermanos, sospechaba, que deseaban verla lejos de sí. Y no hay que admirar, siendo reformadora. El celoso, sólo con la presencia mortifica, y con el mismo silencio reprende. Como los niños de la escuela, en saliéndose el maestro, se alegran, así los remisos, en ausentándose el reformador.

8. En el número cuarto le dice, cuán consolada se halla con el suceso, y lo que desea la quietud de lo de Andalucía, y que no fuese por su mano, aunque siempre es más segura, la experimentada; porque deseaba evitarle ocasiones de disgustos.

9. En el número quinto, insinúa, que murmuraban las andadas de la Santa; esto es, los caminos que hacía, para reformar. Y añade: ¡Miren qué vida! Como si dijera: Qué vida tan penosa, caminar padeciendo, [132] para reformar; caminar reformando, para padecer; caminando, padece el cuerpo; y reformando, con estas murmuraciones, el alma.

Este es el premio en el mundo de la reformación, y de promover la virtud de las almas, calumnias, y más calumnias, murmuraciones, y más murmuraciones. El varón espiritual, ¿qué otra cosa espera? Sobre no ser muy espiritual, en esperarlo, se hallará sumamente engañado, y después disgustado.

Da luego el remedio a este daño, que es no hacer caso de lo que murmuran; porque no hay duda, que no hay tal arte de satisfacer las injurias, como tolerarlas.

10. En el número sexto dice, cómo ha propuesto sus achaques, y enfermedades al padre vicario, para que vean, que no puede ser buena priora de Malagón, la que fue buena, y santa, y santísima fundadora de toda la religión. ¡Oh humildad soberana! Si ya no fue ponderación discreta, que hizo la Santa, de lo que impiden al buen gobierno los achaques, y enfermedades del gobernador: no digo las morales, y de las costumbres, que esas son la perdición del gobernador, y del gobierno, sino los corporales.

11. Yo he reparado, que habiendo Dios atribulado tanto a los Apóstoles, y discípulos, no se halla, que a ninguno de ellos los atribulase con enfermedades del cuerpo; ni en ellos hubiese necesidad de hacer milagros sobre ello; porque es tan incompatible el gobernar bien sin salud, que parece, que se pasa la enfermedad del gobernador al mismo gobierno: porque en estando sin ella, así andan enfermas las reglas, como lo anda el superior.

Pero después de esto, entre tanto que estemos en estos vasos mortales, y frágiles, es preciso servir sanos, y enfermos, y que nos halle la muerte trabajando, y penando. Y digo, que no se halla que tuviesen enfermedades los Apóstoles, aunque san Pablo dice, que se gloriaba en sus enfermedades: Libenter gloriabor in infirmitatibus meis (2Co 12,9), porque los expositores no entienden aquellas palabras de las enfermedades corporales, tanto como de sus trabajos, y persecuciones: y claro está, que tenían achaques; pero no tales, que les impidiese el gobierno necesario de la Iglesia, y la conversión de las almas: porque en este caso, muy bien proponía santa Teresa, y se excusaba de ser prelada en Malagón, la que era fundadora santísima de toda su Descalcez.

12. Para templar los cuidados del padre fray Gerónimo Gracián, y los que la Santa tenía, le envía las coplas espirituales, que habían hecho entre sus aflicciones las religiosas de la Encarnación de Ávila. Nadie supo, como santa Teresa, mezclar las burlas con las veras, haciendo veras las burlas. Con que hiciesen coplas espirituales sus hijas, las entretenía en alabanzas divinas, en medio de sus cuidados: y para recrear los del padre Gracián, se las remitía, para que viendo en aquellas almas tal alegría, y gozo en su tribulación, se alegrase su maestro, y consolase en sus penas.

13. En el número siguiente alaba con grandísima gracia a la madre priora de Valladolid (éralo la madre María Bautista, su sobrina) de allegadora para su casa. Oigan esto todas las madres prioras del Carmelo, [133] y acuérdense de ello en sus oficios, y entiendan, que no es esta pequeña virtud. En faltando lo temporal, descaece lo espiritual. ¿Pues qué hará una pobre priora con veinte monjas encerradas, sin tener qué comer? Sobre este barro frágil crió Dios la hermosura del alma, y mientras estamos en esta vida, no puede en ella resplandecer el diamante, si no se conserva el engaste. Es necesario el sustento del cuerpo, para que pueda ejercitar sus operaciones el alma; y no pueda esta ejercitarlas, si no sustentan su cuerpo.

14. Pero así como es cierto, que no se puede conservar lo espiritual, sin el sustento temporal, es también certísimo, que en los conventos del Carmelo no conservarán bien lo temporal, si se descuidan en lo espiritual, y en la observancia de su santa regla, y constituciones. Y esto por dos razones, que la una es de gracia, y la otra de naturaleza.

La de gracia es, porque sirviendo mucho a Dios dentro del convento, moverá su divina Majestad los ánimos de los fieles fuera del convento, para que las socorran. La de naturaleza; porque en procediendo con espíritu, y observancia, lo primero escusan gastos superfluos, y se contentan con los necesarios; y como dice el filósofo moral: Necessariis rebus, et exilia sufficiunt, supervacuis, nec regna (Séneca). Para lo necesario, da lo bastante el destierro, para lo superfluo, ni un reino.

15. Lo segundo, el crédito de su virtud, y espíritu, y el ejemplo, y agrado con que se gobiernan con todos, despierta amor, y el amor socorros. Y luego añade: Pero tal carta la escribí yo. Esta es la carta cuarenta y ocho, en que le pide, que haga este socorro. También era buena allegadora la Santa de almas, y de corazones para Dios.



26

Carta XXVI

Al mesmo padre fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios.


1. Jesús sea con vuestra reverencia. Amén. Por esa carta verá vuestra reverencia lo que en Alba se pasa con su fundadora. Hanla comenzado a tener miedo, y hécholas tomar monjas, y deben de pasar harta necesidad, y veo mal remedio para llegar a razón: menester ha vuestra reverencia informarse de todo.

2. No olvide vuestra reverencia dejar mandado lo de los velos en todas partes, y declarado por qué personas se ha de entender la constitución; por que no parezca las aprieta más, que yo temo más, que no pierdan el gran contento con que nuestro Señor las lleva, que esotras cosas; porque sé, qué es una monja descontenta: y mientras ellas no dieren más ocasión de la que hasta ahora han dado, no hay por qué las aprieten en más de lo que prometieron.

3. A los confesores, no hay para qué los ver sin velos jamás, ni a los frailes de ninguna Orden; y muy menos a nuestros Descalzos. Podríase [134] declarar, como si tienen un tío, y no tienen padre, y aquel tiene cuenta dellas, o personas de muy mucho deudo, que ello mesmo se lleva razón: o si hay duquesa, o condesa, persona principal: en fin, en donde no pueda haber peligro, sino provecho; y cuando no fuere desta suerte, que no se abra: o si otra cosa se ofreciere, que sea duda, que se comunique con el provincial, y se pida licencia; y si no, que jamás se haga; mas yo he miedo no la de el provincial con facilidad. Para cosa de alma parece que se puede tratar sin abrir velo. Vuestra reverencia lo verá.

4. Harto deseo les venga luego alguna que traiga algo, para pagar lo que se ha gastado en la obra. Dios lo guíe como ve la necesidad. Aquí están bien, que todo les sobra, digo cuanto a lo exterior, que para el contento interior, poco hará esto, mejor le hay en la pobreza. Su Majestad nos lo dé a entender, y haga a vuestra reverencia muy santo. Amén.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra reverencia.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Esta carta es para el mismo P. M. Gracián: y según se puede colegir del contexto, cuando la Santa la escribió, se hallaba en la fundación de Palencia.

2. Con la fundadora de Alba (que era una criada de los señores duques, de quien habla la Santa en sus fundaciones con grande aprobación de virtud) tuvieron grandes diferencias las religiosas, según parece por las corónicas, y dice: Que le habían cobrado miedo (Tom. I, lib. 2, c. 26), explicando con eso el valor, que es menester para defenderse en servicio de Dios, y oponerse a cuanto fuere contra la buena observancia de la religión.

3. Cuando esta carta se escribió, estaba para juntarse en Alcalá de Henares el capítulo de la separación de los Descalzos en provincia a parte: para el cual escribió la Santa a diferentes prelados, diferentes, y muy importantes avisos, acerca del gobierno de sus hijas: unos de los cuales son los que en esta carta dio al P. Fr. Gerónimo Gracián, acerca de las rejas de los locutorios, que son las puertas del cielo, cerradas; y las del peligro, abiertas; y advierte los casos en que pueden abrirse. Y aquí dice una máxima excelente en el gobierno de monjas, y aun en el de los religiosos, y eclesiásticos, y aun en el de los seculares: No las aprieten (dice) más de lo que prometieron.No hay cosa más peligrosa para conventos, comunidades, ciudades, y reinos, que llevarlos por fuerza a lo que ellos pueden caminar contentos con suavidad. Por eso dice el Espíritu Santo: Qui vehementer emungit, elicit sanguinem. Y en otra parte: Noli esse justus multum (Pr 30,33, Si 7,17). Como si dijera: No seamos más justos que la ley, al gobernar; no es poco, si nuestros súbditos obran conforme a la ley. [135]

4. Luego da dos razones admirables para esto. La primera, donde dice: Porque sé bien lo que es una monja descontenta; que viene a ser poco menos que una alma desesperada. Porque encerradas, y descontentas, ¿qué les queda sino penar, y morir, sin merecer? Y padecer, y morir, sin merecer, es el último, y mayor de los males.

5. La segunda: Que no querría que perdiesen el contento, con que Dios las lleva; porque la alegría del servir a Dios, aligera los trabajos de la penitencia: y lo que con aquella alegría apenas pesa un adarme, sin ella pesa doscientas arrobas. Y así se ha de procurar conservar las almas en esta santa alegría; porque es de mayor facilidad el servir, y de mayor mérito el obrar. Por eso dice el texto sagrado de san Pablo: Hilarem enim datorem diligit Deus (2Co 9,7). Dios quiere alegres sus siervos.

6. Añade en el número tercero: Que a los confesores, no hay para qué los ver sin velos jamás. Y tiene razón; porque no han menester los confesores la vista para curar a las almas, sino el oído: ni las penitentes, para ser curadas, han menester mirar, sino hablar: y así, ciérrense los ojos, y sólo se abran los labios en ellas, y los oídos en ellos.

7. Añade: Y mucho menos a nuestros Descalzos: ¿por qué siendo tan santos, y queriéndolos más que a otros? Por eso mismo. Porque los quería más, los quería asegurar más, para que fueran buenos, y santos: y no hay medio para perder la santidad muy apriesa, como el riesgo de mirar a las mujeres, aunque sean santas ellas, y ellos santos.

Porque, aunque ellos sean santos, son hombres; y aunque ellas sean santas, son mujeres: y santos, y santas, sobre ser mujeres, y hombres, en vida de culpas, con el peligro a la vista, no tienen seguridad.

8. Viendo san Felipe Neri, que un niño de doce años jugaba con sobrada llaneza con una hermanilla suya de la misma edad, le reprendió, y le mandó no lo hiciese, y se apartase de las mujeres. Respondió el muchacho: ¿Qué importa, padre, que aunque es mujer, es mi hermana? Respondió el santo discretamente: Mira, hijo, el demonio es grande lógico, y así te volverá esa proposición al revés, diciéndole: Aunque es hermana, es mujer.

9. Las ruinas de la vista, nadie las puede contar. ¿O qué bien dijo san Epifanio, el cual, estando una noche en una pobre choza cociendo unas legumbres para comer, se puso a mirarlo por la ventanilla de la casa, que salía a la calle, una mujer; y preguntándole ella: ¿Quieres algo, padre? respondió el santo: Sí quiero. ¿Qué? Quiero (dijo) un poco de piedra, y lodo, para cerrar con ella la ventana por donde me estás mirando.



27

Carta XXVII

Al padre fray Juan de Jesús Roca, Carmelita descalzo. En Pastrana.


1. Jesús, María, y José sean en el alma de mi padre fray Juan de Jesús. Recibí la carta de vuestra reverencia en esta cárcel, a donde estoy con sumo gusto, pues paso todos mis trabajos por mi Dios, y por mi religión. [136] Lo que me da pena, mi padre, es lo que vuestras reverencias tienen de mí: esto es lo que me atormenta. Por tanto, hijo mío, no tenga pena, ni los demás la tengan; que como otro Pablo (aunque no en santidad) puedo decir: que las cárceles, los trabajos, las persecuciones, los tormentos, las ignominias, y afrentas por mi Cristo, y por mi religión, son regalos, y mercedes para mí.

2. Nunca me he visto más aliviada de los trabajos, que ahora. Es propio de Dios favorecer a los afligidos, y encarcelados, con su ayuda, y favor. Doy a mi Dios mil gracias, y es justo se las demos todos, por la merced que me hace en esta cárcel. ¿Hay (mi hijo, y padre) mayor gusto, ni más regalo, ni suavidad, que padecer por nuestro buen Dios? ¿Cuándo estuvieron los santos en su centro, y gozo, sino cuando padecían por su Cristo, y Dios? Este es el camino seguro para Dios, y el más cierto; pues la cruz ha de ser nuestro gozo, y alegría. Y ansí, padre mío, cruz busquemos, cruz deseemos, trabajos abracemos; y el día que nos faltaren, ¡ay de la religión Descalza! ¡Y ay de nosotros!

3. Díceme en su carta, como el señor Nuncio ha mandado, que no se funden más conventos de Descalzos, y los hechos se deshagan, a instancia del padre general: que el Nuncio está enojadísimo contra mí, llamándome mujer inquieta, y andariega; y que el mundo está puesto en armas contra mí, y mis hijos, escondiéndose en las breñas ásperas de los montes, y en las casas más retiradas, porque no los hallen, y prendan. Esto es lo que lloro: esto es lo que siento: esto es lo que me lastima, que por una pecadora, y mala monja, hayan mis hijos de padecer tantas persecuciones, y trabajos, desamparados de todos, mas no de Dios, que de esto estoy cierta, no nos dejará, ni desamparará a los que tanto le aman.

4. Y porque se alegre mi hijo con los demás sus hermanos, le digo una cosa de gran consuelo, y esto se quede entre mí, y vuestra reverencia y el padre Mariano, que recibiré pena que lo entiendan otros. Sabrá mi padre, como una religiosa de esta casa, estando la vigilia de mi padre san José en oración, se le apareció, y la Virgen, y su Hijo, y vio cómo estaban rogando por la reforma, y le dijo nuestro Señor, que el infierno, y muchos de la tierra hacían grandes alegrías, por ver, que a su parecer estaba deshecha la Orden: mas al punto, que el Nuncio dio sentencia, que se deshiciese, la confirmó a ella Dios, y le dijo, que acudiesen al rey, y que le hallarían en todo como padre; y lo mesmo dijo la Virgen, y san José, y otras cosas, que no son para carta: y que yo, dentro de veinte días, saldría de la cárcel, placiendo a Dios. Y ansí alegrémonos todos, pues desde hoy la reforma Descalza irá subiendo. [137]

5. Lo que ha de hacer vuestra reverencia, es estarse en casa de doña María de Mendoza, hasta que yo avise: y el padre Mariano irá a dar esta carta al rey, y la otra a la duquesa de Pastrana, y vuestra reverencia no salga de casa, porque no le prendan, que presto nos veremos libres.

6. Yo quedo buena, y gorda, sea Dios bendito. Mi compañera está desganada: encomiéndenos a Dios, y diga una misa de gracias a mi padre san José. No me escriba hasta que yo le avise. Dios le haga santo, y perfecto religioso Descalzo. Hoy miércoles, 25 de marzo de 1579. Con el padre Mariano avisé, que vuestra reverencia, y el padre fray Gerónimo de la Madre de Dios, negociasen de secreto con el duque del Infantado.

Teresa de Jesús.
Notas


1. Prevengan lágrimas las hijas de santa Teresa; porque han de ver en la cárcel a su madre; pero han de ser, como fueron las suyas, de contento, y alegría, porque estaba padeciendo por Dios; y padecer por su dulcísimo Esposo, es contento, y alegría. Padecer en esta vida mortal es necesidad de nuestra naturaleza; pero padecer por el amor de Jesús, es el mayor bien, que puede darnos la gracia en esta vida mortal. Padeced, hijos, decía san Pedro en una de sus epístolas (1P 4,15); mas no como malhechores, sino como verdaderos siervos de Jesús; y si así padecéis, hijos, tened por honra, y gloria grandísima el padecer.

2. Con san Pablo deseaba aquí la Santa trabajos, y más trabajos (que no los da la prisión), porque padecer afrentas, e ignominias por Cristo, y su religión, eran regalos para ella: O morir, o padecer, decía esta sediente paloma de los trabajos. Como si dijera: O morir por el amor, padeciendo, o morir al no padecer, viviendo, por padecer por Jesús. No tengo por vida la vida sin padecer; y así quiero con el padecer asegurarme en la vida.

Era como quien tenía a la vista una empresa valerosa, y hasta vencerla combatía sin cesar, diciendo; que peleaba padeciendo hasta morir, siendo consuelo, del no poder morir por su Amado, por su Amado el padecer. Que era decir con sentidísimo afecto: ¡Oh Bien eterno, que padecisteis por mí! ¡Haced que padezca yo por vos, gloria eterna, que disteis por mí la vida! Haced que dé la vida por vos. Y si no me dais (gloria eterna) el morir, concededme el padecer.

O morir, o padecer, amor mío, habéis de conceder a mi amor; porque no puede aliviar las ansias, que tiene mi alma de dar la vida por vos, sino padeciendo trabajos, que me lleven a la muerte a ofrecer por esa muerte esta vida. En esta vida, mi vida desea morir por vos; pero si no le dais el morir, dadle por lo menos, gloria mía, el padecer.

3. También explica la Santa esta agonía, y anhelo de morir, y padecer [138] por su amado (aunque con otro sentimiento, que es en todo de san Pablo) cuando decía:




Vivo sin vivir en mí
Y tan alta vida espero;
Que muero porque no muero.

(Ga 2,29)

Porque con este afecto enamorado, a vista de la gloria que esperaba su alma dichosa, decía, que le era la vida muerte, y le era la muerte vida, y que era muerte su vida, por la ausencia; porque era vida su muerte, con la presencia que esperaba de su Amado, y que el vivir le era pena, porque el morir le era gloria. Al fin en este primero número padecía la Santa, con san Pablo, en la prisión, como san Pablo, y con los afectos de san Pablo penaba con alegría, como penaba san Pablo.

4. Vuelve otra vez en el número segundo a recrearse en los trabajos, y a saborearse en sus penas, diciendo: ¿Hay (mi hijo, y padre) hay mayor gusto, mi más regalo, ni más suavidad que padecer por nuestro buen Dios? ¡Qué palabras estas! ¡Qué dulzura! ¡Qué gracia! ¡Qué fervor de espíritu, y devoción! Palabras le faltaban a la Santa para explicar el gusto de sus trabajos, porque no basta a explicar la lengua el gozo del corazón. ¡Qué gusto, qué regalo, qué suavidad es padecer por Dios! ¡Qué gusto, aun para esto sensitivo del cuerpo! ¡Qué regalo, en la parte racional del alma! ¡Qué suavidad, en lo más superior del espíritu! ¿Quién habrá que con esto no se aficione a los trabajos por Dios, pudiendo en todo ofrecerle sus trabajos? ¿Quién habrá que esto oiga, que no tome la cruz sobre sus hombros, y no parta luego a seguir a Jesús? ¿Quién lo ve delante con la cruz sobre sus divinos hombros, que no ame la penitencia, y la mortificación? ¿Quién habrá que no desee con la Santa, o padecer, o morir? Ea, almas dichosas, ea, siervos del Señor, ea, esposas de Jesucristo, oíd, y oigamos a esta maestra celestial, enseñando desde la cárcel, y la prisión, padeciendo, o morir,o padecer.

5. ¡Oh qué elocuente, y persuasiva doctrina, para enseñar la doctrina de la cruz, padecer, y enseñar desde la cruz! Padeciendo enseñaba lo que hacía, padecía enseñando lo que obraba. Y así como su Esposo nunca mejor enseñó a padecer, que desde la cátedra de la cruz; así la Santa desde la cátedra de su prisión, y sus penas. Y como el Señor murió con sed de trabajos, y más trabajos, y faltaron penas a su sed; mas no sed a sus trabajos, y por eso dijo: Sitio (Jn 29, v. 28), tengo sed; así también en su cárcel la esposa tenía sed de más penas con san Pablo; y enseñaba, no sólo a penar, sino a tener sed de penar, y padecer trabajos, y más trabajos. ¡Ay de los que no tenemos, ni hemos tenido trabajos! ¡Aquí sí, oh almas devotas, que podemos, y debemos soltar el raudal de las lágrimas, al no padecer trabajos! ¡Aquí sí, que debemos penar, el no llegar a penar! ¡Aquí sí, que debemos tener por nuestro mayor trabajo, el no padecer trabajos! ¡Aquí sí, que debemos tener por la mayor cruz, vivir sin cruz, por nuestro mayor tormento, vivir sin penas, y sin tormentos! Nadie quiera vivir sino con la cruz a cuestas, como vivió el buen Jesús desde el pesebre a la cruz. Nadie quiera morir sino en cruz, como murió el buen Jesús. [139]

6. Esta doctrina enseñaba santa Teresa desde la cátedra de su cárcel, y con tan gran suavidad, que hace dulces los trabajos, y suaves las afrentas. Esta enseñó el Señor desde la cruz. Esta san Pedro, y san Pablo, con la doctrina, y ejemplo. Esta enseñaron los Apóstoles sagrados. Esta enseñaron los santos grandes (en cuyo día escribo esto) san Ignacio mártir, obispo de Antioquía, que al entrar en el teatro de sus penas, y coronas, y ver venir los leones a tragarlo, decía: Trigo soy de Jesucristo; venid a hacerme harina de Cristo con vuestras muelas, porque quiero ser pan sacrificado, y consagrado por Cristo. Y san Pionio, un sacerdote eruditísimo, y santísimo, que llevándolo a ser coronado en el martirio, pidió a sus discípulos, que las cadenas con que padeció en la cárcel, las enterrasen con su santo cuerpo en la sepultura; porque las amaba tanto, que quiso tener en ella a las que le dieron tan grande gloria en la cárcel. Que cierto es que todo esto hiciera santa Teresa, si como padeció en una angosta prisión por la caridad, padeciera en el teatro del mundo por la fe.

7. Al fin de este número la Santa dice unas palabras, que es menester que las oigan todos sus hijos, e hijas, y aun todos los que lo son de la Iglesia, de rodillas, y con grande, y profunda atención, y devoción, porque dice: Padre mío, cruz busquemos, cruz deseemos, trabajos abracemos, y el día que nos falten, ¡ay de la religión Descalza! ¡Y ay de nosotros! Yo estoy considerando, que entonces estaban oyendo tan segura profecía, y doctrina celestial, y soberana de la Santa, no sólo la religiosa, que la asistía en la cárcel, no sólo el religioso, a quien secretamente le escribía estas razones, sino toda la innumerable multitud de hijos, e hijas, que después han seguido, y siguen este espíritu seguro de la Santa. Porque de tal manera han grabado en el alma estas razones, que no dejan de la mano la penitencia, la aflicción, las mortificaciones, las penas, la cruz. ¿Pues sobre qué se funda, ni qué otros ejes sustentan, sino esa doctrina santísima, a la rueda espiritual repetida de penar todos los días, día, y noche sin cesar? Rueda, que como la de la santa Catalina iba lastimando su santo cuerpo; así está, por Dios, va atribulando sus almas.

8. ¡Oh cómo se podría discurrir del amor de los trabajos! Pero no es para decirlo en las notas, sino para que se practique en el alma. Comentos enteros hacen los santos del amor a los trabajos, y así sería inútil, y aun imposible el reducirlo a las notas. ¿Y qué hay que decir más que leer, y volver a leer lo que dice esta Santa en esta carta? ¿Y qué hay que decir más que ver a la Virgen, y a los santos con ansia de penas, y de trabajos? ¿Y qué hay que decir, sino ver a Jesús en una cruz, y con sed ardiente de dolores y trabajos?

9. En el número tercero dice el decreto que salió, de que no se funden conventos de Descalzos, y lo que siente la persecución, no por sus penas, sino por las de sus hijos, y por lo que se retarda el servicio de Dios. ¡Qué propio penar de alma de Dios, no sentir las propias, sino las ajenas penas! ¡No sentir lo que padece, sino lo que Dios en sus siervos padece!

10. No deja de consolar en este número a los que padecen por Dios, y de dar gran luz lo que refiere la santa, que decía della el que ejecutó [140] estos decretos contra la santa reforma: Está (dice) enojadísimo contra mí, diciendo, que soy una mujer inquieta, y andariega. Y lo diría el juez en todo su juicio, y es tal la bondad divina, que puede ser que mereciese al decirlo, porque lo entendía así, y no lo daba Dios luz para que viese aquello que censuraba.

¡Oh qué poco importan los juicios humanos! ¡Y cómo sólo importan los divinos! Que bien dijo el serafín de la tierra san Francisco: Nadie es más en este mundo de lo que fuere en el cielo. Si todos me alaban, pero Dios me reprueba, ¡ay de mí! Si todos me reprueban, pero Dios me aprueba, ¡dichoso yo! Si Dios reprueba, y condena, ¿qué importa que alabe el mundo? y si absuelve Dios, ¿qué importa que nos condene? ¿Qué importa que me condene a mí un soplo, si una eternidad me salva? La vida es un soplo leve, y breve, la gloria es una eternidad; busquemos aprobaciones de gloria, y no temamos reprobaciones de soplos.

11. Inquieta llama a la Santa. Tenía razón el juez; pero eran unas santas inquietudes por el amor de su Esposo. Inquieta, y andaba para quietar a las almas que en la inquietud de este mundo se perdían, y a costa de su inquietud les buscaba la eterna seguridad, y quietud. Inquietaba santa Teresa a este mundo, como a Jerusalén, y a Judea el Señor, con la humana reformación, y redención, cuando decían los Escribas: Commovet populum, incipiens a Galilaea (Lc 23,5), como decíamos en la carta tercera.

12. Andariega la llamaba. ¿Cómo se había de fundar sin caminar? Pero los que eran pasos de gracia, y gloria en la Santa, eran en la censura del mundo pasos de reprobación. ¡Oh cómo hemos de buscar sólo la gloria de Dios, sin hacer caso de la gloria de este mundo!

13. En el número cuarto refiero cierta revelación que tuvo una religiosa (y es cierto que fue la misma Santa) de que dentro de veinte días cesaría toda aquella tempestad, y cesó; porque dormía el Señor en el navío, dando lugar a que padeciesen por su amor los navegantes. Despertáronle sus clamores, oraciones, y gemidos, y lo que es más, el mismo amor de Jesús, y mandó al mar que se quietase, a los vientos que cesasen, y cesó la tempestad.

14. En este número es muy de advertir: lo primero, que dice la Santa: Que la Virgen nuestra Señora rogaba a su Hijo por esta santa reforma; porque esta santa reforma es hija destinada al amparo de la Virgen. Lo segundo: Que san José rogaba también por ella. Porque siendo de su Esposa, era preciso que rogase por el dote, y los bienes de su Esposa. Lo tercero, que el día que en el suelo se decretó que se deshiciese, en el cielo se decretó (cuanto a la manifestación exterior) que se hiciese, y confirmase esta celestial reforma.

El día que se decretó en el suelo que cayese, se decretó en el cielo se levantase hasta el cielo. ¡Qué poco importan los decretos, y sentencias deste mundo, cuando está decretando todo lo contrario Dios! ¡Qué importan decretos de criaturas, cuando decreta lo contrario el eterno Criador!

15. Lo cuarto, que le dijo el Señor a la Santa: Que acudiesen al rey, que lo hallarían en todo como padre. Buena aprobación es esta, no sólo del señor rey Felipe II, que fue padre de todo lo bueno, y santo, y promovió [141] a la religión con fe tan ardiente, y constante, como es al mundo notorio, sino de todos los señores reyes sus sucesores, y de nuestro religiosísimo, y piísimo monarca, que como padres de sus reinos, mucho más que como reyes, procuran su defensa, y su remedio, y alivio, cuanto cabe el alivio odia defensa.

16. Lo quinto, que dice: Que la reforma descalza, desde aquel día iría subiendo. ¿A dónde Virgen santa? ¿A dónde sube, y subirá la Descalcez? Al cielo, por las virtudes, a la corona, por las penas, a la gracia, por los méritos, y por la gracia, a la gloria.

Alégrese esta santa Descalcez, fundada en penitencia, y en lágrimas, con esta santísima profecía, que hemos visto ejecutada. Vaya subiendo al gozar, por pasos del padecer; y esperen que será este subir, sin caer, y este caminar, sin acabar. Porque de la manera que para explicar el Evangelista las lágrimas de san Pedro, dijo: Caepit flere, et flevit amare (Mc 14,72, Mt 26,75); comenzó a llorar sin cesar, y lloró amargamente sin parar, y no cesaron sus ojos de llorar, hasta que juntó las lágrimas con la gloria del gozar, por el penar; así aquí santa Teresa dice: Que subirá la reforma desde entonces, pero no dice, hasta cuándo ha de subir la reforma, porque siempre ha de subir, por el padecer, y subir con padecer, es subir sin caer, es vivir sin acabar. Juntará esta sagrada reforma estas penas temporales con aquellos gozos eternos, y mientras dure el mundo subirá, merecerá, crecerá, y llegará a gozar gustos eternos, la que está padeciendo por Dios estas penas temporales.

17. Luego en el número sexto le ofrece medios a su remedio en aquel trabajo. Porque Dios quiere que sude la humana naturaleza, para que vaya sobre eso obrando su gracia, aunque no podía sin la gracia comenzar a obrar la naturaleza.

18. Acaba en el número sexto, diciendo: Que quedaba buena, y gorda. Buena, cualquiera podía creerlo, siendo tan altas, y excelentes sus virtudes; pero gorda, sólo podía creerlo, quien sabía de su espíritu, que era su alegría, su gozo, y su alimento el penar, y padecer por su Esposo; y que así con padecer engordaba.

Concluye su carta, diciéndoles a sus hijos, que negocien en tiempo que de tanta tribulación con el Excelentísimo señor duque del Infantado. Lo cual advierten las corónicas de esta sagrada religión, y nota su verídico historiador, que en tiempos tan calamitosos tuvo su mayor refugio la reforma de santa Teresa en la ilustrísima, y excelentísima casa de Mendoza (Tom. 1, lib. 4, c. 35, n. 5).

Arrebatonos de suerte el amor de la Santa en sus trabajos, que nos hemos dilatado, y salido de la clausura en las notas, y pasado, si no mucho, un poquito de nota a comento.

19. Este santo religioso, a quien escribió santa Teresa, fue varón admirable en santidad, y de los primeros fundadores de la reforma sagrada; y la prisión de la Santa fue, cuando salió decreto, que se redujese a una celda la Santa, por el Capítulo general de Plasencia de Italia, estando la Santa en Sevilla, y se ejecutó en Toledo. Pero recurriendo a su Santidad, y a su majestad, y lo que es más, decretando otra cosa Dios en el cielo de aquello que se decretó en el suelo, en un instante se [142] echó por el suelo lo decretado en el suelo, contra aquello que se decretó en el cielo.




Teresa III Cartas 24