Teresa III Cartas 32

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Carta XXXII

Al mesmo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la Santa.


1. Jesús sea con vuestra merced. Cuanto a lo del secreto, de lo que me toca, no digo que sea de manera que obligue a pecado; que soy muy enemiga desto, y podríase descuidar: basta que sepa que me dará pena. Lo de la promesa ya me había dicho mi confesor, que no era válida, que me holgué harto; que me tenía con cuidado también.

2. De la obediencia que me tiene dada le dije, que me ha parecido sin camino. Dice que bien está; mas que no sea promesa a mí, ni a nadie; y ansí no la quiero con promesas, y aun lo demás se me hace de [172] mal; mas por su consuelo paso por ello, a condición que no la prometa a nadie. Holgádome he, que vea que le entiende el padre fray Juan de la Cruz, como tiene experiencia: y aun Francisco tiene algún poco; mas no lo que Dios hace con vuestra merced. Bendito sea por siempre sin fin. Bien está con entrambos ahora.

3. Bueno anda nuestro Señor. Paréceme que quiere mostrar su grandeza en levantar gente ruin, y con tantos favores, que no sé qué más ruin que entrambos. Sepa que ha más de ocho días, que ando de suerte, que a durarme, pudiera mal acudir a tantos negocios. Desde antes que escribiese a vuestra merced me han tornado los arrobamientos, y hame dado pena; porque es, cuando han sido, algunas veces en público, y ansí me ha acaecido en Maitines. Ni basta resistir, ni se puede disimular. Quedo tan corridísima, que me querría meter no sé dónde. Harto ruego a Dios se me quite esto en público; pídaselo vuestra merced que trae hartos inconvenientes, y no me parece es más oración. Ando estos días como un borracho en parte: al menos se entiende bien, que está el alma en buen puesto: y ansí como las potencias no están libres, es penosa cosa entender en más de lo que el alma quiere.

4. Había estado antes casi ocho días, que muchas veces ni un buen pensamiento no había remedio de tener, sino con una sequedad grandísima. Y en forma me daba en parte gran gusto; porque había andado otros días antes como ahora; y es gran placer ver tan claro lo poco que podemos de nosotros. Bendito sea el que todo lo puede. Amén. Harto he dicho. Lo demás no es para carta, ni aun para decir. Bien es alabemos a nuestro Señor el uno por el otro; al menos vuestra merced por mí, que no soy para darle gracias las que le debo, y ansí he menester mucha ayuda.

5. De lo que vuestra merced dice que ha tenido, no sé que me diga, que cierto es más de lo que entenderá, y principio de mucho bien, si no lo pierde por su culpa. Ya he pasado por esa manera de oración, y suele después descansar el alma, y anda a las veces entonces con algunas penitencias. En especial, si es ímpetu bien recio, no parece se puede sufrir, sin emplearse el alma en hacer algo por Dios; porque es un toque, que da al alma de amor, en que entenderá vuestra merced si va creciendo: lo que dice no entiende de la copla; porque es una pena grande y dolor, sin saber de qué, y sabrosísima. Y aunque en hecho de verdad es herida que da el amor de Dios en el alma, no se sabe adónde, ni cómo, ni si es herida, ni qué es, sino siéntese dolor sabroso, que hace quejar. Y ansí dice:




Sin herir, dolor hacéis:



Y sin dolor deshacéis



El amor de las criaturas. [173]


Porque cuando de veras está tocada el alma deste amor de Dios, sin pena ninguna se quita el que se tiene a las criaturas (digo de arte que esté el alma atada a ningún amor) lo que no se hace estando sin este amor de Dios: que cualquiera cosa de las criaturas, si mucho se aman, da pena; y apartarse dellas, muy mayor. Como se apodera Dios en el alma, vala dando señorío sobre todo lo criado. Y aunque se quita aquella presencia, y gusto (que es de lo que vuestra merced se queja) como si no hubiese pasado nada, cuanto a estos sentidos sensuales, que quiso Dios darles parte del gozo del alma, no se quita della, ni deja de quedar muy rica de mercedes, como se ve después, andando el tiempo en los afectos.

6. Desas tribulaciones después ningún caso haga. Que aunque eso yo no lo he tenido, porque siempre me libró Dios por su bondad desas pasiones, entiendo debe de ser, que como el deleite del alma es tan grande, hace movimiento en el natural. Irase gastando con el favor de Dios, como no haga caso dello. Algunas personas lo han tratado conmigo. También se quitarán esos estremecimientos; porque el alma, como es novedad, espántase, y tiene bien de que se espantar: como sea más veces, se hará hábil para recibir mercedes. Todo lo que vuestra merced pudiere, resista esos estremecimientos, y cualquier cosa exterior, por que no se haga costumbre, que antes estorba, que ayuda.

7. Eso del calor, que dice que siente, ni hace, ni deshace; antes podrá dañar algo a la salud, si fuere mucho; mas también quizá se irá quitando, como los estremecimientos. Son esas cosas (a lo que yo creo) como son las complexiones: y como vuestra merced es sanguíneo, el movimiento grande de espíritu, con el calor natural, que se recoge a lo superior, y llega al corazón, puede causar eso; mas como digo, no es por eso más la oración.

8. Ya creo he respondido al quedar después, como si no hubiese pasado nada. No sé si lo dice ansí san Agustín: Que pasa el espíritu de Dios sin dejar señal, como la saeta, que no la deja en el aire. Ya me acuerdo que he respondido a esto: que han sido multitud de cartas las que he tenido después que recibí las de vuestra merced y aun tengo ahora por escribir cartas, por no haber tenido tiempo para hacer esto.

9. Otras veces queda el alma, que no puede tornar en sí en muchos días; sino que parece como el sol, que los rayos dan calor, y no se ve el sol: ansí parece que el alma tiene el asiento en otro cabo, y anima al cuerpo, no estando en él, porque está alguna potencia suspendida.

10. Muy bien va en el estilo que lleva de meditación, gloria a Dios, cuando no tiene quietud digo. No sé si he respondido a todo; que siempre [174] torno otra vez a leer su carta, que no es poco tener tiempo, y ahora no, sino a remiendos la he tornado a leer. Ni vuestra merced tome ese trabajo en tornar a leer las que me escribe. Yo jamás lo hago. Si faltaren letras, póngalas allá, que ansí haré yo acá a las de vuestra merced que luego se entiende lo que quiere decir: que es perdido tiempo sin propósito.

11. Para cuando no se pudiere bien recoger al tiempo que tiene oración, o cuando tuviere gana de hacer algo por el Señor, le envío ese silicio, que despierta mucho el amor; a condición, que no se le ponga después de vestido, ni para dormir. Puédese asentar sobre cualquiera parte, y ponerle, que dé desabrimiento. Yo lo hago con miedo. Como es tan sanguíneo, cualquiera cosa podría alterar la sangre, sino que es tanto el contento que da (aunque sea una nadería como esa) hacer algo por Dios, cuando se está con ese amor, que no quiero lo dejemos de probar. Como pase el invierno, hará otra alguna cosilla, que no me descuido. Escríbame cómo le va con esa niñería. Yo le digo, que cuando más justicias queramos hacer en nosotros, acordándonos de lo que pasó nuestro Señor, lo es. Riéndome estoy, cómo él me envía confites, regalos, y dineros, y yo silicios.

12. Nuestro padre visitador anda bueno, y visitando las casas. Es cosa que espanta cuán sosegada tiene la provincia, y lo que le quieren. Bien le lucen las oraciones, y la virtud, y talentos, que Dios le dio. Él sea con vuestra merced y me le guarde, que no sé acabar cuando hablo con él. Todos se le encomiendan mucho. Yo a él. A Francisco de Salcedo siempre le diga mucho de mí. Tiene razón de quererle, que es santo. Muy bien me va de salud. Hoy son 17 de enero.

Indigna sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús.

Al obispo envié a pedir el libro, porque quizá se me antojará de acabarle, con lo que después me ha dado el Señor, que se podría hacer otro, y grande, y si el Señor quiere acertase a decir, y si no poco se pierde.
Notas.


1. En esta carta prosigue la Santa la misma correspondencia de espíritu con su hermano; y no deja de admirar la luz, y conocimiento raro de lo interior, que Dios dio a aquella alma santísima. Porque como si se paseara dentro del alma de su hermano, y de Francisco de Salcedo, de quien habla en el número segundo, y midiera su espíritu vara a vara, [175] palmo a palmo, y dedo a dedo, les calificaba su aprovechamiento, y así dice: Y aun Francisco tiene algún poco de experiencia; mas no lo que Dios hace con vuestra merced. Alto conocimiento, dice grandísima santidad: porque en materia de espíritu es lo ordinario, que sobre la santidad se funda el conocimiento.

2. Después de haber tomado a su cargo en el número primero el alma de su hermano en lo que le dijo su confesor, le advierte en el número segundo, que no ande dando obediencias. Y yo creo que habla de obediencia, que obligue a culpa mortal. Y es santísimo consejo, porque no hay que multiplicar preceptos en esta vida, si no es cuando por la vocación entran a la religión las almas, que son llamadas de Dios.

3. En el número tercero, después de haber dicho con harta gracia: Que anda Dios tras gente ruin (y bien ruin que somos las criaturas débiles, y miserables) habla de sus arrobos, como de grande trabajo; porque no hay duda, que para almas desengañadas este género de favores son grandísimos trabajos; pues no pueden escapar uno de uno de dos trabajos grandísimos, o alabarlas, o murmurarlas. Si las alaban, sienten de muerte las alabanzas; y si las murmuran, sienten el escándalo que se toman los prójimos, que es ocasión, aunque sin culpa de ofensas de Dios.

4. Donde dice: No están libres las potencias, no quiere decir, que con la oración que tenía cuando gobernaba el monasterio, no obraban libremente las potencias, sino que obraban libres, y atadas. Porque como el alma pedía lo interior, y obraba en lo exterior: o por decirlo con el estilo de la Santa, el espíritu del alma pedía lo interior, y el alma obraba en lo exterior, tiraba a lo interior el espíritu del alma; y el alma se ocupaba, llevada de la obligación en lo exterior. Conque aunque obraban las potencias libres, no libres del todo; porque tiraba dellas, y de ella el espíritu hacia Dios. Como si una persona tuviese una cadena a los pies, y anduviese, y el que tiraba de la cadena le detuviese algunas veces; que en ese caso, aunque obraba el encadenado libre, pero obraba encadenado, y no libremente obraba.

5. En el número cuarto dice: Que suceden a las sequedades los favores. Así es la vida del alma, como fue la del Señor. Nace, y le cantan la gloria los ángeles, y le adoran los pastores; pero luego lo busca el cuchillo doloroso de la Circuncisión. Vienen a adorarlo los reyes, pero luego otro rey lo busca para la muerte, y huye a Egipto. Todo es consuelo, y desconsuelos en la vida del espíritu. Pero santa Teresa aquí elige los desconsuelos, y los temores; y le cansan los consuelos, y favores. No me admiro, que la vida del Señor tuvo más de desconsuelo, que de gustos, y consuelos.

6. Todo el número quinto es muy notable; y lo es también el decir: Que suele descansar el alma de los ímpetus de amor, con la penitencia. ¡Qué tal es alma, que es la penitencia consuelo de sus fatigas! Y tiene razón el alma; porque ¿cómo puede amar al que padeció por ella, sin desear padecer ella por él? Y si desea padecer ella por él, será su fatiga, y su tormento el descanso; será su alivio el tormento, y la fatiga. ¡Oh lenguaje celestial! ¡Oh vida santa! ¡Oh vida contraria de esta miserable vida! En la cual se tiene por tormento el padecer; y después, por no padecer aquí poco, y breve, se viene a padecer un dolor sobre infinito, [176] y eterno. Pero en ti, vida dichosa de espíritu, y de verdad, es gloria aquí el padecer, y después es gloria eterna el gozar.

7. Aquí explica la copia que advertimos arriba, y no la quisimos explicar; ¿pues quién ha de explicar lo que explicó la Santa, sin echarlo a perder? Dice: Que con gran dulzura quita Dios del alma el amor de las criaturas. ¿Mas qué mucho, si quita del alma el amor extraño, y deja el propio del alma? ¿Qué otro amor es propio del alma sino el amor de Dios, que la crió para sí? ¿Y cómo no ha de ser dulce el entrar Dios en el alma, y salir las criaturas, siendo Dios la misma dulzura, suavidad, gloria, y consuelo; y por el contrario, las criaturas la misma pena, dolor, y amargura, y desconsuelo? ¿Salen las tinieblas, y entra la luz, y puede hacerse sin gusto? Sale lo malo, y entra a gozar el alma lo santo, y bueno, ¿y puede hacerse sin gusto? Sale lo corto, lo limitado, y congojoso; y entra lo grande, lo dilatado, lo hermoso, y lo glorioso, ¿y puede hacerse sin gusto? Pero dejemos esto, porque no pueden explicar bastantemente las plumas lo que se siente en las almas.

8. En el número sexto le habla de algunas tribulaciones, que debía de padecer; y dícele que no se aflija, ni haga de ellas caso: esto es, que procurando poner en Dios su corazón, y deseo, todo lo demás lo aborrezca, y lo tenga por extraño, y no se aflija. Comúnmente es mejor, y aun casi siempre, despreciar la tentación, que no procurar vencerla; por ser cosa peligrosa meterse a razones con el diablo. Diga lo que quisiere, y haga yo lo que conviene: esté yo con Dios, y obre él lo que le dieren licencia; porque si yo tengo a Dios, no temo a todo el infierno junto: Pone me juxta te, et cujusvis pugnet contra me (Jb 17,3).

Cuando el demonio tentaba a san Antonio abad, y lo maltrataba, le respondía: Haz lo que Dios te da licencia, que hagas en mí. Como si dijera: De Dios soy, y a Dios me doy, para Dios me quiero; haz en mí todo lo que quiere Dios, como yo haga, y padezca todo lo que quiere Dios.

9. De los temblores, o estremecimientos, que tenía le advierte, que de ellos no haga caso. Y como grande espiritual le iba enseñando a que se negase a todo lo exterior, para que fuese en todo más interior. Yo conocí un hombre seglar muy espiritual, y que había treinta años que hacía grandísima penitencia, que en poniéndose a oír misa, se le encendía el espíritu de suerte, que le daba un temblor de cuerpo tan vehemente, sin echarlo jamás en tierra (cosa que parecía milagro) que lo batía como el viento recio a un seco cañaveral. Y a san Felipe Neri, cuando se le encendía en amor el corazón, le temblaban las manos, y todo el cuerpo. Pero de todo esto exterior se niegue el alma a la propiedad, y no haga caso sino de amar, y servir a Dios.

10. En el número octavo dice la Santa: Que no importa que después de algunos favores de Dios, quede el alma, como si hubiera pasado por ella cosa alguna; porque Dios no deja las señales visibles, sino invisibles. Esto es, que en pasando Dios por el alma, y sus favores, enriqueciéndola, y mejorándola, no luego ella conoce, ni reconoce, ni ve sus riquezas; pero allí las tiene, allí las deja, allí están; y si no las pierde, las halla. Porque aunque algunas veces conoce el alma también coneturalmente [177] su aprovechamiento, y tal vez por revelación ciertamente; pero para que no lo conozca hay luchas razones fuertes. La primera, que con ausencia de la luz queda toda el alma a escuras. Fuese la luz el fervor, y sucede a él la tribulación, y con ella al sentido menos luz. La segunda, porque el Señor, por si acaso la levantó sobrado el fervor, le humille también con su ausencia, si la tuvo alegre con el favor, y presencia. La tercera, porque hay dos conocimientos en el alma: uno de Dios, y otro de sí; y más fácilmente puede el alma conocer de Dios, que de sí. Porque para conocer de Dios, le ayuda su luz, pero para conocerse lo impide su propio amor; y este, si no lo deshace aquella luz, no nos deja conocer, y así en ausentándose, queda el alma como a quien falta luz.

11. En el número nono propone la Santa el estado de un alma, cuando Dios le deja luz, y la pone en rara altura; porque todo ese bien, y esta altura del alma depende de aquella luz increada. Ella la alumbra, para que vea; ella la fortifica, para que sea; ella la calienta, para que arda; ella la guía, para que obre; ella la alienta, para que padezca; ella la abrasa, para que arda; y aun ella la hiere, para que muera. Y a esto miraría aquella ternísima canción del venerable padre Juan de la Cruz, cuando dijo (Ct 1, del lib. Llama de amor):




¡Oh llama de amor viva,



Que tiernamente hieres



De mi alma en el mas profundo centro!



Si ya no eres esquiva,



Acaba ya si quieres,



Rompe la tela de este dulce encuentro.


Pero esto no es para pecadores como yo, sino para quien lo entiende, y lo experimenta.

12. Del orar lo lleva luego la Santa al obrar. Y en el número undécimo le envía un silicio. ¡Qué buena correspondencia de hermanos! ¡Qué pláticas! ¡Qué consejos! Y porque todo lo suavice, y facilite con su gracia natural la Santa, añade: Riéndome estoy de que me envíe regalos, y yo silicios. Cada uno, como buen espiritual, enviaba al otro lo que había menester. Al de la profesión regalada, silicios; al penitente regalos: pues siendo buenos entrambos, cada uno de aquello que se enviaban entre sí, tornaría solamente lo que hubiese menester.



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Carta XXXIII

Al mesmo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la Santa.


1. Jesús sea con vuestra merced. Ya estuve buena de la flaqueza del otro día: y después pareciéndome que tenía mucha cólera, con miedo de estar con ocasión la Cuaresma para no ayunar, tomé una purga, y aquel día fueron tantas las cartas, y negocios, que estuve escribiendo hasta las dos, y hízome harto daño a la cabeza, que creo ha de ser para [178] provecho; porque me ha mandado el doctor, que no escriba jamás, sino hasta las doce, y algunas veces no de mi letra. Y cierto ha sido el trabajo excesivo en este caso este invierno, y tengo harta culpa: que por no me estorbar la mañana, lo pagaba el dormir; y como era el escribir después del vómito, todo se juntaba. Aunque este día desta purga ha sido notable el mal; mas parece que voy mejorando: por eso no tenga vuestra merced pena, que mucho me regalo. Helo dicho, porque si alguna vez viere allá vuestra merced alguna carta no de mi letra, y las suyas más breves, sepa ser ésta la ocasión.

2. Harto me regalo cuanto puedo, y heme enojado de lo que me envió, que más quiero que lo coma vuestra merced que cosas dulces no son para mí, aunque he comido desto. No lo haga otra vez, que me enojaré. ¿No basta que no le regalo en nada?

3. Yo no sé qué Pater noster son estos que dice toma de disciplina, que yo nunca tal dije. Torne a leer mi carta, y veralo; y no tome más de lo que allí dice en ninguna manera, salvo que sean dos veces en la semana. Y en Cuaresma se pondrá un día en la semana el silicio; a condición, que si viere le hace mal, se lo quite: que como es tan sanguíneo, témole mucho. Y no le consiento más; porque le será más penitencia darse tan tasadamente después de comenzado, que es quebrar la voluntad. Hame de decir si se siente mal con el silicio, de que se le ponga.

4. Esa oración de sosiego, que dice, es oración de quietud, de lo que está en ese librillo. En lo desos movimientos sensuales, para probarlo todo se lo dije; que bien veo no hace al caso, y que es lo mejor no hacer caso dellos. Una vez me dijo un gran letrado, que había venido a él un hombre afligidísimo, que cada vez que comulgaba venía en una torpeza grande, más que eso mucho; y que le habían mandado que no comulgase, sino de año a año, por ser de obligación. Y este letrado, aunque no era espiritual, entendió la flaqueza; y díjole, que no hiciese caso dello, que comulgase de ocho a ocho días, y como perdió el miedo, quitósele. Ansí que no haga caso deso.

5. Cualquiera cosa puede hablar con Julián de Ávila, que es muy bueno. Díceme que se va con vuestra merced, y yo me huelgo. Véale vuestra merced alguna vez: y cuando le quisiere hacer alguna gracia, puede por limosna, que es muy pobre, y harto desasido de riquezas: a mi parecer es de los buenos clérigos, que hay ahí, y bien es tener conversaciones semejantes, que no ha de ser todo oración.

6. En el dormir vuestra merced digo, y aun mando, que no sean menos de seis horas. Mire que es menester los que hemos ya edad llevar estos cuerpos, para que no derruequen el espíritu, que es terrible trabajo. [179] No puede creer el disgusto que me da estos días, que ni yo oso rezar, ni leer, aunque como digo, estoy ya mejor; mas quedaré escarmentada. Yo se lo digo, y ansí haga lo que le mandan, que con eso cumple con Dios. ¡Qué bobo es! Que piensa que es esa oración, como la que a mí no me dejaba dormir. No tiene que ver, que harto más hacía yo para dormir, que por estar despierta.

7. Por cierto que me hace alabar harto a nuestro Señor las mercedes que le hace, y con los efectos que queda. Aquí verá cuán grande es, pues le deja con virtudes, que no acabara de alcanzarlas con mucho ejercicio. Sepa que no está la flaqueza de la cabeza en comer, ni en beber: haga lo que le digo. Harta merced me hace nuestro Señor en darle tanta salud. Plegue a su Majestad que sea muchos años, para que lo gaste en su servicio.

8. Este temor, que dice, entiendo cierto debe de ser, que el espíritu entiende el mal espíritu: y aunque con los ojos corporales no lo vea, débele de ver el alma, o sentir. Tenga agua bendita junto a sí, que no hay cosa con que más huya. Esto me ha aprovechado muchas veces a mí. Algunas no paraba en sólo miedo, que me atormentaba mucho, esto para sí solo. Mas si no le acierta a dar el agua, bendita, no, huye; y ansí es menester echarla alrededor.

9. No piense que le hace Dios poca merced en dormir tan bien, que sepa es muy grande. Y torno a decir, que no procuro que se le quite el sueño, que ya no es tiempo deso.

10. Mucha caridad me parece querer tomar los trabajos, y dar los regalos; y harta merced de Dios, que pueda aún pensar en hacerlo. Mas por otra parte es mucha bobería, y poca humildad, que piense él, que podrá pasar con tener las virtudes que tiene Francisco de Salcedo, o las que Dios da a vuestra merced sin oración. Créame, y dejen hacer al Señor de la viña, que sabe lo que cada uno ha menester. Jamás le pedí trabajos interiores, aunque él me ha dado hartos, y bien recios en esta vida. Mucho hace la condición natural, y los humores, para estas aflicciones. Gusto que vaya entendiendo el dese santo, que querría le llevase mucho la condición.

11. Sepa que pensé lo que había de ser de la sentencia, y que se había sentir; mas no se sufría responder en seso; y si lo miró vuestra merced no deje de loar algo de lo que dijo: y a la respuesta de vuestra merced para no mentir, no pudo decir otra cosa, y lo digo. Cierto que estaba la cabeza tal, que aun eso no sé cómo se dijo, según aquel día habían cargado los negocios, y cartas, que parece los junta el demonio algunas veces, y ansí fue la noche de la purga, que me hizo mal. Y fue [180] milagro no enviar al obispo de Cartagena una carta que escribía a la madre del padre Gracián, que erré el sobrescrito, y estaba ya en el pliego, que no me harto de dar gracias a Dios: que le escribía sobre que ha andado con las monjas de Caravaca su provisor, y nunca le he visto; parecía una locura. Quitaron les dijesen misa. Ya esto está remediado, y lo demás creo se hará bien, que es, que admita el monasterio. No puede hacer otra cosa; y van algunas cartas de favor con las mías. ¿Mire qué bien fuera? ¿Y el haberme yo ido de aquí?

12. Todavía traemos miedo a este Tostado, que torna ahora a la corte: encomiéndelo a Dios. Esa carta de la priora de Sevilla lea. Yo me holgué con la que me envió de vuestra merced y con la que escribió a las hermanas, que cierto tiene gracia. Todas besan a vuestra merced las manos muchas veces, y se holgaron harto con ella, y mi compañera mucho, que es la de los cincuenta años, digo la que vino de Malagón con nosotros, que sale en extremo buena, y es bien entendida. Al menos para mi regalo es el extremo que digo; porque tiene gran cuidado de mí.

13. La priora de Valladolid me escribió cómo se hacía en el negocio todo lo que se podía hacer, que estaba allá Pedro de Ahumada. Sepa que el mercader que en ello entiende creo lo hará bien: no tenga pena. Encomiéndemelo, y a los niños, en especial a Francisco: deseo tengo de verlos. Bien hizo en que se fuese esa persona, aunque no hubiera ocasión, que no hacen sino embarazarse, cuando son tantas. A doña Juana, a Pedro Álvarez, y a todos me dará siempre muchos recados. Sepa, que tengo harto mejor la cabeza, que cuando comencé la carta: no sé si lo hace lo que me huelgo de hablar con vuestra merced.

14. Hoy ha estado acá el doctor Velázquez, que es el mi confesor. Tratele lo que dice de la plata, y tapicería; porque no querría, que por no le ayudar yo, dejase de ir muy adelante en el servicio de Dios; y ansí en cosas no me fío de mi parecer, aunque en esto era él del mesmo. Dice, que eso no hace, ni deshace, como vuestra merced procure ver lo poco que importa, y no estar asido a ello: que es razón, pues ha de casar sus hijos, tener casa como conviene. Y ansí, que ahora tenga paciencia, que siempre suele Dios traer tiempo para cumplir los buenos deseos, y ansí hará a vuestra merced. Dios me le guarde, y haga muy santo. Amén. Son hoy 10 de febrero. Y yo

Sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús. [181]
Notas.


1. Esta carta prosigue la misma materia. Y en el número cuarto le dice otra vez: Que es lo mejor no hacer caso de las tribulaciones que padecía. ¿Y quién ha de hacer caso de las tribulaciones? Cum ipso sum in tribulatione. Y luego añade el Señor: Eripiam eum, et glorificabo eum (Ps 90,15). No sólo estoy con el atribulado, sino que estoy con él para librarlo en esta vida, y después glorificarlo en la eterna. ¡Oh Señor! Enviadnos tribulaciones, si con ellas venís vos, y nos libráis aquí, y después allá nos glorificáis.

2. En el mismo número refiere un caso particular, que es bien notable; y se conoce cuán mal remedio es al enfermo el apartarlo del médico; que es ruina de las almas tardar a recibir al Señor.

3. En el número sexto le da documentos de dormir, la que sabía tan bien velar. Y dice: Que no sea menos de seis horas; porque si no se riega con el sueño la herida del cuerpo, será tierra seca, estéril, e infecunda. Por eso dicen los físicos: Sopor fessos irrigat artus. El sueño riega los cansados miembros. De aquí puede colegirse el adagio de que: El espiritual ha de dormir solas seis horas, el estudiante siete, el acomodado ocho; y de ahí arriba el poltrón.

4. En el número octavo le dice, qué remedio ha de tener, cuando el demonio le quiere hacer mal; y es eficaz el de el agua bendita, y certísimo lo que dice la Santa: Que no obra su virtud con tanta fuerza en la persona, como al rededor de la persona. Debe ser, que se aplica la virtud, antes de llegar el demonio, a la persona, y después que la conozca, no tendrá tanta fuerza esta virtud; porque ya está ocupada en lo exterior la persona.

5. Y que conozca e1 alma cuando se acerca a ella el demonio, también es cierto. Y en una ocasión se acercó invisible el demonio a un religioso muy grave, y docto, aunque le oía, y sentía; y palpitándole el corazón, comenzó a exorcizarle, y el demonio le respondió, que no temía sus exorcismos, porque tenía licencia de Dios para estar allí. Y luego le preguntó al religioso, ¿que de qué estaba temiendo? Y no queriendo responderle, le dijo él: No respondes, porque no lo sabes. La razón es: Quia omnis spiritus inferior contremiscit in adventu spiritus superioris;porque todo espíritu inferior tiembla cuando viene el superior. Y aunque yo soy malo, pero soy de superior grado que vosotros, y si Dios no me atase con su omnipotencia, a todos os destruyera, y deshiciera. Y así aconseja la Santa, que echen agua bendita alrededor los espirituales que padecen esto; y a más de eso, que ellos mismos se santigüen, y reciban la misma agua bendita al santiguarse.

6. En el número décimo con grandísima gracia, y discreción le vuelve otra vez a reformar los deseos; porque quería pedir para sí los trabajos, y para otros los regalos. Y vale templando el fervor, y advirtiendo, que tome lo que le dan de lo penoso, y no pida más trabajos; y más en mundo tan trabajoso, y tan lleno de trabajos.

7. Yo entiendo, que los trabajos no los ha de pedir el espiritual, si no es cuando Dios le pide a él que se los pida; esto es, le levante, esfuerce, y afervorice el alma con el amor, de suerte que apenas pueda defenderse [182] de habérselos de pedir. Porque pedir trabajos, sin que primero Dios le caliente el corazón para pedirlos, no deja de ser un poco de presunción por parecerle a el que puede tenerse, y luchar con los trabajos. Y así los santos, que los pedían, era porque primero tenían movimientos de amor, y sentimiento para pedir, y padecer por amor de quien les daba el amor.

De los trabajos interiores dice la Santa: Jamás se los pedí a Dios. Y tuvo razón; porque trabajos interiores, y que flechan tan derechamente al alma, basta padecerlos, sin arrojarse a pedirlos.

8. En el número undécimo habla de la censura, que dio con su vejamen a los interlocutores, que se refiere en la carta quinta, pág. 17, y dice el trabajo con que obraba, por faltarle la salud, y sobrarle las correspondencias, y la necesidad de escribir tantas cartas. Bien cierto es, que no se pudiera hacer con menos trabajo tanto número de fundaciones de hijos, e hijas del Carmelo, que todas dependían de su grande juicio, espíritu, y prudencia.

El escribir cartas es de lo penoso que hay en la vida; pero así como es penoso, es preciso para suplir los necesarios defectos de la ausencia, que si no es por este camino, vierten a ser irremediables en todo gobierno. Y así no de balde aquel ambicioso primero emperador de Roma, que dio su nombre a los Césares, tenía por adagio: Si vis regnare, scribe: Escribe, si quieres reinar. Porque no se puede reinar, ni gobernar, sin escribir.

9. En el número duodécimo dice con mucha gracia: Todavía traemos miedo a este Tostado, que torna ahora a la corte, encomiéndelo a Dios. Sería este Tostado el superior de la Observancia, que necesitado de su oficio, o de su dictamen, y puede ser que mereciendo en ello, andaba tostando, y labrando a la Descalcez. Y nadie se admire, que es muy ordinario en Dios el labrar un diamante con otro.

Pero dice la Santa que lo teme, porque va la corte. Y tenía mucha razón; porque un enemigo en la corte, vale por dos mil enemigos, por hallarse adonde se toman las resoluciones: si de allí sale una vez el golpe justo, o injusto, derrama tanta sangre la herida, que tarde, o nunca se vuelve a cobrar. La razón de esto es, porque la mano de la jurisdicción, cuando castiga, es siempre pesada; y lo que al resolver parecía dudoso, resuelto, y ejecutado se tiene por claro, y se vuelve empeño propio el ajeno castigo; y lo que se comenzó por negocio de parte, en ejecutándose se hace de oficio, porque todo se ha de creer en el mundo, sino que podemos errar los ministros, y todos los que servimos, y regimos puestos. Este es el trabajo que anda siempre envuelto con nuestra humanidad, si Dios no lo remedia.

10. En el número décimo cuarto le responde al escrúpulo que tenía este santo varón de tener tapicerías, y plata. Y si un seglar lo tenía, ¿qué haremos los sacerdotes? ¡Ay plata, y tapicerías! La Santa se inclinaba a que tenía razón de echar de casa la plata, y tapicerías, pues Dios era ya todo su bien, su felicidad, y alhajas. Todavía el señor obispo de Osma, canónigo entonces de Toledo, que es aquel señalado varón, de que se habló en la carta octava, y en sus notas, número segundo, le dijo, que por ser seglar no importaba el conservarlas. [183]



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Carta XXXIV

Al mesmo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la Santa.


1. La gracia de Cristo sea con vuestra merced. En forma me ha cansado a mí acá ese pariente. Ansí se ha de pasar la vida: y pues los que de razón habíamos de estar tan apartados del mundo, tenemos tanto que cumplir con él, no se espante vuestra merced que con haber estado lo que aquí he estado, no he hablado a las hermanas (digo a solas) aunque algunas lo desean harto, que no ha habido lugar: y voyme (Dios queriendo) el jueves que viene sin falta. Dejaré escrito a vuestra merced, aunque sea corto, para que lleve la carta el que suele llevar los dineros. También los llevará.

2. Tres mil reales dicen están ya a punto, que me he holgado harto, y un cáliz harto bueno, que no ha menester ser mejor, y pesa doce ducados, y creo un real, y cuarenta de hechura: que viene a ser diez y seis ducados, menos tres reales. Es todo de plata: creo contentará a vuestra merced. Como esos que dice dese metal me mostraron uno, que tienen acá; y con no haber muchos años, y estar dorado, ya ha dado señal de lo que es, y una negrura por de dentro del pie, que es asco. Luego me determiné a no le comprar ansí: y pareciome, que comer vuestra merced en mucha plata, y para Dios buscar otro metal, que no se sufría. No pensé hallarle tan barato, y de tan buen tamaño: sino que este urguillas de la priora con un amigo que tiene, por ser para esta casa, lo ha andado concertando. Encomiéndase a vuestra merced mucho: y porque escribo yo, no lo hace ella. Es para alabar a Dios cual tiene esta casa, y el talento que tiene.

3. Yo tengo la salud que allá, y algo más. De los presentes es lo mejor hacer que no le vean. Más vale que dé la melancolía en eso (que no debe de ser otra cosa) que en otra peor. Holgádome he que no se haya muerto Ávila. En fin, como es de buena intención, le hizo Dios merced de que le tomase el mal, a donde haya sido tan regalado.

4. De su enfado de vuestra merced no me espanto; mas espántome que tenga tanto deseo de servir a Dios, y se le haga tan pesada, cruz tan liviana. Luego dirá, que por servirle más no lo querría. ¡Oh hermano, cómo no nos entendemos! Que todo lleva un poco de amor propio. De las mudanzas de cruz no se espante, que eso pide su edad: y vuestra merced no ha de pensar (aunque no sea eso) que han de ser todos tan puntuales como él en todo. Alabemos a Dios, que no tiene otros vicios.

5. Estaré en Medina tres días, o cuatro, a mucho estar, y en Alba [184] aún no ocho. Dos desde Alba a Medina, y luego a Salamanca. Por esa de Sevilla verá como han tornado a la priora a su oficio: que me he holgado harto. Si la quisiera escribir, envíeme la carta a Salamanca. Ya le he dicho tenga cuenta con ir pagando a vuestra merced que lo ha menester: yo terné cuidado.

6. Ya está en Roma fray Juan de Jesús. Los negocios de acá van bien. Presto se acabará. Vínose Montoya el canónigo, que hacía nuestros negocios a traer el capelo del arzobispo de Toledo. No hará falta. Véame vuestra merced al señor Francisco de Salcedo por caridad, y dígale cómo estoy. Harto me he holgado que esté mejor, de manera que pueda decir misa: que plegue a Dios esté del todo bueno; que acá estas hermanas le encomiendan a su Majestad. Él sea con vuestra merced. Con María de san Gerónimo, si está para ello, puede hablar en cualquier cosa. Algunas veces deseo acá a Teresa, en especial cuando andamos por la huerta. Dios la haga santa, y a vuestra merced también. Dé a Pedro de Ahumada mis encomiendas. Fue ayer día de santa Ana. Ya me acordé acá de vuestra merced como es su devoto, y le ha de hacer, o ha hecho iglesia, y me holgué dello.

De vuestra merced sierva.

Teresa de Jesús.
Notas.


1. Cuando escribió la Santa esta carta, estaba en Valladolid, como se colige del contexto.

En el número primero dice lo que se cansó con aquel pariente. Debía de ser alguno sobradamente cumplido con ceremonias: cansole también a su hermano, y para desenojarlo, como parece en el número cuarto, hace la Santa de la cansada. Así san Pablo se hacía todo con todos, para ganarlos a todos con espiritual engaño: Omnibus omnia factus sum; ut omnes facerem salvos (2CO 12,16). Como si dijera: Híceme como vosotros, para traeros a Dios a vosotros. Híceme yo como vosotros, para haceros a vosotros como yo.

2. En el número segundo dice una máxima muy digna de la Santa, sobre el cáliz que le debió de dar de limosna su hermano: Que comer vuestra merced (dice) en mucha plata, y para Dios buscar otro metal, no se sufría. Como si dijera: El hombre en plata, y la sangre de Cristo en bronce, no se sufre. La plata en la mesa del prelado, y desnudo el pobre en la calle, no se sufre. Mucha plata en la casa del pastor, y mucha miseria en las de las ovejas, no se sufre. Plata al comer en la mesa, y pobreza, y madera en los altares, no se sufre.

A todos parece que nos predica la Santa en la cabeza de su hermano; y así barro somos, en barro comamos, y de barro nos sirvamos. No ha [185] de ser mayor, ni mejor la materia que nos sirve, que a quien barro sirve. No es bien que sirva la plata al barro, antes el barro animado tenga por barro a la plata, y sólo estime la plata, no tenida, sino dada, y esto es hacer eterna plata del barro.

3. Bien a propósito desto viene aquí el presente que hizo al pontífice Alejandro II, uno de los innumerables santos, e hijos ilustres de la augusta religión de san Benito, el venerable Pedro Damiano cardenal, y obispo de Hostia, y lo refiere Baronio (Baronius,Tom. 11, anno 1061, n. 56). El cual desde el desierto, a donde se había retirado, le envió unas cucharas de madera, para que su Santidad se sirviese de ellas, por si quería dejar las de plata, y las remitió con los versos siguientes:

Dent alii fulvum, trutina librante, metallum:



Sed mundus vivit, quia ligno Vita pependit:



Sic modicum magno lignum pretiosius auro.



(S. Petrus Damián. apud Baron. ubi sub).


Que es decir: Preséntente otros oro, Pontífice; yo te sirvo con madera, que es más preciosa que el oro, pues que no padeció en oro el Señor, sino en madera. Y así desde que consagró la madera con su sangre en una cruz, quedó mejor la madera que no el oro.

4. Pero lo que hemos de temer los prelados de la Iglesia, y toda la Iglesia junta, y recelarnos es, de que así como padeció por nosotros en una cruz de madera, no le sea ahora otra cruz más penosa nuestra plata, y nuestro oro.

En qué buen tiempo aprendemos todo esto de la Santa, cuando nuestro padre universal, Alejandro pontífice el VII echó de palacio la plata, y trajo a su mesa el barro. ¿Mas qué mucho, que el que llevó a su cámara la tumba, luego que fue coronado a esta soberana dignidad, eche la plata de casa? ¿Qué mucho, que con tan clara luz de desengaño nos enseñe con su ejemplo, con su vida, quien tiene en su aposento la muerte?

5. En el número cuarto dice con gran discreción, templando el sentimiento a su hermano: ¿Que por qué, amando, y deseando la cruz, la echa de sí, cuando se la ponen en los hombros? Bien podía responder el hermano; porque es diversa cosa el amarla, que el gustarla ¡Oh qué tales somos, Señor! ¡Qué diversos al obrar de aquello que somos al desear!

6. En el numero quinto en menos de dos renglones anda más de treinta leguas, visitando los conventos. ¡Oh andariega celestial! ¿Por qué no han de llamarte andariega, como te añadan lo celestial? Así andaba por Judea, y Palestina el Señor. Así los Apóstoles sagrados por el mundo (Mt 23, v. 37, Dt 31, v. 11). Como un ángel en carne humana, imitando aquella velocidad, iba criando, formando, informando, y reformando, e instruyendo su sagrada religión, y sus santas fundaciones, y conventos, ya advirtiendo, ya alabando, ya enseñando, ya guiando como el águila, que enseña a volar a sus hijuelos, como congrega la gallina sus polluelos, y libra del gavilán.

7. En el numero sexto habla de la llegada a Roma del padre fray Juan de Jesús Roca a los negocios de la división de la provincia, y de la venida a España del licenciado Diego López Montoya, canónigo de la santa [186] iglesia de Ávila, agente general de la Inquisición, y de la Santa, que vino a traer el Breve del capelo del Emmo. señor D. Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo.




Teresa III Cartas 32