VIDA DE LA VIRGEN MARÍA-JOAQUIN CASAÑ


GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LIDÓN QUE SE CANTAN EN SU ERMITORIO DESDE TIEMPOS MUY ANTIGUOS.

En cualquier tribulación que
en este mundo tengamos,
vuestro favor imploramos,
Virgen Santa de Lidón.

A la raíz de un alméz
fue vuestra imagen hallada,
de fulgores adornada
de la cabeza a los pies,
y pues de tal invención
devotos nos alegramos
Vuestro favor imploramos.

Un labrador venturoso
tuvo tan devoto hallazgo,
y esta villa el patronazgo
logró, y en él su reposo;
a Vos, con tal ocasión,
toda propicia os miramos,

Vuestro favor...
El inventor con presteza
la mano aplicaros quiso,
mas contrahecho de improviso
su brazo quedó sin fuerza;
toda la veneración
del Arca de Dios os damos;

Vuestro favor...
A vuestra graciosa frente
el arado tosco hirió,
con lo cual nos confirmó
de divina agua una fuente;
a vista de tan gran don
los que sedientos estamos,

Vuestro favor...
El Clero, pues, y la Villa
a la huerta caminaron,
donde felices hallaron
tan singular maravilla;
de cuya alegre fruición
porque los frutos tengamos,

Vuestro favor...
En procesión muy solemne
os trajeron a la iglesia,
mas vuestra humildad aprecia
el que fue primer albergue;
ya por singular blasón
en propio templo os hallamos;

Vuestro favor...
Los milagros que aquí obráis
no los comprende el guarismo,
y las fieras del abismo
con vuestro nombre aterráis;
y pues de Dios el perdón
por vuestro medio alcanzamos,

Vuestro favor...
Pues con todo corazón
vuestros loores cantamos,
Vuestro favor...
Ora pro nobis, etc.

Réstanos tan sólo hacer la descripción de esta milagrosa imagen de María, que no hemos podido examinar en su talla por hallarse vestida de telas que indudablemente ocultaron la antigua escultura, oculta a la veneración por el manto en forma de alcuza. Así es, que tal como hoy se halla vestida al estilo de la época de la casa de Austria, lleva corona con grande y pesado cerco de enrayado, como dicen los doradores, la cabeza cubierta por toca mongil, túnica de tabla, sobre cuyo pecho lleva cruzadas las manos, pesado manto de alcuzón en forma de campana, y media luna a los pies, indudablemente añadida en el tiempo en que entró la manía de modernizarlas.

¿A qué época escultórica pertenece? No es fácil determinarla no despojándola de los trapos que la encubren, afean y desnaturalizan; entonces podríamos por el examen de la talla señalar la época de su esculturación, por hoy es imposible el hacerlo y sólo por el rostro podemos colegir que corresponde a últimos del siglo XIII por las líneas que acusan el rostro.

De aplaudir y mucho sería que por quien corresponde y tiene autoridad para ello se procediera a despojarla de los trapos que la encubren y afean, haciendo por su aspecto modernizado que se pueda poner en duda su antigüedad al verla cubierta de ridículas tocas monjiles y horrorosos mantos que la desvirtúan.

Vuelvan a presentar la imagen en su prístino estado, déjese ya de ridículas ornamentaciones tan antiestéticas como anacrónicas, que no harán sino acusar y poner de relieve el mal gusto de los inventores, y contémplese y venere la imagen tal como el artista que la talló quiso presentarla a la veneración y culto de los fieles.

Ya que afortunadamente hoy el gusto y el arte van sobreponiéndose a las ridículas vestiduras de las imágenes, muy de estimar sería que por quien corresponda se devolviese su primitivo estado a la venerada imagen.

Nuestra Señora de los Santos Inocentes y Desamparados de Valencia


La breve y efímera dominación cristiana del Cid en Valencia dejó implantado después de la invasión sarracena, nuevamente el nombre de María, según la tradición al consagrar la hoy parroquia de San Esteban con el nombre de Santa María de las Virtudes, Rodrigo de Vivar, el héroe legendario castellano, no hizo sino legalizar con sus actos y con sus armas la antigua devoción y afecto de los muzárabes a la Reina de los cielos.

Pero la muerte del héroe castellano determina nuevamente la pérdida de la ciudad, y la ley de Mahoma vuelve triunfante para señorear la ciudad y el reino por espacio todavía de más de dos siglos. Pero con la subida al trono del incomparable monarca Jaime I, el poder y el imperio muslímico sufren rudo embate, terrible golpe de el cual ya no han de reponerse jamás. La conquista de Mallorca, la pérdida de las principales plazas fronterizas a Aragón, ponen en mortal peligro al reino de Abu-Zeyt, combatido por facciones que ayudan a la pronta caída de aquel ya vacilante poder.

Llega hasta las puertas de Valencia, asienta sus reales en las colinas de Cebolla, en los altozanos del que ha de ser famoso Puig o real de las tropas conquistadoras, y la protección de María en su aparición en aquellos montículos cual signo inequívoco de la protección y amparo a las armas del católico monarca, tan devoto y entusiasta por María, a la que dedicó centenares de templos en todas las villas, lugares y ciudades que libraba de la dominación sarracena.

No es nuestro objeto relatar la maravillosa aparición de Nuestra Señora del Puig, pues es de todos los católicos conocida, pero sí indicar que María acompañaba en cierta manera a las victoriosas armas del ejército cristiano, y que aquella milagrosa aparición era signo infalible de futuras victorias. Jaime declaróla Patrona del nuevo reino que iba arrancando a la media luna, y allí, sobre aquellas explanadas colinas colocadas solas, aisladas y como rojizos islotes en medio de aquel mar de verdura, al que sirve de hermoso marco el azul mar latino, erigióse tiempo después hermoso templo, en donde duermen el sueño de la muerte héroes de la reconquista, varones eminentes en santidad y cristianas virtudes.

En aquel momento manifestóse la protección de María, y tras esta hermosa y entusiasmadora invención, nuevas apariciones, nuevas y patentes muestras de la protección de María habían de verificarse en tierra que le ha sido y es tan amante de su bendito nombre. A partir de este punto, ¡cuántas y cuán numerosas invenciones de las imágenes de María, escondidas por la piedad de los cristianos ante el temor de profanaciones y que aparecen cuando la cruz vuelve a imperar en estos territorios! Comenzando por Nuestra Señora del Puig y concluyendo por Nuestra Señora de los Santos Inocentes Mártires y Desamparados, ¡qué serie más hermosa de milagros y providenciales encuentros de las escondidas imágenes! La aparición misteriosa de la Virgen del Puig, la misteriosa lluvia de estrellas que venían a caer sobre el montículo en que fue encontrada, acompáñala como hermoso ornamento, al igual del que indicó la escondida cueva en que fue encontrada la Virgen, de las quebradas montañas de la Patrona de Cataluña, nuestra querida hermana, la Virgen de Montserrat.

Aquella fue y ha sido la Patrona del reino valenciano y hoy con la de la dulce invocación de los Desamparados y juntas ambas invocaciones de María comparten el amparo de los valencianos en su cariñoso patronato. No dejan también de ser antiquísimas las apariciones de las morenas imágenes de María, también de la época de las esculturas visigodas, las invocaciones de María en los poblados de Chirivella y Campanar, con su entusiasmo y veneración por parte de aquellos huertanos, y cuyas imágenes, también con milagrosos inventos, acusan en su examen artístico en la parte visible una gran antigüedad, y decimos en su parte visible de la escasa parte de rostro que queda al descubierto, porque los trapos en que van envueltas, desfiguradas y afeadas, no dejan medio de examinar su talla, que debe ser interesante bajo el punto de vista de la escultura cristiana. Téngase en cuenta que lo que decimos ocurre con la mayor parte de las imágenes de María en esta provincia, en donde la ridícula moda de entrapajar las imágenes y ocultarlas bajo tremendas bandejas, con pretensiones de coronas y tremendos morriones de pedrería, señalando un depravado gusto artístico, fue más intensa por desgracia que en otras comarcas, y así como se estropearon y afearon las iglesias de la capital, llegando hasta el extremo de lo que se llama adecentamiento el convertirlos al gusto churrigueresco, derribando y haciendo desaparecer las hermosas trazas de la arquitectura ojival, de la misma suerte con las imágenes se cometieron otras no menores profanaciones artísticas.

Así es, que quien hoy contemple a las efigies de Chirivella, Campanar y otras cien, no quedará convencido de su antigüedad al verlas envueltas en aquellos casi sacerdotales ornamentos, con tales modernas arracadas y collares de barroco gusto.

En esos dos pueblos, enclavado Campanar y hoy convertido en suburbio de la ciudad, escondido entre frondosos cañaverales y extendido en medio de espléndidos campos de su feracísima huerta, escucha María en el hermoso templo las plegarias y los ruegos de aquellos laboriosos labriegos, entre el sonoro susurro de la arboleda y el manso rumor del fecundo Turia, que por su lado pasa trenzando sus claras aguas, que algunas veces llegan a penetrar en las calles del pueblo.

Chirivella, es necesario buscar al modesto pueblecillo que encierra este famoso santuario de María, entre el bosque de frutales, entre los altos maizares y el murmullo de las serpenteantes acequias que difunden la riqueza por sus hermosos campos, cobijada por entre frondas de verdura que templan la cascada de clara luz que invade sus campos, recibe culto entusiasta y es objeto de popular romería como la anterior.

Sueca, la hermosa ciudad que junto al rico y caudaloso Júcar, que como su hermano Turia, debieran denominarse los ríos del oro por la inmensa e incalculable riqueza que representan sus aguas, eleva sus plegarias y vive bajo la protección de su Patrona la Virgen de Sales, que venera en su hermoso y rico templo, cuyas cúpulas se vislumbran y miran la de Sales desde Sueca, y el santuario de la Virgen del Castillo desde su elevado monte en la inmediata y poética ciudad de Cullera. La antigüedad de la hermosa ciudad, que arrullada por la caudalosa corriente del Júcar, que junto a ella viene a morir después de haber sido manantial perenne de riqueza, sigue aún trabajando para servir en ondulosa loma para camino del rico comercio de sus vecinos, levanta los ojos a su claro cielo y al hermoso santuario de la Patrona la Virgen del Castillo, que como vigilante centinela de los peligros de la vida, mira su imagen en la elevada cumbre de su monte, mirando al mar azul y al verde que se extiende a sus pies, recibe un culto entusiasta y veneración constante de los católicos hijos de Cullera.

Picassent, Albaida, Silla y cien pueblos más de esta comarca veneran a María en milagrosas apariciones y entusiasto culto y ferviente amor que toda la provincia profesa a María. Y si llegamos a Valencia, a la misma capital, ¿quién no conoce la devoción entusiasta que los barrios de Ruzafa profesan a la venerada imagen de María, bajo la invocación de María de Monte Olivete, hermosa pintura en tabla de olivo y de ostensible y manifiesta antigüedad?

La milagrosa aparición de esta imagen en el mismo terreno en que hoy se venera y tiene hermoso santuario a orillas del Turia y en un ameno rincón tan poético como tranquilo de la hermosa vega de Valencia, se levanta el hermoso santuario en que se le rinde culto amoroso de los huertanos de aquel barrio. La aparición de esta hermosa pintura va unida a una poética y hermosa tradición de cariño, amor y veneración a su santo nombre y cariñosa protección, que hemos procurado traducir en una leyenda que llenos de fe escribirnos y publicamos hace algunos años(3). Esta imagen no ha sido aún estudiada cual merece bajo el punto estético y en interés arqueológico, cuyo estudio estamos haciendo bajo este punto de vista y ofrecemos publicar en breve, en honor y veneración a esta tan antigua como inestimable pintura. La tradición de la llegada de esta imagen es antigua y nada hemos podido comprobar en documentos de la época, pues el incendio del Archivo parroquial de la antiquísima e importante de San Valero del poblado de Ruzafa, nos ha privado de noticias muy interesantes que hubieran podido suministrar grande luz en este asunto. Solamente Escolano y algún otro historiador regnícola se ha ocupado de esta tradición tan poética como hermosa, y como inspirada en el santo amor de María.

De otros muchos santuarios en esta provincia podríamos citar, pero no lo hacemos por no alargar esta relación, pero no por ello dejaremos de citar las invocaciones de los monasterios de Nuestra Señora de la Esperanza, de la Gracia de Dios, de fundación de la reina Doña Teresa Gil de Vidaura, esposa, según la Iglesia, del invicto Jaime I, y la de los Cimientos, tan famosa en Benisanó, hallada al abrir los cimientos de una casa en aquel modesto pueblecillo en que radica el señorial castillo, hoy en restauración, prisión un día del monarca francés Francisco I, que en aquellos salones pasó aposentado algunas semanas hasta su traslado a Madrid. Venerada y con entusiasta culto se venera esta imagen de María, de pequeño tamaño y esculpida como para un relicario o medallón. La iglesia parroquial, en una de cuyas capillas se venera, es hermosa por su antigüedad y estilo, con su precioso techo de alfargia y el arte románico-mudéjar de tan hermoso ejemplar de aquella arquitectura de que tan pocos ejemplares se conservan en esta región, pues que hemos visto el de la Sangre en Liria, hermoso ejemplar de estas ingenuas y hermosas construcciones que tanto encantan a los conocedores del arte antiguo; la iglesia parroquial de Andilla con ese su hermoso techo de alfarge y preciosas pinturas de las puertas de su altar, obra de reputado y estimado autor valenciano y el de que nos venimos ocupando.

La capilla en que se venera la citada, imagen de María de los Cimientos, es obra moderna, y al ejecutarla no se ha tenido el cuidado de construirla siguiendo el bellísimo orden de la iglesia; se ha hecho un altar moderno, lleno de barniz blanco y estilo renacimiento, que despega de una manera horrorosa y desentona de una manera chillona, cual si a un guerrero del siglo trece con camisote de malla, cubrieran su cabeza con un sombrero de candiles o de copa. Para los asuntos del arte, del respeto que merecen los antiguos templos, aquel altar disuena y desentona de tal manera, que la vista se aparta de aquella construcción como con pena o dolor, al contemplar semejante desconocimiento de la belleza y de la armonía.

Y terminamos esta sucinta relación de las invocaciones principales de Nuestra Señora, para venir a ocuparnos de la Patrona del Reino, Nuestra Señora de los Desamparados. Al llegar a este punto no podemos menos de hacer historia, de decir algo acerca de la fundación de una de las instituciones de caridad más grandes y hermosas nacidas del espíritu católico y que es gran honra de Valencia, la católica y caritativa ciudad. Nos referimos a la fundación de un ilustre valenciano, del venerable padre Jofré, el hospital de dementes, primero fundado en Europa, debido a la piedad y caridad de la patria de San Vicente Ferrer. Merced a la predicación del sabio regular y caritativo corazón debióse esta institución, que ha sido y hoy es un hermoso ejemplo de lo que puede, consigue y alcanza la iniciativa particular, tan muerta hoy e inutilizada por la funesta centralización que ha concluido con cuanto de noble y grande existía, y reducido a la nación a una oficina dependiente del poder central, que ignorante y ambicioso, ha concluido con su absorbencia con toda idea grande, noble y generosa, reduciéndonos a todos a un mismo nivel, con rebajamiento de los caracteres y muerte de los sentimientos patrios.

A la memoria nunca bastante venerada de Jofré y de los ilustres valencianos que secundaron sus deseos y propósitos, consagramos estas líneas; y no una sino veinte estatuas merecía el generoso fraile que tal pensamiento concibió y en su pedestal figurar los nombres de quienes de una manera tan noble y generosa secundaron sus nobles propósitos. Hoy que vemos erigidas tantas estatuas a personalidades cuyos méritos y servicios en favor de la patria, de la caridad, de las ciencias y de las artes vemos levantadas, sin que sus méritos los conozcan más que los que se les ocurrió levantarlas; merecido y muy mucho, no en estatuas, de las que tanto se ha rebajado su nivel, tiene el que se honre de una manera más noble y elevada la memoria de estos verdaderos héroes de la humanidad, consignado en páginas de libros y en el corazón de los buenos valencianos que en su pecho llevan esculpido el nombre del venerable Padre Jofré.

En aquel palacio de la caridad, en aquel templo levantado a la práctica de las virtudes cristianas, tuvo lugar la milagrosa aparición de la Patrona de Valencia, de Nuestra Señora de los Santos Inocentes Mártires Desamparados y conocida con el nombre de los Desamparados.

Corría el siglo XIV y año de la era cristiana, el hospital fundado por la iniciativa del famoso y heroico P. Jofré se había realizado y constituido una cofradía y funcionaba en su cristiano cometido. Pero esta necesitaba el patronato de una imagen de María que presidiese sus actos en favor de los desgraciados y a quien dirigir sus plegarias y poner en ella sus esperanzas los devotos cofrades.

Anunciaron su deseo de poseer una imagen de María, hicieron público su deseo para que los artistas presentaran sus proposiciones y bocetos, pero ni unos ni otros llenaron las aspiraciones de aquellos piadosos varones. Transcurrían los días y los meses, y nadie presentaba obra que cumplidamente les satisfaciese, cuando un día presentáronse a los Clavarios de la Cofradía tres jóvenes de simpático y hermoso rostro, vestidos con el de peregrinos, manifestándoles que enterados a su paso por la ciudad de que la Cofradía deseaba una imagen de María, ellos como artistas extranjeros y peregrinos que iban en cumplimiento de un voto, se detendrían en la ciudad ofreciendo esculpir una imagen de la Madre de Dios, que llenaría los deseos y santas aspiraciones de los hermanos de la piadosa institución del P. Jofré.

Entraron en tratos con los mayorales, y por única condición pusieron la de que se les había de tener incomunicados y sin que nadie penetrara en el taller durante ellos no dejasen terminada su obra, y que la habitación fuera tan retirada que nadie pudiera por ningún lado curiosearlos en su trabajo.

Aceptadas fueron las condiciones impuestas por los extraños y jóvenes artistas, no poniendo precio a su trabajo hasta tanto que este fuera a satisfacción y aprobación de todos los cofrades. Quedaron conformes y los hermanos prepararon el alojamiento para los artistas y comida para los tres días que habían solicitado de plazo para la obra.

Allá, en el apartado y silencioso barrio, llamado desde entonces del Hospital, allá entre la arboleda de las lozanas huertas que por aquel lado sombreaban el reciente edificio del Hospital, allí entre el susurro de la arboleda y el trino de los pajarillos, que con el murmullo de las numerosas aguas formaban grato y poético concierto, en un aislado pabellón inmediato a la casa del portero del caritativo asilo, fueron encerrados los tres artistas con los elementos necesarios para aquella cerrada estancia, y con el fin de cumplir lo deseado por ellos.

El sitio, tan retirado como ameno, era uno de esos lugares cuya tranquilidad es inspiradora, y si hoy la antigua capilla no tiene más atractivo que el que le presta la tradición, es debido a que ha quedado encerrada entre los muros y modernas construcciones que le han ido encerrando por todos lados. Aún así, la llamada Capitulet, la estancia en que apareció la Virgen en su venerada imagen, aún conserva algo de su antiguo encanto aquel sitio. Abrese hoy la puerta en el despejado patio de la iglesia que sombrean las verdes acacias, y por debajo de los arcos de las galerías se columbra otro jardinillo de los lados de las enfermerías; aquel silencio que sólo interrumpe el piar de los gorriones y canto monótono de la golondrina, el acompasado de la campana del reloj de la iglesia, o el claro tic-tac de los rosarios, llaves y medallas de alguna hermana de la caridad, que cual si no pusiera los pies en el suelo aparece por debajo de los arcos para desaparecer por las puertas de las enfermerías. Tal vez el recuerdo de la niñez que tanto nos ha impresionado, cuando niños atravesábamos y jugábamos alguna vez en aquel anchuroso patio, tal vez la impresión que la leyenda tradicional de la aparición de la Virgen en aquella capilla siempre cerrada, que parda y manchada por la humedad, llenaba como de un santo temor nuestro ánimo al saber que allí, en aquella capilla se apareció la Patrona de Valencia, nos causaba tal respeto, tal impresión, que aún hoy después de tantos años transcurridos, dejamos de atravesar aquel patio sin echar una mirada sobre aquel santo albergue y recordar tiempos en que aquel hogar nos parecía tan triste entonces, y hoy tan lleno de melancólica poesía.

Allí, como decimos, en aquel rincón del largo patio, entonces huerta, quedaron encerrados los tres extranjeros artistas. La curiosidad se manifestaba en el rostro de todos cuantos se enteraron de aquel misterioso hecho, y el encierro de los peregrinos artistas fue el motivo de la conversación general, extrañando el modo y manera de obrar y trabajar los jóvenes escultores.

Pasaron dos días, el silencio reinaba en la habitación en que estaban encerrados los escultores; nada se oía, ni ruido de herramientas, ni conversaciones se escuchaban; creeríase que estaba abandonada aquella habitación, que nadie se encontraba encerrado en ella. La mujer del portero, curiosa como todo aquel que quiere ser el primero en ver, saber y conocer alguna cosa, andaba rondando por las inmediaciones del encierro de los artistas, y nada veía, nada oía, y sólo sí que a su parecer, de la habitación oíanse, escuchábanse en algunos momentos concertadas combinaciones de música con dulces cánticos, cual elevados por voces celestiales. Nada decía y callaba su curiosidad; pero pasaron los tres días, y al cuarto llamaron a la cerrada y redoblada cerradura de la habitación, sin que nadie les contestara ni diera señales de haber en el interior de aquélla habitante alguno.

Redoblaron los golpes, el mismo silencio; tan sólo el eco respondía a los golpes dados por los Hermanos. No era posible que los tres hubiesen muerto; no era posible que hubiesen salido, pues altas y ferradas eran las ventanas y demás huecos de la casa. Pasaron las horas sin que nadie contestara y entonces determinaron abrir con la misma llave con que habían cerrado la habitación.

Acudieron los mayorales, y después de llamar nuevamente sin que nadie respondiera, procedieron a abrir la puerta; hiciéronlo así, y penetrando en la habitación hallaron en lugar preferente a la hoy venerada imagen de Nuestra Señora de los Desamparados, vestida, no como hoy la vemos, sino con túnica y aureola de la época; los atavíos que hoy la exornan no son de la época de su hallazgo misterioso.

Mudos de asombro quedaron los atónitos mayorales y cofrades ante aquella preciosa efigie de María, y por algunos segundos el más conmovedor silencio reinó en la estancia; todos oraban y contemplaban aquella hermosa imagen, que con mirada tan dulce y triste parecía decirles: -Yo seré vuestra amparadora, ya no seréis desamparados y en mí tendréis siempre quien os proteja y defienda, puesto que tanto me deseábais.

Repuestos del primer asombro, confiados en que aquella dulce y cariñosa mirada los alentaba, levántanse y buscan por toda la estancia a los jóvenes escultores para agradecerles aquel portento de hermosura y de consuelo; pero es en vano, los artistas no parecen y la comida que para tres o más días se les dejó, estaba intacta y completa y sin que hubieran llegado a ella. Nada faltaba, todo estaba en el mismo sitio y cantidad que les fue colocada, y los peregrinos no aparecen, pero sí sus vestiduras, que a los pies de la peana se encuentran extendidas y como caídas del cuerpo y no arrojadas de él.

No resta ya duda de la milagrosa intervención de María; nadie, en aquellos siglos de fe tan grande, nadie duda, y que ángeles y no peregrinos fueron aquellos artistas de tan hermoso rostro, que se comprometieron a esculpir aquella hermosa imagen de la Reina de los Cielos. La ausencia, la desaparición de los misteriosos peregrinos, de aquellos ocultos artistas, hace concebir la idea de que ángeles y no hombres son quienes han tallado en tan breve espacio de tiempo aquella maravilla de hermosura y sentimiento.

La nueva cunde, la noticia de la aparición se extiende y se hace del dominio público y la tradición toma de este hecho su poética y hermosa historia, y llega hasta nosotros en la forma y manera de semejante devota y hermosa adoración con que la conocemos y es nuestro amparo y consuelo. El pueblo acude y la milagrosa intervención de los desconocidos artistas que dejan la obra y desaparecen a través de muros y puertas que los encierra, llena la imaginación y en vano se busca a los angélicos escultores, que como a tales los considera y estima el pueblo creyente. El pueblo admira a aquella hermosa imagen, y desde aquel momento la invoca como su protectora y su patrona, como el faro de su esperanza, como el refugio en sus penalidades, y le levanta un altar en cada pecho y en un templo queda convertida la ciudad, que se coloca en masa bajo su poderosa y amante protección.

Pasan los días y la hermosa cofradía, llena de entusiasmo y amor a María, convierte en templo, pequeño por sus dimensiones, pero grande por el amor y devoción que los inspira para honrar a la milagrosa imagen.

Repetir ahora la historia de la aparición de la venerada imagen, sería relatar mal lo que bien se ha dicho por ilustres autores, y sólo añadiremos lo que dice el marqués de Cruilles en su «Guía de Valencia», tomo I, pág. 415:

«Acerca del origen de la imagen, los autores han emitido especies milagrosas unas, materiales otras; el tiempo ha pasado y la averiguación de lo cierto se hace menos fácil. Pero es bastante reconocer en la devota imagen de Nuestra Señora, la intervención del venerable Jofré, en su hechura, y los milagros canónicamente aprobados por la intercesión de la Virgen, para justificar la tierna devoción que le profesan los valencianos y la fe y confianza que abrigan en su patrocinio.

»Primitivamente se la intituló de los Santos Mártires Inocentes, que lleva figurados en su peana, hasta que en 1493 el rey D. Fernando el Católico, mandó que se uniera a este título el de los Desamparados, con que es universalmente invocada».

Pasa el tiempo, la devoción aumenta y la pequeña capilla en que se la venera en el patio del Hospital, es pequeña, insuficiente para dar cabida ni entrada al gran concurso de gentes y de peregrinos que acuden a visitarla y a elevar a sus pies sus oraciones y plegarias. Había necesidad de ensanchar el pequeño templo y trasladarlo a punto más céntrico de la ciudad, y entonces el Cabildo eclesiástico permitió y aceptó el traslado de la milagrosa imagen al templo Metropolitano, en donde tuviese aposentamiento más digno y fuese más solemnemente venerada.

Así se acordó, y según escritura otorgada en 2 de mayo de 1487 por el notario Jaime Esteve, se franqueó por el Cabildo una capilla practicada en el muro de la iglesia a espaldas de la capilla de San Antonio Abad, bajo del arco y frente a la puerta de la actual capilla.

El docto averiguador de las cosas de Valencia, Esclapés, dice que ésta aún permanecía en su tiempo, y que en 1570 fue ensanchada por lo incómodo del terreno, y que en 1623 se volvió a mejorar, y así lo dice del Olmo en su Lithologia, y en este sitio hermoseado permaneció la santa imagen hasta el año 1667 en que quedó terminada su actual capilla, de la que luego hablaremos.

Lo creciente de la devoción, el aumento de la fe en la milagrosa Virgen de los Desamparados, hizo decir a Felipe IV en su tránsito por Valencia, que aquel santuario no correspondía al entusiasmo y devoción que el pueblo de Valencia profesaba a su venerada Señora de los Desamparados, estrechez y angostura que se hizo más patente cuando habiéndola sacado en rogativa con motivo de la guerra con Francia en 1638, se vio la imposibilidad, no sólo de arrodillarse, sino de poder entrar en el local parte del acompañamiento.

Era necesario dar a la santa imagen un local más amplio, una capilla o templo digno de la veneración del pueblo valenciano, y comenzaron las gestiones para llevar a cabo el pensamiento.

Promovió el proyecto el entonces virrey y capitán general de Valencia, D. Federico Coloma, gran Condestable de Nápoles; pero su proyecto, pensamiento y empeño no tuvieron éxito, no obstante su empeño, como tampoco lo consiguieron los sucesivos virreyes D. Antonio Juan Luis de la Cerda, duque de Medinaceli, D. Francisco de Borja, duque de Gandía, y D. Rodrigo Ponce de León, duque de Arcos. Todos ellos insistieron en la idea, pusieron su empeño y trabajos, pero nada pudieron alcanzar.

Habíanse comprado para este fin unas casas que eran del Arcedianazgo de la Catedral y las cuales había renovado D. Matías Mercader, que obtuvo dicha dignidad, hijo que era de los condes de Buñol. El natural apego que tenía a sus casas y obra que había en ellas ejecutado, era un obstáculo importante para la realización del pensamiento. La cofradía tenía en ello empeño decidido, y ofreció al arcediano las casas de la calle de Zaragoza contiguas a la Catedral y que han sido propiedad hasta ha poco del marqués de Colomina y 500 libras de mejora; pero nada se consiguió, pues el arcediano no cedía en su negativa. Fue preciso recurrir al monarca, y Felipe IV escribió al arzobispo, a la sazón D. Pedro de Urbina, en 1657, diciéndole que era preciso que el arcediano se apartase del pleito, pues tal era su soberana voluntad, puesto que la Cofradía le había transmitido dichas casas y entregado el dinero convenido.

Quedaron así las cosas por voluntad del monarca y un hecho milagroso casi, vino a hacer que el pensamiento de la edificación de la nueva capilla se realizara. Era virrey de Valencia por entonces (1647), D. Duarte Álvarez de Toledo, conde de Oropesa, y con motivo de la peste declarada en Valencia fue él y toda su familia atacado de ella; en tan triste situación y apurado trance, la familia invocó la protección de María en su imagen de los Desamparados y procesionalmente fue conducida al palacio del Real, en que se aposentaba el virrey, y a su intercesión y amparo, invocado con fe y devoción, debió la familia del virrey y él mismo recobrar la perdida salud.

Cesó la peste, y el virrey, cumpliendo como bueno y católico, agradecido a la merced de María, promovió y con decidido empeño comenzó las gestiones para la construcción de la nueva capilla; empeñóse en ello como muestra de agradecimiento, y vencidas las grandes dificultades por su ánimo esforzado, comenzaron las obras, los trabajos el dia 9 de abril de 1652.

Y cosa verdaderamente notable y sorprendente, un hecho histórico que venía por unas piedras y un ara a demostrar la grandeza de Dios, de los sucesos históricamente providenciales señalados por su mano, poder y ciencia infinitas. Demostróse éste, como hemos indicado, al abrir los cimientos, encontrándose lápidas y un ara que dieron luz de haberse levantado sobre aquel terreno, en tiempo de la dominación romana, un templo a Esculapio, el dios de la medicina; desapareció, hundióse el dios de la salud del cuerpo; pasan los siglos, y sobre aquellos cimientos viene a levantarse el templo de María, de la Virgen sin mancilla, del consuelo de las almas, de la salud de los enfermos, y a la medicina del cuerpo sucede el templo de la salud del alma, de la santa medicina del espíritu, de la esperanza y salvación de los pecadores que a él acuden demandando medicina que cure a sus pechos de la enfermedad del pecado.

Don José del Olmo, en su Lithologia, se ocupa extensamente de estos importantes hallazgos, que fueron por dicho escritor cuidadosa y eruditamente estudiados, y puede con fruto y deleite conocerse su erudito trabajo.

Comenzaron las obras, como hemos dicho, y en 15 de junio del dicho año 1652, se puso la primera piedra, sentándola el citado arzobispo D. Pedro de Urbina, y siendo virrey D. Luis de Moncada, clavario de la Cofradía D. Francisco Blasco y síndico D. Gregorio Zacarés. Dirigió la obra el maestro D. Diego Martínez Ponce de Urvana, natural de la ciudad de Requena, cuya obra dejó concluida a principios del año 1665. Dícese que lo fue en el año anterior, pero terminada en su totalidad no lo fue sino en el citado año, y en 15 de mayo se hizo la solemne traslación de la imagen de Nuestra Señora.

Pero, ¿quedaba terminada en su totalidad la obra deseada? Quedaba por hacer el camarín, y se emprendió la construcción de aquél, que se terminó en 1694, quedando en la preciosa y elegante forma en que hoy le vemos y admiramos.

Quedaban por hacer las obras de pintura y estucado, adorno y exornación del templo, y en 1701 se pintó la bóveda o media naranja del templo por el célebre pintor de frescos D. Antonio Palomino, de cuya composición publicó una erudita descripción en su Museo pictórico. El asunto representa en el sitio preferente, sobre el altar, a la Santísima Trinidad en trono de nubes, colocando a María Santísima a la diestra, y en el resto a los bienaventurados en hermosas y elegantes agrupaciones, que fueron una de las mejores composiciones del reputado maestro.

El adorno del interior del templo, pilastras, repisas y pavimento de mármol, se hicieron para el primer centenario de la construcción de la capilla en 1767. Pintáronse entonces por D. José Vergara los óvalos de sobre las puertas. Adornóse el altar simulando un pabellón dentro del arco de la capilla, que aun cuando ejecutado por D. Ignacio Vergara, resultaba algo confuso y pesado en su conjunto. En 1818 se quitó y se puso uno de madera tallada, imitando terciopelo encarnado, hasta que en 1862 se sustituyó el antiguo cristal, se quitó ampliando el nicho en su luz y colocándose el nuevo y hermoso cristal que de grande y hermoso tamaño y claridad permite que la imagen destaque en el hermoso nicho. La pintura que como cortina cubría la imagen, fue sustituida, por no ser servible en sus dimensiones, obra de D. José Vergara, por una que pintó nuestro inolvidable maestro de dibujo D. Manuel Martín Lavernia, regalo de tan digno como caballeroso maestro.

La imagen de la Patrona de Valencia tiene la altura de 7 palmos valencianos, o sea un metro setenta y cinco centímetros. Descansa sobre un grupo de nubes de plata que figuran sostener dos hermoso ángeles de talla. Sobre el brazo izquierdo descansa el Niño Jesús, y tanto el rostro de éste como el de su purísima Madre, tienen un encanto y atractivo singular. Su tierna y cariñosa mirada penetra en los corazones, y su contemplación llena el alma de inefable dicha y lleva consuelo, esperanza y alegría al pecho de quien contempla tan hermoso como venerado simulacro de la Pura Estrella de Nazareth, de la Salud de los enfermos, del Consuelo de los afligidos. En la mano derecha lleva un ramo de azucenas de plata, y su diadema, manto, túnica y manos se hallan cuajados de preciosas piedras y alhajas sin cuento, con que la piedad de los fieles y la magnanimidad de los reyes la ha cubierto y adornado como piadosa ofrenda de su amor, respeto, cariño y veneración. No podemos dejar de citar el hermoso manto que cubre a la Señora, verdadera joya de arte, de buen gusto y riqueza material, debido a la munificencia y piedad de la excelentísima Sra. D.ª Matilde Ludeña, viuda de Zacarés, Camarera mayor de la Santísima Virgen, y recuerdo del centenario segundo de 1867. En la mano derecha lleva el bastón de Capitán general que le regaló Don Alfonso XII, cuando procedente del destierro venía a ocupar el trono de sus mayores y desembarcó en Valencia, en donde había sido proclamado Rey de España en los campos de la histórica Sagunto.

No entraremos en la descripción del templo, pues esto nos apartaría mucho de nuestro objeto y pensamiento capital, pero sí diremos que en la fachada principal se colocaron como recuerdo imperecedero y empotradas en sus muros, aun cuando en nuestro concepto no es el punto más a propósito por la destrucción de que pueden ser objeto, las lápidas paganas consagradas a Esculapio y que allí se encontraron.

Aquella fachada principal del templo sería una historia fehaciente de nuestra historia moderna. ¡Cuántos y cuántos hechos no han presenciado aquellos muros y piedras, qué de vicisitudes y cambios la piedra que ocupa el promedio de altura simbolizando la obra de las Cortes de Cádiz! En nuestros tiempos, cuántos cambios de nombres, de forma de gobierno y revoluciones no han oído y presenciado aquellas piedras y espacio. Plaza Real, plaza de la Constitución, vuelta al antiguo nombre, plaza de la República; hemos visto destrozará a piquetazos aquella lápida constitucional en una hermosa noche de verano del año 1873, y pocos días hemos visto prevalecer la República Federal colgado un cartel sobre el hueco constitucional clavado a golpes de hachuela en medio de un orden, respeto y silencio de los batallones republicanos formados en la extensa plaza, y pocos días después estallar las bombas en aquel espacio combatiendo aquel naciente régimen por otro ejército republicano mandado por el general Martínez Campos. Y tras estas vicisitudes, cambios, trastornos, revoluciones, asonadas, motines y crímenes, que cual polvo han sido barridos por el viento de la política; sólo una cosa ha permanecido sólida, firme, inmutable cual firmísima roca combatida inútilmente por los huracanes, la fe inquebrantable en María, el amor, fe y entusiasmo siempre creciente por la Virgen de los Desamparados, que tiene por solio inmutable el corazón del pueblo de Valencia, cualesquiera que sean sus ideas políticas, su manera de pensar en el orden de la gobernación del Estado.

En 1885 fue declarada Patrona del reino valenciano, y pocos días después la cruel y mortífera epidemia colérica invadía la ciudad llenándola de luto, pena y aflicción, y la Virgen, que pocas semanas antes había recorrido las calles de Valencia vestida de gala en medio de los vivas atronadores y las lluvias de flores, recorría en las horas del crepúsculo de una tarde de julio, cubierta con morado manto y negro velo, las calles de Valencia llenas de gentío inmenso en medio de sepulcral silencio, interrumpido por el plañidero acento de las campanas que tristemente sonaban, y por el rezo que salía del corazón de la aterrada muchedumbre, que de cuando en cuando exclamaban: ¡piedad, Virgen Santísima! La Señora recorrió las calles, visitó a su Hijo Divino en la iglesia del Salvador, y cuando la sombra de la noche envolvía a la amilanada ciudad, la Reina de los Cielos entraba en su capilla, y vuelta al pueblo pareció decírle: ¡Confía, ora, y mi Hijo tendrá piedad de vosotros!

Pocos días después la epidemia decrecía notablemente; la fe, esperanza y amor en María habían alentado al pueblo, y la fe y esperanza le daban fuerzas para llevar resignado y valeroso la prueba a que Dios le había sometido.

Nunca se borrará de nuestra imaginación aquella triste rogativa, aquel espectáculo tan conmovedor: hacía pocos meses que habíamos vuelto a nuestra patria después de diez y ocho años de no estar bajo la inmediata tutela y amparo de la Santísima Virgen, y volvíamos a verla vestida de luto, en medio de una tristeza general, del espanto y terror de la ciudad en medio de aquella terrible epidemia. Aquel conmovedor espectáculo, aquella rogativa en que el pueblo, la clase media y nobleza, ciencias, artes, industrias, mujeres y niños y las armas, acobardadas y amilanadas con tan temible azote, unidas y compactas ante un temor y enemigo que no podían combatir mas que con las armas de la fe, rezaban y humildemente pedían perdón de sus pecados, impresionó nuestra alma de tal manera, que aquel recuerdo sólo se extinguirá con nuestra vida.

Hoy, al terminar estas líneas, después de las desdichas sufridas por nuestra patria en los terribles y desdichados sucesos en que hemos perdido nuestra honra y nuestras posesiones por nuestros pecados, maldad de los hombres y perfidia de los enemigos del Catolicismo, hoy que nueva y terrible epidemia nos amenaza como nuevo castigo al no abrir los ojos a la verdad, a la virtud, a la honradez perdida, y continúan imperando la mentira, la falsía y la irreligión, a la Santa Señora, a la Reina de los Cielos, a María Santísima de los Desamparados, debemos pedir amparo, protección y auxilio, poniendo de nuestra parte los méritos del arrepentimiento y la vuelta al camino de la honradez y de la ley santa del trabajo, procurando apartarnos y apartar de los sitios en que puedan hacernos daño, a esos hombres que tienen las manos llenas de dádivas y el corazón lleno de maldad y de sangre.

A vos, Señora, nos encomendamos al terminar en el día de hoy estas pobres páginas escritas en vuestro honor y gloria, y bajo vuestra santa protección las colocamos, no por su mérito, sino por la intención y amor a vuestro nombre y confianza en vuestro amparo y patronato en que nos hemos y colocamos a nuestra obra y nuestra familia.

Apiádate de nosotros y dadnos, Señora, la dicha de bendecir una y millares de veces en el hogar de nuestra casa tu santo y purísimo nombre.

Para terminar copiaremos los antiguos gozos que se cantan en la Capilla en los días sábados, en que el pueblo creyente y católico acude a la Salve y entonándola implorar vuestra protección, auxilio y salud de las almas.


VIDA DE LA VIRGEN MARÍA-JOAQUIN CASAÑ