Mater et magistra ES


MATER ET MAGISTRA




INDICE



I. ENSEÑANZAS DE LA ENC. "RERUM NOVARUM" Y OPORTUNOS DESARROLLOS DEL MAGISTERIO DE PIO XI Y PIO XII

Los tiempos de la "Rerum novarum"
Caminos de reconstrucción
"Quadragesimo anno"
Roma Pentecostés 1941
Ulteriores cambios
Fines de la nueva Encíclica


II. DETERMINACIONES Y DESARROLLO DE LAS ENSEÑANZAS DE LA "RERUM NOVARUM"
Iniciativa personal, e intervención de los poderes públicos en el campo económico
"Socialización"
Remuneración del trabajo
Exigencias de la justicia frente a las estructuras productoras
Propiedad privada
Reafirmación del derecho de propiedad
Propiedad pública
Función social (prop. priv.)

III. NUEVOS ASPECTOS DE LA CUESTION SOCIAL
Exigencias de justicia en orden a las relaciones entre los sectores productores
Exigencias de justicia en las relaciones entre Naciones, en grado diverso de desarrollo económico incremento demográfico y desarrollo económico
Colaboración en plan mundial
Dios, fundamento del orden moral

IV. REAJUSTE DE LAS RELACIONES DE LA CONVIVENCIA: EN LA VERDAD, EN LA JUSTICIA, EN LA CARIDAD
Ideologías incompletas y erróneas
Miembros vivos en el Cuerpo Místico de Cristo



Discurso de S.S. Juan XXIII el 14 mayo 1961
La enseñanza secular de Pedro viviente
Desde León XIII a Pío XI y Pío XII
La nueva próxima Encíclica
Esquema del solemne documento
Por la humana y cristiana solidaridad
Primera luz y fuerza:
el precepto del Señor
Entusiasta y férvido apostolado social
Carta encíclica MATER ET MAGISTRA sobre los recientes desarrollos de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana



Discurso de S.S. Juan XXIII el 14 mayo 1961


A TODOS LOS TRABAJADORES DEL MUNDO
Espectáculo incomparable que supera a todo cuanto habríamos podido esperar. Dejadnos saludar con vosotros esta nueva primavera de la Santa Iglesia.

Venerables Hermanos
Amados hijos:


101
1. Vuestra presencia tan solemne y respetuosa y, al mismo tiempo tan vivaz y vibrante, aquí junto al sacro sepulcro de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles, llena de extraordinaria alegría vuestro corazón y el Nuestro.

¿Quién os ha traído aquí en tan gran número, reunidos de todos los países, pertenecientes a toda edad, a toda clase social y a toda lengua?

Os ha reunido el recuerdo de un gran Papa y de una Carta, de una carta que él en su tiempo había escrito y había hecho mandar a todo el mundo: mas no sobre un argumento del acostumbrado ministerio pontificio, como sería el estimular a devoción y a cristiana piedad, sino precisamente en un tema doctrinal y práctico sobre el trabajo de los campos y de las fábricas, sobre el trabajo de todos cuantos desarrollan humanas energías -brazos, cabeza y corazón, cuerpo y alma- para sustentamiento de la vida, para prosperidad, para progresiva riqueza del mundo entero.

El humilde Papa su sucesor que os está hablando era un niñito de diez años en aquel 1891: pero recuerda muy bien, cómo en su parroquia, y doquier en torno a él las palabras iniciales de aquel documento Rerum novarum (Nos estábamos entonces en los latinazos) eran repetidas en las iglesias y en las reuniones como título de una enseñanza, en verdad no improvisada, sino tan antiquísima como el Evangelio de Jesucristo Salvador, pero puesta en aquel mayo de 1891 bajo una luz nueva y mejor adaptada a las modernas circunstancias del mundo. Se trataba de situaciones y cuestiones recientes sobre las cuales cada uno gustaba en decir la suya, y muchos la decían muy fuera de propósito, suscitando peligros de confusión y tentación de desorden social.


La enseñanza secular de Pedro viviente

102 2. El papa León, el admirable pontífice, había querido sacar de los tesoros de la enseñanza secular de la Iglesia la doctrina justa y santa, la verdad iluminadora para la dirección del orden social según las exigencias de su tiempo.
Aquella Carta encíclica Rerum novarum, situándose con gran valor a la par que con gran claridad y decisión, sobre todo entre las varias relaciones de los campesinos y de los obreros, llamados proletarios, por una parte, y los propietarios y empresarios por otra, indicaba cuán indispensable era restaurar los modos de la justicia y de la equidad en beneficio y en ventaja de los unos y de los otros, invocando como necesarias así la intervención del Estado como la acción honesta y leal de los interesados, trabajadores y dadores de trabajo.

La Rerum novarum fue, por lo tanto, una primera llamada grande y solemne en este orden de principios, que conmovió un poco a todos: y que, aun circunscribiendo entonces su alcance a la cuestión obrera en el ámbito de relaciones ya indicadas, tuvo el mérito de abrir un horizonte, mucho más luminoso porque sacaba luz e irradiación de la purísima doctrina de la Santa Iglesia Católica, y de sus inagotables fuentes que son el Antiguo y Nuevo Testamento.

Los cuarenta años que transcurrieron desde la primera difusión y penetración de esta doctrina -esto es, desde el 1891 al 1931- fueron señalados por acontecimientos muy vivaces, complejos y a veces violentos; las variaciones de los desarrollos y de las consiguientes disputas de clases y de pueblos, determinadas por la primera guerra, se hicieron tan oscuras y amenazadoras que sugirieron a la amplia y luminosa mente y al corazón firmísimo del papa Pío XI el reanudar el coloquio de la Sede Apostólica con el mundo del trabajo haciéndole conocer mejor la doctrina cristiana de la Iglesia, en relación a las nuevas posiciones impuestas gradualmente por las mismas conquistas del ingenio humano, por el progreso de las demás técnicas, trastornadoras de las formas tradicionales que habían llegado a ser fatigantes para las mismas masas trabajadoras de los campos y de las fábricas.


Desde León XIII a Pío XI y Pío XII

103 3. Y fue entonces cuando apareció, como recuerdo y más amplio desarrollo de las bases de economía social asentadas por la Rerum novarum, otro documento pontificio titulado Quadragesimo anno, para señalar los pasos que habían de darse, siempre a la luz de los principios cristianos, a las nuevas experiencias, a las nuevas relaciones de cooperación mundial de los hombres trabajadores, de las familias y de las naciones, y ciertamente para señalar el camino, pero también para estimular y rectificar su progreso feliz y provechoso.
Alegría grande trajo consigo también esta enseñanza del papa Pío XI con la Quadragesimo anno.

Aunque limitando el estudio y la resolución de los nuevos mayores problemas dentro del ámbito del sector industrial, el horizonte de la cuestión social se ensanchaba y resplandecía. Así, sucedió en la mayor precisión y en el relieve más vivo que fue dado al trabajo, a la propiedad, al salario, puestos en relación con las exigencias del bien común y por lo tanto bajo el aspecto social. En el vértice estaba siempre el principio supremo según el cual es regulada toda relación: esto es, no la desenfrenada libre concurrencia ni la prepotencia económica, fuerzas ciegas ambas, sino las razones eternas y sagradas de la justicia y de la caridad.

Las exigencias de la justicia no pueden en verdad ser satisfechas si la sociedad no se recompone orgánicamente a través de la reconstitución de los cuerpos intermedios con finalidades económico-sociales.

Consecuencia muy fuerte e importante hecha surgir en la Quadragesimo anno, es el estudio paciente e incesante de la colaboración entre las naciones grandes y pequeñas.

Amados hijos, en este momento deseamos Nos rendir homenaje, después que a los papas León y Pío XI, también a la sagrada y bendita memoria del Santo Padre, el duodécimo Pío, el cual también, continuando el surco de la Quadragesimo anno, iluminó con su profunda enseñanza los varios sectores de la sociología de los que hubo de ocuparse con referencia a la interna estructura de cada una de las Comunidades políticas, y también a las relaciones entre las mismas en un plano mundial.

Muy frecuentemente su palabra, hablada y escrita, ha sido una enseñanza ocasional caracterizada por la amplitud de los horizontes tocados y descubiertos. Pero ¡qué riqueza, a través de aquellos volúmenes suyos que quedan para nuestra admiración y veneración como una colección siempre digna de consultarse a causa de los preciosos minerales que en ella abundan!

Venerables Hermanos y amados hijos, pensad que cuanto hasta aquí os hemos dicho no es sino un acercamiento al punto más luminoso al que Nos hemos propuesto conduciros, esto es más allá de la Rerum novarum, más allá de la Quadragesimo anno, a un tercer documento que, celebrando aquellos dos precedentes y añadiéndoles las nuevas experiencias de actividades sociales que se han multiplicado desmesuradamente en estos últimos treinta años, que nos están más cercanos, les añade, como corona, todavía un más copioso complemento de cristiana doctrina, que la juventud perenne y fecunda de la Santa Iglesia, Una, Católica, Apostólica, Romana, tiene siempre pronta, para luz y para guía de los siglos y de los pueblos.


La nueva próxima Encíclica

104 4. Hemos de confesaros que Nuestra intención era verdaderamente el poderos ofrecer, y el ofrecer a toda la Iglesia Católica precisamente en el día del faustísimo recuerdo del septuagésimo aniversario de la Rerum novarum -1891 -15 mayo- 1961- este tercer documento de alcance general en forma de Carta encíclica, amplia y solemne. Gozamos en daros la seguridad de que Nuestra promesa se ha mantenido: la Encíclica está terminada, pero la solicitud por hacer que llegue a todos los creyentes en Cristo, y a todas las almas rectas esparcidas por el mundo, a la misma hora, en su texto oficial latino y en las varias lenguas habladas, Nos aconseja retardar algún tanto la publicación del texto.
Entre tanto, amados hijos, dejad que os lo repitamos.

Vuestra presencia aquí en Roma, en estos días, Nos es muy querida extraordinariamente.

Esta semana nos acerca y prepara para la Pentecostés, y nos trae el recuerdo de los reunidos en Sión: viri religiosi ex omni natione quae sub caelo est (1).

Vosotros, amados hijos, descendientes de aquellos buenos católicos, que fueron los primeros en acoger hace ahora setenta años, y que tan grande honor hicieron a la proclamación de la doctrina católica social del gran papa León, os habéis reunido aquí representando a todos los trabajadores cristianos de la tierra.

Bien merecido, pues, tenéis que, como Pedro en Sión, también su humilde Sucesor, os descubra el secreto y os revele ya sin más, pero en expresiones abreviadas, el contenido de este tercer documento pontificio, que muy pronto será pan y alimento saludable y delicioso de vuestras almas y, así lo esperamos, de todos cuantos confían en la Iglesia Santa y bendita de Jesucristo: Magister et Salvator mundi (2).

Como sucede en la lectura cotidiana del Breviario para nosotros los sacerdotes, sea así también con vosotros mientras Nos escucháis la gracia del Espíritu Santo, para luz de vuestro entendimiento y de vuestros corazones: Spiritus Sancti gratia illuminet sensus et corda nostra.

(1)
Ac 2,5.
(2) Cf. Jn 4,42.


Esquema del solemne documento

105 5. El solemne documento, por lo tanto, que dentro de pocas semanas será -Nos place repetirlo- alegría de vuestros ojos, alimento sano y sustancioso de vuestras almas, se desarrolla en cuatro cuadros muy distintos.

Primero: La síntesis de las enseñanzas de tres Papas -León y los dos Pío, el undécimo y el duodécimo.

Segundo: La presentación de un primer grupo de problemas de acción social que todavía persisten en su continuada presión desde setenta años a esta parte.

Tercero: La afirmación de los nuevos problemas graves y a veces peligrosos de esta época nuestra reciente y contemporánea a nosotros.

Finalmente, cuarto: La recomposición de las relaciones de la convivencia social a la luz de la enseñanza de la Santa Iglesia.

El primer cuadro ya os es familiar por todo lo que hemos expuesto hasta aquí como introducción a nuestro coloquio. En él brilla la naturaleza y el contorno del buen camino de la doctrina pontificia señalado por la Rerum novarum de León XIII, continuado por la Quadragesimo anno de Pío XI y por las notas de carácter social tan variadamente esparcidas en las manifestaciones habladas o escritas de Pío XII.

En verdad que se han verificado profundas innovaciones en estos últimos años, tanto en las internas estructuras de cada una de las Comunidades políticas, como en las mutuas relaciones entre las mismas: innovaciones y problemas que imponen ulteriores aplicaciones y desarrollos de las enseñanzas ya delineadas por la Rerum novarum, mas referidas -ya lo hemos dicho- a las cambiadas circunstancias actuales.

Volviéndonos hacia el segundo cuadro, nos hallamos ante la visión de estos nuevos problemas. Ante todo y precisamente los tocantes a las relaciones entre iniciativa privada e intervención de los poderes públicos en el campo económico; luego el cada vez más ampliado difundirse de formas asociadas en las varias manifestaciones de la vida; la remuneración del trabajo; las exigencias de la justicia con referencias a las estructuras productivas; y el gravísimo punto de la propiedad privada.

La inminente Encíclica, en el estudio y en la solución de estos problemas -no es superfluo el repetirlo- tiene en cuenta los desarrollos que se han seguido desde la enseñanza de León XIII a la de Pío XI, y a los mensajes iluminados y sabios de Pío XII, dominada siempre su doctrina por el motivo fundamental que es afirmación inmutable y valiente defensa de la dignidad y de los derechos de la persona humana.

Los problemas del tercer cuadro de los que la Encíclica se ocupa son los más evidentes y apremiantes en el actual momento histórico. Confieren tono y color característicos a este documento pontificio.


Por la humana y cristiana solidaridad

106 6. Surge ante todo el problema de la agricultura. La agricultura era una vez -mas qué decimos: ¿era una vez?-, fue durante milenios de historia, desde las primeras páginas de la Biblia santa, la riqueza y la perenne primavera que se renovaba cada año sobre la tierra, la poesía y el encanto de la vida: y ahora está reducida y está para reducir a muchas, a muchas comunidades humanas, a un estado, como suele decirse, de depresión. Lo que se delinea entre las mayores exigencias de la justicia es concretamente esta justicia de volver a ajustar el equilibrio económico y social entre los dos sectores de la convivencia humana.
Nuestro ya inminente documento está para ofrecer las principales directrices inspiradas en una solidaridad humana y cristiana, consideradas las más eficaces para intento tan noble y tan grande.

Otro problema de proporciones mundiales, que interesa y reclama la angustiosa atención de Nuestro apostólico ministerio junto con la cooperación de cuantos creen y viven en Cristo y su Iglesia, se halla constituido por el estado de indigencia, de miseria y de hambre en el que se debaten millones y millones de vidas humanas. De aquí el descontento, que se torna a veces en cruel realidad, de las relaciones entre las comunidades políticas económicamente desarrolladas y las económicamente infradesarrolladas. Este es precisamente el llamado problema de la edad moderna, aunque diciendo todo y diciendo verdad, en el estudio de la historia de los pueblos, abarcando las vicisitudes seculares de todos los núcleos humanos esparcidos por el mundo, en pasados tiempos pudo casi considerarse como inexorable, teniendo en cuenta las causas antiguas y continuas de retraso de los sistemas económicos, en relación con las condiciones infelices de muchas regiones.

Justamente, santamente -amados hijos- ha de ser proclamado y exaltado el principio de la solidaridad entre todos los seres humanos; y recordando y predicando muy alto el deber que tanto las comunidades como cada uno de los individuos tienen, cuando disponen abundantemente de medios de subsistencia, de ir en auxilio hacia cuantos se encuentran en condiciones de malestar.

Mas el auxilio de "emergencias" no suprime de raíz las causas de este malestar. Por lo tanto, se impone la obra de colaboración en el plano mundial, obra que sea desinteresada, multiforme, encaminada a poner a disposición de los países económicamente infradesarrollados grandes capitales e inteligentes competencias técnicas, aptas para favorecer paralelamente el desarrollo económico y el progreso social, cuidando, con una sana y benéfica previsión, de interesar a los primeros y principales "protagonistas" mismos del trabajo humano, en la realización de su propia elevación individual, familiar y social.


Primera luz y fuerza: el precepto del Señor

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7. Se trata de una gran empresa, finalidad noble y apremiante para la paz misma del mundo. Para llevarla a feliz término, confiriéndole incesante vigor, son imprescindibles las relaciones de sincera comprensión y de activa colaboración entre los pueblos. Lo cual supone -y ahora Nos place volver a confirmarlo ante este cielo benigno, y ante este templo, el máximo de la cristiandad- supone, repetimos, el praeceptum Domini, que afirma y proclama el reconocimiento y el respeto de un orden moral, válido para todos: que reconozca su fundamento en Dios tutor y vengador, distribuidor del bienestar, de la riqueza y de la misericordia; y reivindicador terrible, a quien nadie se sustrae, de la justicia y de la equidad.
Sobre este motivo, como de fondo, se coloca y se alza la intervención de la Santa Iglesia aun en el campo económico y social. Siempre el Decálogo -amados hijos-, siempre el Evangelio. Del buen Jesús, "camino, verdad, vida y luz del mundo", taumaturgo al servicio de los sufrimientos y enfermedades humanos, mártir divino por la humana expiación, y rey victorioso y triunfal de los siglos y de los pueblos; de él es donde toma inspiración el esfuerzo por buscar la justicia, y con él se hace potente. La defensa y la elevación de los débiles ven abiertas las maravillas de la caridad, que aseguran la salvación y la resurrección de los hombres y de los grupos étnicos, la transformación de las zonas retrasadas y de los secretos deprimidos.

Esta es la gran responsabilidad que atañe a todos, a todos; y a la cual nadie puede sustraerse mientras vive. El juicio final del mundo, al terminar su destino, es éste: Venite benedicti, discedite maledicti (3). Estas palabras son el compendio y conclusión de la historia del mundo, consumada y decidida a través de la enumeración de las formas más variadas, concedidas o negadas, de la asistencia social de hombre a hombre, de familia a familia, de pueblo a pueblo.


(3)
Mt 25,34 Mt 25,41.


108 8. El cuarto cuadro de la nueva Encíclica os entretendrá con visión deliciosa sobre la recomposición de la convivencia humana. El estudio de la naturaleza del hombre y de la doctrina de la Iglesia, bajo la luz de la Revelación, señala los caminos seguros para realizar una convivencia humana dignificada, pacífica y fecunda. Muy natural es que esta doctrina, al tener a la verdad como fundamento, a la justicia como finalidad, al amor como elemento propulsor, sea no sólo aprendida, sino también asimilada, difundida y traducida a la realidad.

Cierran el documento, vasto e interesante, algunas indicaciones preciosas, útiles e idóneas para alimentar y hacer siempre cada vez más activa en todos y en cada uno la conciencia de los deberes sociales.


Amados hijos: Esperad la Encíclica con alegre ansia y estudiadla bien.

109 9. Volviendo ahora a las muchas cosas, dichas a vosotros, en este prolongado coloquio del pastor con su grey, con el corazón abierto a los intereses del espíritu y no olvidado de los de la tierra, Nos ocurre ofreceros una imagen que os resultará placentera e instructiva.

Lo que más conmovió a todos los fieles de la Santa Iglesia, al anunciarse la encíclica Rerum novarum del papa León XIII, en el 1891, fue la sorpresa de escuchar como la voz de una nueva campana, que desde la torre antigua de la parroquia, de cada una de las parroquias del mundo, de ciudades o de pueblos, vino a añadirse al concierto de los otros bronces, familiares a los buenos fieles en las antiguas y pacíficas costumbres de la piedad religiosa. Aquel sonido del 1891 no fue considerado como discordante de la entonación de las otras campanas, sino más bien armonioso, vibrante y jubiloso.

Cuarenta años después, en el 1931, no una, sino muchas nuevas campanas se añadieron en la torre de la parroquia. La encíclica Quadragesimo anno fue el gran gesto del papa Pío XI, que dio la señal, y levantó un feliz y más amplio concierto de invitaciones y de amonestaciones sobre la cuestión social, y sobre los varios y nuevos problemas propuestos a la atención de todas las almas rectas e inspiradas en las fuentes perennes de la doctrina evangélica de significación universal.

La celebración, en estos días, de la anual conmemoración que se repite desde hace exactamente setenta años, de la Rerum novarum en tiempos de un más vasto desarrollo de las solicitudes maternales de la Iglesia, de los sacros Pastores y de tantos miembros del laicado en colaboración fervorosa, encaminadas a la difusión de la buena doctrina y de su inmediata y vasta aplicación, es motivo de singular exultación, y de estímulo vivo y jubiloso.


Entusiasta y férvido apostolado social

110 10. La alegría está en comprobar que el antiguo fervor, suscitado por el gesto del papa León y renovado por sus sucesores, perdura y promueve entusiasmo, y fortifica sentimientos y propósitos de buen apostolado social.
En esta sazón, desde la torre antigua y desde las nuevas, multiplicadas por llanuras y montañas, doquier que la naturaleza atrae y ofrece fecunda sus dones, ya no es el penetrante sonido de una o de varias campanas, sino de todo un intenso repicar, toda una fiesta de bronces, de armonías que vibran para gloria difusa de Jesucristo, hijo de Dios, hermano nuestro, maestro, redentor y salvador del género humano; que se proyecta siempre en las misteriosas efusiones de su gracia sobre las almas, no sólo en preparar y encaminar hacia los bienes celestiales, sino que influye también sobre los cuerpos y sobre todo lo que es verdadero bienestar de la vida en la tierra, para el orden civil y social.

El estímulo que nos es lícito y fructuoso sacar de esta conmemoración y de otras manifestaciones que a ésta seguirán casi doquier en el mundo, quiere inspirarse en las palabras que el evangelista San Juan, el predilecto del Señor, ha escrito en la primera de sus tres cartas, y de la cual, precisamente hoy por la mañana, nos ha tocado gustar en el Breviario algunos rasgos impresionantes.

Enseñanza, pues, referida por el apóstol de Jesús es que "Dios es luz, y en él no hay tiniebla alguna" (4). Conviene vivir en esta luz en una recíproca comunión con El. Si tuviésemos pecado, la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica; pues Jesús es propiciación por los pecados de todo el mundo. Y otras persuasivas palabras son éstas: "Necesario es saber vivir y caminar con Cristo". "Qui dicit se in ipso manere, debet sicut ille ambulavit, et ipse ambulare" (5).

¡Cuán magnífico programa es éste, de vida cristiana y de apostólica actividad social! Vivir en Cristo que es luz divina, caridad universal; moverse sobre sus huellas y en compañía suya: in ipso manere: cum ipso ambulare, que es actividad dinámica y tranquila, ordenada y pacífica, en loa de Dios, en servicio de la justicia, de la equidad, de la fraternidad humana y cristiana.

Operando así y moviéndonos así, estamos en la verdad -digámoslo humildemente con las palabras mismas de nuestro San Juan-: Estamos en la Verdad, esto es, en Dios: en su hijo Jesucristo, al que sea gloria y bendición en los siglos. Amén, Amén (6).

(4)
Jn 1,5.
(5) Jn 2,6.
(6) Cf. 1Jn 5,20.


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Carta encíclica sobre los recientes desarrollos de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana

1
401
1. Madre y Maestra de todos los pueblos, la Iglesia universal fue fundada por Jesucristo a fin de que todos, a lo largo de los siglos, viniendo a ella y recibiendo un abrazo, encontrarán plenitud de más alta vida y garantía de salvación.
A esta Iglesia, columna y fundamento de la verdad (7), ha confiado su santísimo Fundador una doble misión: la de engendrar hijos, y la de educarlos y regirlos, guiando con materno cuidado la vida de los individuos y de los pueblos, cuya gran dignidad siempre miró ella con el máximo respeto y defendió con solicitud.

402 (2) El cristianismo, en efecto, es unión de la tierra con el cielo, en cuanto que toma al hombre en su ser concreto -espíritu y materia, inteligencia y voluntad- y lo invita a elevar la mente desde las mudables condiciones de la vida terrenal hacia las alturas de la vida eterna, que será consumación interminable de felicidad y de paz.

(3) Y así, la Santa Iglesia, aunque tiene como principal misión el santificar las almas y hacerlas partícipes de los bienes del orden sobrenatural, sin embargo, se preocupa con solicitud de las exigencias de la vida cotidiana de los hombres, no sólo en cuanto al sustento y a las condiciones de vida, sino también en cuanto a la prosperidad y a la cultura en sus múltiples aspectos y según las diversas épocas.

(4) La Santa Iglesia, al realizar todo esto, cumple el mandato de su Fundador, Cristo, que sobre todo se refiere a la salvación eterna del hombre, cuando dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida (8) y Yo soy la luz del mundo (9); y en otro lugar, al mirar la multitud hambrienta, compadecido prorrumpe en las palabras: Me da compasión de esta muchedumbre (10), dando así prueba de preocuparse también de las exigencias terrenales de los pueblos. Y el Divino Redentor muestra este cuidado no sólo con palabras, sino también con los ejemplos de su vida, cuando para calmar el hambre de la multitud, más de una vez multiplicó el pan milagrosamente.

(5) Y con este pan dado como alimento del cuerpo quiso anunciar aquel celestial alimento de las almas, que había de dar a los hombres en la víspera de su Pasión.

(6) No es, pues, de admirar que la Iglesia católica, imitando a Cristo y siguiendo su mandato, haya mantenido constantemente en alto la antorcha de la caridad durante dos mil años, es decir, desde la institución de los antiguos Diáconos hasta nuestros tiempos, no sólo con preceptos, sino también con ejemplos ampliamente ofrecidos; caridad que, al armonizar los preceptos de mutuo amor con la práctica de los mismos, realiza admirablemente el mandato de este doble dar, que compendia la doctrina y la acción social de la Iglesia.


(7) Cf.
1Tm 3,15.
(8) Jn 14,6.
(9) Jn 8,12.
(10) Mc 8,2.

403
2
2. (7) Ahora bien, insigne documento -por todos reconocido- de esta doctrina y acción, desarrolladas a lo largo de los siglos de la Iglesia, es sin duda la inmortal encíclica Rerum novarum (11), promulgada hace setenta años por Nuestro Predecesor, de f. m., León XIII, para proclamar los principios, según los cuales se pudiera resolver cristianamente la cuestión obrera.

(8) Pocas veces la palabra de un Pontífice tuvo como entonces una resonancia tan universal, así por la profundidad de la argumentación y por su amplitud como por el vigor de su estilo. En realidad aquellas orientaciones y aquellos llamamientos tuvieron tanta importancia que nunca y de ningún modo podrán caer en el olvido. Se abrió un camino nuevo a la acción de la Iglesia, cuyo Pastor Supremo, como haciendo propias las dolencias, los gemidos y las aspiraciones de los humildes y de los oprimidos, se alzó, como nunca antes, en abogado y defensor de sus derechos.

(9) Y hoy, aun habiendo pasado un largo periodo de tiempo, continúa todavía operante la eficacia de aquel Mensaje, no sólo en los documentos de los Pontífices sucesores de León XIII, que en sus enseñanzas sociales se refieren continuamente a la Encíclica leoniana, ya para inspirarse en ella, ya para aclarar su alcance, siempre para proporcionar incentivo a la acción de los católicos; sino también en los ordenamientos jurídicos mismos de los pueblos. Prueba de ello es el que los principios cuidadosamente profundizados, las directrices históricas y los paternos llamamientos contenidos en la magistral Encíclica de Nuestro Predecesor, todavía hoy conservan su primitivo valor; más aún, sugieren nuevos y vitales criterios con que los hombres se pongan en grado de juzgar rectamente el contenido y las proporciones de la cuestión social, tal como hoy se presenta, y se decidan a asumir la correspondiente responsabilidad.


(11) AL 11 (1891) 97-144.



I. ENSEÑANZAS DE LA ENC. "RERUM NOVARUM" Y OPORTUNOS DESARROLLOS DEL MAGISTERIO DE PIO XI Y PIO XII


Los tiempos de la "Rerum novarum"


3. (10) León XIII habló en años de transformaciones radicales, de fuertes contrastes y de acerbas rebeliones. Las sombras de aquel tiempo nos hacen apreciar más claramente la luz que dimana de su enseñanza.


404 (11) Como es sabido, en aquel entonces la concepción del mundo económico, más difundida y puesta por obra en mayor escala, era una concepción naturalista, que niega toda relación entre la moral y la economía. Motivo único de la acción económica, se afirmaba, es el provecho individual. Ley suprema reguladora de las relaciones entre los factores económicos es una libre concurrencia sin límite alguno. Intereses de los capitales, precios de las mercancías y de los servicios, ganancias y salarios se determinan pura y mecánicamente según las leyes del mercado. El Estado debe abstenerse de cualquier intervención en el campo económico. Las asociaciones sindicales, según las diversas naciones, o se prohíben, o se toleran o se consideran tan sólo como de derecho privado.

(12) En un mundo económico así concebido, la ley del más fuerte encontraba plena justificación en el plano teórico y dominaba el terreno de las relaciones concretas entre los hombres. De lo cual resultaba un orden económico totalmente turbado, desde sus mismas raíces.

(13) Y así, mientras riquezas incontables se acumulaban en manos de unos pocos, las clases trabajadoras se encontraban en condiciones de creciente malestar. Salarios insuficientes o de hambre, agotadoras condiciones de trabajo y sin ninguna consideración a la salud física, a la moral y a la fe religiosa. Inhumanas, sobre todo, las condiciones de trabajo a las que frecuentemente eran sometidos los niños y las mujeres. Siempre surgía amenazador el espectro del paro. La familia, sujeta a un proceso de desintegración.

(14) Como consecuencia, profunda insatisfacción entre las clases trabajadoras, en las cuales cundía y se aumentaba el espíritu de protesta y de rebeldía. Esto explica por qué entre aquellas clases encontraban amplio favor las teorías extremistas que proponían remedios peores que los males que habían de corregirse.


Caminos de reconstrucción

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4 4. (15) En aquel conflicto tocó a León XIII publicar su Mensaje social -la Rerum novarum- fundado en la misma naturaleza humana, y ajustado a los principios y al espíritu del Evangelio; Mensaje que al aparecer suscitó, aun entre no sorprendentes oposiciones, universal admiración y entusiasmo.
Ciertamente no era la primera vez que la Sede Apostólica descendía al campo de los intereses terrenales, en defensa de los débiles. Ya otros documentos del mismo León XIII habían allanado el camino; pero entonces se formuló una síntesis orgánica de los principios y una perspectiva histórica tan amplia que hacen de la encíclica Rerum novarum una suma del Catolicismo en el campo económico-social.

(16) No fue aquel un acto sin audacia. Mientras algunos osaban acusar a la Iglesia católica de que, frente a la cuestión social se limitaba a predicar a los pobres la resignación y a exhortar a los ricos a la generosidad, León III no dudó en proclamar y defender los legítimos derechos de los obreros.

Y al entrar a exponer los principios de la doctrina católica en el campo social declaraba solemnemente: Con plena confianza, y por propio derecho Nuestro, entramos a tratar de esta materia: se trata ciertamente de una cuestión en la que no es aceptable ninguna solución, si no se recurre a la religión y a la Iglesia (12).

(17) Muy bien conocéis, Venerables Hermanos, aquellos principios básicos expuestos por el inmortal Pontífice con tanta claridad como autoridad, según los cuales debe reconstruirse el sector económico-social de la humana convivencia.

(18) Primero miran al trabajo, que debe ser valorado y tratado no como una mercancía, sino como directa actuación de la persona humana. Para la gran mayoría de los hombres, el trabajo es la única fuente de la que obtienen los medios de subsistencia; por esto su remuneración no puede dejarse a merced del juego mecánico de las leyes del mercado, sino que se debe determinar según la justicia y la equidad, las cuales en caso contrario quedarían profundamente lesionadas, aunque el contrato de trabajo hubiese sido estipulado libremente por las dos partes.

406 (19) A ello se añade que la propiedad privada, incluso la de los bienes de producción, es un derecho natural que el Estado no puede suprimir. Es intrínseca a ella una función social; por lo cual es un derecho que se ejercita no sólo en provecho propio, sino también en el de los demás.

(20) El Estado, cuya razón de ser es la realización del bien común en el orden temporal, no puede permanecer ausente del mundo económico; debe estar presente en él para promover con oportunidad la producción de una suficiente abundancia de bienes materiales, cuyo uso es necesario para practicar las virtudes (13) y para tutelar los derechos de todos los ciudadanos, sobre todo de los más débiles: tales son los obreros, las mujeres, los niños. Es también deber indeclinable suyo contribuir activamente al mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros.

(21) Corresponde, además, al Estado procurar que los contratos de trabajo estén regulados según la justicia y la equidad, y que en los lugares de trabajo no sufra mengua, en el cuerpo ni en el espíritu, la dignidad de la persona humana. A este respecto, en la Encíclica leoniana se señalan las líneas según las cuales se ha estructurado, no siempre en la misma forma, la legislación social de las Comunidades políticas en la época contemporánea; líneas que, como ya observaba Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno (14), han contribuido eficazmente al nacimiento y al desarrollo de la nueva y nobilísima rama del derecho, llamada el Derecho laboral.

(22) A los trabajadores, se afirma asimismo en la Encíclica, se les reconoce como natural el derecho de formar asociaciones, ya exclusivamente de obreros, ya mixtas de obreros y patronos; y también el derecho ya de conferirles la estructura y organización que juzgaren más idónea para asegurar sus legítimos intereses económico-profesionales, ya de moverse con autonomía y por propia iniciativa en el interior de las mismas, en la forma más favorable a sus intereses.

407 (23) Obreros y empresarios deben regular sus mutuas relaciones inspirándose en el principio de la solidaridad humana y de la fraternidad cristiana, ya que tanto la concurrencia de tipo liberal como la lucha de clases de tipo marxista son antinaturales y muy contrarias a las enseñanzas cristianas.

(24) Tales son, Venerables Hermanos, los principios fundamentales según los cuales se rige un verdadero orden económico-social.

(25) Por lo tanto, no debe extrañar que los católicos más capaces, atentos al llamamiento de la Encíclica, hayan dado vida a muchas iniciativas para traducir en realidad aquellos principios. Y sobre la misma línea se han movido también, bajo el impulso de exigencias objetivas de la misma naturaleza, hombres de buena voluntad de todos los Países del mundo.

(26) Con razón, pues, la Encíclica ha sido y es aún reconocida como la Carta magna (15) de la verdadera instauración de un nuevo orden económico-social.


(12) Cf. AL 11 (1891) 107.
(13) S. Th. De regimine principum 1, 15.
(14) Cf. A. A. S. 23 (1931) 185.
(15) Cf. ibid. 189.



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