Origenes contra Celso 215

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15. Sinceridad de los evangelistas

Dice Celso: "Como los discípulos de Jesús no podían disimular nada en cosas patentes, dieron en la flor de decir que El lo sabía todo de antemano". Y no advierte, o no quiere advertir, la sinceridad de los escritores sagrados que consignaron las dos cosas: que Jesús dijo a sus discípulos: Todos vosotros os escandalizaréis en mi esta noche (Mt 26,31), y dijo verdad, pues se escandalizaron. Y que a Pedro particularmente le profetizó: Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces (26,34), y que, en efecto, tres veces lo negó. De no haber sido sinceros, sino dados (como piensa Celso) a escribir fantasías, no hubieran contado que Pedro negó a Jesús ni que sus discípulos se escandalizaron. Porque, aun cuando así hubiera acaecido, ¿quién podía demostrar que así acaeciera? A la verdad, si se mira a cierta conveniencia, hombres que querían enseñar a los lectores de los evangelios a despreciar la muerte por la confesión del cristianismo, debieran haber callado esos casos; sin embargo, ellos vieron que la palabra divina se apoderaría con su virtud de los hombres, y no tuvieron reparo en consignar tales cosas que, no sé por qué misterio, no habían de dañar a los lectores ni darían a nadie pretexto para negar la fe.

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16. La realidad de la muerte de Jesús, supuesto de la realidad de su resurrección

Pero muy estólidamente dice que "los discípulos de Jesús escribieron cosas como ésas para excusar lo que había contra Jesús". "Como si alguien-dice-, afirmando de uno que es justo, nos lo presenta cometiendo iniquidades; y diciendo que es santo, nos lo presenta cometiendo homicidios; y diciendo que es inmortal, nos lo pinta muerto; y a todo esto nos añade que él lo predijo todo". Salta a la vista la disparidad del ejemplo de Celso, pues nada tiene de absurdo que quien se había propuesto ser para los hombres ejemplo de cómo debían vivir", quisiera también demostrar cómo se debe morir por causa de la religión; para no decir nada del provecho que resultó a todo el universo de que Jesús muriera por los hombres, como lo hicimos ver en el libro precedente (I 54-55).

Luego opina Celso que toda la confesión de la pasión, lejos de resolver su argumento, lo fortalece. Es que ignora la filosofía que Pablo desarrolla sobre este punto y lo que dijeron los profetas. Tampoco se enteró haber sido uno de los herejes quien dijo haber padecido Jesús aparentemente, no en la realidad (cf. IGNAT., Ad Trall. X). De haberlo sabido, no hubiera dicho: "Y es así que no decís haber sido a hombres impíos a quienes pareciera que Jesús padeció, sin haber padecido, sino que derechamente confesáis que padeció". No, nosotros no admitimos la apariencia de la pasión, para que su resurrección no resulte falsa, sino verdadera. Porque quien murió realmente, caso que resucite, resucita realmente; pero quien sólo aparentemente muriera, no resucitaría verdaderamente.

Mas ya que los incrédulos se mofan de la resurrección de Jesucristo, alegaremos aquí a Platón mismo, que cuenta cómo Er, hijo de Armenio, se levantó a los doce días de la pira y narró sus aventuras en el Hades (Pol. X 614-621). Y pues nos dirigimos a incrédulos, no será inútil para nuestro propósito recordar el caso de la mujer sin aliento, de que habla Hera-clides (PLIN., Ató. hist. VII 175; DIOG. LAERT., VIII 60.61. 61, alii). Y de muchos se cuenta haber vuelto de los sepulcros, no sólo el día mismo, sino al siguiente. ¿Qué tiene, pues, de extraño que quien en vida hizo cosas tan maravillosas y por encima de todo lo humano, y tan patentes, que quienes no pueden negar que las hizo, tratan de rebajarlas poniéndolas al nivel de las hechicerías; qué tiene, decimos, de extraño que también en su muerte llevara ventaja al común de los mortales, y su alma, que dejó de grado su cuerpo, volviera a él cuando le plugo, después que fuera de él cumplió ciertos hechos de salud? Algo así se escribe en Juan haber dicho Jesús mismo: Nadie me quita mi alma, sino que la dejo de mí mismo. Poder tengo de dejar mi alma y poder igualmente de tomarla (Jn 10,18). Y acaso por eso se dio prisa a salir del cuerpo, a fin de guardarlo intacto, y no se le quebraran las piernas, como a los ladrones que habían sido crucificados con El. Porque al primero le quebraron los soldados las piernas, y lo mismo al otro que había sido crucificado con El; mas, llegados a Jesús y viendo que había expirado, no le quebraron las piernas (Jn 19,32).

Ya hemos respondido a la pregunta de Celso: "¿Cómo puede, pues, probarse que lo supiera de antemano?" Respecto de esta otra: "¿Cómo puede ser inmortal un muerto?", sepa quien quiera saberlo que no es inmortal un muerto, sino quien resucita de entre los muertos. Ahora bien, no sólo no es inmortal un muerto, sino que Jesús mismo, que une en sí dos naturalezas, no fue inmortal antes de morir, precisamente porque tenía que morir. Es inmortal, empero, cuando ya no morirá más: Cristo, resucitado que he de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene ya señorío sobre El (Rm 6,9), aunque no lo quieran los que no son capaces de entender en qué sentido se dijeron estas palabras.

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17. E1 alto ejemplo socrático

Sandez suma es también esto: "¿Qué dios, qué demon o qué hombre sensato, sabiendo de antemano que le iba a pasar todo eso, no hubiera tratado, en lo posible, de evitarlo, y no arrojarse a lo mismo que preveía?" Pues también Sócrates sabía que tenía que beber la cicuta y morir y, de haber hecho caso a Gritón (PLAT., Crit, 44-46), podía haberse fugado de la cárcel y no sufrir nada de eso. Sin embargo, según le pareció conforme a razón, prefirió morir como un filósofo que no vivir contra la filosofía. Y Leónidas, general de los lacede-monios, sabiendo que fatalmente tenía que morir con los defensores del paso de las Termopilas, no tuvo empeño en vivir ignominiosamente, sino que dijo a sus compañeros: "Vamos a tomar el desayuno para cenar en el Hades" (CICERÓN, Tuse, disp. I 42,101; PLUTARCHO, Mor. 225D-306D). Y el que tenga gusto en reunir anécdotas semejantes, las hallará en abundancia. ¿Qué tiene, pues, de extraño que Jesús, "aun sabiendo lo que le iba a acaecer, no lo evitara, sino que se arrojó a lo mismo que preveía?" El mismo Pablo, su discípulo, habiendo oído lo que le iba a suceder si subía a Jeru-salén, se arrojó intrépidamente a los peligros y reprendió a los que, deshechos en lágrimas, lo rodeaban y trataban de impedir su marcha a Jerusalén (Ac 21,12-14). Y muchos de nuestro tiempo sabían muy bien que, confesando el cristianismo, morirían y, con solo renegar de él, serían absueltos y recobrarían sus bienes; y, sin embargo, despreciaron la vida y aceptaron de buen grado la muerte por su religión.

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18. El misterio de la presciencia divina

Seguidamente, el judío de Celso dice otra sandez comparable a la anterior: "Si sabía de antemano que uno lo había de traicionar y otro de negar, ¿cómo es que no lo temieron como a Dios, de suerte que ni el uno lo traicionara ni lo negara el otro?" Pero este sapientísimo Celso no vio la contradicción en que cae. Porque si, como Dios, lo supo de antemano, y no era posible fallara su presciencia, tampoco lo era que el que había previsto lo traicionaría, no lo traicionara, y el que había previsto lo negaría, no lo negara. Y, de haber sido posible que el uno no lo traicionara ni lo negara el otro, de suerte que no se diera ni el traicionar ni el negar por el hecho de haber sido de antemano advertidos, ya no hubiera salido verdadero el que dijo que uno lo traicionaría y otro lo negaría. Porque, en realidad, conocía la maldad de dónde saldría la traición, y esa maldad no se destruía por la mera presciencia. Y, por el mismo caso, si sabía quién lo había de negar, predijo la negación, porque vio la flaqueza de que procedería la negación; pero esta flaqueza no podía desaparecer, así inmediatamente, por la mera presciencia.

¿Y de dónde sacaría Celso estotro: "Mas el uno lo traicionó, y lo negó el otro, sin tenerle el menor respeto"? Porque, respecto de Judas, que lo traicionó, ya hemos demostrado (II 11) ser mentira entregara a su maestro sin respeto alguno; y no menos evidente es respecto del que lo negó; pues, saliéndose afuera, lloró amargamente (Mt 26,75).

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19. Superficialidades de Celso

Superficial es también estotro: "Porque es evidente que si uno se percata de antemano que se acecha contra él, si lo advierte a sus acechadores, éstos se apartan y se guardan"; puesto que muchos han armado sus acechanzas aun a quienes las han presentido. Después, como quien saca la conclusión de su razonamiento, dice: "Luego todo esto no sucedió porque estuviera previsto, pues es imposible; antes bien, el haber sucedido demuestra ser mentira que fuera previsto, pues es de todo punto imposible que quienes de antemano fueron advertidos persistieran en traicionar o negar". Pero, refutadas las anteriores premisas, refutada queda con ella la conclusión: "Todo esto no sucedió porque estuviera previsto". Nosotros decimos que sucedió porque era posible; y, puesto que sucedió, se demuestra ser verdadera la predicción, pues la verdad de una predicción de lo futuro se juzga por los sucesos reales. Mentira es, por ende, lo que dice Celso sobre que se demuestra ser mentira que Jesús predijera lo que predijo. Como es sin tomo lo otro de que "es imposible que quienes de antemano fueron advertidos persistieran en traicionarlo y negarlo".

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20. Otra vez el misterio de la presciencia divina

Veamos qué dice seguidamente: "Todo esto, dice, lo predijo siendo Dios, y era forzoso que lo predicho se cumpliera. Un dios, consiguientemente, llevó a sus discípulos y profetas, con quienes él comía y bebía, nada menos que a ser unos impíos y sacrilegos, él, que debiera hacer bien, desde luego, a todos los hombres y, señaladamente, a sus/propios comensales. A no ser que digamos que quien ha comido a la mesa de un hombre, jamás cometerá contra él una insidia; el que ha comido, en cambio, con un dios, se la armó. Y, lo que es aún más absurdo, fue el dios mismo quien se la armó a sus comensales haciéndolos traidores e impíos".

Ya que quieres refute también los argumentos de Celso, que, para mí, son patentemente fútiles, voy a responder a eso como sigue. Celso opina que una cosa profetizada acaece precisamente por haber sido profetizada en virtud de una presciencia. Mas nosotros no concedemos tal cosa, sino que decimos no ser el profeta causa del hecho futuro porque predijera que iba a suceder; es más bien el hecho futuro, que hubiera sucedido predicho y sin predecir, el que procura la causa de que el profeta, que lo conoce de antemano, lo prediga. Y todo esto está en la presciencia del profeta: puede suceder una cosa y puede no suceder; pero de las dos sucederá una sola. Y no afirmamos que el profeta quite la posibilidad de que una cosa suceda o no suceda, y pueda decir, por ejemplo: "Esto sucederá absolutamente, y no es posible que suceda de otro modo". Y esto se da en toda presciencia que toca a nuestro libre albedrío, ora se trate de las Escrituras divinas, ora de las historias y leyendas de los griegos. Así el que los dialécticos llaman "razonamiento perezoso", sofisma como es, no lo sería según Celso; pero, según toda sana razón, es sofisma.

Para que se entienda esto más claramente, aduciré, de la Escritura, las profecías sobre Judas o la presciencia que acerca de su traición tuvo nuestro Salvador; y de las leyendas griegas, el oráculo que se dio a Layo, dando de momento por bueno que sea verdadero, pues ello no afecta a nuestro razonamiento. Así, pues, sobre Judas se habla, en persona del Salvador, en el salmo 108, que comienza así: ¡Oh Dios!, no calles mi alabanza, porque la boca de un malvado y embustero se ha abierto contra mí (v.l). Si se mira bien lo que se escribe en el salmo, se verá que, si es cierto que fue de antemano sabido que Judas traicionaría al Salvador, también lo fue que él sería culpable de la traición y merecedor, por tanto, de las maldiciones que, por su maldad, se le echan en la profecía. Padezca, se dice, todo esto, porque no se acordó de practicar la misericordia y persiguió a un hombre pobre y mísero (v.16). Luego pudo acordarse de practicar la misericordia y dejar de perseguir al que persiguió. Mas, pudiendo, no lo hizo, sino que cometió la traición; luego bien merece las maldiciones de la profecía contra él.

A los griegos les citaremos el oráculo que se dio a Layo, que es como sigue, ora se trate de su tenor literal, ora el trágico escribiera algo equivalente. Dícele, pues, el que sabía bien lo por venir:

"No siembres surco de hijos, contrariando

el querer de los dioses; que si un hijo

engendrares, matarte ha el engendrado, y por un baño

de sangre pasará tu casa entera". (EURÍP., Phoin. 18-20.)

También aquí se ve claro que estaba en mano de Layo "no sembrar surco de hijos", pues no le iba a mandar el oráculo algo que no pudiera hacer. Podía también sembrarlos y a ninguna de las cosas se le forzaba. Mas del no guardarse de "sembrar el surco de hijos", siguiéronse los desastres que nos cuenta la tragedia sobre Edipo y Yocasta y los hijos de ambos.

En cuanto al "argumento perezoso" ", que es puro sofisma, es como sigue y se dice, por ejemplo, a un enfermo, disuadiéndole, sofísticamente, de que llame al médico para curarse. Se formula así: Si está determinado que te levantes de la enfermedad, llames al médico o no lo llames, te levantarás. Mas si está determinado que no te levantes, llames al médico o no lo llames, no te levantarás. Es así que está determinado que te levantes de la enfermedad o está determinado que no te levantes, luego es inútil que llames al médico. Mas a este razonamiento se le puede oponer con gracia este otro: Si está determinado que engendres hijos, los engendrarás tanto si te ayuntas con mujer como si no. Y si está determinado que no engendres hijos, no los engendrarás, tanto si te ayuntas con mujer como si no. Es así que está determinado que engendres hijos o que no los engendres, luego en vano te ayuntas con mujer. Como en este caso es inconcebible e imposible engendrar hijos quien no se una con la mujer, y, por ende, no es vana tal unión; así, si la curación de la enfermedad se hace por vía médica, hay que acudir necesariamente al médico y es falso decir: En vano se llama al médico.

Todo esto hemos traído a cuento por lo que sentó ese sapientísimo de Celso diciendo: "Lo predijo como dios y era de todo punto necesario que lo predicho se cumpliera". Porque si ese "de todo punto" lo entiende como absolutamente necesario, no se lo concederemos, pues podía también no haber sucedido; mas si el "de todo punto" se entiende que sucederá algo que no deja de ser verdad, aunque sea también posible que no suceda, nuestro razonamiento queda intacto, y de que Jesús predijera la traición de uno de sus discípulos y la negación de otro no se sigue que fuera culpable de una impiedad o de una acción criminal. Porque quien, según nosotros, conoce lo que hay en el hombre (Jn 2,25), vio el mal carácter de Judas y el crimen que cometería llevado por su avaricia y de no tener la fe que debía en su maestro, y pudo, entre otras, decir aquellas palabras: El que mete conmigo su mano en el plato, ése me entregará (Mt 26,23).

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21. Vuelta sobre las inepcias de Celso

Y es de ver también cuan superficial y palmaria mentira es la afirmación de Celso de que "no es posible que quien participa de la mesa de un hombre, atente contra él. Y si nadie atentaría contra un hombre, mucho menos pudiera, quien se ha sentado a un banquete con un dios, atentar contra ese dios". Porque ¿quién no sabe que muchos, después de compartir "la sal y la mesa", atentaron contra los que les ofrecieron hospitalidad? Llena está la historia de griegos y bárbaros de casos semejantes; y el poeta yámbico de Paros le echa en cara a Licambes haber infringido los pactos después de "la sal y la mesa", y le dice:

"Violaste el gran juramento, la sal y la mesa". (ARQUÍLOGO, fragm.96, Bergk.)

Y los que se interesan por la erudición histórica y a ella se entregan en cuerpo y alma, abandonando estudios más necesarios sobre cómo se haya de vivir, presentarán muchos más ejemplos de cuántos u antiguos comensales atentaron a quienes les ofrecieron su hospitalidad.

Luego, como quien resume en demostraciones e inferencias conexas su razonamiento, dijo: "Y, lo que es más absurdo, el mismo Dios atentó contra sus comensales, haciéndolos traidores e impíos". Pero ¿cómo pudiera demostrar que Jesús "atentó" contra sus discípulos o "los hizo traidores e impíos", "si no es por cierta inferencia que él imaginó, que cualquiera puede refutar con la mayor facilidad?.

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22. £1 cuerpo de Jesús fue pasible

Después de esto dice: "Si todo eso había él aceptado y se sometió al castigo por obedecer a su padre, es evidente que, siendo dios y sufriendo porque quería, no podía serle doloroso ni molesto lo que le venía según su talante". Celso no vio que se estaba contradiciendo a las primeras palabras. Porque, si concede que fue castigado, pues así lo había El aceptado y por obediencia a su Padre se entregó a sí mismo, es evidente que fue castigado, y no era posible que los tormentos que le infligieron sus verdugos dejaran de serle dolorosos, pues el dolor está fuera del dominio de la voluntad. Mas si, por quererlos, no le eran dolorosos ni molestos los tormentos, ¿cómo admitió Celso que fue castigado? Es que no vio que, una vez que Jesús tomó, por su nacimiento, un cuerpo, lo tomó capaz de los dolores y de las molestias que acaecen a los que tienen cuerpo, si por molestia entendemos lo que no está en nuestra voluntad. Así, pues, como voluntariamente asumió un cuerpo no enteramente de otra naturaleza que la carne humana, así, con el cuerpo asumió también los dolores y molestias del cuerpo, que no estaba ya en su mano dejar de sentir; en mano, empero, de sus verdugos estaba infligirle dolores y molestias. Anteriormente (II 10) hemos defendido que, de no haber El querido caer en manos de los hombres, no hubiera caído. Si cayó fue porque quiso, por razón, como antes demostramos (I 54-55), del beneficio que de morir El por los hombres resultaría a todo el mundo.

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23. Parcialidad de Celso en sus citas del Evangelio

Luego intenta demostrar haber sido para él doloroso y molesto lo que le avino, y que, aunque hubiera querido, no habría podido hacer que no lo fuera, y dice: "¿Por qué, pues, se queja y lamenta y ruega que pase por él de largo el miedo de la muerte, diciendo poco más o menos; ¡Oh Padre, si pudiera pasar de largo este cáliz!" También aquí es de ver la malignidad de Celso, que, sin parar mientes en la sinceridad de los autores de los evangelios, que pudieran haber callado lo que, según opina Celso, se presta a acusación, no lo callaron por muchas razones que, en momento oportuno, alegará quien comente los evangelios, falsea la frase evangélica, exagerándola y poniendo lo que no está escrito. Y es así que en ninguna parte se halla que Jesús se lamentara. Además, tergiversa las palabras de Jesús: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26,39), y omite lo que está inmediatamente escrito y es de este tenor: Sin embargo, no como yo quiero, sino como quieras tú (ibid.); palabras que ponen bien de manifiesto la piedad para su Padre y su propia grandeza de alma. También afecta no haber leído estotro texto: Sí no puede pasar de nú este cáliz, sino que tengo que bebería, hágase tu voluntad (Mt 26,42), que manifiesta igualmente la sumisión de Jesús a su Padre respecto a los sufrimientos que le estaban determinados. Con ello imita Celso a los impíos que leen malignamente la Escritura y hablan iniquidad contra lo alto (Ps 72,8). Son los que parecen haber leído: Yo mataré, y nos lo echan muchas veces en cara; pero no se acuerdan siquiera de la otra parte: Y yo haré vivir (Dt 32,39), siendo así que el dicho entero quiere decir que Dios mata a los que viven para mal común y obran conforme a la maldad, pero les infunde en su lugar vida superior y cual es natural de Dios a los que mueren al pecado. Leen que se dice: Yo heriré, pero ya no ven que lo otro: y yo curaré (Dt 32,39), es como lo que dice 12 un médico " que corta las carnes, hace dolorosas heridas, a fin de arrancar lo que daña e impide la salud; y es de ver cómo el médico no se cansa de hacer sufrir y cortar, hasta que, gracias a su cura, restablece al cuerpo en la salud que le conviene. Tampoco leen entero el texto: Porque El hace la llaga y El la sana (Jb 5,18), sino que se quedan con: El hace la llaga. Así, el judío de Celso cita las palabras: " ¡ Oh Padre, ojalá pudiera pasar de mí este cáliz!", pero omite las que siguen, que demuestran la prontitud y valor de Jesús para padecer. Mas, de momento, omitimos estos puntos que requerirían larga explicación, dada con aquella sabiduría de Dios que se concede razonablemente a los que Pablo llama perfectos cuando dice: Sabiduría, empero, hablamos entre los perfectos (1Co 2,6), y sólo brevemente recordaremos lo que hace a nuestro propósito.

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24. Breve meditación sobre la oración del huerto

Ya hemos dicho anteriormente (II 9) que algunos dichos pertenecen al que en Jesús era primogénito de toda la creación (Col 1,15). Así éste: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6), y otros por el estilo. Otros, en cambio, se refieren al hombre que se pensaba haber en El, por ejemplo: "Mas ahora buscáis matarme, a mí, que os he dicho la verdad que oí de mi Padre" (Jn 8,40). Así, pues, también aquí describe Jesús lo que había en su naturaleza humana, de débil en la carne humana y de animoso en su espíritu. Lo débil de la carne en estas palabras: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; lo animoso del espíritu en estotras: Sin embargo, no sea como yo quiero, sino como tú quieras (ubi supra). Es más, si hemos de mirar también el orden de las expresiones, observaremos que se dice primero lo que atañe, por así decir, a la debilidad de la carne, y es un solo dicho; y luego lo de la prontitud del espíritu, que son varios dichos. Un solo dicho es, en efecto, éste: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; más de uno son, empero, éstos: No como yo quiero, sino como tú; y estotro: Padre mío, si no es posible que pase de mí este cáliz, hágase tu voluntad. De observar es que no se dijo: Pase de mi este cáliz, sino que se dijo piadosamente y con reverencia el dicho entero: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz.

Conozco también otra explicación de este lugar, que es como sigue: Como viera el Salvador las calamidades que el pueblo y Jerusalén habrían de padecer en castigo de los crímenes que contra El cometerían los judíos, por el solo amor que les tenía, no queriendo que el pueblo padeciera lo que iba a padecer, dijo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Como si dijera: Ya que por beber yo este cáliz de suplicios, toda la nación será abandonada por ti, ruégote que, si es posible, pase de mí este cáliz, a fin de que esta porción tuya (Dt 32,9) no sea enteramente abandonada en castigo del crimen que cometerá contra mí.

Por lo demás, si, como afirma Celso, nada sufrió Jesús en aquel momento doloroso ni molesto, ¿cómo podían los que estaban por venir aprovecharse de su ejemplo para soportar las molestias y trabajos por la religión, dado caso que El no sufriera lo que sufren los hombres, sino que fue todo apariencia?

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25. Los apóstoles no mintieron

Dice además el judío de Celso a los discípulos de Jesús que supone haber fingido todo esto: "Ni mintiendo fuisteis capaces de encubrir verosímilmente vuestras ficciones". A esto respondo que había un camino fácil para encubrir todo eso y era no consignarlo en absoluto por escrito. En efecto, de no contenerlo los evangelios, ¿quién nos podía echar en cara que Jesús dijera eso en el tiempo de su encarnación? Pero Celso no cayó en la cuenta ser imposible que los mismos hombres se engañaran sobre Jesús como Dios y Mesías profetizado, e inventaran sobre El, a ciencia y conciencia, claro está, de que no era verdad lo que se inventaban. De donde se sigue que, o no inventaron, sino que así sentían y sin mentir escribieron, o escribieron mintiendo y no sentían eso, ni, engañados, lo tuvieron por Dios.

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26. Los que alteran el Evangelio

Luego dice que algunos de los creyentes, "como si, en plena borrachera, acometieran contra sí mismos, alteran de su primer texto el Evangelio tres y cuatro y más veces, y lo trastornan para poder negar las objeciones que se les ponen". Yo no conozco quiénes alteren el Evangelio si no son los marcionitas y valentinianos, y acaso también los secuaces de Lucano 14. Pero esto que se dice no es culpa de nuestra doctrina, sino de quienes tienen audacia bastante para falsificar los evangelios. No es culpa de la filosofía que haya unos sofistas o unos epicúreos y peripatéticos o cualesquiera otros que sostienen falsas opiniones; así no es culpa del verdadero cristianismo haya quienes trastornan los evangelios e introducen sectas ajenas al sentido de la enseñanza de Jesús (cf. III 12; V 61).

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27. De nuevo el tema de las profecías

Luego, el judío de Celso echa en cara a los cristianos que "se valgan de los profetas que de antemano anunciaron lo que atañe a Jesús". A lo dicho anteriormente (I 49-57), añadiremos ahora que, si Celso tiene, como dice, "consideración a los hombres", debiera haber citado las profecías y, defendiendo su sentido verosímil, presentar los argumentos que le parecieran capaces de refutar el uso que los cristianos hacen de ellas. De esta manera no daría la impresión de intentar resolver tamaño asunto con unas frasecillas, más que más cuando dice que "a infinitos otros se le podrían aplicar las profecías con mucha más verosimilitud que a Jesús" (cf. I 50-57). Deber suyo era haberse enfrentado cuidadosamente con esta prueba que los cristianos tienen por la más fuerte y exponer, profecía por profecía, que "se adaptan más verosímilmente a otros infinitos que no a Jesús". Pero ni siquiera cayó en la cuenta de que hablar así contra los cristianos tuviera visos de probabilidad en alguien ajeno a los escritos proféticos; pero lo cierto es que Celso puso en boca de un judío lo que jamás habría dicho un judío. Efectivamente, jamás convendrá un judío en que las profecías se puedan ajustar más verosímilmente a infinitos otros que no a Jesús. No, el judío dará la explicación que a él le parezca más clara, y tratará de oponerse a la interpretación de los cristianos. No dirá en absoluto cosas que merezcan fe, pero intentará sin duda hacerlo.

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28, La rabia judaica

Ya antes dijimos (I 56) haberse profetizado que habría dos advenimientos de Cristo al género humano; por eso no hay necesidad de responder a lo que se supone dice el judío: "Los profetas afirman que el que ha de venir será señor de toda la tierra y de todas las naciones y ejércitos". Y muy a lo judío dijo también, a lo que yo creo, y muy de acuerdo con la rabia con que insultan a Jesús sin demostración, siquiera probable", alguna, que "no predijeron perdición semejante". Pero ni los judíos, ni Celso, ni nadie demostrará ser una "perdición" el que a tantos hombres convierte del aluvión de los vicios a una vida conforme a la naturaleza con templanza y demás virtudes.

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29. La paz, preparación para la venida de Jesús

Celso añade lo siguiente: "Nadie recomienda a Dios o al Hijo de Dios por tales signos y malas inteligencias y por argumentos tan poco nobles". Deber suyo era presentar tales malas inteligencias y refutarlas; deber igualmente demostrar por un razonamiento la poca nobleza de los argumentos; y si el cristiano parecía decir algo razonable, tratar de combatirlo y echar por tierra sus razones. En cuanto a lo que dijo debía haber acontecido con Jesús, aconteció, en efecto, como con alguien grande; pero Celso no quiso ver que aconteció, por más que la evidencia está en favor de Jesús. "Y es así que como el sol-dice-, al iluminarlo todo, se muestra primeramente a sí mismo, así debiera haber hecho el Hijo de Dios". Ya hemos dicho que así lo hizo, pues floreció en sus días la justicia y hubo abundancia de paz... (Ps 71,7). Lo que se cumplió apenas nacido, pues así quería Dios preparar a los pueblos para su doctrina. Todos estaban bajo un solo emperador romano, pues la incomunicación entre los pueblos que había traído la multiplicidad de reinos, hubiera dificultado a los apóstoles cumplir el mandato que Jesús les diera diciendo: Marchad y haced discípulos míos en todos los pueblos (Mt 28,19). Y es bien notorio que Jesús nació bajo el imperio de Augusto, el que allanó (digámoslo así) a muchedumbres de hombres sobre la tierra por el rasero de un solo imperio. El haber habido muchos imperios hubiera sido un obstáculo para la propagación de la doctrina de Jesús por todo el orbe, no sólo por las razones antedichas, sino porque las gentes, dondequiera, hubieran tenido que salir a campaña y combatir por su patria. El hecho se dio en tiempos antes de Augusto y aún más antiguamente, siempre que, como en la guerra de lacedemonios y atenienses, otros pueblos hubieron de luchar unos contra otros. ¿Cómo, pues, iba a imponerse una doctrina de paz, que no permite ni vengarse de los enemigos, si, al advenimiento de Jesús, la situación del orbe no hubiera adquirido en todas partes un carácter más suave?

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30. Jesús, Verbo del Padre

Luego acusa a los cristianos "de sofisticar diciendo que el Hijo de Dios en su propio Logos"; y se imagina probar su acusación; pues, "proclamando que el Logos es Hijo de Dios, no presentamos un Logos puro y santo, sino un hombre conducido con la mayor ignominia al suplicio y puesto en un madero". Ya antes (II 9) hemos respondido, brevemente, a las acusaciones de Celso sobre este punto e hicimos ver cómo el primogénito de toda la creación (Col 1,15) tomó cuerpo y alma humana. Allí dijimos que Dios mandó sobre cosas tan grandes del universo y fueron creadas y cómo el que recibió ese mandato fue el Logos Dios. Y ya que es un judío el que dice eso, no estará fuera de lugar valemos del salmo (106,20): Envió su Logos y los curó, y los libró de sus corrupciones, texto que ya recordamos arriba (I 64). Yo, aunque he tratado con muchos judíos que profesan ser sabios, no he oído a ninguno que alabe el dicho de que "el Hijo de Dios es Logos", como dice Celso, cuando atribuye a su judío estas palabras: "Si el Logos, según vosotros, es el Hijo de Dios, también nosotros lo aceptamos".

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31. La genealogía de Jesús

Ya anteriormente (II 7) hemos dicho que Jesús no puede ser ni "un fanfarrón" ni "un mago" o hechicero; por eso no es menester repetir lo dicho, para no contestar a las repeticiones de Celso con otras repeticiones. Ahora, al meterse con la genealogía de Jesús, no dijo una palabra sobre la diferencia de las genealogías, problema que se discute entre los mismos cristianos y que algunos nos presentan como una acusación. Y es que Celso, el verdadero "fanfarrón", que proclama saber todo lo que atañe a los cristianos, no supo buscar inteligentemente las dificultades de la Escritura. Dice, empero, haber sido "unos insolentes los que hicieron descender a Jesús del primer hombre y de los reyes de los judíos". Y se imagina decir algo maravilloso añadiendo que "la mujer del carpintero no ignoraría venir de tan alta prosapia". ¿Qué tiene esto que ver con nuestro tema? Demos que no lo ignorara. ¿Qué daña esa no ignorancia a nuestro propósito? Pero demos que lo ignoraba. ¿Es que por ignorarlo no venía del primer hombre? ¿No se remontaría por eso su alcurnia a los reyes de los judíos? ¿O es que piensa Celso ser forzoso que los pobres nazcan de gente aún más pobre-tona y los reyes de reyes? Me parece, pues, vano gastar tiempo en este punto, como quiera que es cosa patente haber nacido, aun en nuestros tiempos, de padres ricos e ilustres, hombres más pobres que María; y de padres oscuros, caudillos de pueblos y reyes.

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32. Hay que creer, o no creer, al Evangelio entero

"¿Qué hizo Jesús - dice Celso - de noble o insigne como Dios? ¿Despreció a los hombres y se rió y burló de lo que le acaeciera?" A quien así pregunta, ¿de dónde, sino de los evangelios, podemos responderle, si queremos presentar lo insigne y maravilloso que se dio en lo que le acaeciera? Ahora bien, los evangelios cuentan que la tierra tembló y se partieron las rocas y se abrieron los sepulcros (Mc 15,38 Mt 27,51). Y que el velo del templo se rasgó de arriba abajo y, por eclipse del sol, se produjeron tinieblas en pleno día (Lc 23,44). Ahora, si Celso cree a los evangelios donde se imagina le dan ocasión para acusar a Jesús ; y a los cristianos, y les niega crédito en cosas que demuestran su divinidad, tendremos que decirle: Amigo, o niega fe a todo y no pienses ni en acusar, o cree a todo y admira al Logos de Dios que se hizo hombre para hacer bien a todo el género humano. Por lo demás, obra insigne de Jesús es que hasta hoy, en su nombre, se curan aquellos que Dios quiere se curen. Sobre el eclipse acontecido en tiempo de Tiberio César, bajo cuyo imperio parece haber sido crucificado Jesús, y sobre los grandes terremotos de entonces, escribió Flegón, creo que en el libro trece o catorce de su Crónica (cf. II 14).


Origenes contra Celso 215