Origenes contra Celso 326

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26. La historia de Aristeas

Veamos ahora lo que seguidamente dice Celso, que trae a cuento milagros que corren en las historias y tienen en sí mismos todos los visos de incredibilidad, pero que, a juzgar por sus palabras, no deja él de creerlos. Y, primeramente, la historia de Aristeas de Proconneso, del que dice lo siguiente: "Ahí está además Aristeas de Proconneso, que por tan maravillosa manera desapareció de entre los hombres y de nuevo apareció patentemente, viajó luego por muchas partes de la tierra y narraba cosas maravillosas. Y, por más que Apolo mandó a los metapontinos que lo pusieran en • el número de los dioses, nadie tiene hoy por dios a Aristeas". La historia parece haberla tomado de Píndaro (fragm.284, ed. Bowra) y de Heródoto (IV 14.15). Baste citar aquí el texto de He-ródoto del libro cuarto de sus historias, que dice así sobre Aristeas: "Ya he contado de dónde era Aristeas, que esto dijo; pero ahora voy a referir lo que acerca de él oí en Proconneso y Cícico. Dicen, pues, que Aristeas, que en nobleza de linaje no iba a la zaga a ninguno de los ciudadanos, entró en un batán de Proconneso y allí murió. El batanero, cerrado su taller, marchó a anunciarlo a los allegados del difunto. Cuando ya había corrido por la ciudad la noticia de haber muerto Aristeas, vino a contradecir a los que la decían un hombre de Cícico, que venía de la ciudad de Artaca y afirmaba habérselo encontrado camino de Cícico y trabado con él conversación. El hombre se afirmaba ahincadamente en su contradicción, pero los deudos del difunto fueron al batán con todo lo necesario para levantar el cadáver. Pero, abierta la casa, allí no apareció Aristeas ni vivo ni muerto. Al cabo de siete años, se presentó en Proconneso y compuso aquellos versos que llaman ahora los griegos arimaspeos, y, compuestos, desapareció por segunda vez. Esto es lo que dicen las mentadas ciudades; pero a los metapontinos de Italia sé haberles acontecido lo que sigue; trescientos cuarenta años después de la segunda desaparición de Aristeas, según mis cálculos en Proconneso y entre los metapontinos.

Dicen, en efecto, los metapontinos que el mismo Aristeas, apareciéndose en su país, les mandó levantar un altar a Apolo y, a par de él, una estatua con el nombre de Aristeas de Proconneso. Porque, les dijo, sólo a su país, de entre los ita-liotas, había venido Apolo, y él, que era ahora Aristeas, le había seguido; pero entonces, cuando siguió al dios, era un cuervo. Esto dicho, desapareció; pero ellos, los metapontinos, añaden haber mandado a Delfos una comisión que consultara al dios qué significaba aquella aparición, y haberles mandado la Pitia que obedecieran a ella, y que, obedeciéndola, les iría bien. Recibido el oráculo, hicieron lo que se les mandó. Y actualmente se levanta una estatua con el nombre de Aristeas junto a la imagen misma de Apolo. En torno a ella están plantados laureles. Y con esto basta sobre Aristeas".

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27. Celso cree en patrañas y no en el Evangelio

Pues hablemos ahora de esta historia de Aristeas. Si Celso la hubiera presentado como puro cuento y no hubiera dado a entender que la aceptaba como verdadera, nuestra respuesta a lo que dice hubiera sido distinta. Mas como afirma que desapareció prodigiosamente y volvió a aparecer con toda claridad, viajó por muchas partes de la tierra y contó cuentos maravillosos; como, por añadidura, trae a cuento el oráculo de Apolo mandando a los metapontinos que pusieran a Aristeas en el número de los dioses, y lo trae como cosa que hace suya y acepta, dispondremos así nuestro razonamiento 14 contra él: Tú, que supones ser en absoluto fantasías los milagros que los discípulos de Jesús escribieron haber hecho su Maestro y censuras a los que creen en ellos, ¿cómo no tienes todo eso por milagrería y puro cuento? ¿Cómo tú, que reprochas a los otros que crean sin razón en los milagros de Jesús, te nos presentas creyendo en tamañas patrañas, sin alegar una prueba ni demostración de que efectivamente sucedieron? ¿O es que te imaginas que Heródoto y Píndaro son incapaces de mentir? Aquellos, empero, que han aprendido a morir por las enseñanzas de Jesús y tales escritos han dejado a la posteridad acerca de lo que estaban persuadidos, ¿habían de emprender tamaña lucha por ficciones, como tú piensas, por mitos y milagrerías, que por ello vivieran vida precaria y murieran violentamente? Constituyete, pues, a ti mismo arbitro de lo que se escribe de Aristeas y lo que se narra de Jesús y mira si, por los hechos, por el beneficio de la corrección, de las costumbres y por la piedad para con el Dios supremo, no cabe decir ser un deber creer que la historia de Jesús no aconteció sin disposición divina; pero que nada tiene de divino la de Aristeas de Proconneso.

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28. Inanidad de la patraña de Aristeas

Porque, qué se propusiera la providencia con los milagros de Aristeas, ni qué beneficio quisiera hacer el género humano al hacer tamaña ostentación (como tú te imaginas), son preguntas a las que nada puedes contestar. Nosotros, empero, cuando contamos la historia de Jesús, no alegamos una razón cualquiera de que así hubiera de suceder, sino la voluntad de Dios de que se estableciera la docrina de Jesús, para la salvación de los hombres, que había de asentarse sobre los apóstoles como fundamentos del edificio del cristianismo (), y crecer en los tiempos siguientes, en que se realizan no pocas curaciones en el nombre de Jesús, y otras manifestaciones divinas nada despreciables. ¿Y quién es ese Apolo, que manda a los metapontinos que pongan a Aristeas en el número de los dioses? ¿Con qué intención hace eso? ¿Y qué beneficio se propone hacer a los metapontinos por el honor que tributan como a dios al que poco antes tenían por puro hombre? Apolo es, según nuestra opinión, "un demon al que honores de grasa y libación en suerte caben". (Ilíada IV 49.)

Ahora bien, que Apolo recomiende a Aristeas es cosa que te parece a ti fidedigna; las recomendaciones, empero, del Dios supremo y de sus santos ángeles, proclamadas por medio de los profetas, no sólo después de la venida de Jesús, sino antes también de venir a vivir entre los hombres, ¿no te mueven a admirar ni a los profetas, que recibieron el Espíritu divino, ni al que fue por ellos profetizado? Su venida a este mundo fue proclamada muchos años antes por tantos profetas, que la nación judía entera, colgada de la expectación del que esperaban había de venir, vino a escindirse por la contienda que produjo la venida de Jesús. Porque fue así que una gran muchedumbre de ellos lo confesó por el Mesías y creyó que El era el que había sido profetizado; mas los que no creyeron, haciendo mofa de la mansedumbre de los que, por amor de las enseñanzas de Jesús, no querían la más mínima sedición, 'cometieron contra Jesús tales desafueros cuale's consignaron sus discípulos con amor a la verdad e ingenuidad de ánimo, sin disimular de su prodigiosa historia lo que a los ojos del vulgo parece ignominioso para la religión de los cristianos. Y es así que Jesús mismo y sus discípulos quisieron que los que se acercaban a El no sólo creyeran en su divinidad y milagros, como si no tuviera El parte en la naturaleza humana ni hubiera asumido la carne que en los hombres codicia contra el espíritu (), sino que, como fruto de su fe, vieran la fuerza que había descendido a la naturaleza humana y a las miserias humanas, y que asumió alma y cuerpo humanos, juntamente con la divinidad, para la salud de los creyentes. Estos ven cómo desde entonces comenzaron a entretejerse la naturaleza divina y la humana. Así, la iiaturaleza humana, por su comunión con la divinidad, se torna divina no sólo en Jesús, sino también en todos los que, después de creer, abrazan la vida que Jesús enseñó, vida que conduce a la amistad y comunión con Dios a todo el que sigue los consejos de Jesús.

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29. El peor cristiano, mejor que el mejor pagano

Ahora bien, el Apolo de Celso mandó a los metapontinos que pusieran a Aristeas en el número de los dioses. Mas los metapontinos creyeron que los argumentos que probaban ser Aristeas un hombre, y acaso ni siquiera bueno, eran más fuertes que el oráculo de Apolo de que fuera dios o digno de honores divinos, y no quisieron obedecer a Apolo; con lo que se explica que "nadie tenga a Aristeas por dios". De Jesús, empero, podemos decir que era provechoso al género humano recibirlo como a Hijo de Dios, como a Dios venido en cuerpo y alma; pero esto no parecía convenir a la gula Is de los démones, que aman los cuerpos, ni a los que los tienen por dioses; de ahí que los démones que vagan por la tierra, tenidos por dioses por quienes no están instruidos en materia de démones, y los mismos que les daban culto, se empeñaron en impedir que se propagara la doctrina de Jesús. Y es así que, de imponerse las enseñanzas de Jesús, veían al ojo que desaparecían las libaciones y grasas en que golosamente se deleitaban. Mas el mismo Dios que envió a Jesús, destruyó toda la conspiración de los démones e hizo que por dondequiera de la tierra se impusiera el Evangelio de Jesús para conversión y corrección de los hombres, y que por dondequiera surgieran también iglesias, de constitución muy distinta a las comunidades políticas, compuestas de hombres supersticiosos, disolutos e inicuos. Tales son, en efecto, las costumbres que se estilan en las comunidades de las ciudades. Mas las iglesias de Dios, que siguen las enseñanzas de Cristo, comparadas con las comunidades de los pueblos junto a las que viven como forasteras (Mt 1), son como lumbreras en este mundo (). Porque ¿quién no confesará que los peores miembros de la Iglesia y que, en parangón con los mejores, dejan mucho que desear, son mejores que muchos que forman las comunidades propulares? 1S

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30. En que se confirma lo dicho con ejemplos

Así, por ejemplo, la iglesia de Dios de Atenas, por tener decidida voluntad de agradar al Dios sumo, es mansa y tranquila; mas la comunidad popular de los atenienses es levantisca y en modo alguno puede compararse a la iglesia de Dios allí establecida. Y lo mismo hay que decir de la iglesia de Dios de Corinto y la asamblea popular de los corintios; y, para poner otro ejemplo, de la iglesia de Dios de Alejandría y de la comunidad del pueblo de los alejandrinos. Si el que esto oye es inteligente y examina las cosas con amor a la verdad, no podrá menos de admirar al que decidió y logró que se formaran por dondequiera iglesias de Dios que habitaran como forasteras (Mt 1) a par de las comunidades populares de cada ciudad. Y por modo semejante, si se compara el consejo de la Iglesia de Dios con el consejo

de cada ciudad, se hallará que" algunos consejeros de la Iglesia son dignos de gobernar en una ciudad de Dios, si la tal ciudad existiera en el universo; mas los consejeros de cualquier parte no presentan en sus costumbres nada digno de la preeminencia que les viene de su autoridad, por la que parecen descollar sobre los ciudadanos. Así ha de compararse el que manda en la iglesia de cada ciudad con el que manda sobre la ciudad misma, y se comprenderá que, hablando en general, aun los consejeros y gobernantes de la Iglesia de Dios que dejan mucho que desear y son más desidiosos en parangón con los de más fervor ", no por eso dejan de superar, en lo que atañe a progreso en la virtud, las costumbres de los consejeros y gobernantes de las ciudades.

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31. Abaris el hiperbóreo

Siendo esto así, ¿no es razonable pensar que hubo en Jesús, capaz que fue de llevar a cabo tamañas cosas, una divinidad no vulgar? No así en Aristeas de Proconneso, por más que Apolo se empeñe en ponerlo en el número de los dioses, ni en ninguno de los que enumera Celso cuando dice: "Nadie tiene por Dios al hiperbóreo Abaris, que tuvo tal virtud que fue llevado por un dardo" (HEROD., IV 36; PORPH., Vita Pythagorae 28-29; IAMBL., Vita Pyth. XIX 91 et alibi). En efecto, ¿qué intentaba la divinidad al hacer al hiperbóreo Abaris la merced de ser llevado por un dardo, o qué provecho se seguiría al género humano de tan alto don? Y Abaris mismo, ¿qué sacaba de ser llevado" por una flecha? Y esto dando de barato no se trate absolutamente de fantasía, sino que sucediera por alguna operación demónica. Mas cuando de mi Jesús se dice que es asumido en gloría (Mt 1), veo la dispensación de Dios, que hizo eso para recomendar a los que contemplaron a su Maestro; así lucharían con todas sus fuerzas, no como si lucharan por enseñanzas humanas, sino por doctrina divina; se consagrarían al Dios supremo y todo lo harían para agradarle, como quienes han de recibir en el tribunal divino, según sus méritos, la paga de lo bueno o malo que hubieren hecho.

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32. Hermótimo de Clazomenias

Luego viene a hablar Celso del famoso (Hermótimo) de Clazomenias y, al cabo de su historia, añade: "¿Acaso no se dice que el alma de él, abandonando a menudo su cuerpo, andaba vagando incorpórea? Y tampoco a éste tuvieron las gentes por dios" (PLIN., Nat. hist. VII 174; Lúe., Muscae ene. 7; TERT., De anima 44). A esto diremos que acaso algunos démones malvados dispusieron que tales patrañas se pusieran por escrito (porque no creo dispusieran también que sucedieran), a fin de desacreditar como cuentos semejantes a ellas lo que fue profetizado acerca de Jesús o lo que por El fue dicho, o no se admire en absoluto, por no tener más que lo que los otros tienen. Pero mi Jesús dijo acerca de su propia alma (que no se separó de su cuerpo por necesidad humana, sino por la potestad maravillosa que aun en esto le fue dada): Nadie me quita mi alma (= mi vida), sino que yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla, y tengo también poder para volverla a tomar () (cf. supra II 16). Y, porque tenía poder de darla, la dio cuando dijo: Padre, ¿por qué me has abandonado? Y dando una gran voz, expiró (Mt 27,46 Mt 50). Así se adelantó a los verdugos de los crucificados, que les quebraban las piernas para que no prolongaran más el suplicio. Y volvió a tomar su alma cuando se manifestó a sus discípulos, después que dijera, en presencia de ellos, a los judíos que no querían creer en El: Destruid este templo y yo lo volveré a levantar en tres días... y hablaba del templo de su cuerpo (). Que es lo mismo que los profetas habían predicado de antemano en muchos pasajes; por ejemplo, en éste: Y segura descansa hasta mi carne, porque no dejarás mi alma en los infiernos, y no permitirás que corrupción tu santo vea (Ps 15,9).

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33. La patraña de Cleomedes de Astipalea

Quiso demostrar Celso haber leído muchas historias griegas, y trae también a cuento la de Cleomedes de Astipalea, de quien narra "haberse metido en un arca y, cerrándose dentro de ella, no fue luego encontrado dentro; por no se sabe qué divino destino, cuando con intento de prenderlo, rompieron algunos el arca, se había volado de ella". Mas tampoco esto, aunque no'" fuera cuento, como parece serlo, tiene nada que ver con

los hechos de Jesús. Y es así que en todos estos de que habla Celso no se halla signo alguno de divinidad que apareciera en la vida de los hombres; los signos, empero, de la divinidad de Jesús son las Iglesias compuestas de hombres por El favorecidos, las profecías que sobre El versan, las curaciones hechas en su nombre, el conocimiento que de El se tiene acompañado de sabiduría y la razón que hallan quienes se preocupan de remontarse de la fe sencilla a indagar el sentido de las Escrituras divinas, conforme a los consejos de Jesús mismo, que dijo: Escudriñad las Escrituras (). Lo mismo quiere Pablo al enseñarnos que debemos saber responder a cada uno como conviene (Col 4,6), y aun el otro que dijo: Prestos a dar satisfacción a todo el que os pida razón de vuestra fe (Col 1). Mas si Celso no quiere convenir en que se trata de un cuento, díganos qué intentó el supremo poder al hacer que, "por no sabemos qué divino destino, saliera Cleomedes volando de dentro". Si nos presenta algo digno de consideración y un intento digno de Dios para conceder tal merced a Cleomedes, pensaremos qué haya de respondérsele; mas si no tiene nada, siquiera probable, que decir sobre el caso-y no lo tendrá porque no cabe encontrarlo-, nos pondremos del lado21 de los que no aceptan la patraña y la marcaremos con nota de falsa, o diremos que algún espíritu demónico, de modo semejante a los trampantojos de los hechiceros, hizo también lo que se cuenta °* del astipaleo. De éste, sin embargo, piensa Celso haber dicho un oráculo que "salió volando del arca por no se sabe qué destino divino".

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34. La pureza del culto cristiano

Yo creo que sólo de estos hombres tuvo Celso noticia; sin embargo, para dar la impresión de que omitía adrede ejemplos semejantes, dijo: "Y otros muchos más se podrían alegar por el estilo". Sea así, en efecto, y demos de barato haber habido muchos hombres como esos que ningún bien hicieron al género humano: ¿Qué acción puede hallarse de estos hombres comparable23 con la obra de Jesús y sus milagros, de que largamente hemos hablado?

Luego, por dar culto "a uno que fue condenado a muerte y murió" (como dice Celso), opina Celso que "hacemos cosa parecida a los getas, que dan culto a Zamolxis; los cilicios, a Mopso (Cíe., De nat. deorum II 7; De divin.

I 40); los acarnenses, a Anfíloco; los tebanos, a Anfiarao, y los lebadios, a Trofonio" (cf. VII 35). Pero también en esto le vamos a demostrar que no tiene razón para compararnos con dichos pueblos. Estos, en efecto, levantaron templos y estatuas a los que enumera Celso; nosotros, empero, hemos dejado de dar culto a la divinidad por esos medios, pues los tenemos por más acomodados a los espíritus de-mónicos, que, no sé por qué manera, se asientan en cierto lugar, ora lo ocupen ellos de antemano, ora lo conviertan como en morada suya", atraídos por ciertas iniciaciones o magias, y admiramos profundamente a Jesús, que ha apartado nuestra mente de todo lo sensible, de cuanto no sólo es corruptible, sino que de hecho se corromperá (cf. IV 61), y la levanta al honor del Dios supremo, que le tributamos por vida recta y oraciones. Estas se las dirigimos por medio de Jesús, que está entre medio de la naturaleza del Increado y la de todas las cosas creadas. El nos trae los beneficios del Padre, y El también, a la manera de sumo sacerdote (), lleva nuestras preces al Dios supremo.

. 35. Jesús pide culto exclusivo

Realmente no sé a qué propósito diga Celso todo eso; mas ya que lo dice, quisiera charlar con él en el tono que le conviene. Dime, por tu vida, esos cuya lista nos has dado, ¿no son nada, ni tienen fuerza alguna ese Trofonio en Le-badea, ni Anfiarao en su templo de Tebas, ni Anfíloco en Acarnania, ni Mosco en Cilicia, o hay en los tales un de-mon o un héroe y hasta un dios, que obra cosas por encima del poder humano? Ahora bien, si afirma no haber ahí nada particular, ni demónico ni divino, confiese ahora al menos su propio sentir, diga que es epicúreo y no piensa como los griegos, ni conoce a los démones, ni da culto, siquiera como los griegos, a dios alguno. Con ello queda convicto de que en balde adujo todo lo antedicho como si él lo aceptara por verdad, y en balde será también todo lo que seguidamente adujere. Mas si afirma que esos que ha enumerado son démones, héroes o dioses, tenga cuidado no venga por sus palabras a demostrar lo que no quisiera, a saber: que también Jesús fue algo semejante, y por eso pudo demostrar a no pocos hombres haber venido de Dios al linaje humano. Mas una vez admita esto, considérese si no se verá forzado a afirmar que Jesús es cosa más fuerte que esos en

cuya lista lo puso. La prueba es que ninguno de ésos prohibe que se tributen honores a los otros; Jesús, empero, seguro que está de ser más poderoso que todos ellos, prohibe se los reconozca, por ser démones malvados, que han ocupado ciertos lugares de la tierra, ya que no son capaces de alcanzar las regiones más puras y divinas, adonde no llegan las groserías de la tierra y los males infinitos de la tierra.

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36. Antínoo, el querido de Adriano

Luego viene a hablar de los amores de Adriano" (me refiero al muchacho Antínoo y los honores que se le rinden en la ciudad egipcia de Antinópolis), y opina que en nada se diferencian del culto que nosotros tributamos a Jesús. Pues vamos a demostrar que eso se ha dicho por odio puro. En efecto, ¿qué tiene que ver la vida del querido de Adriano, que no dejó ni al varón inmune de la pasión femenina, con la vida santa de nuestro Jesús, contra quien ni los mismos que lo acusaron de infinitas cosas y acumularon mentiras sobre mentiras fueron capaces de insinuar el mínimo desliz en materia de incontinencia? Pero es que, además, si se examina con amor a la verdad e imparcialmente todo ese asunto de Antínoo, se hallará que la causa de hacer aparentemente algo, aun después de muerto, en Antinópolis son las magias e iniciaciones de los egipcios. Lo mismo cuentan los egipcios y los expertos en estos temas que acontece en otros templos, en determinados lugares en que se asientan démones con poder de adivinar o curar, que a menudo torturan también a los que creen haber transgredido algún precepto sobre alimentos vulgares o sobre tocar algún cadáver humano. De este modo tienen2e cómo espantar al vulgo inmenso e ignaro. Tal es también" el que en Antinópolis de Egipto es tenido por dios, cuyos milagros se inventan los que viven

de la impostura, mientras otros, engañados por el demon que allí reside, y otros, convictos por su flaca conciencia, se imaginan pagar una pena que divinamente les inflige Antínoo. Por el estilo son los misterios que celebran y las aparentes adivinaciones, de todo lo cual dista infinito el culto d3 Jesús. Porque no se juntaron una panda de magos o hechiceros para dar gusto al rey que se lo mandaba o a algún gobernador que lo ordenaba, y dieron la impresión de que lo habían hecho dios (cf. V 38; VIII 61). No, fue Dios mismo, artífice del universo, quien, a consecuencia de la maravillosa fuerza persuasiva de su palabra, recomendó a Jesús como digno de honor, no sólo a los hombres que quieran obrar juiciosamente, sino también a los démones y a otros poderes invisibles. Así lo ponen éstos de manifiesto hasta el presente, ora por temor al nombre de Jesús, que tienen por superior a ellos, ora porque, reverentemente, lo aceptan como su legítimo señor. Y es así que, de no haber sido así atestiguado divinamente, no cederían los démones mismos al solo pronunciarse su nombre, ni se alejarían de los hombres a quienes hacen la guerra.

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37. Jesús, nuestro solo Dios

Ahora bien, los egipcios, a quienes se ha enseñado a dar culto a Antínoo, tolerarán de buen grado que se compare con él a Apolo o Zeus, pues glorifican a Antínoo por el hecho de haberlo puesto en el número de ellos. Y también en esto miente Celso cuando dice: "Si con él"' se compara a Apolo o Zeus, no lo soportarán". Los cristianos, empero, que saben que para ellos la vida eterna estriba en conocer al solo supremo y verdadero Dios y a Jesucristo, a quien El envió (); ellos, que saben adamas que todos los dioses de las naciones son demonios golosos (Ps 95,5), que giran en torno de los sacrificios, de la sangre y porciones que se separan de las víctimas, para engañar a los que no buscan su refugio en el Dios supremo; los que, en fin, no ignoran que los divinos y santos ángeles de Dios son de otra naturaleza y de otros propósitos que los démones todos que moran en la tierra (cf. V 5), a muy pocos conocidos fuera de quienes con inteligencia y aplicación han estudiado esta materia; los cristianos, digo, no tolerarán que se compare

con Jesús a Apolo o Zeus ni a ninguno de los que reciben culto de grasa, sangre y sacrificios. Algunos, desde luego, por su mucha simplicidad, no sabrán dar razón de lo que hacen, pero se atienen con muy buen acuerdo a lo que se les ha enseñado; otros la darán con razonamientos no desdeñables, sino profundos y, como diría un griego, esotéricos y misteriosos. Ellos profesan una profunda doctrina acerca de Dios y acerca de los que Dios ha honrado por medio de su Verbo unigénito, que es Dios, con la participación de la divinidad y, por ende, con el nombre de dioses (). Profunda es también la doctrina sobre los ángeles divinos, no menos que sobre los contrarios a la verdad que fueron engañados y que, por efecto del engaño, se proclaman a sí mismos 29 dioses, o ángeles de Dios, o démones buenos, o héroes, que han pasado a serlo de un alma humana buena (cf. III 80; DIOG. LAERT., VII 151). Los cristianos de esta calidad serán capaces de demostrar que, a la manera como muchos que profesan la filosofía creen estar en la verdad, ora por haberse engañado a sí mismos con argumentos probables, ora por haber abrazado temerariamente lo que otros exponen y han encontrado, así hay también algunos, entre las almas desnudas de su cuerpo y entre los ángeles y démones, que por ciertas probabilidades han sido arrastrados a proclamarse a sí mismos como dioses. Y como no es posible que estos razonamientos se hallen puntual y acabadamente entre los hombres, se consideró seguro no entregarse quien es hombre a nadie como a Dios, fuera de uno solo, que es Jesucristo, arbitro que es de todas las cosas, que contempla estas profundidades y se las comunica a unos pocos.

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38. Fe infortunada y fe afortunada

Ahora bien, la fe en Antínoo u otro por el estilo, ora se dé entre los egipcios, ora entre los griegos, es, por decirlo así, fe infortunada; la fe, empero, en Jesús puede ser o aparentemente afortunada o examinada concienzudamente; aparentemente afortunada en los más, examinada concienzudamente en muy pocos. Pero nótese que, si hablo de fe afortunada, como la llamaría el vulgo, la razón de ella la refiero también a Dios que sabe las causas del reparto de dones que se hace a cada hombre que viene a este mundo. Y hasta los griegos confesarán que, aun entre los que son tenidos por sapientísimos, la buena fortuna es a menudo la causa, por ejemplo, de haber

dado con maestros tales y haber logrado los mejores, siendo así que otros enseñan doctrinas contrarias, y de haber logrado una educación en el mejor ambiente. Y es así que muchos han tenido una educación tal que ni les ha pasado por las mientes haya cosa mejor, pues desde su primera edad han tenido que satisfacer la intemperancia de hombres disolutos o de amos suyos, o les ha cabido otra mala suerte que impidió a su alma levantar los ojos a lo alto. Es absolutamente verosímil que las causas de estas diferencias estén en las razones de la providencia"°; pero no es fácil que las comprendan los hombres. Me ha parecido bien decir esto de pasada y a modo de digresión, por razón de la frase de Celso: "Tanta fuerza tiene la fe, cualquiera que ella sea, si de antemano se apodera de la mente". Era, en efecto, menester decir que, por las distintas maneras de educarse, hay entre los hombres distintas fes, pues creen más o menos afortunada o desafortunadamente; y de aquí había que pasar a decir que la llamada buena o mala fortuna contribuye, por lo general, aun en los mejor dotados, a que parezcan más razonables y se adhieran con más razón a sus doctrinas. Mas sobre este punto basta con lo dicho.

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39. Razón de nuestra fe en Jesús

Consideremos ahora lo que dice Celso seguidamente, a saber : que "también en nosotros la fe, apoderándose de antemano de nuestra alma, hace que tengamos tal convicción respecto de Jesús". A decir verdad, la fe nos infunde pareja convicción. Pero miremos si la fe, por sí misma, no nos presenta como laudable que nos confiemos al Dios supremo, dando gracias al que nos ha conducido a esa fe y afirmando que, sin disposición divina, no hubiera El osado acometer ni llevado a cabo tamaña obra. Y creemos también en la recta intención de los que escribieron los evangelios, infiriéndolo de su piedad y conciencia, tal como se manifiestan en sus escritos. Nada hay, en efecto, en ellos que tenga sabor de cosa espuria, de embuste, ficción o astucia. Para nosotros, efectivamente, es evidente que hombres que no tenían idea de lo que enseña la astuta sofística de los griegos, que tanta cabida da a la probabilidad y agudeza, al igual que la retórica que se vuelve y revuelve en los tribunales, no fueron capaces de inventarse cosas tales que llevan en sí mismas la fuerza de la fe y obligan a una vida conforme a la misma

fe. Y yo pienso que Jesús echó mano, adrede, de tales maestros de su doctrina, para que no cupiera la menor sospecha de elocuentes argucias (cf. I 62). Así aparecería patente a los que son capaces de entender cómo la sinceridad del propósito de los escritores, que entraña, si cabe así decirlo, mucho de ingenuo, mereció una fuerza divina, que logró más que lo que parece poder lograr todo el rebuscamiento de discursos, la disposición de frases y la ilación de ideas con sus divisiones y técnica griega del decir.

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40. Concierto entre la fe y la razón

Pues consideremos si las doctrinas de nuestra fe no están en perfecto acuerdo con las nociones universales cuando transforman a los que inteligentemente escuchan lo que se les dice. Cierto que la perversión, ayudada de una constante instrucción, puede implantar en las mentes del vulgo la idea de que las estatuas son dioses y de que merecen adoración objetos hechos de oro, plata, marfil o piedra; pero la razón universal (cf. I 5) pide que no se piense en absoluto ser Dios materia corruptible, ni se le dé culto al ser figurado por hombres en materias inanimadas, ora se labren "según su imagen" (), ora según ciertos símbolos del mismo. De ahí que (en la instrucción cristiana) se dice inmediatamente que las imágenes no son dioses () y que objetos así fabricados no son comparables con el Creador; a lo que se añade algo sobre el Dios supremo que creó, conserva y gobierna todas las cosas. Y al punto el alma racional, como reconociendo lo que le es congénito, desecha lo que hasta entonces opinó eran dioses, concibe amor natural al Creador y, por este amor, acepta de buena gana al que primeramente mostró estas verdades a todas las naciones por medio de los discípulos que El formó y envió con poder y autoridad divina a pregonar la doctrina acerca de Dios y de su reino.

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41. Cristología (dudosa) de Orígenes

Celso nos acusa, no sé ya las veces, de que, "no obstante ser de cuerpo mortal, tenemos a Jesús por Dios, y en esto nos imaginamos obrar religiosamente". Superfluo es que una vez más respondamos a eso, pues más que suficientemente se ha dicho antes (I 69). Sepan, sin embargo, nuestros acusadores que Aquel que nosotros pensamos y creemos ser Dios e Hijo de Dios, desde el principio es el Logos en persona, la sabiduría en persona y la verdad en persona (); en cuanto a su cuerpo mortal y al alma humana en su cuerpo, afirmamos que no sólo por la comunión con El, sino también por la unidad y mezcla, alcanzaron lo máximo que cabe alcanzar y, por participar de la divinidad del mismo, fueron transformados en Dios. Ahora bien, si alguno se escandaliza de que digamos esto aun del cuerpo de Jesús, estudie lo que los griegos dicen de la materia propiamente sin cualidades, que se reviste de aquellas que el Creador quiere infundirle; y hasta muchas veces depone las anteriores y toma otras mejores y diferentes. Si esto es doctrina sana, ¿qué maravilla fuera que,, por voluntad de la providencia de Dios, la cualidad mortal del cuerpo de Jesús se cambiara en la cualidad etérea y divina?

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42. Algo de filosofía estoica

Ahora bien, no habló Celso como hombre hábil en la dialéctica o arte de argüir al comparar la carne humana de Jesús con el oro, la plata y la piedra, y afirmando ser aquélla más corruptible que todo esto. Porque, rigurosamente hablando, ni lo incorruptible es más incorruptible que lo incorruptible, ni lo corruptible más corruptible que lo corruptible (cf. II 7). Mas dado caso que haya algo más propenso a la corrupción, a esto diremos que, si es posible que la materia subyacente a todas las cualidades cambie de cualidades, ¿cómo no ser posible que también la carne de Jesús cambiara sus cualidades y se tornara tal como debía ser una carne que habitara el éter y los lugares por encima del éter, sin las debilidades propias de la carne y lo que Celso llamó "impurezas"? Y tampoco aquí habla como filósofo, pues lo propiamente impuro lo es por la maldad. Ahora bien, la naturaleza del cuerpo no es impura, pues en cuanto naturaleza corpórea no tiene en sí el principio generador de la impureza, que es la maldad (cf. IV 66).

Mas seguramente barruntó Celso nuestra respuesta, y así dice acerca del cambio del cuerpo de Jesús: "Pero ¿es que, al dejar la carne, se convirtió en Dios? ¿Por qué entonces no lo serán con más razón Asclepio, Dioniso y Heracles?" Respondemos: ¿Qué hicieron Asclepio, Dioniso y Heracles comparable con la obra de Jesús? ¿Y a quiénes nos presentarán, como prueba de que son dioses, que se corrigieran en sus costumbres y se hicieran mejores por las palabras o por el ejemplo de ellos? Leamos las múltiples historias que sobre ellos corren y veamos si estuvieron limpios de toda intemperancia, injusticia, insensatez o cobardía. Si nada de eso se encuentra en ellos, el argumento de Celso al comparar con Jesús a los antedichos tendría alguna fuerza; pero si es patente que, al lado de algunas cosas buenas que de ellos se cuentan, son infinitas las que se escribe haber hecho contra la recta razón, ¿en qué cabeza cabe afirmar que, dejado su cuerpo mortal, tienen más derecho que Jesús a convertirse en dioses?


Origenes contra Celso 326