Origenes contra Celso


ORIGENES

CONTRA CELSO


PROLOGO

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1. Jesús callaba

Nuestro Señor y Salvador Jesucristo calló cuando se )e levantaban falsos testimonios y nada respondió cuando era acusado, pues estaba persuadido que su vida entera y cuanto hiciera entre los judíos eran más fuertes que toda palabra para refutar el falso testimonio, más eficaz que todo discurso para defenderse de las acusaciones. Tú, empero, piadoso Ambrosio , no sé por qué razón has querido componga yo una apología contra los falsos testimonios que Celso ha levantado a los cristianos y contra las acusaciones a la fe de las iglesias que consigna en su libro. ¡Como si la realidad misma no ofreciera una clara refutación y razonamiento superior a todo lo escrito, que deshace todo falso testimonio y no deja a las acusaciones viso de probabilidad para que puedan lograr su intento! Ahora bien, sobre que Jesús callara al levantársele falsos testimonios, basta de momento citar el texto de Mateo, ya que Marcos escribió cosa equivalente. Helo aquí: Mas e) sumo sacerdote y el sanhedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús, a fin de darle muerte; pero no lo encontraban, a pesar de haberse presentado muchos falsos testigos. Por fin, se presentaron dos que dijeron: Este dijo: Puedo destruir el templo de Dios y reedificarlo en tres días. Y levantándose el sumo sacerdote le dijo: ¿Nada respondes a lo que éstos atestiguan contra ti? Jesús, empero, callaba (Mt 26,59-63) Y sobre que Jesús no respondiera al ser acusado, he aquí lo que está escrito: Max Jesús compareció delante del gobernador, que le interrogó diciendo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Y Jesús le dijo: Tú lo dices. Y como le acusaran los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, nada respondió. Díjole entonces Pilato: ¿No oyes cuántas cosas atestiguan contra ti? Y no le respondió a palabra alguna, de manera que el gobernador quedó muy maravillado (Mt 27,11-14).

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2. Jesús sigue callando

A la verdad, digno fuera de maravilla para quienes sean capaces de discurrir moderadamente que, pudiéndose defender y demostrar que no era reo de culpa alguna; pudiendo hacer un elogio de su propia vida y de los milagros que realizara como venidos de Dios, a fin de mostrar al juez el camino de una sentencia más benévola en su favor, nada de eso hiciera, sino que despreció a sus acusadores y magnánimamente los desdeñó. Ahora bien, que, de haberse Jesús defendido, lo hubiera puesto el juez sin demora en libertad, es evidente por lo que de él se escribe haber dicho: ¿A quién de los dos queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, que es dicho el Cristo? Y por lo que prosigue diciendo la Escritura: Sabía, en efecto, que por envidia lo habían entregado (Mt 27,17-18).

Todavía se le siguen levantando a Jesús falsos testimonios, y mientras exista la maldad entre los hombres, no habrá momento en que no se lo acuse. Y por lo que a El atañe, también ahora calla y no responde con su voz; pero es defendido por la vida de sus genuinos discípulos, que es el más fuerte clamor, más potente que todo falso testimonio, para refutar y echar por tierra falsos testimonios y acusaciones.

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3. La razón no puede separar al creyente de su fe

Es más, me atrevería a decir que la defensa que me pides debilitará la apología de la realidad y oscurecerá el poder de Jesús, que salta a los ojos de quienes no sean insensatos. Sin embargo, para no dar la impresión de que rehuso cumplir lo que me mandas, he procurado responder, según mis fuerzas, a cada uno de los puntos que escribe Celso, lo que, a mi ver, echa por tierra sus razonamientos, incapaces ciertamente de conmover a ningún creyente. ¡No quiera Dios haya nadie que, después de recibir tal caridad de Dios en Cristo Jesús, se sienta sacudir en su propósito por lo que diga Celso o cualquiera de los de su laya! Y es así que Pablo traza una larga lista de cosas que suelen separar de la caridad de Cristo o de la caridad de Dios en Cristo Jesús, cosas todas que vence la caridad en El; pero no puso entre ellas la razón o el discurso. Atiende, en efecto, que primeramente dice: ¿Quien nos separará de la caridad de Cristo?: La tribulación, la estrechez, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro o la espada? Como está escrito: Por causa tuya se nos mata cada día; hemos sido reputados como ovejas del matadero (Ps 43,23). Mas en todo esto vencemos con ventaja por Aquel que nos ha amado. Y, en segundo lugar, pone otro orden de cosas que, por su naturaleza, separarían a los poco firmes en la religión, y dice: Porque cierto estoy que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las potestades, ni lo presente ni lo futuro, ni las virtudes, ni lo alto ni lo profundo, ni otra criatura alguna podrá separarnos de la caridad de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rm 8,35-39).

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4. Puede haber débiles en la fe

A la verdad, bien fuera que nosotros nos gloriáramos de que ni la tribulación ni todo lo demás que le sigue en la lista nos separe de la caridad; pero no Pablo, ni los apóstoles, ni quienquiera se parezca a ellos; pues el que dijo: En todo esto vencemos con ventaja (que es más que vencer simplemente) por Aquel que nos ha amado, está muy por encima de todas esas cosas. Mas si también los. apóstoles hubieran de gloriarse de que no se separan de la caridad de Dios que está en Cristo Jesús, se gloriarían de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni nada de lo que sigue, los puede separar de la caridad de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro. De ahí que no pueda yo sentir simpatía por quien, habiendo creído en Cristo, deja que su fe se conmueva por un Celso, que no vive ya siquiera la común vida humana, sino que está de muy atrás muerto; por un Celso, digo, o por cualquiera elocuencia de discurso. Y no sé en qué categoría haya de ponerse al que necesite de razonamientos consignados en un libro para deshacer las acusaciones de Celso contra los cristianos, reparar la sacudida que por ellas ha recibido en su fe y fortalecerle en ella. Sin embargo, pudieran darse entre la muchedumbre de los que se suponen creyentes algunos de fe tan débil que se dejan conmover y hasta derribar por los escritos de Celso y que pudieran ser curados por la apología contra ellos, caso que lo que digamos tenga fuerza para refutar a Celso y afirmar la verdad. De ahí que me decidiera a obedecer a tu mandato y refutar el escrito que me has mandado; escrito, por cierto, que nadie, por poco avanzado que esté en la filosofía, convendrá ser, como lo tituló Celso, "Doctrina verdadera".

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5. Celso no merece nombre de filósofo

Ahora bien. Pablo, comprendiendo que en la filosofía griega hay cosas no despreciables, persuasivas para el vulgo, pero que presentan la mentira como verdad, dice sobre ellas: Mirad no os seduzca nadie por medio de la filosofía y de un engaño vano, según la tradición de los hombres y los elementos de este mundo, y no según Cristo (Col 2,8). Y viendo que en los discursos de la sabiduría del mundo aparece alguna grandeza, dijo que las razones de los filósofos son "conforme a los elementos del mundo". Pero nadie que tenga un adarme de inteligencia afirmará que la obra de Celso esté escrita "según los elementos de este mundo". Las doctrinas de la filosofía, por tener en sí algo engañoso, las llamó el Apóstol "engaño vano", acaso para distinguirlo de cierto engaño que no es vano, aquel que Jeremías tenía ante los ojos cuando se atrevió a decirle al Señor: Me engañaste, Señor, y fui engañado; fuiste más fuerte y prevaleciste (Jr 20,7). La obra, empero, de Celso es evidente para mí que no contiene engaño alguno y, por ende, tampoco engaño vano, como las doctrinas de quienes han fundado escuelas filosóficas y en ellas mostraron no vulgar inteligencia. Nadie llamará sofisma a cualquier disparate en los teoremas de la geometría, ni lo describiría para ejercicio de quienes en esto entienden; por modo semejante, para que una obra pudiera llamarse engaño vano según la tradición 2 y los elementos de este mundo, tendría que ser parecida a las ideas de quienes fundaron escuelas filosóficas.

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6. Orígenes no escribe para cristianos de fe firme

Después de refutar punto por punto lo que Celso dice hasta el momento en que introduce a un judío que habla con Jesús (I 28ss), se me ocurrió anteponer al comienzo este proemio, a fin de que el futuro lector de mi refutación de Celso tropiece con él inmediatamente y se percate que mi libro no está escrito para quienes tienen fe cabal, sino para quienes no han gustado en absoluto la fe en Cristo o para aquellos que el Apóstol llamó "flacos en la fe", en el texto que dice: Haceos cargo del débil en la fe (Rm 14,1). Sírvame también de excusa este proemio de haber respondido a Celso por un método al comienzo y por otro en lo que sigue. Y es así que primero había decidido notar sólo los puntos capitales y una breve refutación de ellos y dar luego cuerpo a mi razonamiento; pero luego, el tema mismo me sugirió ahorrar tiempo y, respecto del comienzo, contentarme con lo así respondido; pero, en lo que sigue, aprestarme a combatir en mi obra, según mis fuerzas, las acusaciones que lanza Celso contra nosotros. Por eso pedimos perdón, al comienzo, de lo que viene tras el proemio. Mas, si tampoco las refutaciones que siguen se mueven de manera cabal, por ellas te pido igualmente perdón; y, si todavía quieres tener resueltos por escrito los argumentos de Celso, te remito a los que son más sabios s que yo, y pueden, de palabra y por escrito, echar por tierra sus acusaciones contra nosotros. Sin embargo, mejor es quien, aun leído el libro de Celso, no necesita de apología contra él, sino que desprecia todo lo que contiene, como lo desprecia con razón cualquier creyente en Cristo, por obra del Espíritu que mora en él.


LIBRO PRIMERO

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1. Leyes de escitas

El primer capítulo con que Celso quiere calumniar * al cristianismo es que los cristianos forman entre sí asociaciones secretas, contra la ley; pues "de las asociaciones, dice, unas son públicas y se forman conforme a la ley; otras, secretas, que van contra lo legislado". Y quiere calumniar el amor de unos con otros, como lo llaman los cristianos, que, según él, "provendría del común peligro y es más fuerte que todo juramento" 5. Ya, pues, que canta y discanta sobre la ley común y contra ésta afirma ser las asociaciones de los cristianos, respondamos a este punto. Si uno se encontrara entre los escitas, cuyas leyes van contra la ley divina, y no tuviera posibilidad de escapar, sino que se viera obligado a vivir entre ellos, con razón formaría por amor de la verdad, que, para los escitas, es ilegalidad, alianza con quienes sintieran como él contra lo que aquéllos tienen por ley; y así, ante el tribunal de la verdad, las leyes de los gentiles acerca de las estatuas y del impío politeísmo son leyes de escitas y, si cabe, más impías que de escitas. No es, consiguientemente, contra razón formar asociaciones que van contra la ley, pero son en favor de la verdad. Si unos cuantos se conjuraran secretamente para matar al tirano que se apoderó de la ciudad, obrarían lícitamente; así, ni más ni menos, los cristianos, cuando el que llaman ellos el diablo y la mentira lo tiranizan todo, forman asociaciones contra el diablo, contraviniendo la ley del diablo, y las forman para salud de otros a quienes puedan persuadir que se aparten de la ley como de escitas y tiránica (cf. V 37; VIII 65).

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2. E1 origen "bárbaro" del cristianismo

Luego dice que nuestra doctrina es, desde sus orígenes, "bárbara", aludiendo evidentemente al judaismo, del que depende el cristianismo. Y denota inteligencia al no recriminar a nuestra doctrina sus orígenes bárbaros, antes alaba a los bárbaros como capaces de inventar teorías ; siquiera añada a renglón seguido que "valen más los griegos en orden a juzgar, confirmar y aplicar a la práctica de la virtud lo que inventan los bárbaros". Ahora bien, de esto que dice Celso resulta para nosotros una defensa de la verdad de lo que se afirma en el cristianismo, y es que, si uno se pasa de las doctrinas y prácticas helénicas al Evangelio, no sólo lo puede juzgar como verdadero , sino, al ponerlo en práctica, lo demostraría, supliendo lo que pudiera faltar a la demostración helénica. Lo cual sería una buena demostración del cristianismo. Pero hemos de decir además que hay otra demostración propia de nuestra doctrina, más divina que la que se toma de la dialéctica griega. Esta demostración más divina la llama el Apóstol la demostración de espíritu y de fuerza (1Co 2,4); de espíritu primeramente, por razón de las profecías capaces de persuadir a quienes las leen, señaladamente en lo que atañen a Cristo; de fuerza, en segundo lugar, por los milagros y prodigios que puede demostrarse haber sucedido, entre otros muchos argumentos, por el hecho de que aún se conservan rastros de ellos entre quienes viven conforme a la voluntad del Logos (cf. I 46; II 8; VII 8).

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3. Los cristianos bajo amenaza de muerte

Luego habla de que "los cristianos practican sus ritos y enseñan sus doctrinas a sombra de tejado" y dice que "no sin razón lo hacen así, pues tratan de eludir la pena de muerte que les amenaza", y compara ese peligro "con los que hubieron de afrontar los filósofos, por ejemplo, Sócrates". Y pudiera haber añadido Pitágoras y otros filósofos. A esto hay que decir que, respecto de Sócrates, los atenienses se arrepintieron inmediatamente de su crimen (Dioc. LAERT., II 43) y no le guardaron en adelante ningún resentimiento; y lo mismo respecto de Pitágoras. Por lo menos, los pitagóricos siguieron manteniendo sus escuelas en Italia, en la llamada Magna Grecia. Los cristianos, en cambio, han sido combatidos por el senado romano, por los emperadores que se han ido sucediendo, por el ejército y el pueblo y hasta por los parientes de los fieles, y se hubiera suprimido su doctrina, vencida por tamaña conjura de asechanzas, de no haberla sostenido y levantado una virtud divina, hasta el punto de vencer al mundo entero conjurado contra ella.

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4. El alma naturalmente cristiana

Veamos también cómo se trata de desacreditar nuestra doctrina moral por el hecho de ser "común" y que, "en parangón con los otros filósofos, nada tiene de enseñanza venerable y nueva" (II 5). A esto hay que decir que, para quienes admiten el justo juicio de Dios, quedaría cerrada la puerta para el castigo de los pecados, caso de que, en virtud de las nociones comunes, no tuvieran todos sano conocimiento previo de los principios morales. De ahí que no sea de maravillar que el mismo Dios haya sembrado en las almas de todos los hombres lo mismo que enseñó por los profetas y el Salvador. De este modo, nadie tiene excusa en el juicio divino, pues tiene escrito en su propio corazón el sentido de la ley (Rm 2,15). Es lo mismo que la palabra divina dio misteriosamente a entender en el relato que los griegos tienen por mítico, al hacer a Dios escribir con su propio dedo los mandamientos y dárselos a Moisés. Luego los hizo pedazos la maldad de los que fabricaron el becerro de oro (), que es como si dijera que los borró la inundación del pecado. Por segunda vez, en piedras que labrara Moisés, los escribió Dios y se los dio de nuevo, como si la palabra profética hubiera dispuesto al alma, después del primer pecado, para recibir el segundo escrito de Dios.

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5. "El que habla con las paredes"

En cuanto a la doctrina sobre la idolatría, la presenta como propia de los que siguen al Logos, y hasta la confirma diciendo: "No creen sean dioses lo que es obra de manos, pues no es razonable sea Dios lo que fabrican artífices misérrimos y de malas costumbres, hombres a menudo también inicuos" (cf. III 76). Pero, seguidamente, queriéndola reducir a lugar común y no hallada primeramente por el Logos, aduce el siguiente dicho de Heráclito: "Los que se acercan a cosas sin alma como si fueran dioses, obran como quien se pusiera a charlar con las paredes de su casa" (DIELS, frag.5; cf. in-fra VII 62-65). Ahora bien, también acerca de este punto hay que decir que, por modo semejante al resto de los principios morales, hay ingénitas en los hombres nociones, por las que Heráclito u otro cualquiera de entre griegos o bárbaros supo demostrar esa verdad. Porque todavía trae a cuento a los persas, que piensan lo mismo, alegando a Heredólo que lo narra (1,131). A todo lo cual añadiremos nosotros lo que dice Zenón de Citio en su República: "No hay necesidad alguna de construir templos, pues nada ha de tenerse por sagrado, ni por muy estimable y santo, como sea obra de al-bañiles y artesanos" (Stoic. Vet. frag.1,265). Sigúese, pues, evidentemente que, también acerca de esta doctrina, está escrito en los corazones de los hombres con letras de Dios lo que deben hacer.

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6. El tema de la magia

Luego, movido por no sé qué motivo, afirma Celso que la fuerza que parecen tener los cristianos la deben a ciertos nombres de démones y fórmulas de encantamiento (cf. VI 40; VIII 37). Con ello alude, según pienso, a los que conjuran -y expulsan a los démones. Ahora bien, parece calumniar evidentemente nuestra doctrina, pues "la fuerza que parecen tener los cristianos" no la deben a encantamientos, sino al nombre de Jesús y a la recitación de las historias que de El hablan. Y es así que pronunciar ese nombre y recitar esas historias ha hecho con frecuencia alejarse a los démones de los hombres, señaladamente cuando los que las dicen lo hacen con espíritu sano y fe sincera. Y es tanto el poder del nombre de Jesús contra los démones, que, a veces, logra su efecto aun pronunciado por hombres malos. Que es justamente lo que enseña Jesús mismo cuando dice: Muchos me dirán aquel día: En tu nombre arrojarnos a los demonios e hicimos milagros (Mt 7,22). No sé si Celso omitió esto adrede y por malignidad, o porque lo ignoraba. Lo cierto es que, en lo que sigue, ataca también al Salvador, atribuyendo "a magia el poder con que parecía hacer sus milagros. Y como previo que otros habrían de conocer sus mismos trucos y hacer lo que El hacía, y que blasonarían de obrar por poder de Dios, Jesús los expulsa de su propia república". Y ahora lo acusa por este razonamiento: "Si los expulsa con justicia, siendo El mismo reo de lo mismo, es un malvado; mas si El no es un malvado al hacer eso, tampoco lo son los que hacen lo mismo que El". Sin embargo, aun cuando pareciera imposible demostrar cómo hizo Jesús sus milagros, lo evidente es que los cristianos no se valen de fórmulas mágicas de ninguna especie, sino del nombre de Jesús y de otros relatos en que se tiene fe en conformidad con la Escritura divina.

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7. El cristianismo no es doctrina secreta

Luego, como Celso califica tan a menudo de "oculta" nuestra doctrina, también en este punto hay que refutarlo, como que casi el mundo entero conoce la predicación de los cristianos mejor que las sentencias de los filósofos. Pues ¿quién ignora que Jesús nació de una virgen, y fue crucificado, y resucitó-verdad en que creen muchos-y proclamó el juicio, en que se castigará a los pecadores según lo que merecen y se galardonará debidamente a los justos? Y el misterio mismo de su resurrección, por no ser entendido, es traído y llevado y objeto de mofa entre los incrédulos. Siendo esto así, llamar "oculta" nuestra doctrina es de todo punto absurdo. Por lo demás, que haya puntos más allá de lo exotérico, que no llegan a los oídos del vulgo, no es cosa exclusiva del cristianismo, sino corriente también entre filósofos, que tenían sus doctrinas exotéricas, pero otras esotéricas. Así, unos sólo oían sobre Pitágoras: "El lo dijo"; otros eran secretamente iniciados en doctrinas que no merecían llegar a oídos profanos y no aún purificados ". Y en cuanto a los misterios, que se practican por toda Grecia y tierras bárbaras, con ser ocultos, no los ataca Celso; por eso en vano trata de desacreditar lo que hay de oculto en el cristianismo y que él no entiende puntualmente.

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8. El martirio cristiano

Mas parece ser que Celso defiende con elocuencia, hasta cierto punto, a los que dan testimonio del cristianismo hasta morir por él, diciendo: "Y no es que yo diga que quien ha abrazado una doctrina buena, aunque por ella venga a correr peligros entre los hombres, haya de apostatar de ella, o fingir que ha apostatado, o negarla". Realmente, al decir que "quien profesa una doctrina no debe fingir que ha apostatado de ella ni negarla", condena a quienes abrazan la religión cristiana, pero fingen no profesarla o efectivamente lo niegan. Pero hay que demostrar que Celso se está contradiciendo a sí mismo. Efectivamente, por otros escritos suyos se halla haber sido epicúreo; aquí, empero, por parecerle sería más consecuente acusar nuestra doctrina no confesando la filosofía de Epicuro, finge creer que "hay en el hombre algo superior a lo terreno emparentado con Dios", y dice: "Quienes esta parte (es decir, el alma) conservan sana, tienden en todo a lo que les es congénito (es decir, a Dios) y siempre desean " oír algo y acordarse de Dios" (cf. VIII 63). Ahora bien, es de ver lo espurio de su alma, pues habiendo dicho que "quien ha abrazado una doctrina buena, aunque por ella corra peligro entre los hombres, no debe apostatar de ella ni fingir que apostata ni negarla", él cae en todo lo contrario. Sabía, en efecto, que, de confesarse epicúreo, no tendría crédito alguno su acusación contra quienes, de un modo u otro, introducen una providencia y atribuyen a Dios el gobierno de las cosas. Ahora bien, por tradición sabemos haber habido dos Celsos epicúreos: el primero, bajo Nerón, y éste, que vivió bajo Adriano y más adelante12.

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9. La razón y la fe sencilla

Seguidamente nos exhorta a que sigamos, para aceptar doctrinas, "a la razón y a un guía racional", pues "quien de otro modo se adhiera al primero que topa, ha de caer de todo punto en el engaño". Y compara a los que irracionalmente creen "con los mendigantes de Cibele y agoreros, con los sacerdotes de Mitra y Sabacio y con cualquiera con quien uno se topa, que se dan por apariciones de Hécate o de otro demon o démones. Porque, "a la manera", dice, "que, entre gentes de esa laya, hombres malvados abusan de la idiotez de los crédulos y les traen y llevan donde quieren, así acontece también entre los cristianos". Y añade que algunos, que no quieren dar ni recibir razón de lo que creen, echan mano de su principio: "No inquieras, sino cree", y del otro: "Tu fe te salvará" (VI 11-12). Y afirma que dicen: "Mala cosa es la sabiduría del mundo; buena, la locura o necedad".

He aquí la respuesta a todo esto: Si fuera posible que todos abandonaran los negocios de la vida para vacar tranquilamente a la filosofía, no habría que seguir otro camino que ése, pues en el cristianismo no se hallará menor tarea -para no decir algo fuerte-que en otra parte alguna: el examen de las verdades de la fe, la interpretación de los enigmas de los profetas, de las parábolas evangélicas y de infinitas cosas más acontecidas o legisladas simbólicamente. Pero eso es imposible, ora por razón de las necesidades de la vida, ora también por la flaca inteligencia de los hombres, pocos de los cuales se entregan con ahínco a la reflexión. Y en este caso, ¿qué mejor camino pudiera hallarse para bien de las gentes que el enseñado por Jesús a las naciones? No hay sino preguntar sobre la muchedumbre de los creyentes, limpios ahora del aluvión de maldad en que antes se revolvían: ¿Qué es mejor para ellos: haber creído sin buscar la razón de su fe, haber ordenado comoquiera sus costumbres movidos de su creencia sobre el castigo de los pecados y el premio de las buenas obras, o dilatar su conversión por desnuda fe hasta entregarse al examen de las razones de la fe? Es evidente que, en tal caso, fuera de unos poquísimos, la mayoría no habrían recibido lo que han recibido por haber creído sencillamente y habrían permanecido en su pésima vida. Así, pues, si hay pJgo que prueba que la humanidad del LOPOS () no vino sin disposición divina a habitar entre los hombres, a esa prueba hay que juntar estotra. Un hombre piadoso no creerá que, sin disposición divina, venga a una ciudad o nación un médico que devuelve la salud a muchos enfermos (I 26), pues ningún bien acaece entre los hombres sin disposición divina. Pues, si el que cura o mejora corporalmente a muchos no lo hace sin disposición divina, ¿cuánto más el que ha curado, convertido o mejorado las almas de muchos, y las ha unido con el Dios sumo y ense-ñádoles a dirigir toda acción al agrado del mismo y evitar cuanto le desagrade hasta en la más mínima palabra, acto y pensamiento?

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10. Se nace platónico o peripatético

Mas ya que tanto se canta y discanta acerca de la fe, digamos que nosotros, porque la tenemos ciertamente por provechosa para las gentes, enseñamos a creer, aun sin inquirir la razón de la fe, a quienes no puedan abandonarlo todo y entregarse a la inquisición de tales razones; ellos, empero, aunque no lo confiesan, hacen lo mismo que nosotros. Efectivamente, el que se convierte a la filosofía y se mete, como por suerte, en una secta filosófica, o porque topó con un maestro de la misma, ¿por qué otra razón da ese paso sino porque cree que esa escuela es la mejor? El que se decida a ser estoico, platónico, peripatético o epicúreo, o de cualquier otra escuela filosófica, no espera a oír las doctrinas de todos los filósofos o de las distintas escuelas filosóficas, ni cómo se refutan unas y se demuestran otras; no, un impulso irracional-aunque no lo quieran confesar-los lleva a practicar, digamos, la doctrina estoica, dando de mano a Jas demás ; o la platónica, desdeñando, por inferiores, las otras "; o la peripatética, como mus humana y que en grado mayor que las otras escuelas valora inteligentemente los bienes humanos. Y hay quienes, turbados a su primer encuentro con el tema de la providencia, fundados en lo que sucede sobre la tierra a buenos y malos, se abalanzaron precipitadamente a decir que no hay en absoluto providencia y abrazaron la doctrina de Epicuro y Celso.

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11. Todo pende de la fe

Ahora bien, si, como ha demostrado mi razonamiento, hay que creer a uno solo de los que, entre griegos o bárbaros, han fundado escuelas filosóficas, ¿cuánto más será razón crea mos al Dios sumo y al que nos enseñó que a El solo se debe adorar, y despreciar todo lo demás, como si no fuera, y, caso que sea, tenerlo desde luego por digno de estima, pero no de adoración y culto? El que no solamente crea todas estas cosas, sino que tenga también talento para contemplarlas teórica y racionalmente, nos dirá las demostraciones que de suyo se le ocurran y las que encuentre en su tenaz inquisición. Todo lo humano pende de la fe; ¿no será, pues, más razonable creer a Dios que a los fundadores de escuelas filosóficas? Porque ¿quién navega, o se casa, o engendra hijos, o arroja las semillas a la tierra, sino porque cree que las cosas saldrán bien, cuando es posible que salgan mal y de hecho han salido a veces mal? Sin embargo, la fe en que las cosas saldrán bien y a pedir de boca hace que los hombres se aventuren, y se abalancen a lo incierto que puede acaecer como no se espera. Pues si en toda acción de resultado incierto, la esperanza y la fe en un porvenir mejor sostienen la vida, ¿cuánto más razonable no será abrace esa fe-más que quien navega por la mar, o siembra la tierra, toma mujer, o emprende otro negocio humano-el que cree en Dios que todo eso ha creado, y en Aquel que, con tan superior alteza de espíritu y con divina magnanimidad, osó asentar esta doctrina por todo lo descubierto de la tierra, aun a costa de grandes peligros, y de una muerte tenida por ignominiosa, que El sufrió por amor de los hombres? El, que enseñó también a los que al comienzo se decidieron a ponerse al servicio de su enseñanza a que, despreciando todos los peligros y cualquier género de muerte que en todo momento les amenazaba, marcharan audazmente por todo lo descubierto de la tierra para la salud de los hombres.

Seguidamente, dice literalmente Celso: "Si quieren, por fin, responderme, no como a quien busca información, pues lo sé todo, sino como a quien se interesa por igual por uno y otro bando, la cosa iría de perlas; mas, si no quieren, sino que me vienen, como de costumbre, con su estribillo: "No inquieras", etc., "no tendrán otro remedio-dice-, sino explicarnos 14 qué es lo que dicen y de qué fuente manara", etc. A ese "lo sé todo" hay que decir ser una enorme fanfarro nada que se ha permitido Celso. Si hubiera leído señaladamente los profetas, que todo el mundo confiesa estar llenos de enigmas y de discursos oscuros para el vulgo; si hubiera pasado los ojos por las parábolas del Evangelio y por el resto de la Escritura, en que se contiene la ley y se narra la historia de los judíos, y hubiera prestado oído a las voces de los apóstoles; si, leyendo inteligentemente, hubiera querido penetrar en el sentido de las palabras, no se hubiera propasado de ese modo a decir: "Lo sé todo". Nosotros mismos, que nos hemos pasado la vida en estos estudios, no no atreveríamos a decir que lo sabemos todo, pues amamos la verdad (cf. III 15). Ninguno de nosotros dirá: "Sé todo lo que enseña Epicuro", ni osará afirmar que conoce enteramente la filosofía de Platón, cuando tamañas discrepancias existen entre quienes la interpretan. ¿Quién será tan petulante que diga: "Sé todo lo que enseñan los estoicos, o todo lo que dicen los peripatéticos"? A no ser que Celso oyera, por lo visto, ese "lo sé todo" de algunos de esos estúpidos que no se dan cuenta de su propia ignorancia, y creyera que, con tales maestros, se lo sabía todo. Paréceme haber hecho Celso como quien se va a Egipto, donde los sabios del país filosofan, según escritos tradicionales, largo y tendido sobre las cosas que entre ellos se tienen por divinas; el vulgo, empero, sólo oye unos cuantos mitos, cuyo sentido no entiende, lo que no impide blasonar de ellos. Celso, digo, hizo como quien creyera conocer todo lo referente a los egipcios por haberse hecho discípulo de esas gentes vulgares, sin haber tratado con sacerdote alguno ni aprendido de ninguno de ellos los misterios de los egipcios. Y lo que digo de sabios y vulgo entre los egipcios, cabe igualmente decirlo acerca de los persas, entre los cuales hay iniciaciones que sus eruditos interpretan racionalmente, pero que sólo como signos externos reciben los que entre ellos son vulgo y gentes superficiales. Y dígase lo mismo de los sirios e indios y de cuantos pueblos poseen mitos y, a par, escritos que los interpretan.

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13. Sabiduría de Dios y sabiduría del mundo

Celso sentó como cosa dicha por muchos cristianos: "Mala es la sabiduría de la vida; buena, la necedad (o locura)". A esto hay que decir que falsea la palabra divina al no citar el texto tal como se encuentra en Pablo, que dice: Si alguno se imagina entre vosotros ser sabio en este mundo, hágase necio para venir a ser sabio; porque la sabiduría de este mundo es necedad para Dios (1Co 3,18-19). Por donde se ve que el Apóstol no dice lisamente que "la sabiduría sea necedad delante de Dios", sino "la sabiduría de este mundo"; ni tampoco: "Si alguno se imagina entre vosotros ser sabio, hágase, sin más, necio, sino hágase necio en este mundo para venir a ser sabio". Ahora bien, llamamos sabiduría de este mundo, que, según las Escrituras, es destruida por Dios (1Co 2,6), a toda falsa filosofía; y decimos buena la necedad, no así absolutamente, sino cuando uno se hace necio para este siglo. Es como si dijéramos que un platónico, que cree en la inmortalidad del alma y en lo que se dice de su reencarnación, acepta una necesidad respecto de los estoicos, que se mofan de semejantes creencias; o de los peripatéticos, que no se cansan de hablar de los gorjeos de Platón (ARIST., An. post. 1,22; 83 a 33; II 12); o de los epicúreos, que tachan de supersticiosos a los que introducen una providencia o atribuyen a Dios el gobierno del universo. Pero hay que añadir a todo esto que, según el beneplácito del Logos mismo, va mucha diferencia entre aceptar nuestros dogmas por razón y sabiduría o por desnuda fe; esto sólo por accidente lo quiso el Logos, a fin de no dejar de todo punto desamparados a los hombres, como lo pone de manifiesto Pablo, discípulo genuino de Jesús, diciendo: Ya que el mundo no conoció, por la sabiduría, a Dios en la sabiduría de Dios, plúgole a Dios salvar a los creyentes por la necedad de la predicación (1Co 1,21). Por aquí se pone evidentemente de manifiesto que debiera haberse conocido a Dios por la sabiduría de Dios; mas, como no sucedió así, plúgole a Dios, como segundo remedio, salvar a los creyentes, no simplemente por medio de la necedad, sino por la necedad en cuanto tiene por objeto la predicación. Se ve, efectivamente, al punto que predicar a Jesús como Mesías crucificado es la necedad de la predicación, como se dio bien de ello cuenta Pablo cuando dijo: Nosotros, empero, predicamos a Jesús, Mesías crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos; mas para los llamados mismos, judíos y griegos, el Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1Co 1,23-24).


Origenes contra Celso