Origenes contra Celso 161

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61. La realeza de Jesús

Ahora bien, que Herodes atentara a la vida del recién nacido, aunque el judío de Celso no crea haber sucedido tal cosa, nada tiene de sorprendente. Porque la maldad es cosa ciega, e, imaginándose ser más fuerte que el destino, trata de vencerlo. Que es puntualmente lo que le pasó a Herodes: creyó que había nacido un rey de los judíos y tomó una resolución en desarmonía con esa creencia. Y es que no vio este dilema: o el recién nacido era un rey en absoluto y, por tanto, reinaría, o no había de reinar, y entonces era vano matarlo (cf. II 11). Determinó, pues, quitarle la vida, llevado de ideas en pugna que le inspiraba su maldad y movido por el diablo, ciego y maligno, que, desde el principio, acechaba al Salvador por imaginar que era y sería hombre grande. Ahora bien, aunque Celso niegue fe al hecho, el hecho fue que un ángel, que observaba el curso de los acontecimientos, avisó a José que huyera con el niño y su madre a Egipto, y Herodes mandó luego matar a todos los niños pequeños de Belén y sus contornos, con la idea de envolver en la matanza al recién nacido rey de los judíos. Es que no veía aquella fuerza, siempre vigilante, que custodia a los que merecen ser custodiados y guardados para, la salud de los hombres (cf. VIII 27-34). Y el primero de todos, superior en todo honor y excelencia, era Jesús, futuro rey ciertamente, aunque no a la manera que se imaginaba Herodes, sino como "convenía diera Dios un reino, para bien de sus vasallos, a un rey que no les haría, como si dijéramos, beneficios corrientes e indiferentes, sino que los educaría y conduciría con leyes verdaderamente de Dios. Eso lo sabía Jesús puntualmente, y, así, negando ser rey a la manera que la gente se imagina, mas enseñando, a par, la excelencia de su propio reino, dice: Sz mi reino fuera de este mundo, mis servidores hubieran luchado para que no fuera entregado a los judíos; pero la verdad es que mi reino no es de este mundo (Jn 18,36).

Si algo de esto hubiera comprendido Celso, no hubiera dicho: "Si esto hizo Herodes por miedo a que, crecido, reinaras en su lugar, ¿por qué, una vez que creciste, no fuiste rey, sino que, todo un hijo de Dios, anduviste mendigando ignominiosamente, escondiéndote de miedo y consumiéndote de acá para allá?" Pero no es ignominioso sortear prudentemente los peligros y no arrojarse ciegamente a ellos (cf. VII 44); no por miedo de la muerte, sino para ser útiles a los demás el que, para bien de todos, había venido al mundo. Ya llegaría el momento oportuno en que" quien asumiera la naturaleza de hombre sufriera muerte de hombre para bien de los hombres. Cosa de todo punto patente para quien considere que Jesús murió por los hombres. Sobre ello, según nuestras fuerzas, hemos hablado anteriormente (cf. I 54.55).

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62. Sobre los apóstoles de Jesús

Después de esto, ignorando hasta el número de los apóstoles, dice que, "juntando Jesús en torno suyo a diez u once hombres de mala fama, alcabaleros y marinos (cf. II 46) de vida rotísima, anduvo con ellos errante de acá para allá, mendigando mísera e importunamente para comer". Vamos a discutir, en lo posible, también estos puntos. Es notorio para quienquiera lea los evangelios-que Celso no parece haber siquiera abierto-que Jesús se escogió doce apóstoles, de entre los cuales Mateo fue alcabalero. Los que él, confusamente, llama marinos, acaso sean Santiago y Juan, que, dejando la barca y a su padre Zebedeo, siguieron a Jesús (Mt 4,22); pues a Pedro y a su hermano Andrés, que se ganaban con la red el necesario sustento, hay que contarlos, conforme al texto mismo de la Escritura (Mt 4,18), no entre los marinos, sino entre los pescadores. Demos que también Leví, alcabalero, siguiera a Jesús; pero no era del número de sus apóstoles si no es según una copia del evangelio de Marcos. De los demás, no sabemos con qué trabajo o profesión se ganaban la vida antes de entrar en la escuela de Jesús.

Respondo, pues, a todo que a quienquiera examine discreta e inteligentemente la historia de los apóstoles de Jesús, ha de resultarle patente que predicaron el cristianismo con virtud divina y por ella lograron atraer a los hombres a la palabra de Dios. Y es así que lo que en ellos subyugaba a los oyentes no era la elocuencia del decir ni el orden de la composición, de acuerdo con las artes de la dialéctica y retórica de los griegos. Y, a mi parecer, si Jesús se hubiera escogido a hombres sabios, según los supone el vulgo, diestros en pensar y hablar al sabor de las muchedumbres, y de ellos se hubiera valido como ministros de su predicación, se hubiera con toda razón sospechado de El que empleaba el mismo método que los filósofos, cabezas de cualquier secta o escuela (cf. III 39). En tal caso, ya no aparecería patente la afirmación de que su palabra es divina, pues palabra y predicación consistirían en la persuasión que pueda producir la sabiduría en el hablar y elegancia de estilo. La fe en El, a la manera de la fe de los filósofos de este mundo en sus dogmas, se hubiera apoyado en sabiduría de hombres, y no en poder de Dios (1Co 2,5). Ahora, empero, quien contemple a unos pescadores y alcabaleros, que no habían aprendido ni las primeras letras, tal como nos los describe el Evangelio-y Celso cree de buena gana que dicen la verdad al presentárnoslos como gentes ignorantes-, no sólo hablando animosamente con los judíos sobre la fe en Jesús, sino predicándolo también-y con éxito-entre los otros pueblos, ¿cómo no inquirir de dónde les viniera la fuerza persuasiva? Porque no era ciertamente la que cree el vulgo. ¿Cómo no decir que, por cierta virtud divina, hizo Jesús realidad en sus apóstoles lo que un día les dijera: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres? (Mt 4,19). Esta virtud encarece Pablo (como arriba dijimos) diciendo: v mi palabra y mi predicación no consiste en discursos elocuentes de sabiduría humana, sino en demostración de espíritu y fuerza, a fin de que vuestra fe no estribe en sabiduría de hombres, sino en poder de Dios (1Co 2,4). Y es así que, según lo dicho en los profetas que de antemano anunciaron la predicación del Evangelio, el Señor dio palabra a los que dan la buena nueva con gran fuerza, el rey de las potencias del amado (Ps 67,12), para que se cumpliera la otra profecía que dice: Con celeridad correrá su palabra (Ps 147,15). Y vemos, de hecho, cómo el sonido de los apóstoles de Jesús ha llegado a toda la tierra y hasta el cabo del orbe sus palabras (Ps 18,5 Rm 10,18). De ahí es que quienes oyen una doctrina predicada con fuerza, Heríanse a su vez de fuerza, que ellos demuestran luego con su espíritu y su vida, y por su ánimo para luchar por la verdad hasta la muerte; si bien hay algunos que, por más que profesen creer en Dios por medio de Jesús, están de todo en todo vacíos. Son los que no poseen la virtud divina, pues sólo aparentemente han abrazado la palabra de Dios. Arriba (I 43) he recordado un dicho que consta en el Evangelio, de nuestro Salvador; mas no por eso dejaré de alegarlo también aquí oportunamente para demostrar no sólo la presciencia, puesta de manifiesto de la manera más divina, de nuestro Salvador respecto de la predicación del Evangelio, sino también la fuerza de su palabra, que, sin maestros, por una persuasión de poder divino, se apodera de los creyentes. Dice, pues, Jesús: La mies es mucha, pero los obreros pocos; pedid, pues, al amo de la mies que mande obreros a su mies (Mt 9,37).

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63. Los apóstoles, ¿hombres pecadores?

Dijo Celso haber sido los apóstoles de Jesús "hombres infames", a los que llama "alcabaleros y marinos, padrones de ignominia". Digamos a esto primeramente que, a lo que parece, para acusar nuestra doctrina, Celso cree lo que bien le viene de lo que está escrito; pero niega crédito a los evangelios para no tener que aceptar la divinidad que tan claramente afirmada aparece en los mismos libros. Lo natural fuera reconocer el amor a la verdad de los escritores por el hecho mismo de consignar lo desfavorable, y creerlos cuando hablan de cosas más divinas.

Es cierto, pues, que, en la carta general de Bernabé (5,9)", de donde acaso tomó Celso la noticia de que los apóstoles fueron unos infames y padrones de maldad, se dice que Jesús se escogió a sus apóstoles, que eran inicuos sobre toda iniquidad. Y en el evangelio de Lucas (5,8) le dice Pedro a Jesús: Apártate de mí, porque soy un pecador, Señor. Y el mismo Pablo, que posteriormente vino a ser apóstol de Jesús, dice en la carta a Timoteo (1,5): Palabra digna de crédito, que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores, de los que yo soy el primero.

Yo no sé por qué se olvidó Celso de decir algo de Pablo que, después de Jesús, fundó las iglesias cristianas. Acaso no le pasó por las mientes. Lo probable es viera que, de mentar a Pablo, tendría que explicar cómo, después de perseguir a la Iglesia de Dios y combatir acerbamente a los creyentes hasta el punto de querer entregar a la muerte a los discípulos de Jesús, sufrió cambio tan radical que, de Jerusa-lén al Ilírico, lo llenó todo del Evangelio de Jesús, teniendo a punto de honor no llevar la buena nueva donde se hubiera puesto ajeno fundamento, sino donde no se hubiera en absoluto predicado el Evangelio de Dios en Cristo (Rm 15,19-20).

En conclusión, ¿qué tiene de extraño que quisiera mostrar Jesús al género humano cuan grande sea su virtud para curar las almas y se escogiera a "esos infames y padrones de maldad", levantándolos luego a tal virtud que fueran modelo de la conducta más pura para quienes abrazaban, por su predicación, el Evangelio de Cristo?

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64. Jesús no santificó sólo a los apóstoles

Mas si hemos de vituperar por su vida pasada a los que se han convertido a vida mejor, hora será de que acusemos a Fedón aun después de consagrarse a la filosofía, pues, según cuenta la historia (Dioc. LAERT., II 105), Sócrates lo sacó de una casa de mala fama a la profesión filosófica. Y achacaremos también a la filosofía la disolución de Polemón (DiOG. LAERT., IV 16), que fue sucesor de Jenócrates. Ld natural fuera alabar también aquí la fuerza de ella, pues pudo su doctrina arrancar a los que la creyeron de tamaños males como antes los dominaran. Ahora bien, entre los griegos, sólo hubo un Fedón (por lo menos yo no sé si se dio otro) y sólo un Polemón que, abandonando una vida de disolución y maldad extrema, se consagraron a la filosofía; pero, respecto de Jesús, no fueron sólo aquellos doce, sino muchos más-y siempre más-los que, formando un coro de hombres moderados, dicen acerca de su vida pasada: Porque también nosotros fuimos un día insensatos, desobedientes, extraviados, esclavos de concupiscencias y placeres varios, que pasábamos la vida en envidia y maldad, hombres aborrecibles, que nos odiábamos unos a otros. Mas cuando apareció la bondad.y humanidad de Dios, salvador nuestro, por el lavatorio de la regeneración y de la renovación, obra del Espíritu que derramó copiosamente sobre nosotros (), vinimos a ser lo que somos. Porque envió Dios su Verbo y los sanó y los libró de todas sus corrupciones (Ps 107,20), como enseñó el profeta de los salmos.

Y aún pudiera añadir a lo dicho que Crisipo, en su libro Sobre la cura de las pasiones, en punto a reprimir las pasiones que aquejan a las almas de los hombres, sin tener en cuenta cuál sea la doctrina de la verdad, trata de curar a los que están dominados por ellas de acuerdo con las diferentes escuelas: "Si el placer es el bien sumo, así han de curarse las pasiones. Mas si hay tres géneros de bienes, no menos han de librarse de sus pasiones, de acuerdo con esta doctrina, los que están dominados por ellas" (cf. VIII 51). Mas los acusadores del cristianismo no paran mientes en la muchedumbre de pasiones, en el torrente de maldad de que libra y en cuántos suaviza, por su doctrina, las costumbres salvajes. Los que tanto alardean de su sentido social debieran darle gracias de que, por un método nuevo, saca a los hombres de muchos males, y atestiguar que, caso que no traiga la verdad al género humano, le trae ciertamente utilidad.

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65. Un recuerdo aristotélico

Enseñó Jesús a sus discípulos que no fueran temerarios, diciéndoles: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra; y si también en ésta os persiguen, a otra (Mi 10,23). Y, a par que lo enseñaba, El mismo se les ofreció como ejemplo de vida serena, no abalanzándose a los peligros a ciegas, intempestiva e irrazonablemente. Pero Celso, malignamente, le echa también esto en cara, y por boca de su judío le dice a Jesús: "Ibas escapándote de acá para allá con tus discípulos". Sin embargo, algo semejante a lo que aquí se reprocha a Jesús y a sus discípulos es lo que se cuenta de Aristóteles. Y fue así que éste, viendo que iba a juntarse un tribunal para condenarlo por impío a causa de ciertos puntos de su filosofía que los atenienses tenían por impíos, se retiró de Atenas y abrió escuela en Calcis, dando esta razón a sus discípulos: "Marchémonos de Atenas, para no dar a los atenienses ocasión de cometer un segundo crimen como el que cometieron con Sócrates, y pequen segunda vez contra la filosofía" (AELIAN., Var. hist. 3,36; DIOG. LAERT., 5,5-6 alü).

Dice además que "Jesús anduvo errante con sus discípulos, mendigando vergonzosamente e importunamente su comida". Díganos de dónde toma esa noticia de pareja mendiguez vergonzosa e importuna; pues, según los evangelios, eran mujeres curadas por El de sus enfermedades, entre las que estaba Susana (Le 8,3), las que proveían de sus bienes a los apóstoles. Pero, hablando en general, ¿qué filósofo, consagrado al provecho de sus discípulos, no recibió de ellos lo necesario para la vida? A no ser que digamos que los filósofos hicieron eso decente y hermosamente; mas, cuando lo hacen los discípulos de Jesús, ahí está Celso para acusarlos de que mendigan vergonzosa e importunamente la comida.

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66. Jesús, ser compuesto

Seguidamente le dice el judío de Celso a Jesús: "¿Qué necesidad había de que, infante aún, te llevaran a Egipto para que no fueras degollado? ¡Un dios no era razón temiera a la muerte! Y hubo de venir un ángel del cielo para mandarte a ti y a los tuyos huir, no fuera que, prendidos, perecierais. ¿Es que no podía guardarte allí mismo aquel gran Dios que por causa tuya había enviado ya dos ángeles a ti, digo, su propio hijo?"

En todo esto da a entender Celso que nada divino había en el cuerpo humano ni en el alma de Jesús, sino que también su cuerpo habría sido algo así como lo que inventan los mitos de Hornero. Por lo menos, burlándose de la sangre de Jesús derramada en la cruz, dice que no fue el ¡cor, "sola sangre que a los dioses felices correr suele" (Ilíada 5,340; cf. infra II 36). Mas nosotros creemos a Jesús cuando, hablando de su divinidad, dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6), y afirmaciones suyas semejantes. Y también cuando dice que tenía cuerpo humano: Mas ahora buscáis cómo matarme, cuando yo os he dicho la verdad (Jn 8,40). De donde concluimos que fue una cosa compuesta. Y era menester que quien quería vivir como hombre entre los hombres no se precipitara intempestivamente al peligro de muerte. Y así convenía que fuera llevado por los que lo criaban, dirigidos a su. vez por un ángel de Dios, que dio primeramente este oráculo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, pues lo que ha nacido en ella procede del Espíritu Santo (Mt 1,20); y luego este otro: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y permanece allí hasta que yo te diga, pues Herodes va a buscar al niño para acabar con él (Mt 2,13).

Pero en todo esto no me parece a mí se escriba nada particularmente extraño. Efectivamente, en uno y otro pasaje de la Escritura se dice haber dicho eso el ángel a José en sueños; y que a alguien se le manifieste en sueños que haga esto o lo otro, cosa es que acontece a muchos, ora sea un ángel, ora otro ser cualquiera el que se aparece al alma. ¿Qué tiene, pues, de absurdo que, una vez que se encarnara, se portara a lo humano en orden a evitar los peligros? No porque no fuera posible hacerse de otro modo, sino porque era menester que, para salvar a Jesús, se ensayara toda vía y orden que cupiera. Y, a la verdad, mejor fue que Jesús niño eludiera la conjura de Herodes y huyera a Egipto con quienes lo criaban, hasta la muerte de su perseguidor, que no que la Providencia, que velaba por El, le quitara a Herodes la libertad y deseo de matar al niño, o ponerle a Jesús el que los poetas llaman "yelmo de Hades" (Ilíada 5,845) o cosa por el estilo, o herir de ceguera, al modo de los habitantes de Sodoma (Gn 19,11), a los que vinieran a quitarle la vida. Una protección de todo punto milagrosa y demasiado ostentosa no convenía a quien quería enseñar como hombre abonado por Dios que había en El algo más divino que lo que aparecía en su cuerpo humano. Es decir, ser propiamente hijo de Dios, Logos Dios, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, el llamado Cristo o Mesías.

Por lo demás, no es éste el momento de explicar lo que atañe al compuesto, ni de qué elementos se compusiera Jesús hecho hombre, pues éste es tema familiar, como si dijéramos, de los que creen en El.

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67. Inanidad de las figuras mitológicas

Luego, el judío de Celso, como si fuera un griego erudito, muy al cabo de la mitología, dice así: "Los antiguos mitos atribuyeron origen divino a Perseo y Afión, a Eaco y a Minos, y no los creemos; sin embargo, mostraron obras grandes y maravillosas y, a la verdad, más que de hombres, para que no parecieran indignos de fe. Mas tú, ¿qué has hecho de bello y admirable por obra o por palabra? Nada nos mostraste a nosotros, a pesar de que en el templo te provocamos a que nos presentaras una prueba patente de que eras el hijo de Dios" ().

A esto hay que decir lo que sigue: Muéstrennos los griegos algo provechoso para la vida que llevara a cabo alguno de la lista de Celso; alguna obra, digo, brillante y que pasara a las generaciones posteriores, con que pudieran abonar el mito que les atribuye alcurnia divina. Pero no nos ofrecerán nada de esos hombres enumerados por Celso que pueda, remotamente, parangonarse con lo que hizo Jesús; a no ser que, por lo visto, nos remitan los griegos a los mitos y cuentos que corren entre ellos y quieran que los creamos sin razón alguna, y a las obras de Jesús, después de tanta evidencia, les neguemos toda fe. Ahora bien, nosotros afirmamos que toda la tierra habitada de hombres conoce la obra de Jesús, dondequiera viven como forasteras las iglesias de Dios, obra de Jesús, compuestas de hombres que, saliendo de males sin cuento, se pasaron a ellas. Y aun ahora, el nombra de Jesús libra a los hombres de las perturbaciones del espíritu, expulsa a los démones y cura las enfermedades; y en quienes han aceptado sinceramente la doctrina acerca de Dios y de Cristo y del juicio venidero, no ficticiamente movidos por necesidades de la vida u otras miras humanas", infunde una maravillosa mansedumbre y equilibrio de carácter, humanidad, bondad y dulzura.

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68. Otra vez el tema de la magia

Seguidamente, barruntando Celso que se le alegarían las grandes cosas hechas por Jesús, de las que, siendo muchas, sólo de unas pocas hemos hablado, aparenta conceder sea verdad lo que se cuenta, "de curaciones, de alguna resurrección, o de unos pocos panes con que se alimentó toda una muchedumbre y aún sobró mucho, o cuanto, según él piensa, escriben de prodigios fantásticos sus discípulos"; pero añade a todo esto: "demos de barato que tú hicieras todo eso". E inmediatamente identifica las obras de Jesús con las de los hechiceros que, según él, "prometen cosas aún más maravillosas, y con las que realizan lo que han aprendido en Egipto; gentes que, en las públicas plazas, venden " por unos óbolos tan venerables enseñanzas, arrojan de los hombres a los dé-mones, exuflan enfermedades y evocan las almas de los héroes, ponen ante los ojos banquetes espléndidos, mesas, pasteles y platos que no existen, mueven como si fueran animales cosas que no lo son, sino que aparecen tales en la fantasía". Y concluye: "¿Acaso porque esas gentes hacen todo eso habremos de pensar nosotros que son hijos de Dios? ¿O habrá que decir más bien ser todo eso ocupaciones de hombres malvados y miserables?"

Por estas palabras se ve que Celso admite la posibilidad de la magia, y no sé si es él mismo el que escribió muchos libros contra ella". Sin embargo, como vio que era útil para su propósito, compara lo que se cuenta de Jesús con lo que procede de la magia. Y fueran cosas comparables si se demostrara que Jesús llegó a cosas semejantes a las de quienes practican la magia; pero la verdad es que ningún hechicero invita, por lo que hace, a sus espectadores a que mejoren su vida, ni educa en el temor de Dios a los que contemplan embaucados sus trampantojos, ni trata de persuadirlos que vivan con la idea de que han de ser juzgados por Dios. Y nada de esto hacen los encantadores, puesto que ni pueden ni quieren, pues no van a tener ganas de romperse la cabeza porque los hombres se mejoren, cuando ellos mismos están llenos de los pecados más vergonzosos e infames. Mas Jesús llevaba, por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel hermoso espectáculo a que mejorasen sus costumbres. ¿Cómo no pensar entonces que se ofrecía a sí mismo como ejemplo de la vida más santa, no sólo ante sus auténticos discípulos, sino también ante todos los otros? Ante sus discípulos para moverlos a enseñar a los hombres conforme a la voluntad de Dios; ante los otros, para que, enseñados, a par ", por la doctrina, vida y milagros cómo habían de vivir, todo lo hicieran con intención de agradar al Dios sumo. Ahora bien, si tal fue la vida de Jesús, ¿con qué razón puede compararlo nadie con la profesión de un hechicero? ¿No es más razonable tenerlo por Dios 68 que, según la promesa de Dios, apareció en cuerpo humano para beneficio de nuestro linaje?

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69. Jesús tuvo cuerpo humano, sin pecado

Luego, revolviéndolo todo y achacando como culpa común a todos los que profesan la palabra divina lo que dice alguna secta particular, dice Celso: "Un cuerpo de Dios no hubiera sido como el tuyo". Contra esto decimos nosotros que Jesús asumió, al venir al mundo, un cuerpo humano y sujeto a la muerte humana, como era natural lo recibiera de una mujer. Por eso, entre otras cosas, afirmamos haber sido un gran atleta, por razón de su cuerpo humano, probado que fue en todo a semejanza de los otros hombres; pero no, a la manera de los otros cuerpos, con pecado, sino de todo en todo sin pecado (He 4,15). Y es así que para nosotros es evidente que Jesús no cometió pecado, ni se halló dolo en su boca (1P 2,22 Is 53,9); mas al que no conoció pecado (2Co 5,21), Dios lo entregó como víctima pura por todos los que habían pecado.

Luego dice Celso: "Un cuerpo de Dios no hubiera sido engendrado, como tú, Jesús, fuiste engendrado". Con lo que daba a entender que, de haber sido concebido como cuenta la Escritura, pudiera en cierto modo su cuerpo ser más. divino que el de los demás 6° y, en cierto sentido, cuerpo de Dios. Pero Celso niega crédito a lo que está escrito acerca de la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo, y cree haber sido engendrado por un tal Pantira que corrompió a la Virgen. De ahí su dicho: "El cuerpo de Dios no podía ser engendrado como lo fue el tuyo". Mas sobre este punto hemos dicho bastante anteriormente (I 32).

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70. Jesús comió y bebió

Prosigue diciendo Celso: "Tampoco come cosas semejantes un cuerpo de Dios" (cf. VII 13). ¡Como si pudiera demostrar por los escritos evangélicos que comió y qué cosas comió! Pero, en fin, sea así. Diga que comió la pascua con sus discípulos y que no sólo dijo: Con deseo he deseado comer esta pascua con vosotros (Le 22,15), sino que, efectivamente, la comió. Diga también que, sediento, bebió junto al pozo de Jacob (Jn 4,6). ¿Qué tendrá que ver todo esto con lo que nosotros decimos sobre el cuerpo de Jesús? Claro aparece también haber comido de un pez después de la resurrección (Jn 21,13). Y es así que, según nosotros, asumió un cuerpo, como nacido que fue de mujer ().

"Mas tampoco, dice, emplea un cuerpo de Dios voz como la tuya, ni parejo modo de persuadir". Pero también esto es objeción vil y de todo punto despreciable, pues se le dirá que también Apolo Pitio, que es creído Dios entre los griegos, emplea voz semejante cuando da sus oráculos por boca de la Pitia, o el Didimeo, por la profetisa de Mileto; y no por eso acusan los griegos a Apolo Pitio o al Didimeo de no ser dios, como no acusan a ningún otro dios griego por el estilo asentado en un lugar fijo. Y mucho mejor fue que Dios se valiera de una voz que, por pronunciarse con poder, producía en los oyentes una persuasión inefable.

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71. Dios no aborrece a nadie

Luego, este hombre, que, por su impiedad y perversas doctrinas, es, como si dijéramos, aborrecido de Dios, insulta a Jesús diciendo que "todo es cosa de algún hechicero aborrecido de Dios y malvado". A la verdad, si se examinan con rigor las palabras y las cosas, se verá ser imposible darse un hombre aborrecido de Dios, pues Dios ama todo lo que es y no abomina de nada de cuanto hizo, pues nada creó por odio (Sg 11,24). Y si hay expresiones proféticas que dicen algo parecido, han de interpretarse por el principio general de que la Escritura habla de Dios como si estuviera sujeto a pasiones humanas. Mas ¿a qué andar defendiéndonos de quien piensa deber echar mano, en discursos que pretende sean convincentes, de blasfemias e insultos, hablando de Jesús como si fuera un hechicero malvado? No es este proceder de quien quiere demostrar, sino de quien se deja llevar de una pasión vulgar e indigna de un filósofo. Su deber fuera más bien proponer su tema, examinarlo inteligentemente y, según sus fuerzas, decir lo que se le ocurriera sobre el mismo.

Mas, como quiera que el judío de Celso termina aquí su arenga a Jesús, también nosotros pondremos aquí punto final al primer libro que contra él escribimos. Y si Dios nos hiciere merced de aquella verdad que destruye los discursos embusteros, según la oración que dice; Por tu verdad destruyelos (Ps 53,7), atacaremos seguidamente la segunda proso-peya, en que introduce al judío hablando contra los que han creído en Jesús. Es como sigue.

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LIBRO SEGUNDO

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1. El judío habla a los judíos

Habiendo puesto fin al libro primero, en que respondemos al que Celso tituló Doctrina verdadera, allí donde el fingido judío cesa de hablar con Jesús, pues había adquirido ya volumen suficiente, determinamos componer estotro, en que respondemos a las acusaciones que dirige contra los que, del pueblo judío, han creído en Jesús. Y lo primero que le oponemos es por qué, dado caso que juzgara oportuno introducir un personaje ficticio, no hizo hablar Celso al judío contra los creyentes de la gentilidad, sino contra los venidos del judaismo. Dirigido su razonamiento contra nosotros, hubiera parecido tener visos máximos de probabilidad. Mas de temer es que ese hombre que blasona saberlo todo, no supiera lo que conviene atribuir a una persona ficticia. Como quiera que sea, consideremos qué. es lo que dice contra los que creen de entre los judíos. Afirma, pues, que, "habiendo abandonado su ley patria, por haberse dejado seducir por Jesús, fueron ridiculamente engañados y se pasaron, como tránsfugas, a otro nombre y a otra manera de vida". Pero Celso no advirtió que los judíos que creen en Jesús no han abandonado la ley de sus padres (cf. V 61), pues viven conforme a ella, y llevan el nombre derivado de su pobreza en la interpretación de la ley. Y es así que "pobre" se dice entre los judíos "ebión", y ebiones (o ebionitas) se llaman aquellos judíos que han recibido a Jesús como Mesías' . El mismo Pedro se ve que, por mucho tiempo, guardó las costumbres de la ley de Moisés, como quien no había aún aprendido de Jesús a levantarse de la-ley según la letra a ley según el espíritu. Así lo sabemos por el libro de los Hechos de los Apóstoles. Efectivamente, al día siguiente de apa-recérsele un ángel a Cornelio, mandándole que enviara sus criados a Jope en busca de Simón, por sobrenombre Pedro: Subió Pedro al piso superior para hacer oración hacia la hora sexta, Y como tuviera hambre, quería comer.

Mientras le preparaban la comida, sobrevínole un arrobamiento, y vio el cielo abierto y cierto instrumento, como un gran mantel, que iba bajando, y, por sus cuatro puntas, se depositaba sobre tierra. En él había toda especie de cuadrúpedos y reptiles de la tierra y volátiles del cielo. Y se dirigió a él una voz: "Levántate, Pedro, mata y come". A lo que Pedro respondió: "En manera alguna, Señor, pues en mi vida he comido nada profano e impuro". Y, por segunda vez, se le dirigió la voz: "Lo que Dios ha purificado, no lo tengas tú por profano" (Ac 10,9-15).

Por ahí se ve cómo Pedro observa aún las costumbres judaicas sobre las cosas puras e impuras. Y por lo que sigue se pone bien en claro haber necesitado de una visión para admitir en la doctrina de la fe a Cornelio, que no era israelita según la carne, y a los suyos, como judío que era aún Pedro, viviendo conforme a las tradiciones judaicas y despreciando todo lo ajeno al judaismo. Además, en su carta a los Calatas nos informa Pablo cómo Pedro, que temía aún a los judíos, al venir a él Santiago dejó de comer con los gentiles: Se separó-dice-de los gentiles por miedo a los de la circuncisión (Ga 2,12). Y lo mismo hicieron los otros judíos y hasta Bernabé.

Y era natural no se apartaran de las costumbres judías los que eran enviados a la circuncisión en ocasión que los que parecían ser las columnas dieron a Pablo y Bernabé las manos en signo de comunión, para ir aquéllos a la circuncisión (Ga 2,9) y poder éstos predicar a los gentiles. Mas ¿qué digo que los que predicaban a los de la circuncisión se retrajeran y apartaran de los gentiles, cuando el mismo Pablo se hizo judío con los judíos para ganar a los judíos? (1Co 9,20). Por eso, como se escribe también en los Hechos de los Apóstoles (21,26), ofreció su ofrenda en el altar a fin de persuadir a los judíos que no había apostatado de la ley. De haber sabido todo esto Celso, no hubiera fingido al judío, que dice a los creyentes venidos del judaismo: "¿Qué os ha pasado, ¡oh ciudadanos!, para que abandonarais la ley paterna y, seducidos por ese con quien acabo yo de hablar, redículamente engañados, os hayáis pasado, como tránsfugas, a otro nombre y a otra manera de vida?"

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2. Un texto joánico comentado

Mas ya que hemos venido a hablar de Pedro y de los que enseñaron el cristianismo a los de la circuncisión, no tengo por inoportuno alegar unas palabras de Jesús, del evangelio de Juan, y dar su explicación. Se escribe, en efecto, haber dicho: Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis comprenderlas ahora; mas, cuando viniere el Espíritu de la verdad, él os guiará a la verdad entera, pues no hablará de suyo, sino que dirá lo que oiga (Jn 16,12-13). El problema es aquí qué cosas fueron las que Jesús tenía que decir a sus discípulos y que éstos no podían comprender entonces. He aquí mi sentir: Los apóstoles eran judíos que se habían criado según la letra de la ley de Moisés; Jesús tenía que decirles cuál era la verdadera ley, de qué realidades celestes era figura y sombra el culto que se practicaba entre los judíos (He 8,5) y qué bienes por venir contenía, en sombra, la ley sobre comida y bebida, sobre fiestas, neomenias y sábados (He 10,1 Col 2,16-17). Todas éstas eran las muchas cosas que tenía que decirles; pero bien veía Jesús ser dificilísimo arrancar del alma doctrinas con que se nace y en que se cría el hombre hasta su mayor edad, persuadido de que son divinas y de que no puede atentarse contra ellas sin cometer una impiedad; dificilísimo también demostrar, de forma que los oyentes se persuadan, que, en parangón con la eminencia de la ciencia según Cristo, es decir, según la verdad, todo eso es estiércol y 'daño (Ph 3,8). De ahí que difiriera decir esas cosas para momento más oportuno, el tiempo después de su pasión y resurrección. Y, a la verdad, inoportuno hubiera sido un auxilio para quienes no podían aún soportarlo, capaz que era de trastornar la idea que ya se habían formado de Jesús como Mesías e hijo del Dios vivo. Y véase si no tiene sentido aceptable entender asi las palabras del Señor : Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no las podéis comprender por ahora. Muchas son, en efecto, las cosas de la ley que piden interpretarse y aclararse según el sentido espiritual, y los discípulos no podían por entonces entenderlas, pues habían nacido y criádose entre judíos.

En mi opinión, por ser figura todo aquel culto y verdad lo que el Espíritu Santo les enseñaría, se dice que cuando viniere el Espíritu de la verdad, El os guiará a la verdad entera. Como si dijera: A la verdad entera de la realidad de las cosas, por las que vosotros, que nacisteis en las figuras, os imagináis tributar a Dios el verdadero culto. Y, conforme a la promesa de Jesús, el Espíritu de la verdad vino a Pedro y, ante los cuadrúpedos y reptiles de la tierra y las volátiles del cielo, le dijo: Levántate, Pedro; mata y come. Y vino sobre él cuando aún era supersticioso, pues respondió a la voz divina: ¡En manera alguna, Señor, pues en mi vida he comido cosa profana e impura! Y el Espíritu le enseñó la doctrina sobre las comidas verdaderas y espirituales: Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú profano. Y después de aquella visión, el Espíritu de la verdad guió a Pedro a la verdad entera y le dijo las muchas cosas que, cuando Jesús estaba aún con él según la carne, no podía comprender. Mas sobre todo esto, otro momento habrá más oportuno para tratar de la interpretación de la ley de Moisés.


Origenes contra Celso 161