Origenes contra Celso 908

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8. SEGUIDAMENTE LES ENSEÑA FÍSICA, GEOMETRÍA Y ASTRONOMÍA

Mas no sólo esta parte, cuya corrección incumbe a la dialéctica; también trataba él de despertar y corregir aquella parte humilde de nuestra alma, por la que nos asombramos de la magnificencia, maravillosa estructura y fabricación varia y sapientísima del mundo, y nos maravillamos, por cierto, y quedamos irracionalmente sobrecogidos de espanto, y no sabemos ni qué pensar, a manera de animales irracionales. Esta parte, digo, despertaba y corregía él con otras enseñanzas, las de la física, poniendo de manifiesto la naturaleza de cada uno de los entes, resolviéndolos, muy sabiamente por cierto, en sus primerísimos elementos, y explicando luego por razón la constitución del universo en general y la de cada parte señaladamente. Así, por obra de su clara enseñanza y de las razones-de éstas, aprendidas unas, halladas otras por sí mismo-acerca de la sagrada economía o dispensión del universo y de la naturaleza intachable, imprimía en nuestras almas una admiración racional que desterraba la irracional. Esta enseñanza, sublime y divina, es el objeto de la ciencia de la naturaleza, para todos amabilísima. ¿A qué hablar de las otras sagradas disciplinas: la geometría, de todos querida e indiscutible, y de la astronomía que camina por el cielo? Cada una de ellas procuraba él imprimirlas en nuestras almas enseñando y repasando, o no sé cómo haya de decirse; la geometría, por ser inconmovible, poníala como base y fundamento seguro de todo lo demás; por la astronomía nos levantaba a lo más alto y, por una como escalera que alcanzaba al firmamento, nos hacía, por una y otra disciplina, accesible el cielo.

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9. LA ENSEÑANZA PRINCIPAL DE ORÍGENES ERA LA ÉTICA,

QUE INCULCABA NO SÓLO CON SUS DISCUSIONES, SINO TAMBIÉN CON SU EJEMPLO

Pero nos inculcaba sobre todo lo que es culminación de todas las cosas, lo que constituye el blanco a que apunta todo el trabajo de la casta de los filósofos, que, como de plantación varia, que son las otras disciplinas todas y el largo estudio de la filosofía, recoge los buenos frutos de la divinas virtudes morales, de las que nace la disposición tranquila y constante de las mociones del alma. Así se esforzaba por hacernos insensibles al dolor e indiferentes a los males todos, disciplinados y constantes y semejantes a Dios y realmente bienaventurados. Y esto trataba él de lograrlo con discursos propios, calmantes y sabios, y no menos necesarios, acerca de nuestras costumbres y maneras de ser; y no sólo con discursos; también con obras ya llevaba en cierto modo el timón de nuestras mociones por el estudio y consideración misma de esas mociones y pasiones del alma, por cuyo conocimiento señaladamente suele ella corregirse de su desconcierto y convertirse de la disipación al juicio y disciplina. Así, mirándose a sí misma, como en espejo, ve los principios y raíces mismas de los males, todo lo que hay en ella de irracional, de que surgen nuestras torpes pasiones; y ve también lo que hay de mejor en ella, la parte racional, por cuyo dominio permanece en sí misma sin daño ni pasión. Luego, ya que puntualmente ha considerado todo eso en sí misma, puede rechazar y echar de sí todo lo que brota de la parte inferior, propio para derramarnos por la intemperancia o para encogernos y ahogarnos por su bajeza: tal los placeres y concupiscencias, dolores y temores y todo el enjambre de males que acompañan a estos géneros de pasiones; y las rechaza, digo, y echa de sí resistiéndoles apenas comienzan y nacen, sin dejarles crecer lo más mínimo, sino destruyéndolas y extirpándolas. Aquello, empero, que brota de nuestra parte superior, como bienes que son, puede el alma alimentarlo y mantenerlo, darle leche como nodriza a sus comienzos y guardarlo hasta que llegue a perfección. Así es, en efecto, posible que un día nazcan en el alma las divinas virtudes: la prudencia, que es justamente la que puede en primer lugar juzgar estos mismos movimientos del alma, por sí mismos y por la ciencia de los males o bienes, si es que existen, exteriores a nosotros; la templanza, que es la facultad de elegir rectamente eso mismo desde los principios; la justicia, que da a cada uno lo que merece, y la fortaleza, que todo eso conserva.

Así, pues, no nos acostumbraba a palabras que nos enunciaran ser la prudencia conocimiento de lo bueno y de lo malo, de lo que se debe o no se debe hacer; conocimiento, por cierto, vano y sin provecho si a las palabras no acompañan las obras; y lo mismo la prudencia que no hace lo que debe hacerse ni se aparta de lo que no se debe, y sólo procura el conocimiento en los que la tienen, como lo vemos en muchos. Dígase lo mismo de la templanza, que sería el conocimiento de lo que se debe o no se debe elegir, pero que no la enseñan en absoluto los otros filósofos, y menos que nadie los modernos, gentes muy enérgicas y fuertes en sus discursos (yo mismo los he admirado muchas veces cuando intentan demostrar ser la misma la virtud de Dios y de los hombres y que el sabio es sobre la tierra igual al Dios primero), pero impotentes para transmitir la prudencia de modo que haga uno lo que pide la prudencia, ni la templanza de modo que escoja uno lo mismo que ha aprendido.

Y así, por el estilo, de la justicia y de la fortaleza. No así éste, que no se contentaba con explicarnos con sus palabras la teoría de las virtudes, sino que nos exhortaba lambién a su práctica, y nos exhortaba más con su ejemplo que con sus palabras.

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10. SE REPRENDE A LOS LOGÓSOFOS, QUE DICEN Y NO HACEN

Ruego a los filósofos actuales, que yo mismo he conocido y de quienes he oído hablar a otros, y aun a todos los hombres, no tomen a mal lo que ahora quiero decir. Y nadie piense que voy a hablar por amistad para con este hombre y por enemistad para con los otros filósofos (de los que yo mismo quiero, como nadie, ser amigo por razón de sus discursos, y deseo personalmente alabarlos y oír las maravillas que de ellos dicen otros; pero son tales las cosas que se dicen que casi todos ellos deshonran hasta el extremo el nombre mismo de la filosofía, y yo mismo por poco escogiera ser de todo punto un ignorante antes que aprender nada de lo que éstos profesan, hombres que, por lo demás de su vida, me parecían no merecer me acercara siquiera a ellos; en lo que acaso me equivocaba); como quiera, nadie piense, digo, que digo esto por deseo de alabar a este hombre y por deseo contrario respecto de los filósofos de fuera. Créase antes bien que, para no dar impresión de adulación, digo cosas muy por bajo de sus obras, y no busco exorno de palabras ni ocasiones de artísticos encomios, yo que, cuando era un muchacho y aprendía la vulgar elocuencia en la clase del rétor, jamás soporté de buen grado alabar ni hacer el panegírico de nadie si no iba muy fundado en la verdad. Tampoco., pues, ahora que me propongo alabar, pienso ser menester exaltar simplemente a uno a costa de los vituperios de los otros; menguado elogio haría de mi héroe si, para tener que decir algo superior de él, hubiera de comparar su vida bienaventurada con los vicios de los otros. No llega -a tanto mi insensatez. No; yo voy a confesar lo que me pasó, sin comparación alguna y sin astucia de palabras.

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11. ORÍGENES FUE EL PRIMERO Y SOLO QUE EXHORTÓ A GREGORIO A LA FILOSOFÍA.

DE LAS VIRTUDES CARDINALES. "NOSCE TE IPSUM"

Este fue el primero y el solo que me exhortó a abrazar la filosofía de los griegos, persuadiéndome con sus propios ejemplos y también por su palabra que yo oía y seguía, a mí que (de nuevo lo confieso) no me hubiera persuadido por obra de todos los otros filósofos, no rectamente, desde luego, sino poco menos que por mi desgracia. La verdad es que, al principio, no di con muchos que profesaran enseñar la filosofía; fueron más bien unos pocos, pero todos cifraban el filosofar en meras palabras. Este, empero, fue el primero que me exhortó con sus palabras, pero a la exhortación de palabra había precedido la de los hechos. No profesaba el mero ejercicio de las palabras ni creía siquiera valiera la pena hablar, de no hacerlo con espíritu sincero, que lucha por practicar lo que se dice, o trata de mostrarse a sí mismo tal como explica en sus discursos debe ser el que rectamente vive. Yo quería decir que de sí mismo sacaba un ejemplar del sabio; pero nuestro discurso prometió desde el comienzo decir verdad, y no pompa o afectación; por eso no hablo aún de ejemplar de sabio, por más que lo quisiera decir y es verdad. Pero dejo por ahora este punto. No se trata, pues, de un ejemplar absoluto, que él quisiera igualar hasta el último pormenor, forzándose con todo empeño y determinación y, si hay que decirlo, por encima también de las fuerzas humanas. Sin embargo, tales se esforzaba por hacernos a nosotros, no dueños y conocedores de la doctrina acerca de las mociones del ánimo, sino de las mociones mismas. A las obras encaminaba también los discursos, y no pequeña parte de la virtud y hasta, si lo comprendimos bien, tal vez la virtud entera poníala en la teoría o contemplación* misma; pero también forzaba, si cabe decirlo así, a obrar rectamente, a obrar justamente por la acción propia del alma que nos persuadió a seguir. Para ello nos procuraba apartar del tráfago de la vida y de las molestias de la pública plaza, y levantarnos a la contemplación de nosotros mismos y hacer lo verdaderamente nuestro. Que esto sea el obrar justamente y ésta la verdadera justicia dijéronlo algunos de los antiguos filósofos, aludiendo, a mi parecer, a la acción propia y a lo que más contribuye a la felicidad nuestra y de quienes nos rodean. Y es así que a esta virtud atañe dar a cada uno lo que merece y es suyo. ¿Y qué más propio del alma, qué merece ella tanto como cuidar de sí misma, no mirar fuera de sí ni hacer lo que no le atañe, ni, en una palabra, ser injusta consigo misma con la peor injusticia, sino, recogida dentro de sí misma, darse ella a sí misma y practicar así la justicia? Así nos educaba, forzándonos, si cabe así decirlo, a practicar la justicia. Y no menos a ser también prudentes, por la concentración del alma en sí misma y por la voluntad y empeño de conocernos a nosotros mismos; obra ésta óptima de la filosofía, que se atribuye, como imperativo sapientísimo, al más adivino de los démones: Conócete a ti mismo. Y que esto sea realmente la obra de la prudencia y ésta sea la prudencia divina, bellamente lo dicen los antiguos; la misma dicen ser la virtud de Dios y del hombre, dado caso que el alma se ejercite en mirarse a sí misma como en un espejo y reflejar la mente divina en sí misma, si se ha hecho digna de esta comunión y sigue el rastro de cierto camino, misterioso para ella, de esta divinización. Lo mismo nos enseñaba, consecuentemente, sobre el vivir templadamente y con fortaleza: templadamente, conservando esta prudencia del alma que se conoce a sí misma, dado caso que tal conocimiento haya alcanzado; pues eso es, a su vez, la templanza: una prudencia sana y salva; y con fortaleza, manteniéndose firme en todas las prácticas antedichas, sin decaer de ellas voluntariamente ni por violencia alguna y conservándose dueños de lo que hemos dicho; y esto decía ser esta virtud: una salvadora y guardiana de nuestras determinaciones.

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12. GREGORIO NIEGA QUE HAYA ALCANZADO LAS VIRTUDES.

LA PIEDAD, MADRE DE TODAS Y, POR TANTO, SU PRINCIPIO Y FIN

A la verdad, por más que en ello puso todo su empeño, todavía no ha logrado hacernos justos, prudentes, templados ni fuertes, por haberlo impedido nuestra desidia y tardanza. Así, mucho nos falta para tener virtud alguna, humana ni divina, ni habernos siquiera aproximado a ella. Son, en efecto, virtudes éstas máximas y elevadas, de que nadie puede apoderarse, ni puede nadie alcanzarlas si Dios no le inspira la fuerza. Por nuestra parte confesamos que ni nacimos con esas dotes ni somos aún dignos de alcanzarlas, pues por pereza y debilidad no hemos practicado todo lo que es menester practiquen los que aspiran a lo mejor y pretenden lo perfecto. Así, pues, aún estamos por ser justos o temperantes o por tener cualquiera de las otras virtudes; sin embargo, amantes que aman con ardentísimo amor, lo único que acaso estaba en su mano, eso sí nos hizo de antiguo este hombre admirable, amador y abogado de las virtudes. El, por el ejemplo de su virtud, nos infundió amor a la hermosura de la justicia, cuya faz, realmente de oro, nos mostrara; y a la prudencia, para todos codiciable; y a la verdadera sabiduría, amabilísima; y a la templanza deiforme, que es firmeza del alma y paz para todos los que la poseen; y a la fortaleza admirabilísima, a nuestra paciencia y, sobre todo, a la piedad, que dicen-y dicen bien-ser madre de las virtudes. Esta es, en efecto, principio y fin de todas ellas, y, partiendo de ésta, con la mayor facilidad adquiriríamos todas las otras. Si deseamos y tenemos empeño en poseer para nosotros mismos lo mismo que todo hombre que no sea un ateo y voluptuoso debe ser: amigo y abogado de Dios, trabajemos por adquirir las otras virtudes. No nos hagamos indignos e impuros; acer-quémosnos más bien a Dios adornados de toda virtud y sabiduría, acompañados como de un guía bueno y de un sacerdote sapientísimo. Y es así que el fin de todas las cosas no pienso yo sea otro que, hechos semejantes a Dios con espíritu puro, acercarnos a El y permanecer en El.

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13. MÉTODO DE ORÍGENES EN LA ENSEÑANZA DE LA TEOLOGÍA Y METAFÍSICA.

PERMITÍA LEER TODOS LOS AUTORES, EXCEPTO LOS ATEOS.

MARAVILLOSA FUERZA PERSUASIVA DE su PALABRA FÁCIL ASENTIMIENTO DE LA MENTE

Aparte toda esa diligencia y empeño, ¿cómo explicar con palabras su enseñanza y reverencia de la teología? Menester fuera penetrar en el espíritu mismo de este hombre para saber con qué intención y preparación quería que aprendiéramos cabalmente todas las razones referentes a la divinidad, guardándonos de correr peligro acerca de lo más necesario de todas las cosas, el conocimiento del autor de todas ellas. Tenía él por bien que filosofáramos recogiendo con todo empeño cuantos escritos quedan de los antiguos filósofos y poetas, sin rechazar ni reprobar nada (pues tampoco teníamos aún juicio para ello); exceptuaba, sin embargo, las obras de los ateos, que, saliéndose a la vez de los pensamientos humanos, dicen no haber Dios o providencia (estas obras decía él no merecer siquiera ser leídas, para evitar que ni en lo mínimo se manchara nuestra alma, que debe ser piadosa y no oír palabras contrarias al culto de Dios). Y es así que quienes entran en los templos de la que ellos tienen por piedad, no tocan nada profano. Así, pues, los libros de estos hombres no merecen ni contarse en absoluto entre los que han de manejar quienes han abrazado la piedad. Todos los demás, en cambio, nos los permitía leer y estudiar, sin dar preferencia, pero sin condenar tampoco ningún género ni razón de filosofía, helénica o bárbara, sino escucharlas todas. Método éste sabio y hábil, pues así se evitaba el peligro de que una doctrina, sola y por sí, de estos o los otros filósofos, exclusivamente escuchada y estimada, aunque resulte no ser verdadera, se infiltre en el alma y nos engañe, y según ella nos configure y nos haga suyos, sin que nos sea ya posible desprendernos de ella, ni lavarnos de su tinte, como lanas que han tomado una tintura particular. Cosa, en efecto, terrible y voluble es el discurso humano, vario en sofismas, y agudo, penetrando en los oídos para imprimirse en la mente y dominarla; una vez que ha persuadido a quienes ha arrebatado a que lo amen como verdadero, allí dentro permanece, por más falso y engañoso que sea, imperando como un prestidigitador, que tiene por aliado al mismo que ha embaucado. Cosa, por otra parte, fácil de engañar y pronta para dar su asentimiento es el alma del hombre; antes de discernir y examinar las cosas por todos sus cabos, pues su propia torpeza y debilidad o la sutileza de la razón la hace desfallecer en la puntualidad del examen, el alma está muchas veces dispuesta a entregarse, indolentemente, a razones y sentencias engañosas, erradas ellas y que conducen al error a quienes las admiten. Y no es esto solo: si otra razón trata luego de corregir la primera, el alma no la recibe ni cambia de parecer, sino que sigue abrazada con la que tiene, dominada que está por ella como por un tirano despiadado.

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14. DE QUÉ PROCEDAN LAS DISCUSIONES ENTRE FILÓSOFOS.

CONTRA LOS QUE JUZGAN DE TODO LO QUE SE LES PONE DELANTE.

ORÍGENES LEÍA CON CAUTELA A sus DISCÍPULOS LOS LIBROS DE LOS GENTILES

A la verdad, ¿no fue esto lo que introdujo las opiniones que pugnan y se contradicen entre sí, y los bandos de los filósofos, que combaten unos los dogmas de los otros, unos mantienen unas ideas y otros se adhieren a otras? Todos quieren, desde luego, filosofar y eso profesan, desde que por vez primera abrazaron la filosofía, y dicen no quererlo menos ahora que están metidos en sus discursos que cuando comenzaron; y aún afirman tener ahora mayor amor a la filosofía, pues les ha sido dado gustar de ella (como diría alguno) y gastar su tiempo en los razonamientos, que cuando, sin experiencia alguna de ella, se abalanzaron, por no saben qué impulso, a filosofar; todo eso dicen, ciertamente, pero ya no prestan oídos a razón alguna de los que piensan de otro modo. Así, ninguno de los antiguos ha exhortado a ningún moderno propia filosofía; ni a la inversa, ni en absoluto, nadie a nadie. Porque nadie cambiaría fácilmente de opinión, dejaría sus ideas y se adheriría a las ajenas, aunque se tratara acaso de ideas que, de haberlas admitido antes de darse a filosofar, ahora amaría; como no prevenida aún su alma, hubiera aceptado y amado razones o doctrinas, por más que se opusiera con ellas a las que ahora profesa.

Tal linaje de filosofía nos han presentado los bellos, doctos y sutilísimos griegos, a la que cada uno se adhiere desde el principio, arrebatado por no se sabe qué impulso, y ésa sola dice ser verdadera; todo lo demás de los otros filósofos, engaño y delirio puro. Pero la verdad es que ese tal no confirma por razón sus ideas mejor que defiende el otro las suyas, para no tener que mudar de parecer o consejo por necesidad ni por persuasión. Y no otra persuasión tiene (si va a decirse la verdad) que el ímpetu sin razón con que, antes de filosofar, se lanzó a parejas doctrinas; ni otro juicio de lo que tiene por verdad (¡no parezca paradoja!) que la fortuna sin juicio. Y es así que cada uno ama aquello en que casualmente dio primero, y ello lo traba, por decirlo así, para que no pueda ya atender a otros. Eso, caso que tuviera que decir algo para demostrar la verdad de todo lo suyo, y la falsedad de lo que piensan sus contrarios, con lo que se ayudaría también con la razón, ya que él, sin ayuda alguna, se entregó de gracia y a la ventura, como algo que se encuentra uno, a discursos o razones que le previnieron; razones que en muchos puntos han extraviado a quienes las aceptan, pero señaladamente en lo más grande y necesario de todo, que es el conocimiento y piedad para con la divinidad.

Y, sin embargo, en esos errores permanecen atados en cierto modo, y ya nadie pudiera fácilmente arrancarlos de ellos, como de una laguna en llanura dilatadísima, difícil de vadear, que no deja salvación a los que una vez caen en ella, ni volviéndose atrás ni siguiendo adelante, sino que en ella los retiene hasta la muerte; o como de una selva profunda, espesa y alta, en la que se internó un viandante, con la idea, claro está, de salir de algún modo y volver otra vez a campo raso, pero ya no lo logra dada la largura y espesor de la selva; da mil vueltas por ella, camina en direcciones varias por caminos continuos que halla dentro, con intento de hallar salida por alguno de ellos; pero sólo le llevan hacia el interior y no a salida alguna, pues son caminos de la selva misma; finalmente, el viandante, cansado y desfallecido, pensando que todo es selva y que no hay ya habitación sobre la tierra, se determina a quedarse allí, allí se construye un hogar y en la selva se procura como puede ancho campo. O como de un laberinto, a cuya puerta aparece una sola entrada; sin sospechar por lo exterior nada complicado, entra uno por la sola puerta que aparece y luego, avanzando hacia lo más íntimo, contempla un espectáculo vario y un artificio ingeniosísimo y con mil direcciones, en que engañan las continuas entradas y salidas; pero cuando quiere de verdad salir, ya no lo logra, pues queda prisionero dentro por lo que que le pareciera tan ingenioso artificio. Ahora bien, no hay laberinto tan inextricable y vario, ni selva tan densa y complicada, ni llanura o laguna tan difícil de vadear por los que caen en ella, como una palabra, que fuera contra ellos, de algunos de estos filósofos.

Ahora bien, a fin de que no nos acaeciera a nosotros lo mismo que al vulgo, no nos conducía a una sola doctrina filosófica, ni tenía tampoco por bueno atacarla; a todas nos llevaba y no quería dejáramos de probar ningún dogma helénico. Y él mismo nos acompañaba e iba delante y nos daba la mano, como en un viaje, cuandoquiera nos salía al paso,algo torcido, simulado o sofismático; era todo un artífice, al que, por vieja familiaridad con las doctrinas, nada le cogía de sorpresa y sin experiencia, se mantenía él en lo alto sobre seguro y tendía la mano para salvar a los otros, como quien tira de una cuerda a los que se ahogan. Todo lo que de provechoso y verdadero hallaba en cada filósofo, lo recogía y nos lo exponía; pero sabía deslindar todo lo falso; sobre todo lo que atañía a la piedad de los hombres.

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15. EN LAS COSAS DIVINAS, SÓLO HAY QUE OÍR A DlOS Y A SUS PROFETAS.

EL MISMO ESPÍRITU INSPIRA A LOS PROFETAS Y A SUS OYENTES.

EXCELENCIA DE ORÍGENES EN LA INTERPRETACIÓN DE LAS ESCRITURAS

Sobre esto nos aconsejaba no prestar atención a nadie, por más que fuera por todos los hombres celebrado como sapientísimo, sino a solo Dios y a sus profetas. El mismo nos interpretaba y esclarecía cuanto de oscuro y enigmático se nos ofrecía, como se da frecuentemente en las sagradas letras. (¿Es porque gusta Dios de conversar así con los hombres, para que la palabra divina no penetre desnuda y descubierta en un alma indigna, cuales son las del vulgo, o es que por naturaleza todo oráculo divino es la claridad y sencillez misma, y sólo nos parece oscuro y tenebroso a nosotros, por habernos apartado de Dios y no saber ya, por el tiempo y antigüedad, oír a Dios mismo? Es cosa que yo no puedo decir.) Como quiera que sea, si se trataba de enigmas, él los aclaraba y sacaba a la luz, por ser oyente fuerte e inteligentísimo de Dios: si de cosas que nada tenían por naturaleza de torcido ni difícil para él, es que él era el solo entre los hombres de hoy que yo he conocido o de que haya oído hablar a otros ejercitado en recibir en su propia alma lo puro y luminoso de los oráculos y en enseñárselo a los otros. Y es así que el autor de todas las cosas, el mismo que habla a los profetas amigos de Dios y les inspira toda profecía y discurso místico y divino, honrándolo a él por modo igual, lo constituyó intérprete de aquellos oráculos; de lo que por medio de otros sólo insinuó enigmáticamente, por él lo enseñó con claridad; de lo que, dignísimo de crédito, regiamente mandó o afirmó, a él hizo merced de indagar y encontrar las razones. De este modo, si hay alguno duro de alma e incrédulo, pero amigo de saber, si de éste aprende, se verá forzado en cierto modo a ser su discípulo y creer y seguir a Dios.

Y todo esto lo dice no de otro modo, según yo pienso, sino por la comunicación del Espíritu divino, pues la misma facultad han menester los que profetizan y los que oyen a los profetas; y nadie puede oír a un profeta si el mismo Espíritu que profetizó no le hace merced de sus propias palabras. Una sentencia divina a este tenor se halla también en las sagradas letras, según la cual sólo él cierra y abre, y nadie más (Is 22,22), y la palabra divina abre aclarando los enigmas cerrados. Don máximo ha recibido éste de Dios y porción bellísima del cielo: ser intérprete de las palabras de Dios a los hombres, entender las cosas de Dios como si Dios hablara, y explicárselas a los hombres como si los* hombres escucharan. De ahí que nada hubiera para nosotros misterioso, pues nada estaba escondido, nada nos era inaccesible. Lícito nos era aprender toda doctrina, bárbara o helénica, mística o política, divina o humana; con toda libertad lo recorríamos todo, todo lo inquiríamos, de todo nos llenábamos y de todos los bienes del alma gozábamos. Tratárase de una enseñanza antigua de la verdad o llamárase como se llamara, en él teníamos preparado y a nuestra disposición el maravilloso y pleno espectáculo de las cosas más bellas. Y, para decirlo en pocas palabras, él era realmente para nosotros un paraíso, imitación del gran paraíso de Dios, en que no teníamos que cultivar esta tierra de abajo ni alimentar nuestros cuerpos para engordar, sino sólo acrecentar, con alegría y placer, las excelencias de nuestra alma, plantándonos nosotros mismos como árboles hermosos o plantados para nosotros por el que es autor de todas las cosas.

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16. GREGORIO DEPLORA su MARCHA CON TRIPLE COMPARACIÓN:

ADÁN EXPULSADO DEL PARAÍSO, EL HIJO PRÓDIGO QUE DEJA LA CASA PATERNA,

LOS JUDÍOS TRANSPORTADOS A BABILONIA

Este es el verdadero paraíso de delicias, ésta es la verdadera alegría y placer, de que yo he gozado todo este tiempo pasado, no poco por cierto, pero ya de todo punto poco si aquí ha de parar, dado que yo me voy y me retiro ya de aquí. Yo no sé qué me ha pasado o qué nuevo pecado he cometido para salir y ser de aquí expulsado. Mas ¿a qué decir que no lo sé, cuando yo soy el otro Adán echado del paraíso, que me he puesto a hablar? ¡ Qué hermosamente vivía oyendo, en silencio, la palabra de mi maestro! Así debiera haber aprendido a callar también ahora, y no dar el extraño espectáculo de convertir en oyente a mi maestro. Porque ¿qué necesidad tenía yo de estos discursos? ¿A qué declamar todo esto, cuando debiera perseverar y no irme? Pero éstos parecen ser pecados del antiguo engaño, y aún me esperan los castigos de antaño; o paréceme de nuevo desobedecer, atreviéndome a transgredir los mandamientos de Dios, cuando mi deber era permanecer en ellos y más que en ellos. Al marcharme, empero, voy yo huyendo de esta vida bienaventurada, no menos que de la faz de Dios iba huyendo aquel hombre antiguo (), y me vuelvo a la tierra de que fui tomado. Tierra, pues, comeré todos los días de mi vida allí, y cultivaré una tierra que me dará espinas y abrojos (), mis propias penas y reprobables solicitudes, por haber abandonado las solicitudes hermosas y buenas. Otra vez retorno a lo que dejara, a la tierra de donde salí y a mi parentela de abajo y a la casa de mi padre; y abandono la tierra buena, en que ignoré de antiguo estar mi patria buena, y los parientes, que más tarde comencé a conocer eran los propios parientes de mi alma, y la casa de nuestro padre verdadero, en que permanece el padre y es religiosamente honrado y venerado por los verdaderos hijos que quieren permanecer en ella; mas yo, irreverente e indigno, me salgo de entre éstos y me vuelvo y echo a correr hacia atrás.

Se dice de cierto hijo () que, recibiendo la herencia que le tocaba junto con otro hermano suyo, se marchó lejos de su padre a una región remota. Viviendo rotamente, vino a dilapidar y consumir todo el caudal paterno. Finalmente, forzado por su penuria, se asentó a guardar cerdos, y, apretado por el hambre, deseaba tomar parte en la comida de los cerdos, y ni eso se le concedía. Así pagó la pena de su vida rota, trocando la mesa paterna, que era regia, por alimentos de cerdos y de criado, que él no previera. Tal me parece tendré que sufrir yo al marcharme, sin llevarme, por cierto, toda la herencia que me toca. No me marcho, en efecto, con lo que debiera, sino que lo bueno y querido lo dejo contigo y a tu lado y lo trueco por lo peor. Y es así que nos saldrá a recibir todo linaje de tristezas, ruido y tumulto en vez de paz; vida turbada en vez de tranquilidad y orden; dura servidumbres en vez de la presente libertad; plazas, y juicios, y muchedumbres, y soberbia. Ya no tendremos vagar alguno para los cosas superiores, ni hablaremos de los oráculos de Dios, sino de las obras de los hombres (Ps 16,4), cosa, por cierto, que el profeta tiene por simple maldición; pero nosotros, aun de los hombres malos. Realmente, la noche va a suceder para mí al día, las tinieblas a la luz espléndida, el luto a la fiesta; y a la patria, una tierra enemiga, en que no me es lícito entonar un cántico sagrado (Ps 136,4). ¿Cómo cantar, en efecto, en tierra extraña para mi alma, que no puede llegar a Dios mientras en ella permanezca? Sólo me quedará el llorar y gemir al acordarme de lo que aquí dejo, si es que eso siquiera se me concede.

Dícese que, invadiendo antaño gentes enemigas a la ciudad grande y sagrada en que se daba culto a la divinidad, se llevaron cautivos a su tierra, que era Babilonia, a los habitantes, a los cantores y a los teólogos; mas allí transportados, ni aun rogados por sus dominadores quisieron cantar a Dios, ni entonar himnos en tierra profana; colgaron más bien sus instrumentos músicos sobre los sauces y ellos se dieron a llorar junto a los ríos de Babilonia (). Uno de aquellos cautivos me parece ser yo, arrojado de esta ciudad sagrada y patria mía, en que día y noche se anuncian las leyes sagradas, himnos y cánticos y discursos místicos, y una luz como del sol y continua; en que durante el día tratábamos los misterios divinos y durante la noche reteníamos en la fantasía lo que de día viera e hiciera el alma; y en que, para decirlo en suma, era absolutamente constante el entusiasmo divino. De esta ciudad, digo, soy arrojado, y solo llevado cautivo a tierra extraña, donde no me será posible tocar siquiera la flauta, colgado, como aquéllos hicieran, el instrumento de los sauces, sino que estaré entre los ríos, trabajaré el barro y, aun dado caso que lo recuerde, no tendré ganas de entonar cánticos; y tal vez, abatido por el duro trabajo, me olvidaré de cantar privado de memoria. Mas como quiera que, al marcharme, no me voy forzado, como un prisionero, sino voluntariamente, no combatido por otro que por mí mismo, tal vez al salir de aquí no caminaré con seguridad, como quien sale de una ciudad segura y pacífica; verosímil es, por lo contrario, que, caminando, venga a dar con salteadores y sea por ellos prendido, me desnuden, me hieran con heridas varias y quede por ahí tendido en el suelo medio muerto.

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17. GREGORIO SE CONSUELA

Mas ¿a qué me lamento de este modo? Está el salvador de todos, que recoge también y cura a los que están medio muertos y a todos los que han caído en manos de bandoleros, el Verbo, custodio vigilante de todos los hombres. Tenemos también las semillas, tanto las que tú nos hiciste ver que ya teníamos como las que de ti recibimos, que son los hermosos consejos, con que nos marchamos, llorando, desde luego, como quienes parten de viaje, pero llevando con nosotros esas semillas (). Acaso, pues, nos guarde el custodio que nos vigila; acaso volvamos de nuevo a ti con los frutos y gavillas de las semillas, no perfectas (¡de qué modo!), sino cuales nos sea posible sacar de acciones de la vida civil, corrompidas por cierta potencia infértil o de mal fruto, pero, si Dios nos es propicio, sin añadir corrupción por nuestra parte

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18. PERORACIÓN Y EXCUSA DEL DISCURSO

Acabe, pues, aquí mi discurso, que ha sido harto audaz ante quien menos debiera serlo, pero que reconocidamente ha dado gracias, a lo que pienso, según mis fuerzas, y si nada he dicho que valga la pena, tampoco me he callado completamente. También he llorado, como suelen los que se separan de sus amigos, cosa pueril; no sé si no habrá-en él algo adu-latorio, ni algo trasnochado o superfluo; lo que sé claramente es que nada tiene de fingido, sino todo y por todo verdadero, dicho con intención sana y con propósito sincero e íntegro.


Origenes contra Celso 908