Origenes, Cantar Cant 1000


1000

LIBRO PRIMERO

 

¡Que me bese con los besos de su boca!

(Ct 1,2).

[Bae 89-113] Conviene recordar cuanto hemos advertido en el prólogo: que este libro, que tiene forma de epitalamio, está escrito a modo de drama. Ahora bien, decíamos que hay drama allí donde se introduce a ciertos personajes que van hablando, mientras otros aparecen bruscamente, se acercan o hacen mutis, y así todo es cuestión de mutación de personajes. Esta, pues, será la forma del libro entero, y a ella iremos adaptando, en la medida de nuestras fuerzas, la exposición histórica. En cambio, la interpretación espiritual, también conforme a lo que señalamos en el prólogo, se ajustará a la relación de la Iglesia con Cristo, bajo la denominación de esposa y de esposo, y a la unión del alma con el Verbo de Dios. Así pues, ahora, según la forma histórica, se introduce a una esposa que recibió del nobilísimo esposo dignísimos regalos de esponsales, a más de la dote, pero que, al demorarse largo tiempo el esposo, se ve atormentada por el deseo de su amor, se consume abatida en su casa y obra en todo de modo que algún día pueda ver a su esposo y disfrutar de sus besos. Y porque ve a su amor demorarse y que ella no puede conseguir lo que desea, recurre a la oración y suplica a Dios, sabiendo que él es el padre de su esposo (1). Observémosla, pues: levanta sus manos puras sin ira ni contienda, vestida convenientemente, con decencia y modestia (2), engalanada con los más dignos adornos con que se puede adornar una noble esposa, pero, abrasada por el deseo de su esposo y atormentada por una herida interna de amor, lanza su oración a Dios, como dijimos, y dice de su esposo: ¡Que me bese con los besos de su boca! (3). Esto es lo que, compuesto en forma de drama, contiene la interpretación histórica.

Veamos ahora si de igual modo se puede adaptar convenientemente una interpretación más interior: que sea la Iglesia la que está ansiosa de unirse a Cristo; y advierte que la Iglesia es la congregación de todos los santos. Pues bien, que esta Iglesia sea como único personaje que representa a todos y que habla diciendo: tengo todo, estoy repleta de regalos, que recibí con motivo de los esponsales y como dote antes de la boda. Hace tiempo, efectivamente, mientras me preparaba para unirme al hijo del rey y primogénito de toda creatura (4), sus santos ángeles me agasajaron y sirvieron trayéndome como regalo de bodas la ley, pues de hecho se dice que la ley fue administrada por los ángeles en la mano de un mediador (5). También me sirvieron los profetas. Ellos también, efectivamente, no sólo me dijeron todo cuanto podían para mostrarme y señalarme al Hijo de Dios, con el cual, traídas las que llaman arras y regalos de boda, querían desposarme, sino que también, para inflamarme en amor y deseo de él, con palabras proféticas me anunciaron su venida y, llenos del Espíritu Santo, me pregonaron sus innúmeras virtudes y obras inconmensurables.

También describieron su belleza, su aspecto y su bondad, tanto que con todo esto me inflamaba de amor por él hasta lo insufrible. Pero, como quiera que el mundo está ya casi acabado y él no me hace don de su presencia, y en cambio estoy viendo sólo a sus servidores que suben y bajan hasta mi, por eso lanzo mi oración a ti, Padre de mi esposo, y te conjuro a que tengas compasión de mi amor y al fin me lo envíes, para que no me hable ya más por medio de sus servidores, los ángeles y los profetas, sino que él mismo venga en persona y me bese con los besos de su boca (6), es decir, infunda en mi boca las palabras de su boca y yo le oiga hablar a él personalmente y le vea enseñar. Estos son, realmente, los besos que Cristo ofreció a la Iglesia cuando en su venida, presente en la carne, le anunció palabras de fe, de amor y de paz, según había prometido y había dicho Isaías cuando fue enviado por delante a la esposa: no un embajador ni un ángel, sino el Señor mismo nos salvará (7).

Como tercera interpretación, introduzcamos un alma cuya única voluntad sea la de unirse estrechamente con el Verbo de Dios y penetrar en lo interior de los misterios de su sabiduría y de su ciencia como en el tálamo del esposo celestial; y esta alma esté en posesión también de sus regalos, los que le dieron a titulo de dote. En efecto, como la dote de la Iglesia fueron los volúmenes de la ley y de los profetas, así también póngase a cuenta de esta alma, como regalo dotal, la ley natural, la razón y el libre albedrío. Por otra parte, al tener estos dones como dote, la doctrina de su primera instrucción tiene sus orígenes en pedagogos y maestros. Ahora bien, como quiera que en éstos no halla satisfacción plena y perfecta de su deseo y amor, trata de rogar insistentemente que la luz y la presencia del Verbo mismo de Dios iluminen su mente pura y virginal. Realmente, cuando, por ningún servicio de hombre o de ángel, la mente se llena de sentimientos y de pensamientos divinos, crea que es entonces cuando recibe los besos del Verbo mismo de Dios. Por causa de lo dicho y por tales besos, diga el alma orando a Dios: ¡Que me bese con los besos de su boca! (8) En efecto, mientras fue incapaz de captar la pura y sólida doctrina del Verbo mismo de Dios, recibió por necesidad besos, esto es, pensamientos, de la boca de los maestros; pero, cuando por propio impulso haya comenzado ya a distinguir lo obscuro, a desenredar lo intrincado, a desvelar lo implícito y a explicar con apropiadas fórmulas de interpretación las parábolas, los enigmas y las sentencias, crea que entonces es cuando recibe ya los besos de su propio esposo, esto es, del Verbo de Dios. Por otra parte, la razón de haber puesto besos, en plural, es para que podamos comprender que la iluminación de cada pensamiento obscuro representa un beso que el Verbo de Dios da al alma perfecta. Y acaso en relación con esto decía la mente profética y perfecta: Abrí mi boca y atraje al espiritu (9). Ahora bien, entendamos por boca del esposo la fuerza por la que Dios ilumina a la mente y, como dirigiéndole palabras de amor —con tal que ella merezca comprender la presencia de poder tan grande—, va revelándole todo lo desconocido y obscuro; y este es el beso más verdadero, más suyo y más santo que el esposo, el Verbo de Dios, ha dado a su esposa, esto es, al alma pura y perfecta. Imagen de este beso es el que mutuamente nos damos en la iglesia cuando celebramos los misterios. Por lo tanto, cada vez que en nuestro corazón hallemos sin ayuda de maestros algo que andamos buscando acerca de las doctrinas y pensamientos divinos, creamos que otras tantas veces nos ha besado el esposo, el Verbo de Dios. Pero si no podemos encontrar lo que andamos buscando acerca de los pensamientos divinos, entonces hagamos nuestro el sentir de esta oración y pidamos a Dios la visita de su Verbo, diciendo: ¡Que me bese con los besos de su boca! (10) El Padre conoce, efectivamente, la capacidad de cada alma y sabe en qué momento, a qué alma y qué besos de su Verbo debe dar, esto es, en los pensamientos y en los sentimientos.

Porque son tus pechos mejores que el vino y el olor de tus perfumes superior a todos los aromas (Ct 1,2-3).

En primer lugar, como siguiendo la interpretación histórica del drama, entiende que la esposa, con sus manos levantadas hacia Dios, ha lanzado su oración al Padre y ha rogado que su esposo venga ya a ella y le infunda personalmente los besos de su boca. Y mientras rogaba esto al padre, en la misma oración en que dice: ¡Que me bese con los besos de su boca! (11), va ella preparándose para añadir otras palabras de súplica y pedir que se haga presente el esposo, que se ponga junto a ella cuando ora, que le haga ver sus pechos y que aparezca impregnado de magníficos perfumes, los que conviene para que un esposo huela bien. Pero, cuando la esposa ve que está presente el mismo por cuya presencia oraba, y que, mientras aún está hablando, se le ha otorgado lo que suplicaba y el esposo le ha dado los besos que pedía, alborozada por ello y excitada por la hermosura de sus pechos y la fragancia de sus perfumes, cambia el temor del ruego preparado y se dirige al esposo ya presente; y como había dicho: ¡Que me bese con los besos de su boca! (12) añade luego hablando al esposo ya presente: Son tus pechos mejores que el vino, y el olor de tus perfumes, superior a todos los aromas (13). Esto, según la interpretación histórica que, como ya dijimos, está construida a modo de drama.

Pero indaguemos ahora qué pueda encerrar una compresión más profunda. En las divinas Escrituras hallamos que la parte principal del corazón recibe diversos nombres, y que estos nombres suelen estar adaptados según los motivos y las materias de que se trata. Efectivamente, a veces se dice corazón, como en: Bienaventurados los limpios de corazón (14), y con el corazón se cree para la justicia (15). Indudablemente, si la ocasión es un banquete, se le llamará seno o pecho, según la consideración y el orden de los comensales: así Juan refiere en su Evangelio que un discípulo al que Jesús amaba se recostaba sobre el seno de éste, o sobre su pecho: el mismo a quien Simón Pedro hizo una seña y dijo: Pregúntale de quién está hablando. Entonces él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: Señor, ¿quién es? (16). En este pasaje se dice evidentemente que Juan reposó sobre la parte principal del corazón de Jesús y sobre los sentidos profundos de su doctrina, y que allí indagaba y escudriñaba a fondo los tesoros de la sabiduría y de la ciencia que se esconden en Cristo Jesús (17). Y en cuanto a que por seno de Cristo se entiendan las doctrinas sagradas, no creo que parezca indecoroso. Por eso, como íbamos diciendo, en las divinas Escrituras se designa de varias formas la parte principal del corazón, incluso, v.gr., en el Levítico, donde de los sacrificios se manda apartar para los sacerdotes el pecho de la separación y la espaldilla (18), pasaje en el que el pecho y la espaldilla reservados quieren ser en los sacerdotes la parte principal del corazón y el esplendor de las obras, en que deben sobrepujar a los demás hombres. Pero de esto ya hemos hecho más cumplida exposición en el comentario al libro del Levítico, tal como el Señor se digna concedérmelo. Según esto, pues, también en el pasaje que nos ocupa, puesto que al parecer se trata de un drama de amor, interpretamos los pechos como la parte principal del corazón, de modo que eso parezca significar lo que se dice: Tu corazón y tu mente, esposo mío, es decir, los pensamientos que hay dentro de ti y la gracia de la doctrina, son mejores que todo el vino que suele alegrar el corazón del hombre (19).

Efectivamente, como respecto de aquellos de quienes se dice: Porque ellos verán a Dios (20) parece que «corazón» está dicho con toda propiedad, y como respecto de los comensales se pone «seno» o «pecho», indudablemente es atendido al porte de los comensales y a la forma del banquete; y aún, como entre los sacerdotes se designa al pecho y a la espaldilla con palabras misticas (21), así también en el presente pasaje, donde se describe el porte y los coloquios de los amantes, creo que también y de forma gratísima esa misma parte principal del corazón está nombrada en los pechos. Por eso son buenos los pechos del esposo, porque en ellos se ocultan de sabiduría y de ciencia (22).

Por otra parte, la esposa compara estos pechos con el vino, pero los compara de tal manera que los pone por delante. Por vino, en cambio, debemos entender los pensamientos y las doctrinas que la esposa, antes de la venida del esposo, solía recibir por medio de la ley y de los profetas. Pero ahora, al considerar esta doctrina que mana del pecho del esposo, se queda estupefacta de admiración, pues le ve incomparablemente superior a la otra que, antes de la venida del esposo, la había alegrado como vino espiritual que le servían los santos padres y los profetas, los cuales también plantaron esta clase de viñas, como Noé, el primero (23), e Isaías en un fértil recuesto (24), y las cultivaron. Por eso ahora ella, al ver cuán grande era en el esposo la preeminencia de sus pensamientos y de su ciencia, y que de él emana una doctrina muchísimo más perfecta que la existente entre los antiguos, dice: Son tus pechos mejores que el vino (25), es decir, mejores que aquella doctrina con que me alegraban los antiguos. Sin duda hemos de entender que de este vino de los antiguos habla el Eclesiastés cuando dice: Dije yo en mi corazón: Ven, y te probaré en la alegría; mira, en el bien (26), y hablando de las viñas, dice nuevamente el mismo Eclesiastés: Engrandecí mi obra, me construí casas, me planté viñas y me hice huertos y jardines, etc. (27). Por otra parte, hay también algunos servidores de esta mística viña que se llama escanciadores, y por eso dice también: Y me hice con cantores y cantoras para delicia de los hijos de los hombres, con escanciadores y escanciadoras (28). Mira pues si, tanto aquí como en otros pasajes, podríamos entender que el Salvador mezcla con el vino añejo el nuevo que mana caudaloso de sus pechos (29), cuando María y José que le buscaban lo encontraron en el templo sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles, ante el pasmo de todos por sus respuestas (30). Pero quizá también el objeto de esta imagen se cumplió cuando, subido en el monte, enseñaba a las gentes (31) y decía: Se dijo a los antiguos: No matarás; mas yo os digo:Cualquiera que se enoje sin razón con su hermano será culpable (32). y también: Se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio; mas yo os digo: cualquiera que mire a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón (33). Por consiguiente, en la medida en que esta su doctrina sobrepuja a la antigua, así la esposa entiende y declara que sus pechos son mejores que el vino. Pero no menos se refiere a lo mismo el hecho de que el Hijo del hombre sea llamado comilón y bebedor, cuando dice: ¡Vaya un comilón y un bebedor de vino! (34). Y tal fue, creo, el vino aquel de Cana de Galilea que se estaba bebiendo en un banquete de bodas: cuando éste se acabó, Jesús hizo otro vino del que el maestresala atestiguó que era muy bueno y mucho más excelente que el vino ya agotado: Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el inferior; tú en cambio has guardado el buen vino hasta ahora (35).

Por lo que atañe a Salomón, al que tanto admiró la reina de Saba por la sabiduría que había recibido de Dios, y que vino para ponerlo a prueba con sus preguntas, escucha también a la Escritura cuando refiere en qué cosas centró su admiración dicha reina: Y vio la reina de Saba toda la sabiduría de Salomón y la casa que habla edificado, los manjares de su mesa, el asiento de sus siervos, el porte de los que le servían y sus vestidos, sus escanciadores y los holocaustos que ofrecía en la casa de Dios, y quedó pasmada... (36). Advierte, pues, en este pasaje cómo la que viniera desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón (37) admira también, entre otras cosas, los manjares de su mesa y los escanciadores de vino, y se dice que, por ello, quedó pasmada. Pero no sé yo si nosotros podemos pensar que una reina que había venido de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón fuera tan inepta, que admirase los manjares corporales, el vino corriente y los coperos sirviendo al rey, pues ¿qué podría parecer a la reina digno de admiración en todo eso, que es común a casi todos los hombres? Sin embargo, a mí me parece que admiró los manjares de su doctrina y el vino de los pensamientos que él predicaba, gracias a la sabiduría divina (38). Este era también el vino al que se refiere Jeremías hablando de los hijos de Jonadab, hijo de Recab: en el tiempo en que los pecados del pueblo estaban en toda su fuerza y amenazaba la cautividad por causa de la iniquidad de la gente, fueron ellos invitados a beber vino, pero respondieron que su padre Jonadab les había mandado que jamás bebieran vino, ni ellos ni sus hijos, y que no edificaran casas ni sembraran simientes ni plantaran viñas, sino que toda su vida habitaran en tiendas. Y Dios los aplaudió, porque habían guardado el mandato de su padre y no habían querido beber vino (39). Y es que entonces, por causa de los pecados y la maldad del pueblo, su cepa era de la vid de Sodoma, y sus pámpanos, de Gomorra; sus uvas, uvas de ira, y sus racimos, amargos: ponzoñas de áspides y veneno de víboras era su vino (40). Por esta razón, pues se considera dignos de alabanza a los hijos de Jonadab: rehusaron aceptar y beber semejante vino, es decir, los pensamientos envenenados y ajenos a la fe de Dios. Y quizá también por eso mismo hirió Dios las viñas de los egipcios, como está escrito en el salmo (41), para que no produjeran tal vino. Por consiguiente, si hemos comprendido las diferencias del vino y hemos reconocido que corresponden a la diversidad de las doctrinas, entonces, en lo que dice la esposa: Porque son tus pechos mejores que el vino (42), por vino entendamos en todo caso el buen vino, no el malo, pues, de hecho, las doctrinas del esposo se prefieren en su comparación con las doctrinas buenas, no con las malas.

Efectivamente, el buen vino lo había gustado antes en la ley y en los profetas, y con él la esposa se había como predispuesto a recibir la alegría del corazón y a prepararse de tal modo que pudiera ganarse también la que había de venirle por los pechos mismos del esposo, una doctrina que a todas supera en excelencia, y por eso dice: Son tus pechos mejores que el vino (43). Y veamos si todavía podemos adaptar a esta idea aquella parábola del Evangelio que dice: El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo; si un hombre lo encuentra, vuelve a esconderlo y, de la alegría que tiene, va y vende todo lo que posee y compra el campo aquel (44). El tesoro, pues, no está escondido en algún lugar desierto, ni en los bosques, sino en un campo labrantío. En todo caso es posible que dicho campo tuviera también viñas, para producir vino, y que además tuviera el tesoro a causa del cual quien lo halló vende todo y compra aquel campo. Por eso el comprador del campo puede decir que es bueno el tesoro que está en el campo, más que el vino que hay en él. Y por lo mismo es bueno también el esposo y buenos los pechos del esposo, que están como tesoro escondido en la ley y en los profetas, mejores que el vino que hay en estos, es decir, mejores que la doctrina manifiesta y que alegra a quienes la escuchan (45).Buenos son, pues, los pechos del esposo: en él, efectivamente, hay escondidos tesoros de sabiduría y de ciencia, los cuales, cuando hayan sido descubiertos y revelados a los ojos de la esposa, le parecerán incomparablemente más excelentes que lo fuera antes este vino de la ley y de los profetas.

Ahora bien, si además, en virtud de la tercera interpretación, hemos de referir este pasaje al alma perfecta y al Verbo de Dios, podemos decir que, mientras uno es párvulo (46) y todavía no se ha consagrado por entero a Dios, bebe el vino que produce aquel campo que tiene también escondido dentro de sí un tesoro, y al beber, se alegra con ese vino (47). Pero, cuando se haya consagrado y ofrendado a Dios y se haya convertido en nazir (48), haya encontrado el tesoro escondido y haya llegado a los pechos mismos y fuentes del Verbo de Dios, entonces jamás beberá ya vino ni licor (49), y dirá al mismo Verbo de Dios, refiriéndose a estos tesoros de ciencia y sabiduria (50) que están escondidos en él: Porque son tus pechos mejores que el vino (51).

Están, por otra parte, los perfumes del esposo, con cuya fragancia se deleita la esposa, que dice: El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas (52). Son los aromas una especie de perfumes. La esposa, por su parte, ha usado ya y conocido algunos aromas, es decir, las palabras de la ley y de los profetas, con las cuales, sin embargo, antes de venir al esposo, ella se había instruido, aunque moderadamente, y se había ejercitado en el culto de Dios, obrando todavía como niña y bajo tutores, administradores y pedagogos (53), Pues la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo (54). Todos éstos eran los aromas con que la esposa parecía nutrirse y prepararse para su esposo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos y ella creció y el Padre envió a su Unigénito, ungido por el Espíritu Santo, a este mundo, la esposa aspiró la fragancia del perfume divino y, percibiendo que todos los aromas que antes había usado eran con mucho inferiores en comparación con la suavidad de este nuevo y celestial perfume, dice: El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas (55). Ahora bien, el mismo Cristo es llamado, no sólo esposo, sino también pontifice (56): pontífice, en cuanto que es mediador entre Dios, el hombre (57) y toda creatura, por la cual se hizo propiciación ofreciéndose a sí mismo como victima por los pecados del mundo (58); y esposo, en cuanto que se une a la Iglesia que no tiene mancha ni arruga ni cosa parecida (59). Considera, pues, si aquel perfume pontifical del que en el Éxodo se manda que se confeccione con arte de perfumista (60), no está acaso en relación con este otro perfume que ahora la esposa percibe y admira: al ver que aquellos aromas de que se componía el perfume con que fue ungido Aarón eran terrenales y de materia corporal, y que en cambio este perfume con que ahora ve ungido al esposo es espiritual y celestial, justamente dice: Y el olor de tus perfumes, superior a todos los aromase (61). Veamos, pues, cómo está compuesto aquel perfume Y habló el Señor a Moisés, diciendo: Toma flor de mirra escogida, (500) siclos; de cinamomo oloroso, (260) siclos; de caña suave, (250) siclos; de casia, (500) siclos (según el siclo del santuario), y de aceite de oliva un hin; y harás el óleo de la unción sagrada según el arte del perfumista (62). Ciertamente la esposa había oído que estos pormenores estaban consignados en la ley, pero es ahora cuando comprende su razón y su verdad. Mira, pues, cómo esos cuatro ingredientes del susodicho perfume representaban la encarnación del Verbo de Dios, pues éste tomó un cuerpo compuesto de cuatro elementos (63). En este cuerpo, la mirra aquella indicaba su muerte (64), la que asumió, ya como pontífice por el pueblo, ya como esposo por la esposa. Ahora bien, el hecho de que no estuviera escrito simplemente mirra, sino flor de mirra escogida, indicaba, no sólo su muerte, sino también que él seria el primogénito de los muertos (65) y que cuantos fueren plantados juntamente con él por la semejanza de su muerte (66) habían de ser, no sólo llamados, sino también escogidos (67). En cuanto al cinamomo, se le llama inmaculado indudablemente por causa de la Iglesia, que él purificó mediante el baño del agua y que hizo inmaculada, sin mancha ni arruga ni cosa parecida (68). Pero además se utiliza la caña, porque su lengua es también caña de escribano que escribe ágilmente (69): con el matiz de la suavidad, indica la gracia de la doctrina. También se añade la casia, que, según dicen, da calor y abrasa en sumo grado: con ella se da a entender, ya el ardor del Espíritu Santo, ya el del juicio futuro por medio del fuego. Por lo que hace a los números 500 y 250, el primero simboliza místicamente los cinco sentidos de Cristo centuplicados en su perfección, y el segundo—el número del perdón (70), el 50 multiplicado por cinco—significa el perdón de los pecados otorgado por medio de él. Ahora bien, todos estos ingredientes se mezclan en el aceite puro, con lo cual se da a entender que sólo por misericordia ocurrió que el que era de condición divina tomara la condición de esclavo (71), o bien que todos los elementos que en Cristo habían sido tomados de la substancia material, por la acción del Espíritu Santo fueron reducidos a la unidad y a la única forma que se convirtió en la persona del mediador. Por esa razón aquel aceite material no podía llamarse de ninguna manera óleo de alegria (72). En cambio, este otro aceite, es decir el perfume del Espíritu Santo con el que fue ungido Cristo y cuyo olor percibe ahora y admira la esposa, con toda razón se llama óleo de alegría, pues el gozo es fruto del espíritu (73): con este óleo ungió Dios al que amó la justicia y odió la impiedad (74). Por eso mismo se dice que el Señor su Dios le ha ungido con óleo de alegría más que a sus compañeros (75). Y de ahí también que el olor de sus perfumes sea superior al de todos los aromas (76).

Por otra parte, nos servimos de semejante interpretación incluso si trasladamos este discurso y lo aplicamos a cada alma que vive en el amor y deseo del Verbo de Dios y que ha ido recorriendo, por su orden, todas las doctrinas en las que se ejercitó y se instruyó antes de conocer al Verbo de Dios y que provenían, bien de las escuelas de moral, bien de las escuelas de filosofía de la naturaleza. Indudablemente, para ella estas doctrinas eran en cierta manera aromas; porque en las unas se consigue una instrucción estimable y la enmienda de las costumbres, y en las otras se descubre la vanidad del mundo y se desdeñan las falsas maravillas de las cosas caducas (77). Por tal razón todas esas doctrinas eran como aromas y olores, perfumes del alma. Pero, cuando uno ha llegado a la ciencia de los misterios y de las doctrinas divinas; cuando se ha acercado a las puertas de la sabiduría misma, y no de la sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que se van consumiendo, sino de la misma sabiduría de Dios, de la que se habla entre los perfectos (78); cuando se reveló a los hijos de los hombres el misterio que habían ignorado las generaciones precedentes; cuando, repito, el alma se eleva al conocimiento de secreto tan grande, entonces dice con toda razón: El olor de tus perfumes —es decir, el conocimiento espiritual y místico— es superior a todos los aromas— es decir, a la filosofía moral y a la de la naturaleza (79).

Sin embargo no pasemos por alto el hecho de que en algunos ejemplares, en vez de la lectura: Porque son tus pechos mejores que el vino (80), hemos hallado escrito: Porque son tus palabras mejores que el vino; pues bien, a pesar de que esto tiene el mismo significado, aunque más claro, eso sí, que lo expuesto por nosotros desde la interpretación espiritual, no obstante, conservamos en todo la versión de los LXX, pues estamos ciertos de que el Espíritu Santo quiso que en las divinas Escrituras la naturaleza de los misterios estuviera encubierta y no expuesta abiertamente y a la vista de todo (81).

Perfume derramado es tu nombre, por eso las doncellas te amaron y te atrajeron en pos de sí. Correremos al olor de tus perfumes (Ct 1,3-4).

En este pasaje ocurre que la interpretación histórica es precisamente la misma que en los anteriores, hasta que se dé un cambio de personaje: Indudablemente así lo exige el orden del drama, que nosotros hemos aceptado en esta exposición.

Realmente en estas palabras se puede ver una profecía avanzada por el personaje de la esposa acerca de Cristo, en el sentido de que, en la venida de nuestro Señor y Salvador, su nombre alcanzaría tal difusión por toda la tierra y por el mundo entero, que un delicado olor sería percibido en todo lugar, como dijo también el Apóstol: Pues nosotros somos el buen olor de Cristo en todas partes; para los unos, olor que de la muerte lleva a la muerte; para los otros, olor que de la vida lleva a la vida (83). Evidentemente, si hubiera sido para todos olor de vida que lleva a la vida, con seguridad hubiera dicho también aquí: Todos te amaron y te atrajeron a sí. Sin embargo dice: Cuando tu nombre se hizo perfume derramado, te amaron, no aquellas almas añosas y revestidas del hombre viejo, ni las llenas de arrugas y de manchas (84), sino las doncellas, esto es, las almas que están creciendo en edad y en belleza, que cambian constantemente y de día en día se van renovando y se revisten del hombre nuevo que fue creado según Dios (85). Pues bien, por causa de estas almas doncellas y en pleno crecimiento y progreso de la vida, se anonadó (86) aquel que tenía la condición de Dios, a fin de que su nombre se convirtiera en perfume derramado (87), de modo que el Verbo no siguiera habitando únicamente en una luz inaccesible ni permaneciera en su condición divina (88), sino que se hiciera carne (89), para que estas almas doncellas y en pleno crecimiento y progreso no sólo pudieran amarlo, sino también atraerlo hacia sí. Efectivamente, cada alma atrae y toma para sí al Verbo de Dios según el grado de su capacidad y de su fe. Ahora bien, cuando las almas hayan atraído a si al Verbo de Dios y lo hayan introducido en sus sentidos y en sus inteligencias y hayan sentido la suavidad de su encanto y de su olor; cuando hayan percibido la fragancia de sus perfumes, a saber: cuando hayan conocido la razón de su venida, las causas de la redención y de la pasión y el amor que movió al inmortal a llegar hasta la muerte de cruz por salvar a todos (90), estimuladas por todo esto como por el olor de un perfume inefable y divino, las doncellas, esto es, las almas llenas de fuerza y de vivo entusiasmo, corren en pos de él y al olor de su fragancia, y no despacio y con paso tardo, sino apresurándose con veloz carrera y total diligencia, como aquel que decía: Corro de modo que alcance el premio (91). Sin embargo, en cuanto al pasaje: Perfume derramado es tu nombre, por eso las doncellas te amaron y te atrajeron en pos de sí. Correremos al olor de tus perfumes (92): Atraen a Cristo hacia si las doncellas si verdaderamente se entiende de la Iglesia, que, por ser perfecta, es una. Las doncellas, en cambio, son muchas, porque todavía se están instruyendo y van progresando (93). Por eso éstas atraen a Cristo mediante la fe, porque Cristo, cuando ve a dos o tres reunidos en la fe de su nombre, allá va y está en medio de ellos (94), atraído por su fe e incitado por su unanimidad.

Pero si, por la tercera interpretación, conviene entender este pasaje del alma que sigue al Verbo de Dios, cualquier alma que primeramente se haya instruido en las cuestiones morales y luego se haya ejercitado también en las de la naturaleza, gracias a todo cuanto arriba dijimos que en esta disciplina se enseña: enmienda de las costumbres, conocimiento de las cosas y disciplina integra, un alma tal atrae a si al Verbo de Dios, y él se deja atraer de buena gana, pues viene con grandísimo placer a las almas instruidas, y con gran condescendencia acepta y bondadosamente concede que ellas le atraigan. Por cierto, me pregunto: si sólo su nombre, por haberse hecho perfume derramado, ha podido obrar tanto y estimular a las doncellas de tal manera que primero le atraen a si y cuando ya lo tienen con ellas perciben el olor de sus perfumes y al punto se lanzan a correr en pos de él; repito: si todo esto lo ha realizado sólo con su nombre, ¿qué piensas que hará con su misma substancia? ¿Qué fuerza y qué vigor no recibirán de ella estas doncellas, si alguna vez pueden de algún modo llegar a su misma substancia incomparable e inefable? Tengo para mí que, si alguna vez llega a esto, ya no caminarán ni correrán, sino que, encadenadas por su amor, estarán amarradas a él, de modo que no haya en ellas lugar ya para la movilidad, sino que serán un solo espíritu con él (95) y se cumplirá en ellas lo que está escrito: Como tú, Padre, en mi y yo en ti, que también éstos sean uno en nosotros (96).

Ahora, sin embargo, en el entretanto y por lo que parece, la esposa, con muchas doncellas unidas a ella— innumerables, dice luego (97)—recuerda que, prisionera de un solo sentido, esto es, solamente del olfato, corre al olor de los perfumes del esposo, ya sea porque ella misma necesita correr y progresar todavía, ya sea porque, aunque ella sea perfecta, por esas doncellas que aún necesitan correr y progresar, declara que también ella corre (98), lo mismo que aquel que, sin estar él personalmente bajo la ley, se pone bajo la ley, para ganar a los que están bajo la ley; más todavía, aún estando bajo la ley de Cristo, sin embargo, por los que no tienen ley, él mismo se hace sin ley, con tal de salvar a los que están sin ley (99). Y esto ocurre, como dijimos, cuando esas almas todavía no han percibido más que su olor. ¿Qué piensas que harán cuando el Verbo de Dios haya ocupado también su oído, su vista, su tacto y su gusto, y haya proporcionado a cada uno de los sentidos facultades emanadas de él y apropiadas a la naturaleza y capacidad de aquellas? Así el ojo, en cuanto logre ver su gloria, gloria como del Unigénito del Padre (100), ya no querrá en adelante ver ninguna otra cosa, ni el oído oir a nadie, sino al Verbo de vida y de salvación (101). Ni la mano que haya tocado al Verbo de vida (102) tocará ya nada material, frágil o caduco, ni el gusto, cuando haya gustado la bondad del Verbo de Dios, su carne y el pan que baja del cielo (103), soportará ya el gustar otra cosa, después de esto. El hecho es que, en comparación con la dulzura y suavidad del Verbo, cualquier otro sabor le parecerá áspero y amargo, y por ello sólo de él se alimentará. En él, efectivamente, hallará toda la suavidad que pueda desear, pues se adapta y acomoda a todo. Así, para quienes son reengendrados de semilla incorruptible, se convierte en leche espiritual y sin engaño (104); en cambio, para los que flaquean en algo, se ofrece como verdura (105), conforme el amor y gracia de su hospitalidad; y para quienes, por su capacidad de recibir, tienen los sentidos ejercitados en discernir el bien y el mal, se presenta como manjar sólido (106). Si, finalmente, hay algunos que salieron de Egipto y, en seguimiento de la columna de fuego y de la nube, llegaron al desierto, baja él del cielo hasta ellos y les ofrece un manjar menudo y sutil, parecido al angélico, de suerte que el hombre puede comer el pan de los ángeles (107). Tiene además en sí mismo otras innumerables diferencias de manjares que nadie podrá comprender mientras esté revestido de piel, carne y nervios (108). Sin embargo, quien fuere digno de morir y estar con Cristo (109) y quien, por ser hallado fiel en lo poco, fuere puesto al frente de lo mucho (110), éste gustará y penetrará en el goce del Señor (111), conducido a un lugar que, por la abundancia y la variedad de tales manjares, recibe el nombre de lugar de delicias (112). Por eso también se dice que es puesto en el Edén, que indica las delicias. Allí, efectivamente, se le dice: Deléitate en el Señor (113). Pero no se deleitará con un solo sentido, el de comer y gustar, sino también con el oído, con la vista, con el tacto y con el olfato, pues correrá al olor de su perfume. Y así se deleitará con todos sus sentidos en el Verbo de Dios el que haya llegado a la cima de la perfección y de la dicha.

De ahí que nosotros, al estar en estos lugares de acá, roguemos encarecidamente a nuestros oyentes que mortifiquen los sentidos carnales, para que nada de cuanto decimos lo entiendan según las pasiones corporales, sino que, para comprenderlo, utilicen aquellos sentidos más divinos del hombre interior, como nos enseña Salomón cuando dice: Entonces hallarás un sentido divino (114); y también como Pablo escribe a los Hebreos acerca de los perfectos—según recordamos arriba—que tienen sus sentidos ejercitados en discernir el bien y el mal (115), con lo cual mostraba que en el hombre hay, además de estos cinco sentidos corporales, otros tantos que deben buscarse con el ejercicio y que decimos estar ejercitando cuando, por ejemplo, examinamos el significado de las cosas con una penetración más sutil (116). Indudablemente no se ha de escuchar a la ligera y por simple gusto lo que el Apóstol dice de los perfectos: que tienen sus sentidos ejercitados en discernir el bien y el mal. Para que esto quede más claro, tomemos un ejemplo de estos sentidos corporales y así, finalmente, pasaremos en seguida a los sentidos divinos que la Escritura llama sentidos del hombre interior. Efectivamente, si el ojo corporal ejercita la vista y ningún obstáculo se lo impide, entonces capta íntegramente y sin engañarse no sólo los colores, sino también el tamaño y las cualidades de los cuerpos. En cambio, si la vista queda impedida por un enturbiamiento o por cualquier otra debilidad y toma por rojo lo blanco y por verde lo negro, y piensa que algo está derecho cuando realmente se ha encorvado y torcido, entonces indudablemente el juicio de la mente se verá perturbado y la acción lo acusará. De modo parecido, si la vista interior no se ejercita por la instrucción y la actividad para, a fuerza de práctica, ser capaz de discernir el bien y el mal, sino que la ignorancia y la torpeza caen como una niebla en los ojos, o bien aparece en éstos una enfermedad de resultas de algún vicio, como en los ciegos por causa de sus desenfrenos, de ninguna manera podrá ver la distinción entre el bien y el mal, y, en consecuencia, ocurrirá que obrará el mal en vez del bien y despreciará el bien en lugar del mal. Conforme a este ejemplo de la vista del cuerpo y del alma que acabamos de tratar, si vas también aplicando a los sentidos del alma lo que corresponde a los sentidos corporales del oído, del gusto, del olfato y del tacto, sobre todo en lo tocante a las facultades más peculiares de cada uno, a buen seguro conocerás claramente en qué se debe ejercitar y cómo se debe enmendar cada sentido.

Todo esto, sin embargo, lo hemos expuesto en una digresión algo más amplia, porque queríamos demostrar que el olfato de la esposa y de las doncellas, con el que perciben el olor del perfume del esposo, no se refiere al sentido corporal, sino al olor divino del que también llamamos hombre interior. Así pues, este sentido del olfato, cuando en un hombre está sano e íntegro, una vez percibido el olor de Cristo, conduce de la vida a la vida. En cambio, si no está sano, una vez percibido ese olor precipita de la muerte en la muerte, según aquello que decía: Porque somos el buen olor de Cristo; para unos, ciertamente, olor de vida que conduce a la vida; para otros, en cambio, olor de muerte que conduce a la muerte (117). Por último, también los conocedores de las hierbas y peritos en perfumes refieren que existen perfumes cuyo olor es tal que, si algunos animales lo perciben, enseguida mueren, mientras que otros, por el contrario, con ese mismo olor se restablecen y reviven.

También ahora, en estas mismas interpretaciones y pláticas que nos ocupan, parece que unos tengan vida de vida; otros en cambio, muerte de muerte. Efectivamente, si escucha esta interpretación el que llamamos hombre animal, que es incapaz de percibir y entender las cosas del espíritu de Dios (118), sin duda alguna se burlará y afirmará que son cosa boba y vacua y que estamos tratando de sueños en vez de las causas de las cosas y de la doctrina divina. Para estos, pues, el olor este del Cantar de los Cantares conduce de la muerte a la muerte, a saber, de la muerte de la infidelidad a la muerte del juicio y de la condena. Sin embargo, los que siguen el sentido espiritual y sutil y entienden que hay más verdad en las cosas que no se ven que en las que se ven (119), y que ante Dios se consideran más verdaderas las realidades invisibles y espirituales que las visibles y corporales, éstos decidirán sin la menor vacilación que deben hacer suya, y seguir, esa interpretación. Reconocen, efectivamente, que tal es el camino para comprender la verdad, por el que se llega hasta Dios. Ahora bien, si verdaderamente es ajeno a la fe el que juzga tontas y risibles estas cosas, nada tiene de extraño. Pero, si es uno de los que parecen creer y aceptar la autoridad de las Escrituras y, sin embargo, no acepta esta clase de interpretación espiritual, sino que se mofa de ella y la critica (120), intentaremos instruirle y convencerle, partiendo de otros lugares de las Escrituras, por si de esta manera puede recobrar el buen sentido. Le diremos cosas por el estilo de lo que sigue. Está escrito: El precepto del Señor es lúcido y alumbra los ojos (121); dígannos, pues, qué ojos son los que alumbra la luz del precepto. Y nuevamente: El que tenga oídos para oir, que oiga (122). ¿Qué oídos son éstos, pues sólo el que los tiene, sólo él, se dice que oye las palabras de Cristo? Y además: Pues somos el buen olor de Cristo (123). Y en otro lugar: Gustad y ved qué bueno es el Señor (124). ¿Y qué dice el otro? Lo que tocaron nuestras manos del Verbo de la vida (125). ¿Piensas que con todos estos pasajes no se sentirá sacudido, de modo que se dé cuenta de que todo eso no se dijo de los sentidos corporales, sino de los que, según hemos enseñado, se encuentran en el hombre interior de cada uno (126)? ¡A no ser que el tal esté obrando por puro vicio pendenciero y de jactancia! En ese caso, como quiera que dichos vicios son causa de que la vista interior se ciegue, el olfato se cierre y el oído se endurezca, es natural que no pueda ver ni oir lo espiritual ni tampoco percibir este olor de Cristo, al contrario de estas doncellas que ahora, por tener este sentido bien sano y vigoroso, no bien lo perciben, corren tras él al olor de sus perfumes y, al correr, no desfallecen ni se fatigan, puesto que están en plena forma, reanimadas constantemente por la suavidad del olor mismo que de la vida conduce a la vida.

Todavía puede interpretarse del modo siguiente también el pasaje que dice: Perfume desvanecido (127) es tu nombre, por eso las doncellas te amaron (128). El Hijo unigénito de Dios, siendo de condición divina, se anonadó y tomó la condición de esclavo (129). Se anonadó, indudablemente, desde la plenitud en que estaba. Por eso, quienes dicen que de su plenitud hemos recibido todos nosotros (130) son las doncellas mismas, las cuales, al recibir de aquella plenitud de la que él se anonadó—por lo que su nombre se convirtió en perfume desvanecido—dicen: En pos de ti correremos al olor de tus perfumes (131). Efectivamente, si no hubiera hecho desvanecerse el perfume, esto es, la plenitud del espíritu divino (132), y no se hubiera humillado hasta la condición de esclavo, nadie hubiera podido acogerlo en aquella plenitud de divinidad, a no ser, quizá, únicamente la esposa, puesto que parece indicar que este perfume desvanecido fue causa de amor, no en ella, sino en las doncellas (133), pues dice así: Perfume desvanecido es tu nombre, por eso las doncellas te amaron (134). Como si dijera: Las doncellas, es cierto, te han amado porque te anonadaste vaciándote de la condición divina y tu nombre se convirtió en perfume desvanecido; yo en cambio te amé, no por el perfume desvanecido, sino por la misma plenitud de tus perfumes. Esto es lo que indica en el lugar donde dice: El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas (135). En cuanto al hecho cierto de decir ella misma que también correrá tras él con las doncellas, digo que tiene por causa lo siguiente: Cada perfecto se hace todo para todos, para ganarse a todos (136), como explicamos más arriba (137).

El rey me introdujo en su cámara del tesoro; exultemos y alegrémonos en ti

(Ct 1,4).

Después de haber indicado la esposa al esposo que las doncellas, prendidas de su olor, correrían en pos de él y que ella misma correría con ellas, para darles ejemplo en todo, ahora, como si ya hubiera alcanzado el premio por haber corrido junto con las que corrían, dice que el rey la ha introducido en su cámara del tesoro, para que en ella viera todas las reales riquezas. Y tiene absoluta razón de alegrarse y exultar por ello, como es natural en quien podía ya ver los secretos y misterios del rey. Esta es, siguiendo el orden propuesto del drama, la interpretación literal.

Mas, como quiera que la realidad de que se trata es la Iglesia que viene a Cristo o el alma unida al Verbo de Dios, ¿qué otra cosa hemos de pensar que es la cámara del tesoro de Cristo y el depósito de Dios en que Cristo introduce a la Iglesia o al alma que le está unida, sino su mismo sentido secreto y recóndito, del que ya Pablo decía: Pero nosotros poseemos el sentido fiara conocer lo que Dios nos ha dador? (138) Es esto lo que ni el ojo vio ni el oído oyó ni subió al corazón del hombre, lo que Dios preparó para los que le aman (139). Por tanto, cuando Cristo introduce a un alma en la inteligencia de su sentido, entonces esa alma se dice introducida en la cámara del tesoro del rey, donde están ocultos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia (140). Con todo, puede parecer algo sin importancia el que, habiendo podido decir: Me introdujo mi esposo o mi amado o algo parecido, como acostumbra, ahora, porque iba a nombrar la cámara del tesoro, dijera cámara del tesoro del rey, en vez de poner cualquier otro nombre por el que, acaso, pudiera entenderse alguien de condición modesta. Sin embargo, yo creo que en este pasaje se nombra al rey porque se quiere hacer ver, por este nombre, que la cámara del tesoro es riquísima, como del rey, y está repleta de grandes, inmensas riquezas. Para decirlo todo, tengo para mí que cerca de este rey estuvo también aquel que dijo haber sido arrebatado hasta el tercer cielo y de allí al paraíso, y haber oído palabras inefables que el hombre no puede pronunciar (141). Efectivamente, ¿Qué palabras crees que son las que oyó? ¿No las oyó del rey? ¿No las oyó en la cámara del tesoro o cerca de ella? Y esas palabras, creo, eran tales que le exhortarían a un mayor progreso y le prometerían que, si perseveraba hasta el fin, también él podría entrar en la cámara del tesoro, según lo que, también por medio del profeta, se promete: Te daré los tesoros ocultos, escondidos, invisibles. Te los abriré, para que sepas que yo soy el Señor tu Dios, el que te llamó por tu nombre, el Dios de Israel (142).

Corren, pues, las doncellas en pos de él y a su olor, cada cual según sus fuerzas, una más rauda, otra algo más tarda, otra aún más lenta que el resto, en el último lugar, y otra en el primero. Sin embargo, todas corren, aunque sólo una es perfecta: la que corre de modo que llega y recibe sola el premio. Una sola es, en efecto, la que dice: El rey me introdujo en su cámara del tesoro (143), mientras que antes había dicho, no de ella sola, sino de muchas: Correremos en pos de ti, al olor de tus perfumes (144). Es, pues, introducida en la cámara del tesoro del rey y se convierte en reina, y ella es de la que se dice: Está la reina a tu derecha, con vestido dorado, envuelta en bordado (145). En cambio, de las doncellas que habían corrido tras ella y que se había rezagado en la carrera a bastante distancia, se dice: Serán llevadas al rey las vírgenes tras ella; sus compañeras te serán traídas a ti; serán traídas entre alegría y algazara; serán introducidas en el palacio real (146). Pero respecto de esto, debemos también advertir que, así como el rey tiene una cámara del tesoro en la que introduce a la reina y esposa suya, así también la esposa tiene su propia cámara del tesoro y, cuando entra en ella, el Verbo de Dios la invita a cerrar la puerta, y, con todas aquellas sus riquezas ya a buen recaudo en la cámara, a orar al que ve en lo oculto (147) y mira cuántas riquezas, esto es, virtudes del alma, ha acumulado la esposa en su cámara del tesoro, y así, al ver sus riquezas, acceda a sus peticiones, porque a todo el que tenga, se le dará (148). Por otra parte, en cuanto a lo que dice: Exultemos y alegrémonos en ti (149), parece dicho en representación de las doncellas que anhelan y piden al esposo que, así como la esposa ha conseguido la perfección y por ello exulta, así ellas también merezcan cumplir su carrera y llegar hasta la cámara del tesoro del rey, para, tras haber visto y contemplado todas las cosas de que la esposa se gloría, exultar ellas también como ella y alegrarse en él. O bien puede entenderse como dicho a la esposa por las doncellas, que la felicitan y prometen, a la vez que la piden, participar en su gozo y en su alegría.

Amaremos tus pechos más que el vino

(Ct 1,4).

La esposa, ciertamente, después de haber merecido recibir los besos de la boca misma del esposo y disfrutar de sus pechos, le dice: Son tus pechos mejores que el vino (150). Pero las doncellas, por su parte, no han llegado todavía a tal grado de felicidad ni han alcanzado la cima de la perfección ni han producido en sus costumbres ni en sus obras los frutos del verdadero amor, de suerte que, como experimentadas en los pechos del esposo, pudieran decir que éstos son buenos. Por eso, al ver a la esposa deleitarse y reponerse en los pechos del esposo—es decir, en las fuentes de la sabiduría y de la ciencia, que fluyen de sus pechos—tomando copas de celeste doctrina, como imitadores de su perfección y deseando caminar sobre sus mismas huellas, prometen y dicen: Amaremos tus pechos más que el vino (151), esto es: Nosotras, ciertamente, no hemos alcanzado aún tal grado de perfección que podamos desear tus palabras más que el vino (o bien, tus pechos, que superan al vino, pues ambos sentidos parece tener), pero, como doncellas que somos, abrigamos la esperanza de seguir progresando hasta la edad en que podamos, no sólo mantenernos y alimentarnos de los pechos del Verbo de Dios, sino también amar al que alimenta. Ahora bien, como ya hemos dicho con frecuencia, estas doncellas son las almas que aparecen instruidas en los primeros conocimientos, válidos para el principiante, y alegradas como por cierto vino, a saber, por la educación de los tutores, curadores y pedagogos (152), pues son menores, y aunque tiene ciertamente capacidad para amar el vino, sin embargo no están aún en edad de poder ser impulsadas y excitadas por el amor de los pechos del esposo. Pero, cuando vino la plenitud de los tiempos y Cristo progresó en ellas en edad y en sabiduria (153) y comenzaron a sentir qué son los pechos del esposo y qué perfección del Verbo de Dios y qué plenitud de doctrina espiritual se significa con ellos, entonces también ellas prometen que amarán los pechos más que el vino que, como menores, beben ahora; es decir, que se inclinarán hacia la doctrina de Cristo, perfecta y determinada con toda plenitud, mucho más de lo que antes parecían estarlo ya respecto de las doctrinas comunes y de las enseñanzas de la ley y de los profetas.

La equidad te ha amado

(Ct 1,4).

También esto me parece que lo han pronunciado las doncellas, como excusándose de haber prometido amar los pechos del esposo más que el vino y de no amarle ya en la presente ni mostrar integra la fuerza del amor. Es, pues, ésta una expresión de quienes se acusan a si mismas: como si no hubieran desechado aún toda iniquidad ni hubieran llegado a la equidad, para poder ya amar los pechos del esposo más que el vino, aun a sabiendas de que es ilógico que queden todavía restos de iniquidad en quien ha llegado a la perfección de la doctrina espiritual y mística. Por consiguiente, dado que la cima de la perfección consiste en el amor (154) y que el amor no admite iniquidad alguna, y allí donde no hay ni rastro de iniquidad, allí está, indudablemente, la equidad, con toda razón se dice que la equidad ama al esposo. Y mira si no parece también ser éste el motivo de haber dicho el Salvador en el Evangelio: Si me amáis, guardad mis mandamientos (155). Entonces, si quien ama a Cristo guarda sus mandamientos, no hay en él la menor iniquidad, sino que en él habita la equidad: Es, pues, la equidad la que guarda los mandamientos y ama a Cristo. Y a la inversa: si el que guarda los mandamientos es el mismo que ama a Cristo y, por otra parte, los mandamientos se guardan en la equidad, y la equidad es la que ama a Cristo, el que obra algo inicuo ni guarda los mandamientos ni ama a Cristo. Por tanto, ocurrirá que el grado de iniquidad que haya en nosotros marcará el grado de nuestro alejamiento del amor de Cristo y el de nuestra desobediencia a sus mandamientos. De ahí que podamos afirmar que la equidad es como una regla derecha: si hay en nosotros algo de iniquidad y aplicamos la equidad superponiéndola como regla rectilínea de los mandamientos de Dios, podremos ir cercenando cuanto haya de curvo y torcido en nosotros, de suerte que pueda también decirse de nosotros: La equidad te ha amado (156).

Por otra parte, podemos interpretarlo también en modo que la expresión: La equidad te ha amado equivalga a lo siguiente: la justicia te ha amado, y también la verdad y la sabiduría y la castidad y cada una de las virtudes. Y no te extrañes en absoluto, si decimos que son las virtudes las que aman a Cristo, pues en otros pasajes solemos entender a Cristo como substancia de las mismas virtudes. Esto lo hallarás con frecuencia en las divinas Escrituras acomodado a los lugares y a la oportunidad; de hecho, hallamos que a Cristo se le dice, no sólo justicia, sino también paz y verdad; una vez más se escribe en los Salmos: La justicia y la paz se besaron; y La verdad brotó de la tierra y la justicia miró desde el cielo (157). Se dice que él es todas esas virtudes, y a la inversa, que esas virtudes le besan. Pero también a una misma persona se la denomina esposo y a la vez esposa, según está escrito en el profeta: Como a esposo me impuso la diadema, y como a esposa me adornó con su aderezo (158).

.................................................
(1) Este particular no se deduce de una exégesis literal: en realidad Orígenes, incluso cuando interpreta literalmente, está a veces condicionado por la interpretación alegórica, constantemente presente en su mente.
(2) 1Tm 2,8
(3) Ct 1,2
(4) Col 1,15
(5) Ga 3,19
(6) Ct 1,2
(7) Is 33,22
(8) Ct 1,2
(9) Ps 118 Ps 132
(10) Ct 1,2
(11) Ct 1,2
(12) Ct 1,2
(13) Ct 1,2-3
(14) Mt 5,8
(15) Rm 10,10
(16) Jn 13,23
(17) Col 2,3
(18) Lv 10,14
(19)
(20) Mt 5,8
(21) Sobre el significado de místico, cf. la n. 2 del prólogo origeniano.
(22) Col 2,3
(23) Gn 9,20
(24) Is 5,1
(25) Ct 1,2
(26) Qo 2,1
(27) Qo 2,4
(28) Qo 2,8
(29) Este punto concreto sirve para poner de relieve, contra la división radical que los gnósticos habían introducido entre A.T. y N.T. la continuidad entre las dos economías. Pero Orígenes destaca también aquí abajo la superioridad de la nueva economía respecto de la antigua.
(30) Lc 2,46
(31) Mt 5,1
(32) Mt 5,21
(33) Mt 5,27
(34) Mt 11,19
(35) Jn 2 Jn 1
(36) 1R 10,1
(37) Lc 11,31
(38) Tenemos aquí un ejemplo característico de cómo Orígenes, entendiendo la interpretación literal en sentido muy rígido, la va forzando hasta hacerla aparecer insostenible: de esta manera puede insistir con más énfasis en la interpretación alegórica, la única, según él, que el pasaje en cuestión permite proponer.
(39) Jr 35,5
(40) Dt 32,32
(41) Ps 104,33
(42) Ct 1,2
(43) Ct 1,2
(44) Mt 13,44
(45) Es decir, el vino simboliza las expresiones de la ley y de los profetas, entendidas según el sentido literal; en cambio, los pechos del esposo simbolizan el sentido espiritual, contenido, debajo del literal en la ley y en los profetas y puesto de manifiesto gracias a la interpretación alegórica.
(46) He 5,13
(47) Respecto del alma particular, el vino simboliza lo que ésta logra obtener en la escuela de los filósofos paganos gracias a los dones naturales que Dios ha otorgado a cada alma: la ley natural, el libre albedrío, la razón, etc.
(45) Nb 6,3. Entre los hebreos, «nazir» era el que se consagraba de modo especial a Dios, y por eso seguía unas normas de conducta particulares. Para Orígenes, el nazir es símbolo del cristiano encaminado hacia la perfección.
(49) Lc 1,15
(50) Ct 2,3
(51) Ct 1,2
(52) Ct 1,3
(53) Ga 4,1
(54) Ga 3,24
(55) Ct 1,3
(56) Mt 9,15 He 6,20
(57) 1Tm 2,5
(58) 1Jn 2,2 Ep 5,2. Reasunción de la idea básica expuesta en la Carta a los Hebreos: en su acción mediadora entre el Padre y los hombres, Cristo fue anticipado simbólicamente por el sumo sacerdote hebreo, que ofrecía en el templo la victima por la purificación del pueblo. En su sacrificio redentor, en el que se ofrece a si mismo, Cristo es a la vez sacerdote y victima.
(59) Ep 5,27
(60) Ex 30,22
(61) Ct 1,3
(62) Ex 30,22
(63) Son los cuatro elementos fundamentales que, según la filosofía griega, constituyen el mundo: aire, agua, tierra y fuego. De ordinario, en Orígenes el número cuatro se interpreta con referencia a estos cuatro elementos. Recuérdese que la interpretación alegórica de corte alejandrino da gran importancia a la interpretación de los números, lo mismo que de los nombres propios; véase más abajo la interpretación de los números 5 y 50.
(64) En cuanto que la mirra era ingrediente básico del ungüento con que se ungía a los cadáveres.
(65) Col 1,18
(66) Rm 6,5
(67) Mt 22,14
(68) Ep 5,26-27
(69) Ps 44,2
(70) Orígenes relaciona sistemáticamente el número 5 con los cinco sentidos. El número 50 simboliza el perdón, por referencia al jubileo hebreo que justamente se celebraba cada 50 años: cf. Lv 25,10.
(71) Ph 2,6-7
(72) Ps 44,8
(73) CA 5,22
(74) Ps 44,8. Es decir, a Cristo encarnado, al que ordinariamente se refiere el salmo 44.
(75) Ibid.
(76) Ct 1,3
(77) Orígenes mantiene hacia la filosofía griega una actitud que no es de repulsa total ni de total aprobación: no se le oculta que tal filosofía ha difundido doctrinas claramente erróneas (v. gr., la metempsícosis, la doctrina de la eternidad del mundo), pero también está convencido de que puede resultar útil como instrucción propedéutica para el estudio sistemático de la Sagrada Escritura; más detalles en H. Crouzel, Origene et la philosophie, Paris 1962.
(78) 1Co 2,6
(79) Ct 1,3
(80) Ct 1 Ct 2
(81) La lección que Orígenes rechaza deriva en substancia de una interpretación alegórica del texto de Ct 1,2, que traducía los pechos del esposo en el sentido de palabra de Dios, interpretación que hallamos, v. gr., en el Comentario al Cantar de Hipólito.
(82) El griego trae aquí ekkenothén, que tiene el doble significado de algo que se vacía y de algo que se vierte, se derrama. Rufino, al no disponer en latín de un término con los dos significados, prefirió insistir en el de vaciado, anonadado = exinanitum; Jerónimo en cambio prefirió insistir en la idea de derramamiento del perfume = effusum. Orígenes, en su comentario, insiste sobre todo en este último significado, y por eso hemos traducido: perfume derramado. Sin embargo al final de la interpretación, Orígenes se basa también sobre la idea de que el perfume se ha desvanecido, se ha reducido casi a nada: en este segundo caso, hemos traducido perfume desvanecido.
(83) 2Co 2 2Co 15
(84) Ep 4,22 Ep 5,27
(85) 2Co 4,16 Ep 4,23
(86) Ph 2,7
(87) Orígenes atribuye a la encarnación de Cristo, además de la función de redimir a la humanidad pecadora con la muerte, la de hacer posible el acercamiento del hombre a Dios, cosa que hubiera sido imposible, dada la imperfección humana, si Dios mismo, esto es, el Logos, no se hubiera hecho accesible justamente gracias a la encarnación. En tal sentido, esta función se entiende como propedéutica: cuando el cristiano se halla en los comienzos, es todavía un simple, y sólo mediante la encarnación del Logos puede acercarse a Dios; pero, a medida que va progresando, se va también despegando del hombre encarnado, y se adhiere cada vez más plenamente a la divinidad del Logos: cf. n. 4 del Prólogo.
(88) 1Tm 6,16 Ph 2,7
(89) Jn 1,14
(90) Ph 2,8
(91) 1Co 9,24
(92) Ct 1,3
(93) La interpretación de Orígenes está basada en la tradicional contraposición: unidad = perfección/multiplicidad = imperfección.
(94) Mt 18,20
(95) 1Co 6,17
(96) Jn 17,21
(97) Ct 6,8
(95) Para Orígenes, el cristiano que ha alcanzado la perfección o que está en el buen camino para alcanzarla no debe retener para si esta condición, sino que debe obrar de modo que también los simples puedan progresar. Aquí y en otros pasajes del Cantar la esposa es precisamente símbolo del cristiano perfecto que se adhiere enteramente a Cristo, mientras las doncellas simbolizan a los cristianos que se hallan aún en estado de imperfección más o menos acentuada.
(99) 1Co 9,20
(100) Jn 1,14
(101) Jn 1 Jn 1 Jn 1
(102) Jn 1 Jn 1,1
(103) He 6 He 5 Jn 6,52
(104) Jn 1
(105) Rm 14,2
(106) He 5,14. MANJAR-SOLIDO: Para la distinción entre manjar sólido y liquido, véase n.4 del Prólogo. Orígenes quiere decir que el Logos, en su acción pedagógica, no obra con todos de igual modo, sino que sucesivamente va amoldándose a la condición particular de cada cristiano: se hace más accesible (= leche, verdura) para quien es imperfecto; más exigente en un plano de mayor profundidad espiritual, para quien ya ha progresado (=manjar sólido).
(107) Ex 13,3 Ex 14,24 Ex 16,14 Ps 77,25
(198) Jb 10,11
(109) Ph 1,23
(110) Mt 25,21
(111) Ps 26,4
(112) Ps 33,9 Ez 28,13
(113) Ps 36,4
(114) Pr 2,5
(115) He 5,14
(116) Para los sentidos espirituales, cf. de nuevo la n. 4 del Prólogo.
(117) 2Co 2,15
(118) 1Co 2,14
(119) 2Co 4,18
(120) De éste, y de tantos otros pasajes de las obras de Orígenes, resulta evidente la cerrada polémica que hubo de sostener contra cristianos, no siempre de extracción popular, que criticaban la interpretación alegórica y espiritual del texto sagrado.
(121) Ps 18,9
(122) Mt 13,9
(123) 2Co 2,15
(124) Ps 33,9
(125) Jn 1,11
(126) Rm 7,22
(127) Cf. supra n 82
(128) Ct 1,3
(129) Ph 2,6
(130) Jn 1,16
(131) Ct 1,4
(132) Es decir, si no se hubiera vaciado de la plenitud del Espíritu Santo.
(133) La interpretación viene a recalcar substancialmente la que expusimos arriba, en la n. 87. Allí, sin embargo, Orígenes insiste sobre todo en el hecho de que, gracias a su rebajamiento en la encarnación, el perfume se derramó, es decir, la divinidad se hizo accesible a la multitud de simples, de imperfectos. Aquí, en cambio, se insiste más en el concepto mismo de rebajamiento, anonadamiento, y se pone de relieve la diferencia entre la esposa ( = perfecto), que puede ir directamente a la divinidad del Logos, y las doncellas ( = imperfectos), que sólo pueden acercase a la divinidad rebajada, anonadada en la condición humana; cf. también supra, n. 98.
(134) Ct 1,4
(135) Ct 1,3
(136) 2Co 9,22
(137)
(138) 1Co 2,16 1Co 12
(139) 1Co 2,9
(140) Col 2,3
(141) 2Co 12,2
(142) Is 45,3
(143) Ct 1,4
(144) Ct 1,4
(145) Ps 44,10
(146) Ps 44,15
(147) Mt 6,6
(148) Lc 19,26
(149) Ct 1,4
(150) Ct 1,2
(151) Ct 1,4
(152) Ga 4,2 Ga 3,25
(153) Lc 2,52
(154) Col 3,14
(155) Jn 14,15
(156) Ct 1 Ct 4
(157) Ps 84,11
(158) Is 61,10


Origenes, Cantar Cant 1000