Origenes, Cantar Cant 2000

2000

LIBRO SEGUNDO (1) 

Soy morena y hermosa, hijos de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como  las pieles de Salomón

(en otros ejemplares leemos: Soy negra1 y hermosa) (Ct 1,5). 

[Bae 113-172] Una vez más se introduce aquí hablando al personaje de la esposa:  hablando, sin embargo, no a las doncellas que suelen correr con ella, sino a las hijas de  Jerusalén, a las cuales, como si ellas hubieran criticado su fealdad, parece responder  diciendo: Sí, soy morena (o negra) de color, hijas de Jerusalén, pero hermosa, si uno mira el  diseño interno de los miembros. Efectivamente, dice, también las tiendas de Cedar —un  gran pueblo—son negras, y el mismo nombre del pueblo, Cedar, se interpreta como negrura  u obscuridad. Pero también las pieles de Salomón son negras y, sin embargo, no por eso le  pareció indecorosa la negrura de sus pieles a un rey tan grande en toda su gloria. Por tanto,  hijas de Jerusalén, no me reprochéis el color, pues al cuerpo no le falta la hermosura, ya la  natural, ya la buscada en el ejercicio. Este es el contenido del drama, según el sentido literal  y la forma del relato en cuestión.  Pero volvamos al orden de interpretación mística. Esta esposa que habla representa a la Iglesia congregada de entre los gentiles (2). Las  hijas de Jerusalén, en cambio, a las cuales va dirigida la plática, son las almas que, gracias  a la elección de los padres, se dicen queridísimas, cierto, pero son enemigas por causa del  Evangelio (3): son las hijas de la ciudad terrenal de Jerusalén (4). Estas, cuando ven a la Iglesia  de los gentiles que, no obstante carecer de nobleza, pues no puede atribuirse la nobleza de  Abrahán, de Isaac y de Jacob, sin embargo olvida a su pueblo y la casa de su padre (5) y llega  hasta Cristo, la desprecian y la ennegrecen de ultrajes por la carencia de nobleza en su  linaje. Entonces la esposa, al darse cuenta de que esto es lo que le echan en cara las hijas  del pueblo anterior y que la llaman negra por considerarla como si no tuviera la claridad de  la instrucción de los padres, en respuesta a todo ello, dice: Negra soy, en efecto, hijas de  Jerusalén, puesto que no desciendo del linaje de varones ilustres ni recibí la iluminación de  la ley de Moisés, pero tengo conmigo mi propia belleza. Efectivamente, en mi está aquella  primera creación que en mi se hizo a imagen de Dios (6), y ahora, al acercarme al Verbo de  Dios, he recibido mi belleza. Realmente podéis compararme cuanto queráis, por la oscuridad  de mi color, con las tiendas de Cedar y las pieles de Salomón: también Cedar desciende de  Ismael (7), pues de él nació como segundo hijo, y el tal Ismael tuvo parte en la bendición  divina (8). Y también me comparáis a las pieles de Salomón, que no son otras que las pieles  de la tienda de Dios (9) ¡Me extraña, pues, que vosotras, hijas de Jerusalén, queráis echarme  en cara mi color obscuro! ¿Cómo no recordáis lo que está escrito en la ley, a saber, lo que  padeció María por criticar a Moisés cuando éste tomó por esposa a una etíope negra? (10 ) ¿Cómo ignoráis que la apariencia de aquella imagen tiene ahora en mi su plena realidad?  Yo soy aquella etíope, soy negra, ciertamente, por la condición plebeya de mi linaje, pero  hermosa por la penitencia y por la fe, pues en mi he acogido al Hijo de Dios, he recibido al  Verbo hecho carne (11). Me llegué al que es imagen de Dios, primogénito de toda criatura (12 ) y, además, resplandor de su gloria e impronta de su esencia (13): y me volví hermosa. ¿Por  qué, pues, zahieres a la que se convierte del pecado? ¿No lo prohíbe la ley (14)? ¿Y cómo te  glorias en la ley, tú que estás violando esa ley (15)? Sin embargo, puesto que estamos en  estos pasajes en que la Iglesia que procede de los gentiles dice que es negra y hermosa,  aunque parezca largo y trabajoso recoger de las divinas escrituras en qué lugares y de qué  manera se anticipa la figura de este misterio, con todo me parece que no debemos omitirlos  del todo y sí recordarlos con la mayor brevedad posible (16). 

Así pues, en primer lugar, en el libro de los Números hay escrito sobre la etíope lo  siguiente: Y hablaron María y Aarón, y criticaron a Moisés por causa de la mujer etíope que  había tomado por esposa, y dijeron: ¿Acaso el Señor no ha hablado más que a Moisés?  ¿No nos ha hablado también a nosotros? (17). Y de nuevo, también en el libro tercero de los  Reyes, está escrito de la reina de Saba que vino de los confines de la tierra para escuchar  la sabiduría de Salomón (18): La reina de Saba oyó el nombre de Salomón y el nombre del  Señor, y vino a probarle con enigmas. Y llegó a Jerusalén con gran comitiva, con camellos  cargados de aromas y de oro en gran abundancia y piedras preciosas. Se presentó a  Salomón y le dijo todo cuanto tenían en su corazón. Y Salomón le declaró todas sus  palabras, y no hay palabra que el rey omitiera y dejase sin explicarle. Y vio la reina de Saba  toda la prudencia de Salomón y la casa que se había edificado y los manjares de Salomón y  el asiento de sus sirvientes, la fila de sus ministros, y sus vestidos, sus coperos y los  holocaustos que ofrendaba en la casa del Señor, y se quedó pasmada, y dijo al rey  Salomón: ¡Verdad es cuanto en mi tierra oí decir de tus palabras y de tu prudencia! Mas yo  no creí a los que me hablaban, hasta que he venido y mis ojos han visto: ¡Y hallo que ni la  mitad me habían contado! Efectivamente, has acumulado bienes muy por encima de lo que  había oído en mi tierra. ¡Dichosas tus mujeres, dichosos estos servidores, que siempre  están en tu presencia y escuchan tu sabiduría! ¡Bendito sea el Señor tu Dios, que te dio el  trono de Israel! Porque el Señor amó a Israel y quiso que durara para siempre, te puso a ti  como rey sobre ellos para que administres el derecho con justicia y los juzgues. Y dio a  Salomón (120) talentos de oro y gran cantidad de aromas y piedras preciosas: nunca vinieron  aromas de tal calidad ni en tal cantidad como las que dio la reina de Saba al res  Salomón (19).

Ahora bien, hemos querido referir esta historia con algo más de amplitud e insertarla en  esta nuestra exposición, porque sabemos que se adecúa tan bien a la persona de la Iglesia  que vino a Cristo de entre los gentiles, que el mismo Señor en los Evangelios hizo mención  de dicha reina diciendo que ella había venido de los confines de la tierra para escuchar la  sabiduría de Salomón (20). Dice, sin embargo, que era reina del Mediodía, porque Etiopía se  encuentra en la parte del Mediodía, y que venia de los confines de la tierra, porque Etiopía  está situada casi en lo último. Por otra parte, hallamos que de esta misma reina hace  también mención Josefo en su Historia (21), y añade también que, después de regresar ella  de junto a Salomón, el rey Cambises admiró su sabiduría, que sin duda había recibido de  Salomón, y le dio el nombre de Meroe. Pero refiere que no sólo fue reina de Etiopía sino  también de Egipto. Mas añadiremos aún lo que en el Salmo LXVII se contiene y acerca de  esta misma figura. Se dice allí: Dispersa a los pueblos que quieren la guerra: y vendrán  embajadores de Egipto; Etiopía tenderá apresurada sus manos a Dios. Reinos de la tierra,  cantad a Dios, salmodiad para el Señor (22). En cuarto lugar y todavía sobre la misma figura,  está escrito en el profeta Sofonías: Por tanto, espérame, dice el Señor, el día en que  vuelva a levantarme como testigo, porque he determinado reunir a las gentes, juntar a los  reyes, para derramar sobre ellos todo el furor de mi enojo, pues en el fuego de mi celo  será consumida toda la tierra. Porque entonces volveré pura a los pueblos la lengua en su  generación, para que todos invoquen el nombre del Señor y le sirvan bajo un solo yugo.  De allende los ríos de Etiopía acogeré a los que están dispersos, y ellos me traerán  ofrenda. Aquel día, Saba, no será ya avergonzada por ninguna de tus maquinaciones con  las cuales obraste impiamente contra mí (23). Mas también en Jeremías está escrito que  algunos príncipes del pueblo de Israel tomaron a Jeremías y lo hicieron arrojar en el aljibe  de Malquias, hijo del rey, aljibe que estaba en el patio de la cárcel. Le descolgaron con  sogas; y en el aljibe no había agua, sino cieno, y Jeremías estaba en el cieno. Pero  oyendo Ebedmélec, un eunuco etíope que estaba en la casa del rey, que habían arrojado a  Jeremías en el aljibe, habló al rey, diciendo: Mi señor el rey, mal obraron estos hombres  en todo lo que han hecho al profeta Jeremías, porque lo han hecho arrojar en el aljibe para  que allí muera de hambre, pues no hay más pan en la ciudad. Entonces mandó el rey al  mismo Ebed-Mélec el etíope, diciéndole: Toma treinta hambres de aquí y sácalo del aljibe  para que no muera allí. ¿Y para qué continuar? Ebed-Mélec el etíope fue quien sacó a  Jeremías del aljibe (24). Y algo más adelante: Y le fue dirigida la palabra del Señor a  Jeremías, diciendo: Vete y habla a Ebed-Mélec el etíope y dile: Así dice el Señor Dios de  Israel: Mira que yo traigo mis palabras sobre esta ciudad para mal, y no para bien. Pero  aquel día yo te salvaré y no te entregaré en manos de aquellos cuyos encuentros evitas  temeroso. Porque ciertamente te salvaré y no caerás a espada, sino que tu vida quedará a  salvo, porque confiaste en mi, dice el Señor (25). Estos son los pasajes de las santas  Escrituras que, al menos por el momento, se me han ocurrido y con los cuales me parece  que se puede confirmar el significado místico del propuesto versículo del Cantar de los  Cantares: Soy morena (o negra) y hermosa, hijas de Jerusalén, como las tiendas de  Cedar, como las pieles de Salomón (26). 

Por esta razón hallamos en los Números que Moisés tomó por mujer a una etíope,  morena o negra, y ella es la causa de que María y Aarón le critiquen y digan indignados:  ¿Acaso el Señor no ha hablado más que a Moisés? ¿No nos ha hablado también a  nosotros? (27). Si atentamente lo consideras, hallarás que en esta queja ni siquiera el sentido  literal guarda consecuencia lógica (28). Efectivamente, ¿qué tendrá que ver con el asunto el  que, indignados a causa de la etíope, digan: ¿Acaso habló sólo a Moisés el Señor? ¿No  nos ha hablado también a nosotros? Evidentemente, si la causa era aquella, debieran  haber dicho: No debiste, Moisés, tomar como esposa a una etíope y de la raza de Cam,  sino de tu linaje y de la casa de Levi. Pero de esto nada hablan, sino que dicen: ¿Acaso  Dios no habló más que a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros? Por lo cual,  tengo para mí que lo ocurrido más bien se entiende según el sentido espiritual, y debemos  ver que Moisés, esto es, la ley espirituale (29), ha pasado ya a las nupcias y unión con la  Iglesia congregada de entre los gentiles, y que María, que es figura de la sinagoga  abandonada, y Aarón, que representa al sacerdocio carnal, al ver que se les había quitado  su reino y que se había entregado a otro pueblo que lo haría fructificar, dice: ¿Acaso Dios  no habló más que a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros? Así mismo, el  propio Moisés, de quien tantas y tan magnificas obras de fe y de paciencia se cuentan,  nunca fue tan colmado por Dios de alabanzas como ahora, al tomar como esposa a la  etíope. 

Ahora se dice de él: Era Moisés un hombre muy bondadoso, más que todos los  hombres de la tierra (30) y ahora es cuando dice de él el Señor: Si hubiere entre vosotros un  profeta, yo le hablaré en visiones o en sueños, y no como a mi siervo Moisés, que es de  toda confianza en mi casa: Boca a boca hablaré con él, y a las claras, no con enigmas,  pues vio la gloria del Señor: Entonces, ¿por qué no temisteis hablar mal de mi siervo  Moisés? (31). Todo esto mereció Moisés oír de parte del Señor por causa de su matrimonio  con la mujer etíope. Pero, sobre este tema ya hicimos amplia exposición en el comentario al  libro de los Números, donde puede buscar el que crea que vale la pena conocerlo. Por  ahora baste probar con estos textos que la esposa negra y hermosa es la misma que la  etíope que Moisés, esto es, la ley espiritual —que sin duda alguna es Cristo, el Verbo de  Dios (32)— unió a sí en matrimonio, a pesar de las murmuraciones y críticas de las hijas de  Jerusalén, es decir, del pueblo judío con sus sacerdotes.  Veamos ahora, por otra parte, aquel pasaje del tercer libro de los Reyes que hemos  citado en relación con la reina de Saba, etíope también ella, de la que el Señor en los  Evangelios da testimonio diciendo: La reina del Mediodía se levantará en el juicio con esta  generación, y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la  sabiduría de Salomón; y —añade— aquí hay más que Salomón (33), con lo cual enseñaba  que la verdad es más que las figuras de la verdad. Vino, pues, también ésta, es decir,  según lo que simboliza, la Iglesia de los gentiles, para oir la sabiduría del verdadero  Salomón y verdadero pacífico, nuestro Señor Jesucristo (34). Vino también ésta con la  intención primera de probarlo mediante enigmas y preguntas (35) que antes le parecían  insolubles; y él le resuelve lo que para ella y para los doctores gentiles, a saber, los  filósofos, siempre había permanecido incierto o dudoso: sobre el conocimiento del Verbo de  Dios, sobre las criaturas del mundo, sobre la inmortalidad del alma y sobre el juicio futuro.  Vino, en fin, a Jerusalén, es decir, a la visión de la paz (36), con gran comitiva y mucha  riqueza; no vino, ciertamente, con un sólo pueblo, como antes la sinagoga con sólo los  hebreos, sino con pueblos de todo el mundo y trayendo también regalos dignos de Cristo, la  suavidad de los perfumes, es decir, de las buenas obras, que suben hasta Dios por su  suave olor. Pero vino también repleta de oro, indudablemente de los pensamientos y de las  disciplinas racionales, que había ido recogiendo de la instrucción escolástica común antes  ya de tener la fe. Trajo además piedras preciosas, que podemos interpretar como adorno  de las costumbres. Con este boato, pues, se presenta a Cristo, el rey pacífico, y le abre su  corazón, a saber, con la confesión y el arrepentimiento de sus pecados anteriores, y le dijo  todo cuanto tenía en su corazón (37), por lo cual también Cristo, que es nuestra paz (38), le  declaró todas sus palabras, y no hay palabra que el rey omitiera y dejase sin explicarle (39).  Luego, al acercarse ya el tiempo de la Pasión, le dice a ella, esto es, a sus discípulos  escogidos: Ya no os llamaré siervos, sino amigos, porque el siervo ignora lo que hace su  amo. Yo en cambio os he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre (40). Así se cumple lo  que había dicho: Que no hubo palabra que el Señor pacifico no declarara a la reina de  Saba, esto es, a la Iglesia congregada de entre los gentiles.  Efectivamente, si miras la condición de la Iglesia, su administración y su organización, te  darás cuenta de qué modo la reina admiró toda la prudencia de Salomón (41). Y a la vez  indaga por qué no di¡o «toda la sabiduría», sino toda la prudencia de Salomón: Sin duda,  porque los doctos quieren que «prudencia» se entienda de los asuntos humanos y  «sabiduría», de los divinos. Por eso quizá también la Iglesia admira la prudencia de Cristo  ahora, en este intermedio, mientras está en la tierra y convive entre los hombres; pero,  cuando llegue lo perfecto (42) y sea trasladada de la tierra al cielo, entonces verá toda su  sabiduría, cuando contemple cada cosa, no ya en imagen o por enigmas, sino cara a  cara (43). Pero la reina vio la casa que se había edificado (44): Indudablemente, los misterios  de su encarnación, pues ésta es la casa que para sí edificó la sabiduria (45). Vio también los  manjares de Salomón (46): Pienso que aquellos de que se decía: Mi comida es hacer la  voluntad del que me envió, para llevar a cabo su obra (47). Vio el asiento de sus  sirvientes (48): Indica, creo, el orden eclesiástico, el que ocupa los asientos del episcopado y  del presbiterio. Y vio las filas de sus ministros (49): A mi entender, menciona el orden de los  diáconos, que asisten al divino servicio. Pero vio también sus vestidos (50): Los mismos, creo,  con que reviste a aquellos de quienes se dice: Porque todos cuantos estáis bautizados en  Cristo, de Cristo os habéis revestidos (51). Y también sus coperos (52): Pienso que se indican  los doctores, que escancian para los pueblos la palabra de Dios y su doctrina, como vino  que alegra el corazón de los oyentes (53). Vio, en fin, sus holocaustos (54): indudablemente, las  celebraciones de las oraciones y de las súplicas. Así pues, en cuanto vio todo esto en la  casa del rey pacifico, es decir, de Cristo, esta negra y hermosa se quedó pasmada, y le  dijo: ¡Verdad es cuanto en mi tierra oí decir de tus palabras y de tu prudencia! (55).  Efectivamente, vine aquí por causa de tu palabra, y he conocido que es la verdadera  Palabra. Porque todas las palabras que se me decían y que oía cuando estaba en mi tierra,  a saber, las que decían los doctores del mundo y los filósofos, no eran verdaderas.  Únicamente es verdadera esta palabra que hay en ti. 

Pero quizás haga al caso preguntar cómo es que la reina dice al rey que no había creído  cuanto se le decía de él (56), siendo así que, de no haber creído, no hubiera venido a Cristo.  A ver, pues, si podemos resolver esta objeción, como sigue. Mas yo no creí —dice— a los  que me hablaban (57): Evidentemente, no dirigí mi fe a los que me hablaron de ti, sino a ti, es  decir, no creí a los hombres, sino a ti, Dios (58); también es verdad que oí gracias a ellos,  pero vine a ti y te creí a ti, en cuya casa mis ojos han visto muchas más cosas que las que  me anunciaran ellos. Efectivamente, de hecho, cuando esta mujer negra y hermosa llegue a  la Jerusalén celeste y entre en la visión de paz (59), verá muchas más cosas y mucho más  magnificas que las que ahora se le anuncian. Y es que ahora ve como en un espejo,  mediante enigmas, pero entonces verá cara a cara, cuando alcance lo que ni ojo vio ni oído  oyó ni subió al corazón del hombre (60). Y entonces verá que lo que oyó mientras estuvo en  esta tierra no era ni la mitad (61). Por consiguiente, son dichosas las mujeres de Salomón:  Indudablemente, las almas que se hacen participes del Verbo de Dios y de su paz; dichosos  sus servidores, que siempre están en su presencia (62): no los que a veces están y a veces  no están en su presencia, sino los que siempre y sin cesar (63) están en presencia del Verbo  de Dios: éstos son los verdaderamente dichosos. Tal era aquella María que, sentada a los  pies de Jesús, le escuchaba, y de la que el mismo Señor dio testimonio diciendo a Marta:  María escogió la mejor parte, que no le será quitada (64). Todavía dice esta negra y hermosa:  Bendito sea el Señor, que quiso darte el trono de Israel (65): evidentemente, porque el Señor  amó a Israel y quiso que durara para siempre, te puso a ti por rey sobre él. ¿A quién? Al  pacifico, indudablemente. En efecto, Cristo es nuestra paz, que de ambos hizo uno y  derribó la pared intermedia de separación (66). Y después de todo esto, dice, la reina de  Saba dio 120 talentos de oro al rey Salomón (67); este número de 120 fue consagrado a la  vida de aquellos hombres de los tiempos de Noé, a los cuales se concedió este espacio de  tiempo para invitarlos a hacer en él penitencia (68). El mismo número de años alcanzó la vida  de Moisés69. Por consiguiente, la Iglesia, no sólo ofrece a Cristo en el peso y en la figura  del oro la multitud de sus sentimientos y pensamientos, sino que, mediante este número  que abarca los años de vida de Moisés, indica también que sus sentimientos están  consagrados a la ley de Dios. Ofrece también las delicadezas de los perfumes (70), como  nunca habían llegado ni en calidad ni en cantidad: entiende en esto las oraciones, o bien  las obras de misericordia, pues, realmente, nunca la Iglesia había orado tan perfectamente  como ahora, cuando se llega a Cristo, ni había obrado con tanta piedad como desde que  aprendió a practicar su justicia, no a la vista de los hombres, sino delante de Dios, que ve  en lo oculto y recompensa a la vista de todos (71). Pero sería demasiado andar buscando en  otros pasajes todo cuanto pudiera ser aducido en testimonio de lo dicho. Baste con esto  que hemos tomado del libro tercero de los Reyes.  Veamos ahora algo acerca de lo que citamos del Salmo LXVII, donde se dice: Etiopía  tenderá apresurada sus manos (72). Pues, si miras atentamente cómo la salvación de los  gentiles deriva del pecado de Israel y cómo la caída de éste abrió a las naciones el camino  de entrada (73), advertirás de qué manera la mano de Etiopía, es decir, del pueblo de los  gentiles, se tiende apresurada y precede ante Dios a quienes habían sido los primeros  destinatarios de las palabras de Dios, y con ello se cumplió aquello de: Etiopía tenderá  apresurada sus manos; y esta negra se torna hermosa, por más que las hijas de Jerusalén  no lo quieran y por más que la envidien y la calumnien. Pero creo que también debemos  entender en el mismo sentido el testimonio profético que ya adujimos, donde Dios acoge  incluso a los que vienen de lugares que están allende los ríos de Etiopía y traen ofrendas a  Dios (74). Efectivamente, mi opinión es que se dice que está allende los ríos de Etiopía el que  está ennegrecido por la enormidad y sobreabundancia de sus pecados y así, impregnado  del negro tinte de su maldad, se ha vuelto negro y tenebroso. Y sin embargo, ni siquiera a  éstos rechaza Dios: Dios no rechaza a nadie de cuantos le ofrecen sacrificios de espíritu  contrito y de corazón humillado (75), es decir, de cuantos se convierten a él por la confesión y  la penitencia. Por eso nuestro pacifico Señor dice: Al que viene a mi, yo no lo echo  fuera (76). Ahora bien, el que los habitantes de allende los ríos de los etíopes vengan, ellos  también, al Señor y traigan ofrendas, puede interpretarse también como dicho de aquellos  que, después de haber entrado la totalidad de los gentiles —que se compara a los ríos de  Etiopía—, vendrán también ellos, y así todo Israel se salvará (77); y en cuanto a lo de estar  allende los ríos de los etíopes, entiéndase como que están más allá y después de estos  espacios en que fluye y rebosa la salvación de los gentiles. Y así parece cumplirse aquello  que dice: Aquel día —Israel entero—no serás ya avergonzado por ninguna de tus  maquinaciones con las cuales obraste impiamente contra mí (78).  Nos queda por explicar aquel testimonio que tomamos de Jeremías, en el que  Ebed-Mélec —un eunuco, etiope también— al oir que los príncipes del pueblo habían  arrojado a Jeremías en un aljibe, lo saca de allí (79). Y creo no parecer incongruente si digo  que al que los príncipes de Israel habían condenado y arrojado en el aljibe de la muerte,  este forastero, hombre de obscuro y bastardo linaje, es decir, el pueblo de los gentiles, lo  saca del aljibe de la muerte, a saber, creyendo su resurrección de entre los muertos, y así,  con su fe, llama y saca fuera de la tumba al mismo que aquellos habían entregado a la  muerte (80). Pero se dice que este etíope era también eunuco: creo que la razón es que se  había castrado por causa del reino de Dios (81), o bien porque en si mismo no tenía semilla  de maldad. Es, además, siervo del rey, porque el siervo prudente se enseñorea de los amos  necios (82); por lo demás, Edeb-Mélec significa siervo de reyes. En vista de eso, el Señor  abandona al pueblo de Israel por sus pecados, dirige sus palabras al etíope, y a él envía al  profeta y le dice: Mira que traigo mis palabras sobre esta ciudad para mal, y no para bien;  pero aquel día yo te salvaré y no te entregaré en manos de los hombres, porque  ciertamente te salvaré (83). La razón de salvarle es ésta: haber sacado al profeta del aljibe,  es decir, porque parece haberlo sacado del aljibe gracias a su fe, por la que creyó que  Cristo había resucitado de entre los muertos. Tiene, pues, esta morena (o negra) y hermosa  muchos testimonios que le permiten obrar con libertad y decir con confianza a las hijas de  Jerusalén: Soy morena (o negra) como las tiendas de Cedar, pero soy hermosa como las  pieles de Salomón (84).  Sobre las pieles de Salomón concretamente, no recuerdo haber hallado nada escrito. Sin  embargo, opino que puede hacer referencia a su gloria, de la que dice el Salvador: Ni aún  Salomón con toda su gloria se vistió como uno de estos (85). En cambio, el nombre mismo  de pieles lo hallamos repetido frecuentemente en relación con la tienda del testimonio,  como cuando dice: Y harás pieles de pelo de cabra para cubierta sobre la tienda; once  pieles harás. El largo de una piel será de treinta codos; su anchura, de cuatro codos. Una  misma medida tendrán las once pieles juntas, y las otras seis, juntas también, y doblarás  la sexta piel delante de la tienda. Y harás cincuenta lazos por el orillo de una piel y  cincuenta lazos por el orillo de la otra piel, de modo que gracias a ellos puedan ser unidas  una con otra; harás además cincuenta broches de bronce, con ellos unirás las pieles y  resultará un todo único. Y doblarás el sobrante de las pieles: la mitad de una piel, por la  fachada de la tienda; con la otra mitad sobrante cubrirás la parte trasera de la tienda; y un  codo por aquí y otro codo por allá de lo que sobra en la longitud de las pieles, la tienda  quedará cubierta por un lado y por otro (86). Pienso, pues, que de estas pieles se hace  mención en el Cantar de los Cantares, donde se dice que son de Salomón, el cual se  interpreta como figura de Cristo, el pacífico. De él es efectivamente la tienda y cuanto a la  tienda pertenece, sobre todo si consideramos aquella tienda que es llamada verdadera  tienda que Dios asentó, y no el hombre (87), y el pasaje que dice: Porque no entró Jesús en  el santuario hecho de mano humana, figura del verdadero (88). Por consiguiente, si la  esposa compara su belleza con las pieles de Salomón, indudablemente está indicando la  gloria y la belleza de las pieles que cubren aquella tienda que Dios asentó, y no el hombre.  Y si comparó su negror, que las hijas de Jerusalén parecían echarle en cara, con las pieles  de Salomón, estas pieles deben entenderse referidas a la tienda que es figura de la llamada  verdadera tienda, puesto que dichas pieles, aunque eran negras, como tejidas con pelos de  cabra (89), sin embargo tenían su utilidad para la tienda divina y la adornaban. Por otra parte,  en cuanto al hecho de que parece hablar un solo personaje y sin embargo, se compara con  muchos en la negrura, bien con las tiendas de Cedar, bien con las pieles de Salomón, debe  entenderse del siguiente modo: parece, efectivamente, una sola persona, pero son  innumerables las iglesias que están dispersas por el orbe de la tierra e innumerables las  asambleas y muchedumbres de pueblos: de la misma manera que el reino de los cielos se  dice no ser más que uno, pero se mencionan muchas mansiones en la casa del Padre (90).  Sin embargo, también puede decirse de cada alma que después de muchísimos pecados se  convierte y hace penitencia: es negra, ciertamente, por sus pecados, pero hermosa por su  penitencia y por los frutos de la penitencia. En fin, de esta misma que ahora dice: Soy negra  y hermosa, porque no persiste hasta el fin en la negrura, de esta misma dirán luego las  hijas de Jerusalén: ¿Quién es ésta que sube toda blanca, recostada sobre su amado? (91). 

No os fijéis en que soy morena, es que el sol me ha descuidado

(92) (Ct 1,6). 

Si parece que hemos estado acertados en la interpretación que más arriba construimos  acerca de la mujer etiope que Moisés tomó por esposa, y de la reina de Saba de Etiopía,  que vino para escuchar la sabiduría de Salomón, es de razón que ahora esta mujer que es  morena (o negra) y hermosa trate de justificarse de su negror o morenez y de exponer las  causas a los que se lo reprochan, afirmando que no es tal por naturaleza ni por haberla  hecho así el Creador, sino por causas accidentales. 

Es que el sol —dice— me ha descuidado (93). Con esta expresión manifiesta que no está  hablando de la negrura del cuerpo, ya que, en todo caso, el sol suele poner moreno y  ennegrecer cuando da con sus rayos, no cuando descuida. Así al menos dicen que ocurre  en toda la nación de los etíopes, en quienes es natural cierta negrura heredada a través del  semen carnal, debido a que en aquellos parajes el sol abrasa con rayos más penetrantes, y  una vez quemados y ennegrecidos los cuerpos, así persisten por transmisión sucesiva de  un defecto innato. La negrura del alma, en cambio, es de un orden opuesto: no la produce  la acción de los rayos del sol, sino su descuido, ni se adquiere por nacimiento, sino por  negligencia, y por eso, como se asume con la desidia, así también se rechaza y se elimina  con la diligencia. Así por ejemplo, como dijimos arriba, esta misma que ahora se dice que es  negra y hermosa, al final de este Cantar se menciona que sube, toda blanca ya,  recostándose sobre su amado (94). Por tanto, se hizo negra porque bajó; ahora bien en  cuanto haya comenzado a subir (95) y a recostarse sobre el amado y adherirse a él, sin  separarse de él lo más mínimo, irá emblanqueciendo hasta ser totalmente blanca, y  entonces, eliminada toda negrura, fulgurará envuelta por el resplandor de la verdadera luz.  Por eso ahora dice a las hijas de Jerusalén, justificándose de su negror: No penséis, hijas  de Jerusalén, que es natural esta negrura que véis en mi rostro, mas sabed que me la ha  causado el descuido del sol. Del sol de justicia (96), evidentemente: por no haberme  encontrado bien derecha, en pie, tampoco él dirigió derechos a mi los rayos de su luz. Y es  que yo soy el pueblo de los gentiles, que antes no había mirado hacia el sol de justicia ni  me había mantenido derecho delante del Señor (97), y por eso tampoco él puso en mí su  mirada, sino que me descuidó, ni se paró junto a mi, sino que hizo caso omiso de mí. Por lo  demás, que esto es así, también tú, que te llamas Israel, lo has experimentado ya en la  realidad y puedes también reconocerlo y decirlo. Efectivamente, de la misma manera que  en un tiempo, mientras yo no creía, tú fuiste aceptado y alcanzaste misericordia, y el sol de  justicia puso en ti su mirada, en tanto que a mí, por desobediente e incrédulo, me descuidó  y me rechazó, así también ahora, al haberte hecho tú incrédulo y desobediente, yo espero  que el sol de justicia fije en mi su mirada y me otorgue su misericordia.  En cuanto al hecho de ser ambos objeto de ese descuido del sol: antes, yo, por mi  desobediencia, desdeñado; tú, bien considerado; ahora en cambio, tú, no sólo afectado por  el descuido del sol, sino también por cierta ceguera, aunque parcial: te traerá un magnifico  testigo, conocedor del secreto celestial, Pablo, que dice así: Porque, como también  vosotros (habla de los gentiles, indudablemente) en otro tiempo no creisteis en Dios, más  ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de éstos, para que también ellos  obtengan misericordia (98). Y en otro pasaje dice también: La ceguera parcial sobrevino a  Israel, hasta que haya entrado la totalidad de los gentiles (99). Pues de aquí proviene este  negror que criticas en mi, de que el sol me descuidó por causa de mi incredulidad y  desobediencia. Pero, cuando esté derecho ante él y nada torcido haya en mí, y no desvie a  la derecha ni a la izquierda (100), sino que habré trazado para mis pies caminos rectos (101 ) hacia el sol de justicia, caminando intachable en todos sus mandamientos (102), entonces  también él pondrá su mirada directamente en mi y no habrá ya desviación ni causa alguna  de descuido, y entonces se me devolverán mi luz y mi resplandor, tanto que esta negrura  que ahora me echáis en cara, será eliminada en mí, para que merezca también llamarme luz  del mundo (103). Así pues, es verdad que este sol visible ennegrece y quema los cuerpos en  que cae a plomo, mientras conserva en su blancura y no quema, sino que alumbra, a los  cuerpos que están apartados de su vertical. Por el contrario, el sol espiritual, que es el sol  de justicia, en cuyas alas se dice que está la salud (104), ilumina y envuelve con todo fulgor a  los que encuentra de corazón recto y en la vertical de su resplandor; en cambio, a los que  caminan en línea oblicua respecto de él (105) no puede por menos de, no tanto ya iluminarlos  también oblicuamente, cuanto incluso descuidarlos: ellos tienen la culpa, por su propia  inconstancia e inestabilidad. Efectivamente, ¿cómo pueden los que son aviesos acoger lo  que es recto? Es como si aplicas a un palo torcido una regla bien derecha: la regla pondrá  de manifiesto la irregularidad del palo, pero en modo alguno la regla será la causa de ese  defecto del palo. 

En vista de ello, es necesario apresurarse hacia los caminos rectos y mantenerse firmes  en las sendas de las virtudes, no sea que el sol de justicia, que sobreviene en linea recta, si  nos encuentra en posición oblicua y desviados, nos descuide y resultemos ennegrecidos,  ya que abriremos paso a la obscuridad y a la negrura en la misma medida en que seamos  incapaces de recibir su luz. La razón es que éste es el mismo sol que es la luz verdadera  que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, y que estaba en el mundo, y el  mundo fue hecho por él (106). Efectivamente, el mundo no fue hecho por esta luz visible,  puesto que también ella es parte del mundo, sino por esta otra verdadera luz, la que  decimos que nos descuidará si caminamos aviesamente. Sin duda, como nosotros  caminemos aviesamente hacia él, también él caminará aviesamente contra nosotros, según  está escrito en las maldiciones del Levítico: Y si procedéis conmigo aviesamente y no  queréis obedecerme, os añadiré siete plagas; y poco después: Y si no os enmendáis, sino  que procedéis aviesamente conmigo, también yo procederé aviesamente con vosotros (o  como leemos en otros ejemplares: Si procedéis conmigo oblicuamente, yo también  procederé oblicuamente con vosotros); y algo después, hacia el final, vuelve a decir: Y  porque se portaron oblicuamente delante de mí, también yo me portaré con ellos  oblicuamente en mi furor (107). Hemos citado esto para probar en qué sentido se dice que el  sol descuida, esto es, manda sus rayos oblicuamente, y ha quedado bien claro que dice  descuidar y proceder oblicuamente con aquellos que proceden oblicuamente con él. Pero  no pasemos por alto lo que advierte el pasaje que nos ocupa, a saber, que el sol parece  tener un doble poder: uno, el de iluminar, y otro, el de quemar. Ahora bien, según sean las  cosas o los materiales que se le someten, bien ilumina algo con su luz, bien lo ennegrece y  endurece con su calor. Posiblemente, pues, esta sea la razón por la que se dice que Dios  endureció el corazón del Faraón (108), en el sentido de que la materia de su corazón era tal  que arrostraba la presencia del sol de justicia, no por la parte que ilumina, sino por la que  abrasa y endurece, sin duda alguna debido a que él era quien amargaba la vida de los  hebreos con duros trabajos, consumiéndolos entre barro y adobes (109); así su corazón, de  acuerdo con sus pensamientos, era ciertamente barro y limo (110). Y de la misma manera que  este sol visible aprieta y endurece el barro, así también el sol de justicia, con los mismos  rayos con que iluminaba al pueblo de Israel, endurecía el corazón del Faraón, en el que  moraban pensamientos barrosos, acordes con la calidad misma de sus sentimientos. Que  esto sea así y que el siervo de Diosi (111), inspirado por el Espíritu Santo, no escribió una  simple historia, como pudiera parecer a los hombres, lo demostrará también por el hecho de  que, al referir que los hijos de Israel gemían, no dice que gimieran por causa del barro, de  los adobes o de la paja, sino por causa de sus trabajos. Y cuando sigue: Y su clamor subió  hasta Dios, tampoco dice que por causa del barro, de los adobes o de la paja, sino, otra  vez: por causa de sus trabajos; por eso también añade: Oyó el Señor sus gemídos (112): y es  que no oye el gemido de los que no claman al Señor desde sus obras (113s). Aunque parezca  que hemos hecho una digresión al exponer esto, sin embargo, la oportunidad de los  pasajes nos aconsejaba no omitirlo en manera alguna, sobre todo por la semejanza que  tiene con lo que dice ésta que afirma está ennegrecida porque el sol la ha descuidado, lo  cual ocurre, como hemos demostrado, allí donde precede el pecado como causa; y también  que alguien se ennegrece y se quema con el sol allí donde subsiste la materia del pecado,  en tanto que, donde no hay pecado se dice del sol que ni quema ni ennegrece, conforme a  lo que sobre el justo se afirma en el Salmo: De día el sol no te quemará, ni la luna de  noche (114). Estás, pues, viendo que el sol no quema a los santos, porque en ellos no hay  causa alguna de pecado. De hecho, como dijimos, el sol tiene doble poder: ilumina a los  justos, si, pero no ilumina, sino quema, a los pecadores, porque éstos, al obrar mal, odian la  luz (115). 

En fin, ésta es la razón de llamarse nuestro Dios fuego que consume (116), y desde luego,  luz, y en él no hay tinieblas (117). Indudablemente se hace luz para los justos y fuego para  los pecadores, con el fin de consumir en ellos todo cuanto halle de corruptible y frágil en  sus almas (118). Por lo demás, tú mismo comprobarás en abundancia, si lo examinas, que en  muchos lugares de la Escritura, tanto sol como fuego, se dice no del visible de acá, sino del  invisible y espiritual 

Los hijos de mi madre pelearon en mi; me pusieron de guarda en las viñas; mi  propia viña no guardé

(Ct 1,6). 

La misma que es morena por causa de sus pecados anteriores, pero hermosa por su fe y  conversión, la misma todavía dice también eso, afirmando que los hijos de su madre  pelearon, no contra ella, sino en ella, y que después de esta pelea que en ella tuvieron, la  colocaron como guarda de las viñas, no de una sola viña sino de muchas. Pero añade que,  aparte de las viñas para las que la instituyeron guarda los hijos de su madre, ella misma  tenía otra viña propia, que no había guardado. Este es el asunto del drama que nos  ocupa.

Pero indaguemos ahora quién es la madre que esta esposa cita como suya, y también  quiénes esos hijos suyos que pelearon en la esposa y que enviaron a ésta a guardar las  viñas al concluir el combate, como si ella no hubiera podido guardarlas sin antes haber  peleado ellos. Sin embargo, después de hacerse cargo de la guarda de las otras viñas, no  quiso o no pudo guardar la propia. Pablo, escribiendo a los Gálatas, dice: Decidme, los que  queréis estar debajo de la ley, ¿no habéis oído la ley? Porque escrito está que Abrahán  tuvo dos hijos: uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la  carne; en cambio el de la libre, por la promesa. Son cosas éstas, dichas en alegoría.  Efectivamente, estas mujeres representan los dos testamentos: uno, ciertamente, el del  monte Sinaí, que engendra para la esclavitud, que es Agar; porque el Sinaí es un monte  de Arabia y corresponde a la Jerusalén actual, que es esclava junto con sus hijos. En  cambio la Jerusalén de arriba es libre, y es la madre de todos nosatros (119). Pablo, pues,  dice que esta Jerusalén celeste es madre suya y de todos nosotros los creyentes.  Precisamente en versículos posteriores añade concluyendo: De manera, hermanos, que no  somos hijos de la esclava, sino de la libre, en la libertad con que Cristo nos hizo libres (120).  Con toda evidencia, pues, declara Pablo que todo el que por la fe consigue de Cristo la  libertad es hijo de la libre, y dice que ésta es la Jerusalén de arriba, que es libre y madre de  todos nosotros. Por consiguiente, se entiende que de esta madre es hija también esta  misma esposa, junto con los que pelearon en ella y la constituyeron en guarda de las viñas.  Por donde se ve que estos que tenían tanto poder como para entablar combate en ella y  ordenarle guardar las viñas, no eran personas cualesquiera, de condición humilde o  despreciable. Por consiguiente, como hijos de la madre de la esposa, esto es, los hijos de  la Jerusalén celeste, podemos entender los apóstoles de Cristo, que antes combatieron en  esta Iglesia que se congrega de entre los gentiles. Ahora bien, combatieron para vencer en  ella los sentimientos de infidelidad y desobediencia que antes tuvo y toda altanería que se  subleva contra la ciencia de Cristo, según dice Pablo: Destruyendo sofismas y toda  altanería que se subleva contra la ciencia de Cristo (121).Combatieron, pues, no contra ella,  sino en ella, esto es, en sus sentimientos y en su corazón, para destruir y expulsar toda  infidelidad, todo pecado y todas las doctrinas que, mientras anduvo entre los gentiles, se le  habían imbuido mediante las falsas afirmaciones de los sofistas. Por eso los apóstoles  libraron una gran guerra, hasta derruir todos los torreones de la mentira y los muros de la  perversa doctrina, aniquilar las argucias de la iniquidad y vencer a los demonios que  operaban y atizaban todo esto en su corazón. 

Entonces, después de ahuyentar de ella todos los sentimientos de la antigua infidelidad,  no la dejaron ociosa, sino que, para evitar que a través del ocio de nuevo se deslizaran  reptando y volvieran los antiguos vicios que habían expulsado, le dieron un trabajo que  desempeñar, y le encargaron la guarda de las viñas. Por viñas entendemos todos y cada  uno de los libros de la ley y de los profetas, pues cada uno de ellos era como un campo  feraz (122) que el Señor ha bendecido (123). Estos campos, pues, son los que aquellos  esforzados varones le consignaron después de la victoria, para conservarlos y custodiarlos:  evidentemente, según dijimos, no la dejan ociosa. Pero es que podemos así mismo  entender por viñas los escritos de los evangelistas y las cartas de los mismos apóstoles,  pues ellos lo entregaron para su custodia a esta Iglesia reunida entre los gentiles, por la  cual habían también combatido. 

En cuanto a lo que dice: que no había guardado su propia viña, a buen seguro podemos  interpretar ésta como aquella ciencia en que cada cual se ejercita antes de tener la fe y que  ella dejó y abandonó sin dudar, cuando creyó en Cristo y por Cristo consideró pérdidas lo  que antes le parecían ganancias (124). Lo mismo que Pablo, quien se gloría de que las  observancias de la ley y toda la gloria de la educación judía fueron para él como estiércol,  de modo que fuese hallado en Cristo, no con su justicia, que viene de la ley, sino con la  justicia que viene de Dios (125). Lo mismo, pues, que Pablo, el cual, tras recibir la fe de  Cristo, no guardó su viña, es decir la observancia de la tradición judía, y quizá no la guardó  por esta razón: aunque había sido plantada por Dios como cepa verdadera, se había  tornado en sarmientos de cepa borde (126), y era ya su cepa de la vid de Sodoma, y sus  pámpanos de Gomorra; y sus racimos, amargos, y veneno de víboras su vino y ponzoña  mortal de áspides (127). Así también entre los gentiles había muchas doctrinas de este  género, pero dice que, después de aquellos combates librados por los doctores en pro de la  fe y del conocimiento de Cristo, están vencidas, y yo creo que debe considerarse delito el  que alguien guarde viñas de esa calaña y cultive algún campo sembrado de enseñanzas  venenosas y nocivas. Y no te asombres si alguna vez parece haber estado sujeta a estas  culpas la que se congrega .de la dispersión de las naciones y se prepara ya como esposa  para Cristo. Recuerda cómo la primera mujer fue seducida e incurrió en transgresión (123), y  de ella se dice que sólo se salvará engendrando hijos, es decir, a los que permanecerán en  la fe y en el amor, con santidad (129). Pues bien, el apóstol Pablo, refiriéndose a lo que se  escribe de Adán y Eva, afirma: Gran misterio es éste, referido a Cristo y a la Iglesia (130),  pues Cristo la amó de tal manera que se entregó por ella, cuando ella era todavía impía,  como el mismo Pablo dice: Porque, cuando todavía éramos impíos, Cristo, a su tiempo,  murió por nosotros; y de nuevo: Porque, cuando nosotros éramos todavía pecadores,  Cristo murió por nosotros (131). Por consiguiente, no hay que extrañarse si de ésta que,  seducida, había incurrido en transgresión y que a lo largo del tiempo había sido impía y  pecadora, se dice que durante ese tiempo en que era impía todavía había cultivado una  viña de tal índole que debería abandonarla y en modo alguno conservarla. 

Ahora bien, si se quiere proseguir y explicar el tercer tipo de interpretación, apliquemos  todo esto a cada alma que, convertida a Dios y llegada a la fe, sufre indudablemente  combates de pensamientos y luchas de los demonios, que se esfuerzan por tornarla a los  atractivos de la vida anterior y al error de la infidelidad. Mas, para que esto no suceda ni los  demonios tengan de nuevo tanto poder contra ella, la divina Providencia cuidó de dar a  cada pequeño y a los que, por ser todavía niños y lactantes en Cristo, no pueden librar por  si mismos los combates contra las astucias del diablo y de los demonios (132), ángeles  protectores y defensores, que Dios instituyó como tutores y curadores (133) de los que, por  estar aún en edad débil, no pueden, según dijimos, combatir por sí mismos (134). Y para que  estos ángeles puedan realizar su cometido con mayor confianza, se les concede estar  viendo siempre el rostro del Padre que está en los cielos (135): yo creo que éstos son los  niños que Cristo manda que vayan a él y que nadie se lo impida (136) y los que dice que  están siempre viendo el rostro del Padre. Y no te parezca un contrasentido el que los llame  hijos de su madre esta alma que tiende hacia Dios. Efectivamente, si la madre de las almas  es la Jerusalén celeste y los ángeles se denominan también celestes, en nada parecerá  discordante el que dicha alma llame hijos de su propia madre a los que, como ella, son  también celestes. Pero sobre todo parecerá lógico y conveniente que, quienes tienen un  único Padre, Dios (137), tengan también una única madre: Jerusalén. En cuanto a lo que  dice: Mi propia viña no guardé (138), con ello parece indicar que no guardó honorablemente  aquellas normas, costumbres y propósitos en que se ejercitaba cuando vivía según el  hombre viejo (139). Pero desde que empezó a pelear, con la ayuda de los ángeles, venció y  puso totalmente en fuga, lejos de sí, al hombre viejo con sus obras (140), y entonces ellos la  constituyeron en guarda de sus viñas, es decir, de los pensamientos y de las doctrinas  divinas, de las cuales pueda beber el vino que alegra su corazón (141). 

Hazme saber tú, a quién ama mi alma, dónde apacientas el rebaño,

dónde  sesteas a mediodía, para que no ande yo como tocada con velo de novia tras los  rebaños de tus compañeros (). 

Quien dice esto, es todavía la esposa, pero al esposo y no ya a las hijas de Jerusalén.  Por consiguiente, desde lo del comienzo: Que me bese, hasta la última frase: tras los  rebaños de tus compañeros, todo lo que se dice son palabras de la esposa. Pero el  pensamiento está, en primer lugar, dirigido a Dios; en segundo, al esposo, y en tercero, a  las doncellas. Ocupando entre éstas y el esposo el punto medio y como haciendo las veces  del corifeo, según el género dramático, la esposa ha dirigido sus palabras, ora a aquellas,  ora al esposo, respondiendo también a las hijas de Jerusalén. Ahora, pues, estas últimas  palabras las dirige al esposo preguntándole dónde apacienta el ganado a mediodía y dónde  sestea, pues teme que, al andar buscándole, pueda ir a parar a los lugares en que tienen  sesteando sus rebaños los amigos del esposo. Ahora bien, por estas palabras se pone de  manifiesto que este esposo es también pastor. Más arriba habíamos aprendido que también  era rey, porque indudablemente rige a hombres; es pastor, porque apacienta ovejas; es  esposo, porque tiene una esposa para que reine con él, según lo que está escrito: Está la  reina a tu derecha, con vestido dorado (142). Este es el contenido del drama mismo en su  sentido, digamos, literal. 

Pero indaguemos ahora su significado interior y, si es menester anticipar en algo lo que  se tratará después, a fin de esclarecer cuál es el sentimiento de estos compañeros,  recordemos aquel pasaje en que se escribe que las reinas son sesenta, pero entre todas,  una sola es la paloma, única la perfecta y única la partícipe del reino. Las demás, inferiores  ya, son las que se designan como ochenta concubinas; y aún después de la serie de  concubinas, están puestas las doncellas, que son innumerables (143). Ahora bien, todas  éstas son las diferencias propias de aquellos que, creyendo en Cristo, se unen a él con  diferente disposición. Así por ejemplo, digamos que la Iglesia entera es, en figura, el cuerpo  de Cristo; lo dice el Apóstol (144) y declara que en este cuerpo los miembros son diferentes:  unos son los ojos, otros las manos y otros los pies, y que cada cual se ajusta como  miembro de este cuerpo en razón de los méritos de sus actos y de su celo (145). Debemos,  pues, entender también nuestro pasaje según esta imagen y pensar que en este drama  nupcial unas almas, que se unen al esposo con un afecto más generoso y noble, tienen  junto a él la dignidad y el afecto de reinas; que otras, cuya estima es sin duda inferior, tanto  en sus progresos como en sus virtudes, ocupan el lugar de las concubinas; y que otras, el  de las doncellas, que parecen estar puestas fuera del palacio, aunque no fuera de la ciudad  regia; pero que las últimas y a la zaga de todas las que hemos mencionado están las que  son llamadas ovejas (145). Sólo que, si miramos con más atención, quizás todavía hallemos  otras almas inferiores a todas ellas, las últimas de todas, a saber, las que hacen número en  los rebaños de los compañeros del esposo. Porque se dice que también ellos tienen  rebaños, en los cuales no quiere la esposa ir a dar, y por eso pide al esposo que le diga  dónde apacienta él su rebaño, dónde sestea a mediodía, para que no ande yo —dice—  como tocada con velo de novia tras los rebaños de tus compañeros (147). Se discute si estos  compañeros, de los cuales se dice que tienen algunos rebaños, obran así porque trabajan  para el esposo y actúan bajo sus órdenes como rabadán de los pastores (puesto que se  llaman compañeros suyos), o bien porque tiene algo propio y aparte y que no se aviene con  la voluntad del esposo: de hecho la esposa rehuye y teme ir a dar en los rebaños de los  compañeros al andar buscando a su esposo. Y en cuanto a lo que dijo: para que no ande  yo, no con velo de novia, sino como tocada con velo de novia (148), indaga si es que con ello  está insinuando que hay alguna o algunas de las compañeras que, como esposas, lleven  ellas también vestido nupcial y vayan veladas y, como dice el Apóstol, con el velo y el  poder en la cabeza (149). Y para que la explicación de este discurso resulte más clara,  sigamos una vez más lo que se va diciendo al hilo del plan del drama.  La esposa solicita encarecidamente de su esposo que le indique el lugar de su retiro y  descanso, ya que, impaciente de amor, ansía escuchar al esposo también a mediodía,  sobre todo en ese momento en que la luz es más clara y el brillo del día perfecto y puro,  para estar a su lado mientras apacienta las ovejas o las hace refrescarse. Y con empeño  quiere saber el camino que ha de seguir hasta él, no sea que, de no estar bien instruida en  los vericuetos de este camino, venga a dar en los rebaños de los compañeros y entonces  parezca asemejarse a alguna de aquellas que se llegan con velo de novia a los  compañeros y no se cuidan de su pudor ni se guardan de andar correteando ni de hacerse  ver de la multitud. Pero yo, dice, que no quiero que me vea nadie más que tú solo, deseo  saber por qué camino llegaré a ti para que quede en secreto, nadie se interponga y ningún  testigo extraño e inoportuno salga a mi encuentro. Y acaso busque los lugares en que el  esposo apacienta sus ovejas y le manifieste su reserva de no querer toparse con los  rebaños de los compañeros, movida por este propósito: hacer que el esposo aleje sus  ovejas de sus compañeros y las apaciente aparte, con el fin de, no sólo que los demás no  vean a la esposa, sino también que ésta pueda disfrutar más en secreto de los ocultos e  inefables misterios del esposo. Veamos, pues, ahora, cada punto en particular. 

En primer lugar, mira, efectivamente, a ver si podemos decir que por esposo debe  entenderse el Señor, cuya parte fue Jacob y cuya heredad fue Israel (150), y por sus  compañeros, aquellos ángeles de cuyo número dice: Cuando el Altísimo dividía las gentes  y dispersaba a los hijos de Adán, estableció los términos de los pueblos según el número  de los ángeles de Dios (151): y quizá los rebaños de los compañeros del esposo son todos  estos pueblos que, como ovejas, han sido puestos bajo el pastoreo de los ángeles; en  cambio, el rebaño del esposo, aquellos de quienes se dice en el Evangelio: Mis ovejas  oyen mi voz (152). Mira, efectivamente, y observa con atención, por qué se dice: Mis ovejas,  como si hubiera otras ovejas que no son suyas, lo que justamente él mismo dice en otro  lugar: Porque vosotros no sois de mis ovejas (153). Todo ello se verá que hasta en sus  pormenores se ajusta adecuadamente a este oculto misterio. Estando así las cosas, tuvo  razón la esposa en querer que el rebaño de cada compañero se interpretara como esposa  de ese compañero, y la describe tocada con velo de novia. Más como quiera que ella tenia  la certeza de estar por encima de todas las otras, no quiere parecer semejante a ninguna  de ellas, como quien sabe que debe sobrepujar a aquellas esposas de los compañeros a  las que define como tocadas con velo de novia, tanto, cuanto su esposo sobresale de sus  compañeros. Sin embargo, se verá que tuvo además otros motivos para sus  averiguaciones, ya que sabe que tarea del buen pastor es esforzarse por buscar los  mejores pastos para sus ovejas y encontrar para descanso del calor de mediodía las más  verdes y umbrías florestas. Esto, en verdad, los compañeros del esposo no saben hacerlo  ni manifiestan tanto arte o tanto empeño en escoger los pastos, y por esto dice ella: Hazme  saber dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodia (154), pues ansía ese  momento en que la claridad se difunde más abundante sobre el mundo y en que el día es  más pleno y la luz más pura y rutilante. Entonces, dice, hazme saber, tú a quien ama mi  alma, dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía, para que no ande yo como  tocada con velo de novia tras los rebaños de tus compañeros (155). 

Ahora la esposa ha llamado al esposo con una denominación nueva. Efectivamente,  porque sabía que él es el hijo del amor, más aún, que es el amor que procede de Dios (156),  como denominación le dice esto: a quien ama mi alma y con todo, no dijo: a quien amo,  sino: a quien ama mi alma, pues sabía que al esposo no se le debe amar con cualquier  amor, sino con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el corazón (157). ¿Dónde  apacientas el rebaño —dice—, dónde sesteas a mediodía? Tengo para mí que de este  lugar que ahora la esposa desea aprender y oir del mismo esposo, el profeta dice, puesto él  también bajo el mismo pastor: El Señor es mi rey (o como leemos en otros ejemplares: El  Señor es mi pastor) y nada me faltará (158). Y como sabía que los otros pastores, por culpa  de su desidia o de su torpeza, careaban sus rebaños en lugares demasiado áridos, dijo del  mejor de los pastores, el Señor: En verdes praderas, allí me hizo recostar; hacia fuentes  tranquilas me condujo (159); con esto puso de manifiesto que este pastor provee a sus  ovejas de aguas, no sólo abundantes, sino también saludables y puras, en todo  reparadoras. Ahora bien, como quiera que de esta situación en que, como oveja, vivía bajo  un pastor, se cambia a las realidades intelectuales y más elevadas y en ellas hizo  progresos; y como esto lo consiguió por la conversión, añade: Convirtió mi alma; me  condujo por sendas de justicia, por amor de su nombre (160). A partir de aquí, sin duda,  puesto que había progresado hasta el punto de caminar por las sendas de la justicia y, por  otra parte, la justicia tiene frente a sí como oponente a la injusticia y, por tanto,  necesariamente el que camina por la senda de la justicia tendrá que combatir a los  contrarios, confiando en la fe y en la esperanza, dice sobre ello: Pues, aunque ande en  medio de la sombra de la muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo (161).  Luego, como dando gracias al que le inculcara las disciplinas del pastoreo, dice: Tu vara y  tu cayado, por los que aparezco instruido en el oficio de pastor, ellos me consolaron (162).  Más, desde este punto, cuando el profeta se ve trasladado de los pastos pastoriles a los  manjares intelectuales y a los místicos secretos, añade: Preparaste ante mí una mesa,  frente a los que me atribulan; ungiste mi cabeza con aceite, y tu copa embriagadora ¡qué  excelente!, y tu misericordia me acompañará todos los días de mi vida, para que habite en  la casa del Señor a lo largo de los dias (163). Por eso aquella primera instrucción, esto es, la  pastoril, se dio al comienzo, para que, puesto en verdes praderas, fuera conducido a las  fuentes tranquilas. En cambio, lo que sigue se ocupa de los progresos hacia la perfección.  Mas ya que hemos utilizado el tema de los pastos y del verdor, parece oportuno  confirmar también lo que hemos dicho desde los Evangelios. También aquí he hallado que  este buen pastor habla de los pastos de las ovejas, cuando, al confesarse pastor, recuerda  que también es puerta, y dice: Yo soy la puerta; el que por mí entre, se salvará; y entrará y  saldrá y hallará pastos (164). También a éste pregunta ahora la esposa, para oír y aprender  de él a qué pastos conduce las ovejas y en qué espesuras conjura los calores del  mediodía; y mediodía llama a aquellos secretos del corazón con los que el alma consigue  del Verbo de Dios una luz más clara de conocimiento: es, efectivamente, el momento en que  el sol alcanza la más alta cima de su carrera. Por esa razón, si alguna vez el sol de  justicia (165), Cristo, revela a su Iglesia los altos y difíciles secretos de sus virtudes, parecerá  que le hace conocer los amenos pastos y los cubiles de mediodía, ya que, cuando todavía  está en el inicio de su aprendizaje y recibe de él, por decirlo así, los rudimentos de la  ciencia, entonces el profeta dice: Y la ayudará al clarear el alba (166). Por eso ahora, puesto  que busca ya y desea realidades más perfectas y elevadas, pide la luz meridiana de la  ciencia.  Con esto pienso que se relaciona lo que se refiere también de Abrahán: Después de  muchas instrucciones, mediante las cuales Dios, apareciéndosele, le fue educando y  enseñando sobre asuntos particulares, se le apareció Dios junto a la encina de Mambré,  estando él sentado a la entrada de su tienda a mediodía. Y alzó los ojos y miró, y he aquí  que tres hombres estaban parados cerca de él (167). Pues, si creemos que esto fue escrito  por la acción del Espíritu Santo, pienso que no sin razón plugo al divino Espíritu que se  consignara en las páginas de la Escritura incluso el tiempo y la hora de la visión: el registro  de esta hora y de este tiempo tiene que añadir algo al conocimiento de los hijos de  Abrahán, quienes, lo mismo que han de realizar las obras de Abrahán (168), han de esperar  también tener estas visitas. Efectivamente, el que puede decir: La noche está avanzada y el  día se acerca. Como en pleno día, procedamos con decoro, no en comilonas y  borracheras, no en lujurias y desenfreno, no en pendencias y envidias (169), cuando haya  sobrepasado todo esto parecerá que, habiendo dejado atrás ese tiempo en que la noche  está avanzada y el día se acerca, se apresura, no hacia el comienzo del día, sino hacia el  mediodía, de manera que también él llega a la gracia de Abrahán. En efecto, si la luz de la  mente y la pureza del corazón que en él hay son claras y refulgentes, dará la impresión de  tener en sí mismo el mediodía; y por causa de esa pureza del corazón, como puesto al  mediodía, sentado junto a la encina de Mambré, cuyo significado se relaciona con  visión (170), verá a Dios. Por eso se sienta junto a la visión al mediodía aquel que invita a ver  a Dios. 

De ahí, en fin, que se diga, no que está sentado dentro de la tienda, sino fuera, a la  entrada de la tienda, pues fuera y aparte del cuerpo se halla la mente del que está lejos de  los pensamientos corporales y lejos de los deseos carnales, y por eso Dios le visita, porque  está fuera de todo eso.  Al mismo misterio pertenece también el hecho de que José, al acoger a sus hermanos en  Egipto, los hace comer con él a mediodía, y ellos le rinden homenaje con sus presentes a  mediodia (171). Por último, creo que ésta es la razón de que ningún evangelista quisiera  escribir que lo que hicieron los judíos contra el Salvador ocurrió al mediodía: aunque en  todo caso la hora sexta no da a entender otra cosa que la hora del mediodía, no obstante,  ninguno nombró al mediodía: Mateo dice así: Desde la hora sexta, las tinieblas cayeron  sobre la tierra hasta la hora nona (172); Lucas, por su parte: Era ya casi la hora sexta y las  tinieblas cayeron sobre la tierra hasta la hora nona, por eclipsarse el sol (173); en cuanto a  Marcos: Llegada la hora sexta, las tinieblas cayeron sobre la tierra hasta la hora nona (174).  De aquí se colige que, ni en la visita de Abrahán ni en el banquete de los patriarcas en casa  de José necesitaba este momento ser designado por el nombre del número sexto, sino al  contrario, por el de mediodía. Efectivamente, la esposa, que ya se simbolizaba en estos  personajes, quería saber dónde apacentaba su rebaño el esposo y dónde tenía el  sesteadero, y por eso nombra el mediodía. En cambio, los evangelistas, en los hechos que  narraban, necesitaban, no la hora del mediodía, sino el número de la hora sexta, porque su  intención era narrar el sacrificio de la víctima que se ofreció en el día de Pascua por la  redención del hombre, el cual fue formado por Dios el día sexto, después que la tierra hubo  producido seres vivientes según su género: cuadrúpedos, reptiles y animales de la  tierra (175). Por consiguiente, en el pasaje que nos ocupa, la esposa desea ser iluminada con  la luz plena de la ciencia, para evitar que andando errante a causa de su ignorancia, venga  a asemejarse a aquellas escuelas de los doctores, que trabajan, no por la sabiduría de  Dios, sino por la de los filósofos y príncipes de este mundo. Es, efectivamente, lo que  también el Apóstol parece decir en aquel pasaje en que afirma: Hablamos de la sabiduría  de Dios misteriosa, escondida, que ninguno de los príncipes de este mundo ha  conocido (176). Y esto mismo da a entender nuevamente cuando dice: Nosotros no hemos  recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo  que Dios nos ha dado (177). Por esta razón la esposa de Cristo busca los rediles de mediodía  y pide a Dios la plenitud de la ciencia, para no ser ni parecida a una de esas escuelas de  filósofos, que se llaman veladas (175) porque, en ellas la plenitud de la verdad está  encubierta y velada. En cambio, la esposa de Cristo dice: Mas nosotros miramos a cara  descubierta, como en un espejo, la gloria de Dios (179). 

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(1) Aquí, como otras veces luego, Rufino recoge cualquier variante que leía en los ejemplares latinos del Cantar, de que disponía.
(2) Ac 21,25
(3)T. Por eso las hijas de Jerusalén son símbolo del pueblo hebreo en cuanto hostil a Cristo y a la Iglesia. 
(4)
(5) Ps 44,11
(6) Sobre la primera creación (Gn 1,27) y sobre la segunda (Gn 2,7), cf. n. 13 del Prólogo.
(7) Gn 25,13
(8) Gn 16,11
(9) Ex 25,2
(10) Nb 12,1
(11)
(12)
(13)
(14)
(15) Rm 2,3
(16) Tenemos aquí un ejemplo característico de cómo interpreta Orígenes un pasaje escriturístico confrontandolo con otro que, por cualquier particularidad, lo está reclamando: aquí el punto de contacto lo da la negrura de los varios protagonistas —masculinos y femeninos— de que se habla: son símbolo de la Iglesia cristiana de origen gentil, cuya negrura es justamente símbolo del pecado en que vivía antes de su conversión.
(17) Nb 12,1
(18) Mt 12
(19)
(20) Mt 12,42
(21) Flavio Josefo, Ant. Jud., VIII 165 ss. 
(22) Ps 67,31
(23) So 3,8
(24) Jr 38,6
(25) Jr 39,15
(26)
(27) Nb 12,2
(28) Sobre este procedimiento, característico de la exégesis origeniana, cf. la Introducción.
(29) Esto es, la ley judía interpretada espiritualmente, y no literalmente, como hacían los judíos; en sentido espiritual, la ley se identifica con Cristo.
(30) Nb 12,3
(31) Nb 12,6
(32) Cf. supra, n 28 
(33)
(34) Acerca del procedimiento de basar la interpretación espiritual sobre la etimología de un nombre hebreo, cf. n. 116 del Prólogo. Aquí juega Orígenes con el nombre de Salomón= hombre pacifico.
(35) 1R 10,2
(36) Aquí juega con la etimología de Jerusalén = visión de paz. 
(37)
(38) Ep 2,14
(39)
(40)
(41)
(42)
(43)
(44)
(45)
(46)
(47)
(48) 1R 10,5
(49) Ibid. 
(50) Ibid. 
(51)
(52) 1R 10,5
(53)
(54)
(55)
(56)
(57)
(58) Esta explicación de Orígenes está basada en el doble sentido del griego pisteuo, transferido también al latino credo: 1) prestar fe a alguien; 2) creer en Dios. La reina de Saba habla prestado fe a quienes la informaban sobre Salomón, pero no creyó en los hombres, sino en Dios. 
(59) He 12,22
(60) 1Co 13,12
(61)
(62)
(63) 1R 1
(64)
(65) 1R 10
(66)
(67)
(68)
(69)
(70)
(71)
(72) Ps 67,32
(73) Rm 11,11
(74)
(75)
(76)
(77) Rm 11,25. Recuérdese la afirmación paulina de que Israel se convertirá a Cristo antes del final de los tiempos. 
(78)
(79) Jr 38,6
(80) Jeremías en el aljibe simboliza a Cristo muerto. 
(81)
(82)
(83) Jr 39,16
(84) Ct 1,5
(85)
(86) Ex 26,7
(87)
(88)
(89)
(90)
(91)
(92) El texto hebreo dice solamente: es que el sol me ha bronceado. Pero la versión de los LXX utiliza el verbo parablépein (lat. neglegere) que, efectivamente, significa descuidar. En su comentario, Orígenes pone de relieve el contrasentido que resulta de la interpretación literal: el sol broncea cuando alumbra, no cuando descuida; y sobre este contrasentido literal monta él su interpretación espiritual. 
(93)
(94) Ct 8,5
(95) La bajada es símbolo del pecado, y la subida, símbolo de la redención. 
(96) Ml 3,20. Esta expresión de Malaquías se aplicó ya desde el comienzo a Cristo y quedó como uno de los apelativos cristológicos más utilizados. 
(97)
(98) Rm 11,30
(99)
(100) Nb 20,17
(101)
(102)
(103) Mt 5,14
(104) Ml 3,20
(105) Lv 26,21
(106) Jn 1,9
(107) Lv 26,21 Lv 23 Lv 24 Lv 40 Lv 41
(108) Ex 9,12 Ex 10,27 Ex 11,10
(109) Ex 1,14
(110) El pasaje del Éxodo en que se dice que Dios había endurecido el corazón del Faraón lo habían hecho suyo los gnósticos para apoyar su doctrina según la cual hay hombres espirituales y hombres materiales por naturaleza, independientemente de sus méritos. En el libro III Sobre los principios (cc. 10 es.), Orígenes examina el mismo pasaje para entenderlo de manera que quede a salvo el libre albedrío, y por eso interpreta el endurecimiento del Faraón como consecuencia de sus pecados. A ésta su interpretación se refiere aquí implícitamente. Por otra parte, los trabajos de los hebreos en barro y adobes representan para Orígenes las actividades terrenales, las pasiones carnales, la ignorancia y los errores de este mundo; cf. Hom. in Ex. I 15.
(111) Moisés. 
(112) Ex 2,23
(113) Orígenes parece jugar aquí con un doble sentido de la palabra erga: en sentido literal, la hace designar los trabajos de los hebreos en Egipto; en sentido espiritual, las obras buenas, que hacen eficaz a la oración. 
(114)
(115) Jn 3,19-20
(116)
(117) Dt 1
(118) Téngase presente que, para Orígenes, el fuego que espera a los pecadores, además del valor punitivo, tiene sobre todo un valor pedagógico, es decir, sirve para purificarlos de sus pecados, de modo que puedan, aunque tarde, alcanzar el perdón. Para Orígenes. ningún castigo infligido al alma después de esta vida es eterno, porque, al final, todas las creaturas racionales serán reintegradas en el estado inicial de perfección (apocatástasis).
(119)
(120) Ga 4,31 Ga 5,1
(121) 2Co 10,4
(122) Por eso debía ser labrado=interpretado según la interpretación espiritual. 
(123)
(124) Ph 3,7. Sobre la alternante postura de Orígenes frente a la filosofía griega, véase n. 77 del libro 1. Aquí vuelve Orígenes repetidamente sobre la filosofía griega, y casi siempre en sentido negativo, con expresión del error. 
(125) Ph 3,8
(126) Jr 2,21
(127) Dt 32,32
(128) 1Tm 2
(129)
(130) Ep 5,32
(131) Rm 5,6 Rm 8
(132) 1Co 3,1
(133) Ga 4,2
(134) Orígenes conoce la doctrina sobre el ángel custodio, de origen judío: la entiende sobre todo en el sentido de que los simples de la Iglesia necesitan esta ayuda suplementaria y propedéutica a la vez. El cristiano que progresa y se adhiere a Cristo no tiene ya necesidad de tal ayuda. 
(135)
(136)
(137)
(138)
(139)
(140)
(141) Ps 103,15
(142) Ps 44,10
(143) Ct 6,8
(144)
(145) 1Co 12,12
(146)
(147) Ct 1,7
(148) Ct 1,7
(149) 1Co 11,10. La conexión que Orígenes establece entre Ct 1,7 y ICo 11,10 está basada en el hecho de que la mujer vestida de novia lleva el velo sobre la cabeza, pero el punto de arranque es el hebreo: «como mujer velada», en vez de «errabunda o vagabunda» de los LXX. 
(150) Dt 32,9
(151) Dt 32,8.—Sobre este pasaje y algún otro del A.T. basa Orígenes su doctrina de los ángeles de las naciones, según la cual, se habría designado un ángel para cada nación, excepto para Israel, puesto directamente bajo el mando de Dios. El juicio que Orígenes da de tales ángeles no siempre es coherente: unas veces los considera malos; otras, no propiamente malos, pero sí incapaces de asegurar la salvación de los pueblos a su cargo. 
(152)
(153)
(154)
(155)
(156) Ct 1
(157) Lc 10,27 Dt 6,5
(158)
(159)
(160)
(161)
(162)
(163) Ps 22,5
(164) Jn 10,9
(165)
(166) Ps 45,6
(167) Gn 18,1
(168) Jn 8,39
(169) Rm 13,12
(170)
(171) Gn 43,16 Gn 25
(172)
(173) Lc 23,44
(174)
(175) HORASEXTA CRC-RECION: Gn 1,24-27 Gn 2,1.—La conexión entre el sexto día en que fue creado el hombre y la hora sexta en que el hombre fue redimido por la muerte de Cristo subraya el concepto de redención como segunda creación, habitualmente realzado por la concepción según la cual el mundo habría sido creado en una época del año correspondiente al tiempo pascual. En todo este contexto, Orígenes destaca el concepto de mediodía como significativo de la iluminación del alma, mientras que en el sentido meramente cronológico se utiliza la expresión de hora sexta, que corresponde justamente a la mitad del día. 
(176) 1Co 2,6
(177) 1Co 2,12
(178) cf supra, n 127 
(179) 2Co 3,18


Origenes, Cantar Cant 2000