Origenes contra Celso 343

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43. El sepulcro de Zeus en Creta

Seguidamente dice de nosotros que "nos reímos de los que adoran a Zeus, siendo así que su sepulcro se muestra en Creta31; pero no adoramos nosotros menos a un hombre sepultado, sin saber cómo y por qué hacen eso los cretenses". Ahora, pues, es de ver cómo Celso defiende por estas palabras a los cretenses, a Zeus y su sepulcro, dando a entender ciertas interpretaciones figuradas, según las cuales se dice haberse inventado el cuento sobre Zeus. Contra nosotros, empero, se ensaña, sin advertir que nosotros confesamos ciertamente haber sido nuestro Jesús sepultado, pero afirmamos también que se levantó del sepulcro, cosa que no cuentan ya los cretenses acerca de Zeus.

Mas ya que parece abogar por el sepulcro de Zeus en Creta, al decir que "no sabemos cómo y por qué hacen eso los cretenses", digamos que tampoco Calimaco de Cirene", que leyó poemas innúmeros y había reunido casi toda la historia griega, sabe nada sobre interpretación tropológlca de los mitos de Zeus y su sepulcro. Por eso en su himno a Zeus acusa a los cretenses diciendo:

"Siempre embusteros, los cretenses un sepulcro

para ti han inventado, ¡oh soberano, que no mueres,

porque tú eres por siempre!" (Hymn. in lov. 8-9.)

Ahora bien, el poeta que dijo: "... que no mueres, porque tú eres por siempre", después de negar la fábula del sepulcro de Zeus en Creta, cuenta acerca de Zeus el comienzo de la muerte, que es haber nacido. Efectivamente, comienzo del morir es nacer sobre la tierra. Y dice así: "Entre parra-sios / tras sus nupcias a luz te diera Rea" (ibid., 10). El que negó el nacimiento de Zeus fundado en la fábula de su sepulcro en Creta, debiera haber visto que a su nacimiento en Arcadia había de seguirse que el nacido muriera. He aquí lo que sobre el particular dice Calimaco:

"Unos dicen, ¡oh Zeus!, que tú naciste en los montes ideos; en Arcadia ponen otros, ¡oh Zeus!, tu nacimiento. ¿Quiénes mienten, ¡oh Padre!? Los cretenses fueron siempre embusteros", etc. (Ibid., 6-8.)

A estas disquisiciones nos ha traído Celso, por tratar desconsideradamente a Jesús. El hombre acepta de buen grado lo que se escribe sobre su muerte y sepultura, pero tiene por fábula que resucitara de entre los muertos. Y eso que también su resurrección fue de antemano anunciada por tantos profetas, y hay muchas pruebas de que se apareció después de su muerte.

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44. El cristianismo no es patrimonio c}e tontos

Seguidamente I aduce Celso lo que dicen unos cuantos, muy pocos, de esos que son tenidos por cristianos al margen de la enseñanza de Jesús, y no "los más inteligentes" (como él se imagina), sino de los más ignorantes, y afirma que "entre ellos se dan órdenes como éstas: Nadie que sea instruido se nos acerque, nadie sabio, nadie prudente (todo eso es considerado entre nosotros como males). No, si alguno es ignorante, si alguno insensato, si alguno inculto, si alguno tonto, venga con toda confianza. Ahora bien, al confesar así que tienen por dignos de su dios a esa ralea de gentes, bien a las claras manifiestan que no quieren ni pueden persuadir más que a necios, plebeyos y estúpidos, a esclavos, mu-jerzuelas y chiquillos". A eso podemos responder con un caso semejante: Jesús enseña la continencia y dice: El que mirare a una mujer para desearla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28). Ahora bien, si de entre tantos como son tenidos por cristianos se viera a unos pocos

que viven disolutamente, lo de todo punto razonable fuera acusarlos a ellos de que viven contra la enseñanza de Jesús; pero sería rematadamente necio achacar la culpa de ellos a la doctrina que profesan. Por modo semejante, la religión cristiana, más que ninguna, invita a la sabiduría; luego habrá que recriminar a los que defienden y dicen su propia ignorancia, no eso que Celso les achaca en su escrito-pues nadie habla tan estúpidamente, por muy pobres gentes e ignorantes que sean-, sino algo muy inferior, pero que, al cabo, pueda retraer del cultivo de la sabiduría.

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45. El culto de la sabiduría: a) En el Antiguo Testamento

Ahora bien, que la palabra divina quiera que seamos sabios, puede demostrarse por las antiguas Escrituras judaicas, de que también nos valemos nosotros, y por las que se escribieron después de Jesús, que las iglesias tienen por divinas. Así, en el salmo 50, se escribe cómo David ora a Dios: Lo oculto y escondido de tu sabiduría me has mostrado (Ps 50,8). Y quien leyere el libro de los Salmos, lo hallará lleno de muchas sabias doctrinas. Y Salomón fue alabado por haber pedido la sabiduría-(Ps 2). Las huellas de su sabiduría son de ver en sus escritos, que, en breves palabras, contienen sublimes sentencias, amén de muchas loas de la sabiduría y exhortaciones apremiantes a su ejercicio. Personalmente fue tan sabio Salomón, que la reina de Sabá, oído que hubo el nombre de Salomón y el nombre del Señor, vino a tentarlo con enigmas, y le dijo todo lo que llevaba en el corazón. Y Salomón le respondió a todas sus preguntas; no hubo pregunta que el rey pasara por alto sin responderle. Y vio la reina de Sabá toda la inteligencia de Salomón y todo lo que poseía, y quedó atónita y le dijo al rey: Verdad es lo que oí decir en mi tierra acerca de ti y de tu inteligencia; pero no creía a los que me hablaban hasta que vine yo misma y lo han visto mis ojos. Y ahora resulta que no me contaron ni la mitad. Tu sabiduría y tus bienes han sobrepasado con mucho todo lo que yo había oído (Ps 3). De él se escribe igualmente haber dado el Señor a Salomón prudencia y sabiduría mucha sobremanera, y anchura de corazón como la arena de la orilla del mar; y se dilató sobremanera la sabiduría de Salomón por encima de la prudencia de todos los hombres antiguos y por encima de todos los prudentes de Egipto, y fue más sabio que todos los hombres, más sabio que Getán, ezraíta, y Emad y Calcad

y Aradab, hijos de Mad, y era famoso entre todos los pueblos del contorno. Pronunció Salomón tres mil parábolas, y sus poemas fueron cinco mil; y discutió acerca de los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que sale por la pared, así como acerca de los peces y bestias. Y venían de todos los pueblos a oír la sabiduría de Salomón, y los reyes de toda la tierra que habían oído su sabiduría (Ps 3). La palabra divina tiene tanto interés en que haya sabios entre los creyentes que, con el fin de ejercitar la inteligencia de los oyentes, unas cosas las dice por enigmas, otras por los llamados discursos oscuros, otras por parábolas y otras por problemas. Así, por ejemplo, uno de los profetas, Oseas, dice al final de sus razonamientos: ¿Quién es sabio y entenderá estas cosas, o prudente y las conocerá? (Os 14,10). Y Daniel y los que con él estaban cautivos, hasta punto tal adelantaron en las ciencias que profesaban en Babilonia los sabios del rey, que son alabados de sobresalir diez veces más que ellos (). El hecho es que al soberano de Tiro, que alardeaba mucho de su sabiduría, se le dice en Ezequiel: ¿Acaso eres tú más sabio que Daniel? ¡No se te ha revelado a ti todo lo oculto! (Ez 28,3).

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46. b) Por el Nuevo Testamento

Si ahora venimos a los libros escritos después del advenimiento de Jesús, veremos que la turbamulta de los creyentes oían sus parábolas como quienes están fuera y sólo merecen doctrinas exotéricas; los discípulos, empero, escuchaban en particular las explicaciones de las parábolas. Y es así que privadamente se lo resolvía Jesús todo a sus discípulos (), honrando así, con preferencia a las turbas, a los que juzgaba dignos de su sabiduría. El mismo promete a los que creyeren en El que les enviará sabios y escribas: He aquí que yo os enviaré sabios y escribas, y a algunos de ellos los mataréis y crucificaréis (Mt 23,34). En cuanto a Pablo, en la lista de los carismas que Dios concede puso en primer lugar el discurso de la sabiduría; en el segundo, como inferior a él, el discurso de la ciencia o gnosis, y en el tercero, más bajo en cierto modo, la fe; y como quien prefería la razón a las operaciones maravillosas, puso en lugar inferior respecto a los carismas racionales las operaciones de milagros y los carismas de curaciones (Mt 1). En los Hechos de los Apóstoles, Esteban atestigua el mucho saber de Moisés, tomándolo sin duda de escritos antiguos que no han llegado al público. Dice en efecto: Y fue instruido Moisés en toda la sabiduría de los

egipcios (). De ahí justamente vino la sospecha de que, en sus milagros, no obrara según su afirmación de que venía de Dios, sino según las enseñanzas de los egipcios, que conocía muy bien. Con esta sospecha, el rey mandó llamar a los encantadores de Egipto, a sus sabios y hechiceros (Ex 7,10), pero se demostró no eran nada en parangón con la sabiduría de Moisés, que estaba muy por encima de toda la sabiduría de los egipcios.

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47. "La sabiduría de este mundo"

Es probable que lo que Pablo escribe en su primera carta a los corintios (l,18ss), como cosa dicha contra los griegos y los que alardean de la sabiduría griega, haya movido a algunos a pensar que la palabra divina no quiere sabios. El que así piense, oiga lo que sigue: la palabra divina reprende a hombres míseros, y dice que no son sabios en lo inteligible, invisible y eterno, sino que, ocupados solamente en lo sensible y cifrándolo todo en ello, son sabios de este mundo. Por modo semejante, como haya muchos sistemas filosóficos: unos que defienden la materia y los cuerpos y sientan que todo lo que subsiste principalmente o en sí mismo son cuerpos, y nada hay fuera de ellos, ora se llame invisible, ora se lo denomine incorpóreo, ésa dice la palabra divina ser la sabiduría de este mundo, que es destruida, y se entontece, la que se llama también sabiduría de este tiempo; otros, empero, que levantan al alma de las cosas de acá a la bienaventuranza de Dios y al que se llama reino suyo, y enseñan a despreciar como pasajero todo lo sensible y patente a los ojos y a correr a lo invisible y oculto (Ex 2), ésa dice ser sabiduría de Dios. Sin embargo, amante que era Pablo de la verdad, dice acerca de algunos sabios griegos en lo que tienen de verdad: Conociendo como conocieron a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias. Atestigua, desde luego, Pablo que conocieron a Dios, pero añade que eso no fue sin ayuda y providencia de Dios, pues escribe: Porque Dios se lo manifestó; aludiendo, según yo pienso, a los que se remontan de lo visible a lo inteligible, dado caso que escribe: Lo invisible de Dios se hace visible, desde la creación del mundo, por las criaturas, su mismo poder eterno y su divinidad; de suerte que son inexcusables; pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias ().

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48. El obispo ha de ser doctor

Pero Pablo dijo también: Mirad, hermanos, vuestro llamamiento; no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. No, Dios ha escogido lo necio del mundo, para confundir a los sabios; y ha escogido Dios lo innoble y despreciado, y hasta lo que no tiene ser, para confundir a lo que tiene ser, y asi no se gloríe hombre alguno en su presencia (Ex 1). Acaso también estas palabras han podido mover a algunos a pensar que ningún hombre culto, ningún sabio o inteligente abraza nuestra religión. Al que así piense le haremos notar que no se habla de que no haya ningún sabio según la carne, sino de que no hay "muchos sabios según la carne". Y es evidente que, cuando Pablo caracteriza a los que se llaman obispos y describe qué cualidades hayan de tener, entre ellas ordenó que el obispo sea doctor o maestro; y dice que debe ser capaz de argüir a los contradictores y tapar, por su sabiduría, la boca a los que hablan vanamente y engañan a las almas. Y, como prefiere para el episcopado al monógamo sobre el dígamo, al irreprensible sobre el reprensible, al continente sobre el que no lo es, al prudente sobre el imprudente, al moderado sobre el inmoderado aun en cosas menudas, así quiere que suba preferentemente al episcopado quien sea capaz de enseñar y de argüir a los que contradicen (). ¿Con qué razón, pues, nos acusa Celso de decir: "Nadie instruido, nadie sabio, nadie inteligente se acerque a nosotros"? No, acerqúese, si quiere, un hombre culto, un sabio, un inteligente; pero acerqúese no menos cualquier ignorante, cualquier insensato, inculto y niño. Porque nuestra religión promete curar a los tales, haciéndolos a todos dignos de Dios ".

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49. La instrucción, camino de la virtud

Mentira es también que quienes predican la palabra divina sólo quieran persuadir "a tontos, plebeyos, estúpidos, mujer-zuelas y chiquillos". A decir verdad, también a éstos los llama nuestra religión para mejorarlos, pero no menos a otros muy

diferentes de ellos. Y es así que Cristo es salvador de todos los hombres, señaladamente de los creyentes (Ex 1), ora sean inteligentes o simples. Y El es también propiciación por nuestros pecados cerca del Padre, y no sólo de los nuestros, sino de los de todo el mundo (Ex 1). Huelga, por ende, querernos defender, después de lo dicho, de frases de Celso como éstas: "¿Qué may hay, por otra parte, en ser instruido y haber estudiado las mejores doctrinas y en ser y parecer inteligente? ¿No será antes bien de provecho y medio por donde se puede llegar más fácilmente a la verdad?" Realmente, el ser verdaderamente instruido no es un mal, pues la instrucción y educación es camino de la virtud. Sin embargo, ni los sabios griegos dirán haya de contarse en el número de los instruidos el que abraza doctrinas erróneas. Y ¿quién no convendrá igualmente en que el haber estudiado las mejores doctrinas no sea un bien? Pero ¿qué doctrinas calificaremos de mejores, verdaderas y que estimulen a la virtud? También es bueno ser inteligente, pero no el mero parecerlo, como afirma Celso. Y, ciertamente, ni el ser instruido, ni el haber estudiado las mejores doctrinas, ni el ser inteligente son obstáculo alguno, sino que antes bien ayudan al conocimiento de Dios. Pero nosotros tenemos más derecho que Celso a decir todo eso, sobre todo si se demuestra que es epicúreo ".

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50. La predicación cristiana

Veamos lo que dice seguidamente, que es de este tenor: "Mas vemos por vista de ojos cómo los charlatanes que en las públicas plazas ostentan sus artes más abominables y hacen su agosto, jamás se acercan a un grupo de hombres discretos, ni entre éstos se atreven a hacer ostentación de sus maravillas "; mas dondequiera ven a un corro de muchachos o una turba de esclavos o de gentes bobaliconas, allá se precipitan y allí se pavonean". ¡Es de ver cómo también en esto nos calumnia, equiparándonos a los que en los mercados exhiben sus artes más abominables y hacen así su agosto! ¿Qué doctrinas abominables exhibimos nosotros? ¿O qué hacemos que se asemeje a lo de esos charlatanes? ¡Nosotros, que, por medio de lecturas de la palabra divina y su comentario, exhortamos a la piedad para con el Dios del universo y a las virtudes que se sientan en el mismo trono que ella, y apartamos a los oyentes de todo menosprecio de lo divino, y de toda acción contra la

recta razón! 3Í. Los mismos filósofos desearían ciertamente congregar tan gran número de oyentes de discursos que exhortan al bien; así lo han hecho señaladamente algunos cínicos, que públicamente se ponen a conversar con los primeros que se topan. ¿Es que también se dirá de ellos, por no reunir como auditorio a los que pasan por instruidos, sino que convidan y juntan a gentes de la calle, que se parecen a los charlatanes que exhiben en las públicas plazas sus artes abominables y hacen así su agosto? Pero ni Celso ni ninguno de los que piensan como él pondrán tacha en quienes, según lo que ellos tienen por amor a la humanidad, dirigen sus discursos aun a las gentes ignorantes.

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51. La admisión en el cristianismo

Ahora bien, si aquellos filósofos no merecen reprensión por obrar así, veamos si los cristianos no exhortan más y mejor que ellos a las muchedumbres a la vida honrada. Porque los filósofos que públicamente conversan con las gentes, no seleccionan su propio auditorio, sino que todo el que quiere se para y se pone a oír. Los cristianos, empero, en cuanto les es posible, examinan previamente las almas de los que quieren oírlos y de antemano los prueban " privadamente; sólo después que, al parecer, antes de entrar en la comunidad, se han entregado los oyentes a cumplir su propósito de vivir honestamente, entonces los admiten. Luego, privadamente, estatuyen dos órdenes, uno de recién llegados, que reciben instrucción elemental y no llevan aún el signo de haber sido purificados; otro, de los quej según sus fuerzas, han demostrado su propósito de no querer sino lo que place a los cristianos. Entre éstos se destinan algunos a vigilar la vida y conducta de los que han entrado, con el fin de impedir que formen parte de la comunidad quienes se entregan a pecados ocultos, y recibir, en cambio, con los brazos abiertos a los que no son tales y hacerlos cada día mejores. El mismo procedimiento siguen con los que pecan, señaladamente con los intemperantes, a los que arrojan de la comunidad, ¡esos que Celso compara a los charlatanes que en los mercados exhiben sus saberes abominables!

La venerable escuela de los pitagóricos construía cenotafios a los que apostataban de su filosofía, teniéndolos por muertos (II 12); los cristianos, a su vez, lloran como perdidos y muertos para Dios a los que se dejan vencer por la intemperancia o por otro vicio torpe, y, como a resucitados de entre los muertos, caso que muestren verdadera penitencia, de nuevo los reciben algo más tarde, con más largo plazo de prueba que a los que por primera vez se convierten. Sin embargo, a los que han venido a caer después de abrazar el cristianismo, no los admiten a cargo ni gobierno alguno de la que se llama Iglesia de Dios.

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52. Celso, mujerzuela que chilla

Pues veamos ahora si Celso no miente descaradamente y compara cosas dispares cuando dice: "Vemos por vista de ojos cómo los que en las públicas plazas exhiben sus artes más abominables y hacen su agosto". Y esos a quienes Celso nos compara: "los que en las públicas plazas ostentan sus artes abominables y hacen su agosto", dice él que "jamás se acercan a una reunión de hombres inteligentes, ni entre éstos se atreven a mostrar sus maravillas 3S; mas donde columbran a muchachos, una turba de esclavos o un corro de bobalicones, allí se precipitan y allí se pavonean". Mas en esto no hace otra cosa que insultarnos, a la manera de mujerzuelas que chillan en las calles sin otro fin que insultarse unas a otras 3°. Porque la verdad es que nosotros hacemos cuanto está en nuestra mano por que nuestra reunión se componga de hombres inteligentes; y, cuando tenemos delante oyentes discretos, nos atrevemos a exponer, en nuestras homilías al pueblo, lo que nuestra religión tiene de más bello y divino; mas cuando contemplamos cómo acuden gentes simples, ocultamos y pasamos en silencio los temas más profundos, pues son oyentes que necesitan de discursos que, figuradamente, se llaman "leche" ().

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53. La leche y el manjar sólido

Y es así que nuestro Pablo, escribiendo a los corintios, que eran, desde luego, griegos, pero no puros aún en sus costumbres, dice así: Leche os di a beber, no comida, pues no la podíais aún tomar; pero ni aún ahora podéis, pues todavía sois carnales. Pues, cuando entre vosotros se dan envidia y contienda, ¿no sois carnales y andáis a lo humano? (CF 1).

Pero el mismo Pablo, que sabía haber un alimento propio del alma ya más perfecta y que el de los principiantes se compara a la leche de los niños, dice también: Y habéis venido a tener necesidad de leche, y no de manjar sólido. Porque todo el que toma leche es que no tiene experiencia de la palabra de la justicia, pues es un niño. De los perfectos, empero, es el manjar solido, pues por el hábito tienen ejercitados los sentidos para distinguir el bien y el mal (). Ahora, pues, preguntamos: El que crea que todo esto está bien dicho, ¿puede imaginar que las bellezas de nuestra doctrina no se expondrán jamás ante una reunión de hombres inteligentes, sino que dondequiera columbremos a un corro de chiquillos, una gavilla de esclavos o un grupo de bobalicones, allí correremos a exponer las cosas divinas y sagradas, y ante parejos oyentes nos pavonearemos de ellas? Pero no, lo evidente para todo el que examine el sentido de nuestros escritos es que Celso, por rencor comparable al de la plebe vulgar, dice todo eso, sin crítica alguna, para calumniar la raza de los cristianos.

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54. El cristianismo, escuela universal

Confesamos realmente que queremos instruir a todos por la que, mal que le pese a Celso, es palabra de Dios, de modo que también a los muchachos les dirigimos la exhortación que les conviene, y mostramos a los esclavos cómo, adquiriendo espíritu libre, nacerán de noble raza por obra del Logos. Y los que entre nosotros predican el cristianismo, paladinamente afirman ser deudores de griegos y bárbaros, de sabios e ignorantes (), pues no niegan que es menester curar también las almas de los ignorantes, para que, dejando, en lo posible, su ignorancia, corran hacia una mayor inteligencia, escuchando la exhortación de Salomón: ¡Oh insensatos!, tened inteligencia. Y el que de vosotros sea más insensato, tuerza hacia mí (). Y a los faltos de sentido, los exhorta la sabiduría diciendo: Venid, comed mi pan y bebed el vino que os he templado; abandonad la necedad, para que viváis, y enderezad la inteligencia en conocimiento ().

Mas, dado el punto que nos ocupa, yo diría también contra el razonamiento de Celso lo que sigue: ¿Es que los filósofos no invitan también a que los oigan los muchachos? ¿Es que no exhortan a los jóvenes a que salgan de su vida pésima y aspiren a cosas mejores? ¿Por qué no han de querer que los esclavos profesan la filosofía? ¿Vamos a acusar nosotros a los filósofos de que los exhorten a la virtud, como hizo Pitágoras con Zamolxis, y Zenón con Perseo, y los que, recientemente *°, incitaron a Epicteto a profesar la filosofía? ¿O es que a vosotros, ¡oh griegos!, os es lícito llamar a la filosofía a muchachos y esclavos y gentes ignorantes; mas, si nosotros hacemos lo mismo, no obramos por amor a nuestros semejantes? ¡Y es así que nosotros queremos curar con la medicina de la razón a toda naturaleza racional y unirla con el Dios creador de todas las cosas! Pero baste con lo dicho sobre los insultos, más bien que acusaciones, de Celso.

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55. Los humildes, apóstoles cristianos

Como, por lo visto, Celso ha tomado gusto en echarnos rociadas de insultos, añadió a los ya dichos, otros que vamos a citar para ver quién se deshonra más con ellos, los cristianos o Celso, que dice: "Vemos, efectivamente, en las casas privadas a cardadores, zapateros y bataneros, a las gentes, en fin, más incultas y rústicas, que delante de los señores o amos de casa, hombres provectos y discretos, no se atreven a abrir la boca; pero apenas cogen aparte a los niños mismos y con ellos a ciertas mujercillas sin seso, hay que ver la de cosas maravillosas que sueltan: "que no hay que atender ni a padres ni a preceptores, sino creerlos únicamente a ellos; pues aquéllos son unos necios y unos estúpidos y, preocupados como están por vacuas tonterías, ni saben ni hacen nada que sea realmente bueno. Ellos, sólo ellos, son los que saben cómo se debe vivir, y si los niños les obedecen, no sólo serán ellos felices, sino que harán41 también feliz a su familia". Y si, mientras hablan, columbran que se acerca alguno de los preceptores, encargados de la enseñanza de los niños, hombres prudentes, o el padre mismo, los más cautos se callan de miedo; pero otros, más descarados, tratan de soliviantar a los niños, susurrándo-les que en presencia del padre o de los preceptores no quieren ni pueden explicarles nada bueno, pues se lo impide la estolidez y necedad de aquéllos, corrompidos que están totalmente y sumidos en la más profunda maldad, y que pudieran castigarlos; que si quieren, tienen que desentenderse del padre y preceptores y, junto con las mujeres y sus compañeros de juegos, apartarse a la habitación de las mujeres o al taller de zapatería o de curtidos, y allí recibirán cabal instrucción. Tales son los discursos con que tratan de persuadir".

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56. La enseñanza cristiana, ajena a. toda impureza

Aquí es también de ver cómo injuria a los que entre nosotros predican la palabra divina. A los que por todos los modos tratan de levantar el alma al Creador del universo, a los que enseñan cómo hay que despreciar todo lo sensible, temporal y visible y no dejar piedra sin mover a trueque de alcanzar la comunión con Dios, la contemplación de lo inteligible e invisible y la vida bienaventurada con Dios y con los amigos de Dios; a ésos, digo, los compara Celso con los cardadores, que andan por las casas, con los zapateros y bataneros, con las gentes más rústicas imaginables, que atraerían al mal a niños realmente pequeños y mujerzuelas, apartándolos de padres y preceptores, para que los sigan a ellos solos. Mas a Celso le toca demostrar de qué padre prudente, de qué maestro de nobles enseñanzas apartamos nosotros a los niños y mujerzuelas, y comparar, en los niños y mujeres que abrazan nuestra religión, si algo que antes oyeran es mejor que lo que oyen de nosotros. Díganos Celso de qué modo apartamos a niños y mujeres de sanas y sagradas doctrinas y los provocamos a la práctica del mal. Pero jamás podrá probar nada semejante contra nosotros. Al contrario, a las mujeres las libramos de la deshonestidad y perversión que les viene de los que tratan con ellas, y de toda manía por teatros y bailes, no menos que de la superstición ; y a los niños, apenas llegan a la pubertad y se despiertan sus instintos por lo sexual, tratamos de hacerlos castos, poniéndoles delante no sólo la fealdad del pecado, sino también el estado en que queda el alma de los malos, la cuenta que tendrá que dar y los castigos que sufrirá.

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57. El cristiano no repudia la filosofía

¿Y qué maestros decimos que deliran y son unos mentecatos, a los que defiende Celso como si enseñaran mejor doctrina que la nuestra?

A no ser que tenga, por lo visto, por maestros excelentes y no delirantes de las mujeres, a quienes las provocan a la superstición y a espectáculos deshonestos, y que no son unos

mentecatos los que traen y llevan a los jóvenes a todo género de excesos que sabemos cometen en muchas partes. Ahora bien, nosotros, según nuestras fuerzas, invitamos aun a los que profesan dogmas filosóficos a que vengan a nuestra religión, poniéndoles delante su excelencia y pureza; mas como quiera que Celso da a entender por lo que dice no ser así, sino que sólo llamamos a gentes estúpidas, razonemos con él así: Si dijeras que apartamos de la filosofía a los que antes la han profesado, no dirías, desde luego, la verdad, pero tu dicho tendría algún viso de probabilidad; mas como dices que apartamos a los que se convierten a nosotros de sus buenos maestros, muéstranos haya otros maestros buenos fuera de los maestros de la filosofía o los que trabajan " por dar una enseñanza útil. Pero nada de esto podrá mostrar. Por lo demás, nosotros proclamamos públicamente, y no a sombra de tejado, que serán bienaventurados los que vivieren conforme a la palabra de Dios y en todas sus acciones miraren a El y en todo lo que hicieren piensen que los está El contemplando. ¿Son estas enseñanzas de cardadores, zapateros y bataneros y de los más rústicos patanes? ¡ Que lo demuestre, si es capaz, Celso!

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58. La filosofía, propedéutica del cristianismo

Los que Celso compara con los cardadores que andan por las casas, y con los zapateros y bataneros y los más rústicos patanes, en presencia del padre y los maestros no querrán, dice, abrir la boca, ni podrán siquiera explicar cosa buena a los niños. Respondamos a esto: ¿De qué padre hablas, buen hombre, y de qué maestro? Si del que aprueba la virtud y reprende el vicio y aspira a lo mejor, has de saber que nosotros hablaremos a los niños de nuestra religión con la plena confianza de que saldremos airosos ante juez semejante; mas si callamos ante un padre desacreditado en la virtud y ante maestros que enseñan lo que pugna con la sana razón, no es cosa que nos puedas reprochar, pues sería reproche irrazonable. Tú mismo, seguramente, si tuvieras que enseñar los misterios de la filosofía a jóvenes, hijos de padres que miran la filosofía como cosa ociosa y sin provecho, no darías tu lección en presencia de esos malos padres, sino que desearías que los hijos que han de iniciarse en la filosofía se apartaran de padres perversos y esperarías el momento oportuno en que los discursos de la filosofía llegaran al alma de los jóvenes. Y lo mismo diremos

sobre los maestros. Si apartamos a los niños de maestros que enseñan las indecencias de la comedia y los licenciosos poemas yámbicos y demás obras que ni mejoran al que las recita ni son de provecho a los que las oyen; de maestros, repito, que no saben " interpretar filosóficamente los poemas y añadirles el comentario que convendría para provecho de los jóvenes, en tal caso hacemos algo que no nos avergonzamos de confesar. Mas si me presentas maestros que dan una especie de iniciación y ejercicio propedeútico en la filosofía, yo no trataré de apartar de ellos a los jóvenes; ejercitados más bien como en una instrucción general y en las doctrinas filosóficas, trataré de levantarlos a la magnificencia sacra y sublime, oculta al vulgo, de los cristianos, que discurren acerca de los temas más grandes y necesarios, a par que demuestran y ponen ante los ojos cómo toda esa filosofía se halla tratada por los profetas de Dios y por los apóstoles de Jesús.

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59. A quiénes llama a sí el cristianismo

Seguidamente, dándose cuenta que nos ha injuriado con demasiada aspereza, añade Celso en tono de propia defensa : "Y que no los culpo con mayor acritud de lo que me fuerza la verdad, puede demostrarse por lo que sigue. Los que llaman para las otras iniciaciones, proclaman previamente: "El que sea puro de manos y discreto de lengua..." O bien otros: "El que esté limpio de toda impureza, cuya alma no tenga .conciencia de mal alguno, y el que viva bien y justamente..." Y esto previamente pregonan los que prometen purificaciones de los pecados. Pues escuchemos ahora a quiénes llaman éstos: "Cualquiera-dicen-que sea pecador, cualquier insensato, cualquier niño pequeño y, en una palabra, cualquier miserable, a éste lo aceptará el reino de Dios". Ahora bien, ¿a quién llamáis pecador sino al inicuo, al ladrón, al que taladra paredes, al hechicero, al que despoja los templos y al que profana las tumbas? ¿A qué otros llamara quien quisiera hacer leva de bandidos? A esto respondemos que no es lo mismo llamar a los enfermos del alma para que se curen, que llamar a los sanos para que conozcan y comprendan los misterios divinos. Nosotros conocemos esos dos géneros de personas, y así, desde el principio, llamamos a los hombres para que se curen. A los pecadores los exhortamos a que oigan discursos que les enseñarán a no pecar; a los insensatos, otros que les infundirán inteligencia; a los niños, a que avancen hasta sentir

y pensar como hombres; y a los desgraciados en general tratamos de llevarlos a la felicidad o, hablando con más propiedad, a la bienaventuranza ". A aquellos, empero, que, tras oír nuestras exhortaciones, han adelantado en la virtud y demuestran haber sido purificados por el Logos y vivir, según sus fuerzas, mejor que antes, los llamamos en ese momento a nuestros misterios. Pues hablamos sabiduría entre los perfectos (CF 1).

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60. El altísimo ideal cristiano

Nosotros enseñamos que en alma malévola no entrará la sabiduría, ni morará en cuerpo sujeto al pecado (), y así decimos: El que tenga manos puras y que, por eso, levanta a Dios manos santas (CF 1); el que, por ofrecer sublimes y celestes sacrificios, puede decir: La elevación de mis manos es sacrificio vespertino (Ps 140,2), venga a nosotros ; y el que es discreto en su lengua por meditar día y noche la ley del Señor (Ps 1,2) y tener por el hábito ejercitados los sentidos para distinguir el bien y el mal (), no vacile en acercarse a gustar de los sólidos manjares espirituales, que convienen a los atletas de la piedad y de toda virtud. Y, pues la gracia de Dios está con todos los que aman incorruptamente () al Maestro de las doctrinas" sobre la inmortalidad, el que esté limpio no sólo de todo crimen, sino también de los pecados que se tienen por leves, inicíese confiadamente en los misterios de la religión de Jesús, que, razonablemente, sólo se revelan a las almas puras y santas. El sacerdote de Celso dice: "Al que de nada malo le remuerda la conciencia, venga". Mas el que inicia a los hombres en el culto de Dios según Jesús dirá a los purificados en su alma: Al que de mucho tiempo atrás, y señaladamente desde que fue curado por obra del Logos, no le remuerde el alma de mal alguno, ése escuche también lo que, privadamente (), habló Jesús a sus auténticos discípulos. En conclusión, al contraponer Celso a los que inician en los misterios de los griegos y a los que enseñan la doctrina de Jesús, no se percató de la diferencia entre llamar a los malos para que se curen, y a los ya del todo puros a iniciarse en los misterios cristianos.


Origenes contra Celso 343