Origenes contra Celso 361

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61. El misterio escondido

No llamamos, pues, a nuestros misterios y a participar de la sabiduría escondida en el misterio, aquella que Dios predestinó antes de los siglos para gloria de sus santos (Ps 1), al inicuo, al ladrón, al atracador, al hechicero, al sacrilego y violador de sepulcros y a cuantos otros, con énfasis retórico, pueda enumerar Celso. No, a ésos los llamamos para su curación. Y es así que en la divinidad del Logos hay ayuda para la curación de los enfermos, de los que dijo el Logos mismo: No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos (Mt 9,12); y hay otras que revelan a los limpios de cuerpo y alma el misterio oculto por tiempos eternos, pero manifestado ahora por las escrituras proféticas y por la aparición de nuestro Señor Jesucristo (). Esa aparición se hace patente a cada uno de los perfectos e ilumina la mente para conocer sin error la realidad de las cosas. Mas ya que, dando énfasis retórico a las acusaciones contra nosotros, tras enumerar a todos esos hombres, padrones de abominación, añade: "¿A qué otros llamaría el bandido que hiciera leva de gentes?", también a eso le vamos a responder. El bandido llama ciertamente a gentes de esa ralea, porque quiere valerse de su maldad contra los hombres a quienes desea matar y robar; mas el cristiano, aun cuando llame a los mismos que el bandido, lo hace con intención muy diferente; el cristiano quiere vendar las heridas de ellos por medio de la palabra divina, y verter sobre el alma, inflamada por sus vicios, los remedios de esa misma palabra, a la manera del aceite y vino (LE 10,34) y otros emolientes, y demás ayudas médicas que alivian al alma.

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62. El misterio del pecado

Luego tergiversa Celso lo que se dice y está escrito para exhortar a los que viven mal y llamarlos a penitencia y enmienda de sus almas y dice que decimos "haber sido Dios enviado a los pecadores" (Mt 9,11-13). En esto hace como si reprochara a quienes digan que, por razón de los enfermos de una ciudad, envió un rey humanísimo a su médico. Fue efectivamente enviado el Dios Logos como médico a los pecadores; como maestro de misterios divinos a los ya limpios y que no pecan más. Mas Celso, incapaz de hacer esta distinción (por no tener interés en averiguar bien las cosas), dice: "Pues qué, ¿no fue enviado a los sin pecado? ¿Qué mal es

no haber pecado?" A esto decimos que si por "sin pecado" entiende a los que ya no pecan, también a éstos fue enviado Jesús, nuestro Salvador, pero no como médico; mas si los "sin pecado" son los que nunca han pecado (Celso no hizo la distinción en su frase), hemos de decir no ser posible haya un hombre en este sentido sin pecado ". Pero esto afirmamos a excepción del que en Jesús era mirado como hombre (cf. II 25), que no cometió pecado (Mt 1). Malignamente además afirma Celso que nosotros digamos: "Al inicuo, como se humille a sí mismo por razón de su maldad, lo recibirá Dios; si el justo, empero, que haya practicado la virtud desde el principio levanta a El los ojos, no lo recibirá". Efectivamente, nosotros decimos seí imposible que nadie levante sus ojos a Dios tras una práctica de la virtud desde el principio. Es menester, en efecto, que la maldad se dé primeramente entre los hombres, como escribe también Pablo: Mas cuando vino el mandato, revivió el pecado, pero yo morí (). Pero tampoco enseñamos acerca del inicuo que baste humillarse bajo el peso de su maldad para que Dios lo reciba. No, Dios recibe al que se condena a sí mismo por su vida pasada, y por ella anda humillado y vive ordenadamente en lo por venir.

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63, El misterio del perdón

Luego se ve que Celso no entiende el sentido de estas palabras: Todo el que se exaltare, será humillado (Mt 23,12), ni enseñado siquiera por Platón, según el cual el hombre bueno y noble se porta modesta y ordenadamente (PLAT., Leg. 716a). Tampoco sabe por qué decimos: Humillaos bajo la poderosa mano de Dios, para que El os exalte en el momento oportuno (Mt 1). Así se explica que diga: "Los que administran debidamente la justicia, reprimen los suspiros lastimeros (PLAT., Phaidr. 267c) de quienes se lamentan de sus desaguisados, para evitar el riesgo de que se dé la sentencia por compasión y no según verdad. Y Dios, por lo visto, ¿juzga no según verdad, sino por lisonja?" Pero ¿qué lisonja ni qué especie de suspiros lastimeros hay en las divinas Escrituras, cuando el pecador le dice a Dios en su oración: Te he confesado mi pecado, no te oculté mi culpa. Dije: Confesaré al Señor mi falta...? (Ps 31,5). Pero ¿será Celso capaz de demostrar que no contribuye eso a la conversión de los que pecan, al humillarse a sí mismos ante Dios en sus oraciones?

Pero, obcecado por su furia de acusarnos, no repara en contradecirse a sí mismo. Así, una vez afirma saber de hombres sin pecado, de justos que, adornados de virtud desde el principio, levantan sus ojos a Dios; otra acepta lo que nosotros decimos: ¿Qué hombre hay perfectamente justo o quién está sin pecado? (). Y, efectivamente, como si lo aceptara, dice: "Realmente, harta verdad es que, por naturaleza, la raza humana es pecadora". Luego, como si el Logos no hubiera llamado a todos, dice: "Debiera, pues, haberlos llamado a todos, puesto caso que todos pecan". Pero más arriba (II 73) hemos hecho ver que Jesús dijo: Venid a mí todos los que trabajáis y andáis cargados, y yo os aliviaré (Mt 12,28). Así, pues, todos los hombres que trabajan y andan cargados por su naturaleza proclive al pecado, son llamados al alivio y descanso que les ofrece el Logos de Dios. Y es así que Dios envió su Logos, y los sanó y los libró de sus miserias (Ps 106,20).

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64. ¿Preferencia por los pecadores?

Dice también Celso: "¿Qué preferencia es ésa por los pecadores?" Y por el estilo añade muchas más cosas. A todo ello responderemos que, hablando absolutamente, un pecador no es preferido al que no lo es. Sin embargo, hay veces en que un pecador, que tiene conciencia de sus pecados y ello lo mueve a arrepentirse y andar humilde bajo su peso, es preferido a otro que se tiene por menos pecador o que no piensa en absoluto ser pecador, y se exalta y engríe por ciertas ventajas que se imagina poseer. Así lo pone en claro a todo el que quiera leer inteligentemente los evangelios la parábola del pu-blicano, que decía: Sé propicio a mi, que soy pecador (LE 18,13), y del fariseo que se vanagloriaba con orgullo malo: Te doy gracias, porque no soy como los otros hombres: rapaces, inicuos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano (ibid., 11). Porque Jesús pone como epílogo a las palabras de cada uno: Aquél, y no éste, bajó justificado a su casa, porque todo el que se exalta, será humillado; y todo el que se humilla, será exaltado (ibid., 14). No blasfemamos, pues, de Dios ni le levantamos nada al enseñar que todo hombre ha de tener conciencia de su propia pequenez en parangón con la grandeza de Dios y pedirle continuamente supla El lo que falta a nuestra naturaleza, pues sólo El puede compensar nuestras deficiencias.

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65. Psicología de la conversión

En opinión de Celso, dirigimos exhortaciones como ésas a los que pecan "por ser incapaces de ganarnos a nadie verdaderamente bueno y justo. De ahí que abramos nuestras puertas a las gentes más impías y abominables". Mas a quien inteligentemente examine la sociedad que formamos, le podemos presentar muchos más que se han convertido de una vida no del todo mala que no los que han dejado los pecados mqs abominables. Porque quienes tienen buena conciencia y desean sea verdad lo que se predica acerca de la recompensa que dará Dios a los buenos, es natural se adhieran con más prontitud a lo que nosotros decimos que no los que viven de todo en todo rotamente, a quienes su propia conciencia les impide aceptar que serán castigados por el juez universal con pena proporcionada al que tanto ha pecado, y que no sin buena razón será infligida por el juez supremo. Y hasta hay veces en que hombres de todo punto perdidos, por más que quieren, por la esperanza que les da la penitencia ", aceptar la doctrina acerca del castigo eterno, son impedidos por la costumbre de pecar, teñidos que están, como si dijéramos, por el vicio e incapaces ya de levantarse de él y pasar a una vida decente y conforme a la recta razón. Así lo comprendió el mismo Celso, no sé cómo, pues dice seguidamente: "Realmente, a cualquiera se le alcanza que los que pecan por naturaleza y costumbre, nadie en absoluto logrará cambiarlos por castigos, ni menos por misericordia, pues nada hay tan difícil como cambiar completamente una naturaleza. Pero los que no pecan gozan de mejor vida".

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66. No hay conversión imposible

Mas también en esto yerra, a mi parecer, completamente Celso, al no conceder a los que pecan por naturaleza y hasta por costumbre la posibilidad de un cambio completo; según él, ni por castigos se los puede curar. Realmente, es claro y patente que todos los hombres pecamos por naturaleza, y algunos no sólo por naturaleza, sino también por hábito; pero no todos los hombres son incapaces de un cambio radical. Las escuelas filosóficas y la palabra divina están llenas de historias de quienes cambiaron tan radicalmente que vinieron a ser" modelos de la vida mejor. De entre los héroes, algunos ponen

en este número a Heracles y Ulises; de entre los posteriores, a Sócrates, y de entre los modernos, a Musonio ". Al sentar, pues, Celso su tesis de que "a cualquiera se le alcanza que quienes pecan por naturaleza y por costumbre no es posible en absoluto los lleve nadie, ni a fuerza de castigos, a convertirse a vida mejor", no sólo miente contra nosotros, sino también contra los nobles filósofos, que no desesperaron de que los hombres puedan retornar a la virtud. Y si es cierto que no expresó con exactitud su pensamiento, aun interpretándolo benévolamente, no hemos demostrado con menos razón que no habla sanamente. Dijo, en efecto: "A los que pecan por tendencia natural y, encima, por costumbre, no es posible los cambie nadie ni aun a fuerza de castigos", y nosotros, entendiendo la frase como suena, lo hemos rebatido según nuestras fuerzas.

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67. Ejemplos de conversiones filosóficas

Pero es probable que sólo quiso dar a entender no ser posible que nadie haga cambiar completamente, ni aun a fuerza de castigos, a los que no sólo por tendencia natural, sino también por hábito, cometen pecados como sólo los cometen los hombres más perdidos. Mas también esto se demuestra ser falso por la historia de ciertos filósofos. Porque ¿quién no contará entre los hombres más perdidos al que, fuera por lo que fuera, se sometió a un amo que le mandó ponerse en un prostíbulo para que todo el que quisiera abusara de él? Y tal se cuenta acerca de Fedón. ¿Y quién no dirá haber sido el más abominable de los hombres el que con una flautista y toda la panda de compañeros de juerga irrumpió en la escuela del venerable Jenófanes para insultar al hombre a quien sus discípulos admiraban? (I 64). Sin embargo, la razón tuvo tanta fuerza para convertir a estos hombres y hacerles adelantar hasta punto tal en la filosofía, que al uno lo tuvo Platón por digno de narrar el discurso de Sócrates sobre la inmortalidad del alma y de explicar su serenidad en la cárcel, sin preocuparse

para nada de la cicuta, sino explicando sin miedo alguno y con la mayor calma de espíritu cosas tales y tamañas, que apenas si pueden comprender los más atentos, a quienes no moleste incidente o perturbación alguna. Y Polemón, que de disoluto pasó a ser el hombre más temperante, sucedió en la escuela a Jenócrates, famosísimo por su gravedad de carácter. No está, pues, Celso en lo cierto al afirmar que "nadie, ni aun a fuerza de castigos, puede cambiar a los que pecan por tendencia natural y, encima, por costumbre".

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68. El poder de la palabra divina

Sin embargo, no es en absoluto de maravillar que el orden, la composición y elegancia de los discursos filosóficos produjeran esos efectos en los antedichos y en otros " de mala vida; pero si consideramos lo que Celso llama (III 73) "discursos vulgares", llenos de poder, como si fueran fórmulas mágicas, y contemplamos cómo súbitamente atraen a muchedumbres que pasan de una vida de intemperancia a la vida más tranquila, de inicuos a justos, y de cobardes y afeminados a tal fortaleza de ánimo que desprecian la muerte por amor de la religión que han abrazado, ¿cómo no admirar la fuerza que hay en tales discursos? "" Y es así que la palabra de los> que a los comienzos predicaron la religión cristiana y trabajaron en la fundación de las iglesias de Dios y, por lo tanto, su enseñanza, tuvo ciertamente fuerza persuasiva, pero no como la que se estila en los que profesan la sabiduría de Platón o de cualquier otro filósofo, hombres al cabo y que nada tienen fuera de la naturaleza humana. La demostración, empero, de los apóstoles de Jesús era dada por Dios, y tomaba su fuerza persuasiva del espíritu y el poder (LE 1). Así se explica que su palabra corriera rápida y agudísimamente (Ps 147,4) o, por mejor decir, la palabra de Dios, que por su medio convertía a muchos que pecan por natural tendencia y por costumbre; a los que nadie, ni a fuerza de castigos, hubiera hecho mudar de vida los cambió la palabra viva, formándolos y moldeándolos a su talante.

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69. Mucho puede la voluntad

y el ejercicio

Dice además Celso, de acuerdo con su mentalidad, que "no hay en el mundo nada tan difícil como mudar completamente

una naturaleza". Pero nosotros sabemos que todas las almas racionales son de la misma naturaleza, y afirmamos que ninguna salió mala de las manos del Creador del universo; si muchos luego se han hecho malos, ello se debe a la educación, a la perversión y al ambiente (cf. III 57), hasta el punto de que en algunos la maldad ha venido a ser segunda naturaleza. De ahí que estemos persuadidos de que, para el Logos divino, cambiar en bien una maldad que se ha hecho naturaleza, no sólo no es imposible, mas ni siquiera excesivamente difícil. La sola condición es aceptar la necesidad de entregarse a sí mismo al Dios sumo y hacerlo y referirlo todo al agrado de Aquel, para quien no se cumple el dicho del poeta:

"Un mismo precio

corre para el cobarde y el valiente";

ni lo otro:

"lo mismo ha de morir el perezoso que el que mucho trabaja".

(llíada 9,319s.)

Mas si a algunos se les hace difícil el cambio, la causa hay que buscarla en ellos mismos, que no quieren aceptar la verdad de que el Dios sumo será justo juez de todo lo que cada uno hubiere hecho en su vida. Porque, aun para cosas difíciles y, hablando hiperbólicamente, aun para las que parecen casi imposibles, mucho pueden la voluntad y el ejercicio. Si la naturaleza humana se propone andar por una cuerda tendida de una banda a otra del teatro sobre el aire, y eso llevando tales y tantos pesos, sale con ello por el ejercicio y la atención; ¿y no lo conseguirá si se propone vivir conforme a la virtud, aunque anteriormente haya sido malísima? Tenga cuidado el que esto dice no ofenda más al que creó al animal racional por naturaleza, que al propio creador, pues habría hecho capaz a la naturaleza humana de cosas tan difíciles, que, por otra parte, ninguna utilidad reportan, e incapaz de lograr su propia bienaventuranza. Pero baste lo dicho contra la tesis de que no hay nada tan difícil como cambiar una naturaleza.

Luego dice Celso que "los sin pecado gozan de mejor vida"; pero no aclara quiénes son los sin pecado, si los que lo son desde el principio o los que no pecan después de su conversión. Estar sin pecado desde el principio es imposible; de los que no pecan después de su conversión se hallan pocos que, una vez que se acercaron al Logos salvador, se hayan convertido en hombres sin pecado. Lo cierto es que no se acercan al Logos

siendo tales, pues sin el Logos, y Logos perfecto, es imposible que el hombre se torne impecable.

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70. Límites a la omnipotencia divina

Luego nos opone, como si fuera dicho nuestro: "Todo lo podrá Dios". Pero no entiende en qué sentido se dice esto, ni cómo se toma aquí ese "todo", ni en qué otro el "puede". No es menester discutir ahora sobre esto, pues ni él mismo lo contradice, aunque pudiera con algún viso de probabilidad. Acaso no comprendió lo que se podría decir con probabilidad contra ello o, si lo comprendió, vio también la respuesta que se puede dar a la objeción. Ciertamente, según nuestra doctrina, Dios lo puede todo, siempre que lo que puede no contradiga a su ser de Dios, a su bondad ni a su sabiduría. Pero Celso, dando pruebas de no haber entendido en qué sentido se dice que Dios lo puede todo, dice: "No querrá nada injusto," concediendo que Dios puede también lo injusto, pero no lo quiere. Mas nosotros sentamos que, como lo naturalmente dulce no puede, por su misma dulzura, producir nada amargo contra su sola propiedad, y como lo que naturalmente ilumina no puede, por el hecho de ser luz, oscurecer; así tampoco puede Dios cometer una iniquidad; el poder de ser injusto repugna a su divinidad y a todo el poder propio de su divinidad ". Si hay algún ser que puede cometer una injusticia, por tener natural propensión a obrar injustamente, esa posibilidad le viene de no tener en su naturaleza algo que le haga imposible toda injusticia.

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71. La misericordia divina

Luego supone por su cuenta lo que acaso se imaginen algunos creyentes sencillos, pero que no concederán los más inteligentes, a saber: "A la manera de quienes se dejan dominar por la compasión, dejándose Dios llevar de ella con los que se lamentan, alivia a los malos; y a los buenos que no hacen nada de eso, los rechaza. Lo cual es el colmo de la iniquidad" (cf. III 63). La verdad es que, según nosotros, Dios no socorre a ningún malo que no se haya aún convertido a la virtud, ni rechaza a nadie que sea ya bueno. Mas

tampoco socorre o se compadece de nadie (para usar la palabra compasión en su sentido común), que se lamente, por el mero hecho de lamentarse; no, Dios recibe, por razón de la penitencia, aun a los que abandonan la vida peor, con tal de que condenen profundamente sus pecados, de modo que lleven, como si dijéramos, luto por ellos y se lloren a sí mismos como muertos por lo que a su vida pasada atañe, y den pruebas de una conversión sincera. Porque la virtud que viene a morar en sus almas y arroja de ellas la maldad que antes las ocupara, les hace olvidar su vida pasada. Mas aunque no fuera la virtud misma un progreso digno de este nombre que se produjera en el alma, bastaría, en el grado que fuera progreso, a desterrar y borrar la profusión de la maldad, de suerte que ésta estuviera ya cerca de no existir en el alma.

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72. La verdadera sabiduría

Luego, poniéndolo en boca de uno que enseñara nuestra doctrina, dice: "Los sabios rechazan lo que nosotros decimos, pues su sabiduría los extravía e impide". A esto responderemos que, si sabiduría es la ciencia de las cosas divinas y humanas y de sus causas s, o, como la define la palabra divina, vapor del poder de Dios y emanación pura de la gloria del Omnipotente, resplandor de la luz eterna y espejo sin mancha de la majestad de Dios e imagen de su bondad (), no es posible que ningún sabio rechace lo que un cristiano inteligente diga acerca del cristianismo, ni que se extravíe o sea impedido por la sabiduría. Porque no extravía la verdadera sabiduría, sino la ignorancia; y de todo lo que existe, lo solo firme es la ciencia y la verdad, que vienen de la sabiduría (cf. PLAT., Pol. 508e). Mas si, rechazando esta definición de sabiduría, se llama sabio al que dogmatiza sobre lo que bien le viene, fundado en cualesquier sofismas, en ese caso, sí, diremos que el sabio, según pareja sabiduría, rechaza las palabras de Dios, extraviado que está por argumentos probables y sofismas, y trabado de pies por ellos. Y como, según nuestra doctrina, no es sabiduría la ciencia del mal () y sólo ciencia de la maldad-llamémosla así-hay en los que profesan ideas erróneas y están engañados por sofismas, yo diría que en los tales hay más bien ignorancia que sabiduría.

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73. La ley cristiana es para sabios

e ignorantes

Seguidamente injuria de nuevo al que predica el cristianismo, afirmando de él que dice "cosas ridiculas", pero no se para a explicar ni demostrar claramente en qué consisten esas ridiculeces. Y, terco en sus injurias, dice que "ningún hombre prudente creerá en esa doctrina, retraído S3 por la muchedumbre misma de los que la abrazan". En esto hace Celso como el que dijera que ningún hombre inteligente seguirá las leyes, por ejemplo, de Solón, Licurgo o Zaleuco u otro legislador, retraído por la muchedumbre de gentes vulgares que se guían por ellas; más que más, si por inteligente entiende el que lo es por la virtud. Los legisladores, en esto caso, rodearon al pueblo de la dirección y leyes que les parecieron convenientes, y, por modo semejante, Dios, que, por medio de Jesús, da leyes a todos los hombres, lleva también a los no inteligentes a lo mejor, en cuanto cabe llevar a lo mejor a tales gentes. Lo cual, como antes dijimos (II 78), sabíalo el Dios que habla por Moisés, y así dice: Ellos me provocaron a celos en uno que no es Dios, me irritaron en sus ídolos, pues yo los provocaré a celos en uno que no es pueblo, en un pueblo insensato los irritaré (). Y Pablo, que lo sabía también, dijo: Dios escogió lo necio del mundo para confundir a los sabios (Ps 1), donde de modo general llama sabios a los que parecen haber hecho grandes progresos en sus doctrinas, pero cayeron en impío politeísmo, pues, profesando ser sabios, se entontecieron y mudaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen de un hombre corruptible y hasta de volátiles, cuadrúpedos y reptiles ().

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74. La religión cristiana, ¿atajo

de necios?

Y sigue acusando al maestro cristiano de que "anda a busca de los necios". A lo que cabría preguntar: ¿A quiénes llamas tú necios? Porque, hablando con rigor, todo hombre malo es necio". Si llamas, pues, necios a los malos, cuando tú tratas de llevar a los hombres a la filosofía, ¿buscas a malos o a cultos? No es posible busques a hombres finos, pues ésos profesan ya la filosofía; luego llamas a malos y,

si malos, necios. Y buscas llevar a muchos de éstos a la filosofía; luego tú también buscas a los necios. Yo, empero, si busco a los que se llaman necios, hago como " el médico que, por amor a los hombres, busca a los enfermos para procurarles 5i los remedios y devolverles las fuerzas. Mas si llamas necios a los torpes y más bien supersticiosos, te responderé que también a éstos trato yo de mejorar según mis fuerzas, pero no quiero que de tales gentes se componga la religión cristiana. Yo busco más bien a los inteligentes y de agudos ingenios, que son capaces de entender la explicación de los enigmas y lo que misteriosamente se dice en la ley, en los profetas y en los evangelios. Estos escritos los. desprecias tú, porque te imaginas que no contienen nada que valga la pena; pero es que no has examinado su sentido ni has tratado de penetrar en la mente de sus autores.

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75. A nadie depravó jamás la sabiduría

Luego dice que "el maestro del cristianismo hace como el que promete sanar los cuerpos, pero disuade que se acuda a los buenos médicos, pues pudieran éstos descubrir " su chapucería". A esto le diremos: ¿Qué médicos son esos de que dices apartamos a los ignorantes? Porque no supondrás ciertamente que exhortamos a los filósofos a que se pasen a nuestra religión, para que pienses ser ésos los médicos de que apartamos a los que llamamos a la palabra divina. Así, pues, o no responderá, por no tener médicos que decir, o tendrá que refugiarse en el propio vulgo, en esos que cacarean servilmente lo de los muchos dioses y cualesquiera otras majaderías propias del vulgo. En uno y otro caso quedará convicto de haber metido torpemente en sus discursos al maestro que aparte de los buenos médicos. Pero demos que apartamos de la filosofía de Epicuro y de los que pasan por médicos de la escuela de Epicuro a los que han sido engañados por sus doctrinas; ¿no haremos cosa de todo punto razonable al librarlos de una grave enfermedad, obra de los médicos de Celso, cual es la negación de la providencia y la teoría del placer como bien sumo? Demos también que apartemos a los que convertimos a nuestra religión de otros médicos filósofos, como los peripatéticos, que niegan la providencia para con nosotros y toda relación de la divinidad con el hombre; ¿no haremos así

A nadie depravó la sabiduría 235

nosotros piadosos y curaremos a los que se han convertido, persuadiéndoles a que se consagren al Dios supremo, y libraremos a los que nos creyeren de las grandes heridas que les han infligido los discursos de los supuestos filósofos? Demos, en fin, que retraemos a otros de los médicos estoicos, que introducen un dios corruptible y definen su esencia como un cuerpo absolutamente mudable, cambiable y transformable, de suerte que, al corromperse un día todo, sólo quedará Dios; ¿es que así no libraremos también de un mal a los que nos creyeren, y los llevaremos a la doctrina piadosa de que se consagren al Creador, y admiren al autor de la doctrina cristiana, al que convierte con el más grande amor a los hombres, y ordenó que las enseñanzas para bien de las almas se esparcieran por todo el género humano? Y si curamos también a los que han sufrido la insensatez de la reencarnaciones ", de médicos que rebajan la naturaleza racional, ora a una de todo punto irracional, ora a otra incapaz de percepción, ¿no haremos mejores en sus almas a los que crean en nuestra doctrina? Esta no enseña que al malo se le imponga por castigo la inconsciencia o irracionalidad, sino que demuestra cómo las penas y castigos infligidos por Dios a los malos son una especie de medicamentos que los convierten a El. Así piensan los cristianos inteligentes, siquiera se adapten a los más sencillos, como los padres a los niños pequeñuelos.

No nos refugiamos, pues, en los pequeños ni en los tontos y rústicos, para decirles: Huid de los médicos; ni tampoco decimos: ¡ Cuidado con que nadie de vosotros se dedique a la ciencia! Nosotros no afirmamos que la ciencia sea un mal, ni somos tan locos que digamos que el saber impida a los hombres la sanidad del alma. Tampoco podemos afirmar que nadie se haya perdido jamás por la sabiduría, nosotros que, ni aun cuando enseñamos, decimos: "Atended a nosotros", sino: "Atended al Dios supremo y a Jesús, que nos ha enseñado a conocerlo". Nadie de nosotros es tampoco tan arrogante que diga (como atribuyó Celso a su fingido maestro cristiano) a sus discípulos: "Yo solo os salvaré". He ahí, pues, el cúmulo de mentiras que dice contra nosotros. Mas tampoco decimos que "los verdaderos médicos matan a los mismos "a quienes prometen curar".

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76. Insultos indignos de un filósofo

De otra comparación echa mano contra nosotros al decir que "el maestro entre nosotros hace como el borracho que, entre borrachos, acusara a los abstemios de borrachos". Pues demuéstrenos por los escritos, por ejemplo, de Pablo, que este apóstol de Jesús era un borracho, y que sus discursos no eran de un hombre sobrio; o, por lo que escribió Juan, que sus ideas no corresponden a un hombre en sus cabales y libre del vicio de la embriaguez. Así, pues, nadie de sano juicio que enseña el cristianismo se da a la borrachera; sino que Celso, al hablar así, nos insulta de forma indigna de un filósofo. Y díganos también Celso a qué hombres sobrios tachamos de borrachos los que predicamos las enseñanzas cristianas. A decir verdad, en nuestro sentir, borrachos están los que hablan como a Dios a cosas inanimadas. ¿Mas qué digo borrachos? Locos están más bien los que corren a los templos y adoran como a dioses las estatuas o los animales. Y no menos locos que éstos están los que piensan que tengan nada que ver con el honor de verdaderos dioses objetos que fabrican, si a mano viene, hombres viles y hasta perversísimos (cf. I 5).



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77. Los idólatras son ciegos

Luego compara al que enseña con un enfermo de los ojos, y lo mismo a los que lo escuchan, y dice que "un legañoso entre legañosos acusa de ciegos a los que tienen vista aguda". Ahora bien, ¿quiénes diríamos " que no ven según nuestro sentir? ¿No son acaso los que no son capaces de levantarse de tamaña grandeza del cosmos y de la hermosura de las criaturas a ver y contemplar que sólo se debe adorar, admirar y dar culto al que hizo tanta maravilla? Nada, empero, de lo que el hombre fabrica, nada de lo que se toma para honor de los dioses merece ser adorado, ora se lo separe del Dios creador, ora se junte con El. Y es así que comparar lo que no es en absoluto comparable con el infinito, que supera infinitamente toda naturaleza creada, es obra de gentes ciegas de inteligencia. No llamamos, pues, legañosos ni privados de vista a los que la tienen aguda; pero sí afirmamos estar ciegos de inteligencia los que, por ignorancia de Dios, se precipitan rodando a los templos, a los ídolos y a los llamados meses sagrados. Más que más cuando, amén de su impiedad,



viven rotamente, no buscan obra decente alguna y practican las más ignominiosas.

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78. Reticencia final de Celso

Seguidamente, ya que ha cargado sobre nosotros tamañas culpas, quiere dar a entender que todavía le quedan más por decir, pero se las calla. He aquí sus palabras: "De estas y otras cosas por el estilo tengo que acusarlos, pues no las voy a enumerar todas, y afirmo que pecan e injurian a Dios, a fin de atraerse con vanas esperanzas a hombres malvados y persuadirlos que, si se apartan de los mejores, correrán mejor suerte". También a esto puede contestarse por el argumento 60 de los que se convierten al cristianismo: No son, efectivamente, tanto los malos los que son atraídos por nuestra doctrina cuanto los más sencillos y, como los llamaría la gente, los inocentes. Porque éstos, movidos por el temor de los castigos que anuncia nuestra doctrina, se apartan de aquellas cosas por las que vienen los castigos y tratan de entregarse a la religión de los cristianos. Y hasta punto tal los domina la palabra divina, que, por temor a los tormentos que esa misma palabra llama eternos (Mt 25,46), desprecian toda tortura que los hombres excogiten contra ellos y la muerte acompañada de infinitas agonías. Lo cual nadie en su sano juicio dirá ser obra de voluntades malas. ¿Cómo practicar la continencia y castidad movidos de mala voluntad? Y lo mismo se diga de la beneficencia y liberalidad. Mas ni siquiera el temor de Dios que la palabra divina recomienda como útil a los que no son aún capaces de mirar a lo que debe escogerse por razón de sí mismo, ni de escogerlo en efecto como el sumo bien y muy por encima de toda promesa, ni siquiera, digo, ese temor " puede naturalmente darse en quien de propósito vive en la maldad.

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79. Religión y superstición

Mas si alguno se imagina que en estas cosas hay más de superstición que de maldad entre el vulgo de los que creen " en la palabra divina, y acusa a nuestra religión de que hace supersticiosos, le responderemos lo que respondió un legislador (cf. PLUTARCH., Solón 15) a quien le preguntaba si había dado a sus ciudadanos las mejores leyes: "No las mejores en

absoluto, sino las mejores de que eran capaces". Así pudiera decir el autor de la religión cristiana: Yo he dado las mejores leyes y enseñado la mejor doctrina de que eran capaces "los muchos", para mejorar sus costumbres, amenazando con penas y castigos no fingidos, sino verdaderos (cf. IV 19), contra los que pequen. Verdaderos, digo, y que forzosamente recaerán en los que se resisten, y que ciertamente no entienden en absoluto la intención del que castiga ni el efecto de las penas. Porque también esto se dice para provecho, conforme desde luego a la verdad, pero veladamente cuando así conviene. Como quiera que sea, hablando en general, los predicadores del Evangelio no atraen a los malos, pero tampoco injuriamos a la Divinidad. Y es así que de ella sólo decimos cosas verdaderas y que parecen claras al vulgo, pero que no lo son para ellos tanto como para los pocos que se ejercitan en penetrar filosóficamente el cristianismo.


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