Origenes contra Celso 380

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80. La inmortalidad del alma no es vana esperanza

Dice también Celso que los que profesan el cristianismo "se dejan llevar de vanas esperanzas", recriminando así nuestra doctrina acerca de la vida bienaventurada y de la comunión con Dios. A lo cual le diremos: En tu opinión, amigo, se dejan también llevar de vanas esperanzas los que aceptan la doctrina de Pitágoras y Platón, sobre que el alma, por su naturaleza, es capaz de remontarse a la bóveda del cielo y, en un lugar por encima del cielo, contemplar lo que ven los espectadores bienaventurados (PLAT., Phaidr. 247.250). Y según tú, ¡ oh Celso!, de vanas esperanzas se dejan también llevar los que creen en la permanencia del alma y viven de manera que puedan llegar a ser héroes y convivir con los dioses (cf. III 37). Y acaso también los que están convencidos de que sólo el espíritu que viene de fuera es inmortal y sólo él escapará a la muerte63, dirá Celso que se dejan llevar de vanas esperanzas. En ese caso, no disimule ya su propia escuela filosófica, confiese ser epicúreo y combata lo que griegos y bárbaros han dicho con no despreciables razones acerca de la inmortalidad o permanencia del alma y sobre la inmortalidad de la mente; y demuestre que estas doctrinas engañan con vanas esperanzas a los que las aceptan y que las de su propia filosofía están limpias de tales vanas esperanzas. Su filosofía atraerá a los hombres con sólidas esperanzas o, lo que es más

consecuente con su doctrina, no infundirá esperanza alguna por razón de que el alma perece enteramente apenas llega la muerte. A no ser que Celso y los epicúreos nieguen no ser vana esperanza la que ellos ponen en el placer, fin que es de su vida y bien supremo, según ellos, "una sólida constitución de la carne y la confianza que se pone en ella", que es todo el ideal de Epicuro (fragm.68 Usener).

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81. En armonía con la mejor filosofía

Mas nadie se imagine que no esté en armonía con la doctrina de los cristianos haber yo tomado contra Celso a los que han filosofado acerca de la inmortalidad o pervivencia del alma. Algunas cosas tenemos de común con ellos; pero en momento más oportuno demostraremos que la futura vida bienaventurada sólo se dará a los que hubieren abrazado la religión de Jesús y practicado para con el Creador del universo una piedad sincera y pura, sin mezcla de nada creado. En cuanto a los bienes superiores que persuadimos falsamente desprecien los hombres, demuéstrelos el que tenga gana de ello, y compare además el fin bienaventurado que, según nosotros, tendrán junto a Dios en Cristo, es decir, en el que es Logos, sabiduría y toda virtud, los que hubieren vivido irreprochablemente y hubieren amado al Dios supremo con amor indivisible y constante - un fin que vendrá por don del mismo Dios - ; compare, digo, este fin con el que proclaman las escuelas filosóficas de griegos o bárbaros o las religiones mistéricas. Y hasta ver que el fin, tal como lo conciben los otros, es superior al que nosotros proponemos; que el otro, como verdadero, es consecuente; el nuestro, empero, no se armonizaría con lo que Dios da ni con lo que merecen los que han vivido rectamente; o, en fin, que todo esto no fue dicho por el Espíritu divino, que llenó las almas de los profetas, hombres puros. Demuestre igualmente el que tenga gana de ello, que discursos en confesión de todos puramente humanos son superiores a los que se demuestra ser divinos y haber sido dictados por inspiración de Dios. ¿Y de qué cosas mejores enseñamos se aparte nadie " para que así le vaya mejor? Porque, si no se toma por arrogancia ", es de suyo evidente que nada mejor cabe pensar que entregarse al Dios supremo y abrazar una doctrina que nos aparta de todo lo creado, pero que nos conduce al Dios sumo por medio del Logcs animado y viviente, que es a par la sabiduría viviente y el Hijo de Dios.

Pero con lo dicho ha adquirido volumen suficiente el libro tercero de nuestra respuesta al escrito de Celso, por lo que le ponemos aquí término. En lo que sigue vamos a impugnar lo que después de esto escribe Celso.

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LIBRO CUARTO

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1. Invocación

En los tres libros anteriores hemos expuesto, sagrado Ambrosio, nuestro pensamiento contra el escrito de Celso, y ahora acometemos el cuarto contra lo que sigue, no sin invocar antes a Dios por medio de Cristo. ¡Ojalá se nos concedan palabras como aquellas de que se escribe en Jeremías, cuando se representa el Señor hablando con el mismo profeta: Mira que he puesto mis palabras en tu boca como fuego. Mira que te he constituido hoy sobre los pueblos y reinos, para que arranques y destruyas, para arruinar y asolar, para que edifiques y plantes! (). Porque también nosotros necesitamos ahora de palabras que arranquen de raíz cuanto va contra la verdad, de toda alma que ha sido dañada por el escrito de Celso o por ideas semejantes a las de Celso; necesitamos también de pensamientos que derriben todo edificio de falsas opiniones y lo que Celso1 construye en su libro, edificio semejante al de los que dijeron: Ea, vamos a construir una ciudad y una torre cuya punta llegue hasta el cielo (). Pero necesitamos también de sabiduría, que derrueque toda arrogancia que se alza contra el conocimiento de Dios (Mt 2), la arrogancia señaladamente de Celso, que bravuconamente se alza contra nosotros. Pero no debemos pararnos en el arrancar y derribar lo que acabamos de decir; menester es que, en lugar de lo arrancado, plantemos plantas conformes a la agricultura de Dios (Mt 1) y, en lugar de lo derribado, construir un edificio de Dios y un templo para gloria de Dios. Por eso, también nosotros hemos de rogar al Señor, que da lo que se escribe en Jeremías, nos conceda palabras para edificar el edificio de Cristo y plantar la ley espiritual y los discursos proféticos en armonía con ella. Y lo que ahora señaladamente me incumbe demostrar contra lo que seguidamente dice Celso es que fueron bien hechas las profecías que versan sobre Cristo. Y es así que, enfrentándose con unos y otros: con los judíos, que niegan haya venido el Mesías, pero que esperan su venida, y con los cristianos, que confiesan ser Jesús el Mesías profetizado, dice lo que sigue.

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2. La disputa más vergonzosa, según Celso

"Que algunos de entre los cristianos y los judíos afirmen unos haber bajado ya, otros que ha de bajar algún dios o hijo de Dios a la tierra para juzgar lo que aquí pasa, es la disputa más vergonzosa, que no necesita de largos razonamientos para su refutación". Aquí parece Celso decir puntualmente de los judíos que no algunos, sino todos piensan haber de venir alguien sobre la tierra; de los cristianos, empero, que sólo algunos dicen haber bajado ya a la tierra. Porque indica a los que por las Escrituras judaicas demuestran que se ha cumplido ya el advenimiento del Mesías y parece saber que hay algunas sectas según las cuales Jesús no es el Mesías profetizado. Ahora bien, ya anteriormente (I 49-57; II 28-30) discutimos según nuestras fuerzas las profecías acerca de Cristo; por eso no repetimos lo mucho que se podría decir sobre el tema, para no dar en machaconería. Pero es de notar que, si con alguna lógica, siquiera aparente, quería refutar la fe en las profecías acerca de la venida de Cristo, ora se entienda para la por venir, ora se dé por ya cumplida, su deber era citar esas profecías a que apelamos cristianos y judíos en nuestras mutuas disputas. De este modo hubiera por lo menos dado la impresión de refutar a los seducidos por lo que él cree ser mera probabilidad que los lleva a aceptar las profecías y la fe en Jesús como Mesías fundada en las mismas profecías. Pero lo cierto es que, ora por np ser capaz de impugnar las profecías acerca de Cristo, ora porque ignoraba en absoluto lo que sobre El estaba profetizado, Celso no alega ni un solo texto profético, a pesar de que son innumerables los que versan sobre Cristo. Y aun se imaginf acusar los escritos proféticos sin alegar lo que él llamaría probabilidad de los mismos. En todo caso ignora que los judíos no dicen en absoluto ser Dios o Hijo de Dios el Mesías que ha de bajar a la tierra, como anteriormente expusimos (I 49).

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3. Por qué bajó Dios a la tierra

Ya que dijo que, según nosotros, Dios había ya bajado a la tierra, pero que, según los judíos, todavía tiene que venir como juez, cree que la cosa se refuta por sí misma como lo más vergonzoso y que no necesita de largos argumentos, y dice: "¿Qué sentido tiene pareja bajada de Dios?" Y es que no ve que el fin que nosotros atribuimos a la bajada de Dios es principalmente convertir las que el Evangelio llama las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10,6 Mt 15,24) y, en segundo lugar, quitar a los antiguos judíos, en castigo de su incredulidad, el que se llama reino de Dios y pasarlo a otros agricultores, que son los cristianos, a fin de que den a Dios, a debido tiempo, los frutos del reino de Dios, cuando cada acción es fruto del reino (Mt 21,43-41). Ahora bien, sólo un poco hemos dicho, de entre lo mucho que pudiera decirse, a la pregunta de Celso: "¿Qué sentido tiene pareja bajada de Dios a la tierra?"; pero Celso, por su cuenta y riesgo, afirma cosas que no decimos ni nosotros ni los judíos, y sigue preguntando: "¿Acaso para enterarse de lo que pasa entre los hombres?" Nadie, en efecto, entre nosotros afirma que Cristo viniera al mundo para enterarse de lo que pasa entre los hombres. Luego, como si alguien le hubiera asegurado que bajó para enterarse de lo que pasa entre los hombres, se replica a sí mismo: "¿Luego es que no lo sabe todo?" Seguidamente, como si le hubieran respondido que, en efecto, todo lo sabe, se vuelve a preguntar: "Entonces, si lo sabe y no lo endereza, ¿es que no lo puede enderezar con su poder divino?" Pero todo esto es hablar a lo tonto. Y es así que en todo tiempo, por su palabra, que desciende a las almas santas a lo largo de las generaciones y hace amigos de Dios y profetas (), Dios endereza a los que oyen lo que se les dice; y, por el advenimiento de Cristo, endereza por medio de la doctrina cristiana, no a los que se niegan a aceptarla, sino a los que se determinan a vivir vida superior y agradable a Dios.

Yo no sé qué linaje de enderezamiento o corrección desea Celso cuando hace esta pregunta: "¿Es que no le era posible enderezarlo por su poder divino, si no enviaba expresamente a alguien para este menester?" ¿Acaso quería Celso que la corrección se hiciera apareciéndose Dios a los hombres, quitándoles de golpe la maldad e implantando en ellos la virtud? Que otro averigüe si esto concuerda con la naturaleza y si es posible; por nuestra parte, digamos que la cosa sea posible. ¿Dónde estaría entonces nuestro libre albedrío? ¿Dónde la alabanza por abrazar la virtud, y la loa por repudiar la mentira?.

Mas dado que eso se conceda, que sea posible y cosa conveniente, ¿por qué no había de preguntar alguien con más razón de forma absoluta, diciendo como Celso: ¿No era posible a Dios crear a los hombres por su poder divino sin que tuvieran necesidad de corrección, buenos y perfectos de suyo, sin que la maldad existiera en absoluto? Parejas preguntas pue den inquietar a ignorantes e incapaces, no al que sabe penetrar la naturaleza de las cosas. Y es así que, si a la virtud se le quita su carácter de voluntaria, se la despoja de su misma esencia. El tema requiriría un tratado completo. Sobre él han discantado no poco los mismos griegos al hablar de la providencia; lo que no hubieran, dicho es lo que afirmó Celso preguntando: "Ahora bien, ¿lo sabe y no lo endereza, ni puede enderezarlo por su poder divino?" Por lo demás, nosotros mismos en muchos pasajes (I 57; II 35.78; III 28) hemos tocado estos puntos según nuestras fuerzas, y las sagradas letras los ponen en claro a quienes son capaces de entenderlas.

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4- Jesús vino a salvar a todos los hombres

Ahora bien, lo que Celso nos objeta a nosotros y a los judíos se puede retorcer contra él: Dinos, amigo, ¿conoce el Dios supremo lo que pasa entre los hombres, o no lo conoce? Si admites que hay Dios y providencia, como lo da a entender tu escrito, necesariamente lo sabe. Y si lo sabe, ¿cómo es que no lo arregla? ¿O es que nosotros tendremos necesidad de defender por qué, sabiéndolo, no lo endereza, y tú, que no muestras claramente en tu escrito ser epicúreo, sino que afectas conocer la providencia, no tendrás, por el mismo caso, que explicarnos por qué Dios, no obstante saber todo lo que pasa entre los hombres, no lo endereza todo ni los libra a todos, por su poder divino, de la maldad? Nosotros no nos avergonzamos de decir que Dios está continuamente enviando correctores a la humanidad; pues que haya entre los hombres palabras que provocan a lo mejor, a don de Dios se debe. Mucha es, sin embargo, la diferencia entre los ministros de Dios, y pocos son los que con entera pureza predican la verdad y operan una corrección completa. Entre éstos hay que cantar a Moisés y a los profetas. Pero sobre todos éstos descuella la corrección operada por Jesús, que no quiso curar sólo a los que vivían en un rincón de la tierra (cf. IV 23.36; VI 78), sino, en cuanto de El dependió, a todo el mundo; pues como salvador vino de todos los hombres (Mt 1).

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5. "Dios no cabe ya en el mundo", según Celso

Luego, ese nobilísimo de Celso, no sé de dónde toma la objeción que nos pone como si nosotros dijéramos que "Dios mismo baja a los hombres". De donde se imagina deducirse que "abandona su propio trono". Es que ignora el hombre el poder de Dios y cómo el Espíritu del Señor llena todo el orbe de la tierra, y lo que mantiene unido a todo, conoce toda voz (). No es capaz de comprender el dicho del profeta : ¿No lleno yo el cielo y la tierra?, dice el Señor (). No ve que, según la doctrina de los cristianos, todos vivimos en El, y en El nos movemos y somos, como enseñó Pablo en el discurso a los atenienses (). De donde se sigue que, aun cuando el Dios del universo descienda, por su propia virtud, con Jesús, al género humano, y aun cuando el Verbo, que al principio estaba en Dios y era El mismo Dios (), venga a nosotros, no se queda sin asiento ni abandona su trono, en el sentido de que un lugar queda vacío de El, y otro, que antes no lo tenía, ahora queda lleno. No, el poder y divinidad de Dios viene a morar entre los hombres por medio de quien quiere y en quien encuentra lugar, sin necesidad de cambiar de sitio, ni dejando un lugar vacío de sí y llenando otro. Y aun suponiendo, digamos, que Dios abandona a uno y llena a otro, pero no afirmamos eso en sentido espacial (IV 12; V 12). Lo que decimos es que el alma de un hombre malo y sumido en el vicio es abandonada de Dios; el alma, empero, del que está decidido a vivir conforme a la virtud o que procura adelantar en ella o que vive ya conforme a ella, ésa afirmamos estar llena o participar de un espíritu divino. No es, por tanto, necesario que, al descender Cristo a nosotros o al volverse Dios a los hombres, abandone su trono excelso y se trastorne el orden de las cosas, como se imagina Celso, diciendo: "La mínima porción del universo que se cambie, todo rodará trastornado". Mas, si hay que decir que, con la presencia del poder de Dios y el advenimiento del Verbo a los hombres, algo cambia, no vacilaremos en afirmar que quien recibe el advenimiento del Verbo de Dios en su alma cambia de malo en bueno, de intemperante en moderado, de supersticioso en religioso.

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6. ¿Dios un nuevo rico?

Mas, si quieres " también que respondamos a lo más ridículo que dice Celso, escúchense sus palabras: "O acaso siendo Dios desconocido entre los hombres y sintiéndose por ello disminuido, quiso darse a conocer y discernir a creyentes e incrédulos, como los nuevos ricos, que hacen alarde de sus tesoros. Mucha ambición y bien humana le levantan los cristianos a Dios". Decimos, pues, que desconocido Dios por los hombres malos, quiere ser conocido, no porque se sienta disminuido, sino porque su conocimiento libra de la infelicidad a los que lo poseen. Tampoco quiere discernir a los creyentes y a los incrédulos, ora more El mismo por inefable y divino poder en algunas almas, ora envíe a su Mesías. Lo que El quiere es librar de toda infelicidad a los que creen en El y aceptan su divinidad, y quitar a los incrédulos todo lugar a excusa de que no creyeron por no haber oído ni sido enseñados. ¿Qué razón hay, por tanto, para achacarnos que nos imaginamos a Dios como a los nuevos ricos, que hacen alarde de sus riquezas? No hace Dios alarde ante nosotros cuando quiere que entendamos y meditemos sobre su excelencia. No; lo que quiere es infundir en nuestras almas aquella bienaventuranza que nos da su conocimiento, y por ello se afana por que logremos familiaridad y unión con El por medio de Cristo y la perenne inhabita-.ción de su Verbo en nosotros. En resolución, la religión cristiana no levanta a Dios ambición humana de ninguna especie.

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7. ¿Se acordó Dios tarde de juzgar

a los hombres?

Mas no sé por qué caminos, después de soltar las tonterías que hemos citado, afirma luego lo que sigue: "No quiere Dios ser conocido porque El personalmente lo necesite, sino que nos procura su conocimiento para nuestra propia salud, a fin de que se hagan buenos y se salven los que lo reciben; y los que no, demostrada su maldad, sean castigados". Y una vez hecha pareja aseveración, entra en dudas y dice: "¿Luego ahora, después de tantos siglos, se ha acordado Dios de juzgar la vida humana, y nada se le importó antes?" (cf. VI 78). A esto diremos no haber habido jamás tiempo en que Dios no quisiera juzgar la vida humana, sino que siempre cuidó de ello, dando ocasiones de practicar la virtud para corrección del animal racional. Y es así que en todas las generaciones, descendiendo la sabiduría de Dios a las almas que halla santas, hace amigos de Dios y profetas (). Y en las sagradas letras son de ver en cada generación hombres santos y capaces del Espíritu divino, que trabajaron con todas sus fuerzas en la conversión de sus contemporáneos.

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8. El misterio de la dispensación divina

Nada tiene, por lo demás, de extraño que, en ciertas generaciones, aparecieran profetas que, por el especial fervor y firmeza de su vida, superaron en su capacidad de recepción de la divinidad a otros profetas, ora contemporáneos suyos, ora anteriores o posteriores. Pues, por el mismo caso, tampoco es de maravillar haya habido un momento en que algo de todo punto señero haya venido al género humano que no haya tenido par en los que lo precedieron ni lo tendrá en los por venir. Ahora bien, la razón de todo esto entraña puntos demasiado misteriosos y profundos para que puedan en absoluto llegar a oídos vulgares. Para aclarar todo esto y responder a lo que se objeta contra el advenimiento de Cristo, es decir: "¿Luego ahora, después de tantos siglos, le vino a Dios a las mientes juzgar al género humano, y no se preocupó antes de ello?", hay que tocar la teoría de las partes, y esclarecer por qué, cuando el Altísimo dividió las naciones y dispersó a los hijos de Adán, puso los lindes de los pueblos según el número de los ángeles de Dios, y vino a ser parte suya su pueblo de Jacob, cuerda de su herencia Israel () (cf. infra V 25-30). Y habrá que explicar también la causa por que se nace dentro de cada parte, bajo el dominio de a quien cupo la parte, y por qué vino a ser razonablemente parte del Señor su pueblo de Jacob y cuerda de su herencia Israel. Y otro problema es por qué de primero fue Israel parte del Señor y cuerda de su herencia Jacob; de los posteriores, empero, le dice el Padre al Salvador: Pídeme, y darte he las naciones en herencia, y en posesión los lindes de la tierra (Ps 2,8). Existen, en efecto, ciertas conexiones y consecuencias, inefables e inexplicables, acerca de la distinta economía o dispensación divina en el gobierno de las almas humanas.

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9. "Autos epha" : Ipse dixit

Así, pues, mal que le pese a Celso, después de muchos profetas que corrigieron al antiguo Israel, vino Cristo para corregir al mundo entero. Y no necesitó, al estilo de la primera dispensación de la salud, de látigos, cadenas y tormentos contra los hombres; pues, cuando el sembrador salió a sembrar (Mt 13,3), bastó la enseñanza para esparcir por dondequiera su doctrina. Ahora bien, si ha de venir un tiempo que señale al mundo su límite necesario por el mero hecho de haber principio; si el mundo ha de tener fin y darse al fin el justo juicio de todos los hombres; menester es que el filósofo creyente demuestre la doctrina de Cristo por medio de toda clase de pruebas, ora las tome de las Escrituras divinas, ora de la ilación de los razonamientos; mas el creyente ordinario y sencillo, que no es capaz de seguir las especulaciones variadísimas de la sabiduría de Dios, menester será que se entregue a sí mismo a Dios y al Salvador de nuestro linaje, y contentarse con su "El lo dijo" más bien que con cualquier otra autoridad (cf. I 7).

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10. E1 temor y la esperanza, medios de corrección humana

Seguidamente, sin aducir, como de costumbre, prueba ni demostración alguna, nos imagina como unos charlatanes que habláramos impía y sacrilegamente de Dios, y dice: "Es, pues, patente que no charlatanean estas cosas acerca de Dios con la santidad y reverencia debida". Y cree que lo hacemos así para espantar al vulgo y que no decimos la verdad al hablar de los castigos necesarios para los que hubieren pecado. De ahí que nos compare con los que "en los cultos de Baco, introducen fantasmas y terrores". Ahora bien, si en los cultos o iniciaciones báquicas hay alguna razón plausible o no hay tal, a los griegos cumple decirlo y a ellos oigan Celso y sus cofrades. Nosotros, respecto de nuestra religión, nos defenderemos diciendo que nuestro intento es mejorar al género humano, y para este fin nos valemos, ora de amenazas de castigos que creemos ser necesarios en general y, tal vez, no sin provecho para quienes en particular los hayan de sufrir, ora de promesas en favor de los que hubieren vivido bien; promesas que comprenden la bienaventuranza en el reino de Dios para quienes fueren dignos de tenerlo por rey.

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11. Diluvios y conflagraciones

Seguidamente quiere demostrar que nada maravilloso ni nuevo tenemos que decir acerca de diluvios y conflagraciones (cf. I 19, IV 41), sino que más bien malentendimos lo que sobre el tema se cuenta entre griegos y bárbaros, y por ello dimos fe a nuestras Escrituras. He aquí sus palabras: "Tal idea les vino por haber malentendido lo que aquéllos dicen sobre esto, a saber, que, después de ciclos de largos tiempos y de retornos y conjunciones de astros, se siguen conflagraciones y diluvios; y como el último diluvio aconteció bajo Deucalión, el período de las mutaciones del universo pide ahora una conflagración. Esto les hizo decir con errónea opinión que Dios bajaría armado de fuego como un verdugo". A esto responderemos ser muy extraño que Celso, que hace alarde de haber leído mucho y saberse muchas historias, no tenga idea de la antigüedad de Moisés, al que algunos escritores griegos cuentan haber nacido en tiempos de Ina co, hijo de Foroneo 3. Los egipcios y hasta los compiladores de las historias fenicias confiesan ser personaje antiquísimo. Lea quien quisiere los dos libros de Flavio Josefo Sobre la antigüedad de los judíos (Contra Ap. I 13,70ss), donde puede enterarse cómo Moisés fue más antiguo que cuantos han afirmado que, tras largos períodos de tiempo, se dan diluvios y conflagraciones en el mundo. Eso dice Celso que han malentendido judíos y cristianos, y, por no entender lo de la conflagración, han dicho que "Dios bajará al mundo armado de fuego, como un verdugo".

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12. Dios no sube ni baja

Ahora bien, no es éste momento de discutir si se dan o no, periódicamente, diluvios y conflagraciones, y si así lo entiende también la Escritura divina, entre otras, en estas palabras de Salomón: ¿Qué es lo que ha sido? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que se ha hecho? Lo mismo que se hará, etcétera ()4. Baste notar solamente que Moisés y algunos profetas, hombres que fueron antiquísimos, no tomaron de otros la idea de la conflagración del mundo; antes bien, si se atiende a las fechas, fueron otros los que, malen-tendiendo lo que ellos dijeron y no reproduciéndolo puntualmente, inventaron esas periodicidades, que no se distinguen ni por sus cualidades propias 5 ni por las adventicias. Por lo demás, nosotros no atribuimos el diluvio ni la conflagración a ciclos y-períodos de las estrellas; para nosotros, la causa de estas catástrofes es el torrente de la maldad que lo invade todo y se limpia por un diluvio o una conflagración. En cuanto a que baje el mismo Dios que dijo: ¿Acaso no lleno yo cielo y tierra?, dice el Señor (), es locución que entendemos figuradamente. Baja, efectivamente, Dios de su grandeza y altura cuando dispone por su providencia las cosas de los hombres, y señaladamente de los malos. La costumbre quiere se diga que el maestro se abaja o condesciende con los niños, y los sabios o muy adelantados con los jóvenes recién convertidos a la filosofía, sin que eso signifique que bajan corporalmente; pues, por modo semejante, si alguna vez se dice en las divinas Escrituras que baja Dios, hay que entenderlo de la manera como se usa comúnmente esta palabra. Y dígase lo mismo de "subir".

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13. Dios, fuego que consume

Mas ya que Celso nos achaca en son de fisga decir que "Dios bajará del cielo armado de fuego a la manera de un verdugo", y nos fuerza, a contratiempo, a discutir cuestiones harto profundas, digamos algunas cosas que basten para insinuar a nuestros oyentes la refutación de la burla de Celso, y pasaremos seguidamente a lo demás. Dice, efectivamente, la palabra divina que Dios es fuego consumidor () y que ante su acatamiento corren ríos de juego () y hasta que El entra como fuego que derrite y como lejía de lavadores para fundir a su pueblo (). Ya, pues, que se dice ser fuego que consume, consideremos qué cosas conviene sean consumidas de todo punto por Dios. A esto decimos que la maldad y las acciones inspiradas por la maldad, que figuradamente se llaman madera, hierba y paja, son consumidas por Dios. Por lo menos del malo se dice que sobre el fundamento ya puesto, sobreedifica madera, hierba y paja (Mt 1). Ahora bien, si alguien demostrara que no fue ése el sentido que dio a sus palabras el escritor, y fuera capaz de presentarnos al malo sobreedificando materialmente madera, hierba y paja, es evidente que también habría que entender el fuego material y sensiblemente. Pero si, por lo contrario, se entienden figuradamente las obras del malo, que se dicen ser madera, hierba y paja, ¿cómo no ha de saltar a la vista de qué calidad sea el fuego que consume tales maderas? El fuego, dice el Apóstol, probará la calidad de la obra de cada uno. Aquel cuya obra que sobreedificó permanezca, recibirá galardón; aquel cuya obra quede abrasada, sufrirá daño (Mt 1). Ahora bien, la obra abrasada de que aquí se habla, ¿qué otra puede ser sino todo lo que se hace por maldad? Luego nuestro Dios es fuego consumidor en el sentido que acabamos de explicar; y en este sentido entra como fuego que derrite, para fundir a la criatura racional, llena del plomo de la maldad, y de toda otra materia impura, que adulteran el oro y la plata, digámoslo así, de la naturaleza del alma. En este sentido, finalmente, se dicen salir ríos de fuego del acatamiento de Dios, que elomina toda la maldad que se mezcla por toda el alma.

Mas baste esto para refutar el dicho de Celso: "Esto les hizo decir con errada opinión que Dios bajará con fuego a la manera de un verdugo .

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14. La inmutabilidad de Dios

Mas veamos lo que seguidamente dice Celso con grandes pretensiones por estas palabras: "Pero tomemos, dice, nuestro razonamiento de más arriba con nuevos argumentos. No voy a decir cosas nuevas, sino de antiguo averiguadas . Dios es bueno, y hermoso, y feliz y habita en el lugar más bello y mejor. Ahora bien, si descendiera a los hombres, tendría que sufrir un cambio, y un cambio que será de lo bueno a lo malo, de lo bello a lo feo, de la felicidad a la miseria y del estado mejor al peor. ¿Quién, pues, escogería semejante cambio? Además, sólo al ser mortal7 le conviene, por naturaleza, mudarse y transformarse; al inmortal, empero, mantenerse siempre igual y en un estado. Luego no es posible que Dios sufra ese cambio". Paréceme haber dicho" lo conveniente sobre este punto al explicar en qué sentido dicen las Escrituras que Dios baja a las cosas humanas; para tal bajada no es menester que Dios cambie, como se imagina Celso que decimos nosotros, ni pasar de bueno a malo, o de hermoso a feo, ni de la felicidad a la miseria, ni del lugar mejor al peor. Porque, permaneciendo El inmutable, condesciende por su providencia y dispensación de la salud a las cosas humanas. La verdad es que nosotros alegamos las divinas letras, que dicen ser Dios inmutable, por ejemplo, en este texto: Mas tú eres siempre el mismo (Ps 101,28), y en estotro: Yo no me mudo (). Los dioses, empero, de Epicuro, corno compuestos que están de átomos y por ser, en cuanto compuestos, disolubles, están afanados en sacudir los átomos que les traen la corrupción. Lo mismo digamos del Dios de los estoicos9, que, siendo cuerpo, unas veces posee la sustancia o esencia íntegra, que es la mente, cuando se da la conflagración; otras, cuando se establece el nuevo orden, viene a formar parte del mismo. Y es así que ni aun éstos

son capaces de penetrar la noción natural de Dios, como ser de todo punto incorruptible, simple, incompuesto e indivisible.

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15. Condescendencia divina en la encarnación

Ahora bien, el que bajó a los hombres estaba en la forma de Dios y, por amor a los hombres, se anonadó a sí mismo (), para poder ser comprendido por los hombres. Mas no por eso se dio en El cambio de bueno a malo, pues no cometió pecado (Ps 1); ni de hermoso a feo, pues no conoció pecado (Ps 2); ni pasó de la felicidad a la miseria. Se humilló ciertamente a sí mismo (); mas ni aun al humillarse, por conveniencia del género humano, dejaba de ser feliz. Tampoco se dio en El paso de un estado buenísimo a otro malísimo; pues ¿cómo calificar de malísima la bondad y humanidad? Es momento de decir que el médico que ve cosas terribles y toca cosas desagradables para curar á los enfermos (HIPÓCRATES, De Flatibus 1), no pasa " de bueno a malo, de hermoso a feo, o de felicidad a miseria. Y eso que el médico que ve cosas espantosas y toca cosas desagradables, no está de todo en todo inmune de caer en esas mismas cosas. Mas el que curó las heridas de nuestras almas por el Verbo Dios, que en El moraba, era incapaz de toda maldad. Y si por haber asumido el Dios Verbo, inmortal, cuerpo mortal y alma humana le parece a Celso que cambia y se transforma, sepa que el Logos, permaneciendo en su esencia Logos, nada padece de lo que padece el cuerpo o el alma. Pero al condescender a veces con el que no es capaz de mirar los centelleos y resplandor de su divinidad (cf. PLAT., Pol. 518a; cf. VI 17), viene a hacerse como carne y se habla de El corporalmente, hasta que quien así lo ha recibido, levantado poco a poco por el mismo Logos, pueda contemplar también su forma, digámoslo así, principal.

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16. Diversas formas de manifestarse el Verbo

Porque hay, como si dijéramos, diversas formas, en que el Logos se manifiesta a cada uno de los que han venido a conocerlo, adaptándose a la condición del principiante, del que está más o menos adelantado, o cerca ya de la virtud o en posesión de la misma. Luego nuestro Dios no se transformó, como se imagina Celso y los de su ralea, sino que, cuando subió al monte excelso (), puso de manifiesto otra forma, muy superior a la que solían ver los que se habían quedado abajo por no poderlo seguir hasta la altura. Y es así que los de abajo no tenían ojos que pudieran ver la transformación del Logos en algo glorioso y divino. Difícilmente podían comprenderlo tal como era, de suerte que quienes eran impotentes para ver su naturaleza superior decían de El: Lo vimos y no tenía forma ni belleza: su forma era sin honor, deficiente en parangón con los hijos de los hombres (Is 53,2). Sea esto dicho contra lo que supone Celso, que no entendió los cambios (como se usa de ordinario la palabra) o transformaciones de Jesús, ni lo que en El hay de mortal e inmortal.


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