Origenes contra Celso 46

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46. José y Belerofonte

Alude también Celso a cierto "odio", que me figuro ser el de Esaú contra Jacob (); aquel Esaú que la Escritura nos representa como hombre malo. Y aunque no expone con claridad la historia de Simeón y Leví, que vengaron el agravio de su hermana, violada por el hijo del rey de Siquén (34,2.25-31), los hace objeto de sus acusaciones. "Los hermanos que venden" son los hijos de Jacob, y "el hermano vendido" es José; el "padre engañado" se refiere a Jacob, quien, sin sospechar nada de sus hijos cuando le mostraron la túnica de varios colores de José, los creyó y comenzó a llorarlo por muerto, siendo así que estaba esclavo en Egipto (37,26-36). Y es de ver la manera como Celso, llevado de odio y no de amor a la verdad, ha ido seleccionando los casos. Donde la historia le pareció ofrecer algún asidero a la crítica, ahí se agarró, mas donde se ostenta una de la que pasaba por su señora, ni ante sus ruegos, ni ante sus amenazas (39,7-12), de eso ni palabra. Ahí, en efecto, pudiéramos ver a José que supera lo que se cuenta de Bele-rofonte (Illiada 6,155-195), que prefirió ser echado a la cárcel antes que perder su castidad 34. Y aunque pudiera haberse defendido y justificado contra su acusadora, calló magnánimamente, encomendando su causa a Dios.

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47. Prosigue la historia de José en Egipto

Luego, de paso y muy oscuramente, hace Celso mención de los sueños del copero y panadero mayores y del faraón, y de su solución, de la que resultó que el faraón sacara de la cárcel a José y le concediera el segundo puesto entre los egipcios (). Mas ¿qué tiene de absurdo esa historia, aun tomada en sí misma, para traerla a cuento como capítulo de acusación? ¡El, que tituló Discurso de la verdad un discurso que no expone verdad alguna, sino que se reduce a acumular acusaciones contra cristianos y judíos! "Y a los hermanos que lo vendieron y que con ocasión de un hambre fueron enviados a negociar con sus asnos", dice Celso que "les concedió gracia el vendido y les hizo cosas" que ni siquiera expone (43-44). También menciona el "reconocimiento", pero no sé con qué intención ni qué pueda hallar de extraño en tal reconocimiento. Ni Momo mismo (cf. PLAT., Pol. 487a; LUCÍAN., De conser. hist. 33) pudiera razonablemente hallar nada que criticar en cosas que, aparte su interpretación tropológica, tienen tanto atractivo. Pone también "la liberación del José vendido por esclavo y cómo vuelve con gran séquito al entierro de su padre" (50,4-14). Y cree que la historia contiene motivo de acusación, pues dice: "Bajo él (evidentemente bajo José), la brillante y maravillosa raza de los judíos, que se había propagado mucho en Egipto, recibió orden de habitar como forastera y apacentar sus ganados en tierras sin valor". Eso de que se les mandó apacentar sus ganados en tierras sin valor lo añadió Celso movido de su voluntad hostil, sin demostrar cómo la región egipcia de Gesén sea tierra sin valor. La salida de Egipto la llama Celso "fuga", sin mentar en absoluto lo que el libro del Éxodo escribe acerca de la salida de los hebreos de tierra de Egipto.

Por nuestra parte hemos citado también estos puntos como ejemplos del estilo de Celso, que alega, como objetos de acusación o de sus ganas de hablar por hablar, cosas que, ni aun literalmente tomadas, se prestan a crítica alguna, sin demostrar por un solo argumento lo que tiene por malo en nuestra Escritura.

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48. Los mitos griegos no son decentes ni aun alegóricamente entendidos

Luego, como si su solo afán fuera mostrar su odio y hostilidad contra la doctrina de judíos y cristianos, dice Celso que "los más moderados entre judíos y cristianos tratan de explicar todo esto alegóricamente" (cf. I 17; IV 38), y añade que, "avergonzados de tales historias, buscan refugio en la alegoría". A esto puede respondérsele35 que, si hay mitos y leyendas dignas de avergonzarse de ellas a la primera, ora se compusieran con oculto sentido, ora de cualquier otra manera, ¿de cuáles hay que decir eso con más razón que de los mitos y leyendas griegas? Aquí dioses hijos mutilan a sus padres dioses (HESIOD., Theog. 164-182), y padres dioses se comen a sus hijos dioses (ibid., 453-467), y una diosa madre entrega al padre de los hombres y los dioses, en lugar del hijo, una piedra (ibid., 481-491); y el padre tiene trato sexual con su hija, y la mujer intenta encadenar al marido, tomando como colaboradores para echarle las cadenas al hermano del atado y a su hija (litada 1,400)". ¿Y a qué detenerme en trazar la lista de las absurdas leyendas de los griegos sobre sus dioses, vergonzosas de suyo, por más que se las interprete alegóricamente? Ahí está, por ejemplo, Crisi-po de Solos, que pasa por haber ilustrado la escuela estoica con sus discretos escritos, e interpreta cierta pintura de Samos, en que se representa a Hera haciendo con Zeus lo que no puede decirse. Dice, en efecto, en sus escritos el grave filósofo que la materia, recibiendo las razones seminales de dios, las conserva en sí misma para el orden del universo. Porque la materia, en la pintura de Samos, es Hera, y dios, Zeus.

Mas justamente por ese mito y por otros infinitos por el estilo, no queremos nosotros ni nombrar por el nombre de Zeus al Dios supremo, ni llamar Apolo al sol, ni Artemis a la luna. Nosotros practicamos una piedad pura para con el Creador, reverenciamos sus hermosas obras y no mancillamos, ni de nombre, las cosas divinas, pues nos place la sentencia de Platón en el Filebo, que no quiere que se tome el placer por Dios: "Porque mi reverencia, dice, ¡ oh Protarco!, a los nombres de los dioses es muy profunda" (PLAT., Phil. 12bc; cf. I 25). Así, pues, nosotros tenemos verdadera reverencia al nombre de Dios y a sus hermosas criaturas, hasta el punto de que, ni so pretexto de interpretación tropológlca, admitimos mito alguno que pueda corromper a los jóvenes (cf. PLAT., Pol. 377-378).

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49. La interpretación alegórica en Pablo

Si Celso hubiera leído imparcialmente nuestra Escritura, no hubiera dicho que nuestros libros "no admiten interpretación alegórica". Efectivamente, por las profecías en que se escriben hechos históricos, mejor que por la historia misma, cabe ver qué historias se escribieron para ser interpretadas tropológlcamente, y fueron sapientísimamente dispuestas para acomodarse a la muchedumbre de los creyentes sencillos y a los pocos que tienen ganas, no menos que capacidad, para examinar las cosas inteligentemente. Además, si los que hoy pasan, según Celso, por moderados entre judíos y cristianos fueran los únicos en interpretar alegóricamente la Escritura, acaso pudiera suponerse algún viso de probabilidad a lo que dice nuestro adversario; pero el hecho es que los padres mismos de nuestros dogmas y los mismos escritores practican la interpretación tropológlca. Pues ¿qué da eso a entender sino que esas cosas fueron escritas para ser interpretadas tropológlcamente en su sentido principal?.

De entre muchísimos posibles, vamos a traer sólo algunos ejemplos para mostrar que Celso calumnia sin razón nuestros escritos al tenerlos por incapaces de admitir interpretación alegórica. Dice, en efecto, Pablo, apóstol de Jesús: En la ley está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Es que se cuida Dios de los bueyes? ¿No habla más bien, de todo punto, por nosotros? Por nosotros, en efecto, fue escrito, porque el que ara debe arar con esperanza, y el que trilla, con esperanza de tener parte debe trillar (Mt 1). Y en otro lugar dice el mismo: Está escrito, en efecto, que por esta causa abandonará el hombre padre y madre y se unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne. Este misterio es grande, pero yo lo entiendo de Cristo y la Iglesia (). Y de nuevo en otro pasaje: Sabemos que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar, y todos se bautizaron, bajo Moisés, en la nube y el mar (Mt 1). Luego, interpretando la historia del maná y la del agua que se escribe haber brotado milagrosamente de la peña, dice lo que sigue: y todos comieron la misma comida espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual. Porque bebían de la peña espiritual que los seguía; la peña, empero, era Cristo (Mt 1). Asaf presenta las historias del Éxodo y de los Números como problemas y parábolas, según se escribe en el libro de los Salmos; pues, cuando se dispone a recordarlas, pone este proemio: Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca. Yo abriré a las parábolas mi boca, arcanos expondré de tiempos idos, lo que oímos, lo que hemos conocido y nos contaron nuestros padres (Ps 77,1-3).

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50. Interpretación alegórica de la ley mosaica

Además, si la ley de Moisés no tuviera nada escrito que debiera interpretarse por sentido oculto, no diría el pVofeta en su oración a Dios: Abre mis ojos por que pueda de tu ley contemplar las maravillas (Ps 118,18); Mas lo cierto es que él sabía haber un velo de ignorancia echado sobre el corazón de los que leen y no entienden lo que debe interpretarse alegóricamente (), velo que se quita por don de Dios cuando éste oye a un hombre que hace todo lo que está de su parte, ha ejercitado sus sentidos por el hábito a distinguir lo bueno de lo malo () y le ha suplicado continuamente en la oración: Abre mis ojos por que pueda de tu ley contemplar las maravillas. ¿Quién, leyendo lo del dragón que vive en el río de Egipto, y los peces que se esconden en sus escamas (Ez 29,3), o que los excrementos del faraón llenan los montes de Egipto (32,6), no se mueve de suyo a inquirir quién es el que llena los montes de Egipto de tantos excrementos malolientes y qué montes de Egipto son ésos, y qué ríos hay en Egipto de los que el susodicho faraón baladrona diciendo: Míos son los ríos y yo los he hecho? (29,3). ¿Quién es ese dragón, que habrá que interpretar de forma que concierte con la interpretación de los ríos? ¿Y quiénes son esos peces que se esconden en sus es camas? Mas ¿a qué alargarme en demostrar lo que no necesita demostración? Sobre ello se dice: ¿Quién es sabio y entenderá estas cosas? ¿Quién inteligente y las conocerá? (Os 14,10). Sin embargo, me he extendido algo más en este punto, pues quería hacer ver la sinrazón de Celso al decir que "los más moderados entre judíos y cristianos se esfuerzan como pueden en interpretar todo esto alegóricamente; pero hay cosas que no admiten alegoría, sino que son cuentos derechamente tontísimos". Tontísimos son más bien los mitos de los griegos, y no sólo tontísimos, sino impiísimos; pues lo nuestro se acomoda hasta a la muchedumbre de los sencillos, cosa que no tuvieron en cuenta los que fingieron los mitos griegos. Por eso no deja de tener gracia que Platón expulsara de su república tales mitos y poemas (Pol. 379cd; cf. IV 36).

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51. Escritos alegorizantes

Paréceme que Celso oyó campanadas sobre escritos en que se explica alegóricamente la ley; pero, de haberlos leído, no hubiera dicho: "Por lo menos las alegorías que parece se han escrito acerca de ellos son más feas y absurdas que los cuentos mismos, pues con una necedad de todo punto estúpida tratan de concordar lo que por ninguna de las maneras puede armonizarse". Esto parece decirlo de los escritos de Filón, o de otros más antiguos, como son los de Aristó-bulo ". Pero yo conjeturo que Celso no leyó esos libros, pues en muchos pasajes me parecen estar tan bien compuestos, que los mismos filósofos griegos quedarían convencidos de lo que dicen. No sólo tienen estilo cuidado, sino también ideas y doctrinas, a par que usan de los que Celso tiene por mitos de las Escrituras. Yo sé, por otra parte, del pitagórico Numenio (cf. I 15), comentador excelente de Platón y predicador de la doctrina de Pitágoras, que, en muchos pasajes de sus escritos, cita a Moisés y a los profetas y los interpreta, no sin probabilidad, alegóricamente; así, en su libro titulado Epops (= abubilla) y los libros Sobre los números y en los Sobre el espacio. Y en el libro tercero, Sobre el sumo bien, trae cierta historia sobre Jesús, aunque sin nombrar su nombre, y la entiende alegóricamente; si acertada o desacertadamente, no es éste momento de decidirlo. También alude a la historia de Jannés y Jambrés, que tuvieron que ver con Moisés (Os 2)3S. No es que nosotros sintamos orgullo de ella, pero alabamos a Numenio más que a Celso y otros griegos; pues, por amor al saber, quiso examinar nuestras doctrinas y tuvo la impresión de tratarse de escritos de sentido figurado, pero no tontos.

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52. La "Disputa entre Papisco y Jasón"

Seguidamente, de entre todas las obras que contienen alegorías y comentarios con estilo y dicción no despreciables, escoge Celso la más pobre, que puede ciertamente aprovechar en materia de fe a la muchedumbre de los sencillos, pero no mover a los más inteligentes. Dice así: "Tal, por ejemplo, una disputa entre cierto Papisco y Jasón, que yo leí, y que no tanto merece risa cuanto compasión y odio. Ahora bien, no es mi propósito refutar esas tonterías, pues saltan a la vista de cualquiera, sobre todo para quien tenga la paciencia de leer el escrito mismo. Quiero más bien recordar la doctrina que pertenece al orden de la naturaleza, de que Dios no ha hecho nada mortal. Cuanto hay de inmortal es obra de Dios; lo mortal, empero, procede de lo inmortal (PLAT., Tim. 69cd). El alma, desde luego, es obra de Dios, pero el cuerpo es de otra naturaleza, y en cuanto a ésta, el cuerpo del hombre en nada se diferencia de un murciélago, de un gusano o de una rana. La materia es la misma, y a la misma corrupción están sujetos". No por eso desearía yo menos que quien ha escuchado toda esta declamación de Celso y su afirmación de que la obra titulada Disputa de Papisco y Jasón sobre Cristo no tanto merece risa cuanto odio, la tomara en sus manos y tuviera la paciencia de leerla ". No cabe duda que, al no hallar en el libro nada digno de odio, condenaría a Celso. Quien desprevenidamente lo leyere hallará que tampoco mueve a risa un libro en que se presenta a un cris tiano discutiendo con un judío a base de las Escrituras judaicas y haciendo ver que las profecías acerca del Mesías convienen a Jesús. Y, a decir verdad, tampoco el otro interlocutor da mal cobro de su razón ni hace mal su papel de judío.

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53. Odio y compasión, incompatibles

Yo no sé cómo se las arregla Celso para juntar cosas que no admiten mezclarse ni pueden de suyo suceder a la par a la naturaleza humana; y así dijo que el mentado libro merece compasión y odio. En efecto, a cualquiera se le alcanza que quien es objeto de compasión no puede serlo de odio mientras se le compadece; ni el que es objeto de odio puede serlo de compasión mientras se le odia. Y añade Celso que no se propone refutar tales tonterías, pues opina que "salta a los ojos de cualquiera, aun antes de toda refutación lógica, tratarse de cosas malas, dignas de compasión y odio". Nosotros, empero, exhortamos a quien diere con esta defensa contra las acusaciones de Celso, tenga la paciencia de leer nuestros escritos sagrados y, en la medida de sus fuerzas, conjeture por lo escrito la intención de los autores, su conciencia y su disposición de ánimo. Porque hallará hombres que defienden ardientemente sus creencias, y algunos que afirman escribir una historia que ellos vieron por sus ojos y comprendieron ser maravillosa y digna de ponerse por escrito para provecho de futuros lectores. Atrévase, si no, alguien a decir que la fuente y origen de toda utilidad para los hombres no está en creer en el Dios del universo, hacerlo todo con la intención de agradarle en todo absolutamente, no admitir ni por pensamiento nada que pueda desagradarle, pues sabemos que seremos juzgados no sólo de obras y palabras, sino también de todo pensamiento. ¿Y qué otra doctrina convertirá más eficazmente la naturaleza humana en orden a vivir bien, que la fe o persuasión de que el Dios supremo ve todo lo que decimos y hacemos, y hasta lo que pensamos? Compare quiSn quisiere otro camino para convertir y mejorar juntamente no a uno que otro, sino, en lo posible, a las más grandes muchedumbres; de la comparación de los dos caminos pudiera verse puntualmente qué doctrina dispone para el bien.

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54. El enigma de la creación

En el pasaje que hemos citado de Celso, paráfrasis del Timeo (69cd), se escribe que "Dios no hizo nada mortal, sino sólo lo inmortal; lo mortal, empero, es obra de otros.

El alma, desde luego, es obra de Dios, pero el cuerpo es de otra naturaleza. De ahí que el cuerpo del hombre no se diferencia en nada del cuerpo de un murciélago, de un gusano o de una rana; la materia es la misma, e idéntico el principio de corrupción". Vamos a discutir esto brevemente, demostrando que, o no quiere hacer valer su sentir epicúreo, o, como pudiera decirse, lo cambió posteriormente por otro mejor, o, como pudiera también decirse ", sólo fue homónimo del Celso epicúreo. El que tales afirmaciones hacía y se abalanzaba a hablar, no sólo contra nosotros, sino también contra la noble escuela filosófica que reconoce por maestro a Zenón de Citio ", era menester que demostrara que los cuerpos de los animales no son obra de Dios, y que un artificio tan complicado como se muestra en ellos no procede de la inteligencia primera. Y en cuanto a la muchedumbre de plantas de toda especie, que son gobernadas por una naturaleza inherente a ellas, incapaz de percepción, nacidas para servicio de los hombres y de los animales al servicio de los hombres, o como quiera que sean, no debiera contentarse con afirmar, sino "enseñar" también no haber sido una inteligencia perfecta la que infundió tantas cualidades en la materia de las plantas (cf. 56-57).

Mas si supuso a los dioses artífices de todos los cuerpos, por suponer que sólo el alma es obra de Dios, ¿no fuera consecuente que quien tantas ocupaciones distribuía y daba a tantos su faena nos demostrara con algún sólido argumento las diferencias de los dioses, unos ocupados en la fabricación de cuerpos humanos, otros (pongamos por ejemplo) de los animales domésticos y otros de las fieras? Y el que veía a unos dioses crear dragones, áspides y basiliscos; a otros, insectos según sus especies; a otros, toda clase de plantas y hierbas, tenía el deber de decirnos la causa de tal división del trabajo. Lo cierto es que, de haberse entregado al estudio riguroso del asunto, acaso hubiera mantenido la tesis de un solo Dios artífice de todas las cosas, que hizo cada cosa para un fin y por una causa; o, de no haber mantenido esa tesis, hubiera visto qué podía responder a que, por su naturaleza, la destructibilidad de una cosa es indiferente, y que nada tiene de absurdo que el mundo, aun estando compuesto de elementos disímiles, sea obra de un solo artífice, que dispone las diferencias de las especies para conveniencia del todo. O, finalmente, debiera no haber abierto en absoluto la boca sobre tema tan difícil, si no iba a probar lo que pretendía enseñar. A no ser que quien nos acusa de profesar fe desnuda (I 9ss) pretenda que nosotros creamos a sus puras afirmaciones. Y eso cuando él prometió no afirmar, sino enseñar.

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55. E1 Dios hacedor de cielo y tierra

Yo no digo que, de haber tenido Celso "paciencia y constancia", como él dice, para leer los libros de Moisés y los profetas, hubiera parado mientes por qué se pone la frase "Hizo Dios" al hablar del cielo y la tierra y del llamado firmamento, lo mismo que de los luminares y las estrellas; luego se repite sobre los grandes peces y toda alma de reptiles que produjeron las aguas según su especie, y sobre todo volátil alado según su especie; y luego sobre todas las fieras de la tierra según su especie, y sobre las bestias según su especie, y sobre todos los reptiles de la tierra según su especie, y, finalmente, sobre el hombre (). Sobre otras cosas no se dice "hizo"; y así, sobre la luz, la palabra divina se contenta con decir: Se hizo la luz, y sobre la congregación en un solo lugar de toda el agua bajo el cielo con la frase: Hízose así. E igualmente sobre los productos de la tierra, cuando produjo la tierra hierba de pasto que esparce su semilla según su especie y semejanza, y árboles frutales que dan fruto, cuya semilla está en él mismo según su especie sobre la tierra (). Y hubiera inquirido42 a quién o a quiénes se dirigen los mandatos que se escribe da Dios sobre crear cada parte del mundo. En tal caso no hubiera tachado de ininteligible y sin sentido alguno misterioso los libros escritos por Moisés o, como diríamos nosotros, por el espíritu divino que moraba en Moisés, inspirado por el cual profetizó también. Pues mucho mejor que los llamados videntes por los poetas, sabía él "lo presente y futuro y lo pasado" (Ilía-da 1,70).

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56. Hay algo más que materia en los seres

Dice también Celso que "el alma es, desde luego, obra de Dios, pero el cuerpo es de otra naturaleza, y, en cuanto a ésta, no hay diferencia alguna entre un cuerpo de murciélago, de gusano, de rana o de hombre; la materia es la misma, e igual el principio de corrupción de todos". A este razonamiento hay que responder que, si por ser la misma la materia que subyace en el cuerpo de un murciélago, de un gusano, de una rana o de un hombre, en nada se diferencian estos cuerpos entre sí, es evidente que tampoco se diferenciarán del sol, de la luna, de las estrellas o de cualquier otro de los que los griegos llaman dioses sensibles (cf. infra V 10). La misma es, en efecto, la materia que subyace en todos los cuerpos, materia propiamente sin cualidades ni figura, que no sé de quién recibirá las cualidades según Celso, que no quiere que nada mortal sea obra de Dios. A no ser que, apretado, quiera saltar de Platón, según el cual el alma sale de cierta crátera (PLAT., Tim. 41de), y se refugie en Aristóteles y los peripatéticos, que afirman ser el éter inmaterial y de una quinta naturaleza, diversa de los cuatro elementos. Mas contra esta teoría combaten con denuedo los platónicos y estoicos. Y contra ella combatiremos también nosotros, despreciados que somos de Celso, cuando se nos pida explicar y demostrar lo que se dice así en el profeta: Los cielos pasarán, mas tú subsistes; cual vestido envejecen, como manto los pliegas y se mudan; mas tú eres siempre el mismo (y no saben de término tus años) (Ps 101,27). Pero baste esto contra Celso, que afirma "ser el alma obra de Dios, pero el cuerpo de otra naturaleza"; de donde se seguiría que el cuerpo de un murciélago, de un gusano o de una rana no se diferenciaría en nada de un cuerpo etéreo.

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57. La variedad de los cuerpos

Véase, pues, si vale la pena adherirse a quien con tales doctrinas acusa a los cristianos, y abandonar una teoría, según la cual, por sus cualidades inherentes, se dan diferencias en los cuerpos y en lo que a ellos atañe. Porque nosotros sabemos muy bien que hay cuerpos celestes y terrestres, y una es la gloria de los celestes y otra la de los terrestres; y ni siquiera es la misma entre los celestes, pues una es la gloria del sol y otra la de las estrellas, y aun entre las mismas estrellas una difiere de otra en gloria. Por eso nosotros, que esperamos la resurrección de los muertos, afirmamos que se dan cambios en las cualidades de los cuerpos; pues algunos de ellos se siembran en corrupción y se levantan en incorrupción; se siembran en ignominia y se levantan en gloria; se siembran en flaqueza y se levantan en fuerza; se siembran cuerpos animales y se levantan espirituales (Ps 1). Y todos los que admitimos la providencia demostramos que la materia subyacente es capaz de recibir las cualidades que quiera darle el Creador, y, por voluntad de Dios, esta materia tiene ahora tal cualidad, y luego otra, digamos, mejor y más excelente.

Mas como quiera que hay modos señalados, desde que hay mundo y mientras lo haya, para los cambios de los cuerpos, no sé si también, cuando suceda " un modo nuevo y extraño después de la destrucción del mundo y la que nuestras letras llaman consumación (), nada tenga de extraño que "ya ahora del cadáver de un hombre salga transformada una serpiente, de la médula espinal, como piensa el vulgo, y de un buey una abeja, y de un caballo una avispa, y de un asno un escarabajo, y, en general, de los muertos, gusanos". Pero, en opinión de Celso, esto demuestra que ninguna de estas cosas es obra de Dios, sino que las cualidades, por órdenes que no se sabe de dónde vienen, pasan de unas a otras, y no son obra de una razón divina que las cambie en la materia.

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58. ¿Viene toda alma de Dios?

Todavía tenemos algo más que decir contra la proposición de Celso de que "el alma es obra de Dios, pero el cuerpo es de otra naturaleza". Verdad de tanta importancia no sólo la sentó sin demostración alguna, sino también sin la debida distinción. No puso, efectivamente, en claro si toda alma es obra de Dios o sólo el alma racional. Arguyámosle, pues, que, si toda alma es obra de Dios, lo serán evidentemente las de los más viles irracionales, y así todo cuerpo será de naturaleza distinta que el alma. La verdad es que, más adelante (cf. infra IV 88), dice que "los animales irracionales son más caros a Dios que nosotros, y tienen noción más pura de lo divino", lo que parece demostrar que no sólo es obra de Dios el alma de los hombres, sino también, y con mayor razón, la de los animales irracionales. Así se sigue, en efecto, de que se diga son más caros a Dios que nosotros. Mas si sólo el alma racional es obra de Dios, en primer lugar, tesis tan importante no la afirmó con bastante claridad; y, en segundo lugar, de haber dicho, sin definir bien los términos, que no toda alma, sino sólo la recional, es obra de Dios, sigúese que tampoco todo cuerpo es de naturaleza distinta de la del alma. Pero, si no todo cuerpo es de distinta naturaleza, sino que el cuerpo de cada animal corresponde a su alma, sigúese evidentemente que el cuerpo de un ser cuya alma es obra de Dios será diferente de otro en que more un alma que no es obra de Dios. De donde resulta ser falso que un cuerpo de murciélago, de gusano o de rana no se diferencie de un cuerpo humano.

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59. Anito y Sócrates

A la verdad, absurdo fuera considerar unas piedras más puras o menos puras que otras, y unos edificios más o menos puros que otros, según se destinen para honor de Dios o para receptáculo de cuerpos miserables y manchados, y no haber diferencia de cuerpos a cuerpos, según en ellos moren entes racionales o no, y, de entre los racionales, los virtuosos o los hombres más malvados. Esta diferencia hizo que algunos se propasaran a divinizar los cuerpos de hombres eminentes por haber albergado un alma virtuosa, y arrojar y hasta deshonrar los cuerpos de los muy malvados. No diré yo que así se obra del todo rectamente; pero tal conducta tuvo origen de una idea recta. ¿Es que un sabio, al morir Anito y Sócrates, tendrá el mismo cuidado de la sepultura del cuerpo de Sócrates que del Anito? ¿Acaso construirá para ambos el mismo monumento o la misma tumba? Sea esto dicho por la frase de "los que ninguno es obra de Dios", en que "los que" se refiere al cuerpo del hombre, o a las serpientes que salen del cadáver; al del buey, o a las abejas que salen del cadáver del buey; al del caballo o del asno y a las avispas que salen del cuerpo del caballo o a los escarabajos del asno. Ello nos ha obligado a volver sobre las palabras: "El alma es, desde luego, obra de Dios; pero el cuerpo es de otra naturaleza".

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60. E1 cambio perpetuo

Luego dice que "la naturaleza de todos los cuerpos antedichos es la misma y una sola, que va y viene en un cambio alternante". Respecto de esto, es evidente por lo antes dicho que no sólo los cuerpos antedichos tienen una naturaleza común, sino también los celestes. Y, si esto es así, evidente es también que, según él (no sé si también según la verdad), una sola es la naturaleza de todos los cuerpos que va y viene en un cambio alternante. Y según los que admiten la destructibilidad del mundo, así es evidentemente; y los que no la admiten ni tampoco aceptan el quinto cuerpo, tratarán de demostrar que, también según ellos, una sola es la naturaleza de todos los cuerpos, que va y viene en un cambio alternante. Y así justamente permanece lo que se destruye en orden a un cambio; porque lo que subyace, que es la materia, permanece aun destruida la cualidad, según los que opinan que es increada. Sin embargo, si se pudiera demostrar por una buena razón que no es increada, sino que fue hecha para alguna utilidad, es evidente que no tendría, respecto al permanecer, la misma naturaleza que suponiéndola increada. Pero nuestro propósito ahora es responder a las acusaciones de Celso y no disertar sobre la naturaleza.

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61. ¿El el mundo mortal o inmortal?

Dice también Celso que "nada que nazca de la materia es inmortal". A esto le diremos que, si "nada que nazca de la materia es inmortal", o este mundo todo es inmortal, y en tal caso no procede de la materia, o tampoco él es cosa inmortal. Ahora bien, si el mundo es inmortal, como place a los que sostienen que sola el alma es obra de Dios y afirman que salió no sabemos de qué crátera (PLAT., Tim. 41de), demuéstrenos Celso que no se hizo de la materia sin cualidades, sin olvidar su principio de que "nada que nazca de la materia es inmortal". Pero si el mundo, por "ser producto de la materia, no es inmortal; el mundo mortal, ¿estará o no estará sujeto a corrupción? Si está sujeto a corrupción, lo estará como obra de Dios; y entonces, en la corrupción del mundo, ¿qué hará el alma, que es obra de Dios? ¡Díganoslo Celso! Mas si, tergiversando la noción de inmortal, nos dice que el mundo es inmortal porque, aun siendo corruptible, de hecho no se corrompe, pues es capaz de morir, pero de hecho no muere, sigúese que, según él, habrá algo a par mortal e inmortal, por ser capaz de lo uno y de lo otro; y habrá algo mortal que no muere, algo que, no siendo por naturaleza inmortal, por el hecho de no morir, se llamará propiamente inmortal. ¿En qué sentido, pues, dentro de esta distinción, dirá que "nada nazca de la materia es inmortal"? Por donde se ve que las ideas que Celso consigna en sus escritos, si se las aprieta y examina bien, no resisten la prueba de lo noble e irrebatible.

Y dicho esto, añade: "Baste lo dicho sobre este punto. El que sea capaz de oír y buscar más, lo sabrá". Pues veamos nosotros, que, según él, somos unos estúpidos, lo que se ha seguido de haberle podido oír y buscar siquiera un poco.

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62. La existencia del mal

Seguidamente se imagina Celso que, por unas frasecillas suyas, vamos a comprender la cuestión sobre la naturaleza del mal, tan traída y llevada en múltiples y no despreciables tratados y diversamente resuelta, y así dice: "Los males en lo que existe, ni antes, ni ahora, ni después pueden ser menores o mayores. Una sola y misma es, efectivamente, la naturaleza del universo, y la génesis u origen de los males es siempre la misma". Pero también esto parece una paráfrasis de un paso del Teeteto, en que Platón le hace decir a Sócrates: "Mas ni es posible que los males desaparezcan de entre los hombres, ni que se asienten entre los dioses", etc. (PLAT., Theait. 176; cf. VIII 55). Pero, a mi parecer, ni siquiera entendió exactamente a Platón ese sabiazo de Celso, que quiere abarcar toda la verdad en este solo escrito y que rotuló Doctrina verdadera su libro contra nosotros. Y es así que la frase del Timeo que dice: "Mas cuando los dioses purifican la tierra por el agua" (PLAT., Tim. 22d), da bien a entender que, purificada la tierra por el agua, tiene menos males que antes de ser purificada. Y, siguiendo a Platón, decimos que son a veces menos los males, fundándonos en lo que se dice en el Teeteto sobre que "los males no pueden desaparecer de entre los hombres".

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63. Un dogma bellísimo

Por lo demás, no sé cómo se las arregla Celso que, a lo que suenan las frases de este libro, admite la providencia, para decir que los males no son mayores ni menores, sino que tienen, como si dijéramos, límites definidos, con lo que destruye un dogma bellísimo, el de que la maldad es indefinida y los males, propiamente hablando, no tienen límites. Y, a mi parecer, de la tesis de que los males no han sido, ni son, ni serán mayores o menores, se sigue que, a la manera que la providencia, en opinión de los que admiten un mundo indestructible, mantiene el equilibrio de los elementos, no permitiendo que predomine uno solo de ellos con riesgo de que perezca el mundo, así habría también una especie de provi dencia que vigilaría sobre los males, que son tantos, a fin de que no se hagan ni mayores ni menores.

Todavía hay otro modo de refutar la teoría de Celso acerca del mal, tomado de los filósofos que estudiaron el problema del bien y del mal. Estos filósofos demostraron, por la historia misma, que, a los comienzos, las rameras se entregaban a quienes quisieran fuera de las ciudades y con máscaras en la cara; luego, dándoseles de todo un bledo, se quitaron las máscaras, si bien, por no permitirles las leyes entrar, se quedaron aún fuera de las ciudades; finalmente, como la perversión fuera creciendo día a día, se atrevieron a entrar también en las ciudades. Así dice Crisipo en su Introducción sobre el bien y el mal. Que los males aumenten y disminuyan, puédese deducir del hecho que los llamados hombres "dudosos" (o eunucos) se prostituyeron un tiempo, entregados al arbitrio y deseos de los que se les acercaban; posteriormente, empero, fueron expulsados por los ediles. Y de males sin número que, del torrente de la maldad, han invadido la vida de los hombres, puede decirse que no existían antes. Por lo menos las historias más antiguas, a pesar de que se desatan en improperios contra los que pecan, nada saben de los que practican cosas no decibles.


Origenes contra Celso 46