Origenes contra Celso 81

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81. La vida social de algunos animales

Mas este ilustre señor no se percata de que destruye, en cuanto de él depende, doctrinas provechosas de muchos filósofos que admiten la providencia y sientan que todo lo hace por razón de los seres racionales, juntamente con la armonía que en este punto tienen con ellas los cristianos; ni ve tampoco qué gran daño y obstáculo resulta para la piedad admitir la tesis de que, para Dios, no hay diferencia alguna entre hormigas, abejas y hombres. De ahí que diga: "Mas si parece que los hombres se distinguen de los animales porque edificaron54 ciudades y establecen una constitución política, autoridades y mando supremo, eso no prueba nada, pues lo mismo hacen las hormigas y abejas. Así, las abejas tienen una reina, con su séquito y servidumbre, y entre ellas hay guerras y victorias, y se mata " a los vencidos; hay ciudades, y hasta suburbios o arrabales, y relevo en el trabajo y procesos contra los holgazanes y malos; por lo menos expulsan y castigan a los zánganos". Tampoco aquí vio Celso la diferencia que va de lo que se ejecuta por razón y cálculo y lo que procede de la naturaleza irracional y de la mera habilidad del instinto. La causa de esas obras no es una razón inherente a los que las hacen, puesto que no tienen razón alguna, sino que el eterno Hijo de Dios y rey de cuanto existe creó una naturaleza irracional o instinto para ayuda, irracional, de los seres que no han sido dotados de razón56.

Ahora bien, ciudades sólo han existido entre los hombres con sus muchas artes y ordenaciones legales; en cuanto a constituciones políticas, autoridades y mandos supremos, o son las que así se llaman propiamente, ciertas disposiciones y operaciones virtuosas, o las que, abusivamente, se denominan así por imitar, en lo posible, aquéllas; a ellas, efectivamente, miraron los excelentes legisladores al establecer las mejores constituciones políticas, autoridades y mandos supremos. Nada semejante cabe hallar entre los irracionales, por más que Celso traslade a hormigas y abejas nombres que indican razón y puestos a cosas racionales, como son los de ciudad, constituciones políticas, autoridades y mandos supremos. Por todo lo cual no hay para qué alabar a las hormigas o abejas, pues no obran por razón; de admirar es, en cambio, la naturaleza divina que extiende a los irracionales una como imitación de lo racional. Acaso para confundir a los racionales, que, al contemplar las hormigas, se volverán más trabajadores y más dados a almacenar lo que pueda serles de provecho; y al considerar las abejas, obedecerán al que manda y dividirán el trabajo útil a la constitución política para salud de las ciudades.

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82. Prosigue el tema de las abejas

Tal vez también esa especie de guerras que se dan entre las abejas sea una lección de cómo hayan de hacerse las guerras justas y ordenadas si alguna vez han de hacerse entre los hombres. En cuanto a ciudades y arrabales, no exiten entre las abejas, sino colmenas y sus celdas hexagonales, y el relevo en el trabajo, todo por razón de los hombres que emplean la miel para muchas cosas, para curación de cuerpos enfermos y para alimento puro. Tampoco debe compararse lo que las abejas hacen contra los zánganos con los juicios contra holgazanes y malvados en las ciudades, ni con los castigos que se les imponen; como antes dije (IV 81), debemos más bien admirar en estas cosas a la naturaleza ", y también al hombre, que es capaz de reflexionar sobre todo y ordenarlo todo, como auxiliar de la providencia; y no sólo lleva a cabo las obras de la providencia de Dios, sino también las de su propia providencia.

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83. La hormiga compasiva

Ya que ha hablado Celso de las abejas con el fin de vilipendiar no sólo entre cristianos, sino entre todos los hombres, las ciudades y constituciones políticas, las autoridades y mandos supremos y las guerras hechas por la patria, añade ahora el elogio de las hormigas. Su intento con este elogio es rebajar 5> el cuidado del hombre por su comida, y, con su razonamiento sobre las hormigas, desacreditar la previsión del invierno 5", por no tener nada que supere la previsión irracional de las hormigas en lo que él se imagina verla. Dice Celso sobre las hormigas que, "cuando ven una compañera cansada, se quitan unas a otras la carga". Ahora bien, ¿no pudiera con esto desviar, por lo menos en cuanto de él depende, a algún hombre sencillo, de los que no son capaces de penetrar la naturaleza de todas las cosas, de los que ven agobiados por la carga, y de tomar parte de sus fatigas? Alguno, en efecto, que necesite la instrucción de la palabra divina y que no la entiende en absoluto, podrá decir: "Si, pues, en nada nos distinguimos de las hormigas, ni siquiera cuando ayudamos a los cansados de llevar pesos muy graves, ¿a qué hacemos en vano cosa semejante? Las hormigas, desde luego, como irracionales que son, no hay peligro de que se ensoberbezcan por comparar sus obras con las de los hombres; los hombres, empero, que, por su razón, son capaces de oír de qué manera se vilipendia su amor a los demás, sí que pueden recibir de suyo daño de Celso y de sus palabras. Y es que no vio, en su afán de apartar del cristianismo a los que leyeran su libro, que aparta también a los no cristianos de la compasión para los que gimen bajo las más graves cargas. Su deber era, empero, si era filósofo, que sintiera el amor a sus semejantes, no destruir, a par del cristianismo, las doctrinas provechosas a los hombres, sino favorecer, en lo posible, aquellas bellas cosas que el cristianismo comparte con el resto de los hombres.

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84. Las hormigas, ¿seres racionales?

Dice además que "a las hormigas muertas les destinan las vivas un lugar aparte, y éste hace para ellas de sepulcro familiar". A lo cual hay que decir que cuanto más alto elogio haga de los animales irracionales, tanto más exalta (aun sin quererlo) la obra del Verbo, que lo ordena todo. Y no menos muestra la industria del hombre que sabe vencer por su razón hasta las ventajas de los animales irracionales. Mas ¿a qué hablar de irracionales, cuando a Celso no le parecen ser siquiera irracionales los que, según las nociones comunes a todos, así se llaman? Por lo menos no opina que las hormigas sean irracionales ese que nos anunció iba a hablarnos de toda la naturaleza (IV 73) y alardea de la verdad en el título mismo de su libro. Dice, en efecto, de las hormigas.

Y en cuanto a que las hormigas atacan a los gérmenes de los frutos que recogen para que no germinen, sino les duren para comer todo el año, el hecho no ha de atribuirse a una razón que se diera en ellas, sino a la naturaleza, madre universal (CLEM. ALEX., Paid. II 85,3), que de tal manera adornó a los irracionales que no dejó ni al más pequeño sin alguna huella de la razón natural. A no ser que Celso (que gusta de platonizar en muchos puntos) no quiera dar solapadamente a entender que toda alma es de la misma forma (PLAT., Tim. 60cd; cf. supra IV 52) y que el alma del hombre no difiere en nada de la de hormigas y abejas; teoría de quien hace bajar el alma de la bóveda del cielo para entrar no sólo en un cuerpo humano, sino en cualquier otro cuerpo (PLAT., Phaidr. 246b-247b). Los cristianos no aceptarán nada de eso, pues de antemano han comprendido que el alma humana fue creada a imagen de Dios, y ven ser imposible que la naturaleza, creada a imagen de Dios, pierda de todo punto la marca que lleva y tome otra, no sabemos a imagen de qué animales irracionales.

como si tuvieran diálogos entre sí, lo siguiente: "Además, cuando se encuentran unas con otras, traban conversación entre sí, por lo que no yerran los caminos. De donde se sigue que poseen una razón perfecta y nociones comunes de ciertas cosas universales y voz para expresar lo que les pasa". El conversar uno con otro se hace por medio de la voz, que expresa algún pensamiento, y muchas veces cuenta lo que se llaman casos fortuitos; ahora, atribuir cosa igual a las hormigas, ¿no será el colmo de lo ridículo?.

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85. Hombres y hormigas, mirados desde el cielo

Y, para que lo indecoroso de sus doctrinas quede también patente a los por venir, no tiene pudor de añadir a todo eso lo que sigue: "Ea, pues, si uno mirara desde el cielo a la tierra, ¿en qué le parecería diferente lo que hacemos nosotros y lo que hacen hormigas y abejas?". El que, en esta hipótesis, mirara del cielo a la tierra contemplando las obras de los hombres y lo que hacen las hormigas, ¿no es así que verá los cuerpos de hombres y hormigas, pero no tendrá en cuenta la mente racional, que se mueve por el discurso, de un lado, y la mente irracional, de otro, movida sólo, irracionalmente, por impulso e imaginación, acompañada de cierta natural habilidad efectiva? Pero es absurdo que quien mirara lo que se hace en la tierra quisiera contemplar desde pareja distancia los cuerpos de hombres y hormigas, y no le interesara mucho más ver las distintas naturalezas de las mentes y discernir si la fuente de los impulsos es racional o irracional. Porque una vez vista esa fuente de todos los impulsos, se le aparecería evidente la diferencia y excelencia del hombre, no sólo sobre las hormigas, sino sobre los mismos elefantes. Efectivamente, por muy grandes que sean sus cuerpos, no vería otro principio sino (digámoslo así) el de la irracionalidad; en los racionales, empero, vería la razón, que es común ai nombre con los seres celestes y divinos y acaso con el mismo Dios supremo, a cuya imagen se dice haber sido creado (), pues la imagen del Dios supremo es el Logos o razón (Col 1,15 Col 2).

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86. Los animales, también "magos"

Luego, como si estuviera empeñado en una especie de lucha por rebajar al género humano y ponerlo al nivel de los irracionales, no quiere omitir nada de lo que se cuenta de los animales y muestre su superioridad, y así dice que también la magia se da en algunos de ellos, para que tampoco se gloríe en eso particularmente el hombre ni blasone de su excelencia sobre los irracionales. He aquí sus palabras: "Y si algún orgullo sienten los hombres por la magia, cierto es que también en esto son más sabias las serpientes y águilas. Por lo menos conocen muchos remedios y medicinas, y en particular las virtudes de ciertas piedras para salud de sus crías. Cosas que, cuando los hombres dan con ellas, se imaginan poseer un tesoro". Primeramente, yo no sé por qué razón llamó Celso magia la experiencia o conocimiento natural que los animales tengan de ciertos remedios cuando el nombre de magia suele aplicarse a cosa distinta. Si no es que, por lo visto, como buen epicúreo, intenta solapadamente desacreditar toda práctica mágica, como cosa que estriba sólo en la charlatanería de los hechiceros. Demos, sin embargo, de barato que los hombres, sean hechiceros o no, se enorgullecen mucho de esta ciencia; ¿cómo decir ya sin más que las serpientes saben más que los hombres por el hecho de que se valgan del hinojo para la agudeza de la vista y la celeridad del movimiento, siendo así que ese remedio físico sólo lo alcanzan por instinto y no por raciocinio? Los hombres, empero, no llegan a eso mismo por puro instinto natural, a la manera de las serpientes, sino parte por experiencia, parte por razón y, a veces, por raciocinio y ciencia. Lo mismo se diga sobre que las águilas hayan encontrado la piedra llamada de su nombre que llevan al nido para salud de sus críasso. ¿Cómo concluir de ahí que son las águilas más sabias que los hombres, que, por su razón e inteligencia, fundándose en la experiencia, han hallado el mismo remedio que a las águilas les fue dado por la naturaleza?

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87. Las cuatro cosas mínimas

Mas demos que los animales conocen además otros remedios; ¿qué tendrá que ver esto con la tesis de que no sea el instinto natural, sino la razón la que encontró en ellos tales remedios? De haber sido la razón la inventora, no se daría sólo ése, aisladamente, en las serpientes, o, si se quiere, un segundo y hasta un tercero, y otro en las águilas, y así sucesivamente en los otros animales, sino que se darían tan tos como en los hombres. Mas lo cierto es que, del hecho de que los remedios se inclinan aisladamente a la naturaleza de cada animal, se sigue patentemente no haber en ellos sabiduría ni razón, sino cierto instinto o disposición natural, creada por el Logos, para tales remedios con miras a salvar su vida. Sin embargo, si quisiera atacar en esto de frente a Celso, me valdría de una sentencia de Salomón, tomada de los Proverbios, que dice así: Cuatro cosas hay mínimas sobre la tierra, pero que son más sabias que los sabios: las hormigas, que no tienen fuerza y, sin embargo, preparan su sustento en el verano; los damanes, casta inválida, pero que tienen sus manidas en las rocas; la langosta, que no tiene rey, pero marcha, como a una orden, en escuadrón cerrado; y el lagarto, que se apoya en las manos, es fácilmente asible, pero habita en los palacios de los reyes (). Pero no me valgo de este texto por tenerlo por claro, sino que, de acuerdo con el título del libro, que es Proverbios, lo investigo como enigmático. Y es así que estos hombres tienen por costumbre dividir en muchas especies las sentencias, que dicen una cosa a primera vista y otra enuncian en su sentido secreto; y una de esas especies son los proverbios. Así se explica que se escriba haber dicho nuestro Salvador: Todo esto os lo he dicho en proverbios; mas viene la hora en que ya no os hablaré en proverbios (). No s"on, pues, estas hormigas literales más sabias que los mismos sabios, sino las significadas por la forma proverbial. Y lo mismo hay que decir de los otros animales. Pero Celso tiene los libros de judíos y cristianos por la cosa más simple y vulgar, y opina que quienes los entienden alegóricamente no hacen sino violentar la mente de los autores (I 17; IV 38.51). Queden, pues, refutadas también así sus vanas calumnias; refutado también en lo que dice y afirma de serpientes y águilas como más sabias que los hombres.

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88. ¿Conocen a Dios los animales?

Luego quiere sostener también, largamente, que las nociones sobre lo divino no son superiores en el género humano a las que se dan en todos los seres mortales; según él, algunos animales irracionales tienen ideas acerca de Dios, sobre el que tantas diferencias de sentir reinan entre los más inteligentes de todo el mundo, lo mismo griegos que bárbaros. He aquí sus palabras: "Mas si porque el hombre tiene ideas divinas se lo cree superior a los restantes animales, sepan los que eso afirman que lo mismo pretenderán muchos de los otros animales. Y con mucha razón. ¿Qué puede, en efecto, tenerse por más divino que prever y predecir lo por venir? (cf. VI 10). Ahora bien, eso lo aprenden los hombres de los animales, señaladamente de las aves, y los que entienden las señales de ellos son los adivinos. Si, pues, las aves y demás animales que tienen de Dios cualidades proféticas, nos avisan por medio de signos, verosímil es que estén naturalmente tanto más próximos al trato de Dios y sean más sabios y más queridos de Dios. Y hombres discretos dicen que tienen los animales sus conversaciones, más sagradas, claro está, que las nuestras, y que ellos conocen lo que dicen, y de hecho demuestran que lo conocen, pues predicen que las aves se marcharán acá o allá y que harán esto o lo otro y muestran luego que allá marcharon e hicieron lo que ellos predijeron. En cuanto a los elefantes, nada parece haber más veraz en el juramento que ellos, ni más fiel a lo divino". Véase aquí cómo amontona y da por averiguadas cosas que se discuten entre los filósofos, no sólo griegos, sino también bárbaros, que descubrieron por sí mismos o aprendieron de ciertos démones lo atañente a pájaros y otros animales, de los que se dice derivarse algún género de adivinación a los hombres. Porque se discute primeramente si se da o no se da arte alguna auspicial y, en general, adivinación alguna por medio de animales; y, en segundo lugar, los mismos que admiten la adivinación por medio de las aves no están de acuerdo sobre la causa de esta forma de adivinación. De ellos dicen unos que los movimientos de los animales proceden de ciertos démones o dioses mánticos; en las aves, para vuelos y voces distintas; en los otros animales, para moverse en una u otra dirección; otros afirman que las almas de los animales son especialmente divinas y aptas para esta función; opinión esta última absolutamente improbable.

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89- Que aprenda Celso de las aves

Así, pues, si por lo antedicho quería Celso probar que los animales son más divinos y sabios que los hombres, deber suyo era demostrar largamente que la tal adivinación se da en absoluto, y presentarnos con toda evidencia su defensa; debiera luego haber refutado con buenos argumentos las razones de los que niegan parejas adivinaciones, y con buenos argumentos también repeler las razones de los que dicen ser démones o dioses quienes imprimen sus movimientos a los animales para la adivinación; y probar, en fin, después de todo esto, que el alma de los animales es más divina. De haber así mostrado postura de filósofo ante cuestiones de tamaña importancia, nosotros, según nuestras fuerzas, hubiéramos contestado a sus argumentos, refutando su tesis de que los animales irracionales son más sabios que el hombre, haciendo ver la falsedad de que tengan nociones de Dios más sagradas que las nuestras y no sabemos qué santas conversaciones entre sí. Pero la verdad es que quien nos echa en cara que creamos al Dios supremo, pretende hacernos tragar que las almas de las aves tienen acerca de Dios más divinas y claras nociones que los hombres. De ser ello cierto, las aves tienen nociones de Dios más claras que Celso. Lo que no fuera de maravillar, tratándose de un Celso que tanto empeño pone en vilipendiar al hombre. Y es así que, en sentir de Celso, las aves tienen ideas más altas y divinas, no dirá ya que cristianos y judíos, que nos valemos de las mismas Escrituras, sino más altas y divinas también que cuantos entre los griegos hablaron de Dios, que eran, al cabo, hombres. Así, pues, según Celso la especie de las aves adivinatorias comprendió la naturaleza de lo divino mejor que un Ferecides, un Pitágoras, un Sócrates y Platón. La verdad es que tendríamos que frecuentar la escuela de las aves, que, como nos enseñan, en opinión de Celso, mánticamente lo por venir, así librarán a los hombres de toda duda acerca de la divinidad con solo que nos transmitan la idea clara que tienen ellas de la misma. Lo lógico fuera en todo caso que Celso, para quien las aves son superiores a los hombres, las tomara por maestras y se dejara de cuantos en Grecia se dieron jamás a la filosofía.

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90. El hombre caza a las águilas

Aleguemos, de entre muchas posibles, sólo unas cuantas razones que demuestren la falsedad de esta opinión, ingratitud que supone en el hombre contra el que lo hizo; pues también Celso es hombre y, como tal, estando en honor, no lo entendió (Ps 48,13); por eso no sólo fue comparado con las aves y otros animales irracionales que tiene Celso por adivinatorios, sino que les concedió la preferencia en grado mayor que los egipcios, que adoran como dioses a animales irracionales; y a sí mismo, y, en cuanto de él dependió, a todo el género humano lo puso por debajo de ellos, dado caso que el género humano tiene acerca de Dios ideas peores o inferiores a las que tienen los irracionales.

Hay que averiguar, pues, primeramente, si existe o no absolutamente la adivinación por las aves y demás animales que se supone son mánticos, pues el argumento que se aduce por una y otra parte no es despreciable. De un lado, hay una razón que disuade admitir tal cosa, pues el ser racional, abandonando los oráculos divinos, se valdrá de las aves •en lugar de ellos; pero hay, de otro lado, otra razón que, fundándose en el hecho atestiguado por muchos, demuestra que, por su fe en la adivinación por las aves, muchos se libraron de los mayores peligros. Mas demos, de momento, de barato que puedan existir los auspicios o adivinación por las aves, para demostrar a los prevenidos que, aun en ese supuesto, el hombre es muy superior a los animales irracionales, aun los mánticos, y por ningún concepto puede ser comparado con ellos. Digamos, pues, que, de haber en ellos alguna virtud divina por la que conocieran de antemano lo por venir, y virtud tan rica que de su abundancia se derivara para quien quisiera el conocer lo futuro, es evidente que mucho antes conocerían lo que les toca a ellos mismos; y, conociendo lo que a ellos toca, no volarían por los parajes en que los hombres han puesto lazos y redes para cogerlos, o los arqueros hacen de ellos, en pleno vuelo, blanco para sus flechas (cf. IOSEPH., Contra Ap. I 22,201-204). Y si las águilas conocieran en absoluto de antemano las asechanzas contra sus crías, ora por parte de serpientes que suban hasta el nido para matarlas, o de ciertos hombres que se las llevaban para su recreo, o para cualquier otra utilidad o cuidado, no harían los nidos donde tales asechanzas se pudieran dar. Y, en general, ninguno de estos animales podría ser cazado por los hombres si fuera más divino y más sabio que los hombres.

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91. Hornero por testigo

Además, si los pájaros luchan contra los pájaros y, como dice Celso, las aves mánticas y otros animales sin razón tienen naturaleza divina, ideas acerca de la Divinidad y conocimiento de lo por venir que revelan de antemano a otros, el gorrión de que habla Hornero no hubiera hecho el nido donde la serpiente se lo comería a él y a sus polluelos, ni la serpiente del mismo poeta hubiera dejado de guardarse no la cogiera el águila. Del primero dice así el admirable poeta ":

"Y entonces aparece un gran prodigio: un terrible dragón de rojo lomo, que el Olímpico mismo a luz echara, de debajo el altar salió de un salto, y de otro sobre el plátano subióse. Allí sobre la rama más cimera, había un nido de tiernos pajarillos, entre las hojas bien agazapados, ocho, y la madre nueve, que los cría. Entonces el dragón se los devora, mientras lanzan chillidos lastimeros. La madre en derredor revolotea, a sus dulces hijuelos lamentando; pero a ella también, en raudo giro, del ala la prendió rnientras chirriaba. Mas una vez que devorado había pajarillos y madre, el dios que lo mostró, lo hizo invisible, pues en piedra dejólo convertido, de Crono el hijo, de torcida mente. Allí, de pie nosotros, asombrados, el prodigio admirábamos: ¡qué terribles portentos perturbaran de los dioses las sacras hecatombes! (Ilíada 2,208-221; cf. Cíe., De divin. II 30,63-64).

Y de la segunda:

"(Vacilantes se encontraban al borde de la fosa) pues en pleno ardimiento por saltarla, un agüero les vino: águila de alto vuelo, que la hueste dejando hacia la izquierda, una sierpe llevaba entre las uñas, dragón rojizo, enorme, vivo aún y palpitante, que la lucha no había aún olvidado; pues, combado hacia atrás, en pleno pecho, al águila picó que le llevaba, junto al cuello, y el águila, transida de dolores, en medio lo soltó de los tro-yanos, mientras ella, chirriando, en las alas volaba de los vientos. Los troyanos de horror se estremecieron cuando vieron la sierpe retorcida, allí en medio de todos: ¡un prodigio / del portaégida Zeus!" (llliada 12,200ss; cf. PLAT., Ion. 539 b-d; Cíe., o.c., I 47,106).

¿O habrá que decir que el águila era adivina, no así la serpiente, cuando también de este animal se valen los augures? Y, pues la distinción es fácilmente refutable, ¿no lo será también afirmar que los dos sean adivinos? De haberlo sido la serpiente, ¿no se hubiera guardado de sufrir lo que sufrió de parte del águila? Y así por el estilo pudieran hallarse otros mil ejemplos que demuestren que los animales no tienen en sí un alma mántica, sino que, según el poeta y la mayoría de los hombres, "el Olímpico mismo a luz echóle" (Ilíada, 2,309), y, para cierta señal, también Apolo se vale del gavilán como mensajero, pues el gavilán se dice ser "mensajero veloz del dios Apolo" (Odyssea 15,526).

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92. La adivinación, obra demónica

Mas, según nuestra explicación, hay ciertos démones malos, de raza, por decirlo así, titánica o gigantea, que fueron impíos con la verdadera divinidad y los ángeles del cielo, cayeron de él y se revuelcan ahora sobre la tierra entre los cuerpos más gruesos e impuros. Tienen alguna penetración de lo futuro, como desnudos que están de los cuerpos terrenos, y a obra como ésa se entregan con intento de apartar del Dios verdadero al género humano; para ello entran en los más rapaces y feroces de entre los animales y también en otros más astutos, y los mueven a lo que quieren y a donde quieren; o bien impulsan la fantasía de ellos a tales vuelos o movimientos. El fin que en ello persiguen es que los hombres, cautivos por la virtud mántica que pueda darse en los animales irracionales, dejen de buscar al Dios que lo abarca todo, ni traten de inquirir la religión pura, sino que caigan con su razón a la tierra, a las aves y serpientes y hasta a zorras y lobos. Y por cierto que expertos en esta materia han observado que los más seguros pronósticos se dan por tales animales, como quiera que los démones no pueden obrar tanto en los animales mansos como en éstos, que se les asemejan por la maldad, siquiera no sea verdadera maldad, sino algo parecido a maldad lo que se da en esos animales.

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93. Animales puros e impuros

De ahí es que, entre las otras cosas por que admiro a Moisés, afirmo ser digno de admiración el haber distinguido las distintas naturalezas de los animales, ora aprendiera de la divinidad lo que a ellos atañía, no menos que a los démones afines a cada animal, ora que, avanzando en sabiduría, lo descubriera por sí mismo. El hecho es que, en su ordenación acerca de los animales (), decretó fueran impuros todos los que entre los egipcios y el resto de los hombres son considerados como mánticos; y los demás, por lo general, puros. Así, en Moisés, se cuentan entre los impuros el lobo, la zorra, la serpiente, el águila, el gavilán y sus semejantes; y, por lo general, no sólo en la ley, sino también en los profetas, es de ver cómo estos animales se toman como ejemplo de las peores cosas, y nunca se mientan para bien ni el lobo ni la zorra. Parece, pues, que cada especie de démones tiene peculiar afinidad con cada especie de animales ", y, como entre los hombres hay algunos más robustos que otros, sin que esto tenga en absoluto que ver con su carácter, así habría también unos démones más fuertes que otros en cosas indiferentes; unos se valdrían de una especie de animales para engañar a los hombres según la voluntad del que es llamado en nuestras Escrituras príncipe de este mundo (); otros revelarían lo por venir por otra especie. Y es de ver hasta dónde llega la abominación de los démones, pues algunos de ellos toman la comadreja para anunciar lo futuro. Y juzgue cada uno por sí mismo qué será mejor admitir: que el Dios supremo y su hijo mueven las aves y demás animales para la adivinación, o que quienes mueven tales animales y no a los hombres, aunque haya hombres presentes," son démones malvados y, como los llaman nuestras sagradas Letras, impuros ().

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94. El estornudo, ¿signo divino?

Mas si el alma de las aves es divina porque por ellas se anuncia lo por venir, ¿no diremos que, donde se reciben predicciones por los hombres, hay más razón de ser divina el alma de aquellos por quienes tales augurios se oyen? Divina, pues, fue, según esto, la esclava que en Hornero muele el trigo, pues dijo sobre los pretendientes:

"¡Así la última vez, la vez postrera

en que aquí banqueteen, ésta fuese!" (Odyssea 4,685; cf. 20,105ss.)

Aquélla fue divina; ¿y no fue divino Ulises, el gran Uli-ses, amigo de la Atena homérica, sino que sólo se alegró de comprender los augurios que le venían de la divina molinera, como dice el poeta:

"Del augurio alegróse el noble Ulises"? (Odyssea 20,120; cf. 18,117.)

Y ahora veamos. Si las aves tienen alma divina y perciben a Dios o, como dice Celso, a los dioses, es evidente que también nosotros, los hombres, cuando estornudamos, lo hacemos por alguna especie de divinidad y virtud mántica que hay en nuestra alma ". Eso efectivamente atestiguan muchos; por lo que dice también el poeta:

"Mas él estornudó cuando ella oraba".

Y Penélope:

"¿No estás viendo

que mi hijo ha estornudado a las palabras?" (Odyssea 17,541.545.)

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95. Dios predice lo futuro por sus profetas

Mas la verdadera divinidad no se vale para anunciar lo futuro ni de animales sin razón ni siquiera de hombres cualesquiera, sino de las almas humanas más sagradas y puras, a las que inspira y hace profetas. Por eso, si hay algo admirablemente dicho en la ley de Moisés, por tal ha de tenerse este precepto: No usaréis de agüeros ni ejerceréis la magia (). Y en otra parte: Porque las naciones que el Señor, Dios tuyo, destruirá de ante tu presencia, irán a oír augurios y oráculos; mas el Señor, Dios tuyo, no te ha permitido a ti eso (). Y seguidamente añade: El Señor Dios tuyo te suscitará un profeta de entre tus hermanos (ibid., 15). Y hasta hubo ocasión en que, queriendo Dios apartar de los augurios por medio de un agorero, hizo que el espíritu dijera por boca del agorero: Porque no hay augurios en Jacob, ni adivinación en Israel. A su tiempo se le dirá a Jacob e Israel lo que hará el Señor (). Todo esto y cosas semejantes las conocemos muy bien nosotros, y por eso queremos guardar el precepto que se dijo místicamente: Guarda con todo cuidado tu corazón (), para que no penetre en nuestra mente nada demónico, ni un espíritu hostil lleve nuestra imaginación a donde le plazca. Oramos, empero, que brille en nuestros corazones la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios (CF 2), por morar en nuestra imaginación el espíritu de Dios que nos pone ante los ojos las cosas de Dios; porque los que se guían por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios ().

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96. La previsión de lo futuro no es de suyo divina

Por lo demás, es de saber que prever lo futuro no es necesariamente cosa divina (cf. III 25; VI 10); de suyo es indiferente y puede darse en buenos y malos. Así los médicos, por su arte médica, prevén ciertas cosas, aunque moralmente sean malos. Así también los pilotos, aun suponiendo que sean malvados, conocen de antemano, por cierta experiencia y observación, cambios en el tiempo, la violencia de los vientos y las variaciones de la atmósfera; mas no por esto los llamará nadie hombres divinos, si se da el caso de que sean de malas costumbres. Es, por ende, falso lo que dice Celso: "¿Qué cosa pudiera nadie calificar de más divina que prever y anunciar de antemano lo futuro?" Falso también que "muchos animales pretendan tener nociones de Dios", pues ningún animal irracional tiene idea alguna de Dios. Falso, en fin, que "los animales sin razón estén más próximos del trato divino", cuando los hombres mismos, si son aún malos, por más que suban a la cima de lo humano, están lejos del trato divino. Sólo, por lo tanto, están cerca del trato de Dios los que son genui-namente sabios y sinceramente piadosos, como nuestros profetas, y señaladamente Moisés, de quien, por su extraordinaria pureza, da la palabra divina este testimonio: Sólo Moisés se acercará a Dios, pero los demás no se acercarán (Ex 24,2).

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97. Un franciscanismo extremoso

¡Y cuánta impiedad no hay en el dicho de ese hombre que nos acusa a nosotros de impiedad (II 20), sobre que los animales sin razón son no sólo más sabios que la naturaleza humana, sino también más queridos de Dios! ¿Y quién no se horrorizaría de un hombre que afirma ser más caros a Dios una zorra o un lobo, un águila y un gavilán, que la propia naturaleza humana? Sería lógico decirle a ese tal que, si estos animales son más queridos de Dios que los hombres, es evidente que son más queridos que Sócrates, Platón, Pitá-goras y Ferecides y todos los otros teólogos que poco antes exaltara; y habría motivo para desearle que, pues estos animales son más queridos de Dios que los hombres, con ellos seas querido de Dios y te asemejes a los que, según tú mismo, son más queridos de Dios. Y no se imagine que este deseo es una maldición. Porque ¿quién no haría votos por semejarse de todo en todo a los que cree son más amados de Dios, para ser también él, como ellos, querido especialmente de Dios?

En cuanto a las conversaciones de los animales irracionales que Celso afirma ser más sagradas que las nuestras, atribuye la patraña no a gentes cualesquiera, sino a los inteligentes. Ahora bien, inteligentes de verdad sólo son los virtuosos, pues ningún malo es inteligente. Dice, pues, así: "Dicen los hombres inteligentes que tienen (los animales) conversaciones, más sagradas, desde luego, que las nuestras, y esos hombres inteligentes entienden de algún modo lo que dicen, y de hecho prueban que no lo ignoran. Habiendo, en efecto, dicho de antemano que los animales habían tratado en sus charlas de marchar a una parte y hacer esto o lo otro, muestran haber ido allá y haber hecho lo que ellos de antemano dijeron. "Pero la verdad es que ningún hombre inteligente contó parejas patrañas, ni sabio alguno afirmó que las conversaciones de los animales sean más sagradas que las de los hombres. Y si, para aquilatar la tesis de Celso, miramos las consecuencias, diremos que las conversaciones de los animales son más sagradas que las de los graves filósofos que fueron Ferecides, Pitágoras, Sócrates y Platón, y cualesquiera otros, lo que es a todas luces indecoroso y el colmo del absurdo. Y aun dado que creamos haya quienes por la confusa vocería de las aves conozca que van a ir a alguna parte y hacer esto o lo otro y de antemano lo anuncien, diremos que también esto lo revelan por símbolos o figuras los démones a los hombres, con el fin de engañarlos y que abatan o rebajen su espíritu del cielo y de Dios a la tierra y más abajo de la tierra.


Origenes contra Celso 81