Origenes contra Celso 515

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15. El fuego, instrumento o símbolo de purificación

Por aquí vemos, desde el comienzo, cómo toma a chacota la conflagración del mundo, que profesan incluso algunos filósofos griegos nada desdeñables, y, según él, al introducirla nosotros, hacemos de Dios una especie de cocinero. No vio Celso que, en opinión de algunos griegos (que acaso lo tomaron de la antiquísima nación hebrea), se aplica al mundo un fuego purificador; y es verosímil se aplique también a todo el que necesita de castigo y, a par, de purificación por un fuego, que quema, pero no del todo, a quienes no tienen materia que necesite ser por él consumida; sí, empero, quema y abrasa a los que, en el edificio, figuradamente dicho, de sus acciones, palabras y pensamientos, emplearon como material de construcción madera, hierba y paja (1 Cor 3,12). En cuanto a las Escrituras divinas, dicen que el Señor viene como fuego de un crisol y como hierba de batanero (Mal 3,2), a los que, por alguna mala mezcla, digámoslo así, de materia que viene de la maldad, necesitan como de fuego que derrita a los que están mezclados de bronce, estaño y plomo. Y esto lo puede saber, el que quisiere, por el profeta Ezequiel (22,18).

Mas también el profeta Isaías atestiguará que nosotros no afirmamos traer Dios el fuego como un cocinero, sino como quien quiere hacer un beneficio a quienes necesitan de castigo y fuego. Allí, efectivamente, está escrito como dicho a una nación pecadora: Tienes carbones de fuego, siéntate sobre ellos; ellos serán tu ayuda (Is 47,14). Notemos que, en su dispensación o economía, adaptándose a la muchedumbre de los que habían de leer la Escritura, dice el logos, sabiamente, con alguna oscuridad, las cosas tristes para infundir miedo a los

que no es posible apartar de otro modo del torrente de sus pecados; sin embargo, el que atentamente lo observe, hallará, aun así, manifiesto el fin que tienen las cosas tristes y trabajosas en los que sufren. De momento, baste citar este texto de Isaías: Por amor de mi nombre te mostraré mi furor, y traeré sobre ti mi gloria, para no destruirte (Is 48,9). Nos hemos visto forzados a alegar cosas que no dicen con creyentes sencillos y que necesitan de más sencilla dispensación de las palabras divinas, pues no queríamos dar la impresión de dejar sin rebatir la acusación de Celso cuando dice lo de que "Dios trae el fuego como un cocinero".

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16. "Escudriñad las Escrituras"

Por lo dicho resulta ya patente para quienes saben leer con inteligencia cómo haya que responder a lo otro que dice Celso sobre que "todo el género humano quedará completamente asado y sólo ellos sobrevivirán". No sería de maravillar que así lo entendieran los que, entre nosotros, son llamados por la palabra divina lo necio del mundo, lo innoble, lo despreciado y que no tiene ser, a los que plugo a Dios salvar por la necedad de la predicación-a los que creen en Ele-, ya que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por la sabiduría (1 Cor 1,27-28.21). Son gentes incapaces de penetrar el sentido de los pasajes, que no quieren tampoco dedicarse al estudio de la Escritura, por más que Jesús diga: Escudriñad las Escrituras (lo 5,39). Así se explica que se irriaginen eso sobre el fuego que Dios aplica, y sobre lo que 'acontece a los que han pecado. Y acaso, como a los niños, hay que decirles cosas que convengan a su tierna edad, a fin de convertirlos, como niños realmente pequeños, a lo bufeno; así, para quienes la palabra divina llamó necios del mundo e innobles y despreciados, acaso, decimos, ésa sea la interpretación más obvia de los castigos, pues no comprenden otra conversión que la del temor e imaginación de castigos, ni hay otro modo de apartarlos de sus muchas maldades. Ahora bien, la palabra divina dice que sólo quedarán intactos del fuego y castigo aquellos que en sus doctrinas, en sus costumbres y en su mente hayan vivido con la mayor pureza; aquellos, en cambio, que no tengan esa pureza, y necesiten, según sus méritos, pasar por la prueba del fuego y los castigos, en éstos permanecerán hasta cierto término, tal como es bien lo señale Dios a los que, creados a su imagen,

vivieron contra lo que pedía una naturaleza hecha a esa imagen. Tal sea nuestra respuesta a eso de que "todo el género humano quedará totalmente asado y sólo ellos sobrevivirán".

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17. Doctrina sobre la resurrección

Seguidamente, malentendiendo las sagradas letras o siguiendo a quienes las entendieron mal, dice que decimos que, "al tiempo que se aplique al mundo el fuego purificador, sólo sobreviviremos nosotros, no sólo los que entonces vivieren, sino los que antaño, en cualquier tiempo, hubieran muerto". Celso no comprendió la misteriosa sabiduría con que se dice en el Apóstol de Jesús: No todos nos dormiremos, pero todos nos transformaremos, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la última trompeta; pues sonará la trompeta, y los muertos se levantarán incorruptibles, y nosotros nos transformaremos (1 Cor 15,51-52). Debiera haber comprendido qué quiso decir el que esto dice, como si él no estuviera muerto, y, separándose a sí mismo y a los a él semejantes de los muertos, después de la frase: Y los muertos resucitarán incorruptibles, añadió: Y nosotros nos transformaremos. En confirmación de que algo así pensaba el Apóstol al escribir las palabras citadas, de la primera carta a los corintios, alegaremos también otro texto de la primera a los te-salonicenses, en que Pablo, teniéndose por vivo y vigilante y distinto de los que se durmieron, dice lo que sigue: Porque con palabra del Senos os decimos que-r.osotros, los que vivimos, los que somos dejados hasta el advenimiento del Señor, no nos adelantaremos a los que se durmieron; porque el Señor bajará del cielo a una orden, a una voz de arcángel y al son de la trompeta... Seguidamente, una vez más, distinguiendo a los muertos en Cristo de sí mismo y de los a él semejantes, termina diciendo: Los muertos en Cristo resucitarán primero; luego nosotros, los que vivimos y somos dejados, seremos juntamente con ellos arrebatados en las nubes al encuentro del Señor en el aire (1 Thess 4,14-17).

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18. El grano que se siembra

Celso se burla a su sabor de la resurrección de la carne, predicada desde luego en las iglesias, pero entendida más a fondo por los más inteligentes; mas como ya hemos reproducido antes sus palabras (V 14), no hay por qué alegarlas aquí de nuevo. Vamos, pues, a exponer y demostrar unos pocos puntos mirando a la capacidad de los lectores, sobre este problema,

teniendo en cuenta que escribimos una defensa contra un ajeno a la fe, por razón de los que son aún niños pequeños, juguetes de las olas y traídos y llevados por todo viento de doctrina, por la maldad de los hombres, por la astucia para llevarlos a los caminos del error (Eph 4,14). Ahora, pues, ni nosotros ni las letras divinas dicen que "los de antiguo muertos, salidos de la tierra, vivirán con sus propias carnes" sin que éstas hayan experimentado una transformación en mejor. Y, al decir esto Celso, nos calumnia. Leemos, en efecto, muchos pasajes de las Escrituras que hablan de la resurrección de manera digna de Dios; pero, de momento, basta citar un texto de Pablo, de la primera carta a los corintios, que dice así: Mas dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos y con qué cuerpo vendrán? ¡Necio! Lo que tú siembras no se vivifica si no muere. Y lo que siembras, no es el cuerpo que ha de nacer, sino un simple grano, por ejemplo, de trigo o semillas semejantes. Dios, empero, le da cuerpo como El quiere, y a cada semilla su propio cuerpo (1 Cor 15,35-38). De ver es aquí cómo no dice que se siembre el cuerpo que ha de nacer. No; aquí, en la semilla que se siembra y se arroja desnuda a la tierra, al dar Dios a cada una su propio cuerpo, viene a cumplirse una especie de resurrección: de la semilla arrojada sale en unos casos una espiga, en otros un árbol, como en la mostaza, u otro aún mayor, como en el olivo o algún otro árbol frutal'.

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19. La gloria de los cuerpos resucitados

Así, pues, Dios da a cada uno el cuerpo que quiere: como se lo da a lo que se siembra, así también a los que podemos decir son sembrados al morir y luego, en tiempo oportuno, recuperan, de lo sembrado, el cuerpo de que a cada uno reviste Dios según sus méritos. Leemos, en efecto, varios pasajes de la palabra divina que nos enseñan la diferencia entre lo que está como sembrado y lo que brota, como si dijéramos, de ello cuando dice: Se siembra en corrupción, brota en incorrupción; se siembra en ignominia, brota en gloría; se siembra en flaqueza, brota en fuerza; se siembra un cuerpo animal, brota un cuerpo espiritual (1 Cor 15,42-44). Y el que sea capaz, comprenda lo que quiere decir el que dice: Como el terreno, así también los terrenos; y como el celeste, así también los celestes. Y a la manera que llevamos

la imagen del terreno, asi llevamos también la del celeste (ibid., 48-49). Quería sin duda el Apóstol ocultar lo que este tema tiene de misterioso y que no dice con los sencillos, ni con los oídos vulgares de quienes son movidos a vivir bien por la mera fe; sin embargo, por que no malentendiéramos sus palabras, una vez que dijo: Llevamos la imagen del celeste, se vio luego forzado a añadir: Ahora bien, hermanos, dígaos que ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción heredará la incorrupción (ibid., 50). Luego, como quien sabía que el tema encerraba algo misterioso y oculto, y como convenía a quien dejaba a la posteridad sus palabras muy bien pensadas, añadió esta frase: Mirad que os voy a decir un misterio (ibid., 51). Palabra que es costumbre añadir cuando se dice algo especialmente profundo y misterioso y que con razón se oculta al común de las gentes. Así se escribe en el libro de Tobías: Bueno es tener oculto el secreto (o misterio) del rey; pero, mirando a lo que es glorioso y conveniente para la muchedumbre, bueno es revelar gloriosamente las obras de Dios cuando a la oportunidad se junta la verdad (Tob 12,6.71).

Así, pues, nuestra esperanza no es propia de gusanos, ni echa de menos nuestra alma un cuerpo podrido. No; si es cierto que, para moverse de un lugar a otro, necesita de un cuerpo, el alma que ha estudiado la sabiduría según aquello: La boca del justo estudiará sabiduría (Ps 36,30), comprende la diferencia entre la casa terrena, que se destruye, en que está la tienda, y la tienda misma, en que gimen los justos, gravados, pues no quieren ser despojados de su tienda, sino sobrevestirse de ella, a fin de que, por este sobrevestirse, lo mortal sea absorbido por la vida (cf. 2 Cor 5,1-4). Y es así que, por ser toda naturaleza corpórea corruptible, es menester que esta tienda corruptible se revista de incorruptibilidad; y la otra parte de ella, que es mortal y es capaz de la muerte, que acompaña al pecado, es menester se revista de inmortalidad. Y así, cuando lo corruptible se hubiere vestido de incorruptibilidad y lo mortal de inmortalidad, se cumplirá lo que de antiguo fue predicha por los profetas: se le arrebatará a la muerte la victoria (cf. 1 Cor 15,53), por la que nos venció y sujetó a su imperio, y se le arrancará el aguijón, por el que punza al alma que no está por dondequiera defendida, y le inflige las heridas del pecado.

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20. £1 Sócrates redivivo

He ahí expuesta, en lo que cabe, nuestra doctrina sobre la resurrección, sólo parcialmente en este momento, pues en otras ocasiones hemos hablado de propósito sobre la resurrección y hemos examinado a fondo el tema; ahora importa refutar las argucias de Celso, que ni entendió nuestras Escrituras, ni fue capaz de juzgar que la mente de aquellos hombres sabios que las escribieron no puede pensarse la representen quienes sólo profesan la desnuda fe cristiana. Vamos, pues, a demostrar que hombres nada despreciables por su talento racional y por sus especulaciones dialécticas, dijeron cosas de todo punto absurdas; y si hay que hacer burla de razonamientos a ras de tierra y cuentos de viejas, de ésos hay que burlarse más bien que de lo nuestro. Dicen, pues, los estoicos que, periódicamente, se da una conflagración del universo, y, después de ella, un nuevo orden sin variación alguna respecto de la precedente. Los que de entre ellos respetaron ! esa doctrina (cf. IV 67-68), dijeron que la diferencia de un período respecto de lo sucedido en el anterior sería muy pequeña y hasta mínima. Estos señores " dicen que en el próximo período sucederá lo mismo 10. Así, Sócrates será otra vez hijo de So-fronisco, y ateniense; y Fanereta, casándose con Sofronisco, lo dará otra vez a luz. Así, pues, aunque no emplean la palabra "resurrección", en realidad afirman que Sócrates resucitará, empezando su existencia de las semillas de Sofronisco y se configurará completamente en el seno de Fanereta y, criado en Atenas, profesrá la filosofía, como si otra vez resucitara la anterior filosofía y en nada se distinguiera de la presente. Y, por el mismo caso, resucitarán Anito y Meleto, acusadores otra vez de Sócrates, a quien condenará el consejo del Areópago. Pero más ridículo es aún decir que Sócrates se vestirá de vestidos que no se distinguirán de los del anterior período, y vivirá en la misma indistinguible pobreza y en la misma ciudad de Atenas.

Y Falaris será otra vez tirano, y su toro de bronce, al ser condenados hombres indistinguibles respecto de los del anterior período, mugirá con la voz de los encerrados dentro. Y Alejandro de Peras será de nuevo tirano, con la misma crueldad que antes, y condenando a los mismos que antes condenara. Mas ¿a qué extenderme acerca de la doctrina que

sobre este punto profesan los estoicos, doctrina, por cierto, de que no se burla Celso? Acaso la tenga, antes bien, por cosa venerable, pues, en su opinión, "Zenón fue más sabio que Jesús".

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21. Pitagóricos y platónicos

En cuanto a los discípulos de Pitágoras y Platón, si bien, al parecer, mantienen la incorruptibilidad del mundo, vienen a la postre a parar en los mismos absurdos. Efectivamente, al tomar las estrellas, después de ciertos períodos determinados, las mismas configuraciones y posiciones entre sí, dicen ellos que todas las cosas de la tierra se han de la misma manera que cuando el mundo y las estrellas se hallaban en la misma figura de posición (PLAT., Tim. 39d). De donde se seguirá forzosamente, según esta razón, que, al volver los astros, tras un largo período, a la misma posición entre sí que tenían en tiempo de Sócrates, de nuevo ha de nacer Sócrates de los mismos padres y ha de sucederle lo mismo: ser acusado por Anito y Meleto y condenado por el consejo del Areópago. Y los eruditos de entre los egipcios enseñan cosas semejantes y son gentes venerables y no objeto de risa por parte de Celso y sus congéneres; nosotros, empero, que decimos gobernar Dios el universo según la manera de haberse nuestro libre albe-drío y que, en cuanto cabe, es dirigido a lo mejor; nosotros que reconocemos caber en nuestro libre albedrío lo que cab3 (ya que no es capaz de la inmutabilidad absoluta de Dios), ¿no parece digamos nada digno de consideración y examen?

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22, Cristianos (de nombre) que niegan la resurrección

Sin embargo, nadie se imagine que, por hablar así, pertenecemos nosotros al número de aquellos que, llamándose cristianos, rechazan el dogma de la resurrección enseñado por las Escrituras. Ellos, en efecto, si quieren atenerse a su sentencia, no son en modo alguno capaces de explicar cómo de un grano de trigo o de cualquier otro resucita, digámoslo así, una espiga o un árbol; nosotros, empero, que estamos persuadidos de que lo sembrado no se vivifica si no muere, y que no se siembra el cuerpo por nacer, pues Dios da a cada uno un cuerpo según El quiere: se siembra en corrupción, y El lo resucita en incorrupción; se siembra en ignominia, y El lo resucita en gloria; se siembra en flaqueza, y El lo resucita en fuerza; se siembra cuerpo animal, y El lo resucita espiritual (1Co 15,36ss); nosotros, digo, mantenemos la mente de la Iglesia de Cristo y la grandeza de la promesa de Dios. Y demostramos la posibilidad de esa promesa, no por mera afirmación, sino también por razonamiento; pues sabemos que, aun cuando pasaren el cielo y la tierra y cuanto en ellos hay, no pasarán jamás las palabras, dichas sobre cada cosa, como partes que son de un todo o especies de un género, del que en el principio era Verbo de Dios y Dios Verbo (lo 1,1). Queremos, en efecto, prestar oído al que dijo: Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mt 24,35).

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23. Límites a la omnipotencia divina

Ahora bien, nosotros no afirmamos que el cuerpo corrompido vuelva a la naturaleza del principio, como tampoco que el grano de trigo que se corrompió, vuelva al primer grano de trigo. Lo que decirnos es que, a la manera como del grano de trigo sale la espiga, así hay en el cuerpo una razón o principio dogos) que no se corrompe y del que resucita el cuerpo en corrupción. Los estoicos, sí, afirman que el cuerpo, después de corromperse totalmente, retorna a su naturaleza del principio, según su teoría del retorno periódico de las cosas indistinguibles, y que recobrará otra vez aquella misma estructura primera de que se disolvió; teoría que ellos se imaginan demostrar por razones dialécticas convincentes.

Tampoco nos refugiamos en la más extravagante escapatoria al decir que todo es posible para Dios. Sabemos, en efecto, que ese "todo" no puede referirse a lo que no puede subsistir ni a lo que no puede concebirse. Afirmamos también que Dios no puede nada feo, pues sería un Dios que puede dejar de ser Dios. Si Dios, efectivamente, hace al feo, no es Dios (EuRiP., fragm.292, ed. Nauck). Mas ya que Celso sienta que Dios no quiere lo que va contra la naturaleza, distingamos ese dicho: Si por algo que va contra naturaleza se entiende la maldad, también nosotros decimos que Dios no quiere lo que va contra naturaleza, ora proceda de la maldad, ora de la sinrazón. Mas, si lo que sucede según el Logos de Dios y su designio se entiende forzosa e inmediatamente que no ha de ir contra naturaleza, nosotros afirmamos que lo por Dios hecho no va contra naturaleza, por prodigioso que sea o a algunos les parezca serlo. Mas, si nos vemos forzados a usar esta expresión, diremos que, respecto a lo que comúnmente " se entiende por naturaleza, hay cosas que

a veces hace Dios por encima de la naturaleza; así, levanta al hombre por encima de la naturaleza humana y lo transforma en naturaleza superior y más divina, y en ese estado lo mantiene mientras él demuestre por sus obras que quiere ser mantenido.

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24. No en todo impugnamos a Celso

Mas una vez que hemos concedido que Dios no quiere cosa que no convenga a su propio ser, pues ello destruiría su naturaleza divina, afirmaremos que, si el hombre, por su maldad, quiere algo abominable, eso no puede hacerlo Dios. Y es que no tratamos de impugnar todo lo que dice Celso, sino que lo examinamos con amor a la verdad, y así no tenemos inconveniente en concederle que "Dios no es autor de un apetito inmoderado ni de un desorden y extravío, sino de la naturaleza recta y justa", como autor que es de todo bien. Y confesamos también que "puede procurar al alma una vida eterna", y no sólo puede, sino que de hecho se la procura.

Después de lo anteriormente dicho, tampoco nos inquieta para nada la sentencia de Heráclito, que Celso cita, sobre que "los cadáveres hay que echarlos de casa más aprisa que la m." (fragm.86, Diels). Sin embargo, también sobr"e esto se puede objetar que los excrementos deben realmente echarse fuera; no así los cadáveres de los hombres, por razón del alma que moró en ellos, más que más si fue virtuosa. Y es así que, según las leyes más humanas, se los entierra con los honores que en tales casos caben. Así no corremos riesgo de ultrajar, en lo posible, al alma que lo habitó, arrojando el cuerpo humano, una vez que ella salió de él, como hacemos con los de las bestias (cf. IV 59). Demos, pues, que no quiera Dios, contra razón, hacer inmortal al grano de trigo-en todo caso a la espiga que sale de él12-ni a lo que se siembra en corrupción, sino a lo que resucita en incorrupción.

En fin, según Celso, "la razón (logas) de todo es Dios mismo"; según nosotros, el Hijo de Dios, filosofando sobre el cual decimos: En el principio era el Logas y el Logas estaba en Dios y el Lagos era Dios (lo 1,1). Y también nosotros decimos que "Dios no puede hacer nada contra la razón (logos) ni contra sí mismo".

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25. Celso, tradicionalista extremo

Pues veamos el texto siguiente de Celso, que es de este tenor: "Ahora bien, los judíos, una vez hechos nación propia, se dieron leyes conforme a las costumbres de su tierra, y todavía las guardan, lo mismo que su religión, que será lo que fuere, pero es en todo caso tradicional, y en ello obran como el resto de los hombres. Porque todo el mundo venera sus costumbres tradicionales, como quiera se hayan establecido. Y esto parece ser lo que conviene, no sólo porque a unos se les ocurrió pensar de un modo y a otros de otro, y es menester guardar lo que ha sido estatuido para el bien común, sino también porque, como es probable, las partes de la tierra han sido desde el principio repartidas entre diversos inspectores y distribuidas según ciertas autoridades, y de esta manera se administran (cf. VIII 35.53.67). Y así, en cada nación, se hace rectamente lo que se hace de la manera que a aquellos inspectores es grato; y es impío transgredir lo que desde el principio está estatuido en cada lugar".

Aquí, como se ve, afirma Celso que los judíos, que antaño habrían sido egipcios (III 5ss), vinieron a ser luego un pueblo propio y se dieron leyes que todavía observan. Y, para no repetir las palabras citadas de Celso, dice ser conveniente que mantengan su religión tradicional, lo mismo que los otros pueblos que veneran sus tradiciones. Y aún añade una razón más profunda por que les conviene a los judíos venerar sus tradiciones, dando veladamente a entender que los inspectores, cooperando con los legisladores de la tierra que les tocó en suerte, pusieron las leyes de cada pueblo. Parece, pues, afirmar que uno o más de uno vigila sobre el país de los judíos y el pueblo que lo habita, y por él o por ellos, cooperando con Moisés, fueron dadas las leyes de los judíos.

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26. ¿Quién reparte la tierra

a los inspectores?

"Y es menester", dice, "mantener las leyes, no sólo porque a unos se les ocurrió pensar de una manera y a otros de otra, y hay que guardar lo que ha sido sancionado para el bien común, sino también porque, como es probable, las partes de la tierra fueron distribuidas desde el principio a diversos inspectores, y repartidas entre ciertas autoridades, y así se administran". Luego, como si se hubiera olvidado de todo lo que ha dicho contra los judíos, los envuelve ahora Celso en

la alabanza general tributada a todos los que guardan sus costumbres tradicionales, diciendo: "Y así, en cada pueblo, se hace rectamente lo que se hace de la manera que a aquellos inspectores place". Donde es de ver cómo, derechamente, en cuanto de él depende, desea que el judío viva de acuerdo con sus propias leyes y no apostate de ellas, pues no obraría religiosamente si apostatara. Dice, en efecto, "ser cosa impía abolir lo que en cada lugar se ha estatuido desde el principio". Personalmente, yo quisiera preguntarle a él o a los que piensan como él quién fue en definitiva el que distribuyó desde el principio las partes de la tierra a estos o los otros inspectores. Y, claro está, la tierra de los judíos y los judíos mismos a quien o a quienes les cupieran en suerte. ¿Fue Zeus, como gustaría de nombrarlo Celso, quien repartió el pueblo judío y su país a uno o varios inspectores y quiso que aquel a quien le cupo en suerte la Judea diera tales leyes a los judíos? ¿O se hizo eso contra la voluntad de Zeus? Como quiera que responda, se ve bien que el argumento le ha de poner en aprieto. Mas si las partes de la tierra no fueron distribuidas por uno solo a sus inspectores, sigúese que cada uno, al azar y sin superior alguno, se tomó la tierra que le cupo en suerte. Cosa esta absurda, que destruye, en no pequeña medida1S, la providencia del Dios sumo.

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27. Contrariedad de leyes según los pueblos

Pero explíquenos el que quiera cómo son administradas por sus inspectores las partes de la tierra distribuidas entre ciertas autoridades y aclárenos también cómo, en cada nación, se hacen rectamente las cosas si se hacen de la manera que place a sus inspectores. ¿Son rectas, por ejemplo, las leyes de los escitas que permiten matar a los padres, y las de los persas que no prohiben el matrimonio de los hijos con sus madres, ni de los padres con sus hijas? Mas ¿qué necesidad hay de reunir ejemplos de los que se han ocupado de las leyes de los diferentes pueblos y seguir preguntando cómo, en cada pueblo, sean rectas las leyes que se da de la manera que place a los inspectores? Díganos Celso cómo no sea cosa santa abolir leyes tradicionales sobre el casarse con madres e hijas, o que sea cosa bienhadada salir de la vida echándose un lazo al cuello, o que se purifican enteramente los que se arrojan al fuego y por medio del fuego salen de

la vida, y cómo no sea santo acabar, por ejemplo, con las leyes vigentes entre los taurios sobre ofrecer a los extranjeros en sacrificio a Artemis, o las de algunos habitantes de la Libia de inmolar los hijos a Crono I4. En cambio, es lógico, según Celso, que, para los judíos, no es cosa santa transgredir sus leyes tradicionales, que les mandan no dar culto a otro Dios fuera del Creador de todas las cosas.

Además, lo santo, según él, no lo sería por naturaleza, sino por convención y opinión; cosa santa sería, en efecto, para unos adorar al cocodrilo y comer algo de lo que otros adoran. Para unos es santo dar culto a un novillo, para otros tener, por dios a un macho cabrío. Así resultará que, respecto de unas leyes, la misma persona obrará santamente, e impíamente respecto de otras. Lo que es el colmo del absurdo.

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28. Contra el relativismo de las virtudes

Mas es probable que nuestros adversarios respondan a esto que quien guarda sus tradiciones es piadoso, y no porque no observe también las de los otros es en manera alguna impío; y a la inversa, el que es tenido por impío por unos, para otros no lo es, con tal de que venere sus dioses tradicionales y por más que impugne y se meriende los de quienes tienen leyes diferentes. Pero es de ver si no traerá esto una gran confusión sobre lo justo y piadoso y sobre la religión en general, que no se distinguirá ya de la irreligión, ni tendrá naturaleza propia, ni será capaz de caracterizar como piadosos a los que practican lo que atañe a la piedad. Ahora bien, si la religión, la santidad y la justicia entran en el número de las cosas relativas, de suerte que lo mismo pueda ser piadoso o impío según las disposiciones y las leyes, es de ver si no será también, consiguientemente, relativa la templanza, la fortaleza, la prudencia, la ciencia y.demás virtudes. No podría darse absurdo mayor.

Lo dicho basta para quienes adopten una posición más sencilla y común ante las palabras citadas de Celso; creernos, sin embargo, que este escrito venga a parar también a manos de quienes son capaces de examinar las cosas más a fondo, y ello nos mueve a aventurarnos a exponer algo más profundo, que lleva en sí alguna especulación mística y secreta sobre

eso de que, desde el principio, los lugares de la tierra fueron repartidos entre inspectores o vigilantes varios. Y, en cuanto se nos alcance, varaos a demostrar que nuestra doctrina está limpia de los absurdos que hemos enumerado.

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29. La dispersión de las gentes

A la verdad, paréceme que Celso malentendió ciertas tradiciones misteriosas acerca del repartimiento de la tierra, que, hasta cierto punto, toca también la historia griega cuándo presenta algunos de los supuestos dioses que se disputan entre sí el Ática, y de esos mismos llamados dioses nos dicen los poetas que, por confesión de ellos, unos lugares les son más caros que otros. Y la misma historia de los bárbaros, señaladamente de los egipcios, nos ofrece cosas semejantes, al hablarnos de los que en Egipto se llaman nomos. Así, Atena, a quien le cupo en suerte Saia, es la misma que posee el Ática (HEROD., II 62; PLAT., Tim. 21e). Los sabios egipcios dirán cosas innúmeras sobre el particular; lo que no sé es si incluyen también a los judíos y su tierra en esta distribución. Pero basta de momento sobre lo que se dice fuera de la palabra divina.

Por nuestra parte afirmamos que Moisés, a fluien tenemos por profeta de Dios y verdadero siervo suyo, en el cántico del Deuteronomio expone la división de los habitantes de la tierra diciendo: Cuando el Altísimo dividió las naciones, cuando dispersó a los hijos de Adán, fijó los lindes de las naciones según el número de los ángeles de Dios. Y fue porción del Señor su pueblo de Jacob, cuerda de su herencia Israel (Deut 32,8-9). Y sobre la distribución o dispersión de los pueblos, en el libro titulado Génesis, dice en estilo histórico el mismo Moisés: Y toda la tierra era un solo labio, y todos tenían un solo lenguaje. Y aconteció que, viniendo de oriente, hallaron una llanada en tierra de Sennaar, y allí se asentaron. Y poco después: Bajó, dice, el Señor a ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de Adán, y dijo el Señor: He aquí que son una sola raza y todos tienen un solo lenguaje. Han comenzado a hacer esto y no desistirán hasta llevar a cabo todo lo que desean. Ea, bajemos y confundamos allí su lengua, para que el vecino no entienda a su vecino. Y el Señor los dispersó a todos de allí sobre la haz de toda la tierra, y desistieron de construir la ciudad y la torre. Por eso se llamó la ciudad Babel, porque allí confundió el Señor Dios

las lenguas de toda la tierra, y de allí los dispersó el Señor Dios sobre la haz de toda la tierra (Gen 11,1-2; 5-9). Y en la que se titula Sabiduría de Salomón, se dice acerca de la sabiduría y los que presenciaron la confusión de las lenguas en que tuvo lugar la división de los pueblos, lo que sigue, obra de la sabiduría: Esta, cuando fueron confundidas las naciones acordes en su maldad, conoció al justo y lo guardó irreprochable para Dios, y lo conservó fuerte, no obstante las entrañas para con su hijo (Sap 10,5).

Muchas y misteriosas cosas habría que decir sobre este punto, al que cae bien el texto: Bueno es ocultar el secreto del rey (Tob 12,7), y no queremos echar a cualesquiera oídos la doctrina acerca de las almas que entran en el cuerpo (aunque no por transmigración), ni dar lo santo a los perros, ni arrojar las piedras preciosas a los cerdos (Mt 7,6). Impío fuera tal modo de obrar, que supondría una traición de los oráculos secretos de la sabiduría de Dios, de la que bellamente está escrito: La sabiduría no entrará en el alma que maquina el mal, ni habitará en cuerpo sometido al pecado (Sap 1,4). Basta haber expuesto, en forma histórica, lo que, al estilo de la historia, fue ocultamente dicho, para que quienes sean de ello capaces se elaboren para sí mismos lo que el tema encierra.

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30. Explicación alegórica

Entiéndase, pues, que todos los moradores de la tierra se valen de una sola lengua y que, mientras se mantienen en mutua armonía, se mantienen en la lengua divina; y supongamos que no se mueven del oriente mientras piensan en la luz y en el resplandor que viene de la luz eterna (Sap 7,26). Pero estos mismos, una vez que se mueven del oriente, por pensar cosas ajenas al oriente, encuentran una llanura en la tierra de Sennaar (que significa "pérdida de los dientes", como símbolo de que perdieron lo que los alimentaba), y allí se asientan. Luego, queriendo juntar lo material y pegar con el cielo lo que por su naturaleza no puede pegarse, con intento de impugnar con lo material lo inmaterial, dice: Venid, fabriquemos ladrillos, y cozámoslos al fuego (Gen 11,3). Afirmaron, pues, y endurecieron el material de barro, y quisieron hacer del ladrillo piedra y del barro asfalto, y con ello construir una ciudad y una torre que, a lo que ellos se imaginaban, tocaría con su cabeza al cielo-un símbolo de las alturas que se levantan contra el conocimiento de Dios (2 Cor 10,5). Ahora, cada uno de ellos, a proporción de su ale-

jamiento de oriente, que fue de más o menos trecho, y a proporción de la producción de ladrillos para piedras y de barro para asfalto y de lo que así construyeron, es entregado a ángeles más o menos duros y de un carácter y otro, hasta que paguen la pena de lo que pecaron. Estos ángeles conducen a cada uno de los que se hicieron lengua propia a las partes de la tierra que se merecen, a unos a una región, digamos, cálida; a otros, a la que por su frío castiga a sus habitantes; a unos, a tierra dificilísima de cultivar; a otros, a otra que no lo es tanto; a unos, a región llena de fieras; a otros,,a donde abundan menos.


Origenes contra Celso 515