Origenes contra Celso 531

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31. Los destinos del pueblo de Dios

Luego, el que sea capaz de ello, como en tema histórico al cabo, que contiene de suyo algo verdadero, pero que alude, a par, a algo misterioso, mire cómo los que desde el principio guardaron su lengua por no haberse movido de oriente, permanecen en oriente y en su lengua oriental; y entienda cómo estos solos vinieron a ser porción del Señor, y pueblo suyo que se llama Jacob, y parte de su herencia Israel (Deut 32,9), y estos solos son gobernados por el que los gobierna sin miras al castigo de los que están bajo su autoridad, como miran los otros. Y vea el que pueda, en cuanto cabe en lo humano, cómo en la sociedad de estos que fueron ordenados para porción especial del Señor, se dieron pecados, primero tolerables y tales que no merecían ser de todo en todo abandonados por ellos; luego, más en número, pero todavía tolerables. Y, considerando cómo esto sucede durante más tiempo, y siempre se pone remedio y a intervalos se convierten, mire cómo son abandonados, a proporción de sus pecados, a los que obtuvieron las otras regiones, y cómo primero, castigados suavemente y sufriendo una pena como para ser educados, se tornaron de nuevo a lo propio; mire luego cómo son entregados a señores más duros, como los llamarían las Escrituras, a los asirlos primero y luego a los babilonios; después, a pesar de los medios puestos, mire cómo no por eso dejan de multiplicar sus pecados, y son por ello dispersados por quienes los arrebataron entre las otras partes bajo los señores de los demás pueblos. Y el que manda sobre ellos, consiente adrede que sean arrebatados por los señores de los otros pueblos, a fin de que él mismo, con toda razón, como quien toma venganza, se arrogue el poder de sacar de entre los otros pueblos a los que pueda, y de hecho los saque, y les dé leyes y les trace la vida por la que

han de vivir, y los conduzca al fin a que condujo a los que no pecaron del pueblo primero.

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32. Jesús, el Señor más poderoso

Y por aquí aprendan los que son capaces de mirar estas cosas ser mucho más poderoso que los demás Aquel a quien cupieron en suerte los que primero no pecaron, pues El pudo escogerse los que quiso de la parte de todos, apartarlos de quienes los recibieron para castigo y darles leyes y normas de vida propias para olvidar lo que anteriormente pecaran. Pero, como ya advertimos, hemos de decir estas cosas con cierta oscuridad, pues tratamos de establecer la verdad contra la mala inteligencia de los que dijeron que, "desde el principio, las partes de la tierra fueron distribuidas entre distintos inspectores o vigilantes, repartidas según ciertas autoridades, y así se administran". De ellos tomó también Celso las palabras citadas.

Sin embargo, como quiera que los que se movieron de oriente fueron entregados, por lo que pecaron, a un sentir reprobado y a pasiones de ignominia, y a la impureza en los deseos de sus corazones (Rom 1,28.26.24), a fin de que, hartos del pecado, lo vinieran a aborrecer, no asentiremos a la opinión de Celso, según el cual se hace rectamente lo que se hace en cada pueblo por razón de los inspectores repartidos por las partes de la tierra. No, nosotros no queremos hacer lo que mandan de la manera que a ellos place; porque vemos ser cosa santa abolir lo que desde el principio fue estatuido según los varios lugares y sustituirlo por leyes mejores y más divinas que promulgó, como más poderoso, aquel Jesús que nos liberó del presente siglo malo y de los príncipes de este siglo que son destruidos (Gal 1,4; 1 Cor 2,6); impío fuera, por lo contrario, no someterse al que se mostró y demostró más puro y santo que todos los otros señores; a El dijo Dios, como predijeron los profetas muchas generaciones antes: Pídeme, y darte he las naciones por herencia, por posesión los lindes de la tierra (Ps 2,8). El fue la expectación de los que creíamos de entre las naciones, en El y en su Padre, Dios supremo.

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33. De dónde vienen los cristianos

J-p dicho no sólo va contra lo que se afirma sobre los inspectores, sino que, en cierto sentido, anticipa la respuesta a otras afirmaciones que sienta Celso contra nosotros, diciendo:

"Pase ahora el otro coro, y les preguntaré de dónde vienen o a quién tienen por autor de sus leyes tradicionales. No dirán a nadie, pues también ellos salieron de allí (del judaismo) y no de otra parte alguna traen a su maestro y director de coro. Y, sin embargo, apostataron de los judíos" (cf. III 5). Cuando nuestro Jesús vino al mundo, venimos al monte manifiesto del Senos, a la Palabra que está por encima de toda palabra, y a la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,15). Y vemos cómo esa casa se edifica sobre la cima de los montes, sobre todas las palabras de los profetas, que son sus fundamentos. Y se levanta por sobre todos los collados, que son los que entre los hombres prometen algo excelente en sabiduría y verdad. Y a ella 18 acudimos todas las naciones y caminamos muchos pueblos, y unos a otros decimos, exhortándonos a abrazar la religión que, en los últimos días, ha brillado por obra de Jesucristo: Venid y subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob, y El nos anunciará su camino, y por éste andaremos (Is 2,2-3). Porque de los de Sión salió una ley espiritual y pasó a nosotros. Mas también la palabra del Señor salió de aquella Jerusalén para propagarse por dondequiera y juzgar en medio de las naciones, escogiéndose a los que ve dóciles y arguyendo al pueblo incrédulo, que es mucho (Is 2,3-4).

Así, pues, a los que nos preguntan de dónde venimos y a quién tenemos por fundador, les respondemos que, siguiendo los consejos de Jesús, venimos a romper para arados nuestras espadas espirituales, aptas para la guerra y el agravio, y a transformar " en hoces las lanzas con que antes combatíamos. Y es así que ya no tomamos la espada contra pueblo alguno, ni aprendemos el arte de la guerra, pues por Jesús nos hemos hechos hijos de la paz-por Jesús, que es nuestro guía (Act 3,15; 5,31; Hebr 2,10; 12,2) o autor de nuestra salud, en lugar de las tradiciones en que éramos extraños a las alianzas (Eph 2,12)-. Ahora que hemos recibido una ley, por la que damos gracias a Dios que nos ha librado del error, decimos: Simulacros mentirosos poseyeron nuestros padres, y no hay entre ellos quien dé lluvia (ler 16,19; 14,22). Así, pues, "nuestro corifeo y maestro", que salió de los judíos, ocupa la tierra entera por la palabra de su enseñanza.

Así nos hemos adelantado a refutar, según nuestras fuerzas, estas palabras de Celso, que siguen a un texto más amplio, juntándolas a palabras suyas citadas.

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34. La ley (o costumbre), reina de todas las cosas

Mas para no omitir lo que entre uno y otro texto dice Celso, pongámoslo también aquí: "Podemos en confirmación de esta doctrina alegar el testimonio de Heródoto, que dice así: "Los de las ciudades de Merca y de Apis, que habitan en los confines de Libia, creyendo que eran libios y no egipcios y sintiéndose molestos por las prescripciones de la religión egipcia, pues ellos querían que no se les prohibiera comer carne de vaca, enviaron una embajada al oráculo de Ammón, alegando que nada tenían ellos que ver con los egipcios. Daban por razón que habitaban fuera del Delta, que no profesaban sus mismas creencias y querían, por ende, se les permitiera comer de todo sin distinción. Pero el dios no les permitió hacer eso, diciendo que Egipto era toda la tierra que el Nilo riega al desbordarse y de Egipto son todos aquellos que, de Elefantina abajo, beben las aguas de este río" (HEROD., 2,18). Esto cuenta Heródoto, y Ammón no vale menos para anunciar oráculos divinos que los ángeles de los judíos; de ahí que nada tenga de malo que cada uno guarde religiosamente sus propias costumbres. A la verdad, grandes diferencias hallaremos en cada pueblo; y, sin embargo, cada uno cree que lo suyo es lo mejor. Los etíopes que habitan Meroe sólo dan culto a Zeus y a Dioniso; los árabes, sólo a Urania y a Dioniso; los egipcios todos, a Osiris y a Isis, pero los saitas a Atena; los naucratitas no hace mucho que invocan a Serapis, y los demás a otros, según sus leyes. Y unos se abstienen de las ovejas, por considerarlas sagradas; otros, de las cabras; otros, de los cocodrilos; otros, de las vacas; de los cerdos, con horror. Para los escitas es cosa buena comerse a los hombres. De entre los indios hay quienes, al comerse a sus padres, creen hacer una piadosa obra. Y dice en algún pasaje el mismo Heródoto; para más fidelidad citaré sus mismas palabras. Cuenta así: "Si se propusiera a todos los hombres escoger las mejores leyes de entre todas las leyes, después de mirarlo bien, cada uno escogería como aventajadamente mejores las suyas propias. No se concibe, pues, que nadie, si no está loco, haga objeto de burla cosas semejantes. Y que así piensen los hombres acerca de sus propias costumbres o leyes, pudiera confirmarse con mil otros ejemplos, y entre ellos éste: Darío, durante su reinado, llamó una vez a unos griegos que estaban con él, y los preguntó a qué precio querrían comerse a sus padres cuando mueren. Ellos le- .respondieron que por nada

del mundo harían cosa semejante. Luego llamó Darío a una clase de indios llamados calaítas, que se comen a sus padres, y, en presencia de los griegos y un intérprete a su disposición, preguntó a los indios por qué precio se decidirían a quemar a sus padres al morir. Ellos levantaron el grito y rogaron al rey que no dijera impiedades. Tal es la fuerza de las instituciones, y a mi parecer tiene razón Píndaro cuando dice que la costumbre es la reina de todo (HEROD., III 38; PIND., fragm.109, ed. Schróder).

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35. Los cristianos pueden proceder con la misma libertad que los filósofos

Por todos estos rodeos, parécele a Celso encaminarse la razón a que todos los hombres vivan según sus costumbres tradicionales y que no puede reprendérselos por ello; los cristianos, empero, que abandonaron sus tradiciones y que no se han constituido en un solo pueblo como los judíos, merecen reproche por haberse adherido a la doctrina de Jesús. Díganos, pues, si los que profesan la filosofía y aprenden a despreciar la superstición harán bien en abandonar las costumbres tradicionales y comer de lo que está prohibido en sus patrias, o no obrarán en eso convenientemente. Ahora bien, si por razón de la filosofía y lo que ella enseña contra la superstición, pueden los filósofos dejar sus tradiciones patrias y comer de lo que les está prohibido por tradición, ¿por qué no obrarán irreprochablemente los cristianos haciendo 3o que hacen los filósofos, dado que su razón los convence a que no hagan caso excesivo de estatuas y templos, ni siquiera de las criaturas de Dios, sino que se levanten por encima de ellas y consagren su alma al Creador? Mas si Celso y los que opinan como él se afe-rran, para sostener la tesis sentada, en que también el que profesa la filosofía ha de observar las costumbres patrias, habrá que ver la ridiculez, por ejemplo, de los filósofos egipcios, con sus escrúpulos de comer cebollas o de abstenerse de ciertas partes del cuerpo, como la cabeza y el hombro, para no violar las tradiciones de sus mayores. Y no digamos de los egipcios que tiemblan de las flatulancias del cuerpo";

si a uno de ésos le da por hacerse filósofo y quiere guardar las costumbres patrias, será ridículo filósofo haciendo cosas que no dicen con un filósofo. Así también, aquel que por el Logos ha sido llevado a adorar al Dios del universo y por razón de sus tradiciones paternas se queda por bajo de imágenes y estatuas humanas y no quiere levantar su espíritu al Creador, ese tal se asemejaría a los que profesan la filosofía y temen, sin embargo, lo que no es de temer y tienen por impiedad comer de ciertos alimentos.

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36. ¿Por qué no comer carne de vaca?

¿Y quién es ese Ammón de Heródoto, cuyas palabras cita Celso para probar, según cree, que cada uno ha de observar sus tradiciones? El hecho es que el Ammón de ellos no permite a los habitantes de la ciudad de Merea y Apis, colindante con la Libia, que miren con indiferencia el uso de las vacas; cosa que no sólo es, por naturaleza, indiferente, sino que tampoco impide a nadie que sea bueno y noble. Si su Ammón les prohibiera comer vaca por tratarse de un animal útil para la agricultura y, además, porque la raza se propaga señaladamente por las hembras, la cosa tendría acaso sus visos de razón; pero no, quiere simplemente que guarden las leyes de los egipcios acerca de las vacas por el mero hecho de beber del Nilo. Y, (jomo epílogo, se mofa Celso de los ángeles de los judíos, que traen las órdenes de Dios, y dice "no ser peor Ammón para anunciar las cosas divinas que los ángeles de los judíos". Pero no se paró a examinar lo que quieren decir las palabras y apariciones de los mismos. En otro caso hubiera visto que Dios no se cuida de los bueyes (1 Cor 9,9), aun cuando parece dar leyes acerca de ellos o de otros irracionales. Todo está escrito por razón de los hombres y, bajo la apariencia de animales irracionales, contienen alguna verdad natural. Como quiera que sea, Celso afirma que quien religiosamente observa sus costumbres patrias no comete iniquidad alguna; de donde se seguiría, según él, que nada malo hacen los escitas cuando, siguiendo sus costumbres patrias, se comen a los hombres. Y, por el mismo caso, aquellos indios que se comen a sus padres piensan hacer, según Celso, la cosa más santa del mundo o, por lo menos, algo que nada tiene de inicuo. Por lo menos cita un texto de Heródoto que aboga por que cada uno guarde-y así obrará convenientemente-sus leyes tradicionales; y todo hace pensar que da la razón a los indios calaítas del tiempo de Darío, que se comían a sus padres

-aquellos que, preguntados por Darío a qué precio estarían dispuestos a dejar tal costumbre, lanzaron un gran grito y le mandaron callar.

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37. La ley natural y la ley escrita

Hay, pues, que considerar, hablando en general, dos leyes: una, la ley de naturaleza, cuyo autor sería Dios; y otra, la ley escrita que rige en los estados; y cuando la ley escrita no está en pugna con la ley de Dios, es bien que los ciudadanos no la abandonen so pretexto de seguir leyes extrañas ". Mas si la ley de naturaleza, es decir, la ley de Dios ordena algo contra la ley escrita, es de ver si la razón no convence de que debe decirse adiós a las leyes escritas y a la voluntad de los legisladores y acatar a Dios legislador, y resolverse a vivir según su Logos, así haya que arrostrar para ello peligros, trabajos sin cuento, la muerte y la ignominia. Absurdo fuera, en efecto, que, en el caso de contradecirse lo que agrada a Dios y lo que ordena alguna ley de las ciudades, de ser imposible agradar a Dios y a los que tales leyes estatuyen, absurdo, digo, fuera despreciar acciones por las que se agrada al creador del universo y abrazar aquellas por las que se desagrada a Dios y se satisface a leyes que no son leyes y a los amigos de ellas.

Ahora bien, si en cualquier punto es razonable preferir la ley de naturaleza, que es ley de Dios, sobre la ley escrita dada por los hombres contraviniendo a la ley de Dios, ¿no será bien hacer eso, con más razón, en las leyes sobre Dios mismo? Así, ni adoraremos por dioses únicos a Zeus y Dioniso, como place a los etíopes que habitan en torno a Meroe, ni honraremos en absoluto, a la manera etiópica, a los dioses etiópicos. Ni tendremos para nada por dioses aquellos en que se glorifica lo masculino y femenino, a la manera de los árabes que adoran a Urania como" femenina y a Dioniso como masculino (cf. HEROD., III 8); ni tampoco, como el común de los egipcios, tendremos por dioses a Osiris e Isis, ni a éstos juntaremos a Atena, según les parece a los saítas. En cuanto a los naucratitas, a los más viejos les pareció bien dar culto a otros dioses; los modernos, empero, hace, como quien dice, unos días que han empezado a adorar a Serapis, que jamás había sido dios. Mas no por eso vamos a decir fambién nosotros ser dios un dios nuevo que no lo

fue jamás antes, ni como a tal lo conocieron los hombres. Y es así que el mismo Hijo de Dios, primogénito que es de toda la creación (Col 1,15), si es cierto que le plugo encarnarse recientemente, mas no por eso es nuevo; pues las palabras divinas saben de El que es más viejo que todas las criaturas y que a El le dijo Dios al crear al hombre: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra (Gen 1,26; cf. supra II 9).

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38. ¿Valdría la pena morir por una costumbre patria?

Pero quiero demostrar que Celso no tiene razón en afirmar que cada uno ha de seguir la religión de su familia y patria. Dice él que los etíopes que habitan junto a Meroe sólo conocen dos dioses, que son Zeus y Dioniso, y sólo a éstos dan culto; los árabes también tienen otros dos dioses; a Dioniso, como los etíopes, y a Urania, que es peculiar de ellos. Según referencia de Celso, ni los etíopes dan culto a Urania ni los árabes a Zeus. Ahora bien, si un etíope, por cualquier circunstancia, viene a parar entre los árabes y es tenido por impío por no dar culto a Urania y por ello corre peligro de muerte, ¿tendrá el etíope que morir antes que hacer nada contra la costumbre de su patria y adorar a Urania? Si tiene que obrar contra sus costumbres tradicionales, no obrará, según los argumentos de Celso, santa o piadosamente; y si se lo conduce a la muerte, demuéstrenos Celso que hay razón para aceptar la muerte. Yo no sé si los etíopes tienen una doctrina que les enseñe a filosofar acerca de la inmortalidad del alma y de la recompensa por su religión si dan culto conforme a sus costumbres tradicionales a los supuestos dioses. Y lo mismo cabe decir de los árabes que, por cualquier circunstancia, vinieran a vivir entre los etíopes de Meroe. Enseñados a dar culto solamente a Urania y Dioniso, estos árabes no adorarán al Zeus de los etíopes; y, si son tenidos por impíos y conducidos a la muerte, díganos Celso qué harán razonablemente.

En cuanto a Osiris e Isis, superfluo y fuera de razón me parece trazar aquí una lista de sus mitos. Y si estos mitos se interpretan tropológicamente, nos enseñarán en definitiva a adorar el agua, sin alma, y la tierra, que pisan hombres y animales. Porque así transforman, sesún creo, a .Osiris en agua y a Isis en tierra. De Serapis se cuenta una historia múltiple y diversa, y es dios que apareció ayer o anteayer por ciertas artes mágicas de Ptolomeo, que quería mostrar

a los alejandrinos una especie de dios visible y tangible. En el pitagórico Numenio hemos leído acerca de su fabricación que participa de la sustancia de todos los animales y plantas que suministra la naturaleza; y así parece que, aparte iniciaciones impías y magias evocadoras de démones, no se fabrica el dios solamente por obra de escultores, sino también por magos y hechiceros y por los démones evocados por sus encantamientos 20.

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39. No merecen culto animales que nos devoran

Es, pues, menester inquirir qué haya de comer o no comer conforme a su naturaleza un ser vivo, racional y manso, que obra en todo según razón, y no dar culto, al azar, a ovejas, cabras o vacas. Abstenerse de estos animales puede ser cosa razonable, pues de ellos sacan los hombres mucho provecho; pero tener consideración a los cocodrilos y pensar que están consagrados a no sabemos qué dios mitológico, ¿no será la más grande de las necedades? De gentes muy estúpidas es, efectivamente, tener consideración a animales que no nos la tienen a nosotros, y rodear de solicitud a los que se dan un banquete a nuestra costa. Y, sin embargo, plácenle a Celso los que, siguiendo costumbres tradicionales, dan culto

y solícitamente cuidan a los cocodrilos, y ni una sola palabra ha escrito contra ellos. Los cristianos, empero, le parecen reprensibles, porque se les enseña a abominar la maldad, a apartarse de las obras que proceden de ella, y a dar culto y honrar a la virtud, como engendrada por Dios e hija de Dios. Porque no hay que pensar que, por ser femenino el nombre de la sabiduría y la justicia, lo son también en su sustancia estas virtudes, que, según nuestra creencia, se identifican con el Hijo de Dios, como nos lo demostró su discípulo genuino, que dice sobre el mismo: El cual se hizo para nosotros, de parte de Dios, sabiduría, justicia y santificación y redención (1 Cor 1,30)21. Y aun cuando lo llamemos segundo Dios '"", sepan que por segundo Dios no entendemos otra cosa que una virtud que comprende en sí todas las virtudes, y una razón (lagos) que comprende en sí toda otra cualquier razón de lo que sucede según naturaleza y, principalmente, para bien del universo. Y esta razón o logas afirmamos haberse unido e identificado, en medida superior a todas las almas, con el alma de Jesús, el único que pudo alcanzar de manera perfecta la participación del logas en sí, de la sabiduría en sí y de la justicia en sí.

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40. Puntualizando a Píndaro

Mas, como quiera que Celso, ya que ha hablado de las diferentes leyes, añade: "Paréceme que Píndaro tuvo razón al afirmar que la ley (o costumbre) es reina de todos", vamos también a discutir este punto. ¿Qué ley dices, amigo, ser reina de todos? Si te refieres a las de las ciudades, eso es falso, pues no todos están regidos por la misma ley; y entonces habría que haber dicho que las leyes son reinas de todos, pues en cada pueblo hay una ley que es reina de todos. Mas si te refieres a la ley propiamente dicha, ésta es por naturaleza la reina de todos, por más que algunos, a estilo de bandidos, se aparten de las leyes y vivan como salteadores y criminales. Ahora bien, los cristianos, que hemos conocido la ley que, por naturaleza, es reina de todos, que es la misma ley de Dios, conforme a ella procuramos vivir, dando un total adiós a las leyes que no son leyes.

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41. Gran parrafada an ti judía

de Celso

Pues veamos lo que dice seguidamente Celso, siquiera muy poco se refiera a los cristianos, y la mayor parte a los judíos. Dice, pues: "Pues bien, si, conforme a esto, honran los judíos su propia ley, nada hay que reprocharles en ello, sino más bien a los que abandonan la suya propia y aceptan seguir la de los judíos. Mas si se enorgullecen como poseedores de una ciencia superior y se apartan del trato de los otros por no igualárseles en pureza, ya han oído que ni lo que sobre el cielo creen es dogma propio suyo, sino que, para omitir todo otro ejemplo, lo profesan muy de antiguo los persas, como lo manifiesta en algún pasaje Heródoto. "Porque tienen-dice-por ley subirse a los más altos montes para ofrecer sacrificios a Zeus, y llaman así a todo el ciclo del cielo (HEROD., I 131). Porque lo mismo da que a Zeus se le llame Altísimo, o Zen, o Adonai, o Sabaoth, o Amón, como los egipcios, o Papeo, como los escitas ". Y tampoco van a ser más santos que los demás por el hecho de que se circunciden, pues en eso se les adelantaron los egipcios y los coicos (HEROD., II 104); ni porque se abstengan de comer cerdo, pues tampoco los egipcios lo comen y, por añadidura, se abstienen de cabras, ovejas, vacas y peces; Pi-tágoras y sus discípulos, de las habas y de todo lo animado 24. Y, en fin, no es probable que tengan particular crédito delante de Dios ni sean de él amados con preferencia a los otros por el hecho de haberles caído en suerte una tierra que fuera como el lugar de los bienaventurados para mandarles a ellos solos sus mensajeros, pues a la vista tenemos qué suerte han corrido ellos y su tierra. Salga, pues, de la escena este coro de mi comedia, que ya lleva su castigo por su arrogancia, gente que no conocen al Dios grande, sino que se dejó seducir y engañar por la magia de Moisés, que de él aprendió para malos fines" (cf. I 23).

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42. La admirable educación judía

Evidentemente, Celso acusa aquí a los judíos de suponer mentirosamente ser ellos la porción del Dios supremo (Deut 32,9) con preferencia a todos los otros pueblos, no menos que de arrogancia cuando alardean del Dios grande,

al que, sin embargo, no conocen; gentes más bien que fueron seducidas por la magia de Moisés y por éste embaucadas, del que se hicieron discípulos, y no para fin bueno alguno. Ahora bien, siquiera parcialmente, ya antes hemos hablado (IV 31) de la venerable y singular constitución política de los judíos, cuando aún subsistía lo que era símbolo de la ciudad de Dios y de su templo, y del culto sacerdotal que se practicaba en él y en el altar. Y quienquiera dedique su atención a la mente del legislador y examine la constitución por él establecida, si compara su situación con la actual conducta de los otros pueblos, a ningún otro admirará como a los judíos, que, en cuanto cabe entre hombres, suprimieron todo lo inútil para el género humano y sólo aceptaron lo útil. De ahí que entre ellos no hubiera certámenes gímnicos, ni teatrales, ni hípicos; ni tampoco mujeres que vendieran su belleza a quien quisiera abusar de ellas e inferir un ultraje a la naturaleza de los gérmenes humanos (cf. Lev 19,29; Deut 23,17-18). ¡Y qué cosa tan excelente era para ellos que, desde la más tiena edad, se les enseñara a levantarse por encima de toda la naturaleza sensible, y que en ninguna parte de ella tiene Dios su asiento, sino que se lo ha de buscar arriba, por encima de los cuerpos! ¡Qué cosa tan grande que, casi a par del nacimiento y apenas llegado al uso de la razón, se le enseña al niño la inmortalidad del alma, y los tribunales bajo tierra (cf. PLAT., Phaidr. 249a) y los premios a los que hubieren vivido bien! Todo lo cual, como a niños que pensaban cosas de niños, se les predicaba en forma más o menos mítica; mas para quienes ahora buscan la razón y quieren adelantarse en ella, los que entonces eran mitos (llamémoslos así) se han transformado en la verdad que estaba escondida en ellos. Por mi parte, los tengo por dignos de llamarse porción escogida de Dios por el mero hecho de haber despreciado toda adivinación, que embauca vanamente a los hombres y procede de démones malignos, más bien que de una naturaleza superior. Ellos, empero, buscaban el conocimiento de lo futuro en almas que, por su pureza señera, recibían el espíritu del Dios sumo.

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43. Prosigue la loa judaica

¿Y qué necesidad hay de decir lo bien pensado de aquella ley por la que no era lícito que uno de la misma religión fuera esclavo por más de siete años (Ex 21,2; Deut 15,12; ler 41,14), ley que no dañaba ni al amo ni al criado? No pueden, pues, los judíos honrar su propia ley a la manera

de los otros pueblos, y merecerían se los culpara de no haber comprendido la excelencia de sus leyes si creyeran haberse escrito del mismo modo que las de los otros pueblos. Y más sabios, no sólo que el vulgo, sino más también que los que parecen consagrarse a la filosofía, pues éstos, después de sus solemnes razonamientos filosóficos, vienen a parar en los ídolos y démones; el último, empero, de los judíos sólo fija su mirada en el Dios supremo. Y, por lo menos en este punto, tienen derecho a gloriarse, y evitar la comunicación con los otros, como gentes sacrilegas e impías. ¡Y pluguiera a Dios no hubieran pecado, infringiendo la ley, matando primero a los profetas (Mt 23,37) y atentando más tarde contra la vida de Jesús! Así tendríamos un ejemplo de la ciudad celeste que trató de describir Platón (Pol. 369-372.327-434), pero no sé si lo logró tanto como Moisés y los que le sucedieron, que formaron una raza escogida, una nación santa y consagrada a Dios con doctrinas limpias de toda superstición.

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44. Persas y judíos

Mas como Celso se empeña en identificar los ritos de los judíos con las leyes de ciertas naciones, vamos a examinar también este punto. Piensa, pues, que la doctrina acerca del cielo no se diferencia en nada de lo que se enseña acerca de Dios, y afirma que, a la manera de los judíos, también los persas ofrecen sacrificios a Zeus sobre los montes más altos. Pero Celso no ve que los judíos, así como conocían a un solo Dios, así sólo tenían una casa de oración, y un altar de los holocaustos, y un incensario de perfumes, y un solo sumo sacerdote de Dios. Nada, pues, tuvieron de común los judíos con los persas, que se subían a los montes más altos a ofrecer unos sacrificios que no se parecían tampoco para nada a los de la ley de Moisés. Según ésta, los sacerdotes de los judíos servían a una figura y sombra de las cosas celestes (Hebr 8,5), y secretamente explicaban el sentido de la ley sobre los sacrificios y los que éstos significaban simbólicamente. Enhorabuena, pues, que los persas llamen Zeus a todo el círculo del cielo; nosotros, empero, afirmamos que éste no es ni Zeus ni Dios, pues sabemos que algunas criaturas, muy por bajo de Dios, se han remontado por encima de los cielos y de toda la naturaleza sensible. Y así entendemos lo del salmo: Alabad al Señor, los cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos loen el nombre del Señor (Ps 148,4).

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45. Virtud mágica de los nombres

Según Celso, "no hay diferencia en que a Zeus se le llame Altísimo, Zen, Adonai, Sabaoth, o Amón, como los egipcios, o Papeo, como los escitas" 'Discurramos, pues, también brevemente sobre este punto, recordando, a par, al lector lo que anteriormente (I 24-25) dijimos sobre este problema, cuando las palabras de Celso nos obligaron a tratarlo. Pues también ahora decimos que la naturaleza de los hombres no depende, como opina Aristóteles (De invent. c.2), de la convención de los que los ponen. Y es así que las lenguas que se hablan entre los hombres no vienen de los hombres, como es evidente para quienes son capaces de comprender la naturaleza de los encantamientos que adaptaron los autores de las lenguas según las distintas lenguas y los sonidos distintos de los nombres. Sobre este punto discutimos brevemente arriba (I 25) y dijimos que palabras que en tal o cual lengua tienen virtud natural, trasladadas a otra, no pueden ya nada, como podían en su propia pronunciación. El mismo fenómeno se advierte en las personas. Efectivamente, si este o el otro lleva desde su nacimiento un nombre griego, si lo trasladamos al egipcio o al latín o a otra lengua cualquiera, no lograremos que sufra o haga lo que sufriría o haría de llamarlo con el nombre que se le impuso primero. Ni, por lo contrario, a quien se llame desde el principio por un nombre latino, si lo trasladamos al griego, tampoco lograremos hacerle lo que promete hacer un encanto que se valga del nombre que se le impuso primero.

Pues ya, si esto es verdad respecto de los nombres humanos, ¿qué habrá que pensar sobre los que, por la causa que fuere, se referen a la divinidad? Porque algo se puede trasladar al griego, por ejemplo, del nombre de Abrahán; algo significa también la denominación de Isaac y algo se nos sugiere con la voz Jacob; y si uno que invoca o conjura nombra al Dios de Abrahán y al Dios de Isaac y al Dios de Jacob, estos nombres pueden hacer algo, ora por la naturaleza, ora por el poder de los mismos, hasta el punto de que los démones son vencidos y se someten al que los pronuncia. Mas si se dice: "El dios del padre escogido del eco, y el dios de la risa, y el dios del que agarra el carcañal", lo que se nombra no producirá más efecto que si se nombrara otra cosa que no tiene virtud alguna. Por modo

semejante, si trasladamos el nombre de Israel al griego o a otra lengua, no haremos nada; mas si lo dejamos tal como está y lo juntamos con lo que piensan los expertos en esta materia debe juntarse, entonces puede suceder algo de lo que prometen tales invocaciones hechas con tal sonido. Lo mismo diremos acerca de la voz "Sabaoth", que se emplea en muchos conjuros. Si traducimos el nombre por "Señor de los poderes", o "Señor de los ejércitos" u "omnipotente" (todas estas versiones dan efectivamente los intérpretes), no haremos nada; mas si lo dejamos en sus propios sonidos, haremos algo, al decir de los entendidos en la materia. Y lo mismo sobre Adonai. Ahora, pues, si ni Sabaoth ni Adonai pueden nada traducidos al griego en lo que parecen significar, ¿cuánto menos podrán en quienes piensan "ser indiferente se llame a Zeus Altísimo, Zen, Adonai o Sabaoth"?


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