Origenes contra Celso 646

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46. El anticristo en Pablo y Daniel

Dice así: Os rogamos, hermanos, acerca del advenimiento de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con El, no os dejéis conmover de vuestro sentir ni os alborotéis por palabra, ni por espíritu, ni por supuesta carta nuestra en el sentido de que ha llegado ya el día del Señor. Que nadie os engañe por ningún modo; porque si antes no viniere la aposta-sía y se revelare el hombre del pecado, el hijo de la perdición, el adversario y que se exalta sobre todo lo que se llama Dios o cosa sagrada, de suerte que se asiente en el templo de Dios y se dé a sí mismo por Dios... ¿No recordáis que estas cosas os decía, cuando estaba aún entre vosotros? Y ahora sabéis lo que lo retiene, a fin de que se revele en su momento. Y es así que ya está operando el misterio de la iniquidad; sólo que el que ahora retiene sea quitado de en medio, y entonces se revelará el inicuo, a quien el Señor matará con el aliento de su boca, y destruirá con el resplandor de su advenimiento; a aquel, cuyo advenimiento es, según la operación de satanás, en todo poder y signos y prodigios de mentira, y en todo engaño de iniquidad para los que perecen, por no haber abrazado el amor de la verdad para salvarse. Y por eso Dios les enviará una fuerza de error, para que crean en la mentira, y así sean juzgados todos lo que no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad (LE 2).

Comentar cada uno de estos puntos no dice con el tema presente; pero hay en Daniel () una profecía sobre el mismo anticristo, capaz de inspirar al lector prudente e inteligente admiración de las palabras verdaderamente divinas y proféticas, en que se habla acerca de los reinos por venir, comenzando por los tiempos de Daniel hasta la destrucción del mundo. El que tenga gusto, puede leerla; sin embargo, he aquí el pasaje que se refiere al anticristo: Y al término del reinado de éstos, cuando llegaren a su colmo los pecados, se levantará un rey de cara desvergonzada, y entendedor de astucias, y de mano fuerte, que destruirá cosas maravillosas, y prosperará y hará lo que bien le viniere, y destruirá a fuertes y a un pueblo santo. Y prosperará el yugo de su collar, la astucia estará en su mano y se exaltará en su corazón. Y por astucia destruirá a muchos, y sobre la perdición de muchos se sostendrá y los aplastará como huevos con la mano (). En cuanto a lo que se dice en Pablo en el texto citado: De suerte que se asiente en el templo de Dios y se dé a sí mismo como Dios (LE 2), se dice también en Daniel con estas palabras: Y sobre el templo abominación de desolaciones, y hasta la consumación del tiempo se dará consumación de desolación ().

He ahí lo que me ha parecido razonable alegar de entre otros muchos textos, a fin de que el lector pueda entender siquiera un poco de lo que los discursos divinos enseñan sobre el diablo y el anticristo. Contentémonos con esto y pasemos a otro texto de Celso, contra el que combatiremos según nuestras fuerzas.

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47. £1 mundo, ¿hijo de Dios?

Así, pues, tras lo expuesto, prosigue Celso: "Por lo demás, intentaré explicar cómo les vino a la cabeza la idea misma de llamarlo (a Jesús) Hijo de Dios. Hombres antiguos, por ser este mundo obra de Dios, lo llamaron hijo de Dios y semidiós 2¡Y en verdad que este mundo y él son hijos semejantes de Dios!" Piensa, pues, Celso que llamamos a Jesús Hijo de Dios, tergiversando lo que se dice del mundo, como hechura que es de Dios, hijo suyo y dios. Y es que no fue capaz de ver, atendiendo a los tiempos de Moisés y de los profetas, que, antes de los griegos y antes de esos que llama Celso hombres antiguos, los profetas de los judíos profetizaron que hay en absoluto un Hijo de Dios. Tampoco quiso citar lo que dice Platón en sus cartas, de que nosotros hicimos mención antes (VI 8), acerca del que ordenó todo este universo, al que tiene él por Hijo de Dios. Así evitaba que Platón, a quien exalta muchas veces, le obligara a aceptar que el artífice de todo este universo es hijo de Dios, y el Dios primero y sobre todas las cosas, padre suyo.

Por lo demás, nada tiene de extraño que afirmemos estar el alma de Jesús hecha una sola cosa con tan grande Hijo de Dios y que ya no se separa de El, por la más alta participación del mismo; pues las divinas palabras de las sagradas letras conocen otras cosas que son dos por su naturaleza, pero que se consideran-y son-una sola entre sí. Así, del hombre y de la mujer se dice: Ya no son dos, sino una sola carne (). Y a propósito del hombre perfecto, que se adhiere al verdadero Señor, que es Verbo, sabiduría y verdad, se dice: El que se adhiere al Señor es un solo espíritu con El (LE 1). Ahora bien, si el que se adhiere al Señor es un solo espíritu con El, ¿quién está más adherido o en grado igual que el alma de Jesús con el Señor, que es el Verbo en sí, la sabiduría, la verdad y la justicia en sí? Siendo esto así, no son dos cosas separadas el alma de Jesús y el primogénito de toda la creación (Col 1,15), el Logos Dios.

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48. La Iglesia, cuerpo de Cristo

Por otra parte, cuando los filósofos de la Stoa afirman ser la misma la virtud del hombre y la de Dios y sacan la conclusión de que el Dios supremo no es más feliz que el sabio humano que ellos imaginan, sino que la felicidad de ambos es la misma (cf. IV 29), Celso no se ríe ni pone en solfa esta tesis 2B; mas cuando la palabra divina dice que el perfecto se adhiere por la virtud y se hace una sola cosa con el Logos en sí, de modo que, procediendo nosotros según ese principio, decimos que el alma de Jesús no se separa del Primogénito de toda la creación, se ríe Celso de que Jesús sea llamado Hijo de Dios, porque no ve lo que de El se dice, oculta y misteriosamente, en las divinas Escrituras.

Mas para llevar a la aceptación de lo dicho a quien quiera seguir la ilación de la doctrina y así aprovecharse, digamos lo siguiente: Las divinas letras dicen que la Iglesia entera de Dios es el cuerpo de Cristo, animado por el Hijo de Dios, y miembros de este cuerpo, que hay que mirar como un todo, son los creyentes, cualesquiera que fueren. Y es así que, como el alma vivifica y mueve al cuerpo, el cual, por naturaleza, no puede moverse por sí mismo de manera viva, así el Logos, moviendo y activando hacia el cumplimiento de sus deberes al cuerpo entero, que es la Iglesia, mueve a cada uno de los miembros de ella, que no hacen " nada fuera del Logos. Ahora bien, si este razonamiento, no desdeñable, tiene lógica, ¿qué dificultad hay que el alma de Jesús, y simplemente Jesús, por la suma e insuperable comunión con el Verbo mismo, no se separen del Unigénito y Primogénito de toda la cración, ni sean ya distintos 2S de El? Mas baste esto sobre este punto.

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49. La cosmogonía mosaica

Pues veamos lo que sigue, y es que, con rotunda afirmación, sin aducir prueba alguna probable, condena la cosmogonía de Moisés con esta sola frase: "Además, su cosmogonía es muy simple". Ahora bien, si hubiera dicho en qué le parecía ser simple y hubiera alegado algún argumento para probarlo, hubiéramos tratado de impugnarlos; pero no me parece razonable demostrar, contra su afirmación, de qué modo no es simple.

Mas si alguno quiere ver despacio las razones que tenemos expuestas con patente demostración acerca de la cosmogonía de Moisés, eche mano de nuestros estudios sobre el Génesis desde el comienzo del libro hasta donde dice: Este es el libro de la creación del hombre (). En ellos tratamos de demostrar por las mismas letras divinas qué es el cielo hecho al principio, y la tierra, y lo invisible e informe de la tierra; qué el abismo y las tinieblas que lo cubrían; qué el agua y el espíritu de Dios que se cernía sobre ella; qué la luz creada, qué el firmamento distinto del cielo hecho al principio, etc. ().

También afirmó ser muy simple lo que se escribe acerca de la creación del hombre, sin alegar los textos ni impugnarlos; y es que, a lo que pienso, no disponía de razones capaces de refutar que el hombre fue hecho a semejanza de Dios (). Mas tampoco entendió el paraíso plantado por Dios, ni la vida principal que en él llevaba el hombre, ni la que luego nació de la necesidad al ser arrojado de allí por su pecado y establecerse enfrente del paraíso de delicias. El que afirma que todo esto está dicho muy simplemente, entienda primero cada punto, y éste señaladamente: Ordenó a los querubines y la espada de fuego, que se blande sola, para guardar el camino del árbol de la vida (); a no ser que, por lo visto, Moisés escribiera todo eso sin pensar en nada, imitando a los poetas de la comedia antigua que por burla escribieron: "Preto se casó con Belerofonte" (cf. TH. KOCK, Att. Com. fragm. p.406 fragm. 42), y el Pegaso procedía de la Arcadia. Pero los cómicos pegaron esas cosas para hacer reír; no es, empero, probable que quien dejó a un pueblo entero escrituras, sobre las que quería persuadir a los que las recibían como ley que estaban inspiradas por Dios, escribiera cosas absurdas y dejara sin sentido alguno que "ordenó (Dios) a los querubines y la espada de fuego, que se blande por sí misma, para guardar el camino de paraíso". Y dígase lo mismo acerca de lo demás sobre la creación del hombre, sobre la que filosofan los sabios hebreos.

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50. Dificultades en la cosmogonía mosaica

Seguidamente, después de amontonar, por meras afirmaciones, las diferentes sentencias de los antiguos acerca del origen del mundo y de los hombres, dice que "Moisés y los profetas, que nos dejaron nuestros libros, por no saber cuál es la naturaleza del mundo y de los hombres, sólo compusieron puras tonterías". Ahora bien, si nos hubiera dicho la razón por que las divinas letras son pura tontería, nosotros probaríamos de refutar los argumentos que a él le parecen probables para demostrar que se trata de puras tonterías. Al no hacerlo, vamos nosotros a imitarlo y reírnos, afirmando que, por no haber sabido Celso, ni por semejas, cuál es la naturaleza de la mente ni de la razón que hay en los profetas, compuso un montón de puras tonterías, que tuvo la arrogancia de titular Discurso de la verdad.

Mas, como si fuera cosa que ha entendido clara y puntualmente, presenta Celso la objeción contra lo que se dice en la cosmogonía sobre los días, de los que unos pasaron antes de la creación de la luz y del cielo, del sol, de la luna y las estrellas, y otros después de su creación (cf. VI 60). Sobre esto notaremos sólo un punto para responderle: ¿Es que Moisés se olvidó de que había antes dicho: En seis días fue acabada la obra del mundo (), y, por haberlo olvidado, añadió: Este es el libro de la creación de los hombres, el día que hizo Dios el cielo y la tierra? (). Pero no hay probabilidad alguna de que, por no pensar en nada, después de lo dicho sobre los seis días, dijera lo de el día que hizo Dios el cielo y la tierra. Mas si alguno piensa que eso puede referirse al texto: Al principio hizo Dios el cielo y la tierra (), sepa que, antes de las palabras: Hágase la luz, y fue hecha la luz; y las de: Llamó Dios a la luz día, se dice lo de que al principio hizo Dios el cielo y la tierra.

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51. Ultimas observaciones sobre la cosmogonía mosaica

Ahora bien, no es nuestro propósito exponer la doctrina acerca de los seres inteligibles y sensibles, y de qué modo las naturalezas de los días están distribuidos entre ambas especies, ni tampoco discutir estos pasajes. Explicar la cosmogonía de Moisés nos exigiría tratados enteros, cosa que ya hemos hecho mucho tiempo antes de componer el presente tratado contra Celso. Según la capacidad de que hace muchos años disponíamos, discutimos sobre los seis días de la cosmogonía de Moisés ". Es de saber, sin embargo, que la palabra divina promete, por boca de Isaías, a los justos que, en la restauración, habrá días en que su luz eterna no será el sol, sino el Señor mismo, y Dios la gloria de ellos (Is 60,19). Por lo demás, malentendiendo alguna perversa secta que explica torcidamente lo de hágase la luz, como dicho en son de ruego por el Creador, dice Celso: "Porque, a la verdad, el Creador no se valió de la luz de arriba, como los que encienden sus lámparas con las de sus vecinos". Y entendiendo también mal alguna otra secta impía, dijo estotro: "Mas si había otro Dios maldito (VI 27) contrario al Dios grande, y hacía todo esto contra la intención de éste, ¿cómo es que le procuró la luz?" Por nuestra parte estamos tan lejos de defender eso, que estamos dispuestos a condenar con más energía a quienes así extraviadamente piensan y rebatir no lo que ignoramos de ellos, como Celso, sino lo que conocemos puntualmente, parte tpor habérselo oído "2 a ellos mismos, parte porque hemos le,ído despacio sus escritos.

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52. Aberraciones varias sobre Dios

Después de esto dice Celso: "Por mi parte, nada voy a decir ahora acerca del origen y destrucción del mundo, ni si es increado e indestructible o creado e indestructible, o a la inversa". Por el mismo caso, tampoco nosotros diremos ahora nada acerca de esos puntos, pues no lo pide el tema que llevamos entre manos. Mas tampoco afirmamos que "el espíritu del Dios sumo viniera a los hombres como a extraños", según el texto: El espíritu de Dios se cernía por encima del agua (). Como tampoco afirmamos "haber sido tramadas algunas cosas por otro creador, distinto del

Dios grande, contra el espíritu de éste, consintiéndolo el Dios superior, cuando era menester fueran destruidos". Por eso vayanse en paz los que tales cosas dicen, lo mismo que Celso, que no los condenó adecuadamente; porque su deber era no mentar en absoluto tales aberraciones o, según le pareciera más humano, exponerlas cuidadosamente, para refutar luego lo que estuviera impíamente dicho. Ni tampoco hemos jamás oído que "el gran Dios diera su espíritu al demiurgo y luego se lo reclamara". Y después de tan impías palabras ", dice con tonta crítica: "¿Qué Dios hay que dé algo con intención de reclamarlo? Reclamar es de quien está necesitado, y Dios no necesita de nada". Y como quien dice algo ingenioso contra no sabemos quiénes, añade: "¿Cómo es que, al prestar, no cayó en la cuenta que prestaba a un maligno?" Y dice también: "¿Por qué consiente que el creador malo maniobre contra El?"

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53. ¡Celso contra Marción!

Luego, confundiendo, a mi parecer, sectas con sectas y sin indicar que unas doctrinas pertenecen a una y otras a otra, presenta las dificultades que nosotros oponemos a Marción; y tal vez las haya entendido mal de algunos que condenan la doctrina con argumentos sin valor y vulgares, y, desde luego, con no sobrada inteligencia. Como quiera que sea, Celso expone lo que se objeta contra Marción, sin indicar que contra él habla, y dice así: "¿Por qué envía a escondidas y destruye las criaturas de éste? ¿Por qué irrumpe ocultamente y soborna y extravía? ¿Por qué a los que éste condena o maldice, como decís, El los atrae y se los lleva como si fuera un ladrón de esclavos? ¿Por qué enseña a escaparse del propio dueño y a huir del padre? ¿Por qué los adopta El mismo sin consentimiento del padre?" Y a esto añade como en tono de admiración: "¡Magnífico Dios que quiere ser padre de los pecadores que otro condena, de desheredados y, como vosotros decís, de la basura! (). ¡Y al que envió para que los atrajera", no fue capaz de vengarlo cuando fue prendido!"

Luego, como si arguyera contra nosotros, que confesamos no ser este mundo obra de un Dios ajeno y extraño, dice así: "Pues si éstas son obras suyas, ¿cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir y amonestar? ¿Cómo se arrepiente cuando los hombres se tornan ingratos y mal vados () y censura su propio arte, y aborrece y amenaza y destruye sus propios vastagos? ¿Y adonde los saca de este mundo, que El mismo hizo?"

Paréceme que también aquí, por no haber aclarado bien cuáles son los males - y a fe que entre los griegos hay diferencias de opiniones sobre el bien y el mal - , se precipita a concluir que, según nosotros, por el hecho de afirmar que también este mundo es obra de Dios, Dios es hacedor del mal. Ahora bien, sea lo que fuere la cuestión del mal, sea Dios quien lo ha hecho o no, sino que sucede como accidente de lo principal; lo que yo admiro es que lo que Celso piensa seguirse de nuestra afirmación de que este mundo es también obra de Dios sumo, a saber, que Dios es autor del mal, se sigue también de lo que él mismo dice. Efectivamente, también a Celso se le puede preguntar: "Si esto es obra suya, ¿cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir y amonestar?" El peor mal que puede darse en los razonamientos, cuando alguien acusa a otros que no piensan como él de doctrinas que reputa por insanas, es ser él mismo mucho más atacable por las propias doctrinas.

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54. El bien y el mal según la Escritura

Veamos, pues, nosotros brevemente qué haya de tenerse por bien o mal según las Escrituras, y qué hayamos de responder a las preguntas de Celso: "¿Cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir o amonestar?" Ahora bien, propiamente hablando, según las divinas Escrituras, bienes son las virtudes y las acciones conforme a la virtud; como, propiamente hablando, males son lo contrario. De momento nos contentaremos con las palabras del salmo 33, que lo demuestran así : ... Mas los que buscan al Señor, jamás carecerán de bien alguno. Venid, hijos; oídme; el temor del Señor quiero enseñaros. ¿Quién es el hombre que la vida quiere y busca días buenos? Pues reprime tu lengua de lo malo, y tus labios, de dichos embusteros. Apártate del mal y el bien abraza (Ps 33,10). Apartarse del mal y abrazar el bien no se dice aquí de los bienes o males corporales, así llamados por algunos, ni de los bienes externos, sino de los bienes y males del alma; pues el que se aparta de esos males y obra esos bienes, como quien quiere la vida verdadera, puede llegar a ella, y el que desea " ver días buenos, cuyo sol de justicia () es el Logos, los verá, pues Dios lo librará del presente siglo malo () y de los días malos de que habla Pablo: Rescatando él tiempo, pues los días son malos ().

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55. Dios no es autor del mal

Cabe, sin embargo, hallar pasajes en que las cosas corporales y exteriores que contribuyen a la vida natural son impropiamente llamadas bienes, y las contrarias, males. En este sentido dice Job a su mujer: Si hemos recibido los bienes de mano del Señor, ¿por qué no soportaremos también los males? (). Ahora bien, como en las divinas Escrituras una vez se dice como en persona de Dios: Yo soy el que creo la paz y produzco los males (Is 45,7), y otra acerca de El mismo: Bajaron males de parte del Señor sobre las puertas de Jerusálén, estruendo de carros y de caballería (), pasajes que han turbado a muchos lectores de la Escritura por no ser capaces de comprender lo que, según ella, se designa como bienes y males, es probable que, hallando en esto sus dificultades, dijera Celso: "¿Cómo es que Dios hizo cosas malas?"; si no es que escribió esta frase por haber oído explicar con harta ignorancia lo que atañe a este tema.

Nosotros, empero, afirmamos que el mal propiamente dicho, o sea la maldad y las acciones que de ésta proceden, no las ha hecho Dios. ¿Cómo pudiera, en efecto, predicarse con seguridad el dogma del juicio, según el cual los malos son castigados a proporción de las malas acciones que hubieren cometido, y son, en cambio, bienaventurados y alcanzan las recompensas prometidas por Dios los que hubieren vivido según la virtud o hubieren practicado las acciones virtuosas, si fuera verdad que Dios hace los verdaderos males? Sé muy bien que quienes tienen la audacia de afirmar que también éstos vienen de Dios, alegarán ciertos dichos de la Escritura, pero no podrán alegar un contexto seguido de ella ". La Escritura, en efecto, condena a los que pecan y alaba a los que obran bien, y no por eso deja de decir aquellas cosas que, por no ser pocas, perturban a los que leen ignorantemente las divinas letras. Sin embargo, no me ha parecido convenir a la obra que llevo entre manos exponer ahora esos pasajes perturbadores, por ser muchos y necesitar su interpretación de largas discusiones.

En conclusión, Dios no hace los males, si por tales se entienden los que así se llaman en sentido propio; sino que de sus obras principales se siguen algunos, pocos en parangón con el orden del universo. Son como las virutas en espiral y el serrín que se sigue de las obras principales de un carpintero, o como los albañiles parecen ser la causa de los montones de cascote, como basura que cae de las piedras y polvo.

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56. Los males corporales, medicina de Dios

Ahora, si se habla de los males que impropiamente se llaman así, de los males corporales y exteriores, no hay inconveniente en conceder que, a veces, haya enviado Dios algunos de ellos con el fin de convertir por su medio a quienes los sufrieron. ¿Y qué puede haber de absurdo en esa doctrina? Cierto que, usando impropiamente la palabra "mal", llamamos males los castigos que se imponen por padres, maestros o pedagogos a los que se educan, o los sufrimientos que causan los médicos a quienes, con el fin de curarlos, cortan o cauterizan, y decimos que el padre hace mal a sus hijos, o los pedagogos y maestros a los niños y los médicos a los enfermos; sin embargo, nadie condenará a quienes así golpean o cortan. Pues por modo semejante, si se dice que Dios hace cosas como ésas con el fin de convertir a los que necesitan de esos trabajos, nada de absurdo tiene pareja doctrina, ora se diga que bajan males de parte del Señor sobre las puertas de Jeru-salén (), males que provienen de los trabajos que causan los enemigos, pero que se les imponen para su conversión; ora visite con vara las iniquidades de los que abandonan la ley de Dios y con azotes los pecados de ellos (Ps 88,33 Ps 31); ora diga: Tienes carbones de fuego, siéntate sobre ellos, y ellos serán tu ayuda (Is 47,14-15). Y por modo semejante explicamos el otro texto: El que crea la paz y produce los males (Is 45,7), pues Dios produce los males corporales, o externos, para purificar y educar a quienes no quieren educarse por la palabra y sana enseñanza. Esto en respuesta a la pregunta: "¿Cómo es que Dios hizo cosas malas?"

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57. La amonestación y persuasión divina no atentan a la voluntad

En cuanto a la otra pregunta: "¿Cómo es Dios incapaz de persuadir y amonestar?", ya antes hemos dicho (cf. IV 3.40; VI 53) que, si esto es una acusación, la frase de Celso pudiera dirigirse a todos los que admiten una providencia. Sin embargo, es fácil defenderse diciendo que Dios no es incapaz de amonestar, pues amonesta por medio de la Escritura entera y de los que, por la gracia de Dios, enseñan a los oyentes. A no ser que se atribuyera al verbo "amonestar" (o reprender) un sentido propio, es decir, el de tener también éxito en el reprendido y ser oída " la doctrina del que enseña. Pero esto se aparta del sentido que el uso ha hecho corriente.

En cuanto a lo otro: "¿Cómo es incapaz de persuadir?", que pudiera también objetarse a todos los que admiten una providencia, hay que decir lo siguiente. El verbo "persuadirse" (peithesthai) es de los que se llaman de acción recíproca, análogo al de "cortarse" un hombre el pelo, que tiene que poner de su parte la acción de someterse al que se lo corta **. Por eso, no se requiere sólo la acción del que persuade, sino también, digámoslo así, la sumisión al que persuade, es decir, la aceptación de lo que dice el que persuade. De ahí que no deba decirse que Dios no persuade a los que no persuade por no poderlos persuadir, sino porque ellos no reciben las palabras persuasivas de Dios.

El que esto aplicara a los hombres que se llaman "artífices de la persuasión" (PLAT., Gorg. 453ass), no erraría; es posible, en efecto, que uno haya comprendido excelentemente los preceptos de la retórica, y use de ellos en forma debida, y haga cuanto cabe para persuadir, y, sin embargo, al no conquistar la voluntad del que debiera persuadirse, parezca que no persuade. Ahora bien, aunque el decir palabras persuasivas viene de Dios, el persuadirse no viene de Dios, como claramente lo enseña Pablo cuando dice: Esta persuasión no viene de quien os ha llamado (). Ese sentido tiene también este texto: Si quisiereis y me escuchareis, comeréis los bienes de la tierra; mas si no quisiereis ni me escuchareis, la espada os devorará (Is 1,19-20). Para que uno quiera lo que dice el que le reprende y, oyéndole, se haga digno de las promesas de Dios, es menester la voluntad del que oye y que se incline a lo que se dice. Esta es la razón por que, a mi parecer, se dice tan enfáticamente en el Deuteronomio: Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor, Dios tuyo, sino que temas al Señor, Dios tuyo, y que andes por todos sus caminos, y que lo ames y guardes sus mandamientos? ().

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58. £1 diluvio, purificación de la tierra

Tócanos ahora responder a esta otra pregunta: "¿Cómo es que se arrepiente cuando se hacen ingratos y malos, y tacha su propio arte, y aborrece, y amenaza, y destruye sus propios vastagos?" Pero en estas palabras calumnia Celso y tergiversa lo que se escribe en el Génesis, y es de este tenor: Como viera el Señor Dios que se habían multiplicado las maldades de los moradores de la tierra, y que todos pensaban adrede en su corazón para obrar el mal todos los días, se irritó el Señor de haber hecho al hombre sobre la tierra, y pensó en su corazón, y dijo Dios: Borraré al hombre que hice de la faz de la tierra, desde el hombre a la bestia, y desde los reptiles hasta las aves del cielo, pues me he irritado de haberlos hecho (). Celso cita lo que no está escrito como si estuviera indicado por lo escrito. Efectivamente, ahí no se menciona el arrepentimiento de Dios, ni que tache y aborrezca su propia arte. Y si Dios parece amenazar el castigo del diluvio y destruir en él sus propias obras, a ello hay que decir que, siendo el alma del hombre inmortal, la que parece amenaza tiene por fin convertir a los que la oyen. Y la destrucción de los hombres es una purificación de la tierra, como dijeron los mismos filósofos griegos, de no despreciable autoridad, por estas palabras: "Mas cuando los dioses purifican la tierra" (PLAT., Tim. 22d; cf. IV 11-12.20-21.62.64.69). En cuanto a las expresiones como de pasiones humanas atribuidas a Dios, no poco hemos hablado ya anteriormente sobre ellas (I 71; IV 71-72).

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59. Doble acepción de la palabra "mundo"

Sospechando luego Celso, o tal vez viendo por sí mismo lo que pueden responder los que defienden ese punto de los que perecieron en el diluvio, dice: "Y si no destruye sus propios vástagos, ¿dónde los saca de este mundo que El mismo hizo?" A esto decimos que Dios no saca en absoluto del mundo entero, que consta del cielo y de la tierra, a los que sufrieron el diluvio, sino que los libra de la vida en la carne y, al desatarlos de los cuerpos, los desata a par de la existencia sobre la tierra, a la que, en muchos pasajes, acostumbra la Escritura llamar "mundo". En el evangelio señaladamente según Juan es de ver cómo muchas veces se llama mundo la región terrestre, por ejemplo, en este texto: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (); y estotro: En él mundo tendréis tribulación; - pero tened confianza, yo he vencido al mundo (16,33). Ahora, pues, si el sacar del mundo se entiende de esta región terrestre, nada de absurdo tiene la frase; mas, si se llama mundo el conjunto del cielo y la tierra, los que sufrieron el diluvio no son absolutamente sacados del mundo así llamado. Sin embargo, si entendemos este texto: No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven (Is 2), y estotro: Lo que en El hay de invisible, desde la creación del mundo, se contempla, entendido por medio de las criaturas (), pudiéramos decir que, hallándonos entre lo invisible y, en general, entre lo que se llama no visto, hemos salido del mundo, como quiera que el Logos nos saca de aquí y nos traslada al lugar supraceleste para contemplar la belleza (PLAT., Phaidr. 247c).

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60. Vuelta a la obra de los seis días

Después del texto examinado, como si a todo trance quisiera llenar su libro de muchas palabras, dice con otros términos lo mismo que poco antes (VI 50-51) hemos discutido: "Pero mucho más tonto es haber distribuido algunos días para la creación del mundo antes de que existieran días. Porque ¿qué días podía haber cuando no se había aún creado el cielo, ni estaba asentada la tierra, ni el sol giraba en torno de ella?" 3" ¿Qué diferencia hay entre esto y estotro: "Mas tomando la cosa desde el principio, ¿no sería absurdo que el Dios primero y máximo mandara: Hágase esto, lo otro y lo de más allá, y el primer día fabricara tanto o cuanto, el segundo un tanto más, y así el tercero, cuarto, quinto y sexto?"

Potencialmente ya hemos respondido a lo de "mandar que se haga esto, o lo otro, o lo de más allá", cuando adujimos el texto: El dijo y fueron hechos; El mandó y fueron creados (Ps 32,9 Ps 148,5), y dijimos que el creador inmediato es el Hijo de Dios, el Logos, el creador, digamos, propio del mundo; mas el Padre del Logos es primeramente creador por el hecho de haber ordenado a su Hijo, el Logos, que hiciera el mundo. Ahora bien, sobre que el primer día fue hecha la luz, el segundo el firmamento, el tercero se congregaron las aguas de debajo del cielo en sus lugares de reunión y así germinó la tierra lo que es administrado por la sola naturaleza, y el cuarto los luminares y las estrellas, y el quinto los animales que nadan y el sexto los de tierra y el hombre, dijimos según nuestras fuerzas en nuestros Estudios sobre el Génesis. Más arriba igualmente (VI 50) criticamos a los que, siguiendo una interpretación superficial, han afirmando que, para la creación del mundo, pasaron espacios de seis días, y adujimos el texto: Este es el libro de la creación del cielo y de la tierra, cuando fue creado, el día que hizo Dios el cielo y la tierra ().

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61. El descanso de Dios

Celso no entendió luego este texto: Y acabó Dios el día sexto sus obras, que hiciera, y el día séptimo descansó de todas las obras que hiciera, y bendijo Dios el día séptimo, y lo santificó, porque en él descansó de todas las obras que se propuso hacer (); y, pensando ser lo mismo cesó el día séptimo y descansó el día séptimo, dice: Después de esto, cansado, como si realmente fuera un mal trabajador, necesitó descansar en la ociosidad". Es que Celso ignora qué día sea ése, después de la creación del mundo, que opera en tanto subsiste el mundo, día del sábado y de la cesación de Dios, en que celebrarán fiesta juntamente con El los que durante los seis días hubieren hecho todas sus obras, y, por no haber omitido nada de lo que les incumbía, subirán a su contemplación y a la congregación entera de los justos y bienaventurados que en ella se comprende.

Luego, como si así hablaran las Escrituras o explicáramos nosotros que Dios descansó por estar fatigado de su trabajo, dice Celso: "No es bien decir que el Dios primero se canse, ni que trabaje con sus manos, ni que dé órdenes". Ahora bien, Celso dice no ser bien decir que el Dios primero se canse; mas nosotros diríamos que ni siquiera el Dios Verbo se cansa, ni cuantos han logrado ya un orden superior y divino, pues el cansarse es propio de los que están en un cuerpo. Sólo cabría inquirir si eso haya de decirse de cualquier cuerpo o sólo del cuerpo terreno o algo mejor que éste. Y tampoco es lícito decir que el Dios primero trabaje con las manos; y si se entiende propiamente eso de trabajar con las manos, ni si quiera el Dios segundo '" ni ser alguno divino. Pero cabe decirse impropia o figuradamente lo de trabajar con las manos, y así explicaríamos el texto: La hechura de sus manos anuncia el firmamento (Ps 18,2); y el otro: Sus manos afirmaron el cielo (Ps 101,26). En estos y parecidos pasajes entendemos figuradamente las manos y miembros de Dios. ¿Qué hay entonces de absurdo en que Dios obre en este sentido con sus manos? Y como no es absurdo que Dios obre en este sentido con sus manos, tampoco lo es que mande, a fin de que las obras llevadas a cabo por el que recibió el mandato sean bellas y laudables, por haber sido Dios quien mandó que fueran hechas.


Origenes contra Celso 646